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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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LA MUJER DEL CUADRO




Este año se ha cumplido (entre otros) el centenario de Otto Preminger (buena cosecha la del 1906), de modo que no podíamos dejar que acabara sin hablar de una de sus películas mas famosas.
Laura empieza con la voz en off de Waldo Lydecker (Clifton Webb) lamentando la muerte de Laura Hunt (Gene Tierney). Este personaje merece que nos detengamos un poco en él: de gusto exquisito y lengua despiadada, primo hermano por derecho propio del Addison deWitt de Eva al desnudo, con constantes frases brillantes tipo “Lamentaría ver a los niños de mis vecinos devorados por los lobos” o “ Escribo con pluma de ganso mojada en veneno”, es un egoísta consumado (“Laura me consideraba el más inteligente, ingenioso e interesante hombre que ella jamás hubiera conocido. Y yo estaba completamente de acuerdo con ella sobre tal punto”), hasta que conoce a Laura. El cambiará su imagen, la volverá sofisticada, la introducirá en sociedad ... en definitiva, el creará a la mujer de sus sueños.
Pero este Pigmalión se encontrará con el problema de que Laura prefiere a los hombres altos y de aspecto musculoso (que desagradecidas somos las mujeres, ¿verdad? , seguro que un hombre no prefiere a una chica con “poderosas razones”); y si somos malos, comprendemos los motivos para ello al ver la sonrisita con que Dana Andrews contempla a Clifton Webb cuando sale de la bañera donde escribe sus artículos. Al principio Waldo conseguirá ahuyentarlos dejándolos en ridículo, pero llegará un momento en que eso ya no será suficiente, y Laura querrá casarse con un mujeriego, Shelby Carpenter, interpretado por un joven Vincent Price, que aún no había descubierto su vena terrorífica. El asesinato de Laura cambiará los planes.
Un policia duro,Mark MacPherson (Dana Andrews), que está acostumbrado a tratar con “muñecas” y usa un juguetito para aliviar la tensión, será el encargado de investigar el caso. Poco a poco, cada vez se sentirá mas fascinado por la personalidad de esa mujer, totalmente distinta a las que había conocido hasta entonces. Tras una velada oliendo su perfume, mirando sus vestidos, escuchando su música y contemplando su retrato, se quedará dormido... en ese momento, como si de “Vertigo” se tratara, Laura reaparecerá de entre los muertos.
La felina belleza de Gene Tierney hacen comprensible que todos los hombres acaben a sus pies, y aunque Clifton Webb luce con luz propia, tanto Dana Andrews como Vincent Prince o la pérfida ama de llaves de Rebeca, Judith Anderson , cumplen perfectamente con su papel; el uso de la fotografía y la música hicieron el resto para convertir a esta película en uno de los clásicos del cine negro, aunque aquí no hay gangsters, sino gente rica de moralidad mas que dudosa y la femme fatale no es malvada, aunque es el detonante de todo.
Dedicado a nuestra Laura Hunt particular.
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¡QUE DURO ES SER HEAVY!




Preparaos para una experiencia alucinante e irrepetible y dejad los prejuicios a un lado. ¿Quien dijo que segundas partes nunca fueron buenas? Isi/Disi, alto voltaje nos demuestra que no es así, pues supera a la primera con creces.
Esta vez nos encontraremos con que los personajes están mas desarrollados que en la primera parte, que el protagonista es mas Disi, que por supuesto sigue con su dieta a base de quesitos. Demostrando tener mejor gusto que su compañero, se enamorará no de una niña pija como Jaydy Mitchell sino de una chica realmente dura y espectacular, Angie (Kira Miró).
Santiago Segura y Florentino Fernández (dos de nuestros mejores actores y cómicos) siguen teniendo una química increible, con un solo cruce de miradas tienen suficiente para entenderse, son los equivalentes a la pareja Tracy/Hepburn, aunque en este caso es mas difícil decir quien es Katharine y quien Spencer (bueno, Spencer tenía algo de barriga).
Si repiten el Sevilla y Jose Luis Coll, además esta vez participan Arévalo, Juan Ramón Lucas, el Mono Burgos,Leonardo Dantés o el inolvidable Fernando Chinarro (¡esto si que son cameos, y no los de la saga de Torrente!).
Miguel Angel Lamata dirige con ritmo y estilo, convirtiéndose en una auténtica revelación. Será cuestión de no perderle el rastro, pero lo realmente bueno, sorprendente y genial de la película, y lo que la convierten en lo mejor estrenado este año es el guión, profundo y lleno de mensajes; aparte de mostrarnos a los protagonistas mas humanos y creíbles, tiene un claro contenido político.¿He perdido la cabeza? No, veámoslo, y me explico: Isi y Disi participan en un concurso para pagar una multa, ganan y un productor, Berdún (el gran Wyoming, que hace un papel distinto al de la primera parte) les va a producir un disco. Pero el productor es despreciable, separa a los Rata Muerta y quiere sacar un disco manipulado solo con Isi, ya que está celoso de Disi por su relación con Angie y es un sucio capitalista. Atención a la frase histórica de la película. “No necesitamos Brad Pitts ni Angelinas Jolies para vender pelis”. Toda una llamada de atención al cine español, para indicarnos que no necesitamos vendernos a las multinacionales americanas para funcionar en taquilla. Para dejárnoslo mas claro, Flo en unas cuantas ocasiones se dirige al espectador diciendo “en las películas americanas pasaría esto....” ¡Cuanta razón tienen! ¡Basta ya de intentar copiar el estilo de las grandes superproducciones con megastars extranjeras! (¡ojo al dato, Alatriste!)
Desgraciadamente, hay menos fluidos corporales que en la primera parte, y no hay escenas de sexo como las de Florentino y Miriam Diaz-Aroca, lo que impide que la película llegue a ser la obra maestra que podría haber sido, pero a su favor no se endiosa a Sabina como en la anterior y los títulos de crédito son aún mejores (si cabe); así que marchando una de berberechos en Mostoles, con música heavy de fondo. ¿Hace, troncos? ¿Que no? (¡Como sois!)
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EL PESO DEL HUMO (CUÉNTAME UN CUENTO, AUGGIE WREN)


Todo aquel que haya visto “21 gramos”, el mexicanísimamente desaforado (y pelín tramposillo) melodrama de Alejandro González-Iñárritu (y su ex-compa Guillermo Arriaga), conocerá la teoría por la cual el peso del alma es de 21 etcéteras. Todo aquel que haya visto “Smoke” sabrá pesar el humo de tabaco (utilísimo, sin duda...). Según explica Paul Benjamin (William Hurt), uno de los protagonistas del filme, el marino y político inglés del s. XVI sir Walter Raleigh tenía una teoría por la cual era posible pesar el humo: se pesa el cigarrillo antes de encenderlo, se fuma, y se pesan las cenizas junto a la colilla; la diferencia será el peso del humo (yo tengo una teoría sobre el peso de los L-caseitas inmunitas... que no voy a explicar para no romper con el elegante tono de este blog) (ejem). Desde nuestro cinéfilo punto de vista (este es un blog de más de cien metros cuadrados, con lo cual hay zona de fumadores. Para acceder a ella, Ctrl+F4), lo más relevante de la escena no es el monólogo del escritor, ni el ingenioso experimento en sí. Lo que debemos guardar en la memoria, porque al final de la película se va a cerrar un círculo, es la sonrisa pícara de William Hurt, que no preserva sino la satisfacción de haber contado una buena historia, de haber mantenido la atención del interlocutor durante su narración, y de poder leer en sus ojos la chispa que salta de la muda complicidad de dos seres humanos inteligentes. Algo de eso hay en la excelente película del hoy en día venido a menos Wayne Wang, “Smoke”, basada en el relato corto de Paul AusterEl cuento de Navidad de Auggie Wren”. ¿He dicho Navidad?

“Smoke” está rodada con un estilo austero, de raigambre casi neorrealista, administrando el tiempo (el mundo parece que tiende a pararse alrededor de un cigarrillo; de eso Jim Jarmusch sabe mucho), con una fotografía más bien sucia y apagada (le valdría el adjetivo “urbana”), y, en definitiva, con tal asepsia formal que a veces lastra la capacidad de emocionar de la película. En ocasiones uno tiene la sensación de que la película descansa en demasía sobre los hombros del universo austeriano y la (monumental) capacidad de los actores para recrearlo. Film coral pero de pocos personajes, todos los cuales tienen su instante de lucimiento, “Smoke” es un melodrama que posee la incuestionable virtud de no parecerlo a pesar de las lágrimas, desencuentros, miserias y desventuras que acompañan a los habitantes de este microcosmos llamado Brooklyn; el humor, los diálogos inteligentes y la liviandad de la perecedera humareda que es la existencia despresurizan las tragedias que envuelven a los personajes. Algunas de las cuales quedan memorablemente retratadas en escenas que se apoyan en unos soberbios actores: me refiero, en particular, a la breve pero impactante aparición de la hermosísima Ashley Judd como hija yonqui de Ruby (Stockard Channing), o al desangramiento de Cyrus Cole (el gran, en todos los sentidos, Forest Whitaker) a través de un desgarrador monólogo sobre los planes de Dios para él... y para su brazo. Sin embargo, los protagonistas del cuento son el propio Auster, en este caso representado en su alter ego Paul Benjamin (es curioso comprobar cómo se retrata a sí mismo como un escritor maniático, solitario y algo obsesivo), y ese estanquero de apariencia rudamente urbana pero de sensibilidad superior a la media llamado Auggie Wren (Harvey Keitel). Muestra de esto último es su proyecto artístico, un gigantesco álbum en el que durante años ha sacado una foto a diario del mismo lugar a la misma hora (una esquina de Brooklyn). Más de cuatro mil fotos que conforman una obra (por mor de la cual nunca ha hecho vacaciones: el sueño de cualquier empresario es contratar un Auggie Wren) que, después del desconcierto inicial tanto de Paul (“sólo lo entenderás si las miras más despacio”) como nuestro, se nos abre a su significado: una mirada particular, la del estanquero, a la trascendencia de la cotidianeidad, en la que los cambios de estación, de tiempo, las personas que se repiten, las nuevas, las que desaparecen (una de ellas, en un oportuno añadido de Wayne Wang al cuento original, es la fallecida esposa de Benjamin), el cambio de ángulo de la luz del sol... Este proyecto refuerza la amistad de ambos protagonistas. Al final, en una escena gloriosa, plena de genio interpretativo y de complicidad por parte de unos descollantes Harvey Keitel y William Hurt, Auggie le explica, alrededor de un pitillo, el cuento navideño que el New York Times le ha solicitado a Paul. Cuento navideño cargado de piedad, mentira, altruismo y soledad, cuya narración finaliza con esa sonrisa pícara de la que hablaba al comienzo del post, esta vez a cargo de Auggie, la cual comparte con un escritor que decide que nunca le preguntará a su amigo si esa inverosímil historia (que se nos muestra durante los créditos, en una escena extraordinaria, en blanco y negro y acompañada de un Tom Waits más resacoso que nunca: la única escena que rompe con la asepsia formal antes apuntada), es real o una ingeniosa invención.

Y qué importa si ocurrió en realidad o no, Auggie. Lo importante es que le entregaste a Paul Auster un cuento para su periódico. Y, de paso, me diste a mí un post navideño. Y sin necesidad de tirar de Frank Capra ni del zampabollos barbudo-ho-ho-ho... Gracias, tío.
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EL ORIGEN DE LOS SICILIANOS



Para contrarrestar un poco el exceso de azúcar de estos días, y de obligado amor al prójimo (que desaparecerá la semana que viene), nada mejor que una escena violenta y políticamente incorrecta. Si hay alguien especialista en estas cosas, es Quentin Tarantino, que fue el guionista de Amor a quemarropa, de la que sobresale poderosamente la fascinante escena entre Dennis Hooper y Christopher Walken,la llamada "escena siciliana", una de esas en la que tienes que acabar quitándote el sombrero.

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CHERIE DARLING




Me confieso algo mitómana, y si hablamos de mitos, uno de los mas grandes sin duda ha sido el de Marilyn Monroe, la rubia sexy por excelencia. Especialmente dotada para la comedia, lo que la mayoría de la gente ignoraba era que tras su apabullante aspecto, se encontraba una mujer tremendamente insegura, que deseaba que la consideraran algo mas que un trozo de carne. Buscando ese reconocimiento, tomó lecciones en el Actor’s studio, la escuela de moda del momento, cuna de Marlon Brando, James Dean y Montgomery Clift. Ella quería demostrar que había aprendido, y su mayor ilusión habría sido interpretar a la Grushenka de Los hermanos Karamazov que estaba a punto de rodarse. Los estudios rechazaron la propuesta (y probablemente se reirían un buen rato); a cambio le ofrecieron un nuevo papel de rubia tonta, que es en el tipo de papel en que esperaban verla, la protagonista de Bus stop; sin embargo su Cherie valió más que todas las Grushenkas de la Metro.Y es que ésta es una de sus mejores interpretaciones; muy lejos de sus personajes anteriores de cazadora de fortunas, con los diamantes como mejor amigo, como en Los caballeros las prefieren rubias o Como casarse con un millonario; Marilyn aquí es todo lo contrario: una artista de tercera fila que sueña con triunfar y desea que alguien la quiera por sí misma; alguien que ha recibido tantos palos en la vida que no está acostumbrada a que la traten con cariño, por eso resulta conmovedora su expresión cuando al final la abrigan con una chaqueta.
Pues bien, esta rubia que actúa en un garito de mala muerte cantando ( y Marilyn consigue algo muy difícil: hacer un número musical mal, para demostrar el escaso talento de Cherie ) tiene su vida organizada mediante un plano, que muestra una ruta que finalmente la llevará a Hollywood. Pero lo que no entraba en sus planes es que un cowboy de cortas entendederas, mas bruto que un arado, pesado como él solo, aunque con un corazón de oro, se cruzaría con ella.
Beauregard (estupendo Don Murray, que ganó el Oscar al mejor actor ¡secundario!) no tiene la mas mínima experiencia con las mujeres, pero nada mas que ve a Cherie decide que ella es su ángel, y le hace una inolvidable propuesta, que luego copiaría Almodóvar en Átame!, en la que el director manchego hacía su particular cruce de Bus stop y El coleccionista: “Tengo 23 años, 50000 ptas. en el bolsillo, estoy sólo en el mundo y espero ser un buen marido para ti y un buen padre para tus hijos”. Amén.
Ni que decir que cuando Cherie oye algo así, aunque al principio se pudiera sentir atraída por el vaquero, ya que el chico no está nada mal, le entrará el pánico, ya que eso la apartaría definitivamente de su camino a Hollywood, e intentará huir; pero Beau es insistente y se la llevará a la fuerza, tratándola como un toro de rodeo, convencido de que estando con él cambiará de idea.¿Tendrá razón?
Joshua Logan volvió a usar una obra teatral de William Inge, y obtuvo tan buenos resultados como en Picnic, donde aparte de la pareja protagonista destaca un estupendo secundario como Arthur O’Connell.
Por cierto, existe una especie de versión intelecutal de la obra, que también se llevó a la pantalla, llamada Locos de amor, dirigida por Robert Altman, protagonizada por Kim Basinger y Sam Shepard, que también es el autor de la obra; aunque fallida, merece la pena verla.
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LA HUELLA DE FRANKENSTEIN



Qué bonitas son las películas con niño. Qué evocadoras, qué ensoñadora sensación de inocencia, de virginidad ante la maldad humana, de incipiencia sexual, de continuo descubrimiento del universo en el que vivimos. Los autores utilizaban a los niños para contar historias de adultos a través de su ingenuo prisma (“Los cuatrocientos golpes”, "El imperio del sol”, “El tambor de hojalata”, “Alemania, año cero”, “La pequeña” son ejemplos que se me ocurren ahora a vuelapluma). Y digo bien, utilizaban, así, en pasado, puesto que en los últimos años prácticamente sólo se hace uso de niños como pretexto para dar sustos en películas de terror, en particular si son niñas de pelo lacio y negro y de ojos rasgados: “La maldición”, “Dos hermanas”, “El sexto sentido”, “The ring”, “Frágiles”, “Dark water”, “Solo en casa 3” (no sé si de terror, pero terrorífica sí es)... La lista sería interminable, y films como, no sé, “Rosetta” o “La buena vida” quedan en minoría; puede que sea demasiado difícil dirigir niños (se dice que Robert Mitchum fue quién dirigió algunas de las escenas de los críos de “La noche del cazador” en solitario, puesto que Charles Laughton no les aguantaba...). Yo, desde luego, me identifico, puesto que soy uno de esos que sufre vergüenza ajena ante las memeces que la mayoría de los adultos son capaces de hacer delante de un niño (“mmbuaarrrhhh.... ¿Quién es el nene más guapo? Abu-abu-abu-abu... ¿Nene tere a papá? ¡Dí paaaaaaaa-paaaaaaaa! ¿No vas a decir nada? ¡Aaaaaaaaajooooo-nene malooo!”)... por favor... parece que a algunos les ha hecho una lobotomía un estudiante en prácticas... Venga-va, devolvedme mis neuronas y hablemos de cine.

Entre las primeras películas antes citadas, sin ningún género de dudas, habría que incluir una de las películas fundamentales de la historia del cine español, “El espíritu de la colmena”. Ópera primeriza y maestra de Víctor Erice, el primo vizcaíno de Terrence Malick (llevan el mismo “vertiginoso” ritmo de una película cada chorrocientos años), decir, a estas alturas, que esta película trata, esencialmente, de miradas, es una obviedad del tamaño del ego de James Cameron. Pero no deja de ser cierto. “El espíritu de la colmena” es una de las películas más tranquilamente poéticas que uno ha tenido la oportunidad de ver en su ignota existencia. Sin apenas diálogos, con una carga simbólica multidireccional y un ritmo casi inerte de difícil asimilación por el público mainstream-PiratasdelCaribe, este film repta imperceptiblemente a través de las mortecinas vidas de una familia rural en los años cuarenta (ojo, la postguerra más inmediata, y no es casual). Un apicultor (el imperial Fernando Fernán-Gómez) recluido en sus abejas (su colmena), su diario y sus setas; su mujer (Teresa Gimpera), adormecida por la quietud y el recuerdo de un pasado que no conocemos pero del que Erice nos permite elucubrar a través de una carta quemada; y sus dos hijas pequeñas, que, en una época en la que no había la saturación de imágenes e información de hoy en día, van a reaccionar de manera muy diferente al impacto de la visión de “El doctor Frankenstein” de James Whale. Ana (Ana Torrent, la MIRADA) (por cierto, obsérvese que los personajes principales llevan los nombres de sus actores, prueba fehaciente de la carga simbólica del film, por encima de la voluntad narrativa) queda subyugada por la revelación del concepto “muerte” y por la belleza de lo marginal, quedando esto patente en el episodio con el maquis; en cambio, Isabel (Isabel Tellería) se muestra escéptica, malévola, menos soñadora y más “adulta”, en un mal sentido de la palabra, que su hermana. Su escena con el gato, en la que primero lo abraza y lo acaricia, para poco a poco ir convirtiendo dichas caricias en un intento de ahogamiento y acabar utilizando su propia sangre (provocada por el arañazo del incauto felino) como su primer pintalabios, es estremecedoramente angustiosa y reveladora: Isabel da la bienvenida (¿su primera menstruación?) a su deseo de ser un adulto más, una obrera útil en la colmena social. Erice, claro, y todos los demás, nos enamoramos de los ojos, de la mirada de Ana. Vive le difference.

Con una vena simbólica tan agudizada, es necesaria una factura visual singular para que una obra así consiga lo que persigue. Esa singularidad la consigue Erice a través del tratamiento de aspectos como la fotografía (de Luís Cuadrado, cálida, excepcional), el encuadre (la profundidad de campo en la vía del tren, el caserón abandonado, la propia casa), la banda sonora (que incluye el clásico popular “Vamos a contar mentiras” y que transmite un aire de cuento malsano), el montaje (casi inexistente, pero con algunas elipsis memorables, como la que resuelve la muerte del maquis) y las escenas de corte costumbrista, que rezuman credibilidad. “El espíritu de la colmena”, en cualquier caso, no deja de ser un entrañable homenaje al cine, del que confiesa su capacidad para abrirnos a la vida y la muerte a través del séptimo arte: así queda de manifiesto en la fascinación que transmite la mirada (sí, la MIRADA) de Ana al ver al monstruo de Frankenstein juguetear con margaritas. Es un momento en el cual uno se enorgullece de su arte favorito.

Uséase, el CINE.
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EL FABULOSO BRIDGES BOY




Porque sí. Porque nos gusta. Porque es uno de los grandes, aunque no suelan incluirlo en las listas de mejores actores encabezadas por De Niro, Pacino o Hoffman. Hoy va por Jeff Bridges.
Empezó de muy joven en el cine , aunque ya estaba familiarizado con las cámaras, debido a la serie que protagonizaba con su padre Lloyd Bridges, Sea hunt, o a el show que llevaba su nombre.
Y la verdad es que los comienzos fueron muy buenos: The last picture show (con una nominación al Oscar incluida; la primera pero no la última, sin que haya conseguido ninguno hasta ahora), o Fat city . Eso es entrar con buen pie; empezó haciendo de el típico joven americano medio, guapetón y sin complicaciones.
Mas adelante, empezó a cambiar de registro, haciendo de ladronzuelo con Clint Eastwood en Un botín de 500.000 de dólares, donde incluso en una de las escenas se tuvo que vestir de mujer. La impresionante naturalidad y dignidad con que afronta la muerte le valió otra nominación... seguiremos sumando.
Siempre ha tenido la habilidad de transformarse en el personaje que interpretaba; aunque sin hacer grandes excesos, sino de una manera totalmente natural, como si fuera una segunda piel. Ahí están el entusiasta idealista de Tucker, el perdedor de Los fabulosos Baker boys, el rey de los frikis, el Nota, de El gran Lebowski., el torpe profesor de El amor tiene dos caras (si, que pasa? el estaba genial, y la película me encanta), el yuppy atormentado de El rey pescador o el aparentemente inmortal de Sin miedo a la vida.
Sus otras nominaciones vinieron por Starman (ahí no estoy demasiado de acuerdo, ha hecho interpretaciones mucho mejores que no se han tenido en cuenta, pero los caminos de la Academia son inexcrutables), y por La candidata (por cierto, con un presidente como él, yo me pido el puesto de becaria, ya!)
Muy inquieto intelectualmente, se dedica a sacar fotos durante los rodajes, las ilustraciones de Una mujer difícil las hizo el, y su página web, que podéis ver aquí, es realmente curiosa.
Últimamente no es que esté inactivo, ahí están Una mujer difícil, por ejemplo y creo que promete verle en Tideland; en su momento participó en unas interesantes actualizaciones de cine negro, como Contra todo riesgo o 8 millones de maneras de morir; hasta tuvo un escarceo con el cine de animación digital, antes de que se pusiera de moda, en Tron; presumió de musculatura al igual que lo hicieron Christian Bale o Edward Norton, en American heart y tuvo un interesantísimo duelo interpretativo con Tim Robbins en Arlington Road; mucho más que el que tuvo con Kevin Spacey en K-Pax.
Los directores con los que ha trabajado: Peter Bodganovich, John Huston, Francis Ford Coppola, Terry Gillian, los hermanos Coen, Peter Weir o Michael Cimino, entre otros , sabían que podían confiar en él... y no creo que les haya decepcionado, porque Jeff Bridges aguanta.


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DEL AMOR, Y DE SER CORRESPONDIDO


Que no. Que no me gustan los musicales. Ya sé que hace unos días colgué una escena de “Chicago”, y que ahora me dispongo a comentar, vayapordioshombre, “Moulin Rouge!”. A pesar de estos ítems contradictorios, no me gustan los musicales. Podría vivir perfectamente sin Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers o Cyd Charisse. Me cuesta meterme en relatos en los que un tipo, súbitamente, se pone a cantar, a bailar invadiendo la calzada (en la que insólitamente no hay ningún tráfico) y a chapotear cual niño chico en los charcos, tanta es la felicidad que le embarga; mientras, a los transeúntes, en lugar de afearle su incívica actitud, sólo se les ocurre enhebrar una “espontánea” coreografía acompañando al idiota de turno... Sin embargo, reconozco ciertos méritos de los escasos musicales que algunos valientes han pergeñado en los últimos años, incluida la fallida “Evita”. Es el caso de “Chicago” y, en particular, este “Moulin Rouge!” desmesurado, arrebatado, insolente y excesivo que tuvo a bien parir el irreverente de Baz Luhrmann.

Ya desde los créditos iniciales, con ese director de orquesta pasado de “speed” que dirige la entradilla de la Fox, Luhrmann nos deja muy claro que va a entrar a matar sin cortapisa ninguna: estoy como una regadera, y vosotros vais a compartir esta chaladura conmigo. Su historia, en esencia, tiene la complejidad argumental de una película de Disney, y su estructura, de hecho, guarda similitudes con los estándares maniqueos de los dibujos animados (incluso muchas escenas tienen formato “cartoon”): chico conoce chica, canta bonita canción, llega un malo muy maloso, canta canción, chico conquista chica con ayuda de amiguitos, todos cantan canción. Hay hasta una Campanilla en forma de Kylie Minogue (cortesía, eso sí, de una alucinación de absenta, lo cual no diría que es demasiado Disney...). Pero no es cierto. El film juega una primordial baza, que se revela al arranque del relato: se nos descubre que la protagonista, Satine, está muerta. Por consiguiente, un espíritu trágico (más intenso en cada tosido de Satine) va espolvoreando en progresión geométrica la narración, jugando con la ineludible certeza del amor súbitamente resquebrajado. El amor exaltado, desprendido, unívoco, alienado, irreflexivo, a prueba de pruebas, ese es el tema del film. Y para eso, Baz Luhrmann no repara en gastos, barroquismo y desmesura: multitudes, colores chillones, vestidos deslumbrantes, sentimientos desbordados, música atronadora, todo vale para hacernos creer durante dos horas que se puede amar a contracorriente de todo, incluso de la propia memoria, incluso de la muerte. Ninguno de los números musicales sobran, y varios de ellos desbordan la pantalla a golpe de “joie de vivre”, colorido, vistosidad y ampulosidad: valgan como ejemplo la presentación del Moulin Rouge al son de la explosiva mezcla Nirvana + Fatboy Slim + Miami Sound Machine (si Kurt Cobain levantase la cabeza... volvería a disparársela), o el esplendoroso tango de Roxanne, en el que Christian pugna con sus celos mientras el argentino narcoléptico arrastra su quebrada (debe de ser primo de Tom Waits) voz, y el Duque (Richard Roxburgh, de profesión villano) intenta consumar su concertado deseo por Satine. Pero hay también algunos pequeños momentos que también merecen ser destacados entre tanta grandilocuencia, como ese beso furtivo entre Christian y Satine filmado cámara en mano, como cazado por casualidad por un ávido reportero de guerra; o ese plano en el que Zidler, delante de un espejo, advierte a Satine que si no abandona a su amado este será asesinado.

Hablemos de actores y canciones. Nicole Kidman, en estado de gracia aquel año (como ya quedó dicho, a este bombazo le acompañaron “Los otros” y “Las horas”) salió fortalecida como estrella indiscutible del firmamento hollywoodiense, gracias a su esfuerzo vocal (y que nadie malinterprete la expresión) (guarros), a su empeño en rebelarse contra sus limitaciones físicas en las coreografías (su más de metro ochenta combina malamente con la gracilidad necesaria para la danza) y, por supuesto, a su talento como actriz. Demostró que sabía arriesgarse, y ganó. Sin embargo, mis votos van para Ewan McGregor, que entre sablazo y sablazo (láser) sorprendió a todos con una actuación extraordinaria, componiendo un Christian de sonrisa pánfila y sentimientos puros inesperadamente creíble. Además, hace gala de una prodigiosa voz, que hace que su “Your song” (a la luz de una sonriente luna y aderezado con gotitas de Plácido Domingo) supere por derecha e izquierda el original de Elton John. De entre los secundarios, aparte de ese Toulouse-Lautrec juguetón y desaforado de John Leguizamo, hay que rendir pleitesía al mejor actor de la función, ese imperial Jim Broadbent que borda su Zidler, el alma chanchullera (pero con resquicios de ternura) del Moulin Rouge.

Es precisamente Zidler quien, aprovechando el celebérrimo tema de Queen, interpreta uno de los leitmotiv de la película: pase lo que pase, por muy adversas que sean las circunstancias, por afligido que esté nuestro corazón, el espectáculo debe continuar. Es el sino del artista. The show must go on.
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CLASES CRUZADAS




Juntemos Arriba, abajo con una novela de Agatha Cristhie y unas gotas de Las reglas del juego. Resultado: Gosford Park.
El recientemente fallecido Robert Altman nos presenta una vez más una película coral, aunque esta vez centrándose en un grupo de británicos de principios de siglo que van a pasar el fin de semana en una casa de la campiña inglesa para cazar. Por supuesto, cada uno vendrá acompañado por sus sirvientes.
Muy pronto nos mostrarán que el mundo de los criados y el de los señores es totalmente distinto. Como dice uno de los personajes al ser pillado con una mujer por uno de los sirvientes : “No te preocupes, no es nadie”. Los criados se llaman por el nombre de sus señores y se sientan a la mesa en el mismo orden que ellos; es como si su personalidad desapareciera por completo frente a la del amo; el mejor sirviente es el que no se nota que está, aunque eso no impide que haya todo tipo de intercambios entre las plantas de arriba y abajo, fuera de las horas de servicio (a puerta cerrada, por supuesto).
Desde luego, lo mejor es el reparto; ya que se puede decir que si no están todos los que son en la interpretación británica, si son todos los que están:
- Arriba: Maggie Smith, Michael Gambon, Kristin Scott Thomas, Charles Dance.
- Abajo: Helen Mirren, Alan Bates, Derek Jacobi, Emily Watson, Clive Owen.
El único personaje que se permite vivir en los dos mundos (un actor que por lo visto se adelantó a los métodos del Actor’s studio, interpretado por Ryan Phillippe, pero imita mal el acento escocés), acabará ganándose el desprecio de las dos partes.
Resultará que todo el mundo esconde un secreto; pero acabarán siendo mas interesantes los de los criados que los de los señores, a pesar de éstos primeros se lamenten por no tener una vida propia. Eso parece saberlo muy bien el personaje de Maggie Smith, ávida siempre de los cotilleos de la servidumbre para saber qué opinan de ellos. Incluso dentro de la clase superior hay diferencias, ya que no aceptan del mismo modo a una persona que proviene de una antigua familia rica a otra que se ha enriquecido trabajando; lo de ganar el pan con el sudor de la frente resulta tan vulgar! y encima si es en el cine.... y en una película de Charlie Chan, ambientada en Inglaterra, pero rodada en Hollywood! ...pero lo mejor es disimular, aunque arruguemos ligeramente la nariz al tomar el te; claro que por supuesto no iremos a ver esa película.
A Altman no parece interesarle demasiado la intriga policíaca, ya que deja que el inspector que interpreta Stephen Fry se vaya sin que sepamos que conclusión ha sacado, a pesar que la lista de sospechosos sea bastante larga, como en cualquier novela de Agatha Cristhie ; finalmente será una criada la que lo resuelva todo, y ¿el?¿la? culpable resultará quien menos esperábamos, pero no servirá para nada saberlo, todo seguirá igual. Lo realmente importante son las relaciones entre los personajes, las falsas apariencias, los engaños...
Curiosamente, los únicos beneficiados por el crimen serán, como no, los señores; si ya lo decía la canción : “Pobre chica la que tiene que servir ...” Ah! El asesino NO es el mayordomo.
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UN BUEN DETECTIVE, UN MAL POLICÍA


Decíamos ayer.

En mi anterior post, el dedicado a “The hot spot”, ocupé un párrafo en desarrollar mínimamente el concepto de “serie B”, y ponía como ejemplo de la misma a una de las mejores películas de la historia del cine, “Sed de mal”. Sí, jóvenes padawanes: en las dobles sesiones de la época, “Sed de mal” era telonera de productos como... bueno, ¿a quién le importa? El caso es que la industria cinematográfica ya estaba corrompida por los productores en los años 40 y 50, mucho antes de que lo denunciara Robert Altman en “The player”. Al genio Welles, lejana ya su condición de niño mimado de la industria, le recortaban una y otra vez cada película que pergeñaba su enfermiza y deslumbrante mente, debido a quisicosas sin trascendencia como la taquilla. ¿Qué es el dinero respecto a la inmortalidad de la obra de arte? Pues eso. Si alguien se mira “Sed de mal” con atención y ojo crítico, se dará cuenta de que su presupuesto es algo limitado. Es obvio que está rodada prácticamente toda en interiores (más bien pocos, además), aunque hay bastantes extras y el reparto es excelente. En cualquier caso, “Sed de mal” es estrenada con el olor a pegamento de los tijeretazos de Universal. En 1998 se rehace la película en base a un memorándum de más de 50 páginas de Orson Welles en el que deja claro cuál es la película que estaba en su cabeza. Con algunos minutos más de metraje, y más de cincuenta cambios (entre otros, la celebérrima escena inicial, que queda despojada de la música de Henry Mancini y de los títulos de crédito: aunque la escena se disfruta más, yo prefería la versión primeriza), hoy en día se puede disfrutar del film tal como Welles lo había ideado. Albricias.

“Sed de mal”, basada en una mediocre novelita de Whit Masterson llamada “Badge of evil”, es la película wellesiana que más ha impactado a este su seguro servidor (o sea, yo) (que hay que decíroslo todo). Todo un ejercicio de estilo en el que el significante trasciende al significado: los movimientos de cámara (que sí, el primer plano-secuencia, considerado por muchos el mejor de la historia, ytalytal... pero qué pesados sois), el uso y abuso del contrapicado, la fotografía imaginativa y desacomplejada de Russell Metty, los juegos de luces y sombras (en particular estas últimas; a tito Orson le apetece que algunos personajes tengan hasta tres sombras diferentes en un mismo plano: Welles, 1 – Física, 0) que describen la ambigüedad moral de los personajes, los movimientos repentinos de cámara, la grúa como concepto estético, la música mestiza de Mancini... La estética al servicio de la historia. Y de la Historia (lo que hace una mayúscula de más...). Ante tamaña ostentación de recursos, el argumento y los personajes podrían quedar peligrosamente empequeñecidos. Pero no. El guión, quizás lo más criticado del film, tiene una estructura muy destacable, presentándonos desde su vertiginoso inicio las dos líneas argumentales (la búsqueda del asesinato de mr. Linnekar y la pilingui-stripper que le acompañaba en el coche, por una parte, y el problemilla de Vargas con la familia Grandi por otra) que convergen a medio relato; es cierto, sin embargo, que algunas soluciones dejan que desear (la facilidad con que la señora Vargas se deja liar por los secuaces de Grandi, el extraño papel del portero de noche del motel), y que a veces los diálogos transmiten exceso de densidad. En cuanto a los personajes y a sus intérpretes, digamos que Charlton Heston acepta bien su papel de falso protagonista del filme, con una esforzada y a ratos algo histriónica interpretación; no es culpa suya que se excediesen con el tizón para pintarle la cara de mexicano, ni que su castellano no sea demasiado académico (“¿Qui-en pertenehe aquí a la pandillia de Grandi?”)... Janet Leigh, correcta en su papel de “chica-para-salvar” con cierta determinación, tiene una curiosa premonición al hospedarse en un motel perdido en el desierto en el que ella es la única cliente y cuyo recepcionista tiene problemas de equilibrio mental... ¿Una duchita, Janet? Marlene Dietrich, que apenas tiene un par de minutos de papel, se las apaña para robarnos el corazón con su primera mirada a Quinlan y su aire melancólico. Y, por supuesto, el propio Welles, que hace de su obeso, sudoroso y repugnante Hank Quinlan un personaje decadente, rudo, xenófobo (“volvamos a la civilización”, dice antes de cruzar la frontera de vuelta a Estados Unidos), amargado por el peso de su tragedia (el asesinato de su esposa), y cómodamente instalado en la mezquindad de los gángsteres de poca monta y los garitos de mala vida (y muerte). Welles compone un personaje “bigger than life” (y no sólo por su tamaño físico), y demuestra que, además de ser un director mítico, era también un actor tan intuitivo como la pierna de Quinlan...

Proyecto personalísimo, más autobiográfico de lo que uno pudiera pensar en un principio, “Touch of evil” está considerada como el canto del cisne del cine negro norteamericano. A partir de aquí, la nada: se puede plagiar, homenajear, fusionar o revisionar el género, pero lo cierto es que todo está ya dicho, y, como de costumbre, Orson Welles tiene la última palabra.
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VIVIENDO CON UN EXTRAÑO




Los personajes favoritos de Nicholas Ray eran personas que vivían en un entorno de violencia, convirtiéndose por lo tanto en violentos; pero cansados ya de ello querían escapar de esa situación ; algunos morían en el intento, y otros conseguían salvarse, teniendo que usar para ello, paradójicamente, la violencia.
Os estaréis preguntando ¿A qué viene esto? (aparte de que para que podáis decir: “Oh, cuanto sabe!”). Pues que Una historia de violencia le habría gustado a Ray; de hecho, casi se podría decir que es un western moderno, una actualización de Raíces profundas, por ejemplo.
David Cronenberg por un momento deja de lado sus obsesiones (que tanto nos gustan, por cierto, morbosos somos) acerca de sexo enfermizo, mutaciones genéticas, enfermedades, .... para explicarnos una historia aparentemente sencilla y sin complicaciones, aunque sin dejar de explorar nuestro lado oscuro.
Tom Stall (Viggo Mortensen) es un marido perfecto, un padre modelo y un cuidadano ejemplar, a quien todo el mundo quiere y respeta. Un día entran en su local dos atracadores y viendo que corren peligro la vida de la gente que hay en el bar, se enfrenta a ellos, matándoles. Automáticamente se convertirá en el héroe del momento, pero eso también tendrá un inconveniente: debido a la publicidad que se da al caso, aparecerán unas personas diciendo que le conocen y que es un matón de Chicago llamado Joey Cusack. El lo negará, pero no le dejarán en paz.
Dos escenas son muy reveladoras de como afecta a la familia de Tom el descubrir su nueva identidad, antes y después. Una es con su mujer(estupenda Maria Bello); antes la relación sexual es algo agradable, compartido, divertido; después mas bien parece una violación y dominación. La otra es la forma de comportarse su hijo con el chulo del instituto: primero consigue ridiculizarle a base del diálogo; después ya es a guantazo limpio.
Aparte de lo bien que está Viggo, demostrando que es algo mas que el Aragorn de El señor de los anillos, melenas al viento, y Maria; Cronenberg usa dos secundarios de lujo. Ed Harris y William Hurt.
La película nos plantea unas cuantas –y buenas- preguntas: ¿es posible cambiar?, ¿qué hizo cambiar a Tom?; una vez ha vuelto a ser Joey ¿podrá volver a ser Tom? porque hay algunas cosas que no se olvidan, como montar a bicicleta.
No podemos obtener la respuesta, ya que ni los mismos personajes lo saben, como muestra esa escena final en la que se miran a los ojos, intentando descubrir quien es la persona que está delante suyo, aunque como dice Tom al principio de la película a su hija “Los monstruos no existen”; tal vez tenga razón.... o no?
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FÁBULA DE LA ZORRA (RUBIA) Y LAS UVAS


¿Qué es la serie B? No es la versión analfabeta de aquella legendaria serie de TV en la que unos extraterrestres nos invadían pacíficamente y nos enseñaban una nueva dieta a base de ratón poco hecho (festival del humor con marcbranches) (creo que aceptaré ese trabajo en La Hora Chanante). Es una clasificación que se le dio a cierto tipo de películas de bajo presupuesto en Hollywood desde los años posteriores a la Gran Depresión, en las que se contrataba a actores desconocidos o en decadencia para cuadrar las cuentas, que completaban las sesiones dobles en los cines junto a las grandes películas de estudio (serie A). Aunque algunas películas de complemento fueron auténticas obras maestras: “La mujer pantera”, de Torneur, o... ¡”Sed de mal”! A este género también pertenecían los seriales de cine (como los de Batman o Buck Rogers), que acabaron feneciendo en los cincuenta a manos de ese monstruo cinéfago llamado televisión. En perspectiva, la serie B es una expresión peyorativa que no suele dejar en buen lugar al film al que acompaña. Pero también es una manera de hacer cine, basada en el fusilamiento desvergonzado de ciertos géneros (ciencia-ficción y cine negro son los más homenajeados, aunque en algunos casos se impone el distanciamiento cínico), el ajuste de cuentas en el presupuesto y la recuperación del actor televisivo olvidado en el fango de la fama transitoria. ¿Es “The hot spot” (basada, que no se me olvide, que cierto amigo mío me mata, en una obra del gurú de la novela negra Charles Williams) una película de este tipo? No conozco la opinión de Dennis Hopper al respecto, pero ofrece la sensación de un voluntarismo de serie B que no parece casual (incluido el vulgar título español, “Labios ardientes”, más apropiado para un suproducto erótico de Zalman King que otra cosa). En cualquier caso, es una cinta que provocó cierto interés en su momento y que hoy está semiolvidada en la carpeta “De culto”. Calentemos un poco la sala, que es diciembre y hace frío.

Calor. Es la sensación unívoca que desprende “The hot spot” por todos sus poros (incluida la excelsa banda sonora de John Lee Hooker, con alguna colaboración de Taj Mahal, que inflama aún más el opresivo ambiente) y desde un buen comienzo. Y nunca mejor dicho: lo primero que nos planta Dennis Hopper delante es un sol abrasador en el cual parece que han sido atrapados Harry Maddox (Don Johnson) y su desvencijado coche. Ese sol pertenece a un pueblucho del interior, igual que otros muchos de la América profunda, con sus casas bajas, sus gentes extravagantes y su aburrimiento vital. Respecto a esto último, sirva como ejemplo este diálogo entre Dolly (Virginia Madsen) y Harry: -“Aquí sólo se pueden hacer dos cosas. ¿Tienes televisión?”. – “No”. –“Pues ya sólo te queda una”. Me pregunto a qué se refiere... Este diálogo define a la perfección, de hecho, la película. Hopper ni se molesta en ocultar que su peliculita es un índice de esquemas tradicionales de cine negro, con diálogos maledicientes y con doble sentido (aunque casi diría que con un sólo sentido: el sexual), personajes ambiguos y de brumosa moralidad, un presupuesto ceñido y un Don Johnson recién salido del glamour de Miami como única estrella de la función (llámale estrella-llámale X). Puede decirse que lo mejor del film se encuentra tanto en la construcción de su atmósfera malsana y extraordinariamente erótica, como en la interrelación de los personajes. Hay que apuntar que la sexualidad latente que ebulle a lo largo del film es un acierto del enfermizo Hopper, que consigue que todos los personajes transmitan carnalidad, alejándose del esteticismo imperante en aquella época (incluido el referente erótico “Instinto básico”, al que en mi opinión supera en muchos sentidos). Empezando por esa Dolly Harshaw en estado de lubricación H-24 interpretada con un erotismo rubísimo (por supuesto) y apabullante por Virginia Madsen (“Te voy a follar hasta que te mueras”, le escupe a su atado marido mientras abre las piernas una vez más); manipuladora hasta la extenuación, se convierte en la reina de la fiesta (=película) a golpe de polvo. Pasando por la sensualísima inocencia de Gloria Harper, una Jennifer Connelly que se convirtió en objeto onanista de toda una (minoritaria) generación, en parte gracias a cierto desnudo rigurosamente gratuito en el lago (gracias, Dennis); su candidez (algo menor de la prevista) consigue sacar lo mejor de Harry, sus sentimientos más puros, aunque sólo a ratos... Don Johnson interpreta con inesperada solvencia a la tercera pata de la silla, un Harry Maddox (me encantan los nombres de los personajes) superviviente, cínico, canalla, granítico (pero no lo suficiente), al que le pierden un buen par de piernas con medias de encaje...

Un falso final feliz nos escolta hacia el verdadero desenlace, en el que, como no podía ser de otra manera, sale ganador por K.O. el trabajo bien hecho. Y, en su “trabajo”, Dolly es la mejor...

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DESDE EL MONTE RUSHMORE, CON AMOR




North by nortwest; de nuevo los traductores hicieron de las suyas, bautizándola como Con la muerte en los talones; pero mucho más indicado el título original, que sugiere ese viajar dando vueltas innecesarias a las que se verá sometido el protagonista.
Hitchcock dirige una de sus películas más trepidantes, ayudado de profesionales como Bernard Herrmann o Saul Bass (eso no es irse con chiquitas; de lo bueno, lo mejor).
Un típico americano medio, Roger O. Thornhill - ¿O de que ? ¿de "¡Oh, es él!"?-(ya me gustaría a mi encontrarme a alguien como Cary Grant por las esquinas), de vida aburrida que ya le han costado dos divorcios, por una casualidad es confundido con otra persona: Kaplan, por lo que es secuestrado e intentan asesinarlo, pero consigue escapar. Por supuesto nadie creerá su historia (y mucho menos su madre, a quien no parece sorprender lo más mínimo cualquier fechoría de su hijo), de modo que emprenderá una frenética búsqueda de Kaplan para explicarle lo sucedido... pero el problema es que Kaplan no existe.
Con este argumento tan kafkiano Hitchcock construye una de sus cintas mas llenas de suspense, en la que le da la vuelta a los tópicos del género:¿callejón estrecho y oscuro amenazante? no; al pleno día, en el campo, con una avioneta fumigadora, y échate a temblar. ¿Asesinato en un lugar público, rodeado de medidas de seguridad? pues si, en la ONU, y además te cargarán a ti el muerto. En ningún sitio se puede estar seguro... seas quien seas (porque llegado a este punto ya no sabes quien eres).
Tampoco los malos son convencionales; la primera vez que aparece James Mason no resulta para nada amenazante, al contrario, es todo un caballero de lo más educado y refinado, que cualquiera podría tomar por un hombre de negocios; aunque eso no impide que pueda ordenar asesinatos sin pestañear.
Y por supuesto no puede faltar la rubia hitchockiana, que en este caso es Eve Marie Saint, toda una devoradora de hombres enfundada en pret a porter, con un comportamiento que hará que constantemente dudemos de ella ¿es buena? ¿es mala? ; como le pregunta Cary “¿Qué hace que una chica como tu sea una chica como tu?”
A la famosa escena de la persecución con la avioneta, hemos de añadir la del monte Rushmore, con los protagonistas trepando sobre los rostros de los presidentes, aunque también es memorable la de la subasta, pero mas tranquila en apariencia, o el uso del tren como metáfora sexual, con todas esas entradas y salidas de los túneles, cuando Cary y Eve Marie están más entusiasmados.
Claro que la cosa no habría funcionado igual sin Cary Grant; el sentido de humor con que se toma el asunto, sin perder ni por un minuto la compostura ni su poder de seducción, se refleja perfectamente en una escena: Cary huyendo entra en un piso por una ventana; se trata de un dormitorio, donde una chica se despierta al oirle y le grita para que se detenga; a la que enciende la luz y le ve, su actitud cambia y le suplica que se quede. Genio y figura.
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CANCIÓN TRISTE DE UN DON NADIE



Cantemos todos juntos (everibadi). “Chicago” significó un pequeño revival del cine musical, ese en el que los personajes, sin venir a cuento, se arrancan a cantar en mitad de una calle sin importarles la gente alrededor (la cual, en cualquier caso, suele acompañarles e, incluso, improvisar una bonita coreografía), el clima (por mucho que llueva...) (¿lo pilláis?) o el sentido común. Como a la sociedad escéptica y ávida de verismo de hoy en día le cuesta mucho asimilar este esquema tradicional, “Chicago” apostó por una fórmula intermedia, en el que los personajes “sueñan” los números musicales. El mejor, en mi opinión, este amargo “Mr. Cellophane”, en el que un imponente John C. Reilly le canta a su inanidad. ¿Quién no se ha sentido alguna vez tan transparente como mr. Celofán? A mí me pasaba en todas las fiestas de fin de curso...

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A LA PLANTA 7 1/2




¿Cuantas veces hemos oido -y dicho- " A Hollywood se le han acabado las ideas"?. Cuando parece que hay una idea mínimamente original, no paran de sacar continuaciones acompañadas del inevitable número romano. En parte es cierto que prácticamente todo está dicho, pero ¿no puede haber nada nuevo? Por eso, cuando aparece un guionista como Charlie Kaufman: original, raro, marciano (como queráis llamarlo), pero con historias sorprendentes, no es de extrañar que acabe convirtiéndose en una estrella. Pocas veces se había oído hablar tanto de un guionista... o tal vez es que en el reino de los ciegos el tuerto es rey, quien sabe (el tiempo se encargará de aclararlo), pero desde luego pocas películas se parecen a Adaptation, Olvídate de mi (con lo bonito que es el título oriignal, Eternal sunshine of the spotless mind), o Confesiones de una mente peligrosa.... Vaaaale, está Cincuenta primeras citas, que no es más que una versión edulcorada de Olvídate de mi.
Como ser John Malkovich fue la que le lanzó a la fama, haciendo que la gente se empezara a fijar en él, y es que la historia no era para menos: un titiritero (John Cusack) encuentra trabajo en la oficina más pequeña del mundo, situada en la planta 7 1/2 (ay, cuidadito con que J.K. Rowling no reclame por copiar la idea del andén 9 3/4!); una vez allí, descubrirá una puerta escondida que le llevará al interior de John Malkovich. Asombrado, iniciará un negocio con una compañera de oficina para que la gente, mediante pay-per-view, durante quince minutos se pueda convertir en el inolvidable protagonista de Las amistades peligrosas.
¿Tan aburridos estamos de ser nosotros mismos que preferimos ser, aunque sea por unos minutos, otra persona? ¿Qué puede tener de interesante convertirte en otro para ver como se corta las uñas de los pies -por ejemplo-?. Pues según la película debe serlo, y mucho, ya que la gente no parará de hacer cola, aunque en realidad no sepa quien es Malkovich, ni la menor importancia que tiene; lo que cuenta es ser otro.
Sin embargo, la película es sorprendente y divertida; el personaje de John Cusack desde el primer momento nos habla de como le gusta convertirse en otra persona a través de sus títeres, y podrá llevar a cabo la ilusión de su vida cuando en una escena maneje a John Malkovich como si fuera una marioneta. Cameron Diaz está irreconocible y lo hace muy bien, lejos de su imagen de rubia sexy.
Dos escenas destacan por surrealistas y delirantes: cuando John Malkovich entra dentro de sí mismo, y la persecución de Cámeron Díaz y Catherine Kenner a través del subconsciente de Malkovich.
Lo dicho, una rareza que hace que tengamos esperanzas de que todavía haya ideas en el mundo del cine. Si preferís ver la decimonovena entrega de Arma letal, La jungla de cristal o Rocky, estáis en vuestro derecho, por supuesto; pero si queréis ver algo diferente, ésta es una buena opción. Yo, por mi parte, estoy muy contenta conmigo misma... pero si encuentro una puertecita que me lleve al interior de Monica Bellucci o Angelina Jolie... ya hablaríamos.
Por cierto... si alguien se acuerda, el director fue Spike Jonze.

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CUANTO MÁS MALO, MEJOR


En blanco. Mira que me ha costado horrores decidirme por el post para hoy. Montones de películas que he visto, cienes y cienes de actores, actrices y directores sobre los cuales escribir (otra cosa es que lo que escriba sea una calamitosa concatenación de insensateces, pero ah-se siente, no encontraréis nada mejor por este precio) (bueno, nada MUCHO mejor por este precio) (bueno, nada... da igual). El caso es que, después de darle vueltas y vueltas como una noria, me he dicho: “marcbranches, hoy toca Kevin Spacey. Has visto muchas películas suyas, es un actor que siempre te ha interesado, no te planteará demasiado problema. No tienes talento, de acuerdo, pero esto no es difícil...” Pues a ello-olle. Pero claro, hay que empezar el artículo de alguna manera. ¿Un comienzo arrolladoramente ingenioso, una sentencia impactante? Como si se me hubiera ocurrido alguna vez... Me conformo con un comienzo. “Bienvenidos a un especialista en villanía...” ¿Villanía? Parezco la traducción mexicana de un cómic de los años 50 (“¡Tu villanía será derrotada por los campeones del bien, Guasón!¡Estoy muy enojado!” “¡Bwa-ha-ha-ha! ¿te simpatisa mi nueva arma secreta? ¡Esta ves serás derrotado, Chico Maravilla!”). Piensa, marcbranches. A ver... hagámoslo facilito... empecemos por el comienzo... vete a Imdb y “pregúntale” por la primera película de Kevin, y veamos qué se te ocurre. Dale... papelito en “Se acabó el pastel”...no me suena... tele y más tele... ¿Ein? ¿”Armas de mujer”? ¿”Bob Speck”? ¿Quién era ese? Bromm...bromm...bromm (ruido de las neuronas de marcbranches, colisionando la una contra la otra, intentando recordar a tito Kevin en esa película). ¡Ah, claro! Era el tipo que metía a Melanie Griffith en una limusina para pasarle un video porno. Pues ya prometía de joven... Vale, sería un buen arranque. Podría escribir algo así como que “ya en sus inicios acechaba su sonrisa malévola y su prestancia de cabroncete para dar pábulo a una imagen de marca que siempre le ha acompañado a pesar de que ha hecho menos personajes de ese corte de lo que uno en principio pudiera pensar”. No está mal, aunque debería haber colocado alguna coma, que con tanta oración coordinada alguno se va a asfixiar. Luego lo retoco. Bien, a ver qué más... “No me chilles que no te veo” (buf), “Henry & June” (qué tostón, a pesar de Uma, ni la comento), “Glengarry Glen Ross”... Esta es buena. Piensa. “En este film Kevin Spacey recibe una clase magistral de interpretación desde una imponente caterva de gigantes del stablishment actoral que sientan cátedra en esta pequeña pieza de cámara teatral (Jack Lemmon, Al Pacino, Ed Harris, Jonathan Pryce). Como el Libro Gordo de Petete, enseñan a la vez que entretienen, y mr. Spacey consigue no perder comba con respecto a ellos, que ya es mucho.” Bueeeeno. No es porque lo diga yo, pero no está tan mal, ¿no? (silencio sepulcral). Mejor me voy ya a “Sospechosos habituales”, que esto ya me está quedando largo, para variar. Alicia va a matarme. Supongo que tendré que desarrollar el hecho de que con el personaje de Keyser Sozé, aparte de ganar un Oscar al Mejor Actor Secundario, compone un personaje que ha pasado a la historia del cine negro por la perfección con la que Spacey nos engatusa con el pánfilo, limítrofe y desamparado cojito que acaba siendo el rey de la función. Luego, claro, viene otro personaje definitivo, el John Doe maquiavélico y supremo castigador que colabora decisivamente a convertir “Se7en” en un auténtico referente para miles de películas venideras que sólo se habrán quedado en la superficialidad de la vertiente sanguinolenta del film de David Fincher. Pero, por supuesto, no voy a extenderme mucho porque tengo intención de escribir un post de esta película. A ver si al final me voy a quedar corto... ¿Incluyo sus películas como director, “Albino alligator” y “Beyond the sea”? En todo caso, simplemente las voy a reseñar como vía de escape de Kevin Spacey, artista inquieto y comprometido al que también le subyuga el teatro, como demuestra en su reciente experiencia como director del “Old Vic” de Londres.... He vuelto a entrar en trance de divagación-marcbranches. Vamos a lo que vamos. Creo que será mejor que me salte algunos papeles como el glamouroso detective de “L.A. Confidential”, para llegar al siguiente punto álgido de su carrera, ese Lester Burham atrapado en su matrimonio, pajillero-matutino, ácidamente aburrido, amargado, muerto en vida (y en muerte...), que le proporcionó su segundo Oscar, esta vez como actor principal. Mira, voy a apuntar en mi lista de posibles post el de “American beauty”... no se me había ocurrido. Qué más, qué más... Podría señalar que, después de personajes raritos como el de “K-Pax”, o su cameo como “Dr. Maligno” en “Austinpussy”, la falsa película sobre Austin Powers de la que vemos un trailer al inicio de “Austin Powers en: miembro de oro”, era de lo más natural que fuese la primera opción en la mente de todos para interpretar a Lex Luthor en “Superman returns”. Él sale airoso del embolado, la película no. No, esto mejor, no lo digo, que ya rajé de la película en su momento...

Un buen final, un buen final... Nada, que no. Vaya día llevo... mmm... ¿”Kevin Spacey es la vívida evidencia de que, no sólo cuanto mejor es el villano mejor es la película, sino que más elevado es tu prestigio (y tu cuenta corriente)”? Bufffff... Espero que, por lo menos, Alice la Directrice me pague las vacaciones en el finiquito... Bueno, voy a buscar una buena foto.

¿Y cómo lo titulo?
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ZORROS SUREÑOS




“Llevaos los zorros, los pequeños zorros que estropean nuestras viñas”
Con esta cita bíblica empieza The little foxes, que por curiosidades de los traductores pasó a ser La loba, dando más protagonismo a Bette y cambiando de animal (por lo visto no vieron los documentales de Rodriguez de la Fuente) ; pero por esa regla de tres, su traducción habría sido.... bueno, será mejor que corramos un tupido velo.
Los norteamericanos siempre han sentido fascinación por el viejo Sur: sus mansiones señoriales, sus altivas damiselas de rotundos nombres (Ava Lavinia, sin ir mas lejos), sus criados de color reposados cantando...
Lillian Hellman nos coloca en un Sur algún tiempo después de la Guerra Civil; las familias ricas lo han perdido todo, y otra nueva clase se ha enriquecido, ocupando su lugar; sobre este tipo de gente trata la historia.
Tres hermanos, Ben, Oscar y Regina procedían de una familia de traficantes, que tras la guerra prosperó .Uno de ellos se casó con la hija de una de las mas antiguas familias y de mas prestigio del lugar, quedándose al final su casa y sus tierras. El matrimonio de conveniencia entre la aristocrática Birdie y Oscar ya es pura fachada, no se soportan mutuamente y ni siquiera sienten el mas mínimo cariño por su hijo, Leo; claro que así a salido: un inútil bastante cobarde. Regina también se casó con otro hombre, Horace, creyendo que iba a llegar lejos, y tuvieron una hija, Alexandra, pero ese matrimonio también ha hecho aguas: el carácter enfermizo y débil de su marido ha hecho que Regina acaba despreciándole; a diferencia de su hermano, la hija de Regina es la única que vale la pena de la casa, la esperanza de la familia.
Y aquí empieza la historia; los hermanos están a punto de hacer uno de los mejores negocios de su vida, y para eso necesitan el dinero de el marido de Regina, que está ingresado en un hospital. Ella no dudará en usar a su hija para convencerle de que vuelva a casa. Nada mas llegar los hermanos se avalanzarán sobre él como la manada de zorros que son, para obligarle a que les deje el dinero. A pesar de su estado delicado, el se resistirá, ya que sabe que la fábrica usará mano de obra barata y empeorará la situación del lugar y no quiere contribuir a eso.
Todos los actores están magníficos, tanto Teresa Wright como la joven e inocente Alexandra, que finalmente acabará conociendo la auténtica personalidad de su familia, como la conmovedora Birdie interpretada por Patricia Collinge, a la que están acostumbrados a dejar siempre de lado e ignorar, por lo que se refugia de vez en cuando en la bebida para recordar su pasado; el siempre excelente Dan Duyrea como el rastrero Leo, o Herbert Marshall, esforzándose en mantener un poco de dignidad a pesar de su delicada salud.
Pero desde luego el centro de todo es Regina. El tandem Wyler/Davis demostró una vez mas que funcionaba perfectamente. Como dijo Mae West “Cuando soy buena soy buena, pero cuando soy mala soy mejor”, y esto se puede aplicar perfectamente a Bette , que aquí conseguía ser una malvada insuperable, sin el menor rastro de sentimientos tras ese maquillaje que la hacen parecer una máscara (soberbia fotografía de Gregg Toland); una mujer ambiciosa, egoísta e inteligente cuya única debilidad que se permite es añorar su belleza de antaño. La conversación con su marido, en la que le reprocha el pasado, hablándole con una crueldad y frialdad increíble, así como su posterior reacción, son de las que no se olvidan.
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LOS QUE TIENEN QUE SERVIR


Un té con pastas, please, que son las cinco (ver hora de publicación del post, el algodón no engaña) (o sí). Hubo un tiempo en el que se habló tan comúnmente en los corrillos cinéfilos de cierta pareja director-productor, que sus filmes y su manera de hacer cine se transmutaron en poco menos que un género cinematográfico: la factura Ivory-Merchant se convirtió en un libro de estilo. Muy británico, eso sí (paradójicamente, teniendo en cuenta que uno era americano y el otro hindú...). Diseño de producción impecable, temática más bien victoriana, emociones contenidas, educación extenuante... A cualquier película de época británica, fuese o no de su factoría, se la etiquetaba con los dos apellidos de marras. Veinticinco años después de crear su propia productora, James Ivory e Ismail Merchant (pareja en la vida real hasta la muerte de este último el año pasado) consiguieron éxito de crítica y público con “Una habitación con vistas”, iniciando un romance con el circuito de premios (especialmente los de cierta Academia) que finalizó con “Lo que queda del día”. La moda, como todas, pasó, y su carrera posterior, plena de dientes de sierra (con pelín de caries) ha caído en picado hasta estrenar en el más absoluto anonimato cositas como “Le divorce” o “La condesa rusa”. Son las cinco y diez y aún no me ha servido nadie. Un mayordomo, por favor. O sea, please.

“The remains of the day”, basada en la espléndida novela de Kazuo Ishiguro, es, ante todo, una película de personajes y de momentos, excelentes la mayoría de ellos, en un tono costumbrista, y con (ay) excesiva presencia de una pomposa banda sonora. La excusa argumental: un mayordomo entrado en años que, mientras recorre Inglaterra en su desvencijado auto al encuentro de la ex-ama de llaves a la que su sentido del deber le impidió cortejar, rememora aquellos años, un par de décadas atrás, en casa de su señor, Lord Darlington. Porlocualo, la narración va en dos direcciones, y aunque al principio Ivory se vale de un par de momentos de, llamémosle así, voz en off epistolar (las cartas que se intercambian los tórtolos nos sirven para introducirnos en el contexto), luego ambos sentidos del relato se intercalan con naturalidad; en medio, eso sí, de un marco político pre-Segunda Guerra Mundial en el que el film se posiciona: del lado americano, claro (ese Christopher Reeve profesional y güenecito). Como he dicho, es una película de personajes; con lo cual, las interpretaciones de los actores protagonistas son la clave del funcionamiento del film. Vaya/hombre, tuvimos suerte: Anthony Hopkins y Emma Thompson bordaron unas actuaciones cerca del cenit de sus respectivas carreras. Hopkins se transmuta en un Mr. Stevens abnegado, servil, mayordomo por naturaleza (¿qué puede realizar más a un mayordomo que plancharle “The Times” a su señor? Ayyy, eso sí que es vida...), metódico, envarado, exasperante en la infranqueabilidad de su alma (para que nadie se la lea, casi nunca mira a los ojos). Por su parte, la Thompson tira de mohines para componer a una Ms. Kenton lúcida, responsable (lo cual apaga una imberbe rebeldía), dulce, infantil en ocasiones, de corazón mucho más caliente que sus palabras... Al contrario que Stevens, parece una persona. Todas estas características se van desarrollando a base de pequeños momentos, situaciones, casi piezas de cámara en las que cada uno se va definiendo. El infantilismo de Ms. Kenton en el asunto del recogedor de papá Stevens (vaya lío por un recogedor: si Stevens viene a mi jaul...a mi casa, se arranca la campanilla de la garganta con un fórceps); las confrontadas reacciones de Stevens y Kenton al despido de las dos criadas judías por parte de su pronazi amo; el momento cómico protagonizado por Stevens al tratar de explicarle, azorado, al sr. Cardinal (Hugh Grant), “las glorias de la naturaleza” (parece que Hugh las aprendió demasiado bien: tanto, que se aficionó a pagar por ellas); la exasperante frialdad con la que Stevens recibe la muerte de su padre; o la desesperada e infructuosa humillación a la que Kenton, rota de amor, intenta someter a Stevens, contándole cómo ella y su novio le imitan en sus momentos libres (pero nada: impávido, el tío. Pero claro, si lo mejor que dice de ella en la película es “oh, es una ama de llaves muy capaz”. Anthony, tío, un poco de chispa, hombrepordios...). Aunque la escena definitiva, una de las más hermosas por su contención, elegancia y zozobra emocional acumulada en nimios detalles, es la del libro. Esa en la que Ms. Kenton cree encontrar un resquicio en la coriácea armadura de Mr. Stevens al no mostrarle este el título del libro que está leyendo; ella cree que, ohdiosmío, puede ser un relato picantón, y se le acerca amenazadora y traviesa para cogérselo, mientras él recula con algo menos de convicción que la justa. En el último momento, un par de segundos interminables en los que Stevens disfruta, a su pesar, de la levísima rozadura de sus cuerpos, la ama de llaves queda decepcionada al comprobar que era, simplemente, una "tonta novela romántica". Pelos=escarpias.

El final del camino, durante el cual Stevens abre los ojos y se da cuenta de que no ha tenido vida propia, dedicado a servir a un señor del que reniega con más facilidad de la que le gustaría, nos confirma que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Son las seis, tengo hambre y la boca pastosa. Cómo está el servicio: ya no quedan Stevens en el mundo...
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¿COMO PREFIERES EL CHOCOLATE?




Hay películas que no pasarán a las listas de las mejores películas del cine, pero que se ven con mucho agrado y dejan al espectador con un buen sabor de boca. Esto suele pasar con las que tratan los temas gastronómicos, en la que generalmente los protagonistas, una vez prueban los placeres de la comida, cambian su forma de ver la vida; porque el saber disfrutar de lo que en principio es una necesidad biológica, pero se puede convertir en un arte, hace que valoremos más las pequeñas cosas cotidianas ¿acaso hay algo mas agradable que el aroma de la canela, por ejemplo, o el sabor de una sencilla pero sabrosa tortilla de patata?. Sin olvidar el poder afrodisíaco de algunos ingredientes comestibles, otra de las cosas que acostumbra a pasar en este tipo de películas es el descubrimiento ( o aumento de intensidad) del sexo por los protagonistas.
No, no me he vuelto loca (o al menos no mas de lo que estoy de costumbre), y ya entro de una vez en el tema. Chocolat pertenece a ese tipo de películas. La llegada de una extranjera con su hija a un pequeño y precioso pueblo, como dos caperucitas rojas arrastradas por el viento que han ido vagando de sitio en sitio, supondrá toda una conmoción. Ella abrirá una chocolatería en cuaresma, ante la indignación del alcalde, un conde que proviene de una familia acostumbrada a imponer su voluntad en el pueblo y a velar por las costumbres (un poco más y se pondría a cantar el “Tradition” de El violinista en el tejado), que además escuchará asombrado como la recién llegada no tiene la más mínima intención de ir a la iglesia.
Poco a poco, la recién llegada ira consiguiendo una fiel clientela, ya que tiene el don de saber que tipo de chocolate necesita cada persona, aunque su especialidad es el chocolate con chiles.
El personaje de Juliette Binoche, Vainne, cree que no puede estar fija en ningún sitio, al igual que su madre, y que ha de repartir el secreto de la receta del chocolate de los mayas, pero finalmente comprenderá que ella ha de llevar su propia vida, no la que llevaba su madre.
Johnny Depp hace de “rata de rio” a quien la hija de Vainne, Annouk, confunde con un pirata (era visionaria la niña, ya veía a Jack Sparrow); que no tardará en sentirse atraído por la chocolatera, ya que le gusta tanto ir de un lado a otro como a ella, sin sentirse atado a nada ni a nadie. En esta ocasión Johny no interpreta a un personaje demasiado extravagante, aunque se nota que está a gusto haciendo de nómada y tocando la guitarra.
Todo el reparto está espléndido: Alfred Molina , Judy Dench, Lena Olin o Carrie Ann Moss (si, hay vida después de Trinity)
Lasse Hallström dirige esta historia sobre tradiciones enfrentadas a cosas nuevas, pero también nos habla de tolerancia o perdón... la verdad es que se le puede sacar bastante jugo al chocolate... así que, por favor, disfrutad mas de la comida.
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MOSQUIS (LA PELÍCULA)




Yo confieso, como Monty Clift. Confieso que nunca he sido un gran fan de “Los Simpson”. Lo he intentado, lo prometo, he visto varios episodios de entre sus múltiples repeticiones. Reconozco su carácter iconoclasta, la mala baba que desprende su dibujo algo feísta, sus diálogos desvergonzados y sus personajes irreverentes; pero no consigue resultarme adictiva. Aunque hoy en día le superan en valores absolutos de gamberrismo series como “Padre de familia”, mantiene intacto su poder de perforación en la imaginería popular. Ya tardaba un largometraje, y aquí está, presentándose con un trailer de un saludable aroma a Tex Avery. Dale al play: a esto le llamo yo riesgo laboral.

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PASA LA VIDA



Nos pasa a todos. Hay películas que, por alguna razón más allá del sesudo criterio cinéfilo, te encanta ver una y otra vez. Te transforman el discernimiento erudito que te distingue del vulgo (esa chusma que sólo se acerca al cine a ver por enésima vez al gafotas de la varita, o al plúmbeo “Código” de turno), y te obligan a disfrutarlas repetidamente como si fueran la ex-novia rechoncha con la que quedas de vez en cuando y que en el fondo sabes que nunca quisiste abandonar. Luego, de vez en cuando, te arrepientes y te dices a ti mismo que no, que no es para tanto, que la película está bien pero no merece que la hayas visto nueve veces; y mucho menos cuando, por ejemplo, sólo has visto “Stromboli” una maldita vez (por supuesto, afirmarás con rotundidad en público su indiscutible condición de obra maestra, aunque, entre tú y yo, sólo la volverías a ver en caso de insomnio agudo...). Tú eres un CINÉFILO, así, con mayúsculas. Por eso mismo no tiene ningún sentido que te regocijes una y otra vez con, pongamos por caso, las réplicas descacharrantes de Bruce Willis y Damon Wayans en esa incomprendida joya trash-talking que resulta ser “El último boy scout” (-“¿A dónde vas?” -“Al baño, joder. ¿Quieres venir? El doctor me ha dicho que no levante cosas pesadas”. Por favor, es genial...). O la convencionalísima pero resultona película de juicios que resulta ser “Algunos hombres buenos”, con esos arrolladores veinte minutos de coronel Jessep que nos regala JACK mientras se zampa un buen bocadillo de Cruise con pepitas de Demi Moore (comenzando por el precioso y enternecedor monólogo “Hijo, vivimos rodeados de muros, y esos muros han de ser vigilados por hombres armados...”). Aparte de estas dos, y por descontado algunas más que no voy a nombrar para no dejar mi prestigio (?) a la altura del betún, hay una película española que, sin ser más que una buena comedia, lo cual, de hecho, no es poco, nunca me canso de disfrutar. Se trata de “Bajarse al moro”.

Película de 1989 basada en una obra teatral de José Luis Alonso de Santos, “Bajarse al moro” es, sin duda, una de las películas de mayor éxito de crítica y público de Fernando Colomo. Vista hoy en día, refleja una manera de vivir tardoochentera en la que el lumpen suburbano se debatía entre el hippyismo y el cinismo a partes iguales. Narra la historia de dos primos, Chusa y Jaimito, vecinos de Lavapiés, que se ganan la vida vendiendo chocolate recogido de sus viajes regulares a Marruecos, que tratan de olvidar las penurias de la vida a golpe de porro, y que amparan a una joven y desorientada pija que ha escapado por enésima vez de su casa, la cual será reclutada para bajarse al moro con Chusa, quien, por su parte, tiene el dudoso gusto de estar arrejuntada con un policía... Lo primero que hay que decir es que el reparto es difícilmente igualable: Antonio Banderas, Verónica Forqué, Juan Echanove y Aitana Sánchez-Gijón forma un cuarteto protagonista Business Class. Pero ojo a secundarios como Miguel Rellán, Chus Lampreave o Amparo Valle; e incluso en papeles casi anecdóticos podemos ver a Isabel Ordaz, Carmelo Gómez y Joaquín Climent. El papel de la Lampreave, en concreto, es absolutamente antológico: la acojomadre cleptómana de Alberto, el policía interpretado por Banderas (el cual, por cierto, borda el papel de payaso serio que le ha tocado en gracia), que tiene dos o tres apariciones sencillamente espeluznantes (“yanqui, que eres un yanqui”) mientras descarga su bolso de baberos y corbatas... La película, contada en unos adecuadísimos ochenta y seis minutos, va transcurriendo entre escena y escena más o menos desternillante sin ninguna ínfula de trascendencia, con la sana voluntad de hacer reír, y a fe que lo consigue. Eso sí, Colomo no se olvida de incluir un par de pinceladas amargas que, acaso, pretenden recordarnos que, a pesar de que el punto de vista de la película nos sitúa meridianamente a favor de los entrañables delincuentes, las drogas son mu-malas: el yonqui de la pulsera y el ex-novio de Chusa, el Nazario, le dan un par de volantazos chirriantes a un film que no necesitaba moralina. Fernando Colomo consigue que muchas de las escenas y situaciones funcionen y queden en la memoria de la buena comedia, desde el ex-sargento de la Guardia Civil que entra en guerra con los músicos que ensayan en el tejado (“¡sois unos mierdas yeyés!”) hasta el cura vecino de los camellos y ávido de experiencias nuevas (ese cura comprensivo que todos hemos conocido... er... ¿verdad?), pasando por el “Corte Inglés naturista” que nos permite disfrutar, oh-gracias-dios-mío, a Aitana en toda su lozanía...

El final del film nos hace acompañar a nuestros dos queridos perdedores tropezando de nuevo con la misma piedra del “siente a un pobre a su mesa por Navidad” que inmortalizó Berlanga en “Plácido”. Lo cual me hacer recordar que ya no estamos tan lejos de las entrañables fechas navideñas. ¿Alguien sabe si en las Islas Fidji celebran las navidades? En caso negativo, ¿Cuánto vale un billete de avión? Le preguntaré a Truman Burbank...
 
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