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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EL DESEQUILIBRIO PERFECTO


Jóvenes padawanes, me disculparéis si la calidad del escrito presentado no alcanza siquiera el, por otra parte, ínfimo nivel que mi falta de talento me permite. Me encuentro encerrado en mi habitación, con tapones en los oídos y con las ventanas bien aseguradas a pesar de la calor, la cual apenas puedo combatir con el minúsculo ventilador que me permite el antiestajanovista (a más trabajo, menos dinero) sueldo de la Directrice. La causa, las maravillosas, populares y entrañables fiestas de Sants, que durante ocho días martirizan las orejas y los espíritus de cualquier hombre de bien (e incluso los míos) de manera estomagantemente incesante. Tómbolas, sorteos, bingos comunales, payasos, actividades infantiles, habaneras, sardanas, orquestas populares de temática basada en el rickymartinismo y en el chikilicuatrismo. Todas con un denominador común: un micrófono distorsionado con el que los showmans frustrados del barrio pueden expresarse artísticamente, a la vez que perforan cruelmente mis trompas de eustaquio. Sartre decía que el infierno eran los otros. Para mí, el infierno son las habaneras. ¿Hay alguna necesidad de escuchar, una vez más, “El meu avi”? El escaso sentido común que aún conservo se erosiona a niveles saharianos a medida que la falta de sueño, los perros piloto y los payasos vociferantes se adueñan del barrio con la sorprendente complicidad de los Cuerpos de Seguridad del Estado, quienes, con una cerrazón inexplicable, se niegan a atender ninguna de mis imaginativas protestas, la última un paseo de varias manzanas al estilo John McLane en “La jungla 3”, con un cartel reivindicativo como única pieza de ropa. Es cierto que fui detenido a los pocos minutos (prueba de que seguimos viviendo en una dictadura), pero hay que decir que, como compensación, ahora soy extremadamente popular entre el vecindario femenino de entre 70 y 85 años.

¿El qué? Espere que me quite los tapones. Sí, ya sé que esto es un blog de cine. Ahora voy.

Phillip Seymour Hoffman es hijo de un ejecutivo de la Xerox y una abogada y jueza de familia. No parece el mejor ambiente familiar para dedicarse a una carrera de bellas artes... o sí. En cualquier caso, a todos los que disfrutamos de las grandes interpretaciones en el cine, debemos de dar gracias a Billy Todopoderoso por permitir que el pequeño Phillip se alejara de la atmósfera de profesión liberal de su casa, para dar los primeros pasos que le han llevado a ser, hoy en día, uno de los mejores actores que pululan por las pantallas universales. Intenso, dedicado, camaleónico sin necesidad de postizos, con un físico rechoncho antiglamour y una mirada inquietante que falsea una primera impresión de “vecino de al lado” y que da la impresión de estar al borde del precipicio constantemente, tiene además un excelente ojo para determinar su carrera. Carrera a la que le costó bastante darse un impulso definitivo, cargada en un principio de papeles secundarios o anecdóticos que no permitían al espectador poco avezado poner el ojo en aquel muchachuelo regordete. “Esencia de mujer”, “La huida”, “Ni un pelo de tonto”, “Twister”... seguro que casi todos hemos visto la mayoría de estas películas, y casi ninguno reparamos en él. Pero Paul Thomas Anderson sí.

Su pequeño pero bordado papel en “Sydney”, la primera película del geniecillo Anderson, fue el punto de partida de una fructífera relación profesional entre dos personajes que hoy se encuentran en la élite de sus profesiones. Pero fue su papel en la extraordinaria “Boogie nights” el que empezó a hacer que los ojos cinéfilos se fijaran en él, a través de esa mirada pelín esquizoide y plena de represión gay que aporta a su personaje. Repite con Anderson en “Magnolia”, donde, sin embargo, se sitúa en un registro mucho más amable y positivo, dentro del inmenso melodrama que es esa descomunal película. Aunque su tercera colaboración conjunta apenas la vio nadie, la marciana “Punch-Drunk Love”, P.S. Hoffman ya se había convertido en uno de los secundarios más sólidos del indy, en parte gracias a su estratosférico trabajo en “Happiness”, en la que pergeña uno de los personajes más perturbadores de los últimos años: su físico y su cara de vicioso encajan perfectamente con el acomplejado pajillero al que da vida en el film de Todd Solondz. Su carrera aporta su rostro de secundario ideal a excelentes directores con personalidad propia como Spike Lee ("La última noche"), los hermanos Coen (“El gran Lebowski”) o David Mamet (“State and Main”), mientras consigue su primer protagonista en la sensible y desconocida “Con amor, Liza”. Hasta que llega el previsible petardazo.

Capote” es su segundo protagonista, y no es cualquier cosa. Su perfecta impersonación de los claroscuros del amaneradísimo escritor de “A sangre fría” le transporta al olimpo de tito Oscar, y su talento queda oficializado y universalmente reconocido. A diferencia de otros, P.S. Hoffman sabe aprovechar el tirón del señor desnudo y dorado, y su carrera y prestigio se han ido acelerando en los últimos tres años en progresión geométrica. Lo siguiente fue interpretar al villano de “Misión: Imposible 3”, un destino natural al que tenía que llegar tarde o temprano; en ella se devora sin guarnición ni escrúpulos a tito Cruise -con apenas veinte minutos reales de papel- y demuestra su nivel de profesionalidad al esforzarse en aportar sustancia e intensidad a un personaje que seguramente no la tenía de inicio. Cada película suya es un nuevo giro, un nuevo cambio de registro, una nueva demostración de que su talento puede con todo, desde el melodrama agridulce (“The Savages”) a la comedia política (su genial agente de la CIA en “La guerra de Charlie Wilson”), aunque este año la palma se la lleva su personaje de “Antes de que el diablo sepa que has muerto”, una de las mejores películas de la temporada, en la que Hoffman deslumbra interpretando a un personaje iracundo, maquiavélico, pero más vulnerable de lo que le gustaría y tan humano que no se puede reprimir un sentimiento de lástima. P.S. Hoffman, cuyo próximo estreno, coherentemente con su carrera, es la última película de Charlie Kauffman (“Synecdoche, New York”) es el rarito oficial de Hollywood, ese actor de talento elefantiásico, mirada profunda y tranco perverso que da prestigio a cualquier obra en la que aparezca. Una cualidad al alcance de muy pocos.
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PECADORES DE LA CIUDAD



Ya hacía unos cuantos años que la relación de cine-cómic cada vez se estaba haciendo mas estrecha, pero parecía que estaba llegando a un callejón sin salida, que no avanzaba en lo que era convertir en imágenes los dibujos con un tratamiento bastante infantil: superhombres buenísimos, villanos malísimos, actores de segunda fila para interpretarlos... hasta que llegó Sin city, que significó la mayoría de edad del género.

Con una impresionante fidelidad a los cómics de Frank Miller, que Robert Rodríguez no dudó en poner como co-director, para lo que tuvo que darse de baja de la Asociación de Directores para no incumplir las normas, y usando tres de sus historias, El largo adiós, La gran masacre y Ese cobarde bastardo, es un homenaje al cine negro tan negro que casi parece una parodia: violencia extrema, hombres durísimos, mujeres supersexuales, poderosos corruptos... Todo ello con un tratamiento visual increíble, de un blanco y negro con ocasionales manchas de color, al igual que los cómics originales. De las tres historias, la de Dwight es la más floja, aunque se ha de reconocer que Rodríguez sabe sacar guapísimos habitualmente a sus protagonistas, y aquí lo consigue con Clive Owen (vosotros tampoco os podéis quejar: Jessica Alba y Rosario Dawson tampoco lucen nada mal).

Como en toda ficción pulp que se precie, se mezclan las historias y los personajes, saltando en el tiempo, y unos protagonistas que habían muerto aparecen en otra escena posterior. Seguro que Quentin estuvo a sus anchas en el proyecto, aparte de inaugurar la categoría de director invitado, por rodar la escena de la conversación de la cabeza de Benicio del Toro con Clive Owen en el coche, por la que cobró un dólar; lo mismo que cobró Robert Rodríguez por la banda sonora de Kill Bill (eso es amistad y lo demás tonterías) Rodríguez ya tenía un rodaje de películas rodadas con el fondo verde gracias a la saga de los Spy Kids, pero Tarantino disfrutaría como un niño con un juguete nuevo.

El reparto es sencillamente espectacular: ¿quién mejor que Bruce Willis para hacer de poli duro y cansado, como si fuera un John McClaine al borde del retiro? ¿Se puede ser mas bruto y al mismo tiempo mas tierno que lo es Mickey Rourke? No. Elijah Wood dejó totalmente de lado su lado hobbitt para convertirse en un asesino implacable que no necesita decir una palabra para resultar inquietante, y además tuvimos el aliciente de volver a ver a actores que ya pertenecen a nuestra educación sentimental, como Rutger Hauer y Michael Madsen.

Pero esto se convirtió en la punta del iceberg, todo un nuevo mundo de posibilidades de la mezcla cine-cómics-ordenadores estaba por descubrir, ya que no nos engañemos, sin Sin city no habría habido 300, aunque tal vez la pregunta sea ¿pero podría seguir viviendo sin haberla visto? La respuesta es sí; por muy deslumbrante que sea técnicamente falla en la historia, ya que no tiene la excusa de la serie negra para darle más peso. A la vuelta de la esquina tenemos a The spirit, que tiene toda la pinta de una especie de Sin city 2 pero mucho mas tipo arte y ensayo, ya con Miller al 100% como director. ¿Cuál será el límite?. Hasta el infinito y mas allá, parece.
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EL VAGABUNDO DE SHANGHAI




Uno de los pequeños placeres de la vida del cinéfilo es descubrir las referencias que se hacen a otras películas: pueden ser en plan homenaje, parodia, dándoles la vuelta o una simple copia-y-engancha; todas ellas con mejor o peor fortuna, pero que sirven para que el “experto” se las dé de listo y sonría complacido demostrando que lo ha pillado. Por eso el conocimiento de los clásicos hace que las referencias nos lleven a orígenes totalmente inesperados. Por ejemplo, la escena de los espejos de La dama de Shanghai, una maravilla del genio de Orson, ha sido imitada en multitud de ocasiones, pero ¿a que nadie se esperaba que tuviera su referencia en Chaplin?. Welles admiraba a Chaplin, y sin duda conocía El circo, uno de sus primeros largos, en la que, tras una delirante persecución en una feria, el vagabundo y el policía (pareja tan inevitable como el correcaminos y el coyote) acaban en un laberinto de espejos, incapaces de reconocer quien es de verdad y quien es un reflejo. Me encanta cuando pone a hacer de autómata, demostrando una vez mas la inagotable capacidad e improvisación de el vagabundo. Sencillamente delicioso.

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TÚ ME COMPLETAS


Bienvenidos al fenómeno cinematográfico del año. Después de más de un año de campaña viral incesante e imaginativa, de marketing avasallador y de expectativas exosféricas, ha llegado, como un tanque a una caseta de perro, “El caballero oscuro” a llevarse todo por delante. Crítica, público y taquilla rinden pleitesía a la secuela de “Batman begins”, de tal manera que si hoy en día no quisiera ser alguien, ese sería Christopher Nolan: va a ser imposible cumplir las expectativas para una hipotética tercera parte, si es que se acaba haciendo, y, lo más importante, si él la acaba dirigiendo. Lo siento, mucho, Chris, pero la culpa es tuya y de tu ambición: en lugar de fijarte en el “Superman” de Donner o tu propia “Batman begins”, has disparado hacia los límites del cielo. “El imperio contraataca”, “Heat”, “El padrino II” han sido tus referentes (tú mismo lo has dicho), y has conseguido una película, sí, de entretenimiento (no lo olvidemos) que se acerca a unos límites de complejidad a los que el 99% de tus colegas jamás hubieran osado ni acercarse. El día que te sientes delante de un ordenador, con tu hermano, a escribir la tercera entrega, te darás cuenta del embrollo en el que te has metido. Suerte, chavalote.

Lo voy a poner en mayúsculas para que quede claro: “El caballero oscuro” NO ES UNA PELÍCULA DE SUPERHÉROES. El maniqueísmo habitual que impregna este género brilla por su ausencia, y, por otra parte, el filme se cuestiona cosas que jamás una película de superpijameros se plantea, puesto que está en su propia esencia: la condición de “fuera de la ley” de un superhéroe. “El caballero oscuro” se plantea ese conflicto, el de permitir que un vigilante ajeno al sistema haga justicia por sí solo, desde el principio hasta el final, y lo deja sin resolver, a la espera de que el espectador decida, si le apetece, por sí mismo. Prueben, jóvenes padawanes, a sustituir en sus mentes a Batman por un agente de la CIA de élite, y a quitarle el maquillaje al Joker: ¿qué les sale? Un thriller policíaco. En efecto, el largometraje de Nolan es un thriller policíaco de exhaustiva densidad narrativa (con las subtramas superponiéndose progresivamente) y un extraordinario sentido del suspense, giros de guión incluidos. Batman, en esta película, es menos héroe que nunca (con un Christian Bale al que el film no le permite apenas lucimientos), va siempre a rebufo de su antagonista, y sus decisiones más “heroicas” provienen de los sacrificios personales a los que se obliga a sí mismo durante la historia, y que no puedo revelar a coste de destripe de filme. El aura ligeramente sobrenatural, generador de pánico, que le rodea en la iniciática “Batman begins”, desaparece casi por completo en “El caballero oscuro”. El terror pasa a ser coto privado del villano más famoso del mundo del cómic, el Joker, que en esta película se nos muestra como un rottweiler rabioso (como él dice, “un perro que persigue coches”), más que el payaso cruel que se nos muestra en el tebeo; a ello contribuye, claro, la espeluznante interpretación del fallecido Heath Ledger, quien, literalmente, desaparece en el personaje a través de un trabajo actoral tan minucioso y preciso que se permite llevarle a los límites de la pantomima sin que, en ningún momento, se le pueda calificar de histriónico. Ledger consigue que su Príncipe Payaso pase, directo y sin peaje, a la galería de mejores villanos de la historia del cine, fagocitando la película en cada aparición. Su Joker es un agente de élite del caos, una máquina perfecta de generar espanto, individual y colectivo, y cuyo único objetivo es pervertir la moralidad del ciudadano de a pie, y derrumbar todos los mecanismos de control de esa moralidad. Y ese control, para el Joker, está representado, en su máxima expresión, por Batman, a quien adopta como su némesis. Y de ahí esa frase que en boca del Joker queda tan perversamente distinta de la de Jerry Maguire: “tú me completas”.

Esa lucha por el mantenimiento de los códigos morales (cuyo máximo exponente es el “no matarás”) es el baile principal del film, pero no el único. Como he dejado dicho, los subargumentos (la trama policial del principio alrededor de los bancos de la mafia; el triángulo amoroso con Harvey Dent, Bruce Wayne y Rachel; Bruce planteándose dejar la capa; el tipo que pretende chantajearle con su identidad secreta; el ascenso y caída de Harvey... arf, arf, arf) se van superponiendo sin pisotearse, y van elevando la intensidad de la narración a medida que se suceden los acontecimientos y el Joker va subiendo el nivel de su caosómetro. De todas maneras, es cierto que toda escalera tiene sus descansillos, y que no hubiese venido mal algún tiempo muerto entre tanta densidad. De entre todas las subtramas, la más superficial y orillada es la del triángulo amoroso, confirmando que el problema de Rachel Dawes no era la actriz (que también), sino el personaje en sí, con el que Maggie Gyllenhaal hace lo que puede. Harvey Dent, por el contrario, es el personaje central de la historia, en realidad, puesto que alrededor de él se toman las decisiones más importantes, y se suceden los acontecimientos más trascendentes. Interpretado con competencia y acierto por Aaron Eckhart, que le da al personaje las dosis necesarias de encanto y turbación, a Harvey Dent le toca dar el salto característico más discutible, por forzado, sin dejarse demasiados jirones de verosimilitud en el intento. Morgan Freeman y Michael Caine cumplen con su parte con la solvencia habitual y ayudando a Bruce Wayne a mantener cierto equilibrio.

Sin embargo, el gran tapado de la película es Gary Oldman. Su protagonismo, respecto a la primera entrega, crece considerablemente, y todos salimos ganando. Su Jim Gordon es, quizás, la adaptación más fidedigna de un personaje de cómic (este sí) que yo haya presenciado en mucho tiempo. Oldman ES Gordon. ¿Y qué es Gordon? Pues ni más ni menos que, junto al mayordomo Alfred, el ancla moral de Batman, su apoyo imprescindible en el sistema, la necesidad de Batman de que los mecanismos de control de la sociedad pueden funcionar desde dentro. Gordon es Batman creyendo en la Humanidad. En “El caballero oscuro” no se llega a tanto, pero la interpretación de Gary Oldman nos presenta a un personaje íntegro, eficaz, tridimensional, dispuesto a ayudar a su amigo hasta un final abierto en el que se rediseña el status quo del hombre murciélago, dejando así el camino expedito hacia una nueva secuela que, quizás, vuelva a focalizarse en los fantasmas privados de Bruce Wayne. O no. Lo que decida Christopher Nolan ese fatídico día en el que vuelva a sentarse delante del ordenador. Te acompaño en el sentimiento.
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LAS VERDADES DEL BARQUERO


¿Le estaría cantando su amiga alguna canción tradicional mientras conducía al bueno de Morgan Freeman? Vale, puede que resbale por exceso de humor negro, pero tengo que confesar que, cuando leí la noticia del accidente de Freeman, lo segundo que me vino a la cabeza (luego de cerciorarme en la lectura que no había visos de nueva muesca en este annus horribilis del cine que está siendo el 2008) fue esta escena de “Dame 10 razones”, una simpática pequeñez protagonizada por nuestro Todopoderoso preferido y la actriz sevillana Paz Vega, que encontró un hueco para rodar este largometraje independiente entre portada y portada de “Elle”. Aparte de que ninguno de los dos canta un carajo, podríamos decir que...

Un momentito, que me suena el móvil. Hostias, la Directrice. No sé qué es peor, si contestar o no... Venga-va. ¡Hola, Alicia, qué tal! ¿Cómo van las vacaciones? ¿Qué tal el Campeonato Interprovincial de Macramé del Imserso? Estarás arrasando... Paraparapara, no grites tanto, que se acopla y no oigo. ¿Cómo que qué bosta de ornitorrinco estreñido es el video este? (nota mental: ¿de quién habrá aprendido estas expresiones?) Bueno, tocaba video y me pareció que... ¿Que, después de dar el turre durante año y medio, a qué espero para colgar la crítica de qué película? ¿”El caballero” cualo? Ah, pues no, no me suena. ¿La han estrenado hace poco? Que no, que es broma, mujer. Ese horroroso gruñido de guepardo encabronado era innecesario. Es que hasta mañana no puedo verla y... ya, bueno, los demás blogs que hagan lo que quieran, si se adelantan, se adelantan, ¿a mí qué coj...? Yayayayaya. ¿Y por eso me he quedado sin regalo de cumpleaños? Pero si falta casi un mes. Ah, ya lo tenías pensado. Y, ¿se puede saber qué exquisito presente acabo de arrojar por la borda? Oooooooohhhh... un láser-disc de “Orquídea salvaje” “muy poco usado”... ya... lo que me extraña es que estuviese usado... ¿que está muy buscado? Pues como no sea por la madre de Carré Otis... bueno, mira, te dejo, que necesito ahogar las penas en orujo con hielo. Saluda a las otras jubiladas de mi parte. Sí, el jueves sin falta. Haladios.

Qué cruz.

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MORIR DE ENVIDIA




¡Qué mala es la envidia! Pero, sin embargo ¿quién no la ha sufrido alguna vez?. A todos nos gustaría ser tan guapos como esa otra persona, o tener su éxito. Hasta existe la llamada “envida sana” (es el único pecado que tiene una versión buena), que hace que nos alegremos por lo que tiene el otro, e intentemos superarnos para conseguirlo también. Pero cuando los dioses te han dado el don de saber apreciar un talento, pero no te han otorgado ese talento, no hay tortura china que pueda compararse a eso.

De eso trata Amadeus, que en principio fue una obra teatral de éxito de Peter Shaffer y finalmente fue llevada a la pantalla por Milos Forman, que tiene una especial habilidad para las películas de época, de las que cuida el detalle al máximo.

Un comienzo mas bien sangriento nos introduce a un avejentado y perturbado Salieri, compositor totalmente dedicado a la música, que cree un don divino, y por eso su vida es de lo más austera y dedicada al culto de Dios Cuando descubre las composiciones de otro músico, Mozart, no puede menos que admirarlas por su brillantez y perfección, y creer que el autor es un elegido de los dioses. Pero a la que lo conoce se le cae el alma al suelo: se trata de alguien vulgar, infantilóide, libertino y con una risa de lo mas estúpida ¿Acaso se trata de una broma? Pero no, una y otra vez comprueba que ese ser despreciable compone con un talento fuera de serie, y no hay mayor suplicio que ser él mismo quien mejor entienda su música, no como el rey que considera que tiene “demasiadas notas”, con un rechinar de dientes escucha maravillado lo que sabe que nunca podrá superar.

Se criticó bastante la forma de presentar a Mozart, pero parecen olvidar que lo que estamos presenciando es la historia de Salieri, y por eso carga las tintas contra su enemigo, pintándole peor de lo que sería en realidad.

La espectacularidad de la versión de Forman hace que olvidemos el origen teatral de la obra, pero lo fundamental de ella sigue estando presente: el enfrentamiento de los dos personajes, para lo que hacía falta dos grandes actores y tanto Tom Hulce como F. Murray Abraham cumplen a la perfección con su cometido. El primero le da el toque caricaturesco que requiere el Mozart de Salieri, por lo que su trabajo es mucho mas exteriorizable, y el segundo es mucho mas interiorizado, a base de miradas, entonación de la voz y pequeños gestos y está sencillamente perfecto e insuperable. La película fue un éxito enorme, que despertó una moda revival del músico.

Aunque los dos protagonistas fueron nominados al mejor actor, fue merecidamente Murray Abraham quien consiguió el premio, aunque para toda la vida deberá llevar el sambenito de “Tú mataste a Mozart”. Por una vez Salieri consiguió superar a Mozart. Mediocres del mundo, uníos.
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BAILAR ARQUITECTURA


Hablar de amor es como bailar arquitectura. Es imposible.”

Jóvenes padawanes, habréis comprobado con solaz regocijo y quijadas abiertas que, desde luego, estamos en verano en La Linterna Mágica. El post sobre “Yo soy la Juani” prometía, pero la marca de agua la deja, sin duda, el despiporrante video que la Directrice nos enchufó el otro día. Así que, siguiendo con la tónica de ligereza-baja en calorías, aprovecho para facturar una nueva entrega de la sección patillera “calzador”, que me permite hablar de películas de perfil bajo que, por una razón u otra, me gustan más de lo aconsejable, y que acabo viendo cada vez que la programan en televisión. Este no es el caso de “Jugando con el corazón”, puesto que no recuerdo que la hayan emitido por ningún canal; pero, por lo demás, entra (con calzador, claro) en esta categoría. La razón por la que en su momento me acerqué al cine a ver este film, que se preveía un indigesto pastel de merengue, tenía un solo nombre y apellido: Gillian Anderson. X-enfebrecido como estaba, me parecía una oportunidad maravillosa de observarla fuera de su sempiterna Scully y medir adecuadamente sus capacidades actorales. Aunque he de confesar que, si no hubieran estado en el reparto Sean Connery y Gena Rowlands no sé si me hubiese atrevido. Curiosamente, a quien descubrí en esta película fue a una joven y, por aquel entonces, casi desconocida actriz llamada Angelina Jolie.

“Jugando con el corazón” (filme que iba a titularse en un principio “Dancing about architecture”, luego sustituido por el más convencional “Playing by heart”) es un amable melodrama romántico de 1998 dirigido por un tal Willard Carroll, cuyo mayor mérito artístico, después de ardua consulta internauta (el tipo ni siquiera aparece en la Wikipedia, y todo el mundo sabe que si no apareces en la Wiki no eres nadie), es tener una de las mayores colecciones de material sobre Lyman Frank Baum y su obra sobre el mago de Oz. En él se entrecruzan seis historias, aparentemente inconexas, con el común denominador del amor en varios de sus infinitos estratos. Una excelente B.S.O. de John Barry, una fotografía delicada y una narrativa bien llevada, que facilita el seguimiento de todos los relatos a pesar de su irregular ritmo de intercalo, acompañan este humilde intento de dignificar un género sumido en el fango por culpa de la ñoñería, superficialidad e idiocia con que se le ha tratado durante los últimos lustros. Sin embargo, sus basales son otros: la química entre los actores y el ingenio de sus diálogos, que buscan el imposible objetivo de ofrecer la máxima profundidad posible a unos personajes que no tienen ni el tiempo en pantalla ni las aristas suficientes, en su mayoría, para pasar del bosquejo elaborado. Por fortuna, los actores se creen lo que están haciendo, aunque el material del que dispongan, en algunos casos, no sea el más adecuado, y se disfruta de ello, porque competencia hay para parar un tren. Connery y la Rowlands se dan un pequeño festín de química, de guiños y réplicas ingeniosas a la par que amargas, interpretando a un viejo matrimonio con alguna antigua cuenta que saldar. Gillian Anderson nos trae a una directora de teatro neurótica y recelosa hasta la extenuación del género masculino; el televisivo Jon Stewart, un adorable arquitecto, tiene previsto ser la horma de su zapato. Ambos cumplen con naturalidad y sin estridencias. Dennis Quaid sobreactúa uno de los papeles más curiosos, un tipo que sale por las noches a mentir sobre las tragedias de su vida a buenas gentes como Patricia Clarkson o Nastassja Kinski, aunque la palma se la lleva un travesti llamado Lana, que se lleva algunas de las mejores frases del film en su breve actuación (“I'm 29, and those are real years, not Heather Locklear years”) (por supuesto, el doblaje español se traga la vitriólica referencia, como otras varias); mientras, una misteriosa mujer le observa. Madeleine Stowe encarna a una mujer casada que mantiene una aventura exclusivamente sexual con Anthony Edwards, quien se empeña en llevar la relación un paso más allá del cigarrillo post-coital; es la historia más floja de todas, con diferencia. Otro tipo de amor, el maternofilial, es el que representan Ellen Burstyn y Jay Mohr, este último en el papel de un moribundo de SIDA; sus escasas escenas no parecen encajar, por su mayor dramatismo, con el tono de la película, pero tienen algún momento destacable, cuando deciden enfrentarse a la cruda realidad.

El relato que más cuota de pantalla acumula es el más disfrutable, y en él los protagonistas son Angelina Jolie y Ryan Phillippe, cuya inexpresividad natural le viene a su hermético personaje como anillo al dedo. Contra ese hermetismo lucha la Jolie, una clubber ingeniosa (“la última vez que vi a Harry llevaba un suéter azul y una cara de idiota. El suéter era nuevo”), carismática, charlatana y descarada, que la hermosa hija de Jon Voight interpreta con naturalidad y frescura desarmante, demostrando que en determinados registros puede ser una buena actriz. Por desgracia, casi ninguno de los relatos aguanta el tipo como sería deseable, y acaban cayendo en el tópico sensiblero hasta una reunión final en el que se descubren los lazos reales que unen a todos los personajes, y en la que el filme se reboza, definitivamente, en la complacencia más acomodaticia. Un remate mediocre a una película que se puede disfrutar moderadamente, y que alberga algún diálogo ingenioso y más de una referencia cinéfila; a menos que seas fan de la Anderson o de la Jolie: en ese caso, tienes permiso para deleitarte, con elegancia burguesa, eso sí.
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LA CANCIÓN DEL VERANO




Por si no os habíais dado cuenta, estamos en verano. Tiempo de: vamos a la playa (oh, oooh, oooh, oh), de las cañitas, de los cuerpos diez, veinte, treinta (y así hasta el infinito) en bañador y de la canción del verano (¿dónde estás, Georgie Dann?). En nuestro afán reivindicador, recuperémoslas. El trailer promocional de Muertos de risa, de Alex de la Iglesia, con unos pletóricos Gran Wyoming y Santiago Segura, versionaba el “¿Qué pasa contigo, tío?” de Los golfos, todo una declaración de principios de esa especie autóctona en peligro de extinción que es el ligón de playa. Lo malo es que, a la vista del trailer, nadie se esperaba que la película fuera una comedia tan negra y no es de extrañar que fuera un fracaso. Pero el trailer era glorioso y no merece ser olvidado. Vamos, que a mí no me da la ga.
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MONDO CANI


Paseaba Mi Majestad por una amplia avenida barcelonesa, absorto en la sempiterna profundidad existencial de sus reflexiones (uséase, pensando en las musarañas), cuando mi antena parabólica cinéfila, siempre al tanto, recibió una conversación que se mantenía unos pasos detrás mío. Era un grupo de chavales/as de unos 15-16 años, disfrazados con chándales tres tallas superiores a las aconsejables, tangas de hilo, pelados cenicero y pendientes que parecen aros de gimnasia rítmica, que comentaban, en su lenguaje propio -similar al castellano, pero restringido a unas 150 palabras, más o menos-, su lamentable experiencia en unas multisalas en las que, debido al espartano empeño de uno de sus amigos (ausente del grupo en aquel momento, imagino que pagando la purga correspondiente), habían tenido que tragarse entera “Pequeña Miss Sunshine”, ese bodrio, en lugar de “Yo soy la Juani”, que “esa sí que mola ketekagas”. A ese público en concreto (básicamente, el mismo que lee la revista “Maxi Tuning”) iba dirigido el, hasta ahora, último largometraje de Bigas Luna, aunque no estoy seguro de que esa fuera su intención. Bigas, un director con fieles seguidores que a mí, personalmente, nunca me ha llegado, se hizo mayor con esta película, dicho en el peor sentido de la palabra. El “animus provocandi” de su primera etapa (desde “Bilbao” hasta “Huevos de oro” pasando por “Angustia” y, quizás su film más popular, aunque sea por sus descubrimientos de casting: “Jamón, jamón”) encontraba poso con naturalidad, no exenta de cierta poesía de la vulgaridad y del españolismo rancio y mal cauterizado, que en aquella época sonaba a moderno, quizás porque, en realidad, todo vuelve. Con el hedor de un bodrio llamado “Bámbola” llegó al punto más bajo de su filmografía; cuando poca gente esperaba ya algo de él, Bigas sorprendió con un largometraje destinado a retratar los sueños y costumbres de una tribu suburbana muy característica. “Yo soy la Juani” no es su peor película (“Bámbola” es insuperable), pero sí la más plana, la más edulcorada, la más desganada y, para el que esto escribe (que no soy yo, sino el “negro” al que tengo contratado para las vacaciones) la más irritante.

El gran inconveniente de “Yo soy la Juani” es que es un canto de respeto a un personaje por el que, en realidad, no se muestra dicho respeto. El viaje emancipador de Juani (una estupenda, por otra parte, Verónica Echegui, a pesar de ser una trampa de casting) hacia su sueño es extraordinariamente hueco, descafeinado, anodino; no hay drama ni apenas conflicto, sólo superficialidad; sólo el padre de la Juani muestra desgarros verdaderos, y supongo que por eso tiene muy poco papel. Es Bigas diciendo “chicos, esto es lo que hay, pero que conste que yo a la Juani la quiero mucho”, con lo cual el paso evolutivo de la protagonista nos importa un carajo, y uno acaba regocijándose con los aspectos más lúdicos e involuntariamente humorísticos del filme, porque no da para más. Vamos con los highlights:

-Los créditos del film se muestran al principio, como temerosos de que el público no vaya a quedarse hasta el final. Se entremezclan con imágenes del acto social seminal de los canis: presentación al público de coche tuneado hasta las tuercas, con jamonorra en pantalón minúsculo, y nunca mejor empleada la palabra, meneando el bullarengue. Efectivamente, esta es una película feminista. Mientras, el pesao de Haze canta (perdón por el eufemismo) “Gasolina, sangre y fuego”, y uno desea que el primer y el tercer elemento se mezclen allí mismo y acaben con mi sufrimiento.

-Vuelven los noventa: oímos a Chimo Bayo y vemos a jóvenes bailando breakdance. Sólo me falta ver muñequitos “toi” (“toi fumao, toi triste”) y que vuelvan los New Kids On The Block. Espera...

-“Me vi a hacer un supermoldeao de la hostia”. La Vane, 21/05/2006. Sin embargo, el moldeao se lo acaba haciendo la Juani, que cuando sale de la peluquería presenta un inquietante parecido con el cantante de Spandau Ballet en su buena época mullet.

-El gran sueño de la Juani es ser actriz, razón por la cual se va a Madrid. El gran sueño de la Vane es operarse las tetas (el de cualquiera, vamos. Yo estoy ahorrando), cosa que consigue en un brevísimo espacio de tiempo. La pregunta obligada es: ¿cómo consigue tan rápido el dinero? Como no se haya puesto a trabajar de comercial (de su cuerpo)... Bigas, creo que hay algo que no nos enseñaste.

-La escena del productor. Es tan absurda como coherente con el tono del relato, absolutamente inane. Uséase, que la invita a su despacho, ordena que no pasen llamadas, la repasa con la mirada, la sienta a su lado, le pone música “relajante” mientras le habla de las posibilidades de posar para un calendario. Y SE DUERME. Esto es tan verosímil como una adaptación zarzuela-rock del “Ulises” de Joyce dirigida por Uwe Boll.

-El Jonah merece un amplio apartado propio. El novio de la Juani es un auténtico descerebrado sin más luces que las de su coche, con la capacidad intelectual de un escobero, e incapaz de ver más allá de las suspensiones de su carro tuneao y de pasarse la siguiente pantalla del GTA4. En definitiva, un cigoto mental a la altura cerebral del mono Amedio, con lo que la elección de Dani Martín para el papel es perfecta. Todas sus apariciones son estelares, pero yo destacaría su capacidad resolutiva cuando la Juani le encuentra en el garaje con el putón verbenero de turno, en un típico momento “cariño-esto-no-es-lo-que-parece”; el Jonah, en un alarde de recursos y solvencia, comienza un sofisticado ritual de reconciliación basado en el formulismo “¡que te quiero hostias/coño/joder!” (es fundamental repetirlo varias veces, alternando el vocativo final). Inexplicablemente, la sutilísima estrategia no acaba de funcionar del todo. Esta Juani, que tiene una maceta por corazón...

Que conste que por cuestiones de espacio me dejo la “innovación” cinematográfica de Bigas consistente en escribir a toda pantalla los mensajes SMS que se cruzan los novios (k tl hoy n pdo slr t kro xxx) (¿alguien sabe de un bazooka que esté bien de precio?), o las versadas conversaciones sobre “tiempo recomendado para realizar primera felación a compañero sentimental”. Con todo, lo peor de “Yo soy la Juani” es que recaudó más de dos millones de euros, con lo que Bigas Luna se ha visto autorizado moralmente para hacer realidad el vergonzante clip final de la película. Parece que en septiembre se inicia el rodaje de “La Juani en Hollywood”, que, sinceramente, a mí me suena a “Torrente en Nueva York”.
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VIDAS DE PELICULA




En más de una ocasión ya he hablado de lo que me gusta el género del cine dentro del cine (supongo que deformación profesional de cualquier cinéfilo). Por eso de entrada What just happened pinta muy bien. Basada en las memorias de Art Linson, el productor de Los intocables o El club de la lucha, entre otras, nos lo presenta en un momento de crisis tanto personal como profesional. Dirigida por Barry Levinson,la protagoniza Robert de Niro, que en Gente de Sunset Boulevard ya tocó un tema parecido. No sé si estará mas cerca de Cautivos del mal que de The player, pero desde luego el reparto es realmente apabullante. Atención: Stanley Tucci, Robin Wright, John Turturro, Sean Penn, Catherine Kenner y un Bruce Willis clavadito al profesor Bacterio.
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LA GUERRA DE RUFUS



Atención, pregunta (dígase con tono de concurso televisivo de los ochenta): ¿cuál es, posiblemente, el epitafio más famoso de un personaje ligado al mundo del cine? Venga, todos a coro que así se escucha más alto: “Disculpen que no me levante”, de Groucho Marx. Qué bien, qué armónico os ha quedado. Estáis todos suspendidos. No, ni “el profesor me tiene manía”, ni “quiero una revisión del examen”, ni “esta pregunta no estaba en el temario” (no, esta excusa la utilizaba yo. La respuesta más usual era “no, desde luego, en TU temario no estaba”). El cateado colectivo es por la sencilla razón de que ese epitafio no existe. Prueba A de la defensa: ver este enlace. Está claro que no necesito prueba B. La frase suena a grouchada auténtica, así que es muy probable que sea su creador, pero, desde luego, ha quedado claro que, contrariamente a lo que pensábamos, su tumba es inopinadamente sobria. Pasa, pues, esta frase, a la categoría “Rafanomejodas”, en la que se incluyen sentencias célebres que jamás se han citado, junto a históricas como “play it again, Sam” o “si me necesitas, silba”. Esta anécdota es ilustradora, en cualquier caso, de la dimensión sideral que ha alcanzado la figura de Julius Henry Marx, a quien ya tuvo a bien glosar la Directrice en uno de los magníficos artículos con los que deleita nuestras sensibilidades cada cuatro días. Un momento, que voy a cambiar el cepillo, que de tanto usarlo se han desgastado las cerdas (con perdón). Decía, pues, que Groucho Marx ha perdurado en la memoria popular como un icono del humor inteligente, un prestidigitador de las palabras, un espejo convexo de la realidad que ha inspirado a tantos cómicos de todas las generaciones posteriores, que muchos de ellos ni siquiera son conscientes de ello. Por supuesto, su popularidad nació al formar parte del producto llamado “hermanos Marx”, nacido en las entrañas del teatro vodevilesco de Broadway, y multiplicado exponencialmente por la Paramount y el nacimiento del cine sonoro. Aunque su gran éxito de taquilla fue “Una noche en la ópera”, ya en la MGM, el paso del tiempo ha dejado como la gran obra de la cómica familia a “Sopa de ganso”, rodada a las órdenes de un director del prestigio de Leo McCarey en 1933. Dicholocualo, me paresió ver un lindo lobito, así que voy a meter la cabeza en su boca. En la del lobo.

No me gustan los hermanos Marx. Guárdense los abucheos, que se quedarán roncos y mañana no tendrán voz para criticar al jefe (y a la guarra de su secretaria) en la máquina de café. Siempre se me ha hecho difícil de encajar el gag puramente visual, el vodevil disparatado; difícilmente me hace reír. Exceptuando joyas como el “Noises off!” de Bogdanovich, no consiguen arrancarme la carcajada con nitidez. Peco de exceso de racionalidad, como en tantas otras cosas, y si no hay un guión razonablemente engarzado, o un código simbológico que me haga reflexionar sobre lo que estoy viendo, tiendo a despegarme. Eso me pasa con las comedias de los Marx, y en particular con Harpo, que nunca me hizo ni puñetera gracia; al otro lado, por supuesto, se sitúan las ametralladoras orales de Groucho: esas, desde luego, me vencen sin resistencia. Con este prejuicio sentado analizo, pues, “Sopa de ganso”, el culmen creativo del disparate marxista, que se fue diluyendo posteriormente debido a las presiones productoras y al agotamiento físico y artístico de los hermanos.

“Sopa de ganso” cuenta la historia, por decir algo, de un país imaginario, Freedonia, en el que su líder es sustituido, debido a una crisis económica -según Zapatero, desaceleración-, por el excéntrico Rufus T. Firefly (los nombres de Groucho eran geniales: Quincy Adams Walgstaff, Otis B. Driftwood, Hugo Z. Hackenbush), un tarado lo suficientemente torpe como para llevar a su país a la guerra contra el país vecino de Sylvania. Por descontado, el argumento es una burda excusa para que los hermanos atropellen con sus tropelías al resto de personajes que pululan por el filme. Harpo y Chico interpretan a dos espías de Sylvania, Pinky y Chicolini, que acaban pasándose al bando de Rufus por razones que sólo Dios y Leo MacCarey conocen. Desde luego, su libertad creativa no tuvo ataduras en esta película, un desparrame tal de gags y barbaridades que alcanzan un punto de surrealismo psicotrópico en la sucesión de tatuajes que muestra Harpo, finalizado con una caseta de perro en el estómago del que vemos, en un asombroso efecto especial, que sale un perro de verdad... Bajo mi punto de vista, el mejor gag es el de la caja fuerte-radio, con Chico, y, en general, toda la set-piece con los hermanos disfrazados de Rufus (en pijama) es atronadoramente divertida, rematada por el histórico número del espejo, tan original (ha sido imitado innumerables veces) como chuscamente rodado (los hachazos de montaje hacen daño a la vista). Sólo hay un par de números musicales, que, contrariamente a lo habitual, encajan perfectamente en el desarrollo del filme, y cuyas letras y tono son tan desparramados como el resto de la hilarante enajenación colectiva que es esta película, la última, por cierto, en la que apareció Zeppo.

Pero, desde luego, lo mejor del filme lo aporta Groucho, disparando sus balas de platino orales contra todo lo que se mueve; y si lo que se mueve es Margaret Dumont, mejor. Podría hacer tres posts con las ráfagas de ingenio delirante de Groucho en esta película, así que me conformaré con dejar este enlace con las más destacables. Eso sí, curiosamente, una frase mítica que se suele atribuir a Groucho la dice, en realidad, Chico: “¿va ud. a creerme a mí, o a sus propios ojos?”. La parte final, dedicada a la guerra en sí, parece la base argumental de la mitad de los monólogos de Gila, y es el mayor disparate de todos; de hecho, la guerra es exactamente eso: el gran disparate. Hay que decir que la carga satírica del largometraje es indudable, y no deja títere con cabeza. Cuánto más poder tienen, más tontos son, podría ser el mensaje filosófico de “Sopa de ganso”. Una película que no sólo perduró con el tiempo, sino que levantó vuelo en la imaginería del cinéfilo hasta ser considerada una de las mejores comedias de la historia del cine. Como ejemplo palmario, el homenaje que le hizo el heredero directo de Groucho, Woody Allen, en la maravillosa “Hannah y sus hermanas”. El testigo de Julius no podía caer en mejores manos.
 
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