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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EN SUEÑOS CON LYNCH


“ Un payaso con caramelos de colores a quien llaman el Hombre del saco se desliza en mi habitación cada noche, para echarme polvo de estrellas y susurrar: “Duérmete; todo está bien”.
Roy Orbison. In dreams.
David Lynch es el Hombre del saco que se introduce en nuestros sueños, busca nuestros deseos y miedos mas escondidos y los lleva a la pantalla. Fascinado por el mundo onírico, como los surrealistas, la importancia que tienen los sueños en sus películas es enorme. Veámoslo.
Eraserhead, su primer largo, es muy parecido a una pesadilla. Su atmósfera inquietante hizo que pronto se convirtiera en una película culto de las de los circuitos de medianoche.
Su siguiente película, El hombre elefante, en apariencia fue muy distinta, aunque también en blanco y negro y dejando bien clara su amor por los “monstruos”.
Terciopelo azul muestra perfectamente ya en su comienzo el estilo de Lynch: colores vivos, gente guapa, música absorbente... pero en la parte de atrás de ese mundo está una oreja siendo devorada por los insectos. Toda esa apariencia hermosa y perfecta esconde todo tipo de perversiones. Un desquiciado y perverso Dennis Hooper escucha embobado como Dean Stockwell hace un memorable play-back de In dreams (ojo al dato).
Corazón salvaje fue un paso mas en ese aspecto, mostrando personajes cada vez mas extravagantes, en una peculiar versión de El mago de Oz (me parece que esto no es Kansas, Dorothy).
Dune es lo mas cercano a la ciencia ficción que ha rodado Lynch: gusanos gigantes, drogas, obesos flotantes...contó con un gran presupuesto, pero fue un fracaso, tal vez porque la gente se esperaba un nuevo Star wars.
Twin peaks fue uno de sus primeros trabajos para televisión y uno de sus mayores éxitos. El inolvidable teniente Cooper (Kyle MacLachlan, uno de sus actores fetiche) en una memorable escena, soñaba con una habitación roja en la que están el enano saltarín y Laura Palmer y le susurran al oído quien mató a Laura... pero no lo recuerda al despertar (mecachis, ¿qué habría dicho Freud al respecto?).
Llegó Carretera perdida, y las opiniones empezaron a dividirse ¿se le estaba yendo la olla a Lynch? Sus historias cada vez eran más incomprensibles y rebuscadas. Mullholland drive volvió a confirmar lo anterior, aunque gustó mas; en ella, en un inquietante teatro, se escucha una impresionante versión de Crying de Orbison (again, y no es de extrañar) que sirve para dividir a la película en dos: una habría sido un sueño y la otra realidad, ¿pero en realidad es tan simple?, y su último estreno Inland Empire parece que aún va más lejos en ese sentido. Pero para demostrar que era capaz de explicar a la manera tradicional, sencilla y emotiva, está Una historia verdadera. Yo creo que una cosa está clara: Lynch no es el tipo de director que se lo dé todo masticado al espectador ni tampoco le importa demasiado el guión. Lo que realmente le importan son las sensaciones que pueden provocar sus imágenes, el color, la música... Eso en otros tiempos se habría llamado artista.
Su uso de la música es magnífico, y para ello ha contado con la inapreciable ayuda de Angelo Badamalenti para crear atmósferas tan inquietantes como fascinantes, así como con su turbador uso de canciones conocidas, que en sus películas adquieren otra dimensión.
¿Te atreves a soñar despierto?
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VIENA, UNA CÍTARA Y LA SOMBRA DE HARRY LIME






“En Italia, durante 30 años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad y 500 años de democracia y paz. ¿Y qué nos ofrecieron?: el reloj de cuco.”

En esta gloriosa línea de diálogo se encuentra toda la filosofía de vida, el perfil y la postura moral de Harry Lime, el personaje principal, el alfa y el omega, el guardián de la puerta, el puto amo, en definitiva, de “El tercer hombre”, probablemente una de las mejores películas de la historia del cine. Y todo eso en apenas quince minutos de aparición real en pantalla... Ahora podría decir que, pongamos por caso y sin acritud, Tom Cruise inunda el 95% de los planos de sus películas, y jamás podrá llenarlas de esta manera; pero no lo voy a decir, porque luego dirán que le tengo manía a tito Tom. Quede claro, pues, que no he dicho lo anteriormente expuesto... Ejem. Así como la sombra de Harry Lime planea sobre el relato de punta a rabo, la de Orson Welles se proyecta hasta la ósmosis con la planificación, dirección y prisma del largometraje, acreditado en su dirección por el competente Carol Reed, quien jamás se quitará de encima el papel de “subdirector” del filme. Compilación de escenas-cátedra, “El tercer hombre” es una universidad de cine en sí misma, desde el primer hasta el último plano, y la comunión de talentos a todos los niveles, la armonía entre sus eminentes artesanos, hacen de ella poco menos que el clásico definitivo.

Desde luego, no fue por casualidad. El productor Alexander Korda envió a Graham Greene a Viena en búsqueda de inspiración para una gran historia negra, un guión fílmico escrito en forma de novela (o sea, al revés que el ochenta por ciento de las películas actuales: novelas escritas con ínfulas cinematográficas). Y a fe que consiguió el objetivo: el relato de un discreto y retraído escritor americano de noveluchas del oeste (ojo a la escena del coloquio literario, en el que queda como un auténtico ignorante: diría que a Greene no le place dicho género en demasía...), Holly Martins (Joseph Cotten), llegado a Viena en respuesta a la llamada de su amigo Harry Lime, y que recibe la noticia de la muerte de este último, en extrañas circunstancias. Todos los personajes con los que se encuentra Holly parecen tener algo que esconderle, y la paranoia empieza a invadirle, en medio de una Viena de postguerra hostil y huraña; tan sólo la novia de Harry, Anna (Alida Valli), parece aportar unos gramos de honestidad; quizás debido a eso, se enamora de ella. Mientras los cabos parecen cada vez menos anudables, pasada la hora de metraje surge, en una de las escenas más representativas de la historia del cine, el iluminado y pícaro rostro de Harry Lime (tito Orson, claro), para dejar a Martins, y al espectador, boquiabierto (cuidado con las moscas). El envoltorio de este relato tan negro como amoral es absolutamente superlativo, y se hace difícil hablar de ello en pocas líneas sin ser injusto por defecto. Desde los títulos de crédito, con ese primer plano de la cítara que invade la persistente y pegadiza banda sonora de Anton Karas, el recuento de perlas del filme es incalculable. El ritmo de la narración es firme y sostenido, sin arritmias; la dirección es brillante, barroca, plena de contrapicados, planos inclinados, juegos de sombras (en este aspecto es donde más se nota la mano que mece la cuna: la de Orson), y recursos visuales esplendorosos, como el de la marcha del tren de Anna (una luz intermitente a través de la neblina, vista desde una ventana, nos lo dice todo); la fotografía, del maestro Robert Krasker, excelsa, nos presenta una Viena hermosa y distante, desde sus calles embaldosadas hasta el Prater, culminando en la inolvidable persecución por sus sumideros. Las interpretaciones son sobresalientes: dejando a un lado la omnímoda representación de Welles (extraordinario actor, aunque esta faceta quedó oscurecida por su genio creador), hay que resaltar ese Holly Martins de Cotten, ese personaje gris, algo adusto, que a pesar de su terquedad no deja de ser una marioneta a caballo de sus sentimientos por Anna y la presión del Mayor Callaway (otro inmenso actor británico, Trevor Howard, inolvidable en “Breve encuentro”).

Y esa escena final... De una bellísima carga poética y catedralicia sencillez expositiva (un plano fijo, Anna caminando parsimoniosamente hacia la cámara, soslayando a Holly), sortea hábilmente el cómodo happy-ending y sitúa al filme en su justo punto de amoralidad. Una receta muy... wellesiana.
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DOGMATIZEMOS UN POCO



¿Qué es Dogma?, preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es Dogma? ¿Y tu me lo preguntas? Dogma es Lars Von Trier. (Suspendido si dices que es una película de Kevin Smith).
Von Trier probablemente tiene un ego como una catedral, pero se ha de reconocer que al menos tiene ideas, y eso en estos tiempos escasea; entre sus ocurrencias está la de crear el movimiento Dogma, que propugna una forma de hacer el cine totalmente distinta a la que hacen los grandes estudios. Para que una película pudiera tener el certificado Dogma, ha de cumplir el llamado “voto de castidad”, que entre otras cosas establece que se ha de rodar en exteriores, sin decorados, luces ni sonidos añadidos, con cámara en mano, sin trucajes y el director no ha de aparecer en los créditos (¡oh, cielos! ). Vamos, nada que ver con las superproducciones de fondo azul. Digamos que una versión gafapasta del neorrealismo.
Mifune cuenta la historia de Kresten (Andrew W. Berthelsen, que está como un queso y tal vez podría considerarse como el “muso” del movimiento, pues también ha protagonizado Italiano para principiantes), un yuppie que acaba de casarse con la hija del dueño de la empresa cuando le llaman por teléfono para comunicarle que su padre ha muerto, lo que crea una pequeña conmoción, ya que se había hecho pasar por huerfano. De vuelta a su casa se encuentra con su hermano, Rud (Jesper Asholt), que es retrasado mental, aficionado a los cómics y cree en los extraterrestres. Decide buscar una ama de llaves para que cuide de él, y acude Liva (Iben Hjejle), una prostituta a quien acaban de expulsar de su trabajo.
Leyendo la historia, parece un cruce entre Rain man, Pretty woman y Señales (que influencias mas raras tienen estos dogmáticos).
Dirigida por Soren Kragh- Jakobsen , tuvo que confesar ciertas violaciones de las reglas, como por ejemplo que movieron algunos muebles o que llevó unos cómics suyos para incorporarlos al rodaje, pero no impidieron que le dieran el certificado(aunque supongo que después de haber rezado unos cuantos avemarias.
Y vayamos al resultado; la película es ágil, tiene situaciones divertidas, está bien interpretada y los personajes están bien definidos. Vale la pena, y puede servir de introducción para los que no hayan visto ninguna película del movimiento, aunque tal vez sea mas divertida Italiano para principiantes.
El título es un homenaje al gran actor Toshiro Mifune, sobre todo a su personaje de Los siete samurais, ya que es un campesino que se hace pasar por samurai. Kresten también miente sobre su pasado, ocultando su origen campesino, aunque se divierte imitando al actor japonés jugando con su hermano. En realidad, la mayoría de los personajes mienten sobre su vida. El director habría querido que se viera un trozo de la película de Kurosawa, pero no pudieron llegar a un acuerdo... además ¿eso no habría sido otra violación de las normas? ay,ay, ay!, que esa castidad va a acabar por los suelos.
Ahora Von Trier ha tenido unas nuevas ocurrencias, la automavisión y la lookey, que parece que le van a mantener un tanto alejado del movimiento ¿le excomulgarán?
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TERMÓPILAS CON CLEMBUTEROL


Los departamentos de marketing. Sin duda, su cuota de poder ha aumentado de manera exponencial en las últimas tres décadas, y no sólo en el mundo del cine (y si no, explíquenselo a Florentino Pérez). Desde que tito Lucas inventara el concepto del merchandising con “Star Wars”, gracias al cual desde entonces forra las alfombrillas del baño con billetes de cien dólares, los llamados departamentos creativos han ido tomando un papel primordial en la pre/postproducción cinematográfica, hasta, en algunos casos, tomarle la delantera a la mismísima obra de arte (si entendemos por obra de arte, pongamos por caso, “Serpientes en un avión”). Dentro de estos parámetros, ha tomado capital importancia el avance en modo-goteo de los filmes venideros: teaser, teaser trailer, trailer uno, trailer tv, trailer definitivo, trailer internacional… Montados a velocidad sincopada, su intención es ponerte los dientes largos y las uñas carcomidas. Por desgracia, cada vez más a menudo se tiende, no sólo a destripar la película en esos escasos dos minutos (ver los de Spider-man 2 y 3), sino a gastar todas sus mejores balas en ese trailer: así, cuando vas al cine, te encuentras con que lo mejor del film… ya lo habías visto. Puede que sea injusto aplicar esta generalización a “300”, pero lo cierto es que la sensación final es que el trailer (en el que, en el colmo de los colmos de los anteriormente expuesto, nos han colado un fotograma de la próxima película de su director, “Watchmen”, que apenas está en preproducción...) es mucho mejor que la película, en la que ni siquiera podemos disfrutar del tema de Nine Inch Nails que lo preside…

Como todo el mundo sabe, “300”, de Zach Snyder (autor de la extraordinaria “El amanecer de los muertos”), se basa en el cómic de Frank Miller, uno de los “guionistas” más prolíficos de Hollywood en los últimos años. El film, al igual que “Sin City”, es una especie de fotocopia del cómic; el problema, como de costumbre, es que un cómic no se puede fotocopiar en celuloide (o en digital, que para el caso es lo mismo), los latidos de su esencia no son los mismos: el celuloide se agrieta, se vence. Antes de que la Comunidad Frikimiller me arranque los pezoncillos con cutter y sin anestesia, pueda dar fe (y la doy) de que la película es entretenida y fastuosamente espectacular. Buena parte de las imágenes son extraordinariamente bellas, la fotografía (si es que se le puede llamar así, habiéndose filmado toda en pantalla verde) es abrumadora, y las batallas, aunque pelín reiterativas, conllevan la necesaria heroica. El argumento, en esencia, es simple como el mecanismo de un cortaúñas, y las escenas de entreguerra (que no se encuentran en el cómic), en particular las que ocurren en Esparta con la reina mientras Leónidas y su chusma aguantan los envites de los persas, carecen absolutamente de interés. Particularmente (abro la minisección de autor “Marcbranches a corazón abierto”), la épica bélica milleriana (muy oriental, en realidad: y si no, pásense por “Cartas de Iwo Jima”) me la refanfinfla, me es imposible identificarme con ella, lo que hace que, bajo mi punto de vista, Leónidas & friends no sean más que una sarta de tarados que, si viviesen en el siglo XXI, se dedicarían a vestir cazadoras cargadas de C4 en los autobuses… (cierro la minisección de autor “Marcbranches-etc.”). En cuanto a las interpretaciones, poco hay que decir; si acaso, que Gerard Butler, aparte de mostrar un trabajo de gimnasio impecable, se deja las cuerdas vocales berreando una y otra vez las arengas “bigger-than-life” a sus hombres; los demás, aparte de la pobre Lena Headey, esa delicada flor rodeada de mastuerzos, se limitan a poner cara de estreñimiento, tensar sus anabolizados músculos y repartir fostiones a todo bichardo que se les cruza por delante (de Rodrigo Santoro poniéndole percha a ese Jerjes locaza-piercing recién salido del Love Parade mejor no hablo…).

Hay varias críticas que se la han hecho al filme que parten directamente del cómic, y de las que por tanto habría (y utilizo el condicional) que hacer responsable a Frank Miller, la más polémica (en Irán han prohibido la película) es la que se refiere a su rigor histórico, y al maniqueísmo de mostrar a los persas como los malos/malosos de la historia, y a los griegos como los güenecitos. Lo cierto es que Miller (de quien no se puede negar cierta ideología “difusa” en su obra) nunca ha tenido la más mínima intención de ser riguroso: se saltó, entre otras cosas, la “moda” de la época porque no le parecía acorde con el tono del cómic, y de ahí la mínima vestimenta de los soldados, que le da a la película un tono (¿in?)voluntariamente homoerótico; supongo que, por otra parte, nadie habrá creído que los persas tenían gigantes desdentados de tres metros, elefantes tamaño XXL o cabras flautistas (no he fumado nada, las hay) en nómina… Hay que tomarse la historia (la de Miller, no la de Herodoto) como lo que es: una leyenda, hiperbolizada por el boca a boca entre generaciones, contada a un niño de cinco años… Quizás el problema estribe en que nos tratan a los espectadores como tales. Las cifras de taquilla demuestran que nos lo merecemos.
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SIN LA MENOR DUDA



Efectivamente, por mucho que diga "Lo dudo" Antonio Banderas, ésta es sin duda una de las mejores escenas de Almodóvar, de las que te hacen poner los pelos de punta, la de La ley del deseo con Banderas (que nunca estuvo mejor) cantándole a Eusebio Poncela la canción de Los Panchos, sabiendo que esa será su última noche, mientras en la calle la policía y Tina (Carmen Maura) esperan, temiendo el peor de los desenlaces. Pasión a flor de piel, llevada hasta sus últimas consecuencias. Como dice otro bolero, ¡Ay, amor, no me quieras tanto!, pero la ley del deseo es así: o todo o nada.

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EL VALS DEL CAMBIO


“Fuimos los leopardos, los leones; los que ocuparán nuestro lugar serán chacales y ovejas, y todos ellos –leopardos, leones, chacales y ovejas- seguirán creyéndose la sal de la tierra”
Ya estaba tardando en hablar de ella. Poquísimas veces un director se ha identificado tanto con una novela como Visconti con El gatopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa. El aristócrata milanés conocía a la perfección el mundo que retrata el escritor, y mantenía una relación de amor/odio con él; debido a sus gustos y su ideología comunista.
El principe de Fabrizio de Salina (Burt Lancaster) es un tanto “peculiar”, sabe que está viviendo un momento de cambios y que su clase va a desaparecer, hasta es capaz de verlo con una cierta ironía y se permite el lujo de dar dinero a los que luchan contra los suyos, porque sabe que el cambio es irremediable. El ama su mundo, ir de cacería, hablar de sus infidelidades con su sacerdote fuera del confesionario; a su mujer y a sus hijos (a su manera), aunque le gustaría que tuvieran algo mas de espíritu y empuje, como su sobrino Tancredi. Pero sabe que ese mundo ya ha perdido su sentido, tan sólo se ha quedado en las formas; ahora viene otra clase, mucho mas vulgar, pero capaz de hacer fortuna con sus propias manos (algo que ellos habrían considerado una ordinariez) y con tremendas ganas de poder. No pudo haber mejor elección que la de Burt Lancaster para hacer de príncipe (no, ciertos hombres no tuvieron razón), consiguiendo una de sus interpretaciones mas recordadas; si de joven había sido un acróbata de sonrisa imperturbable y cuerpo espectacular, la madurez le dio la majestuosidad de una escultura de Miguel Angel.
Tancredi (Alain Delon) es el ojo derecho de su tío; sinverguenza, mujeriego, capaz de estar siempre al lado de los vencedores, saldrá de la guerra tan sólo con una favorecedora cicatriz que le permitirá presumir de héroe, pero no dudará en dejar enseguida a los garibaldinos a la primera oportunidad. Se siente atraído por Angélica (Claudia Cardinale), aunque no menos por su dinero; además, ¿a quien le amarga un dulce?, Claudia nunca estuvo mas terrenal. Para que luego digan que en Europa no había parejas capaces de competir con el glamour de las americanas.
La lujosísima ambientación, cuidada hasta el mas mínimo detalle (como no podía ser de otra manera con Visconti) nos muestran la belleza de ese mundo que está acabando, en la que los Salina eran auténticos dioses: es muy reveladora la llegada de la familia a Donnafugata, cuando están en la iglesia sentados, cubiertos de polvo, como si fueran estatuas. Lo mismo puede decirse del impresionante vestuario de Piero Tosi o de la banda sonora de Nino Rotta.
La escena del baile, de 45 minutos, es una auténtica maravilla y sirve para mostrar el cambio de poder de una clase a otra. Mientras el príncipe observa un cuadro que refleja a un moribundo, presintiendo su propia muerte, la multitud baila despreocupadamente, ajena al fuerte olor de los orinales que proviene de otra habitación. Es el momento de hacer el cambio, para que todo siga igual, y no puede haber mejor símbolo de ello que el vals que bailan el príncipe y Angélica: vejez y juventud, decadencia y belleza, aristocracia y burguesía, durante unos minutos se deslizan armoniosamente ante la mirada de todos. ¿Conformismo? No, un tremendo pesimismo. Aún así, el príncipe todavía es capaz de arrodillarse y rezar ante las estrellas, al igual que nosotros no podemos menos que arrodillarnos ante esta obra maestra. Grazie mile, maestro.
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SI ME TOCAS, TE MATO


102.

Esa es la cantidad exacta de veces que se dice la palabra “fuck” (incluyendo derivados) que, según un “sesudo” estudio (que debe de hacerse en el mismo laboratorio en el que se cuentan los “millones” de L-casei immunitas que se encuentran en un Actimel), se puede disfrutar en “El último boy scout”, quizás el gran referente del cine de acción de los 90, por encima de “Arma letal” o “La jungla de cristal”, filmes con más taquillaje pero, desde luego, menos desvergüenza. En su momento, el guión del cachondón y cotizadísimo Shane Black (que venía de escribir las dos primeras partes de “Arma letal”) se convirtió en el más caro de la historia. Posteriormente, aparte de acreditarse en los guiones de las otras dos secuelas, Black escribió cosas como “El último gran héroe” o “Memoria letal” (“The long kiss goodnight” en inglés...zdjrfydhzxs traductores... ¿dónde hay una policía o algo?), en las que dejó clara su tendencia al diálogo socarrón y macarrosexual, y al héroe pendenciero-pero-de-buen-corazón; en 2005 por fin se decidió a dirigir, y sorprendió al respetable con una excelente pieza de cine negro, “Kiss kiss bang bang” (niños, al videoclub a cogerla pero ya). Si combinamos a este guionista con un director del calibre de Tony Scott, con truños del calibre de “Top gun” y “Días de trueno” a sus espaldas, pero también la reivindicable “Revenge”, con su fascinación por el ralentí y las cortinas; y con el gran referente del cine de acción chulopo, tito Bruce, la única combinación posible era “El último boy scout”.

Que quede claro: “El último boy scout” no es una buena película. Por lo menos en el sentido fría y meramente artístico de la definición. El guión pisotea los lugares comunes del género (detective duro y bueno, colega-chistecitos, jefe cabreado), es previsible y fascistoide como ella sola, los personajes no se aguantan de pie (ojo a la inenarrable escena en la que Jim Dix lloriquea delante de la foto de Halle Berry...), los flashbacks son tan abundantes como innecesarios, y las escenas de reposo abrigan los tics habituales del peor Tony Scott, quien, sabe Dios por qué, no puede vivir sin una cama con cortina transparente, un plano angulado, un ralentí inoportuno y un ventilador colgante a velocidad media. Además de albergar una fetichista pasión por el color “azul difuminado”... Sin embargo, la película es endemoniadamente entretenida: apenas hay respiro para el espectador, las escenas de acción son desopilantemente inverosímiles (el partido inicial, con disparos y suicidios en pleno campo; el coche en la piscina; toda la escena final, con Damon Wayans a caballo y el bailecito de tito Bruce. Puro cine costumbrista), y es imposible no encariñarse de los malhablados y rudos personajes que pueblan la cinta. Joe Hallembeck, el protagonista, es un John McLane alcoholizado, un detective áspero como lija del quince, malcasado y con una hija casi tan malhablada como él, al que interpreta un Bruce Willis, digamos, ahorrativo en gestos y que se limita a mantener durante toda la cinta cara de estar oliendo una boñiga de vaca; su gran performance es la de “si me tocas, te mato”, ya en los anales de la historia del cine de arte y ensayo. Jim Dix (Damon Wayans) es la horma de su zapato, futbolista (americano, nada de porterías con redes) acabado y cocainómano en proceso de redención, que ya en la primera escena demuestra lo buena persona que es, rompiéndole la nariz a un compañero de un balonazo. Ambos forman una buddy-pareja en los límites de la convención del subgénero, exhalando celestiales niveles de química, que en yuxtaposición con el resto de personajes dejan varias líneas de diálogo para la historia:

-“¿A dónde vas?” –“Al baño, ¿quieres venir? El médico me ha dicho que no levante cosas pesadas.”
-“La dejas maquillarse tanto que parece una puta cebra” (Hallembeck hablando con embriagadora ternura de su hija).
-“Por una vez me gustaría oirte gritar” –“Pues ponme un rap”.
-“O te rindes, o le demuestro a tu hija lo hombre que soy”. La niña tiene trece años...
-“Que te follen”. Con esta conmovedora y romántica frase, al final del film, la mujer de Hallembeck (quien, como tiene un corazón de oro, le ha perdonado que se acostara con su mejor amigo) se lanza llorosa y emocionada a sus brazos. No es para menos.

Y dejo para el final, precisamente, la última sentencia justo antes de los créditos, que denota a las claras el carácter autoparódico del largometraje de Scott, y que define a la perfección la época fílmica en la que nos encontrábamos: “Esto son los 90, tío, tienes que decir algo chulo antes de matar a un tío”. Amén.
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LOCURA CABALGANDO EN FAMILIA



Que si Capra es blandengue, patriotero, capaz de hacernos soltar la lagrimilla (como si eso fuera malo)..., pero también demostró que podía hacer una comedia negra, perfecta para ver el día de Halloween, del mismo modo que ¡Que bello es vivir! nos indica que ya estamos en Navidad.
Arsénico por compasión es una deliciosa comedia, en la que unas adorables ancianitas resultan ser unas asesinas que ríete tu de Hannibal Lecter (¿os suena el nombre?), doce muertos ni mas ni menos tienen escondidos, como quien colecciona teteras de porcelana que se venden en los quioscos; afortunadamente tienen la ayuda de un sobrino que se cree el presidente Theodore Roosvelt y entierra todos sus muertos en “el canal de Panamá”, el problema viene cuando otro sobrino, Mortimer (Cary Grant), un escritor famoso por estar en contra del matrimonio, descubra todo. Él no comprende que sus encantadoras tías lo han hecho con la mejor intención del mundo (es un chico raro, la oveja negra de la familia, por eso no ha conseguido casarse... claro que con esa cara ¿como iba a encontrar novia?).
Las cosas se complican mas todavía cuando el hermano de Mortimer, Johny, un peligroso asesino, vuelva a casa, sin ser Navidad, acompañado de un siniestro doctor y con otro muerto de regalo.
Las maravillosas ancianitas Abby y Martha (Josephine Hull y Jean Adair), de aspecto victoriano, que disfrutan tanto asesinando como con los preparativos de los funerales y son un tanto exigentes a la hora de elegir sus víctimas, son irresistibles. Propongo una partida de canasta con ellas, la Sra. Wilberforce de El quinteto de la muerte y la madre y tía de Marcelino de Maribel y la extraña familia, todas se entenderían a la perfección alrededor de una mesa tomando una taza de te.
Johny (Raymond Massey), a pesar de ser uno de los criminales mas buscados y tener la cara de Boris Karloff, tiene el mismo número de víctimas que sus tías. ¡Ay, si James Dean levantara la cabeza y viera como ha acabado su papi!
El siempre inquietante Peter Lorre interpreta al doctor Einstein, compañero y cirujano plástico particular de Johny, aunque de gustos un poco dudosos a la hora de elegir modelos para las caras. No hay problema, siempre le queda el remedio de trabajar para Michael Jackson.
Y, por supuesto, está Cary. Es cierto que su interpretación puede parecer exagerada, pero resulta totalmente efectiva; salta, relincha y sus ojos se le salen de las órbitas con todo el entusiasmo del mundo. No hay mas que ver toda la escena en que es atado y amordazado a una silla para apreciar que sus caras no tienen precio.
Detalles como el taxista eternamente esperando son los que distinguen a la comedia de la época dorada y su frase final es el remate perfecto a la historia.
Siendo una comedia, no puede acabar mal, de modo que Mortimer se irá a las cataratas del Niagara con su esposa, Johny pagará por sus crímenes (¿qué mas da si doce o veinticuatro? tampoco hay que ser tiquismiquis), y las hermanas Brewster se marcharán con Teddy a Happy day, donde hay muchas escaleras para que Teddy pueda entonar su “caaaarguen!”... Aunque ahora que lo pienso, ¿todo esto es un final feliz?
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¿TRIPAS DENTRO O TRIPAS FUERA?


Déjame que lo piense unos momentos, Hannibal, tío... tanta prisa-tanta prisa...

Pocos éxitos tan seguros como “Hannibal” ha habido en la historia del cine. Desde que se publicitó que Thomas Harris estaba preparando la secuela de “El silencio de los corderos”, la marea de expectación y baba que inundó las comisuras de las boquillas cinéfilas daba para crear otro Mediterráneo. Ni siquiera las decepciones que resultaron las bajas de Jonathan Demme y, muy especialmente, Jodie Foster, consiguieron apagar el entusiasmo. Anthony Hopkins seguía dentro, él era el único irreemplazable, así que, a llorar las bajas y a buscar sustitutos en el banquillo. Para el sr. Demme, una apuesta segura que complació incluso a los frikis más prosélitos: Ridley Scott, recién resurgido de las cenizas-fénix con “Gladiator”. Para Jodie Foster el asunto era mucho más arduo, y después de barajar a medio Hollywood (lo reconozco, mi favorita era Gillian Anderson: estaba en pleno enganche “Expediente X”), la elegida fue Julianne Moore, con un prestigio a prueba de fundamentalistas. La película tuvo una entrada triunfal en taquilla, pero dejó regustos agridulces entre la crítica y el público. Echémosle un vistazo al menú.

Es indudable que “Hannibal” es una película con voz propia, muy alejada formalmente de “El silencio de los corderos”. Allí donde la primera es áspera, arrebatada y vibrante, incluso en sus pausas, su secuela adopta desde los títulos de crédito (excelentes) el papel de espectadora de liceo, tomándose su tiempo para cada escena, cada diálogo, muy consciente de su propia minuciosidad. No es para menos: el equipo médico está formado por cirujanos de solvencia tales como David Mamet y Steven Zaillian al guión (que sacan el mejor partido posible de la mediocre novela de Harris) o Hans Zimmer a la partitura (con colaboraciones de Patrick Cassidy y la constante presencia de unos muchachuelos llamados Bach y Strauss). La dirección de Ridley Scott es fría y elegante, destacando sobremanera el episodio florentino por la belleza de su fotografía, y la brillantez de algunas escenas: véase el discreto asesinato de Gnocco (Enrico lo Verso) en plena calle, o la escena plena de tensión en la que Pazzi (Giancarlo Gianini) va a la biblioteca a buscar las maletas, donde todos nos tememos lo peor al ver al doctor calzándose unos guantes... Las interpretaciones van desde el “muy bien” hasta el “extraordinario”. ¿Qué es, por tanto, lo que falla? En primer lugar, la base literaria, como ya ha quedado dicho. La novela no es buena, es excesivamente autorreferencial, y cae en el ridículo más espantoso en algunas ocasiones (¿cerdos gigantes? amos-anda...); convierte a Hannibal en una especie de superhéroe cultural capaz de hablar italiano medieval sin acento; el villano, Mason Verger (en el film un Gary Oldman primo de "El hombre elefante") (interpretado, precisamente, por... dos gallifantes para el que acierte), es casi de opereta, y se refocila en un final esperpéntico que, por fortuna, se altera radicalmente en el film. Curiosamente, una de sus virtudes, la profundización en la evolución del carácter de Clarisse (arisca, violenta, escéptica, descreída) se ve recortada en su versión cinematográfica, en favor de su obsesión por Hannibal y por hacer lo correcto. Por otro lado, aunque Julianne Moore realiza una notable interpretación (nada nuevo bajo el sol), la química con Hopkins no es la misma, por fuerza, y eso repercute en la credibilidad del filme: a veces, la química son sólo matemáticas, y Hopkins + Foster = infinito... De todas maneras, si despojamos la cinta de todo el peso muerto de sus condicionantes, resulta una muy estimable pieza de cámara, con un aire refinado y aristocrático, incluso en las escenas más sangrientas, muy adecuado, y en la que se nos muestra a un Hannibal más urbano y hedonista, disfrutando de los pequeños placeres de la vida, que incluyen el retorno a la compañía de Bin Laden en la lista de los 10 más buscados por el FBI, o la lectura precisa y quirúrgica de las flaquezas de la innoble chusma: de inmediato detecta que la debilidad de Pazzi es su mujer, o que la de Cornell es la esclavitud a la que le somete Mason Verger. En cuanto a la polémica y psicotrópica “última cena”, sólo decir que es una de las escenas más atrevidas que jamás se hayan mostrado en una película mainstream; y que la resolución de la relación Hannibal-Clarisse me parece mucho más coherente que la propuesta por el libro. El epílogo en el avión, con Hannibal (quien, a fin de cuentas, no es más que otra reencarnación del Diablo, ofreciendo su manzana de seducción a Clarisse y a los espectadores) instruyendo divertido a un futuro acólito, no hace más que (aparte de mostrar el sacrificio realizado) apuntalar el espíritu libre y desprejuiciado del monstruo, listo para esparcir la semilla del mal allá donde la comida sea más apetecible.

Como no podía ser de otra manera, había que estirar el chicle, y se hizo uno con inane sabor a “Dragón rojo” (innecesario remake de la deliciosamente ochentera “Manhunter”, en la que el doctor se apellidaba Lektor); la precuela que ahora puebla nuestras pantallas, “Hannibal, el origen del mal”, es igualmente fútil y sacacuartos, pero nos ayuda a recordar a Hannibal “el caníbal” Lecter como uno de los villanos cinematográficos más icónicos de la historia, quizás a la vera de cierto enmascarado con pinta de enterrador y respirador incorporado... Me apetece un buen hígado con alubias y chianti. ¿Dónde hay un McLecter?
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LA MADRE DE LOS CORDEROS



Aprovechando el estreno de Hannibal, el origen del mal, vamos a hablar de uno de los personajes mas carismáticos y fascinantes que ha dado el cine de los últimos años: el doctor Hannibal Lecter.
Con El silencio de los corderos se puso de moda el psycho killer inteligente y retorcido que se ha repetido hasta la saciedad, ya que ahora parece que es imposible que no haya mas que asesinos en serie con un coeficiente intelectual superior a 200 (Caín, eres un pringao), aunque también se ha parodiado infinidad de veces, como en la escena que comentó mi compañero de Clerks 2. Ninguna película de terror había conseguido un Oscar a la mejor película, y no sólo eso, también los de mejor actor y actriz, todo un trío de ases totalmente inusual, teniendo en cuenta su ambientación morbosa y enfermiza, cercana al gore (aunque tenga cierta inquietante belleza como la del cadáver colgado como un ángel), pero que supo poner de acuerdo a crítica y público.
Con la idea de que “hace falta a un loco para atrapar a un loco”, el FBI manda a la agente especial Clarice Sterling (Jodie Foster) a una cárcel de alta seguridad para ver si consigue sacar información a Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) acerca de un antiguo paciente suyo, un asesino llamado Buffalo Bill.
La relación entre la policía y el preso será muy especial; hay una especie de atracción mutua, amor/ odio, que se refleja perfectamente en la escena en que el doctor le roza con un dedo, terrorífica y erótica a partes iguales; él sabe encontrar perfectamente los puntos débiles de ella: su inseguridad, sus temores... La interpretación de Anthony Hopkins es tan hipnótica, con esos primerísimos planos de su penetrante mirada sin parpadear nunca, que nos hacen olvidar que apenas aparece un cuarto de hora en toda la película; su presencia es tan poderosa que perdura mientras no está. Hopkins dice que se inspiró en los reptiles para su manera de moverse y mirar, y en Truman Capote y Katharine Hepburn para la voz. Explosiva mezcla. Hannibal es capaz de conocer hasta los mas íntimos detalles de cualquier persona tan sólo por su olor, sabe que tiene una inteligencia privilegiada y por eso desprecia al resto de la gente, pero tiene un refinadísimo gusto estético y un retorcido sentido de humor que le hacen muy atractivo... y por supuesto, es todo un gourmet. Para un actorazo como Hopkins interpretar a un papel así fue coser y cantar y consiguió no encasillarse en el personaje, que tuvo consecuencias como que durante bastante tiempo los camareros le gastaran la bromita de servirle hígado crudo.
Jodie Foster consigue estar al nivel de Hopkins; la química entre los dos es excelente, creando tensión como en la memorable escena de su primera entrevista.. Demme nos la muestra constantemente rodeada de hombres, mucho mas altos que ella, para destacar lo desplazada que se siente en un mundo masculino. Pero Clarice es lista, y ese es uno de los motivos por los que le gusta al doctor, por fin tiene un rival que no es un insulto para su superioridad.
Quid pro quo, hay un asesino dentro y otro fuera ¿justicia poética?
Como curiosidad, tanto Melanie Griffith, como Michelle Pfeiffer y Jodie Foster tuvieron que oscurecerse el pelo al trabajar con Demme. Por lo visto a él le gustan morenas, y el rodaje no fue tan angustioso como podría parecer al ver la película, aquí podéis ver unas cuantas tomas falsas.
Me voy que tengo cena con un amigo, y espero ser el postre.
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CICLISMO DE POSTGUERRA



Mi primer contacto con el neorrealismo italiano, como el de la mayoría de conciudadanos de generación ochentista, fue... Marco. No, no le he puesto orujo al Cola-Cao. Aparte de la perenne sucesión de chistecitos que tuve la oportunidad de sufrir por culpa de la serie (“¿dónde te has dejado a Amedio?” fue uno de los más exitosos, aparte de que me han cantado el hit “No te vayas mamá/ no te vayas de aquí” unas chorrocientas veces), “Marco” fue una de las series de dibujos animados que, como a todos, se nos ha quedado grabada a fuego en nuestra memoria infantil. Como suele ocurrir, cuando conocemos la noticia de su reposición en algún canal de TV de media-baja estofa, convencemos a nuestro sentido del ridículo y, aunque sea a escondidas, nos ponemos a verla, arriesgando el más que seguro sentimiento de decepción que nos acecha, al descubrir que ya no somos unos niños. Eso me pasó con “Marco”, pero curiosamente me di cuenta que lo que más había perdurado en mi memoria fueron los episodios iniciales genoveses, con las penurias económicas de la familia Rossi, los esfuerzos laborales de la familia, incluido el pequeño Marco, el retrato de una ciudad empobrecida y el drama del paro y la emigración. ¿A alguien le suena la temática? En el neorrealismo italiano, movimiento cinematográfico surgido en la segunda postguerra que se caracterizó por situar el foco en la problemática social de los sectores desfavorecidos y por la austeridad expositiva y de medios, la mirada infantil fue repetidamente utilizada por los directores (Rossellini, Visconti, de Sica) para oponer un punto de vista inocente y con perspectiva de inclemente futuro a la realidad que nos presentaban. Bruno, el hijo del protagonista de “El ladrón de bicicletas”, fue uno de esos niños.

“El ladrón de bicicletas” es uno de los indiscutibles referentes del neorrealismo italiano, parido por dos de sus ideólogos, el director Vittorio de Sica y su guionista de cámara Cesare Zavattini, y nos cuenta la nimia (pero tan grande como la misma vida) historia de un padre de familia, junto a su hijo, a la búsqueda de una bicicleta robada que necesita para mantener el empleo que por fin ha conseguido después de mucho esfuerzo. Ya la primera escena del film nos sitúa sin alharacas ni ornamentos en el meollo de la cuestión: una densa cola (de Sica nos muestra colas en las casa de empeños, en los autobuses, en las iglesias, en la casa de la vidente; la gente ha de salir a la calle a buscar lo que no tiene en casa: comida, dinero, fe y esperanza) en la oficina del paro, de la que se destaca Antonio Ricci, que consigue un trabajo de pegador de carteles (de cine: el primero que pega es de “Gilda”, todo un guiño malévolo a la ampulosidad del cine hollywoodiense) con la condición de poseer una bicicleta. Como el hombre la había empeñado, su mujer ha de vender las sábanas de las camas para desempeñarla. A la salida de la casa de empeños, Antonio, ilusionado, levanta a su mujer en hombros para que vea por la ventana, desde fuera, las oficinas de su nuevo trabajo; pero las ventanas se cierran. Toda una metáfora. A pesar del fresco que de Sica plasma de la Roma postfascista, a través de una estética plagada de barracones, desconchados en la pared, chaquetas roídas y barro en los zapatos, el tono inicial del largometraje es amable, casi de cuento, de familia feliz y unida, esperanzada por el bosquejo de tiempos mejores que significa tener un trabajo. A partir del robo de la bicicleta, poco a poco la atmósfera se va tornando más opresiva, a medida que la búsqueda de Antonio (siempre con su hijo a la vera) se va tornando infructuosa y desesperanzada. Así, mientras el director va dejando continuas pinceladas de la realidad italiana del momento (la escena del restaurante dibuja a la perfección la profunda diferencia de clases, algo que Antonio quiere que presencie su hijo), el relato se despoja de su disfraz moral para así dejar desnuda la problemática realidad del momento, que obliga a Antonio a romper sus principios y a poner en peligro el mito paternal que hasta el momento era para su hijo Bruno. La escena final, con padre e hijo sumergiéndose, apesadumbrados, en la muchedumbre romana, cierra de manera sublime un film capital para entender la historia, no sólo del cine, sino de la propia Italia. Es necesario destacar el trabajo actoral de los actores del filme, ninguno profesional, que materializan a la perfección lo que necesita el maestro de Sica: en concreto, la química de miradas entre Antonio (Lamberto Maggiorani, obrero en la vida real) y Bruno (Enzo Staiola, al que escogieron por... su manera de caminar) es extraordinaria, hay mucho más verismo en ellos que en muchos robots salidos de la escuela Strasberg.

Por supuesto y desgracia, para ver cine social minimalista de esta envergadura hoy en día, es necesario irse a Irán o Pakistán, o retroceder una década y acercarse al cine de Zhang Yimou. En Yuesei hablan de zapatos Manolo Blahnick, y en Europa... ¿De qué hablamos en Europa?
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HAY UN CHICO NUEVO EN LA OFICINA



A ver, que pase el siguiente.... Esto de hacer castings parecía mas divertido en Operación Triunfo. ¿Cómo dices que se llama? ¿Blando? No, hombre, no; necesitamos a alguien duro, a un rebelde sin causa; alguien capaz de interpretar a un gangster o a un militar loco. ¿Que el chico tiene estudios? Y a mí qué... Hombre, el chico es guapo y no resulta mal en la pantalla ¿pero sabrá actuar? Mejor llamamos a James Dean.
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ACÉRCATE MAS



¡Qué complicado es el amor! Crees que estás enamorado de una persona, y que es el amor de tu vida, cuando aparece otra y ¡zas! se acabó lo que se daba, si te he visto no me acuerdo, aunque no puedas evitar sentir algún que otro cosquilleo al ver a la anterior pareja. Pero ¿cuanto tiempo durará esto? ¿será realmente la relación definitiva? ¿Porqué no escriben un manual? Retiro lo dicho, que está Manuale d’amore (1 y 2).¿O tal vez es que me tocaría repetir curso?.
Closer comienza con la canción The blowers daugther, mientras Natalie Portman y Jude Law van por la calle, cada uno en sentido contrario; se ven, se miran, se sonrien... ¡flechazo!, y es que cierto lo que dice la canción “no puedo apartar los ojos de ti”, con su pelo de color, su sonrisa y sus ojos, esta chica sigue siendo una Lolita rompecorazones. Desde que Alice (Natalie) se encuentre con Dan (Jude) no podrán separarse.
Pero pasa el tiempo, Dan conoce a una fotógrafa llamada Anna (Julia Roberts), y ésta conoce a un doctor llamado Larry (Clive Owen). A partir de aquí los cambios de pareja son constantes; ahora te quiero, ahora no te quiero, ahora te vuelvo a querer.
El reparto ya es suficientemente atractivo (en todos los aspectos) como para justificar la visión de la película , y la verdad es que todos están muy bien, aunque los que roban la función son Clive Owen y Natalie Portman.
Escenas para el recuerdo:
- la charla por internet entre Owen y Law (ay, ay, ay , los riesgos del cibersexo); un tanto arrriesgado rodar una escena tan alargada sin diálogos hablados, basándose en lo que escriben en el ordenador.
- la ruptura de Owen y Roberts: dura y cruda ¿quien dice que tengan que ser civilizadas y lacrimógenas? sacan lo peor de nosotros mismos.
- y –sobre todo- toda la escena de Owen y Portman en un local de strip-tease, que tiene algunos de los mejores diálogos de la película, donde Alice desnuda su cuerpo mientras Larry desnuda su alma. Soberbios los dos e inolvidable ella con su peluca rosa y sus “gracias”. Aunque no se parece, me recordó a la escena de Paris Texas en la que Harry Dean Stanton habla a Nastassja Kinski a través de un cristal.
Se nota que se trata de una obra de teatro por los diálogos, que tal vez puedan sorprender a alguno por su contenido sexual. Mike Nichols ya retrató a parejas malhabladas, obsesionadas con el sexo y con problemas en ¿Quien teme a Virginia Woolf? y Conocimiento carnal, así que se encontraba en su salsa, a pesar de los años pasados, aunque parece que le gusta mas profundizar en las variaciones del gusto de la entrepierna de los personajes que en el resto de sus motivaciones.
El problema que encuentro es que no comprendo como son capaces dos pedazo hombres como Jude y Clive de preferir a Julia Roberts en lugar de a Natalie... pero como ya he dicho, el amor es complicado y dicen que ciego
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LA SALA DE TORTURA DEL CINÉFILO (VOL. 2)


Decíamos ayer...

Seguimos con la peregrinación por los tormentos habituales, los sutiles instrumentos de tortura que nos aplica la ignorante plebe a los insignes cofrades de la Comunidad del Ani... digo, de la Cinefilia. Akoki.

-No viaje con nosotros. Un buen cinéfilo no debe efectuar ninguna clase de viaje medianamente prolongado a menos que sea de importancia capital. Si no queda más remedio, se abstendrá de realizarlo en otro medio de locomoción que no sea su propio automóvil. ¿Por qué? Pues porque en caso contrario, se verá expuesto a la inmolación que supone un viaje standard en medios de transporte tales como a) avión o b) autocar. Si nos encontramos en la tesitura a), nos enfrentaremos al inconveniente de tragarnos, sin guarnición, películas de éxito indudable y de calidad manifiesta tales como “Dr. Doolittle”, “Novia a la fuga”, “The fast and the furious” o “Speed 2” (esta me la comí en mi viaje a New York, y la experiencia quedó irremediablemente lastrada). De lo cual se deduce que las líneas aéreas nos toman por idiotas (y en muchos casos, no están exentos de razón: si no, no se entienden las carcajadas que producen heces fílmicas como “Colega, ¿dónde está mi coche?"). En el caso propuesto b), en el cual nos solemos encontrar sólo si tenemos que ir al Pueblo (nombre que acomoda a todas las aldeas rurales de España) y no tenemos ni-pa-gasolina, los daños colaterales son muchísimo más aterradores; el viejo televisor Telefunken de sonido monoaural (en cristiano, sonido de mierda) nos ofrecerá, durante el inacabable recorrido, filmes de culto de enjundia tal como “Pepito Piscinas”, “La avispita Ruinasa”, “Sor Citroen”, o, si somos muy afortunados, un ciclo “Bud Spencer y Terence Hill” (sí, los reyes de los fostiones a mano abierta), con cine-fórum y posterior turno de ruegos y preguntas al conductor (todo un especialista en el género) incluidos. Lo peor no son las películas que este tipo de viajes te obligan a tragar. Lo peor es que desenfocan tu criterio cinéfilo; por tu cerebro tiende a sobrevolar una fatídica frase: “pues tampoco es tan mala”.

-Esta es la refinitiva. Me refiero a las ediciones especiales de los DVD’s. Un ejemplo que he leído hoy: “Los 4 fantásticos” está a punto de cumplir su ¡cuarta! edición en un año y medio. No tengo que explayarme mucho más, ¿verdad? Pues eso. Parece que todas las productoras siguen la regla “George Lucas” que dice que siempre hay una edición definitiva MÁS. Versión Extendida, Edición Especial, Versión 2.1, Edición Coleccionista, Director’s Cut, Edición Remasterizada, Especial 25 años... Mientras, no hay manera de que saquen al mercado de una puñetera vez “Criaturas celestiales”, “Clerks” o “Todo es mentira”. Sólo se me ocurre una cosa que decir: Mecagüenlastomasfalsasdelospiratasdelcaribeunaauna. Qué a gusto me he quedado... Por cierto. Si a alguien se le ha ocurrido comprar “Blade Runner”, que ha salido hace unos pocos meses, que sepa que no tardarán en reestrenarla en cine, y que ese reestreno dará lugar a una Edición Que-te-cagas en DVD con las dos versiones del filme. Duele, ¿eh?

-Los amigos-plasta. Categoría que también incluye a familiares. Todos aquellos que, de una manera u otra, tratan de: a) ponerse a tu (cinéfila) altura, b) aprovecharse de la misma. Entre los primeros están los que un día ven una exótica película europea (“Amelie”) y te dan la vara todo el día hablándote de lo malo que es el cine americano. Tú no te atreves, porque en el fondo le tienes cariño, a preguntarle el título de alguna película europea más, a riesgo de que te conteste, por ejemplo,”estoooo... eeerrr... ¿Un hombre-lobo americano en Londres?”. En esta subcategoría también se encuentran esos suegros particularmente irritantes que, en cuanto pones el DVD y asoman las primeras escenas, siempre (SIEMPRE) tienen a punto la siguiente combinación de cinco palabras: “esta ya la he visto”. Joder, pero si es “Spider-man 3”, la acaban de estrenar y se la ha bajado tu nieto de internet... En el apartado b) están esos amigos/primos/cuñados que creen que eres un “¿Quieres ser millonario?” andante, y a la que pueden te asaetan con preguntas tipo: “nene, ¿qué actriz era aquella que salía en esa película que ellos se conocen en una guerra, no me acuerdo cuál, que ella es enfermera?”. Pobre de ti que no respondas a la primera y sin titubear. “Hombre, si te lo doy mascado... ¿Y tú dices que eres cinéfilo?” Recordad, amigos, que el degollamiento está perseguido por la ley. También se ha dado el caso (lo he sufrido in person) de amigos que te llaman al móvil; tú crees que es para interesarse por la gripe que estás padeciendo, pero... “Oye, que estoy con unos amigos jugando al Trivial. ¿Te suenan unos hermanos que dirigieron una película que se llama “Padre, padrone”?”

Sí, jóvenes padawanes. Ser cinéfilo es extremadamente sufrido y fatigoso. Pero proporciona tanto bien a nuestros cultivados corazones, que vale la pena pasar por todas estas penurias. ¿O no?
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UNO DE NOSOTROS



No hay ni habrá una película mas perturbadora y fascinante que La parada de los monstruos.
Tod Browning ya desde niño mostró su afición por el mundo del circo y las variedades, donde trabajó varios años. Todas sus experiencias le marcaron a la que pasó al mundo del cine, tanto en la etapa muda con películas como El trío fantástico o Garras humanas, o en la etapa hablada con La parada de los monstruos o Muñecos infernales.
Resulta difícil creer que la Metro produjera una película así, que fue censurada, prohibida en muchos países y duramente criticada, siendo muy difícil de ver en la actualidad. La gente no estaba preparada para ver semejante desfile de freaks: enanos, diminutos, siameses, mujeres barbudas, hermafroditas, personas sin brazos ni piernas, microcefálicos.... todos ellos reales, nada de maquillaje ni efectos especiales. Gente totalmente marginada por su aspecto, que tienen que esconderse del resto de la sociedad, y la única forma de vida que encuentran es exhibiéndose en un circo. Sin embargo, el tiempo ha hecho de ella una película de culto, una extraña joya.
Hans (Harry Earles) es un diminuto que está enamorado de una bella trapecista, Cleopatra (Olga Baclanova), haciendo que olvide a su prometida, la dulce Frieda (Daisy Earles), aunque ella tan sólo está interesada por su dinero, no para de burlarse de él a sus espaldas y se entiende con el forzudo del circo, Hércules (Henry Victor).
Los que representan la “normalidad”, Cleopatra y Hércules, son en realidad despreciables, unos auténticos monstruos de egoísmo y crueldad, sin embargo los “anormales” muestran todo tipo de sentimientos y están sumamente unidos: quien ofende a uno de ellos, les ofende a todos; por eso, a la que Hans descubra como le ha engañado Cleopatra la venganza será terrible. Aunque también está la pareja formada por Venus (Leila Hyams) y el payaso Phroso (Wallace Ford) para demostrar que la gente “normal” también tiene buenos sentimientos.
Es difícil olvidar escenas como las del torso viviente encendiendo un cigarrillo, que acaba con la frase “¿sabes hacer algo con las cejas?” (¿quien dice que esta gente no tiene sentido de humor?), el banquete de boda rematado con el cántico de “te aceptamos como uno de nosotros”, que despierta las iras de Cleopatra y hará que Hans abra los ojos a la realidad, o ver a los componentes del circo arrastrándose por el suelo bajo una tormenta, amenazadores, persiguiendo a Cleo es una de las escenas mas alucinantes del cine de terror.
Aún así, la película tiene situaciones divertidas, como los coqueteos de cada una de las siamesas con hombres distintos, o dos de las frases de Roscoe, uno de los componentes del circo, que demuestra ser mas ingenioso que el payaso Phroso: la primera, refiriéndose a la mirada que le echa el/la hermafrodita a Hércules: “Creo que a ella le gustas... pero a él no”, o cuando ve salir a Hans de la caravana de Cleopatra “ No sabía que Cleo hacía régimen”.
Browning no trata a estos freaks con excesiva sensiblería (no hay mas que comparar esta película con Máscara, por ejemplo), sino como lo que son, personas humanas, con algún que otro defecto, sentido de humor, orgullosos de sus habilidades y con una fidelidad a prueba de bomba, creada como única defensa para su rechazo. Ese mismo rechazo hacía que fuera muy difícil relacionarse con ellos, según explicó el propio Browning hablando de su época circense; demasiados desengaños, supongo.
Finalmente, Cleopatra será para siempre “una de ellos”. Recomiendo este estupendo y detallado enlace para saber mas detalles de la película.
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EL BARBERO DE CALANDA


¿Es una película “Le chien andalou” (“Un perro andaluz”)? ¿O es más bien la confluencia de dos tormentas creativas, Dalí & Buñuel, en el cenit de la espiral imaginativa, sin estructura narrativa que les oprima? Una confluencia de imágenes provocadoras, vanguardistas, insurrectas, que arrasaron en la intelectualidad parisina y anclaron para siempre el movimiento surrealista en el arte cinematográfico. El “guión” se pergeñó en una semana y el filme se rodó en unos quince días (chúpate esa, Kevin Smith), con un presupuesto basado, en gran parte, en un préstamo de mamá Buñuel. Luego ambos genios intentaron proseguir con sus colaboraciones, pero se acabó la química, y pasaron de ser grandes amigos a odiarse cordialmente: son como niños. La escena del ojo y la cuchilla, la que abre la película, es la que más ha calado en nuestras retinas, y nunca mejor dicho. Disfrutadla, yo no soy capaz de verla sin sentir como si un kilo de tiza se arrastrase por una pizarra. Grima.

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SIEMPRE NOS QUEDARÁ BERLIN



Soderbergh es uno de los mayores ejemplos en la actualidad de director tipo doctor Jeckyll y Mr. Hyde; es capaz de hacer películas totalmente comerciales, sin mas pretensiones, como cualquiera de las entregas de la saga Ocean, o experimentos como Traffic y Bubble (que levante la mano quien la haya visto). El buen alemán es una prueba mas de esa dualidad; por un lado quiere ser un homenaje a las películas “de antes” : blanco y negro dominado por las sombras, rodado por cámaras de los años 50, con interpretaciones del estilo de esa época, el sello de la Warner antiguo, el uso de la música... y, por otro lado, la mezcla con el documental, el gusto por el anti-glamour, casi neorrealista, y una perspectiva muy actual, mostrando lo que no habría permitido entonces el código Hays.
La primera referencia a otras películas que viene a la cabeza es Berlín occidente, que mostraba a una ciudad totalmente destrozada en la que el mercado negro era la única salida, pero también las hay a El tercer hombre por el uso de las alcantarillas en la que se refugia un “muerto”, y Viena estaba prácticamente tan dividida como Berlín; por supuesto, no puede faltar Casablanca, por la historia de amor imposible entre una mujer casada que debe elegir entre apoyar a su idealista marido o quedarse con el hombre que ama, que incluye una escena final de la pareja en un aeropuerto.
George Clooney, el hombre a quien mejor le quedan los trajes italianos del mundo, pero que aquí desgraciadamente va todo el rato de uniforme, es Jake Geismer, un periodista militar que vuelve a Berlín a la que ha acabado la guerra, cuando está a punto de llevarse a cabo la reunión entre Stalin, Churchill y Truman en Postman, que servirá para dividir a Alemania en dos. El chofer que le han asignado es Patrick Tully, un Tobey Maguire que se empeña en hacernos ver que es algo mas que Spiderman (por cierto, duelo de Batman y Spiderman, ¡casi nada!), un golfillo que se dedica a traficar en el mercado negro intercambiando cualquier cosa, incluso a su novia, Lena Brand (Cate Blanchett), que había sido una antigua amante de Geismer. Un asesinato complicará las cosas, y es lo que menos necesitan las autoridades en esos momentos, pero Geismer se empeñará en investigarlo.
Si hay alguien que tenga el carisma de las estrellas de antes ese es Clooney, cuya socarronería le convierten en el sucesor de Clark Gable; aquí tiene que hacer de un personaje que viene a ser un poco Rick; en tierra de nadie, cínico pero en el fondo un romántico, hasta tiene una frase del estilo “De todos los chóferes del mundo...” mientras se toma su obligada ración de whisky. Y a mi que eso me suena...
El personaje de Lena Brandt está en la mas pura línea de Marlene Dietrich, y sobre todo de su papel en Berlín Occidente: aparentemente fría y distante, manipulando a los hombres, ambigua: ¿es buena o es una nazi? ¿puede ser las dos cosas? Sencillamente, es una superviviente. Además, le permite a Cate Blanchett lucir otro acento, como hizo con El aviador.
El Viktor Laszlo de turno es “el buen alemán” que da título a la película, alguien que quiere denunciar los crímenes de los nazis, pero es incapaz de ver todos los horrores por los que ha tenido que pasar su mujer.
Cada vez que se oye una voz en off es para indicarnos que a partir de ese momento vemos la historia desde el punto de vista de ese personaje.
La lucha entre los dos estilos de Soderbergh hace que la película no sea ni una cosa ni otra; ni carne ni pescado, pero aún así merece la pena verse.
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LA SALA DE TORTURA DEL CINÉFILO (VOL. 1)


¿Qué es un cinéfilo? Según la RAE, cinéfilo significa “aficionado al cine, u.t.c.s.”. Y ya está. Con esta ridiculez de definición, queda claro que a los abuelos de la Real Academia Española el cine se la trae al pairo. Por favor... Un cinéfilo es un monstruito que vive por y para el cine: que cada situación anómala que se le presenta en la rutina diaria ya la ha vivido en el cine; que siempre tiene un diálogo de cine a punto; que nunca mira, sino que encuadra; que siempre se queda en la butaca hasta el final de los créditos; que es el único en las conversaciones de los colegas, a la salida del cine, que habla de la “apelmazada fotografía tan característica de su director” (cinéfilos del mundo, frenad vuestras ansias de expresar vuestra Sabiduría delante de la vulgar chusma que no alcanza vuestro nivel, si no queréis parecer... informáticos); que, en definitiva, es un plasta de cuidado para todo aquel que no forma parte de la Elegida Comunidad del Celuloide. Es muy duro ser un cinéfilo practicante y devoto. Estamos rodeados de incomprensión, de inmadurez, de arrogante ignorancia (“¿Cómo dices? No, Lars Von Trier no es el delantero alemán que está intentando fichar el Barça. Pero por favor, si fue el creador del movimiento Dogma... No... No, no es un baile. Dioxxxxx...”), de una sociedad agresiva e inmisericorde con los pobres y sufridos cinéfilos, empeñada en torturarnos sistemáticamente con nimios comportamientos recurrentes, con pequeños capones en el lobulillo de la oreja que nos acaban por hacer explotar cual increíble Hulk. Luego se quejan de que aparezcan alienígenas como Carlos Pumares... ¿Ejemplos?

-La cola de la máquina de DVD’s. Os ha tenido que pasar a todos. Un sábado por la noche sin plan (uséase, cualquiera de los míos), te acercas a la máquina del Cinebank de turno (seguro que en el videoclub “El laberinto del fauno” ya está cogida). Una pareja joven se te adelanta por escasos segundos y realiza la fatídica (para tus intereses) acción de introducir la tarjeta. A esperar tocan. La primera en la frente: “¿te acuerdas de la contraseña?” Esto no puede acabar bien... Una vez consiguen llegar a la pantalla de selección (pensándose detenidamente cada botón que tocan), comienza la penuria. Mientras se van parando una media de 30 segundos en cada película, los comentarios van por los siguientes derroteros: “Esta la vimos”. “No me acuerdo, ¿cómo era?” “Sí, hombre, esta es aquella en la que ella se enamora de él, que es un taxista viudo, pero él tiene una relación con su hermana, la de ella, que no puede dejar porque el padre de él va a tener un hijo con una antigua amiga de la infancia. Pero luego el avión se estrella, y ella se arrepiente, pero él...”. Mientras te cuestionas sobre las carencias educativas de este país, la mitad masculina del aparato de tortura asiente displicente, y pasan a la siguiente película. Él dice, “hostias, Infiltrados, qué buena”, pero ella contesta, con mirada modelo esta-noche-al-sofá, algo así como “no, hombre, que me apetece ver una que sea BUENA DE VERDAD, una romántica”. El tipo resopla resignado (su ideal de escena romántica es el momento en que Bruce Willis le dice a su mujer “que te follen” en “El último boy scout”), y tú estás a punto de ir zumbando a tu ordenador a pedir por E-Bay un bate de béisbol... Después de minutos que parecen horas, acaban llegando a un acuerdo para elegir una de “mucha risa”: “Esta abuela es un peligro 2. Por fin tienes el camino libre, pero el mal cuerpo no te lo quita ya nadie...

- Los terroristas de la multisala 3. No creo que sea necesario extenderme demasiado. Los Buscadores de Palomitas (no se conforman con la primera que pillan, han de rebuscar en el paquete hasta encontrar la palomita perfecta...), los Señores de los Hielos (después de sorber ruidosamente el último estertor de Coca-Cola, les resulta insólitamente tentador remover la cañita entre el hielo sobrante) (hay una ramificación minoritaria de esta banda que se dedica a chupar los hielos, y conseguir que se entere todo el cine), la facción Cómocoñoseabreesto (por lo visto, para algunos abrir una bolsa de M&M’s es inviable sin un libro de instrucciones. Pero no por ello dejan de intentarlo y dar por c... al resto de la sala), la facción infantil “Yo quiero ser Carl Lewis” (como “Pesadilla antes de Navidad” me está aburriendo mazo, me dedico a competir contra mi primo a ver quién llega antes a la fila 16. Quince veces), los Lanzadores de Penaltis (el tipo de atrás que va dando pataditas a tu asiento en progresión geométrica a medida que la tensión del film se incrementa), las Tertulianas del Día del Espectador (esas afables ancianas que van al cine los miércoles tarde con el único objetivo de charlotear sobre sus nietos. Lo cual no supondría ningún problema si no lo hiciesen DURANTE la película)... Y sólo he enumerado algunos. Son pequeñas células independientes, al estilo Al-Qaeda, cuyo único propósito es atacar frontalmente el sistema nervioso de la Comunidad Cinéfila. Se recomienda, en estos casos, ir al cine armado con toneladas de paciencia. Una sierra mecánica marca Voorhees también ayuda.

To be continued...

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NOCHE Y DIA DE CELULOIDE



Tercera parte: el director es la estrella
Ya estamos en otra generación, ahora los directores de cine no son gente que ha aprendido de la vida y expresa sus vivencias en la pantalla, sino personas que han aprendido de la vida a través de las películas. El director es un cinéfilo, que tal vez haya sido antes crítico de cine y por fin se ha decidido a haber realidad su vocación frustrada.
La noche americana nos habla perfectamente del juego de apariencias del cine. “El cine es la verdad a 24 imágenes por segundo”, dijo Godard. No es cierto. El cine es la mentira a 24 imágenes por segundo, tan falso como la “noche americana”, capaz de aparentar la noche estando de día. Pero eso nunca nos ha importado, mientras la mentira esté bien contada y nos la creamos.
Un director, Ferrand (François Truffaut), de amplias referencias cinéfilas (cahierista, para mas señas) y sordo, como su admirado Luis Buñuel, se propone dirigir una película llamada “Os presento a Pamela”. Pronto empiezan a surgir inconvenientes: la actriz que no recuerda una frase, el extra que aparece en el momento inoportuno, la luz no adecuada, un gato que no hace lo que debe... Al fin y al cabo, no son mas que pequeños problemillas como los de cualquier rodaje. Pero la cosa se complicará mas cuando la vida personal de los componentes del equipo interfiera en el proyecto: rupturas sentimentales, muertes y embarazos inesperados harán que se tenga que modificar la historia, descartar parte de lo rodado, hacer retoques, cambiar el plan de rodaje...
Si la película que se está rodando, “Os presento a Pamela” es un drama, no lo son todas las vivencias de la compañía, todos son tratados con cariño y una ligera sonrisa: el galán con nostalgia del pasado (Jean Pierre Aumont), la temperamental diva italiana (Valentina Cortese) a quien le gustaría ensayar “como con Federico”, el actor joven caprichoso y enamoradizo, que aún se cree Antoine Doinel (Jean Pierre Leàud), la bella estrella americana (Jaqueline Bisset), tan insegura que se ha casa tan sólo porque su marido le ofrece estabilidad. Cada uno de ellos, a la que explique el argumento dicen que ellos son los protagonistas (ese ego...). El director tiene que hacer de confesor, amigo y asesor de todos ellos, intentando solucionar sus problemas y tomando notas de sus reacciones, que le pueden servir para cualquier escena. Como dice Ferrand, el director es “una persona a quien todo el mundo hace preguntas”; eso no quiere decir que tenga las respuestas, ni siquiera a la de “¿las mujeres son mágicas?” (¿quien lo pregunta? ¿Harry Potter?), pero lo intenta, aunque tal vez te dé el diálogo la noche anterior y tengas que aprenderlo a toda prisa.
Al final, haciendo honor a la frase “el espectáculo ha de continuar”, la película saldrá adelante, probablemente no como había imaginado el director... pero eso ya es otra historia.
Para alguien tan cinéfilo como Truffaut, su sueño recurrente no podía ser otro: él de niño acercándose a un cine para robar las fotos de Ciudadano Kane. Y colorín, colorado, esta trilogía se ha acabado.
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EL HOMBRE DE ACERO


En algunos comentarios de mi patillera crónica de los Oscars, advertí con regocijo una corriente de simpatía hacia Manoj Night Shyamalan, tan apaleado en los últimos tiempos. Reivindiquemos a Shyamalan. Mimémosle un poquito, acurruquémosle en nuestro regazo cinéfilo, después de haberse llevado dos Razzies (Peor Director, Peor Actor de Reparto) y, lo que posiblemente le resulte más humillante, el YoGa Pepito Piscinas al Peor Director, todos por “La joven del agua”. Nótese que todos los “premios” (las dos nominaciones Razzie en las que “fue derrotado” eran Peor Película y Peor Guión) se los lleva in person, lo cual nos lleva a la conclusión de que el personaje no despierta muchas simpatías precisamente. Lo cierto es que el mundillo crítico USA le ha atomizado, el público le ha girado la cara con despecho (ya no me das lo que te pido, me voy con otro) (por ejemplo... Sacha Baron Cohen), y las productoras empiezan a verle como veneno para la taquilla. Que nos encontremos en esta situación sólo unos años después del impacto nuclear que resultó “El sexto sentido” resulta inverosímil, pero así es el desalmado universo artístico: vales lo que DICEN que vale tu último trabajo. “El protegido”, segundo filme del director de origen hindú, devino el inicio de la paradoja Shyamalan: él hacía una película, y los productores y el público la confundían con “El sexto sentido”. Y así hasta hoy... Anuncio de servicio público: si alguien en la sala no ha visto todavía “El protegido”, que se abstenga de seguir leyendo. Para analizarla con un mínimo de vuelo, no me queda más remedio que destriparla. Así que no me lloréis luego...

El primer problema, como en todas las películas del gran director hindú, es... el trailer. Observen, impúberes querubines, cómo se puede falsear, desde la misma publicidad, el tono de lo que se pretende vender: ¿es o no es doloroso como un tacto rectal de El Increíble Hulk? Pues así una tras de otra. No, “El protegido” no es “El sexto sentido 2: tito Bruce vs. El Cuervo”, es... una película de superhéroes. Esa es la gran sorpresa de la película. El final uno se lo puede imaginar, si descodifica correctamente los códigos del film; pero el golpe inesperado viene cuando uno reflexiona sobre lo que está viendo, y comienza a compararlo con, pongamos por caso, el “Superman” de Richard Donner. La cinta se abre con, nada más y nada menos, que con la génesis del villano, la angustiosa escena en la que nace Mr. Cristal al calor de la familia, y enseguida se dan cuenta de que algo ocurre con el crío: sus brazos y piernas están rotos. Al respecto de esta escena, hay que señalar que Shyamalan la rueda casi toda frente a un espejo que nos enseña lo que está sucediendo: esto no es casualidad, puesto que Mr. Cristal (Samuel L. Jackson, magistral) se nos va a ir apareciendo sucesivamente reflejado en otros objetos (un cuadro, una tele). Es la manera metalingüística de explicarnos que el personaje se encuentra en la búsqueda de su antónimo, de su antípoda. Luego se nos muestra al héroe, David Dunn (tito Bruce, contenido, excelente), en un tren, apesadumbrado, con cara de oficinista amargado, que esconde el anillo de casado para iniciar un esbozo de ligue que se queda en eso, un esbozo. Luego el accidente, que no llegamos a presenciar (una buena elipsis define a un buen director), el hecho intrigante y desencadenador (el hombre no tiene una sola rascada), y el detalle que, en un único plano, nos describe qué pasa en casa de los Dunn: tras un frío beso de su esposa (Robin Wright Penn), el hijo les une las manos, tratando desesperadamente de fingir una familia unida. A raíz de este acontecimiento, los hechos comienzan a precipitarse: Mr. Cristal cree haber encontrado lo que busca, su némesis, y David Dunn, con la mirada absorta y empadrada de su hijo (que, como buen aficionado al cómic, es el que mejor entiende la situación), descubre, a cucharadas, que quizás hay algo especial en su interior que puede hacer que se volatilice la tristeza que le acompaña todas las mañanas al despertarse... David Dunn es la encarnación en el mundo real de los hiperbolizados superhéroes de cómic, con sus superpoderes (intuición para descubrir al malo-maloso de turno, fuerza superior a la normal) y su kryptonita (el agua, que tiene una función similar en “Señales”... ¿cada cuánto te duchas, Manoj?), y por fin conoce su destino; así que se embute el supertraje (el chubasquero, ay si le viese Edna Moda) y se enfrasca en su primera misión, un éxito a medias que resuelve con una pelea fuera de los cánones del género heroico, sucia, abigarrada y mas bien barrriobajera. El final nos revela que Mr. Cristal es, efectivamente, el archivillano de la historia, quien, un poco al modo de John Doe en “Se7en”, triunfa a pesar de su captura: su éxito es completo al haber descubierto a su némesis.

El filme, como todos los de M. Night Shyamalan, es de un corte visual impecable, pulcro, elegante como un smoking (obsérvese el lento contrazoom de la entrevista del médico a Dunn, con el penúltimo superviviente muriéndose en difuso primer plano). Se toma el asunto muy en serio, sin caer en la fácil parodia de un arte menor (los cómics) con tendencia a la ridiculización, y se preocupa de sus personajes. La disección de la disfuncionalidad familiar de los Dunn es irreprochable, aunque la palma se la lleva ese supervillano manipulador, sombrío y extraordinariamente humano que le ayuda a componer ese bendito Samuel L. Jackson. “El protegido” es, quizás, la mejor, la más redonda película del ingenioso director hindú; por lo menos, merece la adoración de los aficionados al cómic, por tratarles con tanto respeto. Claro, luego llega “El peluquín fantasma” y lo estropea todo...
 
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