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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EL RETRATO DEL ALMA




Oliver Parker parece que tiene debilidad por Oscar Wilde, y me parece un director interesante, al que tal vez le falte un punto para poder considerle como uno de los grandes, pero sus productos siempre resultan agradables de ver, perteneciendo más bien al grupo de hábiles artesanos. Después de Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto, ahora le ha tocado el turno a Dorian Gray, la famosa novela de un aristócrata que consigue no envejecer y que su físico no refleje sus pecados, ya que todo eso lo hace su retrato. Albert Lewin hizo una magnífica adaptación, con una maravillosa Angela Lansbury cantando una inolvidable Goodbye little yellow bird. Para esta ocasión, Parker ha contado con el monísimo principe Caspian (Ben Harnes) como Dorian; esperemos que sea capaz de demostrar que es más que una cara bonita, auque quien lo tiene más difícil es Colin Firth, ya que es imposible que supere a George Sanders como su maléfico mentor, pero la ambientación se ve muy cuidada e inquietante y se ha de reconocer que promete.
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ALON IN DE DARC (DE MUVI)


Vamos a ver, pero qué cojones pasa aquí.

Uséase, que me marcho unos días de asueto, para descansar del ritmo frenético de publicación y de onerosa creatividad a la que me obliga este santo blog (por cierto, hemos cumplido ya tres años) (ni un puñetero euro. Ni uno. Es un simple dato), y un poco también del trabajo, por qué no decirlo; y me encuentro con este sindios. A la que me giro, la Directrice aprovecha para colar el chorrocientosexto homenaje a san Kenny de sus Humedades Nocturnas; y no sólo eso, sino que tengo que tragarme, sin guarnición, lo de “ahora que está Marcbranches de vacaciones, es una buena ocasión para subir un poco el nivel cultural del blog”.

De acuerdo. No me queda otra que recortar mis vacaciones, porque el público pide justicia. Y no justicia de la de Perry Mason, no. Justicia de la de verdad, la de reajustarse el equilibrio del paquete con las dos manos mientras con la boca se sujeta el bate de beisbol. La de Steven Seagal. Nenes, I'M BACK.

Estooo... ¿por dónde íbamos? ¿Subir el nivel cultural del blog? Muy bien. Envido. ¿Cómo se puede superar culturalmente a Kenny?

Uwe Boll, director (o así) alemán que se caracteriza por tener cara de chusco-delantero centro alemán, es, sin duda, el director trash más afamado, vilipendiado, insultado y reconocido por todo buen amante del mal cine. Por tanto, no podía quedarse sin su reconocimiento público linternero. Se “dio a conocer” internacionalmente con la esperpéntica, hedionda y felizmente ridícula “House of the dead”, que, entre otras muchísimas virtudes, alberga el honor de contar con el que muchos consideran el peor tiroteo de la historia del cine. Algún día escribiré sobre ella, pero hoy no. Hoy toca “Alone in the dark”, la siguiente hez de Uba (se pronuncia asín), también basada en un videojuego, al igual que la que la siguió, “Bloodrayne”. Se ve que no era capaz de pasarse las pantallas y se dijo, “pues hago la película y así gano seguro”. No pretendo engañar a nadie: “Alone in the dark” es mejor que “House of the dead”. Esta última es churrusquera y patizamba a decir basta, parece todavía más barata de lo que es, sus desconocidos actores transmiten la misma intensidad emocional que un paragüero, y su sentido del humor se resume en que el prota es un capitán de barco que se llama Kirk, juas-juas. “Alone in the dark” tiene más presupuesto, técnicamente no es tan horrenda (por lo menos no se ven los trampolines que usan los extras para saltar), y hay actores conocidos. Pretende ser una película seria, cine de acción bien hecho. Y esto es lo que, precisamente, remonta hacia la cúspide el cutrónomo aplicado a esta pústula cinematográfica: quiere ser seria, con un argumento elaborado y unos actores de cierto rango, y acaba por ser un mojón del tamaño de Arkansas.

Lo peor de “Alone in the dark” no es que sea mala; ya tenemos una edad, y nos hemos encontrado con suficiente morralla como para que nos coja desprevenidos. Lo peor de este injerto de rata de cloaca es su toxicidad de grado 9'8 en la escala Marcbranches: la absoluta, inevitable imposibilidad de comprensión de su argumento puede producir, no sólo migrañas de tamaño rinoceronte, edemas cerebrales y luxaciones de omóplato; sino que dicha incapacidad puede acabar con el espectador no prevenido en posición fetal y salivando por las comisuras de los labios. Varios politólogos afirman que un cine-fórum posterior a la visión de esta película podría desencadenar una guerra nuclear. ¿Que exagero? El filme comienza con un texto introductorio tal que así. Diez párrafos, 1:57 de duración, el cual obnubila de tal manera la mente que se hace imposible entender una palabra de nada de lo que sucede a continuación. Diría que la cosa va así: hubo una civilización ancestral (o incluso más antigua) llamada abkani, que un día abrió una puerta dimensional a la oscuridad, no le gustó el jardín de los vecinos, cerró otra vez la puerta y escondió la llave, llave que encuentra, sabecristodonde, Christian Slater. Pero esto lo deduje después de ver la película; al principio, a pesar del texto bíblico del inicio y de una cochambrosa voz en off del propio Slater, sólo comprendemos que hay un calvo malo que le quiere quitar un pedrusco, lo que nos lleva a una pésima persecución automovilística en la que no puede faltar el típico arramble con los puestos de fruta: no hay una buena persecución de coches sin unos tomates saltando por los aires.

La ¿narración? sigue su curso mientras el sudor frío impregna las jetas de los pobres espectadores, que, ya que no entienden un carajo de lo que está pasando en pantalla, aprovechan para descojonarse de la pinta de chulopo resacoso de Slater, con barba de tres días (y cuatro pelos), y una combinación abrigo de cuero-camiseta imperio negra que, suponemos, se pondrá de moda en algún momento del año 2027. El nivel de su actuación oscila entre el de un ornitorrinco macho y una caja de zapatos vacía. Mucho mejor, en cualquier caso, que el de Tara Reid, la típica científica rubia, que hace honor a su nombre ejercitando una verdadero arsenal de expresiones bovinas durante las escenas cumbre del largometraje. Una de las cuales, sin duda, es el polvete de rigor entre ambos protagonistas: observen, queridos amigos (entónese con voz de Rodríguez de la Fuente), cómo la jaca común se acerca, libidinosa, al mastuerzo silvestre, sin previo aviso, y se aparea con pasión de funcionario, mientras suena el tema “Seven seconds”. Sí, “Seven seconds”, esa canción de Neneh Cherry y Youssou N'Dour que denuncia el racismo... ¿Uba, quieres explicarme qué leches pinta en una escena de folleteo? Lo único que se me ocurre es que se refiera al aguante del amigo Slater...

Luego sale otro actor reconocible, Stephen Dorff, cuyo personaje es el jefe de una cuadrilla militar que alberga el honor de protagonizar esta escena no recomendada a epilépticos. No, señora, la banda sonora del resto de la película no es mejor; algunos momentos de hard-casio ochentero son inolvidables, si se consigue sobrevivir a la operación de tímpano. Lo cual tampoco ayuda a seguir la trama, que incluye unos zombies que sólo sirven para molestar un poco, unos bichos que no asustarían ni a Piolín, y el mad doctor de turno, emperrado, como todos, en explicar su siniestro plan treinta segundos antes de palmarla. Como Uba es un cinéfilo de pro, esparce homenajes más o menos indisimulados a filmes que le han marcado (no se puede decir “influido", porque no ha asimilado absolutamente nada): “Alien”, “Star Wars”, “Posesión infernal”... aunque mi homenaje preferido es el nombre de uno de los personajes, Feenstra, que sin lugar a dudas es un guiño a Chiquito de la Calzada.

En este blog tenemos la norma tácita de no destripar los finales de las películas. “Alone in the dark” no se puede considerar una película, así que lo voy a espoilear sin escrúpulos, porque tiene telita. Los dos protas, luego de sobrevivir a la pelea definitiva, vuelven a la ciudad (no me preguntéis dónde carajos estaban), la cual se encuentran absolutamente vacía, al estilo “Abre los ojos”, coches abandonados incluidos. Aparece un rótulo en el que dice “8:45: ciudad evacuada” (¿por quién? ¿por qué? He dicho que no preguntéis). De repente, se escucha a Christian en off, explicando que La puerta se volvió a cerrar pero tal y como descubrieron los Abkani, sacar la oscuridad a la luz, tiene un precio. El pueblo Abkani fue borrado de la faz de la Tierra. Y ahora, parece como si todo volviera a ocurrir”. Uséase, que a la humanidad se la han pelado. ¿Pero no acabas de decir que han evacuado la ciudad? Necesito un neurólogo, por el amor de Woody.

En resumen, un guión sólo explicable desde el coma toxicológico, cuya única virtud es que consigue tapar el calamitoso montaje, los planos absurdos, las interpretaciones de rambla o las peleas coreografiadas por Fernando Romay. Una auténtica maravilla trash que bien merece las casi dos páginas de Word que le he dedicado. Toma nivel cultural.

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¡QUE RUINA DE FUNCIÓN!



Ahora que Marcbranches está de vacaciones, es una buena ocasión para subir un poco el nivel cultural del blog.Y nada mejor que la inestimable ayuda de mi admirado cisne de Avon para ello, el autor más homenajeado, copiado y versionado de la historia (cuantos derechos de autor se han ahorrado). En lo más crudo del frío invierno es una de las películas menos conocidas y probablemente más infravaloradas de Kenneth Branagh (por cierto, es falso que tenga las paredes empapeladas con posters suyos, tan sólo el dormitorio, faltaría más). En ella se nos muestra a un actor-director, Joe Harper,(Michael Maloney) en plena crisis existencial después de haber estado en Hollywood, y para recuperar la confianza en sí mismo decide ir a lo seguro y monta una peculiar versión de Hamlet, con la ayuda de el más desastroso grupo de actores que uno pueda echarse a la cara. Todo se pone en contra y parece que va a ser un fracaso, pero llega la noche del estreno y se produce el milagro: la obra adquiere una fuerza inesperada, dejando al público boquiabierto. Pese a todos los pronósticos, y con unos medios mínimos la compañía consigue una representación realmente espectacular desempolvando a Shakespeare a base de entusiasmo.Todo un canto de amor al teatro, que de paso le sirvió a Branagh de ensayo para su siguiente película, que fue (casualidades de la vida)… Hamlet.
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UN MARCIANO EN LOS SETENTA




Es curioso lo que pasa con algunas series de televisión. Las hay que, por un lado, tienen un público fiel, pero las cadenas televisión, que parece que todavía no se han enterado de que los índices de audiencia están totalmente desfasados, ya que la mayoría de la gente ve las series on line o descargándolas de Internet, cancelan la serie dado que –según ellos- no la ve nadie. Traduciéndolo a cristiano: no les produce ingresos debido a los anuncios. En fin.

Uno de estos casos –aunque hay muchos más- es el de la británica Life on Mars. Convertida automáticamente en serie de culto y ganando varios premios, dejó de emitirse de una manera bastante brusca tras la segunda temporada, lo que no impidió que se rodaran sus versiones americanas e incluso española, aquí llamada La chica de ayer, y que tuviera un spin off llamado Ashes to ashes. No voy a hablar de la versión española, que me da la impresión de ser un cruce entre Cuéntame y Los hombres de Paco, ni de la británica, que es la que me habría gustado ver, pero ha sido imposible de localizar, y se emitió en plan visto-y-no-visto en Antena neox (con lo que la vieron cuatro gatos), sino de la versión yanqui.

La premisa de Life on Mars es sumamente original. Un policia, Sam Tyler (Jason O’Mara), sufre un accidente de coche mientras escucha en su MP3 la canción de David Bowie, cuando persigue a un delincuente. A la que recobra el conocimiento, se encuentra en 1973, con todo lo que eso implica.

Intentando buscar una explicación a lo sucedido ¿está loco? ¿muerto? ¿ha viajado en el tiempo? Se pone a trabajar en una comisaria. De vez en cuanto, algunos extraños mensajes desde el televisor o el teléfono, o inquietantes sucesos le descolocarán más todavía.

La confrontación de la forma de ser de los setenta, desenfrenada y liberal, frente a lo “políticamente correcto” de la actualidad hace que Tyler tenga dificultad de adaptarse a su nuevo entorno, ya que su superior, Gene Hunt, (Harvey Keitel, en su salsa), parece el hermano gemelo de Harry el sucio, considera su distrito como su “reino” y se toma cualquier delito como una cuestión personal, su compañero Ray (Michael Imperioli, el Christopher de Los Soprano se ha pasado al otro lado de la ley y está irreconocible) es el típico bromista soez que primero golpea y luego pregunta (y si se puede evitar la pregunta, mejor), a quien la irrupción de Tyler le tira por el suelo su ascenso, y Annie Morris (Gretchen Moll) es la única mujer de la comisaría, a la que llaman –por razones evidentes- “Sin huevos”, que se convierte en la confidente de Sam.

La ambientación sesentera está realmente cuidada, y el traspaso de Inglaterra a Nueva York abre muchas posibilidades, ya que así tratan temas como la guerra del Vietnam, los hippies, los panteras negras… La intriga de qué es lo que está ocurriendo en realidad es realmente interesante, sobre todo si se tiene tendencia a que gusten los relatos paranoides como es mi caso, algunas ocurrencias tanto de Gene como de Ray son realmente geniales y sumamente divertidas y me gusta cómo lo hace Jason O’Mara, ya que sabe combinar los dos lados de su personaje: su dureza de policía y su vulnerabilidad ante unos hechos que no comprende, además sus alias son tan disparatados como Tom Cruise o Luke Skywalker, pero en algún episodio la cosa ha rozado peligrosamente los tópicos de las series policiales, aunque se podía perdonar; lo que no se puede pasar por alto es la manera de acabar la serie. Me parece muy bien que, ya que no querían continuarla, hicieran un final definitivo, pero el final elegido casi parece una tomadura de pelo, en el que hasta aparece el mayor Tom de David Bowie, cuando el final de la serie británica era mucho más inquietante y abierto. Cosas de televisión.
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OBSERVANDO EL TIEMPO DESDE EL EMBARCADERO



Christian François Bouche-Villeneuve es un tipo raro. Hay que serlo para tomar tu nombre artístico de un rotulador: el Magic Marker de Bic. No es la única rareza de Chris Marker: huidizo y enfermizamente celoso de su intimidad, cuando alguien le pide fotos suyas firmadas, envía instantáneas de su gato firmadas con el nombre del animal (que también tiene telita, pobre bicho): Guillaume-en-Egypte. Se hace difícil encuadrarle en el adjetivo “cineasta”, puesto que su poliédrica y perroverdista creatividad le llevan más allá de los márgenes de las convenciones cinematográficas. Su obra más cercana a una ficción pura y dura es, también, la más conocida: “La jetée”, un cortometraje que, en realidad, es prácticamente una fotonovela, puesto que se compone de una serie de fotografías que acompañan la narración de la historia, con la excepción de una brevísima escena, un parpadeo que por su singularidad es extremadamente simbólico. En él está basada la desesperanzada película de Terry Gilliam12 monos”, con la que comparte, además de base argumental, algún guiño a “Vértigo”; si se conoce el film del ex-Monty Python, el “fotometraje” de Marker pierde capacidad de sorpresa, pero no de embelesamiento. En el video de ahí arriba (subtitulado en español: soy tan generoso) (la jodida Madre Teresa) podéis disfrutar de la primera parte. Aquí la segunda, aquí la tercera. Y aquí mis vacaciones.

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TURISTAS ACCIDENTALES



¿Cómo os imagináis el purgatorio? Me apuesto lo que sea a que nunca os habríais imaginado que fuera como un lugar al que se suele calificar como “de cuento de hadas” como Brujas. Pues esa es la idea que plantea Escondido en Brujas, una de esas películas que suelen pasar desapercibidas, pero gracias a la recomendación boca a boca se convierten en una de las pequeñas sorpresas de la temporada.

Dos matones, Ken y Ray son enviados a Brujas hasta que las cosas se calmen después de su último “trabajillo”. Son muy distintos: el más mayor es amable, tranquilo y decide aprovechar la ocasión para hacer turismo cultural. Disfruta viendo los edificios y documentándose sobre cada pequeño detalle. El más joven está pasando una depresión de caballo, ya que el último encargo no salió como esperaba, y se desespera en una ciudad como Brujas, a la que considera un estercolero, por eso prefiere dedicarse a las cervezas, mujeres y drogas (no necesariamente con este orden). Pero tal vez su jefe tenga otros planes para ellos.

A partir de esta premisa, Martin McDonagh dirige su primer largo, y el resultado no está nada mal. La idea de mezclar una ciudad tan anclada en el pasado como Brujas con unos gangsters es original, los diálogos son divertidos y los actores están muy bien. Colin Farrell como el depresivo Ray es el que tiene las salidas más divertidas de toda la película, teniendo una especial fijación contra los americanos, pero sin duda el mejor de todos es Brendan Gleeson, que está tan natural y transmite tanta dignidad (se puede ser un asesino y una buena persona, por extraño que parezca) que sin él no habría sido lo mismo. No sé si habría influido el hecho de que los dos sean irlandeses o no, pero lo cierto es que los dos desprenden una muy buena química, teniendo una especie de relación especial entre amigos, paternal e incluso pareja cómica al estilo Oliver y Hardy, debido a su diferencias físicas. Ralph Fiennes es el jefe de la banda, y quien los ha mandado a Brujas; una vez más nos vuelve a mostrar su lado oscuro y lo mejor que puede decirse de él es que cumple su palabra a rajatabla.

Las imágenes de la ciudad no se limitan a ser postales turísticas, sino que el entorno se adapta bien a la historia; cuando Ray ve un cuadro de El Bosco que representa el purgatorio, y poco después vemos las imágenes del rodaje de una película en la ciudad (una de esas “basuras europeas”) la ambientación recuerda poderosamente al cuadro, no es casualidad. Por mucho arrepentimiento que sienta Ray, ha de pagar su pecado, y como él dice “Tal vez es así como es el infierno. Pasar el resto de la eternidad en la jodida Brujas”. Por eso se resiste a morir mientras esté allí.

Bueno, aquí os dejamos una propuesta para las vacaciones, que están a la vuelta de la esquina.
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LA BUSCAVIDAS


Hace algunas semanas se conoció la concesión del Premio Nacional de Cine a la actriz Maribel Verdú, noticia que despertó en Mi Majestad una serie de agudas reflexiones, gran parte de ellas irreproducibles en este casto blog so pena de que la Directrice recite “Con diez cañones por banda”, en morse, utilizando un martillo pilón y mis tobillos. De mis reflexiones aptas para menores, me quedo con la sensación de que parece que el mundillo cinematográfico le hace justicia a esta mujer, ya no en forma de premios (también tiene la Medalla de Oro de la Academia de Cine, aparte de los diferentes trofeos festivaleros que luzca en la vitrina), sino, esencialmente, en forma de respeto. Respeto que le ha llegado, incluso, de buena parte de ese público hispano a veces tan rancio y refractario, que la acusaba inexcusablemente de ser poco menos que una calientapantallas de sujetador resbaladizo y de talento, en el mejor de los casos, subrepticio. Una buena racha de proyectos, la naturalidad y coherencia con que se ha enfrentado a la fama desde muy pequeña, y una resistencia pétrea en los peores momentos (joder, encadenó “Tuno Negro” y “Lisístrata” y sobrevivió), han consolidado una de las carreras más sólidas de la interpretación española. Incluso ha podido darse el lujo de trabajar con Coppola y ser, cuentan las crónicas, de lo mejor de la bizarrada blanquinegra de tito Francis. El Goya, casquivano y huidizo con ella varias veces, le llegó de mano de la que, en opinión unicrática de Mi Majestad, fue la mejor película española del 2007: “Siete mesas de billar francés”.

A Gracia Querejeta siempre se la ha acusado de academicismo, de cierta frialdad formal que la impide llegar al corazón de sus personajes. Es cierto que rehuye el sentimentalismo, pero me parece una acusación algo gratuita, viendo “Cuando vuelvas a mi lado” o “Héctor”. Si fuera así, en “Siete mesas” la Querejeta se redime de todos sus pecados, que quizás se encontraban más en la escritura que en la dirección: allí donde se embarrancaba en la narrativa, aquí resulta una de las películas más agradablemente fluidas del cine español de los últimos años, tan tendente en ocasiones a la discursividad y la mirada trascendentaloide. La sinopsis nos dice que “Siete mesas de billar francés” es la historia de Ángela (la Verdú), una mujer que ha heredado de su padre recién fallecido un garito de billar que se cae a pedazos, y de su marido policía un matrimonio tan falso como una factura de un traje de Camps; del matrimonio le queda su hijo, pero el garito lo intenta levantar con la ayuda de la última amante de su padre (Blanca Portillo) y la pandilla de ex-compañeros de equipo billarístico del mismo, a cual más ajado y con más peso en las espaldas.

Dicha sinopsis, sin embargo, no hace justicia. En “Siete mesas” ocurren cosas constantemente, el ojo de Gracia nunca se detiene sino es para mostrar algo que vale la pena, y los personajes, por pequeños y secundarios que sean, evolucionan a través de sus actos. Hay un equilibrio admirable entre el tiempo muerto y el vértigo, sin caer en las habituales trampas de ambos extremos, desde una placenta argumental aparentemente muy hollywoodiana (vuelta a casa de hijo pródigo para exorcizar demonios paternofiliales a través de una competición deportiva: estoy seguro de que esta película ya la ha dirigido Ron Shelton), pero que enseguida asume con naturalidad su enraizamiento nativo. No hay un gran torneo en Las Vegas con un pastizal para el ganador, no hay un gran malabarista del billar en el equipo, no hay melodrama impactante ni momento decisivo a cámara lenta; por no haber, apenas hay ni billar. Hay una historia contada con ritmo, precisión, con cariño por los personajes y sus cuitas, de los que el espectador desea saber más, porque permiten su empatía desde los toques de suave comedia que salpican el melodrama.

Gracia Querejeta se cuida muy mucho de hacerse notar como directora, aunque resulta admirable, por ejemplo, el sentido de la elipsis con el que está resuelta la depresión de Ángela después de conocer las mentiras de su marido; en cuatro planos y un par de visitas no atendidas se resuelve una decisión vital que otros habrían expuesto con una buena llorera en mitad de un par de diálogos innecesarios. Por lo demás, el peso del film recae, sabido es, en sus dos protagonistas. Un Goya y una Concha de Plata son lo suficientemente elocuentes sobre el duelo interpretativo de Maribel Verdú y Blanca Portillo, resuelto con brillantes y elegantes tablas. Destaquemos, pues, al carro de secundarios que florecen en la narración, algunos mejor perfilados que otros, pero todos con sus aristas a perfilar y con su tridimensionalidad bien armada: Ramón Barea, Lorena Vindel, Raúl Arévalo, Amparo Baró, Enrique Villén y, en particular, Jesús Castejón, cuyo personaje, por lo que hace, por lo que dice y por lo que calla (sobre todo por esto último), acaba siendo la tercera pata de la mesa de billar de Querejeta.

Víctima, esencialmente, de una campaña de publicidad invisible, “Siete mesas de billar francés” pasó absolutamente desapercibida por la cartelera patria. No sé si la única, y monumental, pega que le pongo a la película es consecuencia de ese tibieza taquillera; dicha pega es, básicamente, el precio del DVD. Encima que sale más de un año después del estreno del filme, le cascan 18 euros del vellón a una edición simple como el mecanismo cerebral de Malena Gracia. Angelines, haz algo.

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PRENSA CARROÑERA




Uno de los sinónimos que pueden aplicarse a los clásicos es su capacidad de hablar de temas intemporales o, incluso, adelantándose a su tiempo, mostrar las consecuencias de algunos hechos, dejando a Casandra a la altura del betún.

Un buen ejemplo lo tenemos en Ace in the hole, que aquí tradujeron como El gran carnaval, de mi admirado Billy Wilder, que ya mostraba por donde iba a ir el periodismo, cada vez más interesado en mostrar las miserias de Berlusconi o las desgracias de concursantes de realities shows, que en la búsqueda de “la verdad”, algo que por lo visto sólo interesaba a Fox Mulder.

Un periodista, Charles Tatum (Kirk Douglas, en uno de sus habituales papeles de cabrón de esa época –según sus propias palabras-) llega a un tranquilo pueblecito, Alburquerque. Busca trabajo en el periódico de lugar, y su primera conversación con su jefe no tiene desperdicio “He mentido a hombres que llevaban cinturón, he mentido a hombres que llevaban tirantes, pero nunca sería tan estúpido como para mentir a alguien que llevara cinturón y tirantes”. Tras un fundido en negro causado al avanzar hacia la cámara, se nos muestra a Tatum con cinturón y tirantes, un año después, agobiado por la calma del lugar, aunque no parece que haya cumplido su promesa de que “ Si no hay noticias salgo a la calle y muerdo un perro”, o tal vez se haya cansado de ello.

Ante tanta monotonía, cuando le envían a hacer un reportaje sobre una feria se alegra del cambio de rutina. Cuando detienen su coche para poner gasolina encuentran el lugar vació, tan sólo con una anciana rezando y llorando. El olfato periodístico de Tatum le indica que allí hay una noticia, y no se equivoca. Un hombre, Leo Minosa, ha quedado atrapado en unas antiguas ruinas indias.

Tatum se quita los tirantes (que deja de lado definitivamente) y consigue entrar en las ruinas y hablar con Minosa. La idea que le está dando vueltas en la cabeza poco a poco se va poniendo en marcha: un rescate que habría durado trece horas se alarga seis días, para lo que convence al jefe de policía, al capataz de la obra y a la mujer de Minosa; él tiene la exclusiva de hablar con Leo y enseguida se monta todo un circo mediático alrededor del rescate: curiosos, puestos de comida ambulante, periodistas, televisión…

Es una película muy negra, ya que Wilder no muestra la mas mínima compasión por los personajes: Tatum es un arribista sin escrúpulos, que maneja a cualquier persona para conseguir su objetivo, siendo probablemente lo más despreciable de él cómo se gana la amistad de Leo. El jefe de policía, como siempre en estos casos tan sólo piensa en cómo ser reelegido en las próximas elecciones y la mujer de Minosa también se revela como sumamente traicionera, ya que estaba a punto de dejarle a la que sucedió todo, pero debido a la publicidad del asunto y los numerosos ingresos que produce, se queda haciendo el papel de “viuda desconsolada”. Las dos únicas personas positivas son Leo, ignorante de todo lo que ha sucedido a su alrededor, y el jefe de Tatum, que cree en la ética del periodismo. No es de extrañar que Wilder tuviera (una vez más) problemas con la censura, debido a su ácida mirada, y eso influyó sobre todo en el final, con un arrepentimiento de Tatum que no suena a auténtico, pero eso no le quita un ápice de verdad al resto de la historia.
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SHOW ME THE MONEY



Juan Diego interpretando a Federico Jiménez Losantos. Esa sería una analogía adecuada a la sensación de ver a Tim Robbins en su excelente opera prima "Ciudadano Bob Roberts", en mi opinión, una de las películas más injustamente olvidadas de los noventa. Es un falso documental sobre la historia de Bob Roberts, un cantante de folk forrado y a la derecha política de Blas Piñar, que aprovecha su fama y recursos para presentarse a candidato a senador por Pensilvania. Las canciones, compuestas por los hermanos Robbins, no tienen desperdicio; algunas de ellas, así como los títulos de los supuestos discos, parafrasean temas y trabajos de Bob Dylan. El videoclip de este demoledor "Wall Street Rap", que deja a las claras las motivaciones de semejante sujeto, fusila impúdicamente el celebérrimo video de "Subterranean Homesick Blues" del últimamente más papista que el Papa Dylan. Ale, a hacerle caso a tito Roberts: "MAKE MILLIONS". Y si puede ser, sin robar.


Nah, es imposible.
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EL INDOMABLE PATRICK KENZIE



Siguiendo con mi relación de actores que se han pasado a la dirección con resultados sorprendentes (a este paso creo que no me he dejado ninguno), vayamos con el caso más espectacular de todos: Que un actor tan criticado y del que se han hecho tantas burlas (aunque él siempre ha demostrado tener un buen sentido de humor) como Ben Affleck se pasara al otro lado de la cámara a algunos les sonó a risa, pero que el resultado fuera tan maduro y sosegado como Adios, pequeña, adios, casi nadie se lo esperaba.

Es inevitable acordarse de Mystic river, ya que está basado en una novela del mismo autor Dennos Lehane, los hechos ocurren en la misma ciudad, Boston y la presencia de Morgan Freeman remiten automáticamente a Clint Eastwood (es increíble que habiendo hecho tan pocas películas juntos se les asocie enseguida, lo que demuestra la gran química entre ambos). Pero Affleck cuenta con un gran elemento a su favor: al igual que el personaje de la película, se crió en ese lugar y conoce perfectamente el ambiente de sus calles.

La historia es desoladora: una niña es secuestrada y unos parientes contratan a unos detectives Patrick Kenzie (Casey Aflfleck) y Angie Genaro(Michelle Monaghan) para que investiguen su desaparición. Las cosas se complican; resulta que el ambiente familiar de la niña no era ni de lejos el mejor de todos, y el caso concluye de la peor de las maneras posibles. Poco tiempo después otro niño desaparece y llaman a los mismos detectives ¿se repetirá el final?

El ritmo de la película es pausado (a excepción de las escasas escenas de acción), centrándose en el dibujo de los personajes, todos ellos perfectamente trazados e intepretados. No ha nadie ni totalmente bueno o malo, y eso es lo que hace más difícil la elección final de Patrick, haciendo que nos planteemos dudas como : ¿acaso una persona no merece justicia debido a su pasado? A la que por supuesto se podría responder con otra pregunta: ¿Quién somos nosotros para decidir quien merece justicia y quien no?, del mismo modo que es cuestionable la elección final de Patrick. Para mi, que creo que lo de que “la sangre es mas espesa que el agua” está muy sobrevalorado y que se deben considerar muchas más cosas y cada caso por separado, fue un error, pero al fin y al cabo no es el único personaje de la película que comete errores.

De Morgan Freeman y Ed Harris siempre puede esperarse lo mejor, pero que Casey Affleck y el resto del reparto estuvieran a su altura es otro cantar, y lo estuvieron. Todos resultan tristemente creíbles, con sus debilidades. El único defecto reprochable (aunque ligero, y no es culpa de Affleck) son los excesivos giros del final.

Las casualidades del destino hicieron que el estreno de la película coincidiera con el caso Madeleine, con el que guarda ciertas similitudes, lo que le creó una publicidad gratuita totalmente innecesaria e hizo que se retrasara su estreno en Gran Bretaña. Y bien, Ben ¿seguirás dirigiendo? Nos gustaría. Deja que se sigan riendo de ti, si quieren. Quien ríe último ríe mejor.
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MAPA DEL MATRIMONIO HUMANO


Cuenta la leyenda que el artista, cuanto más infeliz mejor. En consecuencia, y esta ya sería “harina” de otro costal, cuanto más estupefaciente mejor. No seré yo quien refute, o no, dicha teoría, más que nada por dos razones: a) lo más tóxico que me he metido nunca ha sido una San Miguel en jarra con una colilla dentro; y b) no tengo criterio (la Directrice asiente frenéticamente desde su habitación empapelada de posters de Kenny). Pero parece obvio que la infelicidad y el fracaso dan mucho más juego. Y si no, comparen al Sabina de las mil y una cocas (hasta el maravilloso “19 días y 500 noches”) de antes con el rehabilitado, y más feliz, de después (básicamente, un pestiño de cuidado). ¿Es peor autor Woody Allen desde que la felicidad coreana le invade? Quizás no sea esa la razón, o por lo menos no la única. Pero “Maridos y mujeres” marca un punto y seguido en la relación calidad-ritmo de sus películas. Desde entonces, le cuesta cada vez más dar con la tecla de la genialidad, aunque insisto en que no creo que sea la felicidad la única causa. O sí. Jodida Soon-Yi.

[Este párrafo patillero y absolutamente desinformado (¿no se te ocurren más ejemplos que el Sabina, marcbranches?) cumple la exclusiva función de introducir, chapuceramente, el post sobre “Maridos y mujeres” que Mi Majestad va a cascarse acto seguido. Tengo que rellenar como pueda; una migraña del tamaño de Charles Laughton, provocada por un descarnado duelo a chupitos de orujo Don Simón, me impide pensar con claridad. Aparte de que no sé dónde estoy. ¿Quién era esa señora con bigote que me ha traído el desayuno? ¿Por qué llevo puestas medias de rejilla? ¿Eso de ahí son pinzas eléctricas?]

Woody lo niega por activa y por etcétera, pero “Maridos y mujeres” parece expresar a la perfección las múltiples divagaciones alrededor de los estados del amor – y sus representaciones en la institución matrimonial – que debían abotargar su cerebro durante aquellos momentos; recordemos que el estreno del largometraje coincidió con su ruptura con Mia Farrow. En ese sentido, en el del análisis sentimental, es la película más completa, más profunda, más poliédrica, de su filmografía. Y probablemente también la menos conclusiva: a pesar de lo que pueda parecer, todos los frentes siguen, en el fondo, abiertos. Este film de Allen nos explica las vicisitudes matrimoniales de dos parejas, Gabe y Judy (Woody & Mia) y Sally y Jack (Sidney Pollack y Judy Davis), desde que en el arranque los segundos les confiesen a los primeros que pretenden separarse. Esta decisión no sólo acarrea consecuencias en la misma pareja, sino que también despierta dudas y reflexiones en la otra. Woody filma esta película como si fuera una especie de documental, salpicando la narración con entrevistas a los personajes, que en varios casos se contradicen a sí mismos; estilísticamente, refuerza esa sensación a través de una bastante nerviosa (y cassavettiana, cortes abruptos de plano incluidos) cámara en mano, recurso bastante inédito en Allen desde “Toma el dinero y corre”. Si a esto le añadimos una fotografía más bien árida de Carlo Di Palma, el resultado nos da una elección estética perfecta para plasmar, a calzón quitado, la violencia sentimental que se desprende de buena parte de las escenas de esta película.

El tortuoso, e inverso, camino sentimental que transitan ambas parejas, es desmenuzado por tito Allen con pulso quirúrgico, sin que el ritmo interno del filme se vea afectado por la verborrea de los protagonistas, que se dedican a exteriorizar sus sentimientos sin pudor, se mientan o no a sí mismos. El geniecillo judío se vale de la experiencia vital de unos personajes en plena mediana edad para expresar una dicotomía pasión vs. matrimonio que no tiene posible ganador: como en otras ocasiones ya ha apuntado en sus películas, todos deseamos lo que tiene el otro, con lo que la insatisfacción, perenne arma arrojadiza contra tu pareja, siempre estará esperando al fondo del pasillo. En este sentido, es reveladora, y brillante, la escena en la que Gabe y Judy discuten sobre la posibilidad de tener un hijo; cada uno se posiciona enfrente de sus propios deseos, profundizando sobre el verdadero significado de concebir un vástago en un matrimonio. Cada personaje cumple su función, y da la impresión que la de ser el alter ego de Woody Allen la cumplen, en este caso, dos: el propio Allen y el ex-marido de Judy, que aparece en un par de entrevistas acusándola de manipuladora pasivo-agresiva. ¿Autobiográfica? No, claro que no, qué va. Hay, además, un par de secundarios-detonador que arrastran al cuarteto principal de una u otra manera: el solitario, romántico y casadizo Michael (Liam Neeson) y, en particular, la lolita intelectual Rain (Juliette Lewis), que refuerza la sabrosa teoría de Gabe al respecto de su autodestructiva atracción por las chicas kamikaze.

Es fácil odiar a la histérica, perfeccionista, incoherente y explosiva Sally de Judy Davis; su permanente expresión de “aquí huele a vinagre del malo” no ayuda. Ese papel le mereció una nominación al Oscar y un título oficioso, otorgado por Woody, de “mejor actriz del mundo”, un exceso como otro cualquiera. La otra nominación fue para el extraordinario guión del señor Allan Konigsberg, quien, por mucho que negara la mayor al respecto de lo autobiográfico de esta historia, vomitó todas sus inseguridades sentimentales en la que es, de alguna manera, su película más violenta; seguramente, una de las mejores de su carrera. Su siguiente filme, ya liberado del yugo de la Farrow, fue “Misterioso asesinato en Manhattan”, una de sus comedias más arrolladoras. Sintomático, ¿no?

4

EL OLOR DE LOS ANGELES



Ya que hace tanto frío ¿qué os parece si intentamos subir un poco la temperatura? En una película protagonizada por estrellas del calibre de Jude Law y la bocazas de Julia Roberts llamada Closer, no fueron ellos los que se llevaron las mejores críticas, sino Clive Owen y Natalie Portman (que no es que sean moco de pavo, precisamente). En una película en la que los personajes cambian sus sentimientos con la misma facilidad que cambian de camisa (ahora te quiero, ahora no, ahora te vuelvo a querer), que destacaba especialmente por la crudeza de su lenguaje, la escena más recordada por todos es la de un local de strip-tease, en el que Owen encuentra a una Natalie ataviada con una peluca rosa que nunca estuvo más sexy. Los dos están espléndidos, de tal manera que hasta podría verse esta escena separada del resto de la obra. Desgraciadamente tan sólo la he encontrado entera en versión original subtitulada al portugués, pero si queréis oírla en castellano, aunque faltan unos segundos, aquítenéis el enlace.
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UN DÍA EN LA OFICINA


La mayoría de las oficinas del mundo son, barrunto, lugares mortalmente aburridos. Cárceles de hormigón y metacrilato en las que compartes pena (capital y de la otra) con unos compañeros de celda que no has elegido y que, en el mejor de los casos, alguno de ellos te caerá bien; por tanto, será con ese con el que compartirás el tema de conversación favorito de los habitantes de una oficina: criticar a los demás habitantes. Aparte de eso, la existencia en la que llamamos nuestra segunda casa (en algunos casos es la primera) no es más que un amasijo de clips, pantallas TFT, monotonía, grapadoras, fotocopias, ruido (im)perceptible de aire acondicionado, Excel violado, sonidos inertes de teléfono, calendarios de días festivos, sonido de pasos sobre moqueta, bolígrafos sin capucha (y viceversa), impresoras deprimidas y ventanas con vistas al hastío (¿crisis laboral? ¿Quién, yo?)... Material de primera mano, por tanto, para una buena comedia. Hubo hace unos años unos señores que lo supieron ver a la perfección. Ingleses, claro, como no podía ser de otra manera.

Hace unos meses recomendé casi con desespero de fan irredento la serie británica “Extras”, pergeñada y amamantada por Ricky Gervais y Stephen Merchant, dos genios de la comedia británica que yo no conocía hasta que me cayó en las manos esa maravilla televisiva. A rebufo, pues, me arrojé de gafas a su éxito anterior, “The office”, la que les llevó a la fama. “The office”, para que nos entendamos, fue la primera serie británica en ganar un Globo de Oro (la segunda fue... “Extras”); a pesar de un arranque de difícil recepción en la BBC2 – no faltó mucho para que la cancelaran -, se acabó convirtiendo en un pequeño fenómeno que superó a la propia empresa. Dos temporadas de 6 episodios y dos especiales navideños de 45 minutos son todo el bagaje de un show que Gervais y Merchant, fieles a su manera de entender el medio, no quisieron alargar. Hoy en día, su versión americana, protagonizada por Steve Carell, es un éxito absoluto en yanquilandia, y hay “oficinas” repartidas por Francia, Alemania o Brasil. Pero el origen tiene acento de extrarradio londinense.

“The office” está concebida como un mockumentary televisivo. En esa ficción, la BBC se traslada a una empresa papelera para realizar un seguimiento exhaustivo del devenir diario en una oficina, con vistas a emitirlo en modo reality-documental. En este sentido, el aspecto visual está muy cuidado, y realmente parece un documental: los trabajadores no pueden evitar mirar a la cámara en ocasiones, el documental se ve salpicado con entrevistas a los mismos (como si fuera el confesionario del “Gran Hermano”), se escuchan conversaciones fuera de plano... Los cortes entre “escenas” son planos generales de la gente trabajando, con el sonido de fondo de los papeles y los teléfonos: la banda sonora de la monotonía. Nada de risas enlatadas. Parecería el entorno menos adecuado para tratar de hacer reír al espectador, pero es exactamente lo contrario. Esto ocurre, esencialmente, gracias al pivote sobre el que gira toda la serie, el personaje principal: el jefe de la oficina, David Brent (el propio Gervais, increíblemente, su primera interpretación delante de la cámara). Es, probablemente, uno de los personajes más odiables de la historia de la televisión. Desde la primera escena tenemos la foto del sujeto: uno de esos jefes que está convencido de que es carismático y estratosféricamente gracioso (de hecho, él se considera un comediante), y que de ahí parte su capacidad de liderazgo. Por supuesto, eso sólo lo cree él; sus empleados están resignados a la verdad. David Brent es empalagoso, extremadamente megalómano, racista, insensible, machista, mentiroso, metomentodo, tiene cocodrilos en los bolsillos, y sería capaz de vender a su madre para ser el centro de atención de una conversación. Es un despojo humano. El ídolo de cualquier ser con un mínimo sentido del humor.

A través de David Brent y sus infinitas posibilidades, “The office” se emperra en mostrar el absurdo de la cotidianeidad, lo surrealista y estrafalario que puede llegar a ser el comportamiento humano en su relación con un entorno tan aparentemente insípido. Las situaciones incómodas se suceden, y el espectador se revuelve en el sofá, forzado, a la vez, a no mirar el televisor (compelido por la vergüenza ajena) y a mirarlo (para deshuevarse de risa), siempre con los ojos abiertos cual búho, incrédulos ante el absoluto subdesarrollo mental que demuestran Brent y alguno de sus acólitos; en especial, su mano derecha, Gareth Keenan, un ex-militar de físico imposible y estupidez realmente siniestra. Pero lo cierto es que todo gira en torno a Brent, y eso es lo mejor y lo peor de la serie, puesto que su capacidad fagocitadora es tan desmesurada que se deglute todo lo demás. Por fortuna, precisamente los especiales navideños sirven para dotar a la serie de cierto espesor dramático al que no es ajeno el fortalecimiento del subargumento romántico de la serie, una relación platónica entre dos empleados que se resuelve en el último capítulo y que hizo llorar, literalmente, a millones de espectadores; lo cual demostraba que Gervais y Merchant tenían capacidad para el desarrollo dramático de sus personajes. Algo que aplicarían magistralmente en su siguiente proyecto.

Y eso es, precisamente, lo que me hace concluir, en contra de la opinión mayoritaria, que “Extras” es mejor que “The office”, más compacta, con más base argumental, más desarrollada, aunque probablemente provoque menos carcajadas. En cualquier caso, “The office” es una serie imperdible para los amantes del humor inglés, que vienen a ser, en esencia, los amantes del buen humor.

Y, por favor, en V.O. Que no será que no os lo pongo fácil, leche.

8

EN EL DIVÁN CON MARILYN



Antes que nada, ya podéis quitaros de la cabeza cualquier fantasía sexual que se os haya ocurrido con el título, malpensados, ya que el tema de hoy es una cosa tan seria como un documental titulado Últimas sesiones con Marilyn. Trata sobre las conversaciones que tuvo con su psicoanalista, Ralph Greenson, que la trató durante varios años y fue quien avisó a la policía de su muerte. Años después,se entrevistó con un periodista y el resultado fue un libro.

Cuando se habla de un mito como Marilyn, sobre quien se ha escrito tanto, es difícil descubrir alguna novedad: su infancia desgraciada y falta de cariño, que hizo que buscara siempre desesperadamente ser querida, fuera como fuera; su inseguridad, sus faltas de puntualidad… todo ello se menciona –como no- en la película. Pero podemos ver muestras de ello, como su tardanza a la hora de salir al escenario para cantar el ya mítico Happy birthday to you a Kennedy.

En Hollywood se había puesto de moda el psicoanálisis y muchas estrellas pasaron por las consultas de los Freuds del momento. Marilyn ya era carne de psicoanalista debido a sus muchos problemas, de modo que entró de lleno en ese mundo. John Huston, uno de los pocos directores que trabajó con ella a la que empezaba a ser famosa y cuando ya era un mito, le dijoDeja esas tonterías del psicoanálisis y el Acto’s Studio”, pero ella no le hizo caso, aunque no se apreciaba mejoría alguna.

Algo que no termina de dejar claro el documental es el tipo de relación que tuvo Greenson con ella, que cada vez pareció obsesionarse más con ella y le dedicaba casi días enteros. Se menciona más de una vez que Marilyn le intentó arrastrar en su caída, como una sirena, pero sólo queda en esos comentarios, no se profundiza cuando podría haber sido de lo más interesante de la película.

Hecho para ilustrar el libro escrito por Michael Schneider a partir de las grabaciones del doctor, desgraciadamente el documental está rodado de una manera bastante rudimentaria y poco creativa, pero cada vez que aparece Marilyn en la pantalla su poder de fascinación y ese erotismo suyo tan natural que hacían que hasta recitando la tabla de multiplicar resultara absolutamente sensual, lo llena todo. Ella prefería las sesiones fotográficas a los rodajes, y se nos da buena muestra de ello, mostrando espléndidas fotos, aunque algunas de ellas, sobre todo las de las últimas sesiones,son más bien siniestras. Como ella dijo “ Todos quieren acostarse con Marilyn, pero se despiertan con Norma Jean” (y luego decían que era tonta). Los mitos, sobre todo los de Hollywood, tienen los pies de barro, pero tal vez eso los haga más cercanos a nosotros.
 
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