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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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PASA LA VIDA



Nos pasa a todos. Hay películas que, por alguna razón más allá del sesudo criterio cinéfilo, te encanta ver una y otra vez. Te transforman el discernimiento erudito que te distingue del vulgo (esa chusma que sólo se acerca al cine a ver por enésima vez al gafotas de la varita, o al plúmbeo “Código” de turno), y te obligan a disfrutarlas repetidamente como si fueran la ex-novia rechoncha con la que quedas de vez en cuando y que en el fondo sabes que nunca quisiste abandonar. Luego, de vez en cuando, te arrepientes y te dices a ti mismo que no, que no es para tanto, que la película está bien pero no merece que la hayas visto nueve veces; y mucho menos cuando, por ejemplo, sólo has visto “Stromboli” una maldita vez (por supuesto, afirmarás con rotundidad en público su indiscutible condición de obra maestra, aunque, entre tú y yo, sólo la volverías a ver en caso de insomnio agudo...). Tú eres un CINÉFILO, así, con mayúsculas. Por eso mismo no tiene ningún sentido que te regocijes una y otra vez con, pongamos por caso, las réplicas descacharrantes de Bruce Willis y Damon Wayans en esa incomprendida joya trash-talking que resulta ser “El último boy scout” (-“¿A dónde vas?” -“Al baño, joder. ¿Quieres venir? El doctor me ha dicho que no levante cosas pesadas”. Por favor, es genial...). O la convencionalísima pero resultona película de juicios que resulta ser “Algunos hombres buenos”, con esos arrolladores veinte minutos de coronel Jessep que nos regala JACK mientras se zampa un buen bocadillo de Cruise con pepitas de Demi Moore (comenzando por el precioso y enternecedor monólogo “Hijo, vivimos rodeados de muros, y esos muros han de ser vigilados por hombres armados...”). Aparte de estas dos, y por descontado algunas más que no voy a nombrar para no dejar mi prestigio (?) a la altura del betún, hay una película española que, sin ser más que una buena comedia, lo cual, de hecho, no es poco, nunca me canso de disfrutar. Se trata de “Bajarse al moro”.

Película de 1989 basada en una obra teatral de José Luis Alonso de Santos, “Bajarse al moro” es, sin duda, una de las películas de mayor éxito de crítica y público de Fernando Colomo. Vista hoy en día, refleja una manera de vivir tardoochentera en la que el lumpen suburbano se debatía entre el hippyismo y el cinismo a partes iguales. Narra la historia de dos primos, Chusa y Jaimito, vecinos de Lavapiés, que se ganan la vida vendiendo chocolate recogido de sus viajes regulares a Marruecos, que tratan de olvidar las penurias de la vida a golpe de porro, y que amparan a una joven y desorientada pija que ha escapado por enésima vez de su casa, la cual será reclutada para bajarse al moro con Chusa, quien, por su parte, tiene el dudoso gusto de estar arrejuntada con un policía... Lo primero que hay que decir es que el reparto es difícilmente igualable: Antonio Banderas, Verónica Forqué, Juan Echanove y Aitana Sánchez-Gijón forma un cuarteto protagonista Business Class. Pero ojo a secundarios como Miguel Rellán, Chus Lampreave o Amparo Valle; e incluso en papeles casi anecdóticos podemos ver a Isabel Ordaz, Carmelo Gómez y Joaquín Climent. El papel de la Lampreave, en concreto, es absolutamente antológico: la acojomadre cleptómana de Alberto, el policía interpretado por Banderas (el cual, por cierto, borda el papel de payaso serio que le ha tocado en gracia), que tiene dos o tres apariciones sencillamente espeluznantes (“yanqui, que eres un yanqui”) mientras descarga su bolso de baberos y corbatas... La película, contada en unos adecuadísimos ochenta y seis minutos, va transcurriendo entre escena y escena más o menos desternillante sin ninguna ínfula de trascendencia, con la sana voluntad de hacer reír, y a fe que lo consigue. Eso sí, Colomo no se olvida de incluir un par de pinceladas amargas que, acaso, pretenden recordarnos que, a pesar de que el punto de vista de la película nos sitúa meridianamente a favor de los entrañables delincuentes, las drogas son mu-malas: el yonqui de la pulsera y el ex-novio de Chusa, el Nazario, le dan un par de volantazos chirriantes a un film que no necesitaba moralina. Fernando Colomo consigue que muchas de las escenas y situaciones funcionen y queden en la memoria de la buena comedia, desde el ex-sargento de la Guardia Civil que entra en guerra con los músicos que ensayan en el tejado (“¡sois unos mierdas yeyés!”) hasta el cura vecino de los camellos y ávido de experiencias nuevas (ese cura comprensivo que todos hemos conocido... er... ¿verdad?), pasando por el “Corte Inglés naturista” que nos permite disfrutar, oh-gracias-dios-mío, a Aitana en toda su lozanía...

El final del film nos hace acompañar a nuestros dos queridos perdedores tropezando de nuevo con la misma piedra del “siente a un pobre a su mesa por Navidad” que inmortalizó Berlanga en “Plácido”. Lo cual me hacer recordar que ya no estamos tan lejos de las entrañables fechas navideñas. ¿Alguien sabe si en las Islas Fidji celebran las navidades? En caso negativo, ¿Cuánto vale un billete de avión? Le preguntaré a Truman Burbank...
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QUE MALA SUERTE SER AFORTUNADO!




Tienes buena suerte: te haces amigo de un chico rico, enamoras a su hermana, consigues que tu suegro te ponga en el mundo de las finanzas.... Todo es perfecto y vas subiendo como la espuma.
Tienes mala suerte: sientes una enorme atracción por la persona menos apropiada: la novia de tu amigo y futuro cuñado, y no puedes quitártela de la cabeza.... y hasta aquí puedo leer, como dirían en Un, dos tres.
Sin embargo, por una vez desearías tener mala suerte, saber que hay una especie de justicia divina que hace que las acciones que están mal tienen su castigo (las referencias a Dostoyevski no son casualidad).... pero no la hay. Tan sólo te quedarán los remordimientos, si eres capaz de soportarlos.
No hay nada mas relativo que la suerte; ya que es como una pelota de tenis que da con la red, si rebota, pierdes; si pasa al lado contrario, ganas, y al final Chris demuestra que es un buen tenista.
Woody Allen en Match point cambió de estilo y de lugar, dejó su amada Nueva York para ir a Inglaterra, lo que le va muy bien a la historia, por las diferencias de clases, que sirven para entender mejor la ambición de Chris; abandonó la comedia para contarnos un drama con sabor totalmente clásico, en el que tenemos opera en lugar de jazz, con resultados tan brillantes como el de la escena del asesinato, y con unas escenas eróticas hasta entonces bastante impensables en Woody, ya que siempre se hablaba mucho de sexo en sus películas pero brillaba por su ausencia (el punto débil de los intelectuales, que al final acaban dando la razón al Alberto San Juan de El otro lado de la cama); aquí no hablan, lo hacen, y tiene una importancia mayor en sus vidas de la que quisieran. No deja de ser curioso que alguien con la edad de Woody aún crea en la suerte y en la pasión, y eso es un elogio.
El protagonista (un excelente y guapísimo Jonathan Rhys-Meyers) viene a ser como el Guy de Extraños en un tren –no creo que sea coincidencia que compartan profesión- , sólo que a diferencia de él, es capaz de actuar sólo, sin la ayuda de Bruno. Heredero de personajes como el de Montgomery Clift en Un lugar bajo el sol o Laurence Harvey en Un lugar en la cumbre, aunque también tiene puntos en común con otra película del propio Allen: Delitos y faltas.
El personaje de Scarlett (que también está guapísima y lo hace estupendamente, lo reconozco, para que no se diga), desde su primera y espectacular aparición, ya se nos presenta como una femme fatale, aunque en realidad ella es su propia víctima: abandonada por los hombres, obligada a abortar, insegura respecto a su talento como actriz, con inclinación a la bebida... De lo único que está segura es de su poder de atracción con los hombres... aunque no siempre elija al apropiado; pero es que ella ya reconocía que tenía mala suerte.
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TAXI DRIVERS


Bienvenidos a la película de cabecera de Justo Molinero, la ganadora indiscutible del premio popular “Radio Teletaxi”: “Noche en la tierra”. Película episódica del rarito, atrayente e iconoclasta Jim Jarmusch, ejemplo de cineasta auteur cien por cien y de infame elección de peluquero, y uno de los más deseados por el maravilloso mundo del gafapastismo (en particular, su subcélula festivalera). El sr. Jarmusch es un autor con una línea llamémosle editorial muy marcada por sus estudios de Literatura Anglosajona y su pasión por la música, en particular el rock y el blues (su punto culminante es el documental “Year of the horse” dedicado al mítico Neil Young). Rey del tiempo muerto (aunque compartiendo trono con Pat Riley y Aito García Reneses) y de los silencios aparentemente rutinarios, su cine está salpicado de humor keatoniano, situaciones absurdas y... café y cigarrillos; varios cortos “Coffee and Cigarrettes” (cuyo nexo argumental es... gente que toma café... y fuma... ¿es que no quedaba claro?) le llevaron a una película episódica (again) de mismo título estrenada hace unos años. Fue el amo del cine independiente de los 80 y 90, aunque ahora reniega de esa definición, gracias a su insistencia en hacer de cada film una obra de confesión cultista (ergo, de culto), y en mantenerse al margen de corrientes y modas (aunque, ahora que lo pienso... ¿el cine independiente no era una moda? Ains). Su carrera es de una coherencia casi absolutista, incluyendo su participación como actor en la (por descontado) independiente “Blue in the face”, en la que tiene un descacharrante diálogo con Harvey Keitel alrededor de, claro está, el tabaco (con guiño incluido: “Café y cigarrillos, el desayuno de los campeones”). Urbanita por excelencia, a Jarmusch le da en 1991 por hablar de taxis. Imagino que por culpa de algún trauma, teniendo en cuenta que vive desde los diecisiete años en New York...

“Noche en la tierra”, como hemos dicho al comienzo, es una película episódica; por tanto, irregular por definición. Cinco pequeñas historias alrededor del mínimo común múltiplo llamado taxi, ubicadas en cinco ciudades del mundo reconocibles por su cosmopolitismo: Los Angeles, New York, París, Roma y Helsinki. Acompañados por la música ronroneante y la voz de catarro crónico de Tom Waits, estos pequeños cuentos tratan de dibujarnos los contornos, las personalidades de cada ciudad elegida a través de las constantes vitales del cine de Jarmusch, en el que el género (comedia, melodrama) siempre es subvertido, trazado con renglones torcidos. Esa L.A. elegante, altiva y dominada por las absurdas ideas de la industria cinematográfica representadas en Victoria (Gena Rowlands, una de las más grandes); esa New York confusa, vocinglera, interracial y trufada de inmigración (uno de los temas recurrentes de Jarmusch es la convivencia de nacionalidades); esa París soberbia, hermosa, altanera, inaccesible, coqueta, arrogante y ¿ciega? a la que da vida Beatrice Dalle; esa Roma caótica, desordenada, rebelde, gesticulante y divertida que nos ofrece uno de los actores fetiche de Jarmusch, Roberto Benigni; y la Helsinki fría, introspectiva, hosca e inapacible que se nos muestra en el episodio más sombrío, absolutamente deudor de su amiguete Aki Kaurismäki, y en el que descubrimos que, aparte de pilotos de rally y saltadores de esquí (ese deporte que sólo se practica el Día de Año Nuevo), en Finlandia también hay taxistas... (chiste patrocinado por SOS Racismo). Hemos apuntado ya el urbanismo de Jarmusch, y hay que decir que uno de los denominadores comunes de la película es la manera de fotografiar las ciudades: todas se nos muestran desiertas (excepto, claro, New York, pero sólo al principio del episodio), desapacibles, oscuras, gélidas. No parecen un buen lugar para estar por la noche. Sólo te dan ganas de... coger un taxi e irse para casa. Otra característica de Jim Jarmusch es su facilidad para delinear personajes peculiares dentro de la cotidianeidad, y este filme es un buen escaparate: desde la taxista con vocación de mecánica que no quiere ser una estrella de cine (Winona Ryder, toda una paradoja), al conductor chiflado que confiesa al cura que acaba de recoger sus desviaciones sexuales (Benigni en su salsa, y al son de “Alfred Hitchcock presents"), pasando por los tres personajes del episodio neoyorkino (y en el que tenemos el dudoso placer de escuchar la chirriante voz de Rosie Perez en todo su esplendor).

El veredicto final nos daría como vencedor a los puntos al episodio francés, y al italiano como el más flojo a pesar de las risas. En resumidas cuentas, una de las películas que definieron el género “cine independiente americano” a principios de los años noventa, y que convirtió al sr. Jarmusch, mal que le pese ahora, en uno de sus gurús. Déjeme aquí mismo, señor taxista.
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ESE MARFILEO OBJETO DEL DESEO





No todo han de ser obras maestras; a veces, algunas películas nos sorprenden con escenas brillantes, casi escondidas como un tesoro esperando que un buen cinéfilo las descubra. American psycho contaba con un libro que había sido un polémico best-seller, pero su adaptación al cine no dejó satisfechos a sus seguidores. Aún así, Christian Bale hace un magnífico trabajo como Batman (perdón, digo... Bateman) y luce un cuerpazo im-pre-si-on-an-te, por si alguien lo duda tras haberle visto en El maquinista. Esta escena en la que el yuppy Bateman sufre todos los tormentos del infierno al ver una tarjeta de presentación mejor que la suya, es realmente memorable, y responsable de que me convirtiera en christiana.

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NOIRET YA ESTA EN CINEMA PARAISO




Desgraciadamente, seguimos con necrológicas (a este paso deberíamos crear un apartado llamado Sunset Boulevard), y a la muerte de Robert Altman ahora se une la de Philippe Noiret. Aprovechando que mi compañero Marcbranches está malito debido a la mala vida, seré yo quien le rinda mi modesto homenaje.
Cierto que para la gran mayoría Noiret es un desconocido(el cine galo sigue siendo una asignatura pendiente para muchos), pero ha sido uno de los actores mas importantes de los últimos años de Francia, aunque no llegó a ser tan internacional como Depardieu, y ha trabajado especialmente con Bertrand Tavernier, en Round midnight, La hija de D’Artagnan, El juez y el asesino, La vida y nada mas, El relojero de Saint Paul, Que empiece la fiesta o Una semana de vacaciones, pero también con directores como Giusseppe Tornatore en Cinema Paraiso, Marco Ferreri en La gran comilona o No tocar a la mujer blanca, Patrice Leconte en Cómicos en apuros o La maté porque era mia, René Clair en Todo el oro del mundo ,Louis Malle en Zazie en el metro o Claude Chabrol en Máscaras, Ettore Scola en La familia, e incluso Alfred Hitchcock en Topaz.... Prácticamente toda la plana mayor de los directores franceses.
Probablemente sus personajes mas recordados sean los de el proyector de Cinema Paraiso (sin él la película habría sido otra cosa, y las sábanas de lágrimas habrían sido menos) o el Pablo Neruda de El cartero y Pablo Neruda, pero no se han de olvidar el delirio gastronómico de La gran comilona, entre muchas otras.
Durante un breve periodo de tiempo, coqueteó con Hollywood, e interpretó La noche de los generales, Topaz ,o Lady L, pero no tardaría en volver al cine de sus orígenes, mas intimista y cercano, pero sin descartar algún que otro proyecto comercial de calidad como En guardia!, El retorno de los tres mosqueteros.
Espero que este breve repaso por su carrera sirva para descubrir a este gran actor.
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LA FAMILIA CORLEONE BIEN, GRACIAS




Sin duda es la trilogía de las trilogías, ni Star Wars, ni El señor de los anillos, ni mucho menos Matrix; ninguna puede compararse con la maestría de la saga de El padrino.
A partir de una novela de Mario Puzo, Coppola nos presentó al mundo de la mafia como nunca nos lo habían mostrado: son unos criminales, no hay duda, pero tienen un fuertísimo sentido de lo que es la familia y lo que eso implica: puedes matar, robar, violar... lo que sea, siempre y cuando no traiciones a los tuyos. Los vemos en todo tipo de celebraciones familiares, como bodas –por ejemplo-, donde muestran todo su lado mas amable y cariñoso; pero entre plato y plato, se puede estar organizando un ataque, como si tal cosa. Se mezcla Rocco y sus hermanos con Hampa dorada, ahí es nada.
Hablemos, uno a uno, de los hombres de la casa (ya que en este tipo de familia a las mujeres se les permite hacer muy poca cosa –pelín machistas, oiga-)
Vito Corleone (Marlon Brando/ Robert de Niro -lógico-): el patriarca y quien formó todo el imperio, consiguiendo realizar una particular versión de el sueño americano, de inconfundible voz tan susurrante como amenazadora, ideal para hablar al oído del enemigo.
Sonny Corleone (James Caan): el hijo mayor; un perfecto matón, de carácter violento y mujeriego, lo que hará que sea el primero en caer.
Fredo Corleone (John Cazale): el de carácter más debil; irá a Habana donde creerá haber triunfado... pero algo falla.
Michael Corleone (Al Pacino): el hijo pequeño, y el orgullo de papá; héroe de guerra que iba para abogado.
En la primera parte vemos como Michael se ha mantenido siempre aislado de los negocios de su familia, reniega de ellos, y en realidad su padre espera que consiga salir de ese mundo que conoce, pero cuando haya una guerra de bandas y disparen a Vito, quien demostrará tener capacidad de mando es Michael, ya que tiene la sangre fría y la inteligencia de que carecen sus hermanos. En una mítica escena, Michael besa la mano de su padre, aceptándole como padrino y éste no puede evitar una lágrima; no era ese el destino que esperaba para su hijo, pero comprende que es inevitable.
En la segunda parte, se nos cuenta la historia desde dos puntos de vista distintos. Por un lado, la juventud de Vito, su huida de Italia a consecuencia de la camorra, su llegada a Nueva York, tras su obligatoria parada en la isla de Ellis, donde se confundirán y le podrán como apellido el de el lugar de su procedencia, Corleone; y su entrada y ascensión en el mundo de las bandas. Por otro lado, el éxito en los negocios familiares de Michael, tanto en Cuba como en Las Vegas; sus problemas matrimoniales, y el descubrimiento de un traidor, quien menos esperaba, que le obligará a dar el “beso de la muerte” a alguien muy cercano a él.
En la tercera, Michael ya es mayor, quiere dejar los negocios, blanquearlos, y retirarse como un honrado ciudadano, pero no se lo permitirán, y se encontrará con su rival más difícil: la Iglesia (con la Iglesia hemos topado, Sancho). Las referencias al escándalo del Banco Ambrosiano y a la muerte de Juan Pablo I son muy claras. Michael arrastra muchos pecados, pero el que más le atormenta es la muerte de su hermano Fredo. Sus hijos no quieren saber nada de los negocios familiares, y será un hijo ilegítimo de Sonny, tan violento y despiadado como su padre, quien le suceda (los bastardos siempre tuvieron mucha importancia en las obras isabelinas) . Es la mas shakespeariana de las tres, con la tremenda soledad de un hombre que en todo momento está rodeado de gente, pero en el momento de morir, está solo. Como le dice a su ex-mujer “ Yo quería manteneros apartados de todo este horror” a lo que ella le responde “Tu te convertiste en nuestro horror”.
Reparto insuperable e irrepetible, soberbia banda sonora de Nino Rota llena de nostálgia, cuidadísima fotografía y ambientación...Ver esta saga es una oferta que no podemos rechazar.
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EL JUGADOR INDEPENDIENTE


El lunes falleció Robert Altman (un 20-N, mala fecha para compartir), uno de los cineastas americanos de mirada más personal de las últimas tres décadas. Empeñado en mantenerse al margen de modas, dimes y diretes, se pasó a Hollywood y sus convenciones por el forro de sus camisas-safari e hizo siempre lo que le pedía el cuerpo. Nos ofreció una carrera irregular y guadianística, renació más de una vez de sus cenizas y consiguió ser el vocativo principal de toda película coral que se precie, gracias a su manejo de los personajes, su interés por el segundo plano y a “Vidas cruzadas”, su particular mirada al universo de Raymond Carver que fue, posiblemente, su hito crítico. Se acunó en el mundo de la televisión, del que ha mantenido hasta el final algunos tics formales (por ejemplo, el uso del zoom), y consiguió el respeto recaudatorio de la industria con “M.A.S.H.”. Sin embargo, él siguió a lo suyo, y empezaron los dientes de sierra de su carrera: de “Nahsville” a “Popeye”, de “Tres en un diván” a “Prêt-à-Porter”, de “Kansas City” a “Gosford Park”. Pero quizás el mayor resurgimiento-avefénix de todos lo consiguió con “El juego de Hollywood”, con la que consiguió el reconocimiento formal del mundillo a pesar del descarnado ataque frontal que significaba el film. Personalmente, es la película de Altman que más me ha impactado. Qué mejor homenaje, pues, que reseñarla al estilo de nuestro humilde blog. Dale, marcbranches, que se te enfría el café.

“El juego de Hollywood” comienza con una claqueta que da inicio a la película. Parece un detalle intrascendente, pero no es así. Forma parte del juego que nos propone Robert Altman en este film de cine dentro de cine, y nunca mejor dicho. El director de Kansas va a utilizar nombres y personajes reales (la versión americana del amiguetismo santisegurista) para barnizar de credibilidad su sátira. La primera escena, un largo plano-secuencia que explicita el homenaje a “Sed de mal” y a su escena inicial, se pasea por el exterior de una productora de Hollywood recogiendo los tejemanejes y braimstormings (Dios, parezco un comercial de El Corte Inglés) de productores, directores de casting y demás delincuentes del mundillo. Vemos a uno de los guionistas de “El graduado” proponer una segunda parte (Altman era, además, un visionario: tan solo leer la sinopsis de “Dicen por ahí...” te lleva a esta estupenda y vitriólica escena), o a Alan Rudolph vender su proyecto como “Memorias de África” + “Pretty Woman” (aaaarrrgggghhhh); a la pregunta “¿Cuál es el argumento?” la respuesta es “Quiero a Bruce Willis”. Eso es Hollywood. El señor Altman, con la precisión y la mala baba del más sátiro cirujano, desmenuza sin piedad la superficialidad y el desinterés de la industria cinematográfica más poderosa, la reduce a un simple juego de influencias y cifras (el aforismo “vales lo que vale tu última película” nunca se reveló tan crudamente como aquí: los filmes se valoran, literalmente, en números) y la somete a los caprichos mediocres de sus jugadores (“The player” es el título original, más cínico y sutil que el español): los ejecutivos. Gente que quiere que se les expliquen los proyectos en 25 palabras o menos (uséase, lo tengo crudo con esta gente, teniendo en cuenta el kilometraje de mis post-día-sin-pan), y que afirman que “los mejores negocios se consiguen en Alcohólicos Anónimos” (pregunten por Mel Gibson). En uno de ellos se centra la trama, un ejecutivo de éxito llamado Griffin Mills (como de costumbre, excelente Tim Robbins) al que la presión empieza a agobiar desde varios ámbitos: su puesto parece peligrar, debido a la contratación de un nuevo tiburón, Larry Levy (Peter Gallagher); y parece que un guionista al que había rechazado hace algún tiempo le envía postales amenazantes. De un encontronazo con él (¿seguro que es él?), lo acaba matando, y dándose a sí mismo un motivo más para llenar una botella de sudor frío. Alrededor de este mcguffin Altman va soltando sus flechas de ácido (no es bórico, señor Zaplana, que le veo venir) hacia todo lo que se mueve. Y sin carcaj.

Lo mejor que se puede decir de la película es que no hay concesiones. Casi todos los personajes de la narración son fríos, metódicos, no expresan emociones, no se permiten debilidades (aunque Griffin está a punto de admitir el crimen mientras se pasa por la piedra a... la “afligida” viuda del guionista. Mira que ha tenido día para confesarlo y vaya momento elige...). Sólo hay dos que se salen de ese esquema: el guionista susodicho, David Kahane (el tarado de Vincent D’Onofrio), un tipo amargado, enervado e irritante; y Bonnie (Cynthia Stevenson), la ayudante-amante de Griffin, la única que muestra algo similar a un principio moral. Por supuesto, no tiene ni una oportunidad de salir bien parada. Un falso final feliz nos deja en la butaca con una mueca de asombro al comprobar que hemos asistido, desde la primera claqueta, al triunfo definitivo de Griffin Mills. Que, en definitiva, es el de la desalmada industria hollywoodiense.

Sin embargo, con Robert Altman no pudieron, a pesar de negarle a tito Oscar repetidamente hasta darle el de consolac... digo, el Honorífico el año pasado. Las cosas de Hollywood. Adiós, sr. Altman. Por fortuna, aún nos quedan sus películas.
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TRANQUILO, ESTO ES INNISFREE




Bienvenidos a Innisfree, un lugar donde el tiempo no existe, donde el tren se para tranquilamente en la estación para que el maquinista pueda hablar de pesca, donde en la taberna no para de circular la cerveza, mientras la gente canta (¿“Oh, Danny boy “? por supuesto), donde el verde de los campos es tan intenso como el rojo del cabello de sus mujeres... todo eso, y mucho mas, es Innisfree, un auténtico paraíso. Hasta los sacerdotes católicos y protestantes se echan una mano mutuamente, de lo que se debería tomar buena nota en la actualidad
Si había algo que John Ford amara mas que al western y a Monumental Valley, es Irlanda, y en El hombre tranquilo nos la muestra de una manera nostálgica e idealizada: es la Irlanda de sus sueños.
También el propio protagonista, Sean Thorton, está bajo los efectos de la “morriña”; huye de la ciudad al pueblo de su infancia, intentando recuperar con ello la inocencia perdida, atormentado por los recuerdos.
Como es habitual en Ford, los secundarios son insuperables. Barry Fitzgerald, como borrachín burlón, que ya tiene enseñado a su caballo como ir solo a la taberna, o Victor McLaglen, el grandullón con sus amenazas de “te pondré en mi libro”, pasando por el maquinista del tren... absolutamente todos son maravillosamente retratados con un enorme cariño, por muy pocas líneas de diálogo que tengan..
Maureen O’Hara está estupenda en su papel de Mary Kate Danaher, irlandesa temperamental, cabezota y supersticiosa. John Wayne ... es John Wayne, aunque consigue estar mas expresivo que en otras ocasiones. El primer beso de ellos dos es una de las escenas mas hermosas de la historia del cine, parodiada por Spielberg en ET.
Otra cuestión mas discutible es el de la visión que tiene Ford de la camaradería masculina: según el es imposible que dos hombres sean amigos si antes no se han sacudido a base de palizas y emborrachado juntos, y hay algo de “maravilloso, viril y liberador” en las peleas. No estoy de acuerdo, aunque como no soy hombre tampoco puedo saber si es verdad o no (de acuerdo, soy rara), pero aún así se ha de reconocer que en esta película son realmente divertidas, así como sobre todo ver la reacción de todo el pueblo ante ellas (como la anciana que coge un palo y echa a correr detrás de John Wayne, que parece que va a defender a Maureen, pero lo que hace es entregárselo a él). En estos tiempos John Wayne no se habría librado de una denuncia como maltratador por haber arrastrado a Maureen en plan cavernícola, pero a la vista de lo satisfecha que se va ella al final diciendo “voy a preparar la comida “ y la mirada de orgullo que echa a la gente del pueblo, como dijeron en La edad de la inocencia “No hay nada mas difícil que emancipar a una persona que no sabe que no es libre”.
Si se prescinde de todo esto, y se considera la película como una celebración de la vida, de el saber disfrutar las pequeñas cosas como el tomar una cerveza con los amigos, cantar una canción o contemplar un maravilloso paisaje, aunque esté lluvioso, nos encontramos con una de las películas mas deliciosas que ha habido, usando las palabras del gran Barry Fitzgerald: “homérica, impetuosa”.
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BLAIR SALVE A LA REINA


Una de las reflexiones que más se han reiterado entre las opiniones y críticas de “The Queen”, el último y muy estimable film de Stephen Frears, es la que afirma con rotundidad que en España no se podría hacer una película así. Es cierto; y no sólo por la censura tácita que respecto a la Familia Real española hay entre medios de comunicación y mundillo cultural de este país (que la hay, y escandalosa: no hay güitos ni de hacerle un guiñol al Rey, o al Príncipe, o a Leti) (y lo tienen, el guiñol, vaya si lo tienen). La percepción de la monarquía en España y en el Reino Unido son muy distintas, casi diría que antagónicas. Allá arriba se cuestionan mucho menos la institución monárquica y mucho más a los actuales moradores de Buckingham Palace; aquí viene a ser la situación inversa (España está plena de “republicanos juancarlistas”), aparte de que probablemente el momento más trascendente en el que se ha visto involucrado alguien de la Familia Real (aparte de la cantidad de veces que Juan Carlos I, con su moto, se ha parado a ayudar a alguien tirado en la carretera...) fue el golpe de estado-que-se-sienten-coño, donde el papel del Rey fue unánimemente considerado clave para su fracaso. Con todo esto, lo quería decir es que quizás la reflexión inicial (en la que yo me sumergí también al acabar de ver el film) es, posiblemente, algo injusta. Dicholocual, hablemos de cine, que no me gustan los pantanos.

“The Queen”. El arriesgadísimo triple salto mortal y sin red que se casca Stephen Frears para mostrarnos con su particular prisma uno de los momentos más trascendentes de la historia contemporánea británica, ni que fuera sólo por su alcance popular y por la zozobra que vivió su institución más representativa. Tony Blair es elegido Primer Ministro con los recelos de la Familia Real debido a su proyecto modernizador de las instituciones; pocos días después, Diana Spencer fallece en París (no hay como estamparse bien con un automóvil para pasar a ser una leyenda, ¿verdad, Jimmy Dean?) , y la reacción popular desborda a los Windsor, que, retirados a su residencia veraniega de Balmoral y aprisionados por su educación victoriana, son incapaces de comprender y reaccionar al momento que están viviendo. Las gestiones de Tony Blair, quien ve aumentada su popularidad drásticamente al saber interpretar el dolor de la gente (“Diana fue la princesa del pueblo”), para hacer despertar de su letargo a la Reina, chocan con las barreras protocolarias que la protegen... de la realidad. La película, hay que decirlo ya, es excelente de principio a fin, y Frears sale muchísimo más que airoso de este proyecto-ruleta rusa. Consigue un producto para todos los públicos (incluidas marujas. Que sí, señora, que esos eran Tom Cruise y Nicole Kidman... cállese ya, que no me deja oir la película...), cargado de verismo, sentido del humor y equilibrio, y al que lo único que le falta es lo que en ningún caso necesita: maniqueísmo. El director de Leicester rehúye el sendero más sencillo, el de asaetar a Isabel II (más o menos lo que hubiera hecho Ken Loach con semejante material), y reparte andanadas (de fogueo, eso sí) por toda Gran Bretaña. Además, resuelve de manera admirable el marronazo de mostrar el accidente de Lady Di, intercalando la ficción con imágenes reales de la ex-princesa de manera elegante. Aunque Tony Blair (un competente Michael Sheen) fue el gran triunfador del momento, y así se nos presenta en el filme, también se expone un dirigente algo torpe e impresionable a veces, en particular delante de la Reina. Igualmente destacables son los retratos del resto de personajes: una impagable Cherie Blair (Helen McCrory), hirientemente republicana; un pusilánime Príncipe Carlos (Alex Jennings), tan digno como a rebufo de su madre; una Reina Madre (Sylvia Syms) que aporta uno de los instantes humorísticos más celebrados, al saber que su protocolo de entierro va a ser mimetizado para el de Diana; y el Duque de Edimburgo (James Cronwell), quizás el que sale peor parado por su inmovilismo y, por qué no decirlo, cierta crueldad.

He dejado para el final a la Reina Isabel II. El recital interpretativo de Helen Mirren es de tal calibre que cuesta encontrar adjetivos en el diccionario de sinónimos (no, yo no uso de eso, me basta con mi vasto vocabulario) (ejem). Independientemente del parecido físico, su actuación es un verdadero alarde de recursos. Es el alfa y el omega, el ying y el yang de la película, y su capacidad para entender el personaje y modularlo (a pesar de su republicanismo confesado) la hace acreedora de cualquier premio que se le cruce por delante (sí, hablo de tito Oscar. Que hay que explicároslo todo). La arrogancia del principio, amarrada a sus convicciones tradicionales; el desconcierto ante los titulares de la prensa y las reacciones populares; y la dignidad mostrada en la parte final, cediendo (a regañadientes) a la voluntad plebeya de mostrar su (fingido) dolor en público y confesando a Blair, en un nimio momento de debilidad, el esfuerzo que significa para ella remontar su educación victoriana y más de cuarenta años de rutina monárquica. Eso sí, el té de las cinco que no falte...
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NO HABLES CON EXTRAÑOS




A requerimiento de mi compañero Marcbranches, (al fin y al cabo sale mas barato que subirle el sueldo), bajo en la siguiente parada de el largo recorrido del tren cinéfilo, que arrancó en Breve encuentro, siguió con Antes de..., y ahora se detiene, como no podía ser de otra manera, en Extraños en un tren.
La película empieza con la cámara siguiendo unos pies que van por una estación, y se cruzan con otros; hasta llegar a un tren, donde tropiezan. Por fin vemos a los propietarios de los zapatos, han coincidido en un vagón y empiezan a hablar para pasar el rato, ya que el trayecto es largo. Después de tomar unas copas empiezan a sincerarse y fanfarronear sobre lo distinta y mejor que sería su vida si desapareciera de ella una persona. Uno es un tenista famoso, Guy, casado con su novia de toda la vida, pero ahora enamorado de la hija de un hombre poderoso. El otro es un niño rico, Bruno, caprichoso y consentido, que odia a su padre. De repente a éste último se le ocurre lo que sería el crimen perfecto: si cada uno matara quien estorba al otro, al no haber motivo, no habría manera de que los descubrieran. Bromean con la idea, están llegando a su destino y se despiden. El problema es cuando, al cabo de unos días, el tenista se entere que han matado a su mujer (un personaje perfectamente retratado en su vulgaridad y monotonía), y venga el desconocido reclamando que cumpla su parte del trato.
A partir de la novela de Patricia Highsmith, Hitchcock consigue escenas realmente memorables, como ese partido de tenis en el que todo el mundo va siguiendo la pelota con la cabeza... a excepción de Bruno, que observa a Guy; la tensión que se produce por el encendedor de Guy, que olvida en el tren en el primer encuentro (el subconsciente, tan traidor como siempre...), el asesinato de la mujer de Guy reflejado en las gafas que han caido al suelo...
Guy (Farley Granger) es un arribista, que ha usado el deporte para ascender socialmente y ahora que ha encontrado a una chica que le puede hacer entrar definitivamente en el mundo que desea; le estorba su mujer, pero en el fondo es un cobarde. De hecho, ni el ni su novia consiguen despertarnos muchas simpatias. Hitch quería otros actores.
Bruno (Robert Walker) es otra cosa; es un psicópata con complejo de Edipo que tiene una cierta fijación sexual con el cuello de las mujeres y se divierte pinchando los globos a los niños. No tiene moral ninguna, y resulta tremendamente atractivo. Uno de los mejores villanos de Hitchock.
Cuando haya acabado todo, Guy habrá solucionado todos sus problemas y por fin estará en condiciones de obtener la posición que desea: con dinero, casado un mujer guapa pero aburrida y cargada de dinero.... en realidad debería darle las gracias al pobre Bruno.
La sirena del tren nos avisa que de nuevo se pone en marcha ; las vias se seguirán cruzando y separando ¿donde nos llevarán esta vez?
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SI LEWIS CARROLL LEVANTARA LA CABEZA...


Bienvenidos a la (pen)última marcianada de Terry Gilliam. Una particular y lisérgica versión de “Alicia en el país de las maravillas” en el que el ex-Monty Python vuelve a posicionarse al lado de los marginados y les empuja a inventar un mundo nuevo en el que refugiarse (¿he oído algo de “fauno”...?). Recibió el Premio FIPRESCI en San Sebastián, aunque hubo varias deserciones en su proyección (es que no aguantan nada estos críticos de hoy en día). Sale Jeff Bridges, argumento suficiente para ver cualquier película: este sabe lo que hace. ¡Ah! La película es del 2005. La estrenarán en España en el 2007, un mes de estos. País.

Antes de que se me olvide: en este enlace encontraréis cierta anécdota sufrida por los amigos de la web Noche de cine, en la que queda claro que la cinefilia de Movistar es más que discutible...
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DECONSTRUYENDO EL RICK'S CAFÉ


¿Y si “Casablanca” no fuera un mito? ¿Y si, por lo que fuese, no hubiera disfrutado el éxito que tuvo en su momento? ¿Y si no formara parte de la imaginería clásica del cine y, por consiguiente (váyase señor González, que esto va de cine), no hubiera sido nominada, por ejemplo, segunda mejor película de todos los tiempos por el prestigioso (supongo) American Film Institute? ¿Y si, en consecuencia, fuese una de esas películas olvidadas que de vez en cuando nos ofrece La 2 de madrugada? ¿Cambiaría eso el criterio con el cual la juzgaríamos?

“Casablanca”, película de Michael Curtiz rodada en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial (y no es un dato baladí), se inicia con primer plano de una enorme bola del mundo que, junto a la narración afectada y a la maqueta de avioneta (ojo-pareado) que simula aterrizar, más que en el de Casablanca, en el aeropuerto de Pacotilla (provincia de Cartonpiedra), conforman un entrañable homenaje de Curtiz a Ed Wood. El segundo aspecto que queda meridianamente claro es que “Casablanca” no está rodada en Casablanca... El presupuesto del film es unas tallas más estrecho de lo que requiere el mismo, y se nota. Además, asistimos a una urbe marroquí realmente cosmopolita, en la que todo Dios habla inglés a pesar de ser todavía una colonia francesa (como las de Coco Chanel); y en la que asistimos a toda una premonición, a prueba de incrédulos, sobre la gran rivalidad del Campeonato del Mundo de Fórmula 1 de 64 años después: coinciden en la narración... ¡el capitán Renault y el usurero Ferrari! (tenía que soltar el chiste o reviento... es que es increíble...). Antes de que Alice la Directrice me destierre, me centro ya en la película propiamente dicha. Hay que decir, por si no lo sabía alguien, que el rodaje fue muy complicado, y que el guión pasó por varias manos; esto último se nota bastante. Al principio del film se nos presenta un Rick Blaine (por supuesto, Jamfri, tan “histriónico” como siempre) que sale a sarcasmo-tipoduro por minuto, cerca de la parodia de sí mismo. Dos ejemplos desternillantes:

-Ugarte: “Me desprecias, ¿verdad?”
-Rick: “Lo haría si pensara en ti alguna vez”.

-Yvonne: “¿Te veré esta noche?”
-Rick: “No hago planes con tanta antelación”.

Sin embargo, luego la historia va cambiando de tonos, al igual que los personajes principales, debido a los continuos cambios de guión y guionista que iban acaeciendo (hasta tal punto que Ingrid Bergman le preguntaba a Michael Curtiz cada dos por tres de quién estaba enamorada su personaje, Ilsa. ¿La respuesta de Curtiz?: “No lo sé. De momento, actúe”). De cualquier manera, la primera mitad del filme se dedica a contar, en el tiempo casi real de una noche, el nudo del melodrama. A una Casablanca plena de refugiados por la guerra que tratan de reunir el dinero suficiente para un visado que les lleve a Lisboa, y de allí a América (sin papeles en Marruecos, el mundo al revés), llega Victor Lazslo (Paul Henreid), un activista checoslovaco, acompañado de su mujer Ilsa (Ingrid-B, cuya mejor aportación al personaje son sus ojos acuosos). Van a parar al café de Rick, un americano huido de París al ser tomada por los alemanes, y que trata de olvidar un desengaño amoroso... que, por supuesto, no fue sino la propia Ilsa... Esa historia sentimental es simbolizada por la ya inmortal canción “As time goes by”, que suena en el film unas chorrocientas veces (y que, seamos sinceros, a la tercera ya agota bastante... Cállate ya, Sam). Supongo que a estas alturas todo el mundo sabe que en “Casablanca” nunca se pronunció la frase “Play it again, Sam” (como tampoco se dijo “Rafa, no me jodas” en aquel Zaragoza-Barça). Las leyendas son así (como el fútbol). La dirección de Michael Curtiz es correcta y competente (como su carrera), pero con algún momento particularmente chirriante, como es el de la guerra de himnos entre los oficiales alemanes y la población francófila que frecuenta el café (victoria de La Marsellesa por goleada), escena que da la sensación de ser una concesión propagandista más que otra cosa, pero que roza la vergüenza ajena...

La escena final, en el aeropuerto (es un decir) de Casablanca, es ya legendaria, tanto por sus frases marca Posteridad (“siempre nos quedará París” y “creo que este es el comienzo de una etcétera”) como por la propia decisión trascendental de Rick, todo un canto al héroe-perdedor. No puedo dejar de lado el plano en el que el capitán Renault (Claude Rains, excelente) simboliza su nueva toma de postura al lanzar a la basura una botella de agua de... Vichy. En definitiva, una película lastrada por los problemas presupuestarios y de gestación, que, hoy en día y a pesar del mito, parece construida a golpe de parche y con su punto inevitablemente panfletario. Qué difícil es envejecer con dignidad.

P.D.: ¿Alguien cree que esta es mi VERDADERA opinión sobre “Casablanca”? Y si no es así, la siguiente reflexión sería: si un matao como yo puede manipular su propio criterio a la hora de juzgar una película, ¿qué no puede hacer un crítico profesional con sus juicios, crónicas y estrellitas? Exacto. La respuesta es: glups.
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BAILANDO A RITMO DE RAGTIME




Muchos recordarán Crash, Magnolia o Grand Canyon, pero sin embargo pocas veces se menciona a una película anterior a ellas, y que sin embargo tiene muchos puntos en común, que creo que aguantaría muy bien las comparaciones: Ragtime.
A partir de un retrato coral, Milos Forman nos muestra una sociedad a principios del siglo XX en Nueva York con todo tipo de problemas: de razas, clases, sexos...los personajes se irán mezclándose, al cruzarse sus historias, y cada vez que se crucen habrá cambios, no siempre para mejor.
Con un soberbio reparto, en el que nadie destaca mas que los otros y no hay estrellas, a no ser el veterano James Cagney, que aquí hizo su última aparición en la pantalla; una fotografía espléndida y una ambientación cuidadísima, que nos muestra una vez mas lo bien que se desenvuelve Forman en películas de época, como Amadeus o Valmont, vemos como los conflictos poco a poco se van radicalizando, y muchas cosas no volverán a ser igual, y es que al igual que Larry Flynt o el McMurphy de Alguien voló sobre el nido del cuco, tenemos a un personaje que se enfrenta a la sociedad; la batalla será dura, con un resultado no por previsible menos efectivo.
Un millonario dispara contra un arquitecto por celos, provocando el “juicio del siglo”, pero conseguirá ser absuelto, declarándose enfermo, aunque le saldrá caro, ya que su mujer (Elizabeth McGovern) aprovechará la situación para presentar el divorcio de manera ventajosa.
Un matrimonio descubre un bebé de color abandonado en su jardín; cuando descubran que es de una de sus criadas, el dueño de la casa no parará de ir de una sorpresa en otra: su esposa (Mary Steenburgen) se empeña en recogerlo, a pesar de sus consejos; y para colmo aparecerá el padre de la criatura, que no sólo lo reconoce como suyo, sino que quiere casarse con la criada, y tiene trabajo (demasiadas cosas para que pueda asimilarlas de golpe un americano medio de principios de siglo).
Con el personaje de el padre del niño abandonado (Howard E Rollins Jr.) también tendremos una historia aparte, ya que el hecho de ver a un hombre de color guapo, bien vestido y conduciendo un coche será toda una provocación para un grupo de bomberos, que se dedicarán a humillarlo y a estropear su coche. Esto provocará que él empiece una serie de atentados intentando que le den una disculpa y vuelvan a dejar su coche como estaba; lo que es una acción individual poco a poco irá teniendo mas seguidores, mas radicales.
Y finalmente tenemos a un ruso (Mandy Patinkin) que dibuja siluetas y acaba de descubrir que se mujer le engaña con otro; por lo que decidirá marcharse con su hija pequeña, y se hará director de cine.
Ya tenemos todas las historias; tan sólo necesitaremos un poco de música de fondo de ragtime para unirlas, mientras vemos bailar a una pareja o desaparecer a Houdini.
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LA VIDA ES ESPERMA Y SANGRE



Un domingo por la mañana.

Me gustan las matinales. En días festivos, te puedes acercar a algunos cines de la ciudad o de las afueras a disfrutar de una buena película, para luego degustarla junto a una pantagruélica cuchipanda dominguera. Así que me acerqué un domingo por la mañana a un cine multisala, decidido a ver una de las películas que más impacto habían causado en cualquiera de los festivales Grand Slam de los últimos años (Cannes, Venecia, etc.): “Irreversible”, del francoargentino Gaspar Noé. A pesar de la polémica suscitada (Noé recibió insultos de todo tipo después de la proyección en Cannes, e incluso el director chileno Raoul Ruiz pidió “pena de muerte” para su colega), había entrado en la cartelera española sin demasiado bombo; y, de hecho, sólo generó controversia entre el mundillo cinéfilo más enteradillo-gafapasta. Resultado: siete valientes que habían tenido la misma enfermiza idea que yo. Comienza la película a las doce, como un reloj. A los quince minutos de filme, quedamos tres en la sala. Al otro lado del pasillo en el que estoy ubicado, un señor que desprende de su oscuridad el ruidito que surge de desenvolver nerviosamente varios caramelos que, imagino, le ayudan a soportar el inicio enfermizo, mareante y nauseabundo con el que nos amartilla Noé. Después de cierta escena con un extintor, al tipo a) se le acaban los caramelos y va a por más, pero es domingo, la tienda está cerrada y por eso no vuelve; o b) el estómago y su correspondiente úlcera le dicen basta. Ya sólo quedamos dos, que conseguiremos aguantar hasta el final de la película: seguramente éramos los únicos que sabíamos a qué íbamos a enfrentarnos...

“Irreversible” es una jam session. Pergeñada en escasas semanas, y con un porcentaje elevadísimo de improvisación en la interpretación de los actores (no se ensayó nada hasta las pruebas e video del mismo día de inicio de rodaje), Vincent Cassel, Monica Bellucci y Albert Dupontel, no se puede decir que asistamos a un guión elaborado ni a un sofisticado y profundo discurso sobre cualquier aspecto trascendente de la existencia humana. La película es, básicamente, una historia de venganza, y así lo reconoció Noé en varias entrevistas posteriores. Con la particularidad de que está contada al revés, en varias set pieces rodadas en plano-secuencia (excepcional el de la escena de la violación, aunque tiene truco), para darle un sentido dramático distinto. A caballo de esta opción narrativa, Gaspar Noé aprovecha para soltar una serie de conceptos de manera tan pedante y dispersa como desahogada: el sentido reiterativo del tiempo (Noé inventa el “fundido en círculo”); la función del azar en el porvenir (una chica le dice a Alex que es mejor que cruce la calle por el túnel), aunque a la vez se reboza en la inescrutabilidad del destino (el sueño premonitorio del túnel, ese cartel del feto de “2001”)... Se ha escrito mucho sobre la violencia del film, y sobre su mensaje supuestamente reaccionario a favor del “ojo por ojo”. En mi opinión, la estructura narrativa optada desintegra ese argumento, puesto que se pretende llevarnos por otros derroteros; los de la pérdida del raciocinio ante un estallido descontrolado de dolor (y no sólo de Marcus: el que hace tortilla de cerebro de violador con el extintor es el hasta entonces ponderado Pierre, que pasa de intentar ejercer de tutor del enloquecido Marcus a hacer una especie de casting para una película de Miike), la sed de sangre ajena, la sustitución de los mecanismos de la racionalidad por el salvajismo selvático de la ley del más fuerte (el Tenia viola a Alex por el simple placer de sodomizar a una burguesa, para saciar su inferioridad de clase, ni siquiera por el placer sexual, puesto que es gay). La violencia mostrada en esta película es incómoda, angustiosa, opresiva, sin ápice de esteticismo; y el hecho de que OJO SPOILER el tipo al que machacan la cabeza NO es el violador de Alex, que sigue vivito, coleando y disfrutando de la situación FIN SPOILER acaba por desmontar la teoría de la película fascista.

El hecho de que la pareja principal también lo fuese en la vida real le otorga una gran naturalidad y credibilidad a las escenas entre ellos, en particular en la escena del retozo vespertino post-siesta de unos desnudísimos Cassel y Bellucci (mmmm), en la que poco menos que nos hacen sentir intrusos de su privacidad. Consiguen, junto con Dupontel, trazar sus personajes de manera que no queden desdibujados entre la espontaneidad a la que les obligó la falta de ensayos. Vincent Cassel compone un Marcus primario, irresponsable, adolescentoide y volcánico, que vomita sus prejuicios (insulta y veja a todo travesti, hispano, chino y homosexual que se le pone por delante) sin control en su búsqueda del Tenia (ojo al nombrecito, muy apropiado para el garito homosexual de depravación y perversión en el que acaba/comienza la acción: el “Rectum”). Monica Bellucci, aparte del ímprobo esfuerzo que supone filmar una escena tan repugnante (y larga: nueve minutos) como la de la violación, está hermosísima, en particular en las escenas de la fiesta (con un vestido ceñidísimo al cuerpo que... esto... ahora vengo). Albert Dupontel, antes de mostrarnos el uso alternativo del CO2, perfila un personaje acomplejado, algo sarcástico, obsesionado con racionalizarlo todo, enamorado de Alex aunque resignado a haberla perdido; es el ejemplo definitivo del discurso sobre la violencia que apunta Noé en esta película.

“Irreversible”, en definitiva, es la experiencia cinematográfica que más ha conseguido revolverme en una butaca. Hasta que llegó “World Trade Center”, claro; pero eso creo que ya lo conté... Por fortuna, el tiempo lo destruye todo...
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NACK NACK, PALOMA, NACK NACK




Ni La guerra de los mundos de Spielberg, ni Independence day; la mejor invasión alienígena que ha habido en la pantalla, la más divertida y la más políticamente incorrecta, es la de Burton en Mars attacks!
Como uno de sus alicientes, nunca sabemos el motivo de los marcianos para destruirnos, parece que estén jugando con nosotros, de la manera mas gamberra posible, remoldeando el monte Rushmore, jugando a los bolos con las estatuas de la Isla de Pascua, con una una mala idea increible (“No corran, hemos venido a ayudarles “);aparte de hacer de turistas , sacándose las fotos de rigor ;serán muy adelantados, pero siguen siendo tan horteras como un guiri cualquiera.
Burton no deja títere sin cabeza, se burla igual del americano medio (“Pase lo que pase no se llevarán la tele”) que de la primera dama (“ No van a comer en mi vajilla Van Buren”).También se burla de los intelectuales, como el que interpreta Pierce Brosnan, totalmente convencido de que los extraterrestres, al ser mas avanzados, son pacíficos; como castigo, quedará reducido a su mas preciada posesión: la cabeza, pudiendo prescindir de las molestias de un cuerpo:el sueño de todo gafapasta. También se burla de la paloma de la paz, que en el primer momento se convierte en una versión marciana del Kentucky Fried Chicken.
La mejor escena es la que tienen el presidente de los Estados Unidos (Jack Nicholson) con el representante de los invasores; Jack intenta convencerles de que es posible convivir juntos, e incluso pueden salir ganando. Parece que lo ha conseguido; una lágrima asoma de los ojos del embajador marciano, que le extiende la mano ; pero ésta se suelta, y acaba clavándose como una lanza en el presidente, para convertirse en una bandera marciana. Genial.
También es destacable la escena en que un travestido marciano consigue infiltrarse en la Casa Blanca, como si tal cosa (por lo visto debían de haberse enterado del asunto Lewinsky)
No serán las armas las que puedan vencer al enemigo, sino los gorgoritos, la llamada de amor india de Rosemarie resulta ser demasiado para ellos; tampoco serán los guardaespaldas los que salven al presidente, sino unos niños acostumbrados a los disparos de los videojuegos, y finalmente no habrá discurso lleno de patriotismo, tan sólo una advertencia de la abuela de uno de los protagonistas a la hija del presidente “Que no se repita, guapa”.
El reparto es alucinante: Jack Nicholson (por partida doble) , Glenn Close, Rod Steiger, Pierce Brosnan, Martin Short, Michael J Fox, Sarah Jessica Parker, Annette Bening, Danny de Vitto,y un incombustible Tom Jones cantando por infinitésima vez It’s not unusual (que por cierto, esa si que gusta a los marcianos... al final será que no tienen tal mal gusto)
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HABLAR POR HABLAR



Hoy toca sesión doble. Por el mismo precio. Y pagando lo mismo. Y, lo que es peor, servidor cobrando lo mismo. Estoy explotado. La culpa es de Carod, seguro... ¡Zapatero dimisión! Vamos pallá.

Un día tendremos (tendremos. En plural. ¿Se me oye, jefa?) que escribir un post acerca de la fuerte carga iconográfica que ha tenido el tren en la historia del cine, y todo lo que tiene a su alrededor este medio de transporte, comenzando por “Breve encuentro” o “Extraños en un tren”... pasando por, por ejemplo, “La camionera está como un tren” (existe, lo juro), o la primera de las dos películas que forman el díptico del irregular pero interesante Richard Linklater sobre el que me dispongo a desvariar acto seguido: “Antes del amanecer”. El ferrocarril que nos ocupa es un Eurorraíl en el que vemos a una pareja discutiendo en alemán. Ni nosotros (los pobres ignorantes que no hablamos el idioma de Hermann Hesse y Herta Frankel) no les entendemos, ni ellos se entienden. A causa de ello, Celine (Julie Delpy), una joven estudiante francesa, se cambia de asiento, se encuentra con Jesse (Ethan Hawke), un joven etcétera americano, y al momento salta la química entre los dos. Tal es así que al bajarse Jesse en Viena para coger un avión a Usalandia a la mañana siguiente, le pide a Celine, que va camino a París, que se baje y le acompañe hasta la salida de su vuelo. El acercamiento de ambos corazones a través de la conversación (Linklater convierte a Rohmer en un director de cine mudo; los diálogos, sin embargo, son ágiles, inteligentes y naturales como un yogurt en vaso de cristal) y de un sutilísimo lenguaje gestual y corporal (la mirada imperceptiblemente dubitativa de Celine al bajarse del tren, los amagos de caricia que le lanza tímidamente Jesse al comienzo) nos delata una auténtica pasión mutua que Linklater tiene el buen gusto de no banalizar en ningún momento con excesos de melodramatismo y blandenguería (pecados capitales de la comedia romántica de varios lustros hacia acá). Pasión que, curiosamente, se palpa en el aire a partir del primer momento de silencio que comparten (sí, el amor es saber compartir silencios), en la cabina de una tienda de discos, escuchando “Come here” de Kath Bloom. A través de diversos encuentros con personajes del underground vienés (Viena, notablemente retratada, es un personaje más del filme), y de inacabables duelos de esgrima dialéctica (esa guerra de sexos que acabará nunca), se va fraguando la insólita relación sentimental con data de caducidad entre ambos. Y no sólo eso, si no que además asistimos a un certero retrato generacional de la juventud post-adolescente del momento: son dos personajes a la búsqueda de objetivos, acomodados a su pesar (ojo a la conversación en el Prater sobre sus padres), algo soberbios y haciendo gala de una demagogia muy propia de su edad. A la mañana siguiente, una promesa de volver a verse en seis meses en la misma estación de tren en la que se despiden le proporciona un final abierto al filme, que finaliza con un nuevo y veloz recorrido por los rincones de la ciudad por dónde han cimentado su efímera relación Jesse y Celine: Viena ha sido testigo mudo de una hermosa historia de amor. Nueve años después...

Nueve años después, y ya con la decisiva participación de los dos actores (aún no lo he comentado, pero ambos están sublimes: su química, su interactividad, son extraordinarias, descomunales) en el guión, Richard Linklater ve la apuesta y la mejora con “Antes del atardecer”, en la que los dos personajes se reencuentran en París, en la presentación del un libro de Jesse... que narra los hechos acaecidos nueve años atrás, aunque disfrazados de ficción. Hay que decir que el filme, y desde luego no es casual, comienza exactamente como finaliza el primero: con un rápido periplo por los lugares que a continuación visitarán nuestros dos protagonistas... Jesse y Celine aclaran lo que pasó seis meses después de su primer encuentro (uno de ellos no fue a la cita), y después de un primer momento pelín violento, ipso facto agarran el acelerado ritmo verborreico de antaño. Fuera de la logorrea, hay algunas diferencias importantes con respecto al primer film: la historia se nos cuenta en tiempo más o menos real (y no es mucho; en hora y cuarto se despacha la película) (con eso David Lean tenía para un trailer, como mucho); y hay una cierta progresión dramática, y no sólo por el elemento de tensión que supone el hecho de que Jesse esté a punto de coger un avión hacia Nueva York mientras charlotea con Celine (hoy en día, con tanto registro a la entrada en los aeropuertos, ya lo habría perdido antes de empezar la película). Hay una evolución en el cómo se muestran el uno al otro, desde una cierta fingida felicidad al inicio (el otro no puede ser más feliz que tú), hasta un tránsito por un escepticismo muy treintañero a la hora de definir las relaciones sentimentales (tanto las propias como las ajenas), y finalizando con la explosión de sinceridad de una lúcida a la vez que neurótica y contradictoria (y con plena consciencia de ello) Celine, que arrastra a Jesse a confesar sus miserias matrimoniales y románticas. El lado oscuro de la madurez, pequeñuelos: es muy duro aprender a manejar la decepción. Una vez despojadas ambas cebollas de sus capas, Jesse descubre que no sólo él había escrito algo sobre aquella inolvidable noche vienesa... Tenía que ser un vals. Por supuesto.

Uno de los finales más arrebatadores y exquisitos que se hayan podido ver en los últimos tiempos, al son de Nina Simone, cierra este maravilloso, deslumbrante y cautivador díptico que dignificó ese género tan pervertido por “reinas de la comedia romántica” como Julia “bocabuzón” Roberts, Sandra “soy-taaaan-espontánea” Bullock o Meg “dóndestáHarry” Ryan. Donde esté una buena conversación...
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TODA CENICIENTA TIENE SU MEDIANOCHE




Es medianoche, está lloviendo, un tren llega a una estación de París, y de él desciende una mujer vestida con traje de noche, aunque sin equipaje. Intentando escapar de la lluvia, coge un taxi, pero le confesará al conductor que no tiene un céntimo, él cederá a llevarla gratis (si, habéis leído bien, increible pero cierto, ya que ese taxista es el mas bueno que ha habido hasta el Guillermo Montesinos de Mujeres al borde de un ataque de nervios) .
Así arranca Medianoche, una de las mejores comedias de la historia del cine, dirigida por uno de esos maestros injustamente olvidados como fue Mitchell Leisen, con un guión del gran Billy Wilder, que hace su propia versión del cuento de la Cenicienta, del mismo modo que en Bola de fuego lo hizo de Blancanieves y los siete enanitos , y con una de las indiscutibles reinas de la época dorada de la comedia : Claudette Colbert.
Claudette es una aventurera (no, no era una doctora Livingstone, así se llamaba a las mujeres que iban a la caza de fortuna, usando toda su munición posible de encantos), que tras haber tenido mala suerte en el casino, decide probar suerte en París, haciéndose pasar por quien no es. Pero lo sorprendente es que cuando se despierte a la mañana siguiente, estará en un lujoso hotel, con un armario lleno de ropa.... Su reacción para ver si se trata de un sueño o no, será preguntarse a si misma cuantos años tiene, a lo que se contestará que eso no le importa; prueba irrefutable de que está despierta.
Y no tardará en aparecer su hada madrina, que no canta bibbibi-bobbidi- boo, precisamente, sino que es interpretada por John Barrymore, uno de los mayores vividores que ha habido en Hollywood. Esta inesperada hada le propondrá un plan, que ella no está en condiciones de rechazar.
¿Y el príncipe azul? Pues en este caso es ni mas ni menos que el taxista, Don Ameche, que no puede olvidar a su pasajera y emprenderá toda una búsqueda para encontrarla, aunque sin zapatilla de cristal. Cuando la encuentre, decidirá entrar en su juego: todo el mundo se miente el uno al otro, haciéndose pasar por quien no es, con resultados tan hilarantes como en la secuencia en que Claudette recibe el mensaje y la llamada de su “hijo”.
Pero como en toda historia de Cenicienta, no tardará en sonar el reloj rompiendo el encanto y la carroza volverá a ser una calabaza tirada por ratones; en este caso Cenicienta tendrá que elegir entre el taxista y la vida cómoda que le ofrece Barrymore, antes de la última campanada.
Rodada con un ritmo perfecto, un guión brillante y unos actores estupendos, la película es una auténtica delicia, que no dudo en recomendar a quien no la haya visto.
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AL FINAL DE LA ODISEA, EL HORROR. EL HORROR.



Si Dante hubiera vivido en los sesenta, y le hubiese dado por ser cineasta, muy probablemente hubiera filmado algo muy similar a “Apocalypse now”. El filme bélico definitivo, el resumen de toda la maldad que puede desatar el ser humano cuando se desposee de dicha humanidad en el nombre de alguna bandera, de alguna religión o de alguna tierra. El camino cuesta abajo hacia los dominios de Satán. Metáfora que casi podríamos aplicar también al propio proceso de gestación de la película, que se alargó durante dos años y que fue inacabable fuente de problemas (tifones incluidos; por mucho menos, Terry Gilliam, una nenaza, se rajó de “Don Quixote”) y continuos conflictos presupuestarios. “Esto no es una película sobre Vietnam; esto es Vietnam”, dijo Coppola en su presentación en Cannes, y no era sólo una muestra de megalomanía; también se refería al infausto rodaje. En un principio Coppola pretendía, poco menos, que hacer una suerte de “versión en tiempo real” de la novela de Joseph ConradEl corazón de las tinieblas”: su primera idea era que durase alrededor de seis horas (lo que hubiese convertido al “Hamlet” del señor irlandés de ahí abajo en un cortometraje casero), que es lo que uno puede tardar en leerse el libro de un tirón. Buf. Los productores ya se veían vendiendo los Ferrari y cenando McBurgers para pagar la dichosa película, y Francis Ford acabó claudicando. 22 años después del estreno, el maestro de Detroit relanzó la película con casi una hora más de metraje adicional que contó con el insólito beneplácito de la crítica, muy refractaria a este tipo de experimentos. “Apocalypse now Redux”, que resulta ser por tanto la versión definitiva y que pasará a comentar su Graciosa Majestad Marcbranches, se diferencia de la original al hacer hincapié en una mayor coyunturalidad, al centrarse un poco más en el conflicto en el que está enmarcada: la guerra de Vietnam. Aydios, que sospecho que esto me va a quedar largo-Rocco Siffredi...

Desde el comienzo, Coppola nos deja patente que esta va a ser una película-LSD (el desayuno de los campeones: cereales Morrison); suena The Doors mientras vemos al capitán Willard (Martin Sheen, quizás lo más endeble de la película, no transmite) desesperarse a la espera de su próxima misión; sus superiores (uno de ellos Harrison Ford, imagino que huyendo de Jabba the Hutt) le quitan el mono asignándole un peliagudo encargo. A lo largo del film veremos a un Willard hierático, pasivo frente a todas las vicisitudes que vivirá con sus compañeros de romería fluvial, espectador antes que actor; acaso sea esa la única manera de sobrevivir con cordura al espectáculo de horrores al que va a asistir Willard de camino a su objetivo. Que no es otro que cargarse al coronel Kurtz, quien no sólo ha decidido hacer la guerra por su cuenta, escondido entre las selvas vietnamitas, sino que se ha convertido en líder espiritual de un grupo de gente, una especie de dios pagano ejecutor con más cadáveres a sus espaldas que “La Novia” al final de “Kill Bill “. El éxodo hacia el campamento de Kurtz va a ser, por obra y gracia de la genialidad de Coppola (felizmente abrazada a la majestuosidad de la fotografía de Vittorio Storaro, justificadísimo Oscar), la madre de todas las pesadillas, el infierno de Dante: señoras y señores, con ustedes, la LOCURA.

Primera estación: el coronel Kilgore (un gran Robert Duvall), con su ataque a golpe de helicóptero y con banda sonora de Wagner y su "Cabalgata de las walkirias" (en España atacamos al ritmo de el Koala; así nos va, que nunca pasamos de cuartos de final), su obsesión surfera y su famosa digresión sobre el napalm y el olor a victoria (a la que homenajea Bunbury en su tema “El club de los imposibles”). Atmósfera sucia, hirviente, cargada, el color ocre y el atosigante humo dominan la escena. Kilgore es el primer tarado de este inmenso manicomio que es el infierno de Coppola. Segunda estación: la base Hau-Phat, donde presenciamos el breve y accidentado espectáculo de las conejitas Playboy para los soldados (en España enviamos a Marta Sánchez, etcétera), quienes pierden los papeles, como no podía ser de otra manera, y obligan a recortar drásticamente la actuación. Tercera estación: la barcaza cruza un puente y se encuentran con soldados arrastrando maletas para que les lleven a casa. Willard y compañía son testigos de primera mano de cómo la desesperación, las carencias vitales y el sinsentido van despojando de la condición de seres humanos a todo el que se cruzan. También a las chicas Playboy, a las que se vuelven a encontrar en el camino y cuyos cuerpos son vendidos por dos bidones de combustible... Cuarta estación: después de la muerte de “Limpio” (un adolescente Larry Fishburne, mucho antes de ponerse a jugar con pastillas rojas y azules), el destacamento se encuentra un grupo de franceses que poseen una plantación desde hace décadas. Esta es, sin duda, la escena añadida que más aporta al original: Willard asiste impasible, mudo, deslumbrado, a las experiencias y opiniones de los recelosos y descreídos franceses, de vuelta ya de todo a golpe de perder colonias. Última estación: Kurtz.


Uno de los infinitos aciertos del film es mostrar la personalidad monstruosa y casi mitológica de Kurtz desde la ausencia. Su aparición entre sombras, la “decoración” del campamento (cadáveres colgantes, hordas de seguidores pintarrajeados, cabezas humanas, altares, idolatría pagana), y su discurso contra lo que él considera hipocresía del hombre acaba por darle el toque maestro, y, por ende, el prisma definitivo y palmario al mensaje de la película. Marlon Brando, en una contenida actuación tan sorprendente como necesaria, erige un Jor-El... digo, un coronel Kurtz que, desbordado por los horrores de la guerra que ha presenciado, se ha roto por completo (como la inmensa mayoría de personajes que han salpicado el relato), y encuentra su escapatoria en el exterminio implacable, en la metamorfosis hacia el guerrero perfecto.

“Apocalypse now”, en definitiva, es la película bélica definitiva, el mayor museo de los terrores, la pesadilla alucinógena de la que no podemos despertar. La negación del ser humano. El horror.

El horror.
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PASION POR SHAKESPEARE




De entrada diré, que a quien no le guste Shakespeare, probablemente no le guste Kenneth Branagh; pero sabiendo un poquito de cálculo de probabilidades, puede haber personas a quien no les guste Shakespeare ni Branagh, otras a quien no les guste Shakespere pero si Branagh, otras a quien les guste Shakespeare pero no Branagh y –finalmente- otras a quien les gusten los dos. Si estás en el último grupo, enhorabuena., te gustará este post, sino... bueno, tal vez otro día acertemos.
Y es que son cuatro las versiones que ha hecho Kenneth de Shakespeare: Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet y Los trabajos de amor perdidos... por no hablar de Como gustéis, a punto de estrenarse; él consiguió que se volvieran a poner de moda las versiones cinematográficas del gran autor de Strafford on Avon, acercándolas al gran público, dándoles una fuerza de la que otros que han querido imitarle carecen. Branagh ama a Shakespeare, y consigue transmitir su pasión por él; aunque tampoco hemos de olvidar que ha habido directores como Welles y Kurosawa que también han hecho magníficas versiones de sus obras.
Este director irlandés maravilló a propios y extraños con su debut, siendo muy joven: Enrique V. Por la energía de las imágenes, especialmente de las batallas, fue inevitable que le compararan con Laurence Olivier u Orson Welles, aunque creo que no se parece a ninguno de los dos; Olivier era mas académico y el genio de Welles es inimitable, pero era un comienzo realmente prometedor, con un espléndido reparto. Valía la pena seguirle la pista, y la verdad es sus versiones han sido muy buenas, incluso la mas floja de ellas, Trabajos de amor perdidos – y una de las obras menores de Shakespeare- consigue transmitirme una dulce sensación de nostalgia, especialmente a la que cantan They can’t take that away from me, y la mezcla de los versos isabelinos con las canciones de Cole Porter o Irving Berlin no queda nada forzada; el resto tienen un vigor y alegría (en el caso de Mucho ruido y pocas nueces) realmente contagiosos.
Ha sabido combinar perfectamente en sus repartos actores teatrales británicos, como Derek Jacobi o Brian Blessed, con estrellas de cine norteamericanos, como Keanu Reeves o Denzel Washington, que así conseguían añadir prestigio a su historial, y al mismo tiempo servían de reclamo para la taquilla. Chico listo.
Pero no todo el monte es Shakespeare ; Morir todavía es un divertimento de estilo, en el que juega con el suspense, las reencarnaciones, el color y el blanco y negro, con escenas realmente brillantes, como por ejemplo la del interrogatorio de un envejecido Andy Garcia . Los amigos de Peter; versión a la inglesa de Reencuentro, mezcla acertadamente risas y llantos en la proporción justa, con una soberbia banda sonora. Frankenstein, hecha a la sombra del Drácula de Coppola, de una manera mucho más clásica, se consideró un fracaso, pero tiene escenas mas que notables, como la de la creación de la criatura. En el frio y crudo invierno, rodada en blanco y negro con actores prácticamente desconocidos le sirvió como entrenamiento para su siguiente película, Hamlet, además de mostrarnos la historia desde otro lado.
Lo único que no le perdonaré es que se divorciara de Emma Thompson sin haber rodado una versión de La fierecilla domada. Me debes una, Kenny.
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ENEMIGO MÍO



Y Michael Mann se graduó Cum Laude.

Hasta la realización de “Heat”, obra maestra del cine policiaco parida por el director de Chicago en 1995, Michael Mann había sido, primero, un competente realizador y guionista de series de TV, escribiendo episodios de, pongamos por caso, “Starsky y Hutch” (serie que, a través del legendario Ford Torino rojo con raya blanca transversal, se convirtió en pionera del tuning). Más tarde se convirtió en el padre putativo de ese ICONO CULTURAL llamado “Corrupción en Miami”. A él le debemos la estética de la serie, en particular el cuadro de luces de neón y noche de luna llena en el que transforma a la ciudad de Miami; y, por descontado, y a partes iguales entre Mann, Don Johnson y el responsable de vestuario, la “moda Sonny Crockett”: todos queríamos ser él, vestir como él, ligar como él (sí, yo también tuve mi momento “Crockett”.No conseguí ninguna de las tres cosas, sobre todo la tercera...). Náuticos sin calcetines, pantalones en los que bien cabían tres piernas (abro paréntesis para que cada uno ponga aquí el chiste obsceno correspondiente), camisetas chulopo debajo de la americana y colores pastel. El gran acontecimiento de cada apertura de temporada era el nuevo corte de pelo de Don Johnson... Todo esto dejaba un poco en segundo plano las bondades de la serie, que eran muchas (casi ninguna de las cuales se manifiesta en el reciente film del mismo título; es obvio que la única finalidad de llamarse “Miami Vice” era comercial.Wsdksfcdjcdido Hollywood). Mann quiere más, y se lanza a la aventura del cine con el guión y la realización de “Manhunter”, la adaptación de la novela de Thomas HarrisRed Dragon”, en la que, como todo buen carnívoro sabe, aparece por primera vez el señor Hannibal Lecter (Lecktor en el filme, sabediosporqué). Vuelve a la tele con un par de TV-movies, y se lanza a su segundo proyecto, “El último mohicano”, que consigue un apreciable éxito. Por fin en las rieles del respeto de la industria, se toma su tiempo para escribir su gran proyecto, que incluye reunir por primera vez en un mismo plano a los dos dinosaurios: Robert De Niro y Al Pacino. O no.

“Heat” es un thriller policiaco en el que se enfrentan, por una parte, Vincent Hannah (Pacino) un teniente de policía de vuelta de todo, obsesionado con su trabajo (“He de preservar mi angustia en mi trabajo. La necesito, me mantiene alerta, lúcido, donde debo estar”), algo histriónico, intuitivo y de vida personal peliaguda (en medio de su tercer matrimonio, el cual le ha traído como bonus track una hijastra adolescente: un rompecabezas más complicado que un Sudoku de nivel alto); al otro lado del ring, Neil McCauley (De Niro), un ladrón de grandes golpes elegante, sofisticado, reservado y solitario (quizás más por obligación “laboral” que por convicción: “no tengas una relación que no puedas dejar en treinta segundos”). Los dos muestran un respeto y admiración mutuos, a pesar de encontrarse en lados opuestos de la balanza. El primero observa, persigue y hostiga al segundo al descubrir que prepara, junto con un elegido grupo de hombres de rala calaña, el atraco a un banco de prestigio de Los Angeles. Dicho así, no parece nada del otro mundo. Pero lo que hace a la película una obra indispensable no es tanto su argumento como su densidad. Densidad a la hora de estacionar la narración en el trazado de los personajes, y no sólo los principales: desde la difícil relación conyugal de Chris (Val Kilmer, algo menos rígido que de costumbre) y Charlene (Ashley Judd, excelente como siempre), a la fiel dependencia de Michael (Tom Sizemore, un grande echado a perder). Aunque, por descontado, la palma se la llevan los dos tótems, que están simplemente perfectos en sus papeles. De los problemas de Vincent ya hemos apuntado algo; Neil, por su parte, va a descubrir que aplicar su filosofía solitarista es más difícil de lo que creía, por culpa de Eady (Amy Brenneman), de la que se enamora sin remisión (y sin alardes), y a la que no descubre su verdadera ocupación hasta que no tiene más remedio, y entonces se va a ver obligado a elegir... De matrícula de honor es, desde luego, la fotografía del film, a cargo del prestigioso Dante Spinotti, colaborador habitual de Mann (ver la última escena en el aeropuerto, en el que el juego de luces que se encienden y se apagan es clave en el desenlace); y, en general, la dirección minuciosa de Michael Mann, con un manejo del Scope prodigioso, y que encuentra su cenit en la esplendorosa secuencia del atraco y posterior persecución policial, rodado a modo de confrontación bélica en plenas calles de Los Angeles, y que debería de ser de estudio obligado en toda carrera audiovisual que se precie.

Dejo para el final la curiosa polémica que se originó después del estreno de la cinta, al levantarse voces que afirmaban que, en realidad, Pacino y De Niro no habían llegado a rodar juntos la escena en la que se encuentran en el café. Mann había decidido que esa escena requería sobriedad y equidad, y la montó a golpe de plano-contraplano. Total, que cuando se le ve la cara a uno se ve el cogote del otro. A pesar de que hay muchas fotos del rodaje de esa escena, en la que aparecen los dos juntitos, las teorías de la conspiración (Mulder, por lo visto, tenía poco trabajo) siguen, hoy en día, insistiendo en que no compartieron plano.

Claro. Y a Kennedy le mató Fidel Castro. Y Elvis vive en una granja de cerdos de Colorado. Y el 11-M... esto... ¿”El Mundo” qué opina de lo de Pacino y De Niro?
 
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