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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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SONORA OSCURIDAD


No comprendo los musicales. ¿Porqué se ponen de repente a cantar y bailar?” dice Jeff. ¡Ay!, ese es el talón de Aquiles de los musicales; nadie pretende que sean realistas, lo que hacen con la música y los bailes es exteriorizar sus sentimientos, siendo probablemente el mejor ejemplo esa alegría desbordante que no hay diluvio que consiga aguarla demostrada por Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia.
Lars Von Trier, tal vez ya un poco cansado de ser tan dogmático, con Bailando en la oscuridad hizo su primera incursión en América; nunca ha ocultado lo mucho que le fascinaba el cine Hollywoodiense y aquí quiere hacer su peculiar homenaje al musical, aunque dándole una vuelta de tuerca.
Si una de las características de los musicales era su alegría e irrealidad, Bailando en la oscuridad es un dramón de los de “espero-que-sea-el-mes-blanco-porque-me-harán-falta-sábanas”, totalmente carente de glamour. Selma (Björk) es una emigrante checoslovaca que trabaja en una fábrica; es una madre soltera que no para de hacer horas extras, ya que tiene un secreto: sabiendo que se va a quedar ciega, por herencia genética (muy gracioso, Mendel), quiere a toda costa reunir el dinero suficiente para que a su hijo no le pase lo mismo que a ella; tan sólo tiene una manera de evadirse: con los musicales (“En los musicales nunca puede pasar nada malo", dice). Cuando está pasando un momento difícil los ruidos del exterior se convierten en música para ella y se siente como si fuera una Ginger Rogers o Cyd Charisse. De hecho, participa en un montaje que están haciendo de Sonrisas y lágrimas (¡argh! ¡De todos los musicales del mundo tenían que elegir precisamente “ese”?); ya lo dijo Woody, que esperaba que no existiera la reencarnación para no volverla a ver ). Pero aprovechándose de su situación le roban el dinero y no sólo eso, sino que la acusan de haberlo robado y de asesinato, con lo que la condenan a la horca.
Si habéis soltado el pañuelo, sigo. Al principio a Von Trier le gusta jugar con la cámara digital en mano, que no para de moverse, pero afortunadamente parece que poco a poco se olvida de ella y se centra cada vez mas en los sentimientos, puros y duros. Claro que a eso contribuye mucho Björk, que resulta totalmente conmovedora como Selma, dejando de lado sus extravagancias y modernidades, poniéndonos la piel de gallina en el final.
La eternamente bella Catherine Deneuve es la única amiga de Selma, David Morse es el aparentemente encantador propietario del piso donde vive, y Peter Stormare, el inolvidable asesino de Fargo es Jeff, el enamorado de Selma.
Pero seamos justos, Lars, que Peniques del cielo también explicaba una historia de un hombre que quiere escapar de la realidad a través de los musicales y acaba en la horca, fíjate-por-donde, al César lo que es del César.
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LO TUYO ES PURO TEATRO


Bueno, ya he vuelto, para desesperación de alguien-que-yo-me-sé. Y como estamos en verano, y con el calor apetecen las cosas ligeras, pues... qué menos que una escena de ese estilo. Tenemos a un director tan sesudo como Wim Wenders, a un escritor del prestigio de Sam Shepard, la música de Ry Cooder, los juntamos y conseguimos Paris, Texas. Todo muy bonito, muy introspectivo, muy lento.... vamos, muy “arte y ensayo”, para aclararnos. Pero todo cambia cuando el personaje interpretado por Harry Dean Stanton entra en un local de peep show, y después de haberse pasado prácticamente toda la película sin hablar, habla. Y lo hace estupendamente. Es como si estuviéramos en otra película distinta y toda la escena puede verse como una pequeña obra de teatro, y teatro del bueno. Dos personas que se hablan sin verse, a través de un cristal; una historia de amor tan grande que resultaba totalmente destructiva, emociones contenidas durante mucho tiempo que por fin salen a la luz aprovechando el anonimato... y por supuesto, la belleza de Nastassja. Todo un pequeño clásico del cine moderno, ideal para disfrutar mientras se toma un tinto de verano.
¡Ah! ¡Se me olvidaba! Queda revocado el nombramiento de David Hasselhoff como mascota del blog, o en todo caso debería compartir dicho nombramiento con Kenneth Branagh.

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SUPERMAN VS. EL RUBIO DE MODERN TALKING


Se acabó la tranquilidad... Alice la Directrice vuelve hoy, y mañana ya amenaza con publicar, así que apenas me queda tiempo a colgar mi última gamberrada, en este caso una nueva entrega de la sección “Ed Wood”. Y repetimos con una cuarta entrega de una franquicia superheroica (recordad “Batman & Robin") (mejor no lo hagáis): “Superman IV: en busca de la paz”. Pobre Christopher Reeve. Hagamos un poco de historia. ¿Alguien recuerda “Superman III”? Baste decir que Richard Pryor, y lo que él significa, se apoderaban del tono de la cinta. El caso es que se hacía complicado pensar en la posibilidad de rodar una cuarta parte de las andanzas del boyscout de Krypton: los Salkind estaban arruinados y de juicio en juicio, la crítica había despedazado la última entrega y muchos fans estaban indignados, y el propio Reeve no quería volver a ponerse los calzoncillos por encima del pijama. Pero Warner no quería perder la oportunidad de volver a hacer caja, y dejó la franquicia en manos de la Cannon. Hitos cinematográficos de la Cannon: “Yo soy la justicia”, “Cobra”, “La matanza de Texas 2”, “Masters del Universo”. Intérpretes estrella de la Cannon: Chuck Norris, Dolph Lundgren y Charles Bronson. Si añadimos el nombre del director, Sidney J. Furie, cuya aportación más destacada a la historia del cine ha sido la saga de “Águila de acero”, no debemos echarnos las manos a la cabeza al ver “Superman IV”, una baratija piojosa, desopilante, andrajosa y deliciosamente cutre que acabó de matar la franquicia (hasta que llegó Bryan Singer y fotocopió el primer “Superman” de Donner). Lo único decente de la película viene de la mano de Christopher Reeve, que en un intento desesperado de recuperar algo de dignidad, metió mano en el guión; la trama político-nuclear, con un Superman ingenuamente intervencionista tratando de salvar a la Humanidad de sí misma, era una idea interesante. Otra vez será... Por lo demás, el film se cae a trozos: los efectos especiales-Photoshop convierten a Troma en la Industrial Light & Magic, el guión va de simplemente malo (la primera hora) a absurdo (hay momentos en los que uno espera que salga el cartel de “Planet Terror”, ese de “Falta un rollo: disculpen las molestias”), la BSO suena como una tiza en una pizarra (aunque se recuperó el tema original de John Williams, aparcado en la tercera entrega), los actores no se creen lo que están haciendo, la fotografía es de Cinexin... Como en “Batman & Robin”, mejor nos centramos en los highlights:

- Si algo aporta “Superman IV” al personaje, es la aparición de nuevos superpoderes. El primero se descubre ya al inicio: el supermultilingüismo. Descubrimos que Superman habla ruso (y al final del film, italiano). Con tantas lenguas, Lois debe estar de contenta...
- Otro superpoder, descubierto al salvar el tren en el que viaja Lois (que descarrila debido a un ataque de tos del conductor. ¿Era un tren de Cercanías catalán?): el Pisotón Supereléctrico. Ideal para apagones en grandes urbes: ministra Álvarez, tome nota.
- Lex Luthor (Gene Hackman, cobrando el cheque), reina del travestismo. El genio del mal nos revela claramente que su verdadero ídolo es Mortadelo. Se disfraza de todo lo imaginable, aunque su culmen artístico lo encontramos al final, emulando a Pierre Nodoyuna (su sobrino Lenny, por supuesto, hace de Perro Patán).
- Hablando de Lex. Ojo al laboratorio Quimicefa en el que pergeña el origen de su Hombre Nuclear: tres tubos de ensayo envueltos en humo de colores, cuatro cajas de cerillas repintadas y siete probetas rellenas de Tang limón. Grissom, muérete de envidia.
- Superman repite con su superpoder preferido: el beso desmemorizador. La pobre Lois (Margot Kidder, con una pinta de maruja que tira de espaldas) acabará lobotomizada perdida, a este ritmo...
- ¿Por qué le llaman “La Fortaleza de la Soledad”? ¡Pero si allí está todo Cristo! ¡Y no paran de dar el turre! Y eso que están muertos: papá-El, mamá-El, los Ancianos...
- La ridícula escena de la cena a cuatro (Lois, la nueva editora, Clark y... Superman), un aborto vodevilesco que convierte a cualquier revista de Lina Morgan en una obra de Chejov.
- El Hombre Nuclear. Primo bujarrón de He-Man, es el villano más descacharrante de la historia del cine-cómic. Ya su nacimiento promete (pasa de embrión a tío-cachas en tres segundos), para luego ir sólo hacia arriba. El peinado-mullet, el traje de Geyperman, las posturas y gestos marca “Lou Ferrigno”, y, sobre todo... esa uñas... esas uñas... Sin duda, más que Hombre Nuclear, el nombre que más justicia le hubiera hecho era Manicura Man.
- Digámoslo claro: “Superman IV” pierde más aceite que un Supermiriafiori sin ITV’s. Desde el travestismo de Lex, pasando por el look reinona del Hombre Nuclear, hasta pequeños detalles como ese monitor de gimnasio de pantalón prieto (“creo que sé lo que te hace falta. Ven conmigo, Clarkie”. Por Dios...), esta es la película de cabecera de la Pantoja de Puerto Rico.
- Las peleas entre el Supes y el Rubio de Modern Talking (“Atlantis-is calling-S.O.S. for love”) son inenarrables. Nada de técnicas de lucha ancestrales, nada de armas secretas hiperpoderosas. Sus sofisticadas artes de combate están basadas en las reyertas de la Jenny contra la Vane en la parada de la pescadería del mercado: arañazos, pisotones, estirones de pelo, agarrones... Hay hasta un collejón del Supes a Manicura Man (si Jason Bourne ve esto, se hace rebanar la memoria otra vez). Más que “Superman IV”, esta película parece “Perras en el barro 2: el retorno de la Yennifer”.
- El gran superpoder de Superman, inédito en cine y cómics hasta esta gloriosa película, es el RAYO ENLADRILLADOR. Echarle un vistazo a esta escena, yo no tengo palabras para describirla. El sueño de cualquier paleta.
- El gran momento científico del film es, sin duda, aquel en el que Sydney J. Furie pone en duda las leyes de la física y permite al putón desorejado interpretado (es un decir) por Mariel Hemingway campar a sus anchas por el espacio exterior sin traje ni casco, que al fin y al cabo dan mucha calor y no me permiten marcar tipito. A las pruebas me remito again: de nuevo, ver aquí. No, si al final la capa de ozono va a ser más grande de lo que decían. Y la atmósfera.

Lógicamente, después de esto pasaron 20 años antes de que alguien volviera a atreverse con el pijamero kryptoniano... En fin. Con esta muestra de cine introspectivo de influencias claramente bergmanianas, me voy unos días de vacaciones, que ya me toca, con el retorno de la Directrice. Aprovecharé para acercarme a la Gran Muralla China, a ver si Superman recolocó los ladrillos en el orden correcto...
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DE BODA EN BODA Y ME CASO PORQUE ME TOCA


Hay un momento en “Cuatro bodas y un funeral”, el celebérrimo filme de Mike Newell, en el que el personaje principal se levanta de la cama, un sábado cualquiera, y se pregunta: “Bueno, ¿dónde es la boda hoy?” Los seres humanos somos socialmente muy previsibles, nos encantan los rituales del vecino, y no aspiramos a otra cosa que a copiarlos. A mi edad, he asistido a más bodas de las que pueda contar (sólo he faltado a la mía), y soy incapaz de separar mentalmente una de otra, convertidas todas en pequeñas obrillas de teatro de argumento más que consabido y sin apenas capacidad para la sorpresa. O sea, un guión reiterativo, unos actores discretos (por ser generosos) y un final cantado; una receta que, cinematográficamente hablando, te invitaría a ahorrar los seis euros de la entrada y gastarlos en algo más útil (por ejemplo, seis bolígrafos-linterna). Sin embargo, cuando se trata de una boda, encima, nos dejamos una pasta en el regalo... No es de extrañar que acaben con todo el mundo bordeando la línea del coma etílico: es la única manera de soportarlo. Bueno, no, hay otra manera. Ser Richard Curtis y aprovechar la circunstancia para soltar un poco de vitriolo y pergeñar, junto a Mike Newell, la película referente de los noventa si del género chico-conoce-a-chica hablamos. “Cuatro bodas y un funeral” fue un insospechado bombazo en más de un sentido: arrasó en las taquillas y en el imaginario del público, consagró a Richard Curtis (padre-paridor de las televisivas “The black adder” y “Mr. Bean”) como el gran Midas del humor británico, y descubrió a un actor que, gracias a (o por culpa de) esta película, se convirtió en un subgénero en sí mismo: la película-con-Hugh-Grant-haciendo-de-Hugh-Grant.

Con la iglesia hemos topado. Las primeras seis palabras de “Cuatro bodas y un funeral” son, en realidad, la misma: “fuck”. La cual se repite catorce veces en los primeros seis minutos, y eso no le hacía mucha gracia a muchos de los conservadores espectadores de los primeros screen tests antes del estreno del film. Por fortuna, se mantuvo este imprecador inicio que definía la carrera de Charles (tito Hugh) y Scarlett (la desaparecida Charlotte Coleman) hacia la primera de sus bodas, en la cual quedan ya enumerados los principios dogmáticos de una buena comedia: buenos diálogos, secundarios característicos y divertidos, y ese fundamental sentido del ritmo que puede hacer triunfar o fracasar una escena dependiendo del momento en el que se corte el plano. Como hemos dicho aquí muchas veces, queridos padawanes, la comedia es, en muchas ocasiones, matemática pura; valga como ejemplo la escena de los anillos de esta primera boda: Charles busca anillos “de emergencia”, los entrega al cura, plano de la asombrada cara del cura, plano de la novia, plano del novio (mientras Charles, en segundo plano, ensaya su mejor expresión de “yo no he sido”), primer plano del anillo (de aquellos que regalaban con los tigretones). Impecable de cabo a rabo. En cuanto a los secundarios, Curtis y Newell son capaces de darle a casi cualquier aparición, por anecdótica que sea, la categoría de estelar. Desde el anciano de la primera boda (“¡usted no puede ser Charles!”) hasta el plasta que ralentiza el primer encuentro de Charles con Carrie (Andie McDowell) en el albergue. Pero más allá del humor, es necesario considerar esta película en su afán documentalista-Nationalgeographic al respecto de la fauna humana, siempre desde un prisma irónico pero amable: desde los especimenes característicos de bodas/bautizos/comuniones (bailarines-pato, invitados inoportunos, niños cafre, etc.) a las amistades imperecederas, pasando por las relaciones homosexuales. El título del film, “Cuatro bodas y un funeral”, expresa a la perfección lo que cuenta, que prácticamente se reduce a esas cinco ceremonias, más el sábado “libre” del que hablábamos al inicio. Curtis no pierde tiempo en escudriñar en los personajes más allá de sus presentes: no sabemos en qué trabajan, por qué los amigos son amigos, qué tipo de relación tienen los compañeros de piso Scarlett y Charles… Pa qué. Richard Curtis va a machete, y consigue, entre risas, que te olvides de toda la información que NO tienes. En cuanto a las interpretaciones, por supuesto, la gloria se la llevó Hugh Grant, el gran especialista británico del balbuceo, que está realmente divertido; por su parte, Andie McDowell interpreta con solvencia a la utópicamente hermosa Carrie. Pero quienes se llevan la palma son varios de los secundarios de peso: pienso, en particular, en la gran Kristin Scott Thomas, el descacharrante James Fleet y el discreto pero soberbio John Hannah, que consigue encoger inesperadamente las gargantas de los espectadores mientras recita a W.H. Auden en el funeral del título. Paren los relojes, descuelguen el teléfono…


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LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS


Por fin solos... Alice la Directrice se ha marchado de vacaciones, a disfrutar de su primer viaje oficial del Imserso, y nos quedamos tú y yo solos (y nunca mejor dicho, porque esto está tan poco transitado en agosto...). Como diría Nino Bravo (o en su defecto, el Chaval de la Peca), libre-yo-soy-libre. Por fin puedo hacer lo que estaba deseando hace mucho tiempo. Todos en pie, que voy solemne: por la presente nombro a David Hasselhoff mascota oficial de La Linterna Mágica. ¿Que por qué? ¿Alguien ha visto esto? ¿O esto? Por fin puedo hacerlo, qué ganas tenía... ¿Cómo? ¿El qué? Ah, el cortometraje. Pues es una pequeña joya del cine-miniatura del cine español, “El columpio”, ganadora del Goya al mejor corto en 1992, pergeñada por Alvaro Fernández-Armero, que sienta las bases de su excepcional “Todo es mentira” (que la editen en DVD de una puñetera vez) en esta pieza de cámara en la que Coque Malla y Ariadna Gil redefinen la expresión “amor platónico” en una vulgar estación de metro. Algunas de mis relaciones han sido más cortas que esta.
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DE IRLANDA A PLUTÓN


Os presento a Patrick Braden, aunque prefiere que le llamen Gatita. Esta encantadora criatura salida del film de Neil Jordan "Desayuno en Plutón" está muy cerca de ser una especie de Alicia en el País de las Maravillas. Abandonado al nacer en Irlanda, su afición a vestirse de mujer desde pequeño le causó varios problemas en una sociedad tan católica como la irlandesa, de modo que decide escaparse e ir a Londres a encontrar a su madre biológica, dejando atrás las sotanas negras para empaparse del colorido de arco iris de los años 70: pantalones acampanados, plumas, melenas, zapatos de plataformas... no había límite.
Si hay algo que caracteriza a Patrick es su tremenda imaginación y optimismo, odia a la gente que se pone seria y prefiere ignorar la realidad; los conflictos del IRA le resbalan totalmente, ya que carecen de glamour. Dos buenas muestras de su desbordante fantasía son cuando se imagina cómo fue concebido, o el relato que le explica a la policía a la que le detienen como presunto terrorista, en la que aparece como la versión glam de James Bond. Claro que una vez han pasado los siete días de arresto policial permitido él no quiere marcharse y haría cualquier cosa para ser detenido de nuevo. Si el policía llega a ser Sonny Crockett ya le veo cumpliendo cadena perpétua.
Gatita nos va explicando su historia, dividida en capítulos; se va encontrando con personajes cada vez mas extraños: un grupo de cantantes, un mago, un hombre que trabaja vestido de muñeco en un parque infantil. Le encanta pertenecer al mundo del espectáculo (lógico, él mismo es un espectáculo) y probará suerte con mayor o menor fortuna. Si a alguien le parece raro verle vestido de Pocahontas cantando un dúo, parejas mas raras se vieron esos años.
Nada puede sorprendernos. que los pájaros hablen, como en una película de Walt Disney, que se homenajee descaradamente a la famosa escena de Paris, Texas, o que un icono setentero como Brian Ferry haga de pervertido.
Casi todo el mundo recordó una película anterior de Neil Jordan, Juego de lágrimas, y es cierto que tiene algunos puntos en común, pero también los tiene con otra película de Jordan, Contracorriente, y al mismo tiempo todas son distintas.
Hacía falta un actor capaz de aguantar todo el peso de la historia, dándole a Patrick/Patricia toda su complejidad, ingenuidad ,ternura y alegría, y no pudo haber nadie mas acertado que Cillian Murphy con sus grandes ojos azules y sus labios carnosos para hacernos creer que se le haya podido confundir con una chica.
Junto a él, actores como Liam Neeson, Brendan Gleeson o Stepthen Rea, una buena representación del irish power, por si no fuera aliciente suficiente, aunque he de reconocer que cualquier película que use el Sugar baby love de The Rubettes al principio y al final ya me tiene ganada desde el primer momento. Disculpad si tardo en contestar a vuestros comentarios, pero me voy unos días de vacaciones, aunque me voy tranquila porque dejo el blog en las manos de marcbranches (¡glups!.... esto... ¿puedo cancelar los billetes?)
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CÁRCEL DE HORMIGÓN



Spanish trilogy, episodio III: La cámara entre los suburbios

Por fin, último episodio de la trilogía patriotispánica que inicié hace unos días. Con este post abro un paréntesis de unas semanas de vacaciones que me ayudarán a desconectar, para poder retornar con renovados bríos y espíritu fresco a esta apasionante aventura cinéfilo-internauta que-nionanonanonianonanonianoni (n. del tr.: melodía padrinística de mi móvil). Un momento, que tengo una llamada, vuelvo en un plis. Hostias, la Directrice. ¿Sí? Yo bien, ¿y tú? ¿Cuándo te vas p’a Málaga? Ah, miraquébien. ¿Cómo? ¿Por qué no puedo hacer vacaciones? Pero si me lo prometiste... ya tengo los billetes a Chicago pagados, quería ver si podía pillar a los de “The Dark Knight” en pleno rodaje y sacar alguna foto furtiva de Heath Ledger con la cara pintada de blanco y sacarme unas perras y... ya... no, si yo ya entien... sí... no, ya, pero déjame hablar un mom... no, claro... si el blog es tuyo, nadie te lo discute pero es qu... ya... sí, sí... que sí, coj... no... no, malhablado no, es que... no, si problema, lo que se dice problema, no hay... sí, claro que puedo esperar a que rueden la tercera parte... es que me gustaría hacerlo antes de la jubil... ya... las jerarquías, claro... sí, no te preocupes. Por supuesto que me quedo encantado. Ahora, si no te importa, estaba escribiendo el post de mañana. Sí, sí, seguro que es precioso. Te dejo, ¿eh? Ale, nos vemos. Y espero que no te coja una insolación en la playa que te haga pasar el resto de las vacaciones en el ala de quemados del hospital más próximo, ¿eh? En absoluto, jamás te desearía eso... Hola de nuevo. Si me disculpáis un momento, voy a darme de cabezazos contra el armario empotrado y me meto en el ajo...

Barrio” fue la muestra definitiva, después de ese esplendoroso debut llamado “Familia”, de que en Fernando León de Aranoa, guionista proveniente de la televisión, había un director con un estilo reconocible (y no me refiero a su perenne look okupa) y que podía marcar una pauta. Puede que “Barrio” no sea su mejor film, pero fue su despegue: se confirmó con “Los lunes al sol”, y se dio continuidad con “Princesas” (en la que, ay, sobrevuela cierto aire de fórmula agotada). Es un fresco de temática social, costumbrista, con pincelazos de neorrealismo italiano, pero sin dejar de ser una receta propia. Unas virutas de amabilismo humorístico, un chorrito de imperceptible moralina, salpicón de desesperanza y guinda de tragedia suelen componer los platos del chef Aranoa, especialista en situar el punto de partida de sus relatos a un paso del precipicio, y luego darlo. En este caso, el precipicio es un suburbio urbano cualquiera, en el que los límites de la pobreza están redefinidos, y en el que la supervivencia entre las ruinas es el único leitmotiv. El aburrimiento veraniego, la falta de expectativas (la gran noticia del día puede ser que la mercería cierre por vacaciones), los ásperos ambientes familiares, la deambulación por los pedregosos parajes suburbanos... Todos estos lugares comunes tienen un punto de partida: la economía de guerra, derivada del paro o el sueldo mínimo interprofesional, que sólo dejan paso a la subsistencia. Y en medio de todo esto, Rai, Javi y Manu, tres chavales de quince años, amigos inseparables, compañeros de juegos y nomadismo suburbial, desamparados entre la inocencia de la recién abandonada infantilidad y los primeros picores del mundo adulto; esa enfermedad llamada adolescencia. Como no hay lugares a los que ir, ni dinero que gastar, ni chicas que cortejar, sólo da para la imaginación (el juego de “elegir coche”, la mulata de cartón) y las conversaciones estúpidas propias de la edad (la existencia de los notarios, las camareras del Caribe, “¿te dejarías meter un gol por el Rey?”), válidas, en cualquier caso, para olvidar las miserias de casa, que León de Aranoa se ocupa de mostrarnos sin excesos, pero sin escondites. La vida y la fortuna son implacables con estas gentes de barrio, y su crueldad se viste de impía ironía con la moto de agua que le cae en sorteo a Rai, para recordarle que jamás va a poder ver el mar... La película, formalmente, está más cuidada de lo que parece. El montaje es impecable, al igual que la fotografía (que incluso se luce en la escena de la Estación de los Fantasmas), y la selección musical encaja perfectamente. Aunque los críos son más bien inexpresivos, los estupendos diálogos suenan naturalísimos en sus labios; por otra parte, secundarios como Alicia Sánchez, Enrique Villén y el inolvidable Francisco Algora (apenas necesita tres escenas para dejar huella) fortifican el aspecto interpretativo del filme. El director madrileño, por otra parte, rocía de metáforas el film, la mayoría de ellas señalando al personaje de Rai: desde sus juegos con la muerte (esa falsa ruleta rusa) a sus equilibrios sobre alambres, Rai queda marcado como el mayor funambulista de los tres, y el que, en un arranque de lucidez, decide que la única manera de salir de esa cárcel de hormigón en la que está atrapado, es salir corriendo en el momento adecuado. Su destino estaba marcado: en el juego de los coches (“el próximo coche rojo que salga es el mío”), Rai había elegido el siguiente blanco. Y resultó ser una ambulancia.
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SAMURAIS DE WESTERN


Es realmente curioso la influencia que tienen ciertos géneros y su adaptación por otra gente. Alguien en principio tan lejano al western como Akira Kurosawa, pero gran admirador de John Ford, dirigió unas películas que podrían ser consideradas perfectamente como westerns, y no sólo eso, sino que fueron adaptadas de nuevo trasladándolas a su género original; así Los siete samurais se convirtió en Los siete magníficos, y Yojimbo en Por un puñado de dólares.
La historia de los precursores de los jinetes de Marboro es conocida prácticamente por todos. Un poblado está siendo asaltado continuamente por unos bandidos; hartos de esta situación sus habitantes deciden enfrentarse a ellos, pero son gente de campo, no guerreros, de modo que deciden contratar a unos profesionales, a los que tan sólo podrán dar techo y comida. Saben que pocos aceptarán una oferta tan poco tentadora, pero han de intentarlo.
La película está estructurada en tres partes muy simples y definidas: la primera es la selección de los samurais, la segunda el entrenamiento de los campesinos y la tercera el enfrentamiento final con los bandidos.
Los samurais que aceptan el reto son ronins y les mueve mas el gusto por la aventura que el dinero. Pasemos revista. Fir-mes:
- Kanbei (Takashi Shimura): El mas veterano y desencantado de todos, pero con grandes dotes de líder.
- Shichiroji (Daisuke Kato): Amigo de Kanbei, confía totalmente en él y le apoya incondicionalmente
- Kyuzo (Seiji Miyaguchi): Tan sólo está interesado en perfeccionar su dominio de la espada
- Gorobei (Yoshio Inaba): Sumamente observador, sabe intuir el peligro, como demuestra en su prueba de selección
-Heihachi (Minoru Chiaki):No tiene el dominio de las armas de sus compañeros, pero su carácter agradable y simpático hacen de él un compañero ideal para animar al grupo.
- Katusushiro (Isao Kimura): El joven inexperto y guapito deseoso de aprender y fascinado por la experiencia de sus acompañantes. Como es lógico, es el que se encargará de la parte romántica, que no sólo de katanas vive el hombre.
- Kikuchiyo (Toshiro Mifune): Aunque no le han seleccionado, se apunta al grupo “by the face”. Es tan fanfarrón como valiente, desprecia a los campesiones, pero acaba demostrando que los conoce mejor que nadie, lejos de idealizarlos como Kanbei. No se comporta como un samurai, ya que es totalmente desmesurado; la disciplina y la contención no están hechas para él.
La escena mas destacable es la de la batalla final, en la que el tiempo pasa a ser un elemento dramático mas, como es habitual en Kurosawa, ya sea la nieble, el viento, la nieve o especialmente la lluvia, como en éste caso. Los luchadores se revuelcan en el fango y resbalan, con lo que se gana en intensidad y dramatismo.
El gran Toshiro Mifune, uno de los actores favoritos de Kurosawa, compone un Kikuchiyo tan sumamente lleno de energía y divertido que no tarda en covnertirse en la atracción de todo el poblado. Con uno de los campesinos, de expresión continuamente asombrada, compone una eficaz e inesperada pareja cómica.
Pero como muy bien dice Kanbei al final de todo, los samurais son siempre los perdedores; una vez cumplida su misión, se dedicarán a vagar de nuevo sin rumbo, aunque hayan dejado amigos y compañeros en el camino. ¡Dichoso Bushido!. Los pistoleros se irán montados en sus caballos al amanecer, con dirección al horizonte, tal vez murmurando una vieja canción : “I’m a poor lonesome cowboy...” ¿ o me he equivocado de película?
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ES QUE NO PUEDO SALIR DE CASA


No hay fin de semana sin Linterna, ni siquiera en verano. El leitmotiv de la negrera mi adorada Alice la Directrice es, por lo visto, “Abierto por vacaciones”... cagüenlapiñataronaldinho... en fin. Hoy toca escena, y me he traído esta de un film menor, “The holiday”, una comedia romántica que, sin rozarle la suela de los zapatos a Hawks, Cukor o a LaCava, mantiene una dignidad insólita en el género hoy en día. De las dos historias de amor entrelazadas, la más interesante, con diferencia, es la que protagonizan Iris (mi adorada Kate Winslet) y Miles (Jack Black), este último un compositor de bandas sonoras de Hollywood. Aunque el amigo Tenacious D. está inusitadamente comedido durante casi todo el film, en esta escena se le permite soltarse las riendas y atacar las míticas B.S.O. de “Carros de fuego”, “Lo que el viento se llevó” o “El graduado”, y añadir un certero apunte sobre “Tiburón”. Sin embargo, lo mejor de la escena es el cameo con el que nos damos de bruces casi al final de la escena. Brevísimo, pero que te deja una sonrisa de oreja a oreja. D., eres un cachondo.

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LA CASA DE GRIND: UN TEQUILA DOBLE, POR FAVOR



Puesto que los hermanos Weinstein han decidido que no tenemos derecho a retar a nuestras posaderas a tres horas y pico de “Grindhouse”, porque en ese habitual ombliguismo americano tan profundamente irritante deben creer que en España no tuvimos programas dobles años ha, y a la espera del “Death proof” de tito Quentin, voy a proponer mi propio programa doble, dedicado a ese Nacho Cano de las artes cinematográficas llamado Robert Rodriguez. Su película más característica (y para mí la mejor), “Abierto hasta el amanecer”, y la última, la recién estrenada “Planet Terror”. Dos por uno, por el precio habitual. Eso sí, sin trailers ni hostias, que hay poco tiempo y he quedado.

Pero... ¿”Abierto hasta el amanecer” es de verdad, toda ella, de Robert Rodriguez? Pues yo tampoco tengo la respuesta definitiva. La sensación generalizada es que su primera mitad está sospechosamente influenciada por los tics y rasgos diferenciales de su guionista, Quentin Tarantino (incluida la típica escena del capó del coche... que también está en “Planet Terror”), y es a partir de la aparición de cierta serpiente que reconocemos al amigo Roberto. Da la impresión de ser un “Grindhouse” en sí misma, de hecho. Después de una escena inicial impactante, el relato de la huida de los sangrientos hermanos Gecko hacia un pueblo mexicano llamado El Rey (guiño a “La huida” de Peckinpah), que en un atraco a un banco se han llevado a una cajera como rehén, se aposenta en la relación hermano mayor-hermano menor de Seth (un hasta entonces poco conocido George Clooney, que desborda carisma en, quizás, una de sus mejores actuaciones), ladrón-asesino-pero-con-principios, y Richard (tito Quentin; la verdad es que da el personaje...), de profesión psicópata. Mientras, la familia formada por el pastor en crisis de fe Jacob Fuller (Harvey Keitel, tomándoselo en serio) y sus hijos Scott (Ernest Liu) y Kate (Juliette Lewis), en un viaje a ninguna parte en su caravana, tienen la desgracia de aposentarse en el motel equivocado. Los diálogos violentos y áridos, y una atmósfera malsana de road movie, a pesar de no abandonar el tono jocoso de la cinta, presiden esta parte de la película. Rodriguez se preocupa por el dibujo de sus personajes, y la química entre Clooney y Tarantino es descacharrante en ocasiones, pero siempre muy natural y creíble. Hasta que llegamos a “La Teta Enroscada”, Salma Hayek se graba a fuego en nuestras testosterónicas mentes, y la película cambia de tono. “Abierto hasta el amanecer” pasa a ser un homenaje (el primero de muuuuuchos que lleva ya el amigo Roberto) a cierto cutre-cine mexicano de luchadores que labró cierta fortuna en los sesenta/setenta, pero con vampiros, y todo se vuelve una desenfrenada carrera de extremidades cercenadas, explosiones de cerebros y hectolitros de sangre (verde, eso sí) que no tiene nada que ver con lo visto anteriormente y que, la verdad, llega a cansar un poco. Lo mejor: un Clooney arrebatadoramente carismático, y, por supuesto, Satánico Pandemonium. Lo peor: el desconcierto que produce el cambio de tono a mitad de metraje.


¿Dijimos que los hermanos Gecko se dirigían a un pueblo llamado El Rey? El héroe principal de “Planet Terror” se llama El Wray: exacto, dicho con acento de Güisconsin se pronuncia igual. Y venga homenajes y venga autocitas... Es muy complicado hacer una crítica objetiva de “Planet Terror”: es una película mal hecha a propósito. Lo cual no deja de ser una magnífica coartada para Robert Rodriguez, claro. Todos mis jóvenes padawanes sabéis ya que es un homenaje a las descerebradas películas de serie XYZ que conformaban los programas dobles de cine de barrio de los sábados en los Yuesei. Y un homenaje en toda regla: nada de ironía distanciada, nada de pose con risita sardónica. Lo de Rodriguez es rendida genuflexión. Película rayada (ver foto ídem de arriba), diálogos absurdos, personajes extremos, acción lisérgica, ese rollo de película que falta (gracias a Dios), extremidades cercenadas, explosiones de cerebros, hectolitros de sangre (¿de qué me suenan estas tres últimas?) y barrabasadas mil dominan los cien minutos de ¿película? No tiene sentido criticar la estupidez congénita de todo lo que se nos muestra (argumento, diálogos, personajes); se agradecen, eso sí, las apariciones desahogadas de secundarios como Jeff Fahey, Josh Brolin, Michael Biehn, el inevitable Michael Parks o, por supuesto, tito Bruce. Sí me gustaría señalar que, como homenaje sincero, el filme queda cojo e incompleto, rayando la falta de honestidad. El presupuesto no es pequeño y se nota en muchas escenas, y la banda sonora (del propio Rodriguez, horrorosa, por cierto) suena en impoluto estéreo en todo momento. Además, la imagen icónica de la película y de la frikistoria cinematográfica, esa Rose McGowan (dice que es actriz) con piernetralleta incorporada, se retrasa demasiado en su puesta en escena, para acabar descubriendo, con cierta desazón, que casi todo lo habíamos visto en el trailer. Es posible que el juicio crítico de una película como esta, necesariamente, haya de quedar al puro albedrío de las sensaciones de espectador. Yo no me divertí con la película, no me reí con ninguna (excepto el chiste de los créditos iniciales: aparece el nombre de las Gemelas Babysitter encima de una imagen de las... “gemelas”... de Rose McGowan. Sutil a la par que poco elegante) de las barbaridades que me escupió Rodriguez, quizás por la falta de ingenuidad de la propuesta. Lo mejor: el Josh Brolin del principio del film, con ese perenne termómetro bucal. Lo peor: los güevos (con perdón) de Tarantino, literalmente; y los de Rodriguez, metafóricamente.

P.D.: Lo próximo de Robert Rodriguez, un remake de “Barbarella”. Otro “homenaje”...
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ESPLENDOR EN EL CÓMIC



Para la gente como yo que no conoce demasiado el mundo del cómic, el nombre de Harvey Pekar seguro que nos dice muy poco.
Harvey trabaja en un hospital y su vida es de lo mas gris: divorciado, solitario, aunque con algún que otro amigo de lo mas friki –impagable ese fan de La revancha de los novatos y experto en caramelos-, con barriga cervecera y calva incipiente; aunque no ama a su nueva mujer se casa con ella porque no soporta estar solo (su primera frase al conocerla: “Deberías saber desde el principio que me hicieron la vasectomia”; la segunda: “Debería haber ordenado el piso, pero no quería darte una falsa impresión”). Es todo lo que se puede decir un antihéroe; gracias a su afición por los discos antiguos conoce a Robert Crumb, que se dedica al cómic (Dios los cría y ellos se juntan), aunque lo suyo no son los superhéroes, sino sexo, drogas y rock and roll, con personajes como Fritz the cat. Fascinado por el tratamiento adulto que le da a sus dibujos, Harvey decide convertir su propia vida en un cómic, aunque como no sabe dibujar, se limita a escribir la historia y poner unos monigotes, se los enseña a Crumb, que se muestra encantado con ellos y decide ilustrarlos. Así nació una serie de cómics llamada American splendor. Con eso no es que se haga rico, pero le da una cierta fama, hasta que hace que le inviten a programas de televisión, donde pronto se distinguió por convertirse en una especie de mosca cojonera de los presentadores , aumentando su popularidad.
Y ahora vamos a la película. ¿Qué puede tener de interesante para alguien que no conoce a Pekar? Su tratamiento, que la convierten en uno de los biopics mas originales que ha habido (a la espera de ver el resultado de I’m not there), mezclando documental con película y con trozos de cómic. Podemos llegar a tener hasta cuatro Harveys distintos: el auténtico, el interpretado por Paul Giamatti, el de los cómics y hasta (rizando el rizo) el del actor que interpreta a Pekar que es observado por el interpretado por Giamatti. ¿Os habéis perdido? Tranquilos, la cosa es mucho más sencilla de lo que parece y su montaje funciona.
Paul Giamatti está espléndido, una vez mas, demostrando que sirve igual para un roto que para un descosido, aunque donde parece que está más a gusto es haciendo de personajes normales y corrientes como éste. La identificación con el personaje es tan grande, que cuando coinciden en una escena los dos Harveys casi no se pueden diferenciar.
Hope Davis se encarga de interpretar a Joyce, la mujer de Peckar, una progre intelectualoide sin las mas mínimas ganas de trabajar, pero con un sexto sentido para psicoanalizar a cualquier persona tan sólo con una palabra: “autista” “maniático compulsivo”, formando una pareja de lo mas atípica, pero al mismo tiempo auténtica y sabiendo estar al nivel de Giamatti.
Olvidemos a los superhéroes, la vida real ya es bastante complicada como para que encima tengamos que buscarnos cual es nuestra kryptonita.
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LA MILANA SE FUE


Spanish trilogy, episodio II: El otro landismo

Segundo capítulo de la trilogía patillero-marcbranchesiana dedicada al cine español. Hoy nos lanzamos de cabeza a los años ochenta: la transición, Tejero, los socialistas, Chema el panadero, Ruiz Mateos, las razas urbanas, Naranjito, la movida, Kitt-te necesito... Una época que todos, hoy en día, reconocemos como convulsa culturalmente, abierta como nunca a nuevas sensaciones, centrifugadora de todo tipo de corrientes, ideas y experiencias provenientes de esa Europa que nos daba cien mil vueltas en casi todo, y bla-bla-bla. Bah, como si no supieseis de sobra cómo fue aquello: muchos de vosotros pertenecéis a esa generación, y habéis soportado la vergüenza de que vuestra madre enseñe a vuestras parejas esas fotos antiguas en las que aparecéis vestidos de lentejuelas, o enzarzados en trajes de color pastel, o con esos larguísimos pelos-pincho. La estética ochentera-diossssssssssssssss. Cinematográficamente hablando, no sólo hubo Almodóvar, que es el primer nombre que nos viene a la cabeza al hablar de ese período. Un nuevo estilo de comedia balbuceaba gracias a Fernando Trueba o Fernando Colomo, y directores como Armendáriz, Imanol Uribe, José Luis Cuerda o Mario Camus daban sus primeros pasos, algunos de ellos apoyándose en la interminable cosecha de la literatura hispánica: “La colmena”, “1919, crónica del alba”, “El bosque animado”... Y, por supuesto, “Los santos inocentes”.

Doy por supuesto que hacéis gala de unos mínimos niveles de culturilla-piltrafillas, así que no debería de significar (y sin embargo, significo) que “Los santos inocentes” es una novela de Miguel Delibes, cosecha 1982, que fue llevada al cine apenas un par de años después por Mario Camus. La película ha pasado a formar parte de a) casi cualquier lista de “diez mejores películas de la historia del cine patrio”, y b) el imaginario común de cualquier españolito con dos ojos, una tele y media memoria, gracias al “Milana bonita” del maravilloso Paco Rabal. Además, consiguió un hito histórico al conseguir el premio de interpretación masculina ex-aequo para Rabal y Alfredo Landa. Nécdota: un buen día, años después, Mario Camus se encontró a Dirk Bogarde (que formó parte de aquel jurado), en un restaurante, y se le acercó para agradecerle que hablara excelencias, allí donde le dejaran, de su película; la contestación del gran Bogarde fue: “Milana, bonita”. “Los santos inocentes” es un film fatalista, reseco, árido como el paisaje extremeño que lo envuelve. La historia de la familia de campesinos que, en plenos años sesenta, viven al son de los señores de un cortijo, obedientes, humillados al por mayor, sin más aspiración que servir a los señoritingos, destila una negrura y un fatalismo desazonadores, pero que son fiel reflejo de la España de la época. Una España de aldea, de cacerola y desconchado, de perros sueltos, de terratenientes y boinas; una España en la que la educación es un lujo reservado para la burguesía. El relato no da tregua, no da opción al más mínimo optimismo, y las escasas sonrisas que al espectador le dé por esbozar estarán acompañadas de un rictus de pesadumbre. Delibes, a través de los ojos de Mario Camus, nos presenta a una familia, encabezada por Paco el Bajo y Régula, enferma de servidumbre, sometida a los penares de la vida (una hija casi vegetal, que sólo da señales de vida al emitir unos horrendos chillidos; el hermano de Régula, Azarías, retrasado mental, un niño en el cuerpo de un hombre) y entregados a la resignación, aunque de maneras diferentes. Paco (Alfredo Landa, excelso; Garci demostró que era un actor por encima de su personaje de comedieta pseudoverdosa gracias a sus “Cracks”) se permite ser mínimamente soñador, optimista, y su servilismo hacia el señorito Iván (Juan Diego) se basa en su creencia (errónea) de que este le respeta: lo único que el presuntuoso pijeras aprecia de él es su talento para recogerle las piezas que caza. La resignación de Régula (la ilustre Terele Pávez) es más callada: su manera de contestar a todas las órdenes (“a mandar, Don Pedro, para eso estamos”) de la misma manera nos indica una leve ebullición de rebeldía que, en cualquier caso, se queda enquistada en su alma. Las humillaciones continuas, el desprecio por las clases bajas, la gestualidad caudillista (ojo a la escena de la entrega de limosna de la marquesa a sus “súbditos” y a su saludo en el balcón. Sólo le falta inaugurar un pantano) y el patriarcalismo indisimulado campan a sus anchas por el cortijo. Y en contraste con todo eso, el pobre Azarías (Un Paco Rabal que borda un personaje con riesgo de histrionismo), ese niño grande que se caga allá donde pasa, tiene suficiente con su pájaro, es feliz con su milana, su pequeña águila, negra como el presagio; ella es lo único que Azarías necesita porque, quizás, es la única que le necesita a él.

Del final, yermo, árido, cortante, palmario y contundente, sólo puedo decir que fue aplaudido en todos y cada uno de los festivales a los que acudió, y en buena parte de las salas comerciales. El señorito Iván dice en un determinado pasaje del filme que “todos tenemos que aceptar una jerarquía, los de abajo y los de arriba. Es ley de vida”. Pero Azarías no sabe de leyes. Sólo sabe de pájaros, de palomos, de milanas. Milana, bonita.
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A SUS PIES, CONDESA


Si Eva al desnudo empezaba con una entrega de premios, La condesa descalza comienza con un entierro; en los dos casos se va explicando el pasado de una persona a partir de los recuerdos que tienen de ella quienes la conocieron; en la primera se hablaba del mundo del teatro, en la segunda del cine, Mankiewicz estuvo mucho mas acertado con Margo y compañía, pero sin embargo ésta última tiene un extraño poder de fascinación.
Es cierto que se abusa de los diálogos; son demasiado literarios, pero son tan inteligentes como se puede esperar de Mankiewicz y comparados con los de ahora son puro caviar: "La vida, de vez en cuando, se comporta como si hubiera visto demasiadas malas películas, en las que todo encaja demasiado bien: el principio, el nudo, el fin", además es destacable su habilidad para retratar cada personaje con precisión, tan sólo con un plano.
Harry Dawes es un guionista y director ex-alcohólico, interpretado por un Bogart lejos de su papel habitual, que incluso lleva pajarita, pero que encontró un perfecto vehículo de lucimiento para su proverbial mordacidad en los diálogos de Mankiewicz, aunque mas cansado y desencantado que nunca. El descubrió a Maria Vargas, una bailarina española que se convierte de la noche a la mañana en una estrella de Hollywood, siendo por lo tanto su hada madrina (el papel soñado por Bogey).
Maria es un poco peculiar. No soporta ni a la gente enferma ni que le den órdenes, ni llevar zapatos; desde pequeña ha buscado alguien que la haga sentir segura, refugiándose en los desconocidos, pero ella es exigente; a pesar de que tiene a todos los hombres que quiere a sus pies, rechaza a los millonarios que la buscan como una posesión mas, prefiere los vagabundos de aspecto mas bien canallesco para aventuras ocasionales. Se siente como una cenicienta que aún no ha encontrado a su príncipe azul.
Ya lo decía la canción, Someday my prince will come, y Maria finalmente encuentra al conde Torlato Favrini, que es todo lo que ella buscaba; él no necesita ponerle un zapato de cristal para saber que ella es la mujer de sus sueños, y colorín colorado.... pero no. ¿Qué esconde el conde? Aunque no quiero destripar la película, digamos que la censura varió la historia.
Rossanno Brazzi, especializado en interpretar galanes maduritos europeos (ya se sabe que para los norteamericanos era lo mismo ser italiano que francés o alemán) es el conde Torlato, obsesionado con el lema de su familia, al que da un tono fatalista: "Che sara, sara", aunque afortunadamente no se parece a Doris Day.
Ava, la diosa, se merece un apartado para ella sola. Su espectacular belleza animal lució mejor que nunca (ahí está por ejemplo esa escena en la que se exhibe desafiante en bañador ante las miradas lascivas de los hombres), y con el personaje de Maria se fomentó su mito. Al igual que ella, era totalmente alérgica a que los hombres le dieran órdenes y sentía debilidad por los latinos, siguiendo sus propias normas. No era española, y su forma de bailar flamenco puede resultar un tanto peculiar, pero es enormemente sensual. ¿O acaso hay alguien que se fije en si sus pasos de baile son correctos o no?
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RAYOS-C MÁS ALLÁ DE ORIÓN, VERSIÓN 3.0



Si hoy es primer viernes de mes, toca trailer. Y aunque Alice la Directrice ya se pensaba que iba a colocar determinado teaser que ha aparecido hace poco (que no, JR, que no lo cuelgo... si total, se ve nada... y además luego nos llaman frikis) (no insistas), va a ser que no. Aunque lo que podéis ver ahí arriba no sé si situarlo en la categoría de “trailer” o, llanamente, en la de “teletienda”. Es el anticipo del megahipercospialidoso documental de tres horas que vendrá incluido en el DVD de la mítica “Blade Runner” que se anuncia para justo, justo antes de Navidad (en los Yuesei, claro. Aquí, un día de estos). Qué casualidad. De hecho, no será un DVD, será un ¡¡maletín!! (ver en este enlace) en el que encontraremos todas las versiones de la película (incluido el Final Cut, con escenas recién rodadas) (acábala de una puta vez, Ridley, por Dios), libros de fotos, el coche de Deckard en miniatura, una imagen lenticular de un fotograma del filme, el unicornio papirofléxico de Edward James Olmos, una muñeca hinchable con la cara de Rachel y hasta la jodida puerta de Tanhaüser a tamaño real. Vale, estas dos últimas no. Por unos escasos 100 y pico euritos, todo vuestro. Lo mejor del trailer, la definición del rodaje, según Harrison Ford: “It was a bitch”. Pues eso.

4

PADRES E HIJOS





“Creo que deberían quitar la palabra “compasión” del diccionario”

Londres, 5 de Octubre de 1974: Un atentado acaba con la vida de cinco personas en el pub Guidford; eso provoca el endurecimiento de las normas y que se apruebe una nueva ley antiterrorista que permite que la policía pueda tener detenidos siete días a los sospechosos, sin tener que dar ningún tipo de explicación (qué familiar me resulta todo esto). La presión mediática es muy fuerte, y muy pronto arrestan a los que serán conocidos como “los cuatro de Guidford”, que tras siete días de interrogatorios, amenazas y torturas acabarán confesando. De hecho, también habrían confesado que estuvieron implicados en el asesinato de JFK o de Abel, puestos a ello.
A partir de esta historia real, Jim Sheridan dirigió En el nombre del padre; un cineasta con una filmografía tan corta como coherente e interesante.
La primera parte nos muestra la situación de Irlanda en los años 70. Gerry Conlon es un raterillo de poca monta y cualquier acontecimiento acaba convirtiéndose en una guerra de guerrillas; se va a Londres con unos hippies, con lo que resulta ser la persona equivocada que está en el lugar inadecuado en el momento mas inoportuno. Momento histórico cuando vuelve a Irlanda con su ropa nueva (¡qué gloriosamente horteras fueron los 70!).
Gerry es arrestado, y no sólo eso, sino también su padre, tía y primos pequeños, que la familia que conspira unida, sigue unida, y desde el parvulario mejor que mejor.
Daniel Day Lewis ha dado magníficas interpretaciones cuando le ha dirigido Sheridan, y ésta es una de ellas. Su Gerry es un chico que se deja arrastrar por las circunstancias, tiene muy poca fe en si mismo y en su porvenir. Su primera reacción a la que se encuentre con su padre en la cárcel es echarle a él la culpa de todo, reprochándole su infancia. Como ya ha perdido toda su esperanza de salir libre, se junta con el grupo de colgados de la prisión; más adelante, cuando detienen a un auténtico terrorista le admira por su fuerza y el poder que consigue. Todos valen más que su padre, que se pasa el día escribiendo cartas pidiendo la revisión del caso, que no servirán para nada.
La relación padre/hijo es una de las bases de la película, hacía falta alguien que pudiera estar al nivel de Daniel para darle la réplica, y Pete Postlethwaite lo consigue perfectamente. Su Giusepe es un hombre bueno, de salud frágil pero principios muy fuertes, que no ha sabido conectar con su hijo pero no piensa en abandonarle en ningún momento. Precisamente su estancia en prisión sirve para que se conozcan mejor.
Emma Thompson es Gareth Peirce, la abogada que defiende a los Conlon en su apelación, y aunque es un papel bastante breve lo compone con total eficacia y dándole unas ligeras pinceladas de humor. Pero no será por su habilidad con las leyes que consiga liberar a Gerry, sino por una simple cuestión de suerte.
No deja de ser revelador que la película que ven los presos, en una escena muy importante, sea precisamente El padrino, y se nos muestre un trozo de la conversación entre Vito y Michael Corleone, que también tuvieron problemas de relación. ¡Qué difícil es ser padre, y qué difícil es ser hijo!
 
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