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DECONSTRUYENDO EL RICK'S CAFÉ



¿Y si “Casablanca” no fuera un mito? ¿Y si, por lo que fuese, no hubiera disfrutado el éxito que tuvo en su momento? ¿Y si no formara parte de la imaginería clásica del cine y, por consiguiente (váyase señor González, que esto va de cine), no hubiera sido nominada, por ejemplo, segunda mejor película de todos los tiempos por el prestigioso (supongo) American Film Institute? ¿Y si, en consecuencia, fuese una de esas películas olvidadas que de vez en cuando nos ofrece La 2 de madrugada? ¿Cambiaría eso el criterio con el cual la juzgaríamos?

“Casablanca”, película de Michael Curtiz rodada en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial (y no es un dato baladí), se inicia con primer plano de una enorme bola del mundo que, junto a la narración afectada y a la maqueta de avioneta (ojo-pareado) que simula aterrizar, más que en el de Casablanca, en el aeropuerto de Pacotilla (provincia de Cartonpiedra), conforman un entrañable homenaje de Curtiz a Ed Wood. El segundo aspecto que queda meridianamente claro es que “Casablanca” no está rodada en Casablanca... El presupuesto del film es unas tallas más estrecho de lo que requiere el mismo, y se nota. Además, asistimos a una urbe marroquí realmente cosmopolita, en la que todo Dios habla inglés a pesar de ser todavía una colonia francesa (como las de Coco Chanel); y en la que asistimos a toda una premonición, a prueba de incrédulos, sobre la gran rivalidad del Campeonato del Mundo de Fórmula 1 de 64 años después: coinciden en la narración... ¡el capitán Renault y el usurero Ferrari! (tenía que soltar el chiste o reviento... es que es increíble...). Antes de que Alice la Directrice me destierre, me centro ya en la película propiamente dicha. Hay que decir, por si no lo sabía alguien, que el rodaje fue muy complicado, y que el guión pasó por varias manos; esto último se nota bastante. Al principio del film se nos presenta un Rick Blaine (por supuesto, Jamfri, tan “histriónico” como siempre) que sale a sarcasmo-tipoduro por minuto, cerca de la parodia de sí mismo. Dos ejemplos desternillantes:

-Ugarte: “Me desprecias, ¿verdad?”
-Rick: “Lo haría si pensara en ti alguna vez”.

-Yvonne: “¿Te veré esta noche?”
-Rick: “No hago planes con tanta antelación”.

Sin embargo, luego la historia va cambiando de tonos, al igual que los personajes principales, debido a los continuos cambios de guión y guionista que iban acaeciendo (hasta tal punto que Ingrid Bergman le preguntaba a Michael Curtiz cada dos por tres de quién estaba enamorada su personaje, Ilsa. ¿La respuesta de Curtiz?: “No lo sé. De momento, actúe”). De cualquier manera, la primera mitad del filme se dedica a contar, en el tiempo casi real de una noche, el nudo del melodrama. A una Casablanca plena de refugiados por la guerra que tratan de reunir el dinero suficiente para un visado que les lleve a Lisboa, y de allí a América (sin papeles en Marruecos, el mundo al revés), llega Victor Lazslo (Paul Henreid), un activista checoslovaco, acompañado de su mujer Ilsa (Ingrid-B, cuya mejor aportación al personaje son sus ojos acuosos). Van a parar al café de Rick, un americano huido de París al ser tomada por los alemanes, y que trata de olvidar un desengaño amoroso... que, por supuesto, no fue sino la propia Ilsa... Esa historia sentimental es simbolizada por la ya inmortal canción “As time goes by”, que suena en el film unas chorrocientas veces (y que, seamos sinceros, a la tercera ya agota bastante... Cállate ya, Sam). Supongo que a estas alturas todo el mundo sabe que en “Casablanca” nunca se pronunció la frase “Play it again, Sam” (como tampoco se dijo “Rafa, no me jodas” en aquel Zaragoza-Barça). Las leyendas son así (como el fútbol). La dirección de Michael Curtiz es correcta y competente (como su carrera), pero con algún momento particularmente chirriante, como es el de la guerra de himnos entre los oficiales alemanes y la población francófila que frecuenta el café (victoria de La Marsellesa por goleada), escena que da la sensación de ser una concesión propagandista más que otra cosa, pero que roza la vergüenza ajena...

La escena final, en el aeropuerto (es un decir) de Casablanca, es ya legendaria, tanto por sus frases marca Posteridad (“siempre nos quedará París” y “creo que este es el comienzo de una etcétera”) como por la propia decisión trascendental de Rick, todo un canto al héroe-perdedor. No puedo dejar de lado el plano en el que el capitán Renault (Claude Rains, excelente) simboliza su nueva toma de postura al lanzar a la basura una botella de agua de... Vichy. En definitiva, una película lastrada por los problemas presupuestarios y de gestación, que, hoy en día y a pesar del mito, parece construida a golpe de parche y con su punto inevitablemente panfletario. Qué difícil es envejecer con dignidad.

P.D.: ¿Alguien cree que esta es mi VERDADERA opinión sobre “Casablanca”? Y si no es así, la siguiente reflexión sería: si un matao como yo puede manipular su propio criterio a la hora de juzgar una película, ¿qué no puede hacer un crítico profesional con sus juicios, crónicas y estrellitas? Exacto. La respuesta es: glups.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Marc, lo que me he podido reir con este comentario tuyo de Casablanca... vamos, que ya tenía miedo de que viniera la bibliotecaria y me echara, que aquí se supone que hay que estar en silencio.

En fin, no se si esta será tu auténtica opinión sobre Casablanca, la mía es que es una gran película, por muchos cambios de guionistas y mucha improvisación que hubiera durante su rodaje. Puede que no sea perfecta, pero a mi me encanta.

Ah... y gracias por las risas. Un saludo!

marcbranches dijo...

No quisiera yo causar un conflicto Laura Hunt- Bibliotecaria que te dejara sin acceso a Internet... que si no no vamos a poder leerte en ningún sitio... ¿Mi opinión sobre "Casablanca"? Puedes preguntarle a Alicia, que a ella sí que...

Glups, a ella tampoco se la he confesado. ¿Sabes qué pasa? Que soy muy introvertido, y, claro...

Saludos y un beso, Marta.

 
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