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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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DIARIO DE GUERRA DE SAR... DE JOHN CONNOR: DÍA TRES


Absolutamente de acuerdo con usted, señora. Este post sobra.

Pero por todos lados, vamos.

Terminator 3” no es una buena película, y en condiciones normales no merecería ni una mínima mención en La Linterna, con lo remilgados y elitistas que somos nosotros (nosotros=la Directrice. Yo aquí pinto menos que Belén Esteban en la Facultad de... bueno, en cualquier Facultad). Tampoco es lo suficientemente mala como para alcanzar el egregio honor de formar parte de la mejor sección de este blog, “Ed Wood”. Pero el caso es que un día se me ocurrió que sería adecuado ir preparando la llegada de “Terminator: Salvation” en mayo con una serie de posts sobre las entregas anteriores, incluyendo la serie de televisión en curso. Sin pensar en que, precisamente, eso me llevaría a tener que hablar, por (mi propio) decreto, de “Terminator 3: La rebelión de las máquinas”.

La historia de la producción de esta película tiene casi más vericuetos narrativos que la saga en cuestión. Después de “T2”, Mario Kassar y Andrew Vajna, que habían marchado por caminos separados durante varios años, retomaron su sociedad para recomprar los derechos de la saga Terminator a las espaldas de James Cameron. Cuando fueron a ver al “rey del mundo” para tantearle sobre una tercera parte, Cameron les informó de que tenía al fuego lento un jabalí al horno que requería toda su atención, y que iba a ser que no. Así que le encargaron el guión a dos machacas, y empezaron a llamar por teléfono a los integrantes del casting de la anterior secuela. La Linterna ha accedido a las grabaciones de las conversaciones telefónicas, y, en exclusiva planetaria absoluta, nos disponemos a transcribirlas:

- Linda Hamilton: “Vuestro guión es una ******. ¿Sólo mato a 77 personas? ¡Holy ****! ¿Y me matáis a media película?¡****** nenazas! Sí, estoy deprimida por la separación, esta mañana sólo he podido hacer 8.937 flexiones. Pero eso no tiene que ver. ¡¡¡Vuestra película es una ****** ******!!!

- Edward Furlong: “Hostias, un elefante en tanga. Charlie, tienes que ver esto, pásate otro canuto. ¿Terminator qué? ¿Quién llama?”

- Arnold Schwarzenneger: “Volveré”.

Total, que entre la rotunda negativa de Cameron, la espantá de la Hamilton y los problemas de drogas de Edward Furlong, nos encontrábamos sin dos de las alma mater de las dos anteriores entregas, y una tercera (Arnie) más pendiente de su recién estrenado cargo de gobernata de California y de su chequera que de hacer un producto digno. El marrón director le acabó cayendo a Jonathan Mostow, que había dirigido un par de películas competentes, pero las perspectivas abrían demasiados interrogantes.

Las respuestas a las cuales dieron un saldo mayoritariamente negativo. Observada entre corchetes de valor absoluto, no se puede decir que “T3” sea una mala película. Está realizada con competencia, las escenas de acción son decentes (hay una pelea entre Arnie y la T-X realmente destacable) y sabiamente alejadas de la moda Matrix, no tiene grandes altibajos... Su principal tara, desde el minuto 0, es su autoasumida falta de grandeza. Como si Mostow fuera consciente de la imposibilidad de su reto, se limita a fotocopiar situaciones, esquemas y escenas clásicas de las anteriores entregas de la saga, salpicando la cinta con pequeños guiños o bromas autorreferenciales con desigual fortuna. No ayuda en nada el lastre que resulta de la absoluta falta de carisma de los personajes principales: Nick Stahl no transmite el peso de conciencia que resulta ser John Connor; Claire Danes, que de todas formas nunca ha sido santo de mi devoción, ha de asumir un papel incrustado con calzador (la futura esposa de Connor, que además, glups, tendrá incluso más peso que él en el liderazgo de la raza humana. Amos-anda); Kristanna Loken, la superdesarrollada T-X, que ni por asomo es capaz de acercarse a la inquietud y capacidad aterrorizadora que despertaba Robert Patrick; y el amigo Arnie, que a una edad en la que debería pensar en los viajes del Imserso se vuelve a enfundar la cazadora de cuero para encarnar a un T-101 más obsoleto (parece Tor Johnson al caminar) que nunca. Ni siquiera podemos contar con la celebérrima B.S.O. de Brad Fiedel, excepto en los créditos finales, habiéndonos de conformar con una mediocridad compuesta por Marco Beltrami.

Curiosamente, el anticlimático final acaba siendo lo más destacable del largometraje, puesto que sorprende al espectador y abre las puertas a una nueva perspectiva para la saga (y el ejemplo obvio se estrena en mayo). Aunque, en realidad, lo mejor del film es su corta duración, apenas una piadosa hora y media, lo que acaba por resultar un síntoma de la inutilidad de esta secuela; hasta tal punto que, años después, una serie de televisión añadiría una nueva línea temporal a la historia, saltándose a la torera “T3”. Volveré.
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PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA




Hay estupendos ejemplos de asociación de un director de cine con un un músico, desde Hitchcock con Bernard Hermann a Burton con Elfman podríamos nombrar varios ejemplos. Uno de estos casos es el de Kenneth Branagh (¡eh, que os he oído!) y Patrick Doyle. En Enrique V tenemos una buena muestra de ello. Tras el famoso discurso del día de San Crispín, los we few, we happy few que han sobrevivido a la batalla de Agincourt nos muestran lo que queda en una guerra después de las palabras exaltadas de patriotismo: sangre, barro y cadáveres por doquier. Uno de los soldados (el propio Doyle) empieza a cantar Non nobis domine y poco a poco los demás se van uniendo a él, mientras un fastuoso travelling sigue al rey Enrique que lleva el cadáver de un niño (Christian Bale). Todo lo terrible, absurdo y (¿porqué no?) grandioso de la guerra en una escena, en la que la música se ajusta como un guante a las imágenes. Amén.
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LA LIGA DE LOS DETECTIVES EXTRAORDINARIOS


Ojo, que pongo el interruptor del nostalgitrón en posición ON: hubo un tiempo, no tan lejano, en el que las parodias cinematográficas de género las escribían dramaturgos de prestigio, las dirigían competentes artesanos, las protagonizaban actores de valía contrastada (valía contrastada: concepto global que asegura la presencia de, mínimo, un par de intérpretes británicos) y se manejaba el florete de punta afilada para manejar la sátira. Lo cual, en conjunto, albergaba un noble objetivo: evitarle al espectador la sensación de ser tratado como un idiota. Hoy en día, este tipo de filmes comparten una serie de denominadores comunes: el mismo título (“Wuxia Movie”, pongamos por caso), los mismos ¿chistes? de sal gorda, la misma falta de respeto al espectador, y una aparición estelar de la ¿actriz? Carmen Electra para que aporte sus dos valías contrastadas. Nostalgitrón OFF.

Pongámosle nombre a la diatriba marcbranchesiana. “Un cadáver a los postres”, título español absolutamente distanciado del original, por cierto, aunque, sin que sirva de precedente, con buena fortuna: “Asesinato por muerte” (“Murder by death” en el original) no hubiera captado el tono de la película, y hubiera quedado algo extraño. La pluma perpetradora del guión no es otro que Neil Simon, con lo que a ojos de cualquier observador ya queda claro que no nos vamos a tropezar con cualquier cosa; la huella del celebérrimo dramaturgo americano está presente en lo acerado y chispeante de los diálogos y en la carga satírica de la propuesta, bien acompañada por el director Robert Moore, habitual colaborador teatral de Simon.

El argumento es el siguiente: Lionel Twain (Truman Capote), un millonetis de alcurnia (provincia de Tronío) (festival del humor con Marcbranches), envía invitaciones para un fin de semana de “cena y muerte” en su mansión – a la que se entra después de tocar un timbre en el que suena un grito de mujer; para curiosos, este grito es el de Fay Wray en “King Kong”- a varios de los mejores detectives del mundo; el que resuelva el crimen que allí se promete, será reconocido como el mejor detective del mundo y recompensado con un millón de dólares. Los investigadores invitados son los siguientes, y no creo que se necesite leer el enlace para saber a qué personajes literarios caricaturizan: Jessica Marbles (Elsa Lanchester), Sidney Wang (Peter Sellers), monsieur Perrier (James Coco), Sam Diamond (Peter Falk) y los señores Dick y Dora Charleston (David Niven y Maggie Smith). Por cierto, que la intención inicial de Simon era incluir un cameo de unos émulos de Sherlock Holmes y Watson al final del film, llegando tarde a la reunión, pero, aunque la escena se llegó a rodar, problemas de derechos lo impidieron. Con este ramillete de estrellas, de la literatura de misterio y de la interpretación cinematográfica, Simon se cisca, desde la primera escena, en las convenciones, clichés y artificios comunes de este tipo de ficción. Una de ellas, la reunión de sospechosos en un lugar cerrado, un poco al estilo “Diez negritos”, lo que permite a Neil Simon y a Robert Moore un estilo teatral con el que se encuentran más a gusto, a través del cual se regodean en los tics y las convenciones de sus personajes y las situaciones que les rodean. Los burdos intentos de asesinato, los “deus ex machina” a cascoporro, la serpiente de turno en la habitación, artilugios tan imposibles como oportunos, el sempiterno mayordomo (un genial y camaleónico Alec Guiness)... Pero son los propios personajes los que menos misericordia reciben: desde ese Sidney Wang incapaz de utilizar ni artículos ni pronombres al hablar, hasta ese Sam Diamond cuya dureza misógina solo puede significar una cosa, pasando por la disfuncionalidad sexual de la pareja Charleston. Todos reciben su merecido de parte del esgrimista Simon.

Aunque es cierto que la dirección de Moore es funcional y prácticamente anónima, el largometraje no requiere otra cosa. El motor de la película está en los diálogos:

- Estoy asustada, Sam. Abrázame. - Abrázate tú misma. Estoy ocupado.
- Fue arrestado en 1932 por vender biblias pornográficas. El fiscal no pudo presentar cargos porque la iglesia no quiso devolver las biblias.
- Está cerrado desde dentro. Esto sólo puede significar una cosa. Y no sé qué es.

Pero también en algunas escenas de gran calado cómico, como el encuentro (por decir algo) entre el mayordomo ciego y la sirvienta sordomuda, una especie de “No me chilles que no te veo” abreviado y mucho más divertido. Todos los actores están estupendos, como no podía ser de otra manera; sin embargo, reconozco cierta debilidad por el Sam Diamond de Peter Falk, empeñado en imitar el acento pelín gangoso de Humphrey Bogart, con guiño a “Tener o no tener” al final de la película incluido. Final, por cierto, absolutamente disparatado y brillante, en el que Neil Simon, a través de las frases de un Truman Capote absolutamente autoparódico, despedaza los tópicos de las novelas de misterio sin miramientos, incluyendo, por supuesto, el más manoseado de todos.

El de que el asesino es el mayordomo.
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LA LEY DEL MELODRAMA



Y Almodóvar quiso ser el Billy Wilder de Fedora, o el Fassbinder de La ansiedad de Verónica Voss, o el de cualquier melodrama de Douglas Sirk… Porque con Los abrazos rotos Pedro demuestra que cada vez se va orientando más al clasicismo y al drama o melodrama, y Los abrazos rotos es melodrama puro y duro; como los de antes; como los de siempre.

Un triángulo de lo más convencional: un hombre maduro y sumamente poderoso, una hermosa chica que se convierte en su amante para ayudar a su familia (precioso el cameo de Angela Molina, que da perfectamente el pego como madre de Penélope), y un director de cine del que se enamora, al igual que él de ella, por no olvidar la mujer que le ama en silencio. Amante despechado y atormentado… como es de esperar eso no puede acabar bien.

A partir de esta historia Almodóvar construye uno de sus guiones más complejos y ambiciosos, con constantes saltos del pasado al presente, de manera que siempre nos queda por saber algo de la historia, no pudiendo encajar todas las piezas hasta el final. Pero Pedro es Pedro, y ahí están las pinceladas cómicas del rodaje de Chicas y maletas, con su sello inconfundible, para demostrarlo, ayudado de cameos de chicas Almodóvar como Rossy de Palma o Chus Lampreave, haciendo una peculiar versión de Mujeres al borde de un ataque de nervios, o las estupendas aportaciones cómicas de Carmen Machi y Lola Dueñas, aunque no acaban ahí los auto-homenajes, ya que también ha referencias a Tacones lejanos o La flor de mi secreto. Los que le acusen de narcisismo por ello no está de más que recuerden que en Trailer para los amantes de lo prohibido ya se autoreferenciaba, así que no es algo nuevo.

Dos grandes actores de sólida formación teatral y desgraciadamente muy desaprovechados por el cine como Lluís Homar y José Luís Gómez son los que interpretan a los rivales por el amor de Lena, obsesionados con ella, especialmente el segundo, sufriendo unos celos terribles que hacen que salga por peor de él, pero que al mismo tiempo es víctima de sus sentimientos; pero a la que mima en cada una de las imágenes es a Penélope Cruz, en la que parece que va a ser una asociación bien larga.

Lo realmente bonito de Los abrazos rotos es su declaración de amor al cine como medio de poder exorcizar los demonios interiores y conservar la memoria de los buenos momentos, congelados para siempre en un trozo de celuloide. Por eso, cuando Mateo deja de ser Harry Caine para volver a ser Mateo y reconstruye la película, no puede haber mejor homenaje a Lena que ese.

Seguro que los numerosos detractores tanto del director manchego como de Penélope le encontrarán defectos a la película, y aunque sigo prefiriendo La ley del deseo o ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y echo de menos la frescura y pasión de sus primeras películas, se ha de reconocer que Pedro ha conseguido un gran dominio de la técnica y que las historias secundarias estén perfectamente integradas con la principal, por lo que, por floja que sea una película suya, siempre está por encima de la media, cada estreno suyo causa expectación y nunca deja indiferente. Pocos pueden decir lo mismo.
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1984, RÍO DE JANEIRO, BRAZIL


Distopía: utopía perversa en la que la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal.

El concepto de sociedad distópica ha alimentado las ficciones literaria y cinematográfica desde tiempos inmemoriales (uséase, desde que la Directrice dejó el chupete). “La máquina del tiempo” de H.G. Wells, “1984” de Orwell, “Farenheit 451” de Bradbury han engalanado distópicamente la literatura -y el cine, a través de sus adaptaciones-; “Metrópolis” de Fritz Lang o “Mad Max” de George Miller nos han hecho reflexionar sobre las posibilidades de sociedades alternativas, políticas totalitarias, falsas democracias y tendencias apocalípticas en aquello que nos ocupa, el cine. Quizás el único que se ha enfrentado a esta noción ficticia dos veces, con perspectivas muy distintas pero igualmente desasosegantes, es el loco visionario de Terry Gilliam. De “Doce monos” ya hablamos en su momento, así que hoy nos paseamos por su primera intentona distópica, la alucinógena “Brazil”, de la que, por cierto, Gilliam reconoció que se inspiró en "1984" a pesar de NO HABERLA LEÍDO...

“Brazil” no es un film sencillo de digerir, y el tiempo no la ayuda. Hoy en día se hace difícil pensar en que permanezca incólume la capacidad hipnótica y abrasiva, a la vez, de su diseño de producción, mucho más presupuestariamente limitado de lo que pudiera parecer en una visión superficial. Lo que sí queda es la visión pesadillesca de Gilliam, el apabullante esperpento que reina a sus anchas por la película, y la óptica extraordinariamente crítica hacia el desarrollismo impenitente y deshumanizador al que se aboca el ser humano. La historia de Sam Lowry (Jonathan Pryce), un chupatintas soñador con enchufe maternal que, a causa de una mujer a la que identifica como la de sus sueños, pasa de la tediosa rutina oficinista a una aventura en camino contrario a las estructuras de poder, es lo de menos. Lo importante, en este caso, es el significante, el diseño de ese mundo paralelo en el que nos sumerge, y de qué manera, Gilliam. Su sociedad “brasileña” está llena de tuberías, maquinaria pesada, estructuras de nave industrial, bujías, chisporroteos, edificios elefantiásicos y, por encima de todo, burocracia y más burocracia. Documentos, papeles compulsados, recibos de los recibos, la sociedad gilliamiana se encuentra bajo la guillotina del papeleo funcionarial, y no encuentra más salida a ese totalitarismo que la vanidad y el escapismo superfluo; eso sí, para que el dominio sea más efectivo, nada mejor que una desconocida amenaza terrorista que justifique los desvaríos gubernamentales en nombre de la ley: Guantánamo versión Gilliam. Una burguesía absolutamente deshumanizada domina el cotarro, en la que los artistas de prestigio son los cirujanos plásticos, y en la que los niños les piden a los Reyes Magos una tarjeta de crédito. Y esto último, no sé por qué, no me parece algo tan distópico...

“Brazil” es, pues, una especie de gran tebeo de Ibáñez en el que cada viñeta necesita la escrupulosa atención del lector para descubrir todos los detalles que el autor ha desperdigado. El ex-Monty Python, en este sentido, es enfermizamente escrupuloso, y no deja puntada sin hilo: desde las oficinas masificadas de funcionarios y fotocopias (tan inservibles los unos como los otros) hasta las carreteras infestadas de vallas publicitarias, pasando por los claustrofóbicos y antiergonómicos cuartuchos de trabajo del Departamento de Recuperación de Información. Y en segundo o tercer plano, un perro con el ano convenientemente tapado con esparadrapo o un cartel de oferta de vacaciones con la leyenda “Lujo sin miedo. Diversión sin sospecha”, nimiedades que retratan a la perfección qué es esa sociedad que nos están definiendo. El pobre Sam, en su desesperada huida hacia adelante, va abriendo los ojos ante lo que no es más que la pesadilla en gran angular que se antepone a sus sueños de libertad y amor.

Por desgracia, todo este esfuerzo de delineante meticuloso y enfermizo se cobra algunas víctimas, la principal de ellas es la narrativa. “Brazil” tiene serios problemas de ritmo y de interés, puesto que a Gilliam no parece interesarle demasiado el contar una historia hilvanada. La relación de Sam con Jill (Kim Greist) no hay por donde cogerla, más teniendo en cuenta que es el detonante del “despertar” de Sam; y, en ocasiones, da la impresión de que la historia avanza a bandazos, desconectando al espectador de la historia. Las escenas oníricas recuerdan mucho a otros filmes anteriores y posteriores de Gilliam, en especial a las de “El rey pescador”; por otra parte, destacar la presencia en pequeños papeles de actores de prestigio tales como Ian Holm, Bob Hoskins o un sorprendente Robert de Niro en el curioso papel del rebelde antisistema Harry Tuttle, quien desafía al gobierno desde su peligrosísima actividad como operario independiente de aire acondicionado.

Si damos por supuesto que “Brazil” es más autobiográfica de lo que pudiera parecer un principio (la quijotesca lucha del soñador contra la opresiva realidad, en el caso de Terry Gilliam llamada Industria Cinematográfica), es evidente que la película acaba coherentemente. “Brazil”, la canción, suena ahogada en una inmensa sala de torturas, como último reducto de lo que una vez fue el sueño de alcanzar, surcando el aire, la utópica isla de Brazil. El país.
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LA SOMBRA DEL PADRE ES ALARGADA




La lista de hijísimas va creciendo día a día, algo deben tener los genes de los directores, digo yo. A Sofia Coppola y Asia Argento hay que añadir Jennifer Lynch, hija de ya-sabeis-quien. Si con Boxing Helena tuvo una pésima acogida, no puede decirse lo mismo de Surveillance. Este thriller sobre una investigación de un asesino en serie, protagonizado por Bill Pullman y Julia Ormond, ha sido muy bien valorada por su conseguida atmósfera inquietante y su humor negro, y obtuvo magníficas críticas en el festival de Sitges, consiguiendo el premio a la mejor película. Con agentes del FBI por en medio y extraños asesinatos surrealistas, no puede menos que recordar (aunque sea ligeramente) a esa magnífica serie de su papi, Twin Peaks. Una vez más, la eterna pregunta del millón ¿Cuándo podremos verla el resto de mortales?.
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LAS PROPIEDADES CURATIVAS DEL DJEMBÉ


Entre la avalancha de estrenos oscarizables de hace un par de semanas, y los ciclones “Clint” y “el prepucio azul del dr. Manhattan” por otra, parece mentira que quede espacio en la cartelera para otras cosas. Otras cosas: “The visitor”, por ejemplo. Aunque, de hecho, se podría incluir este pez chico en la primera categoría; a fin de cuentas, Richard Jenkins, su protagonista principal, estuvo nominado para la máxima categoría actoral. Sí, lo sé, no se enteró casi nadie, y estoy seguro de que el hombre tenía que enseñar la acreditación a los seguratas de la gala cada vez que se levantaba para ir al al lavabo, de puritito anónimo. Lo que no quita para que su nominación sea tan merecida como cualquier otra, y que, si se hubiese llevado el premio, no hubiese sido ningún atentado contra la justicia. Hoy, mr. Jenkins estará en su casa, descansando tranquilamente de un nuevo y eficaz trabajo de secundario reconocible-pero-no-me-acuerdo-de-su-nombre, y, quizás, esperando una nueva llamada de los hermanos Coen, con los cuales ha hecho ya varios largometrajes.

Me voy por las ramas, como mi propio apellido indica. Tom McCarthy es un señor americano pelín inquieto cuya carrera, básicamente, es interpretativa, según se desprende de su ficha Imdb. Afirmación que, en cierto sentido, es tan falsa como una moneda de π euros. π = Pi, para los que no hayan entendido el chiste, de los cuales un 101.23%, seguramente, serán de letras (sí, estoy hoy pelín surrealista. Acabo de tragarme “Twin Peaks” enterita en apenas dos semanas: lo raro es que no le haya puesto un fondo de cortinas rojas al blog). Digo que dicha afirmación es relativamente falsa porque, aunque es cierto que tiene algunas participaciones en películas de cierto prestigio (“Syriana”, “Buenas noches, buena suerte”, “Banderas de nuestros padres”, “El gurú del sexo”) (no, esta no) y de corte mayoritariamente político, lo que realmente le está llevando a un status de cierta enjundia –crítica, por lo menos– es su trayectoria cinematográfica. Trayectoria compuesta por nada menos que dos películas. Sí, sí, pero qué dos películas, mai friend.

En su momento comentamos en La Linterna “The station agent”, la ópera prima de McCarthy, una delicia de naturalidad narrativa y sensibilidad completamente alejada del foco cocodrilagrimero (tres minipuntos para el que pronuncie a la primera y del tirón “foco cocodrilagrimero”) que significaba promesa de cosas bonitas. “The visitor” continúa por el mismo camino, algo más amargo, algo más político, pero desde una misma base y similares virtudes. Aparentemente, los personajes principales de ambas películas tienen varios puntos en común: tipos solitarios, ensimismados, pelín ceñudos, educados pero distantes, desnudos de joie de vivre; una circunstancia extraña les pone en contacto con gentes de calado muy diverso, con las que alcanzan ese maravilloso éxtasis humano que es el enriquecerse mutuamente (no me refiero a eso. Puercos). En el caso que nos ocupa hoy, Walter Vale (Jenkins) es un profesor viudo que se encuentra en su semiabandonado piso de New York (a donde se ha trasladado durante unos días por trabajo) a una pareja de inmigrantes, el sirio Tarek (Haaz Sleiman) y la senegalesa Zainab (Danai Jekesai Gurira). Superada la convención social del rechazo de inicio, acepta que vivan temporalmente en la casa mientras encuentran otro lugar. Pero, ah amigo, Tarek toca el djembé (un tambor africano) junto a unos amigos en un local, y Walter se enamora del ritmo álgido y libre que desprende el instrumento. Tarek le enseña a tocarlo, construyéndose una hermosa relación de amistad que se trunca cuando, vayapordioshombre, unos tipos le piden los papeles en el metro. Tarek al trullo, y mamá de Tarek a escena: Mouna (Hiam Abbass) llega para estar cerca de su hijo, y encender una nueva luz en la vida de Walter...

Como diría Acebes, hay dos líneas de investigación en esta película: una principal, que es el profesor Vale y su circunstancia; y una accesoria, de cariz político-social, que es la situación de cierta inmigración en los Yuesei. Por esta última McCarthy pasa un poco de refilón, pero sin dejarse contundencia por el camino; la burocracia legislativa americana engulle a Tarek y a sus acólitos, a través de unos centros de detención que, y reconozco que desconocía este dato, son privados, lo cual facilita las deportaciones fugaces a través de limbos legales. Se agradece sobremanera que el director evite cualquier sensacionalismo de baja ralea tipo maltratos/vejaciones/violencias varias hacia el bueno de Tarek. Pero en esta película lo fundamental es la evolución de Walter, su aprendizaje, su resurrección como persona, a través de los ritmos y peculiaridades de una cultura ajena. En ese sentido, el triunfo de Richard Jenkins es total, y su capacidad de transmitir, tanto la mortecina alma del inicio, como la regurgitada energía del final, a golpe de miradas y gestos, mucho más allá de las palabras. Su trabajo es sensacional, acompañado, eso sí, por la calidez de Sleiman y, en particular, la estoica dignidad de la magnífica Hiam Abbas. El ritmo del film, por otra parte, y tal como ocurría con el anterior filme de este director, fluye con una asombrosa naturalidad, sin divagaciones ni fútiles pretensiones que sólo empañarían el conjunto.

“The visitor”, pues, cuyo título puede referirse tanto a Tarek como a Walter, confirma las expectativas que McCarthy había despertado, y nos devuelve a un cine de honestidad máxima que, a veces, entre tanto abalorio y alharaca de alfombra roja, se nos olvida que existe entre los fondos de las carteleras. Sigue tocando el djembé, Walter, y vive la vida.
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LA INTELIGENCIA DEL TONTO



Tocaba, por alusiones, ya que hablar de Roma implicaba necesariamente mencionar su ilustre predecesora: Yo, Claudio. Vamos allá.

La novela de Robert Graves, Yo, Claudio, así como su continuación, Claudio, el dios, y su esposa Mesalina, fueron todo un éxito editorial, que se adelantó a la moda de las novelas históricas. Alexander Korda, en su empeño de producir películas que fueran capaces de competir con las superproducciones hollywoodienses, quiso llevarla a la pantalla, dirigida por Josef Von Sternberg, y protagonizada por Charles Laugthon como Claudio, Merle Oberon como Mesalina, Flora Robson como Livia y Emlyn Williams como Calígula. Empezó el rodaje, y a la que llevaban un cierto tiempo se canceló, debido a diferencias de criterio, siendo el accidente de Merle Oberon la excusa final. Todo ello dio lugar a un interesantísimo documental, llamado The epic that never was, que os recomiendo.

El proyecto siguió de mano en mano, y finalmente de nuevo fue otra compañía británica la que se hizo cargo del asunto: la BBC, eligiendo el formato más acertado para ello, el de una serie televisiva, ya que era imposible reducir el contenido de los dos libros, y fue un acierto total, que prácticamente empezó la era dorada de las series inglesas. Adelantándose a culebrones tipo Dallas, ofrecía los mismos ingredientes: ambición y sexo, aunque con mucha más calidad y el pretexto de un argumento hístórico (pero lo suficientemente lejano como para que nadie pudiera molestarse y demandarlos, que tontos no eran).

La serie nos explica uno de los periodos históricos más interesantes que hay: el del imperio romano desde Augusto hasta Claudio, y nadie mejor que una buena selección de actores teatrales para interpretarlos; la verdad es que la selección fue magnífica.

Vemos como un bonachón y campechano Augusto (muy distinto del que nos muestra Roma) gobierna, ignorante en la mayoría de los casos de las conspiraciones que se traman a su alrededor. Su mujer, Livia (Sian Phillips) es de una frialdad y crueldad extraordinarias, capaz de cualquier cosa para que su hijo ocupe el trono. Existen los que encajan en el prototipo de héroes: Germánico, Druso, Póstumo, guapos e idealistas, pero todos ellos morirán pronto, debido a las maquinaciones que les rodean. Sin embargo un cojo tartamudo de quien todo el mundo se burla y toman por tonto es quien los sobrevive a todos y acaba reinando.

De entre todo el reparto, tres actuaciones destacan poderosamente, componiendo un extraordinario trío de ases: la de Sian Phillips, la de John Hurt y la de Derek Jacobi.

La Livia de Sian Phillips es espléndida; aunque sabe que su hijo Tiberio no merece todo lo que hace por él no por eso se arrepiente de ello; y a pesar de no pensar como su marido, es la única muerte que lamenta, ya que en el fondo le amaba. Es una mujer inteligente, fría y calculadora. Los que babeaban con Angela Channing deberían descubrirse ante ella.

A diferencia de la envenenadora Livia, a quien tan sólo mueve la ambición, Calígula es un auténtico monstruo, capaz de cualquier perversidad tan sólo por divertirse (inolvidable su inconfundible manera de decir “tio Claudio”).

La interpretación de Derek Jacobi como Claudio es sencillamente espectacular. Otros se habrían quedado con lo superficial: el tartamudeo, la cojera, sus tics (que hace servir de una manera genial)… pero él da una auténtica profundidad humana al personaje. Sabe que para sobrevivir debe fingir y acentuar sus limitaciones, y demuestra tener una gran habilidad para manejar a Calígula, a base de halagos. Aguanta el peso del personaje desde su juventud a la vejez, con una caracterización que en su momento fue sensacional, aunque ahora ya haya podido ser superada.

Una serie por la que no pasa el tiempo, un espléndido entretenimiento y una magnífica lección de historia ¿se puede pedir más?
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TODO LO QUE DEBERÍAS SABER SOBRE LAS MUJERES BONITAS


¿Qué leches ha pasado con Scott Rosenberg? En su momento, y tras el éxito crítico de sus dos primeros guiones para cine, “Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto” y, especialmente, “Beautiful girls”, daba la impresión de que la sensibilidad generacional y el inopinado dominio del diálogo de este joven escritor iban a dispararle hacia una carrera provechosa y de prestigio. Y va el tipo y escribe “Con Air”, de la que apenas se puede salvar alguna línea ingeniosa en boca de Steve Buscemi. “Alta fidelidad” parecía que volvía a llevarle por buen camino, pero Nicolas Cage volvió a cruzarse en su camino para llevárselo, esta ve, definitivamente por delante con la horrenda “60 segundos”. Resultado: en 2003, Scott Rosenberg tuvo el mayestático honor de guionizar “Canguro Jack”. El hombre se ha exorcizado, como otros muchos, en la televisión. Una prueba fehaciente del buen hacer de Rosenberg a la hora de dialogar es este speech desenfrenado de Rosie O'Donnell a unos asombrados y apabullados Matt Dillon y Timothy Hutton. Tetas operadas en las que se pueden colgar chaquetones + falta de compromiso masculino = raza humana kaput. Rosie dixit.

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NEGRO PASADO



Como ya hace mucho tiempo (¿un mes? ¿dos?) que no hablo de cine negro, hagamos caso a sus satánicas majestades y vamos a paint it black, en esta ocasión, con uno de los títulos más románticos del género: Retorno al pasado.

Un hombre Jeff Bailey (Robert Mitchum) lleva una tranquila vida en un pequeño pueblo, dirigiendo una gasolinera, y es el novio de una de las chicas del lugar, Ann (Virginia Huston), pero tiene fama de misterioso y la gente recela de él. Como el pasado –al igual que el cartero- siempre llaman dos veces, un antiguo conocido suyo le reconoce al pasar por allí y le dice que vaya a ver a una persona que le estaba buscando, Whit (Kirk Douglas).

Antes de hacerlo, Jeff decide explicar a su novia toda la verdad, y mediante un flash back descubrimos que había sido un detective contratado por un gangster (Whit), para encontrar a una mujer que le disparó y se llevó su dinero, Cathie (Jane Greer). Cuando la encuentra en Méjico se enamora perdidamente de ella y huyen juntos, hasta que al ser descubiertos por un vasallo de Whit, ella lo mata y huye.

Volvemos al presente, Whit y Jeff se han reunido y el primero le ofrece un encargo que a Jeff le huele a trampa, pero no puede rechazar, ya que sabe que está en deuda con él.

Como en todo cine negro, hay un total predominio de las sombras, hasta en las escenas de Méjico, que transcurren en la mayoría por la noche.

Ese impresionante armario ropero que fue Robert Mitchum, perfecto para ese tipo de papeles, paseó su aparente impasibilidad con esa mezcla de dureza y chulería tan propios del género. (“Yo tampoco quiero morir, nena; pero si he de hacerlo voy a morir el último”). Jeff quiere llevar una vida respetable, pero se encuentra con el rechazo de sus vecinos y un pasado que no deja de perseguirle. Por cierto que Mitchum ha tenido dos de las muertes en coche más románticas del cine negro: la de esta película y la de Angel face (háztelo mirar, Mitch, seguro que no pasas la renovación del carnet de conducir).

Jane Greer tiene la belleza y el aire de inocencia necesarios para el personaje. Toda una arpía con cara de ángel, que miente más que habla y capaz de cualquier cosa con tal de salir con la suya. Una femme fatale con todas las de la ley, que curiosamente no suele figurar en las galerías del género

Curiosamente, casi todos los personajes de la película son movidos por el amor, de una u otra manera: Jeff debatiéndose entre Cathie y Ann, Whit más preocupado por recuperar a Cathie que por su dinero o porque le haya disparado, el chico del pueblo enamorado desde siempre de Ann, el contable que ha caido en las redes de su secretaria… para todos ellos es siempre el punto vulnerable, del que alguien acabará aprovechándose, y haciendo que hagan cosas que no habrían hecho de otra manera.

Se hizo un remake con un interesante reparto: Jeff Bridges, James Woods y Rachel Ward, que además contó con la presencia de Jane Greer, como homenaje al original, y de Richard Widmark, pero por supuesto no llegó a tener ese aire de fatalismo y romanticismo.
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EXCESO DE EQUIPAJE


Y, de repente, Quentin decidió que haría su película de madurez a los 34 años, y sería la tercera.

Rewind. Los efectos colaterales de “Reservoir Dogs”, en su momento, fueron limitados. A posteriori se ha mitificado la película, pero en el momento de su estreno, aunque su pegada en el mundillo fue considerable, Quentin Tarantino formaba parte de un saco llamado “nuevo cine independiente americano” del que formaban parte gentes como Richard Linklater, Hal Hartley, Alexandre Rockwell, Gregg Araki, Tom DiCillo, Allison Anders o Robert Rodriguez. El K.O. técnico llegó con “Pulp Fiction”, la revolución del género negro, el nuevo enfant terrible americano, blablabla. Qué voy a decir que no sepáis. Así que todo el jodido y cinéfilo mundo estaba devorándose el uñero a la espera de lo próximo de tito Quentin. Y aquí es donde encaja la frase de arranque del post. Tarantino se puso a leer a Elmore Leonard, y después de mucha autodeliberación (unos cuatro añitos)y muchas tardes de hamaca en Malibú con Lawrence Bender, se decidió por adaptar “Rum Punch”, a su manera, claro. Pero quizás no a la manera que esperábamos.

Vista, hoy en día, la carrera de Tarantino en perspectiva, parece claro que este hombre necesita saciar su cinefagia formateando subgénero tras subgénero absorbido durante su juventud. El cine negro, el de artes marciales, las persecuciones automovilísticas, el cine bélico... supongo que después de “Pulp Fiction” le entró el cosquilleo del blaxploitation, así que le cambió la raza a la protagonista de “Rum Punch”, le puso música de los Delfonics y tiró de la indiscutible reina del subgénero negro, Pam Grier, más olvidada y abandonada incluso que John Travolta, para darle el protagonismo absoluto de “Jackie Brown”. Hordas de cinéfilos que aún desconocían el significado dela palabra “pre-crítica” se arrojaron a las pantallas de cine, esperando una ensaladilla (negra) de tiros, chikkkas, calles pintadas de color hemoglobina y Samuel L. Jackson. Y el pirado de Michael Keaton. Y otro posible renacimiento milagroso llamado Robert Forster. Y, leches, el fucking Robert De Niro. Y el caso es que la película empieza, después de unos engañosos créditos, con un monólogo de un Sam Jackson con pintas de shogun (pero todo cristo se apuntó a las gorras Kangol) sobre venta de armas, mientras Bobby le mira entre engatusado y mortalmente aburrido; el dejá vu a las anteriores películas de Tarantino es inesquivable. Si no fuera por.

Cuarto párrafo y sigo preambulando: marcbranches, trata de arrancarlo-pordios. “Jackie Brown” es lo que menos podía esperarse en aquel momento de Tarantino. El diseño de situaciones y personajes es acompasado, parsimonioso, equilibrado; el electrocardiograma de la película no presenta apenas dientes de sierra, la escasa sangre derramada no salpica ni avasalla, los personajes no divagan (a pesar de lo mucho que hablan) ni se rebozan en su excentricidad – con la afortunadísima excepción del Ordell de Jackson -, todo fluye con la serenidad de una playa por la noche. El verborreico director americano huye en “Jackie Brown” de lo fácil, y no sólo inicia su idilio con los protagonistas femeninos, sino que da un paso de riesgo más y trata de adentrarse en las inquietudes de la edad madura a través de dos personajes entrañables y extraordinariamente bosquejados, la superviviente azafata de vuelo Jackie Brown y el perspicaz y pelín hastiado agente de fianzas Max Cherry, a los que Quentin trata con un cariño hasta entonces inédito en su filmografía. La compleja trama a tres bandas trazada a través del plan de Jackie, con la ley tirando de ella por un lado y el desalmado y carismático Ordell por el otro, se va deslizando sobre la pantalla de cine con la minuciosidad y gusto por los detalles de un delineante, dándole espacio y oxígeno a los secundarios de Michael Keaton, Michael Bowen, Robert De Niro o Bridget Fonda; aún así, da la impresión de que Bobby queda bastante desaprovechado en este film. Además, Tarantino hace uso de una riquísima paleta de colores (cortesía de Guillermo Navarro), convirtiendo a “Jackie Brown” en su película, desde un punto de vista estético, más almodovariana.

Todo esto no significa que no haya ciertas señas de identidad comunes a las anteriores películas del director. La escena clave del centro comercial está narrada desde tres puntos de vista distintos, descubriendo sus ramificaciones como si fueran capas de cebolla. Las escasas secuencias de violencia explícita son secas, directas y sin contemplaciones, aunque quizás la mejor de ellas sea la primera, la eliminación de Beaumont (un Chris Tucker casi tan plasta como el de las “Horas Punta”), imprescindiblemente larga, puesto que a través de ella nos transmite el modus operandi de Ordell, su serenidad y falta de escrúpulos, y, de paso, lo que le espera a Jackie. Sin embargo, esto no fue suficiente para superar el deconcierto con el que muchos fans recibieron a “Jackie Brown”, mientras la crítica, aunque de nuevo reclinada, tendía a abusar de la expresión “film menor”, y aún hoy. De film menor nada: “Jackie Brown” es una extraordinaria película que, por desgracia, ha quedado como una rareza en la todavía corta filmografía de su director, y que debería de ser el camino a seguir para que tito Quentin pase de ser un brillante fagocitador de subgéneros, a un autor con mayúsculas, uno de esos que escriben la historia del cine con su propia letra.
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TOCATA Y FUGA DE POLANKSI



Desde siempre el mundo del cine ha estado ligada a la crónica de sucesos, de tal manera que le ha dado una imagen de Hollywood-Babilonia de la que nunca se ha podido desprender, desde el caso de Fatty Arbuckle, pasando por la detención de Hugh Grant hasta... hasta el infinito y más alla.

Uno de los casos más sonados fue el de Roman Polanski, ya que no sólo ocupó las portadas de los periódicos debido al terrible asesinato de su mujer a manos del clan Manson (conmovedoras escenas con él destrozado), sino también debido a su detención por el abuso de una meno, Samantha Gaileyr. Roman Polanski: wanted and desired, es un documental de la HBO, que examina todo el proceso. No habrá sido difícil reunir la documentación, debido a la gran cantidad de grabaciones y publicaciones sobre el caso, que por supuesto se van intercalando, pero además cuenta con entrevistas con el abogado defensor y el fiscal que llevaron el caso, así como a la víctima, y más gente que tuvo alguna relación con los hechos.

Como dice uno de los intervinientes, el jucio fue lo más parecido a un espectáculo; un circo de tres pistas: el abogado defensor, Chad Hummel en la número uno, en la dos el fiscal, un joven que tenía la pinta de Robert Redford, y según las malas lenguas fue elegido porque era el único de la oficina del fiscal que no había tenido relaciones con menores, ambos con una reputación intachable, y en la tres el juez, un hombre con un tremendo afan de protagonismo y ganas de dirigirlo todo a su manera (seguro que le habría gustado al PP), en parte influido por un fiscal –no el que llevaba el caso - y sus comentarios tipo “no podemos dejar que ese enano polaco siga riéndose de nosotros y abusando de nuestras hijas”. En medio de ellos, una prensa ávida de noticias morbosas... ¿cómo han cambiado las cosas, verdad?.

De entrada, Polanski se declaró inocente de todos los cargos, pero un hecho lo cambió todo al encontrar la policía unas braguitas de la niña (precedente del vestido de Mónica Lewinski), lo que dió lugar a una de las escenas mas surrealistas del juicio, discutiendo cómo iban a analizar esa prueba que acabó con la salomónica decisión del juez de que la cortaran por la mitad y cada una de las partes se encargara de ello, a lo que siguió el problema de cómo debían cortarlas. Este hecho lo cambió todo, y Polanski cambió su declaración por la de relación indebida, aunque consentida. La función acababa de empezar.

El fiscal es el que, de todo el grupo, demostró tener un mejor olfato cinéfilo que supo aprovechar muy bien para el proceso. Nada más enterarse que le habían dado el caso, se fue a un cine a ver un ciclo de películas de Polanski, y llegó a la conclusión de que todas ellas trataban de la lucha de la inocencia contra la corrupción, y el agua. No está mal para empezar.

No voy a aburriros explicándoos los detalles del juicio, aunque sí que vale la pena saber que el juez, en una reunión secreta con el abogado defensor y el fiscal, dijo que ya tenía pensada cual iba a ser su decisión, y qué debía pedir cada uno. Así se vieron obligados a hacerlo, y como resultado de todo ello Polanski estuvo 42 días en un centro penitenciario para una evaluación psiquiátrica, y cuando consiguió salir, antes de los 90 días estipulados, pensó que ya había saldado su deuda, pero no fue así. Viendo que no podía fiarse de lo que dijera el juez, aprovechó un permiso para rodar en Europa y ya nunca volvió.

A pesar de los años transcurridos, el caso ha seguido coleando todo este tiempo, ya que hace pocos años Samantha perdonó a Polanski públicamente, por lo visto tras haber llegado a un acuerdo, y tanto los antiguos abogado y fiscal del caso solicitaron la revisión del caso ante un nuevo juez, y por lo visto les daba la razón, pero tan sólo ponía una condición: quería que el juicio fuera retransmitido por televisión, a lo que Polanski se negó. pero el documental consiguió mover aún más las cosas, lo que indica que aún no ha acabado la historia.

No defiendo a Polanski, ni mucho menos; lo que hizo estuvo mal, ya que aunque fuera consentido estamos hablando de una menor y él debía haber pensado por los dos, pero también creo que toda persona debe tener un juicio justo, y el suyo no lo fue, basándose más en quien era más que en lo que había hecho; eso en alguna ocasión le favoreció (no lo voy a negar), pero al final le acabó perjudicando.
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EL LOGOPEDA DEL DR. HORRIBLE


Hace unos días nos desayunábamos los Krispis con la noticia de que se preparaba un musical sobre Spider-man para el año que viene, con temas de Bono y The Edge, y con Miguel Angel Silvestre, Paris Hilton y Arturo Fernández en los papeles de Peter Parker, Mary Jane Watson y el Duende Verde. Sí, esto último es broma, pero pensad en el lamentable Tobey Maguire de “Spider-man 3” y juradme que mi idea sería mucho peor. En cualquier caso: ¿superhéroes + musical? ¡Ohdiosmío, qué concepto tan revolucionario! Pues no. Durante la huelga de guionistas del año pasado, a Joss Whedon y sus hermanos les dio por pasar el tiempo libre pergeñando un pequeño musical, en 3 actos de unos 14 minutos cada uno, que se pasaría exclusivamente para internet. Se llamó “Dr. Horrible's Sing-Along Blog”, y alcanzó tal éxito que se vieron obligados a sacar una edición en DVD y comercializar la B.S.O. En iTunes; recibió varios premios, y la revista Time la consideró el 4º mejor programa de TV del año 2008... a pesar de que no se había emitido por televisión. El musical se centra en el Dr. Horrible (Neil Patrick Harris), una parodia del villano de manual, que tiene un videoblog en el que contesta cartas de sus fans y expresa sus anhelos, principalmente, conquistar el mundo y el corazón de la chica con la que coincide en la lavandería, Penny (Felicia Day). Para lo cual, deberá enfrentarse a su archinémesis, el bueno de la película, el musculoso, engreído, insufrible y abusaenanos del Capitán Hammer (Nathan Fillion). Os dejo con el arranque del musical, incluyendo la primera canción, la genial “With my freeze ray”, para que comprobéis por dónde van los tiros.

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¡TÚ SI QUE ERES PERFECTO, BILLY WILDER!




Y si no lo eres (que poco te falta), hiciste una de las comedias más perfectas de todos los tiempos: Some like it hot (o si lo preferís, Con faldas y a lo loco, que los traductores sí que no son perfectos).

Es curioso como, siendo fiel a todas sus obsesiones de siempre,(la mentira, el juego de identidades o las desviaciones sexuales), Wilder dirigió una de sus películas con más homenajes cinematográficos de todas las de su carrera. Para empezar, a su admirado maestro, Lubitsch. Son abundantes las escenas con el famoso “toque Lubistch”, pero entre todas yo me quedaría con una, en la que usa la elipsis del mismo modo que Lubitsch usaba las puertas: el tango de Jack Lemmon y Joe E. Brown. Primero vemos que Daphne (Lemmon) tiene una flor en el escote, cambiamos de escena, y a la que volvemos la lleva en la boca, nuevo cambio y finalmente acaba en la oreja de Osgood, dejando a la imaginación del espectador cómo ha ido cambiando de sitio. Pero, aparte de eso, hay referencias a las bañistas de Mack Sennet o al cine de gangsters, especialmente Scarface, no siendo casualidad la presencia de George Raft.

El tema del travestismo era muy habitual en el cabaret berlinés, que Wilder conoció muy bien; temeroso de que no funcionara bien una película en color sobre el tema, ya que el maquillaje podría resultar demasiado exagerado, decidió hacerla en blanco y negro, lo que fue un acierto, ya que termina de darle ese aire de época de las películas que homenajea.

Es modélico su sentido del ritmo; en una de las escenas más hilarantes, cuando Daphne confiesa a Josephine que Osgood se le ha declarado, los diálogos son tan sumamente divertidos que las risas que producían impedían oírlos en su totalidad; para impedirlo, las frases quedaron convenientemente separadas por Lemmon tocando las maracas , con lo que el efecto no sólo se consigue, sino que lo aumenta.

Tony Curtis interpreta tres papeles, el saxofonista Joe, acostumbrado a aprovecharse siempre de las mujeres, Josephine, y el millonario heredero de la Shell Oil; siguiendo con el juego de homenajes, para este último personaje Curtis quiso imitar a su admirado Cary Grant.

Todo lo que pueda decirse de Jack Lemmon es poco, porque está sencillamente bestial, divertidísimo e insuperable; hecho un lío constante sobre cual es su sexo (“Soy un hombre, soy un hombre”, “Soy una mujer, soy una mujer”); ésta fue su primera colaboración con Wilder, y desde entonces se convirtió en su actor favorito.

Y ahora unos momentos de reflexión para ella, la maravillosa Marilyn Monroe. Poco importa que tuvieran que hacer cuarenta y siete tomas de •Soy yo, Sugar”, o cuarenta de “¿Dónde está el bourbon?”,que se viera gorda en la pantalla, o que sus retrasos fueran tan constantes y habituales que –según Billy- le dio tiempo a leer Guerra y Paz, Los Miserables y Hawai, jugar al poker y ponerse moreno. Comentarios como esos provocaron una batalla epistolar entre Arthur Miller (por aquel entonces marido de Marilyn), y Wilder, que Billy dio por zanjada con la siguiente carta: “Querido Arthur. Para acelerar el entierro del hacha de guerra, reconozco sin vacilación que Marilyn es una buena esposa y una personalidad única y que yo soy un perfecto animal. Pero, en las palabras inmortables de Joe B. Brown, nadie es perfecto. Acabo con esto.” Pero como lo que realmente es el resultado, desde el primer momento en que aparece caminando en la estación “como si llevara un motor” se apodera de la película y nadie puede imaginarse a otra Sugar que no sea ella: dulce, ingenua, volcánica y siempre enamorándose de quien no toca.

La frase final, que ha quedado como una de las mejores de la historia del cine, fue una decisión provisional; ya era tarde, estaban cansados y dejaron de momento esa, a la espera de alguna mejor. ¿Casualidad? ¿suerte? No, sencillamente se ha de ser Billy Wilder.
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PURPURINA TRASH


Hoy vamos a hablar, púberes padawanes, de un subgénero cinematográfico que, con honradas excepciones (como, por ejemplo... este... sí-hombre, aquella... bueno, no se me ocurre ninguna), ha sacado la palabra “arte” del eufemismo “Séptimo ídem”. Me refiero a esas películas realizadas a mayor gloria de un cantante/grupo/cansautor/gorgoritera de éxito, con argumentos infantiloides, actuaciones vergonzantes, directores haciendo el egipcio y actores de antiguo prestigio arrastrando antiguos fulgores. Ojo, que no se incluyen filmes en los que simplemente aparecen o protagonizan: “Gigli” o “El cuerpo del delito” no entrarían en esta categoría, aunque también son malas de cojones; la películas ha de ser musical, con canciones del/la protagonista, y con tintes autobiográficos. Son largometrajes que destacan por su capacidad para actuar inmisericordemente, y con la misma eficacia, contra el cerebro y contra los oídos. Y antes de que me vengan las viejas glorias con el bate, el subgénero tiene ya sus años: las películas de Elvis o los Beatles eran unos truños del tamaño de (Viva) Las Vegas. Yo mismo me crié entre películas de Parchís, y aún no me he recuperado del trauma; aunque, ahora que pienso, peor lo tuvo la generación que creció con “Sufre, mamón”. El caso es que la última década ha dado para unas buenas risas gracias a la cada vez más creciente necesidad de los grandes arti-tas de este mundo de expresarse multimediáticamente, que han expelido tales ventosidades fílmicas que podría cubrir mi sección linternera “Ed Wood” durante años. Cierto es que la música y el cine son dos artes de sintonía indisoluble, que se abrazan como oso panda a secuoya; pero parece que hay gente que se empeña en cargarse esa relación, y, de paso, divertirnos a los cinéfilos gamberretes con su inintencionado sentido del humor. Buenas gentes como Whitney Houston, Britney Spears, Marc Anthony o las Spice Girls han arrasado neuronas y perforado tímpanos con la inexplicable anuencia de la ONU, que no ha hecho nada para poner fin a estas auténticas armas de destrucción masiva. Una de las más letales es, sin duda, “Glitter”, protagonizada por esa leyenda viviente llamada Mariah Carey.

Mariah Carey, ya de por sí, es REALMENTE divertida. Alguien capaz de decir cosas como “siempre que veo la tele y veo esos pobres niños hambrientos en todo el mundo, no puedo evitar llorar. Quiero decir, me encantaría ser así de flaquita, pero no con todas esas moscas y muerte y esas cosas” tiene ganado el cielo eterno y nuestra perenne admiración. Sus videoclips son realmente inmundos, todos exactamente iguales (pequeñas películas en las que Mariah, embutida en ropa para bebé, es la heroína de las ídem), y malgasta continuamente su indudable talento vocal con canciones infumables y un extraño empeño en entonar imitando a un delfín. Nada comparado con su incursión en el mundo del cine, que, milagrosamente, ha sobrevivido a semejante cataclismo. “Glitter” es una descomunal majadería, un ñordo purulento evacuado por el pobre Vondie Curtis-Hall, que después de esta experiencia, lógicamente, dejó el cine y se pasó a la televisión. Vamos al lío, que esto me está quedando largo:

- La película es la historia del ascenso de una chica a la que su madre, cantante de cabaret, abandona de pequeña, por culpa del alcohol, y entonczzzzzzzzzzzzzzzzz... Lo reconozco, me dormí a los 5'36” (lo sé porque puse la pausa). El inicio de la película es lo mejor de la misma, y por tanto, lo peor, por aburrida.
- Maraya (se pronuncia así) hace de corista de una cantante, junto con dos amigas suyas que pretenden ser el contrapunto humorístico del film, sin darse cuenta de que la Carey es un filón de carcajadas en sí misma. El productor de la tal cantante (Terrence Howard), un listillo, obliga a Maraya a suplantarle la voz, al más puro estilo Milli Vanilli. Lo mejor es que ella ¡acepta sin problemas! porque, total, “me lo paso muy bien”. Esta línea de diálogo, de corte costumbrista, refleja a la perfección el cociente intelectual de la Carey: tiene más ceros que las notas escolares de Sofía Mazagatos. Por supuesto, la descubre un DJ cazatalentos, en una escena memorablemente estúpida reforzada por la vestimenta extraterrestre de Maraya, rematada por una gorra de equipo ciclista español (ver foto). Ahora lo entiendo: Mariah Carey se metía EPO.
- Su ascenso es meteórico, a manos del susodicho DJ, que, por cierto, se llama... Dados (“Dice” en inglés). Y la verdad es que tiene sentido: dan ganas de colgarlo del retrovisor delantero del coche. Cuando suena por primera vez el single de la chica, mientras ambos están en un taxi (sí, amigos, crece el amor entre ellos, qué extraordinario giro argumental), paran el taxi, y de paso el tráfico, para bailar en la calle y llamar a sus amigas. Y los conductores, claro, encantados. Haz eso en mitad de la Gran Vía de Madrid en hora punta, si tienes güevos, bonita.
- En medio del rodaje de su primer videoclip, Dados (lo siento, no puedo escribir su nombre sin reirme) se queja, iracundo, de que la están utilizando como reclamo sexual (la foto de arriba es del supuesto clip), con la frase “la visten como a una pornostar”. Joder, daditos, hijo mío... ¿es que no has visto ningún video de Maraya? Es que no hay ninguno en el que NO se vista como una estrella barata del porno...
- Hay que dedicar un apartado al nivel interpretativo de la protagonista. En el 90% del film se limita a decir sus frases sin atropellarse, lo cual ya es un logro. Pero hay un par de escenas de cierto calado emocional, en las que, sin duda, Maraya da la vuelta a las convenciones de la actuación (ella es una revolucionaria), y consigue una perfecta expresión bovina, acompañada por unos supuestos lloriqueos que más bien parecen una risa floja, mandando así a Stanislavski a tomar por culo.
- Y para muestra, el último botón. Y ojo que voy a espoilear salvajemente la película, pero la ocasión lo merece (y la película, de puro mala, también). SPOILER Mariah, después de triunfar en el Madison Square Garden, se va directa en la limousina hacia el lugar donde le han dicho, en un lugar de acogida donde vivió, que se encuentra su desparecida madre. Ese lugar resulta ser UNA PEDAZO CASA DEL COPÓN BENDITO en mitad del bosque. Ella lleva todavía el larguísimo y ceñidísimo vestido del concierto, así que se acerca dando pasos de medio centímetro (apenas puede andar) a la mama, y se funden en un emotivo abrazo mientras Maraya da su do de pecho expresivo: más que llorar de felicidad, parece que estornuda. FIN SPOILER.

La película es rica en matices y pequeños detalles para gourmets, pero eso lo dejo para los lectores, que seguro que estarán deseando descarg..., qué leches, alqui... qué coño, comprarse este recóndita obra maestra del trash que nos dejó la simpar Carey. Cuantos más la veamos, más fuerza podremos hacer para conseguir que se ruede “Glitter 2”, que es lo que la industria cinematográfica, y la crisis mundial, necesita.
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DIAS DE FLAN Y COCA




Estamos de estreno, de modo que vamos a aprovechar antes de que retiren el video, que duró menos el youtube que un respiro.

Hace muy poco ya se podía ver el trailer de Los abrazos rotos, la última película de Almodóvar, y casi pisándole los pies se ha estrenado La concejala antropófaga, que ha supuesto la vuelta de Pedro a los cortos desde Trailer para amantes de lo prohibido. Viene a ser una especie de spin-off de Los abrazos rotos, ya que usa una parte de los decorados y, hace una brevísima aparición nuestra recién escarizada Pe. No os vayáis a creer, por eso, que la película va por ese camino, ya que no tiene nada que ver. En ella, Carmen Machi hacía una aparición de unos minutos, pero Almodóvar quedó tan encantado con ella que decidió crear un monólogo para su personaje. Pedro se homenajea a sí mismo y a Mujeres al borde de un ataque de nervios (el amor bien entendido empieza por uno mismo), pero he de reconocer que se queda más bien en una especie de fuego de artificio que no acaba de explotar, ya que en realidad no hay historia, no hay dramatismo, sino una sucesión de disparates verbales con la intención de provocar al respetable. Aún así, por ser de quien és, y por la proximidad del estreno, merece verse. ¡Ah! Y felicidades a la hermana de Almodóvar por el flan, que tiene una pinta de muerte.
 
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