Pero por todos lados, vamos.
“Terminator 3” no es una buena película, y en condiciones normales no merecería ni una mínima mención en La Linterna, con lo remilgados y elitistas que somos nosotros (nosotros=la Directrice. Yo aquí pinto menos que Belén Esteban en la Facultad de... bueno, en cualquier Facultad). Tampoco es lo suficientemente mala como para alcanzar el egregio honor de formar parte de la mejor sección de este blog, “Ed Wood”. Pero el caso es que un día se me ocurrió que sería adecuado ir preparando la llegada de “Terminator: Salvation” en mayo con una serie de posts sobre las entregas anteriores, incluyendo la serie de televisión en curso. Sin pensar en que, precisamente, eso me llevaría a tener que hablar, por (mi propio) decreto, de “Terminator 3: La rebelión de las máquinas”.
La historia de la producción de esta película tiene casi más vericuetos narrativos que la saga en cuestión. Después de “T2”, Mario Kassar y Andrew Vajna, que habían marchado por caminos separados durante varios años, retomaron su sociedad para recomprar los derechos de la saga Terminator a las espaldas de James Cameron. Cuando fueron a ver al “rey del mundo” para tantearle sobre una tercera parte, Cameron les informó de que tenía al fuego lento un jabalí al horno que requería toda su atención, y que iba a ser que no. Así que le encargaron el guión a dos machacas, y empezaron a llamar por teléfono a los integrantes del casting de la anterior secuela. La Linterna ha accedido a las grabaciones de las conversaciones telefónicas, y, en exclusiva planetaria absoluta, nos disponemos a transcribirlas:
- Linda Hamilton: “Vuestro guión es una ******. ¿Sólo mato a 77 personas? ¡Holy ****! ¿Y me matáis a media película?¡****** nenazas! Sí, estoy deprimida por la separación, esta mañana sólo he podido hacer 8.937 flexiones. Pero eso no tiene que ver. ¡¡¡Vuestra película es una ****** ******!!!
- Edward Furlong: “Hostias, un elefante en tanga. Charlie, tienes que ver esto, pásate otro canuto. ¿Terminator qué? ¿Quién llama?”
- Arnold Schwarzenneger: “Volveré”.
Total, que entre la rotunda negativa de Cameron, la espantá de la Hamilton y los problemas de drogas de Edward Furlong, nos encontrábamos sin dos de las alma mater de las dos anteriores entregas, y una tercera (Arnie) más pendiente de su recién estrenado cargo de gobernata de California y de su chequera que de hacer un producto digno. El marrón director le acabó cayendo a Jonathan Mostow, que había dirigido un par de películas competentes, pero las perspectivas abrían demasiados interrogantes.
Las respuestas a las cuales dieron un saldo mayoritariamente negativo. Observada entre corchetes de valor absoluto, no se puede decir que “T3” sea una mala película. Está realizada con competencia, las escenas de acción son decentes (hay una pelea entre Arnie y la T-X realmente destacable) y sabiamente alejadas de la moda Matrix, no tiene grandes altibajos... Su principal tara, desde el minuto 0, es su autoasumida falta de grandeza. Como si Mostow fuera consciente de la imposibilidad de su reto, se limita a fotocopiar situaciones, esquemas y escenas clásicas de las anteriores entregas de la saga, salpicando la cinta con pequeños guiños o bromas autorreferenciales con desigual fortuna. No ayuda en nada el lastre que resulta de la absoluta falta de carisma de los personajes principales: Nick Stahl no transmite el peso de conciencia que resulta ser John Connor; Claire Danes, que de todas formas nunca ha sido santo de mi devoción, ha de asumir un papel incrustado con calzador (la futura esposa de Connor, que además, glups, tendrá incluso más peso que él en el liderazgo de la raza humana. Amos-anda); Kristanna Loken, la superdesarrollada T-X, que ni por asomo es capaz de acercarse a la inquietud y capacidad aterrorizadora que despertaba Robert Patrick; y el amigo Arnie, que a una edad en la que debería pensar en los viajes del Imserso se vuelve a enfundar la cazadora de cuero para encarnar a un T-101 más obsoleto (parece Tor Johnson al caminar) que nunca. Ni siquiera podemos contar con la celebérrima B.S.O. de Brad Fiedel, excepto en los créditos finales, habiéndonos de conformar con una mediocridad compuesta por Marco Beltrami.
Curiosamente, el anticlimático final acaba siendo lo más destacable del largometraje, puesto que sorprende al espectador y abre las puertas a una nueva perspectiva para la saga (y el ejemplo obvio se estrena en mayo). Aunque, en realidad, lo mejor del film es su corta duración, apenas una piadosa hora y media, lo que acaba por resultar un síntoma de la inutilidad de esta secuela; hasta tal punto que, años después, una serie de televisión añadiría una nueva línea temporal a la historia, saltándose a la torera “T3”. Volveré.