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ENEMIGO MÍO



Y Michael Mann se graduó Cum Laude.

Hasta la realización de “Heat”, obra maestra del cine policiaco parida por el director de Chicago en 1995, Michael Mann había sido, primero, un competente realizador y guionista de series de TV, escribiendo episodios de, pongamos por caso, “Starsky y Hutch” (serie que, a través del legendario Ford Torino rojo con raya blanca transversal, se convirtió en pionera del tuning). Más tarde se convirtió en el padre putativo de ese ICONO CULTURAL llamado “Corrupción en Miami”. A él le debemos la estética de la serie, en particular el cuadro de luces de neón y noche de luna llena en el que transforma a la ciudad de Miami; y, por descontado, y a partes iguales entre Mann, Don Johnson y el responsable de vestuario, la “moda Sonny Crockett”: todos queríamos ser él, vestir como él, ligar como él (sí, yo también tuve mi momento “Crockett”.No conseguí ninguna de las tres cosas, sobre todo la tercera...). Náuticos sin calcetines, pantalones en los que bien cabían tres piernas (abro paréntesis para que cada uno ponga aquí el chiste obsceno correspondiente), camisetas chulopo debajo de la americana y colores pastel. El gran acontecimiento de cada apertura de temporada era el nuevo corte de pelo de Don Johnson... Todo esto dejaba un poco en segundo plano las bondades de la serie, que eran muchas (casi ninguna de las cuales se manifiesta en el reciente film del mismo título; es obvio que la única finalidad de llamarse “Miami Vice” era comercial.Wsdksfcdjcdido Hollywood). Mann quiere más, y se lanza a la aventura del cine con el guión y la realización de “Manhunter”, la adaptación de la novela de Thomas HarrisRed Dragon”, en la que, como todo buen carnívoro sabe, aparece por primera vez el señor Hannibal Lecter (Lecktor en el filme, sabediosporqué). Vuelve a la tele con un par de TV-movies, y se lanza a su segundo proyecto, “El último mohicano”, que consigue un apreciable éxito. Por fin en las rieles del respeto de la industria, se toma su tiempo para escribir su gran proyecto, que incluye reunir por primera vez en un mismo plano a los dos dinosaurios: Robert De Niro y Al Pacino. O no.

“Heat” es un thriller policiaco en el que se enfrentan, por una parte, Vincent Hannah (Pacino) un teniente de policía de vuelta de todo, obsesionado con su trabajo (“He de preservar mi angustia en mi trabajo. La necesito, me mantiene alerta, lúcido, donde debo estar”), algo histriónico, intuitivo y de vida personal peliaguda (en medio de su tercer matrimonio, el cual le ha traído como bonus track una hijastra adolescente: un rompecabezas más complicado que un Sudoku de nivel alto); al otro lado del ring, Neil McCauley (De Niro), un ladrón de grandes golpes elegante, sofisticado, reservado y solitario (quizás más por obligación “laboral” que por convicción: “no tengas una relación que no puedas dejar en treinta segundos”). Los dos muestran un respeto y admiración mutuos, a pesar de encontrarse en lados opuestos de la balanza. El primero observa, persigue y hostiga al segundo al descubrir que prepara, junto con un elegido grupo de hombres de rala calaña, el atraco a un banco de prestigio de Los Angeles. Dicho así, no parece nada del otro mundo. Pero lo que hace a la película una obra indispensable no es tanto su argumento como su densidad. Densidad a la hora de estacionar la narración en el trazado de los personajes, y no sólo los principales: desde la difícil relación conyugal de Chris (Val Kilmer, algo menos rígido que de costumbre) y Charlene (Ashley Judd, excelente como siempre), a la fiel dependencia de Michael (Tom Sizemore, un grande echado a perder). Aunque, por descontado, la palma se la llevan los dos tótems, que están simplemente perfectos en sus papeles. De los problemas de Vincent ya hemos apuntado algo; Neil, por su parte, va a descubrir que aplicar su filosofía solitarista es más difícil de lo que creía, por culpa de Eady (Amy Brenneman), de la que se enamora sin remisión (y sin alardes), y a la que no descubre su verdadera ocupación hasta que no tiene más remedio, y entonces se va a ver obligado a elegir... De matrícula de honor es, desde luego, la fotografía del film, a cargo del prestigioso Dante Spinotti, colaborador habitual de Mann (ver la última escena en el aeropuerto, en el que el juego de luces que se encienden y se apagan es clave en el desenlace); y, en general, la dirección minuciosa de Michael Mann, con un manejo del Scope prodigioso, y que encuentra su cenit en la esplendorosa secuencia del atraco y posterior persecución policial, rodado a modo de confrontación bélica en plenas calles de Los Angeles, y que debería de ser de estudio obligado en toda carrera audiovisual que se precie.

Dejo para el final la curiosa polémica que se originó después del estreno de la cinta, al levantarse voces que afirmaban que, en realidad, Pacino y De Niro no habían llegado a rodar juntos la escena en la que se encuentran en el café. Mann había decidido que esa escena requería sobriedad y equidad, y la montó a golpe de plano-contraplano. Total, que cuando se le ve la cara a uno se ve el cogote del otro. A pesar de que hay muchas fotos del rodaje de esa escena, en la que aparecen los dos juntitos, las teorías de la conspiración (Mulder, por lo visto, tenía poco trabajo) siguen, hoy en día, insistiendo en que no compartieron plano.

Claro. Y a Kennedy le mató Fidel Castro. Y Elvis vive en una granja de cerdos de Colorado. Y el 11-M... esto... ¿”El Mundo” qué opina de lo de Pacino y De Niro?

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