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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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DE MANOSTIJERAS A MANOCUCHILLA




A la que nos enteramos de la noticia sonreímos con cierto sentimiento de superioridad (los cinéfilos somos como niños). ¿Que Tim Burton iba a dirigir el musical Sweeney Todd? ¡Pues claro! Sin duda era el musical perfecto para él: época victoriana, y asesinatos con pasteles de carne al mas puro estilo Delicatessen... todo eso ya era puro Burton.
El musical de Stephen Sondheim, basado en un personaje mítico que probablemente existió, ha tenido muchísimas representaciones, no sólo en Broadway, sino hasta en España, donde hace unos años pudimos disfrutar de un montaje protagonizado por Constantino “la Voz” Romero y una Vicky Peña que recordaba muchísimo a Angela Lansbury, la más recordada intérprete de Mrs. Lovett.
Dado que Burton se encontró el material hecho, ya que ha respetado religiosamente una obra que ha sido sumamente versionada y homenajeada (lo que ha impedido que trabaje con su colaborador habitual Danny Elfman), tan sólo ha tenido que ocuparse de la ambientación, con su habitual talento para lo visual, y como no podía ser de otra manera, es de un 10, con la gama de colores de Sleepy Hollow, salvo las escenas que muestran el pasado (a diferencia de La novia cadáver, donde el mundo de los muertos era el que tenía mas colorido). El majestuoso travelling inicial, que acompaña unas gotas de sangre desde el cielo londinense, pasando por la buhardilla de la barbería hasta llegar a las alcantarillas para acabar en la fantasmal aparición de un barco nos muestra que es puro Burton.
El actor fetiche de Tim, un Johnny Depp que parece un cruce entre un envejecido Eduardo Manostijeras y Cruella de Vil, está magnífico como Sweeney, en el punto exacto de locura que requiere el personaje, sin llegar a pasarse en ningún momento y defendiéndose muy bien con la voz, haciendo que frases como “¡Al fin mi brazo está completo!" o “¿Quiere un afeitado?” suenen todo lo amenazadoras que ha de ser. Lo mismo se puede decir de Helena Bonham Carter como Mrs. Lovett, preciosa la escena en la que entiende que debe matar al niño que hasta entonces era su protegido para salvar a Sweeney y le vemos empujarle a una trampa, mientras una lágrima se asoma de su ojo.
A la perfecta pareja burtoniana de rostros blanquecinos, grandes ojeras y mentes retorcidas, se suman Alan Rickman, Timothy Spall y Sacha Baron Cohen, que se apoderan de cada una de las pocas escenas en las que aparecen.
La otra pareja de la obra, los jóvenes y rubitos Johana y Anthony, son mucho más sosos, como ya era de pensar, aunque se ha de reconocer que el chico es una monada. Pero poco importa, ya que en la historia hay poco lugar para el amor o la esperanza. La fuerza de la venganza es mucho más poderosa que la del amor y todo acaba en un baño de sangre del que sólo se salva (por los pelos, y nunca mejor dicho) el apuntador.
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CAMPO DE BATALLA: EL ESTERCOLERO


Hace un par de días se han entregado los premios más prestigiosos del mundo del cine, esos que todo profesional del ramo, secretamente, en sus fantasías más húmedas, sueña con ganar alguna vez. Por supuesto, como todos estabais imaginando, me refiero a los Golden Rapsberry Awards, más conocidos entre los colegas como Razzies. ¿Cómo? ¿Oscar? ¿Esa no es una película de Sylvester Stallone? No sé de qué me habla, señora. Bien, como todos mis jóvenes padawanes saben, este año los premios se han plegado a la brutal (y poco imaginativa, hay que decir) dictadura de “Norbit” y “I know who killed me”, la película de Lindsay “me meto por la nariz hasta la sacarina del descafeinado” Lohan. Estos galardones se otorgaron por primera vez en 1980, con ilustres y variopintos premiados como Brooke Shields, Neil Diamond, Laurence Olivier o Ronald Reagan. En 2005, al cumplirse los primeros 25 años de Razzies, decidieron conceder uno especial a la peor película de este primer cuarto de siglo de vida de los premios. El filme agasajado con semejante honor fue “Campo de batalla: la Tierra”, el purulento y descacharrante ñordo que el bueno de John Travolta tuvo la brillante idea (seguramente en estado de coma etílico, si no no se entiende) de producir. Basada en un libro del gurú de la Cienciología L. Ron Hubbard, es la prueba palpable de que Travolta era un infiltrado ortodoxo o algo así, y que su verdadero objetivo era cargarse la secta desde dentro. Otra explicación no le encuentro. “Campo de batalla: la Tierra” es un despropósito kitsch de alta alcurnia humorística, cuyos lamentables diálogos, psicotrópico diseño de producción y descerrajado argumento (no pienso explicarlo, hay que verlo para creerlo; sólo adelanto que el grupo de los humanos oprimidos, en un momento del filme, se encuentran, por casualidad y en un breve espacio de tiempo, un montón de lingotes de auténtico oro de Fort Knox, un SIMULADOR DE VUELO y una BOMBA TERMONUCLEAR. Yo el otro día me encontré una moneda de dos euros) merecen una revisión cinéfila inmediata desde la sección “Ed Wood” hoy y ahora. Todavía, si tenéis un buen videoclub cerca, podéis disfrutar de esta entrañable boñiga perpetrada por un tal Roger Christian, a quien, con un excelente criterio, la industria le sigue permitiendo hacer películas: hay que darle alas al talento. Como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes:

- Dato fundamental: el título original de la película es “Battlefield earth: a saga of the year 3000”. Efectivamente, pretendía ser una saga (de ahí el final abierto); de hecho, adapta sólo la primera parte del libro. No entiendo a qué esperan a rodar la segunda, con Dennis Hopper, Kevin Sorbo, Michael Paré y Bob Saget, por ejemplo.

- Como toda buena obra maestra, “Campo de batalla: la tierra” no reniega de sus referentes, aunque quizás no sean los que ellos pretendan. Así, aunque se pueden adivinar patizambos intentos de “homenajear” a films como “Star Wars” (el texto explicativo de inicio), “Blade runner” o “El planeta de los simios”, las influencias reales se acercan más a maravillas como “Fortaleza infernal”, “Escape de Absolom” o “Ator 2”.

- “¿Pero qué coñios hago yo aquí?”: eso se debieron preguntar gente como Forest Whitaker (en el discurso del Oscar del año pasado se le olvidó dedicárselo a Travolta... vaya marronazo...) o Barry Pepper, buenos actores que se notan más perdidos que Britney Spears en una biblioteca. Por “fortuna”, salvan su dignidad el maquillaje y el vestuario. Pepper parece salido de una mezcla entre “Mad Max: la cúpula del trueno” y “Pippi Calzaslargas” (ver foto), y sus intentos de expresar liderazgo carismático son infructuosos: como diría Joey en “Friends”, pone cara de dividir mentalmente 32547 entre 724; el personaje de Whitaker, aparte de sus pintas, es impagable de puro idiota, como ejemplifica esta perla que suelta después de que Terl (Travolta), el maloso de la peli, le diga que le ha grabado en video sin él saberlo: “pero usted me dijo que las cámaras de video eran para grabar a todo el mundo menos a mí”. ¿No le dijo algo así Pedro J. a Exuperancia?

- La dirección del tal Christian es de traca, y es sólo justificable desde la politoxicomanía. Casi toda la película está rodada en planos inclinados, vaya usted a saber por qué. La fotografía es caprichosa (el color dominante pasa de verde a azul en algunos momentos, sin motivo alguno), el slow-motion campa a sus anchas de manera majestuosamente gratuita, la banda sonora produce irritaciones en el tímpano (¡esos coros!) y el maquillaje es... es... no tengo palabras. Necesitaría otro post entero para describir con el merecido detalle esos respiradores en forma de moco colgante, esos alienígenas que parecen malformaciones de la Bruja Avería, esas dentaduras piorreicas, esas extremidades peludas y purulentas, esas mujeres alopécicas, ese bareto chungo del planeta Psychlo...

- Los diálogos de “Campo de batalla: la Tierra” convierten las conversaciones entre Espinete y Chema el panadero en las “Cartas a Sartre” de Simone de Beauvoir. Para no deslumbrar demasiado al lector, me quedaré con dos líneas de diálogo, una de tono épico (“¡Si saltas no vivirás! ¡Si saltas no vivirás! ¡Johnny, si saltas no vivirás!”), y la otra de arrebatado corte lírico erótico-festivo (“voy a hacerte más feliz que a un bebé psychlo con una dieta de kerbango”). No lloréis.

- John Travolta. A partir de este glorioso papel mereció el calificativo de tito John. Su Terl, jefe de seguridad del planeta Psychlo en la Tierra, es un doctor Maligno en cutre, con risitas bwa-ha-ha cada tres palabras y coeficiente intelectual de cero coma (ojo a la escena en la que deduce que a los hombres les gusta comer ratas, no tiene desperdicio). Ni “Pulp fiction” ni Tarantino ni leches: su gran performance de retorno, sin duda, fue esta obra maestra.

En definitiva, insisto en recomendar ardorosamente (cual acidez de estómago) este film de rancio (y nunca mejor dicho) abolengo; eso sí, son imperantes el sentido del humor enhiesto e ingentes cantidades de alcohol; en caso contrario, el visionado de este truño puede resultar tan perturbador como una sonda anal. Avisados estáis.

P.D.: por favor, échenle un atento ojo a la foto de apertura del post. ¿No notan cierta sobreprotección en los pantalones de Travolta y Whitaker? ¿Es una deformidad alienígena, o es que se alegraban de verse?
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OSCAR CON SABOR A JAMÓN



Éste ex-jugador de rugby e incansable mascador de chicle es el chico del momento, porque casi se da por seguro que será el primer actor español en ganar un Oscar. Pero esto no es fruto de la casualidad, ni mucho menos.
Javier Bardem es hijo, nieto y sobrino de actores y directores, desde muy pequeño se familiarizó con el mundo de la interpretación y su primera aparición fue en la serie El pícaro de Fernando Fernán Gómez.
Una lesión hizo que abandonara su carrera deportiva y entonces se dedicó a la actuación. Su descubrimiento fue con Jamón, jamón, haciendo de supermacho ibérico, imagen que repitió en Huevos de oro. Pero pronto descubriríamos que Javier era mucho mas que eso.
En Dias contados compuso un yonqui memorable, no tuvo el menor sentido del ridículo al lucir unos horribles calzoncillos combinados con la sonrisa de Burt Lancaster de Veracruz (cóctel explosivo donde los halla) en Perdita Durango. Fue a partir de entonces que empezó a hacer gala de su camaleonismo, al mas puro estilo de su admirado Robert de Niro, al que imitó en una de sus pocas comedias, Boca a boca (y que conste que Javier es muy bien imitador).
Adelgazó y tuvo acento cubano para Antes que anochezca, que le supuso una nominación al Oscar; engordó y lució calvicie para hacer de parado en Los lunes al sol; se rapó y envejeció para interpretar al tetrapléjico Ramón Sampedro en Mar adentro. Había cosechado una lista tan impresionante de premios, tanto nacionales como internacionales, que no es de extrañar que Hollywood pusiera sus ojos en él, aunque pudo permitirse el lujo de decir que no a Spielberg y Cruise para Minority report, pero no pudo escapar de Tom en Collateral.
Su personaje de No es un país para viejos ha arrasado en todas partes, no hay premio que no se haya llevado y ahora sólo le falta la guinda del pastel. En realidad, sería una gran sorpresa que no ganara, pero aunque fuera así no importa, ya que siendo el objeto del deseo de directores como Allen, Coppola o los Coen no hay duda que lo suyo es mas que una cuestión de modas. And the award goes to...


Actualización de última hora: ¡Hip, hip, hurra! ¡Las predicciones no han fallado y Javier lo ha ganado! La lástima es que no se lo halla llevado también Alberto Iglesias, para que el triunfo español fuera completo.
Aquí están la lista de ganadores:
Mejor película: No es país para viejos
Mejor director: Joel y Ethan Coen por No es país para viejos
Mejor actor: Daniel Day Lewis por Pozos de ambición
Mejor actor secundario: Javier Bardem por No es país para viejos
Mejor actriz: Marion Cotillard por La vida en rosa
Mejor actriz secundaria: Tilda Swinton por Michael Clayton
Mejor película animada: Ratatouille
Mejor película extranjera: The counterfeiters
Mejor guión adaptado: Joel y Ethan Coen por No es país para viejos
Mejor guíón original: Diablo Cody por Juno
De modo que la gran ganadora ha sido No es país para viejos, con 4 estatuillas, seguida de El ultimatum de Bourne, que ha ganado tres de las categorías técnicas, seguidas de dos por Pozos de ambición y La vie en rose y uno Michael Clayton, Juno y Sweeney Todd.
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VALE MÁS UNA CÍTARA QUE MIL PALABRAS



Un amigo y una amistad enterradas. Un largo y pedregoso camino. Un desprecio. Un cigarrillo. Una última oportunidad desperdiciada. Una melancolía de cuerda. "El tercer hombre".





EL CINE.

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DEMASIADO VIEJO PARA MORIR JOVEN



Se equivocaban. Los que decían que los Coen estaban acabados, han tenido que tragarse sus palabras ante No es un país para viejos, donde los hermanos vuelven a su género favorito, el cine negro, de una sequedad tan extrema como la del paisaje de la película, en la que ni siguiera hay música para distraernos, haciendo que los disparos, explosiones y choques de coche suenen mucho mas amenazadores, enmedio de sus numerosos silencios. Es lo más cercano al western que han hecho los Coen.
EL personaje que interpreta Tommy Lee Jones, que se convierte en narrador de la historia, es un viejo sheriff que habla con nostalgia de los viejos tiempos, en la que todo era distinto y mucho más simple. Ahora –como descubrirá- ni siquiera los asesinos son como antes. Ese aire de western crepuscular le va de maravilla a la historia.
El principal problema que se encontraron los famosos hermanos fue el de encontrar un reparto adecuado: hacían falta hombres de verdad, a la vieja usanza, rudos y, entre tanto metrosexual como hay ahora en las pantallas, era difícil encontrar gente así. Finalmente encontraron a la gente adecuada: Josh Brolin, el clon de Nick Nolte convertido en secundario de lujo a una velocidad astronómica, Tommy Lee Jones, que con su cara arrugada transmite todo el desencanto e incomprensión de su personaje, y por supuesto está nuestro Javier.
Vayamos por él. Aunque se ha de reconocer que todo el reparto está espléndido, Bardem construye una máquina de matar implacable a la que se ha rendido crítica y público. Todos sus premios (y los que le vengan) son merecidos. Ya han corrido ríos de tinta hablando de su famoso peinado. Los Coen han definido a Anton Chigurh (el nombre más sonoro de un personaje de Bardem desde su Romeo Dolorosa) como una especie de extraterrestre, es una especie de terminator de piñón fijo, que a la que se hace cargo de una misión no para hasta que la acabe, sea como sea. Persona, por lo tanto, de pocas palabras, aún así tiene un diálogo antológico con un dependiente de una tienda, en la que se juega la vida del dependiente a cara o cruz.
En un juego de persecución entre gatos y ratones, en la que sin que lo sepan están intercambiando los papeles, Chigurh persigue a Llewelyn Mosh (Brolin) porque éste se ha encontrado su dinero, mientras que a Anton le persigue el sheriff Ed Tom Bell (Jones) por una serie de asesinatos.
Con un uso magistral de la elipsis en algunas de las escenas decisivas, que no explico para no destripar nada, tal vez No es un país para viejos no sea la mejor película de los Coen, porque estamos hablando de alguien que ha dirigido Muerte entre las flores o Barton Fink –por ejemplo-, pero desde luego merece estar entre la mejores suyas.
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TRUCO O TRATO


Una apacible y soleada mañana sureña estadounidense. Una endeble brisa apenas enmascara el sofocante calor, pero para un tipo con cara de Kevin Costner tumbado en el prado diríase que es más que suficiente, a tenor de su expresión satisfecha, su aire ensoñador y unos ojos a mitad de cierre que apenas soportan al dios Ra. Hay una careta del fantasma Casper a pocos centímetros de su apaciguado rostro que esboza media sonrisa, como si participara del mismo trance que el tipo con cara de Kevin Costner. Unos billetes de sabedioscuántos dólares sobrevuelan, sin rumbo decidido, a los dos dormilones, como si quisiesen iniciar un retraído ritual de apareamiento. Huelen a victoria (¿el magno botín de un atraco, quizás?); la sensación se erige al escuchar el frenéticamente parsimonioso aleteo de un helicóptero que no parece perturbar el descanso espiritual de nuestros protagonistas. Efectivamente, huele a victoria: sólo falta el napalm. Es un mundo perfecto. Fundido a negro. Flash-back.

Con esta escena de atmósfera casi onírica da el pistoletazo de salida una de las películas quizás más olvidadas del bien denominado último gran clásico, Clint Eastwood. “Un mundo perfecto” fue el movimiento de alfil que nadie esperaba después de la amalgama de premios populares y parabienes críticos que recolectó “Sin perdón”. El guión de John Lee Hancock, que en un principio estaba destinado para Steven Spielberg (y le iba que ni pintado con pincel rafaeliano: no hay nada que ponga más cachondo a tito Steven que una buena historia alrededor de conflictos paternofiliales), acabó cayendo en las manos de nuestro Harry favorito, que aprovechó la coyuntura para darle una vuelta de tuerca a sus inquietudes humanistas, aderezándolas con unas cucharadas de humor y escepticismo que, sin embargo, no ennegrecieron, sino que abrillantaron. El filme no fue un éxito de taquilla, a pesar de la presencia de la superestrella Kevin Costner, y la crítica la consideró una obra menor aún reconociendo sus muchos méritos. El ninguneo de las televisiones, como en tantas otras ocasiones, la ha empujado detrás del resto de películas de tito Clint (¿cuántas veces hemos podido ver en las televisiones del imperio “Ejecución inminente”, “Poder absoluto” o incluso “Medianoche en el jardín del bien y el mal”?), pero para eso existe La Linterna, para abanderar causas marginadas.

“Un mundo perfecto” (qué título más suavemente sarcástico) tiene borrador de road movie, trazado de relato sobre los malos tratos y entintado de melodramón de profunda carga humana, que a fin de cuentas es el fuerte de tito Clint. Butch Haynes (Kevin Costner, en un papel pensado para Denzel Washington) se fuga de la prisión, en plenos años sesenta kennedyanos, junto a un hijoputa llamado Terry Pugh; durante dicha fuga se llevan a un crío de ocho años, Phillip (T.J. Lowther, qué tien-no) como rehén para salir de una casa que habían asaltado. Mientras, el sheriff Red Garnett (tito Clint), que fue el primero en mandar al reformatorio a Butch de pequeño, inicia su persecución con la ayuda de la bisoña criminóloga Sally Gerber (Laura Dern) y el obstáculo de un caricaturesco agente del FBI. La conexión entre Phillip y Butch es inmediata: el niño es hijo de unos testigos de Jehová que no le permiten hacer casi nada que sea divertido en aras de una férrea educación, aparte de que al padre de vez en cuando se le escapa la mano abierta; Butch ve en el niño su propia infancia (padre alcohólico a por tabaco, madre prostituta "Todo a cien"), a la que culpa de su carrera delictiva. Después de deshacerse del infame Terry, ambos emprenden un periplo automovilístico en el que fortalecen una curiosa relación que se mueve entre padre-hijo, tío cachondo-sobrino, y síndrome de Estocolmo. Pero este no es un mundo perfecto, y la psique distorsionada de Butch lleva el drama hasta un punto de no retorno...

Hablemos de cine. La narrativa es impecable, aún reconociendo que tito Clint nos sale pelín ventajista: para reforzar la empatía con Butch, no se nos muestra el “retiro” de su villanísimo compañero Terry, que comparte caricatura con el tiparraco del FBI; tampoco el personaje de Laura Dern tiene mucho que contar, aparte de darle réplicas al sheriff; daños menores, en cualquier caso. Todos sabemos que Clint Eastwood tiende a tomarse su tiempo para contarnos una historia, o una escena, y siempre con un objetivo en lontananza. Así, la narración calmosa pero fluida de “Un mundo perfecto”, que a mitad de película nos hace creer miserablemente que estamos ante poco menos que una comedia de carretera, se va densificando a medida que se nos va aclarando el destino final de Butch y su por qué reflejado en una postal. El culmen es la magnífica escena en casa de la familia negra que les acoge, un relajado y feliz baile con la esposa (a ritmo de una extraña y maravillosa canción compuesta por el propio Eastwood; nos perdáis, por cierto, el elemento tensión que aporta la aguja del tocadiscos cuando acaba) que torna asfixiantemente dramático en su forzada repetición. Butch explota a instancias de sus demonios, reconociéndose a sí mismo (“No soy un buen hombre, pero tampoco el peor”), y da inicio a una media hora final abrumadora, hermosísima, que acaba de la única manera que podía acabar: con la escena de arranque. El círculo se cierra, y nos damos cuenta de que, como ya nos temíamos, el mundo no es perfecto. El tío Clint nos ha dado otra lección magistral.
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LOS MINUTOS QUE VIVIMOS PELIGROSAMENTE




Oído cocina. Como siempre pago mis deudas y lo prometido es deuda (y además estamos empezando la campaña electoral, de modo que puedo prometer y prometo), aquí está un nuevo corto de la BWV, Powder Keg, en esta ocasión dirigido por Alejandro González Iñárritu, en la que con su inconfundible estilo nos explica la historia de un fotógrafo de guerra (Stellan Skarsgard), que es rescatado por el protagonista de la serie de cortos, el chofer protagonizado por el macizo Clive Owen y hasta dice unas palabras en español. La mezcla de la canción Una palabra con el final consiguen un efecto sobrecogedor. Acción trepidante, con mensaje y sentimientos, todo ello mezclado en pocos minutos. Realmente bueno
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EL CONFLICTO SHYAMALAN


M. Night contra su departamento de mercadotecnia. Así se podría resumir la carrera del señor Manoj Nelliattu Shyamalan, sin lugar a dudas, en opinión de su seguro escribano, uno de los mejores directores del momento. En los comments de algunas entradas de este blog se ha manejado de pasada el asunto, y, aprovechando la reciente aparición del teaser trailer de su próxima película, “The happening”, mi circunstancia y yo hemos decidido darle una mano-pintura al asunto. Algo pasa con Manoj.

Y si no, échenle un vistazo al primer párrafo de este enlace –y así, de paso, me ahorro el párrafo de reseña de vida e inicios del susodicho-, que no es cualquier cosa sino el input de M. Night Shyamalan en la edición anglosajona de la Wikipedia: “notable director y guionista conocido por hacer películas de argumentos sobrenaturales que normalmente terminan con un final sorpresa. También es conocido por hacer sus películas en Philadelphia o alrededores. Y también por hacer papeles secundarios en sus propios films” (traducido por: el raído diccionario Vox de Marcbranches) (ni las tapas verdes tiene ya el pobre). Interpretación que coincide con la de buena parte del público americano y parte de la crítica cinematográfica; sin embargo, como en tantos otros casos, Shyamalan disfruta de un caluroso manto de proteccionismo europeo hacia sus películas (manto muy similar al que tapa los pies de Woody Allen, sin ir más lejos). Este empecinamiento en encasillar al director hindú como un autor de suspense con final hala-qué-fuerte tiene un culpable inicial llamado “El sexto sentido”, y unos cómplices ejecutores extraordinariamente eficaces provenientes de los departamentos de márketing. Todos vosotros, jóvenes padawanes, recordaréis el atronador impacto que estremeció las adormecidas cinefilias del gran público en 1999. Una película de Bruce Willis sin fostiones ni yipikayeis, un filme de suspense puro con un final tan sorprendente que bien pareciera que si se explicaba en voz alta unos señores de verde te iban a encerrar de buen seguro en el primer calabozo disponible. El final sorpresa, el final sorpresa, el final... La gente se obsesionó de tal manera con el giro inesperado, que tendió a minimizar las bonanzas del largometraje, que eran muchísimas, y no sólo por la metodología cartesiana con la que estaba diseñado el argumento y la planificación. Un buen observador cinéfilo ya podía apreciar la delicadeza y la meticulosidad del encuadre, la atmósfera melancólica, seca y pelín opresiva proveniente del dibujo de los personajes y sus relaciones, y el aire de clasicismo que inundaba los puntos cardinales de la propuesta. El final sorpresa, el final sorpresa, el final... El film recaudó chorrocientos millones de dólares (con la Disney, que había vendido el guión porque no se fiaba, tirándose de los dibujos), se escribieron maremotos de tinta, y Hollywood creyó haber encontrado un nuevo filón que explotar.

Y llegó Manoj, y dijo que quería hacer una de superhéroes, pero a su manera. Y los productores (Touchstone, entre otros) debían de estar escuchando cantos gregorianos en ese momento, porque no se enteraron muy bien, y promocionaron “El protegido” como “la nueva película de suspense de Shyamalan con final sorpresa”; estoy convencido de que aún hay gente que ha visto el film más de una vez y aún no se ha percatado de cuál es su referente real (los cómics, por dios). Ya hemos hablado de “El protegido” en el blog (Mi Majestad la considera una de las mejores películas de la última década), así que tan sólo haré notar la coherencia estilística de Shyamalan en lo que se refiere a la atmósfera, a los personajes y a su precisión quirúrgica. La carrera comercial de la película comenzó fuerte, pero se deshinchó rápidamente al no cumplir las falsas expectativas: recaudó un tercio de la anterior.

Y llegó Manoj y dijo que quería hacer una de extraterrestres, pero a su manera. Y los productores debían de estar escuchando el grácil aletear de una codorniz macho, porque no se enteraron muy bien, y promocionaron “Señales” como “la nueva película de suspense de Shyamalan con final sorpresa”; sin embargo, una infalible baza comercial llamada Mel Gibson y una mayor accesibilidad del filme para el gran público permitió que la cinta atrajera el suficiente número de espectadores a las salas como para seguir confiando en el director hindú. La crítica se dividió considerablemente ya en este trabajo, que aunque mantenía las constantes vitales de su cine (incluyendo el argumento soterrado, en este caso los temblores de fe que asolan al protagonista y sus relaciones familiares) acusó cierta dispersión y falta de interés en la narración superpuesta al elemento de suspense (elemento de suspense=los aliens). Pero ganó pasta, que era lo importante.

Y llegó Manoj y dijo que quería hacer una de monstruos, pero a su manera. Y los productores debían de estar escuchando un disco de remezclas de Luixy Toledo, porque no se enteraron muy bien, y promocionaron “El bosque” como “la nueva película de suspense de Shyamalan con final sorpresa”; por desgracia, aunque el filme tenía el envoltorio de película de suspense y, además, sí que había un final sorprendente, “El bosque” era un estudio sociológico sobre los poderes de la comunidad, del ser humano como elemento social, sus miedos y temores: la cinta más personal de su autor. Buena parte del público pensó que le estaban tomando el pelo, y la otra, directamente, ni fue a verla. Malas recaudaciones, críticas feroces en Yuesei y comprensión pelín paternalista en Europa. Shyamalan era, oficialmente, un autor estigmatizado.

Y llegó Manoj y dijo que quería hacer un cuento fantástico, pero a su manera. Y los productores debían estar escuchando una tertulia de la COPE (plural y en libertad), porque no se enteraron muy bien, y promocionaron “La joven del agua” como “la nueva película de suspense de Shyamalan con final sorpresa”; sin embargo, la película deja bien claro desde su primera escena (como ya dijimos en su momento) que es un cuento bienintencionado que necesita de la complicidad del espectador. No la tuvo.

Y ahora llega “The happening”, uno ve el acojotrailer y piensa... sabe Dios lo que habrá dicho Manoj que quiere hacer, y a saber qué estaban escuchando los productores en ese momento. Hay algo que, en cualquier caso, sí tengo muy claro: pienso ir a verla. Si me tienen que engatusar en una sala de cine, que sea a la manera Shyamalan.
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EL ENEMIGO DEL PUEBLO





Recuerdo perfectamente cómo me enteré de la noticia de la muerte de John Lennon. Había ido a la casa de una amiga para estudiar para un examen, teníamos la radio puesta, y dieron la noticia que me golpeó como un mazazo. ¿Cómo era posible? ¿Quién podía querer matar a un Beatle?, era algo que no me entraba en la cabeza. Era muy joven y sabía muy poco de todas sus actividades públicas. Ahora estoy mucho mas enterada, pero aún así sigo sin entenderlo y lamentándolo porque parecía que por fin había encontrado uno de los momentos de mayor plenitud a todos los niveles.
Los Estados Unidos contra John Lennon hace un repaso de su vida, mostrando su inconformismo ya desde joven, cómo afloró mucho mas al conocer a Yoko Ono, su total enfrentamiento a la administración norteamericana durante la guerra de Vietnam, demostrada tanto en actos públicos como en canciones como The war is over (if you want it) o Imagine. Con una actitud que se puede tachar de ingenua (como él decía “puedes llamarme soñador, pero no soy el único”), usó su enorme popularidad e influencia para propagar su mensaje antibelicista con actos como pasar su luna de miel en una cama con Yoko ante los ojos de los periodistas, rodeados de carteles contra la guerra. Como era de esperar eso no era del agrado de los dirigentes de Washington, y el presidente más malo-maloso de toda la historia de los EEUU, Richard Nixon (¿o acaso no habéis visto Futurama?), y el jefe del FBI, Edgar F. Hoover. Si John ya había tenido problemas cuando años antes había dicho “Somos mas famosos que Cristo”, lo que llevó a una especie de Inquisición anti-Beatle con hogueras de discos incluidas, a partir de la guerra, y especialmente desde su actuación en un concierto a favor de John Sinclair, que había sido condenado a varios años de cárcel por ofrecer dos porros a una persona que resultó ser de la policía secreta, se convirtió en un enemigo del sistema al que espiaban día y noche. Cuando las leyes cambiaron, permitiendo que votaran los jóvenes de 18 años, en lugar de los de 21, era una amenaza demasiado poderosa, de modo que intentaron deportarlo alegando que su visado había caducado y un anterior arresto en Inglaterra por posesión de drogas. Pero la actuación de su abogado hizo que el proceso se alargara durante cinco años, consiguiendo ganar al final, para sorpresa suya (“Me dijiste que íbamos a perder”), coincidiendo con el nacimiento de su hijo Sean, lo que fue uno de los días mas felices de su vida.
Un recurso tan sencillo como enfocar una foto de John con su mujer e hijo, en silencio, que poco a poco se va oscureciendo a medida que suenan unos disparos consiguió estremecerme, y curiosamente no creo que lo consiguiera la película que se acaba de rodar sobre él, El asesinato de John Lennon.
Las similitudes entre la situación de entonces con la guerra de Vietnam y ahora con Iraq son estremecedoras, pero desgraciadamente no tenemos a ningún John para cantar pidiendo la paz.
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MI BEBÉ TUVO UNA MADRE ADOLESCENTE


La mujer del año cinematográfico es, sin duda, Brook Busey-Hunt. Venga, todos a coro: ¿¿¿¿¿einnn????? Vale, por la B no os sale nada. ¿Y si utilizo el nick con el que abrió un blog llamado “Pussy Ranch” hace un par de años, Diablo Cody? Ahora ya escuchamos campanas, ¿no? Esta buena mujé, que no hace mucho se trabajaba los circuitos de stripping y peep-show de Minneapolis (con un blog llamado “Pussy Ranch”, ya me hacía a mí que asesora científica de la NASA no era), se ha convertido en la guionista revelación del año, de tal manera que muchos megáfonos mediáticos la consideran la máxima favorita para llevarse el Oscar al Mejor Guión Original de este año por el libreto de “Juno”. Lo de ex-stripper seguro que lo habéis leído, estimados padawanes, en todas y cada una de las críticas y análisis más o menos pormenorizados que de esta películas se han hecho, tanto en los medios escritos como en el mester de bloguería (afortunada expresión acuñada por el compa); en todas ellas, y probablemente incluso en el mismo párrafo, habréis podido observar una referencia a “Pequeña Miss Sunshine”. EN TODAS. No se salva ni una, incluida, ahora ya, esta mía. La única razón que se me ocurre para relacionarlas de manera tan clamorosa, aparte de cierta pereza intelectual, es que ambas son comedias más o menos independientes que han optado al Oscar. ¿Por qué no compararla con “Entre copas”, “El otro lado de la vida”, “Lost in translation” o “Casi famosos”, por ejemplo? Ah, los misterios insondables de la existencia.

“Juno” es el segundo largo del señor Jason Reitman, hijo aventajado de Ivan “Cazafantasmas” Reitman, La primera fue la excelente “Gracias por fumar”, excelente opera prima que ya fue comentada por Mi Majestad en su momento y que, vista “Juno”, sigue siendo su mejor película. Lo cual no significa que “Juno” sea mala, que no lo es en absoluto. El relato, de inicio, camina sobre aguas procelosas: una adolescente dieciseisañera se queda embarazada por accidente y decide tener el hijo para darlo en adopción a una pareja de su agrado; sin embargo, el ingenio retórico y el buenrrollismo pasean sus encantos por toda la cinta, dejando al espectador una media sonrisa permanente que no abandona hasta los títulos de crédito. La susodicha tiene el curioso nombre de Juno MacGuff, y está extraordinariamente interpretada por Ellen Page, sin la que este film, sin duda, bajaría varios enteros. Vale que el personaje (una friki ingeniosa, charlatana, sarcástica, algo manipuladora) tira cuerda para el lucimiento, pero la joven Page se impone en todos los registros, recita sus frases-látigo con impecable naturalidad, y le da a su Juno un halo de carisma que obnubila la mirada al resto de sus compañeros de reparto. Ella es la columna jónica del film, y la dirección de Jason Reitman, mucho menos exhibicionista que en su opera prima, se limita durante gran parte del metraje (a excepción de los créditos y el inicio) a acompañarla en sus vaivenes. El resto del reparto está a buena altura, destacando Jason Bateman (de marido encorsetado-pero-enrollado), Allison Janney (de madrastra enrollada), J.K. Simmons (de padre... ya sabéis), y... Jennifer Garner. Quién me iba a decir a mí, después de haberla visto emular expresivamente a Steven Seagal en “Elektra”, “La sombra del reino” o la serie “Alias”, que Mrs. Garner iba a ser capaz de componer un personaje con matices, sutilidad y cambios de registro: está excelente tanto en los momentos de comedia (haciendo de srta. Rottenmeier moderna) como de melodrama (ejerciendo el amor de madre). Ah, los misterios insondables de la existencia.

¿Y el guión? Diabólico... (festival del humor con marcbranches). El tema a tratar es peliagudo, pero es solventado sin debate (si exceptuamos la aparición de cierta activista oriental y su punto de vista sobre las uñas) a base de focalizar la atención en la protagonista, más allá de sus decisiones. La narración es fluida, y los diálogos son afilados y ocurrentes, y asoman el punto friki que últimamente ha puesto de moda Judd Apatow (aunque el jefe de todo esto es Kevin Smith, sin duda): gracias a ello, Sonic Youth y Dario Argento se llevan algún que otro aguijonazo. Sin embargo, hay ineludibles puntos oscuros en el libreto. Uno es la imposible recepción de la noticia del embarazo por los padres de Juno: qué comprensión, qué moderna naturalidad, qué serenidad en el encaje... Había que sacrificar verismo por buenrrollismo, por lo visto. Hay otra inconsistencia, en mi opinión, que se refiere a la historia de amor de Juno con el accidental padre de su hijo (Michael Cera, otro de la factoría Apatow), insuficientemente desarrollada, hasta tal punto que se hace cuesta arriba entender el enamoramiento de Juno. Más de uno hubiera encontrado más lógico (y más delictivo) una relación con el marido de la futura madre, con el que encuentra muchos más puntos de contacto. Estos posibles puntos débiles no dañan a una película puede que menor, pero divertida, entretenida, que comulga al espectador medio con la buena comedia, cosa realmente inverosímil en estos tiempos de chabacanería y pastiche mal digerido.
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¿ERES MI MARIPOSA?




Cuando decimos que la realidad siempre supera la ficción, es por algo. A ver,¿a quien se le habría ocurrido la historia de un diplomático francés que se enamora de una cantante (no, no es Sarkozy), de la Ópera de Pekín creyendo que es una mujer y mantiene una relación con ella durante años, creyendo incluso que han tenido un hijo, cuando en realidad se trataba de un hombre? Pues ésta fue la historia de Bernard Boursicot, y era un material perfecto para una mente enfermiza como la de Croneberg, en la que repetía con Jeremy Irons tras el éxito de Inseparables y permitió que John Lone pasara de ser el último emperador a primera reinona. Aunque M. Butterfly no fuera una de sus mejores películas, es recordada sobre todo por esa escena final de un inmenso Jeremy en la que comprende que esa mujer ideal de la que siempre estuvo enamorado tan sólo existió en su imaginación. Una escena de las de ovación y vuelta al ruedo, que ponen los pelos de punta.
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LA FUGA DE KLAATU


El 24 de junio de 1947, un señor llamado Kenneth Arnold, piloto de aeroplano de Idaho, reportó a sus superiores su encontronazo con 9 objetos volantes inusuales sumamente brillantes haciendo eses cerca de Washington. No sólo no le encerraron en el sanatorio de Arkham, sino que pasó a la historia como el protagonista del primer avistamiento OVNI oficial. El cine, siempre sensible a las coyunturalidades de cualquier época, introdujo en su particular cóctel el fenómeno “que vienen los marcianos” junto al fenómeno “que vienen los rojos”, los agitó sin mezclar, y les salió un cóctel muy popular y característico de los años 50. La ciencia-ficción, que hasta entonces había sido un género prácticamente residual, implosiona en Hollywood a golpe de metáfora anticomunista más o menos velada. “Invasores de Marte”, “El enigma de otro mundo”, “Me casé con un monstruo del espacio exterior”, “La guerra de los mundos”... El argumento stándard de estos largometrajes nos habla de unos marcianos malísimos-de-la-muerte que invaden la Tierra (empezando siempre por los Yuesei, que tontos no son) para, en el mejor de los casos, tomarnos como esclavos y comernos la merienda, y, en el peor, destruir el planeta entero, ya que estamos. En contrapartida, honrosas (y, en algún caso, brillantes) excepciones, como “Vinieron del espacio”, en la que los marcianos sólo quieren reparar la avería de su nave (se nota que no conocen los talleres españoles) y marcharse; la multiversionada “La invasión de los ladrones de cuerpos”, toda una paranoia de la paranoia; o la que hoy nos ocupa, a cuenta de Mi Graciosa Majestad: “Ultimátum a la Tierra”, de la cual nos caerá en breve una maldición en forma de remake. Y yo con la manicura sin hacer.

“Ultimátum a la Tierra”, producida en 1951 por la Fox, y dirigida por el competente artesano Robert Wise, es una valiente y nada sutil alegoría pacifista que trata de alertar de los peligros del proceso armamentista (versión Hiroshima) en el que se estaban volcando las potencias mundiales. Eso sí, el mensaje contiene ciertos matices que luego comentaremos, si no se me hace tarde. El relato trata de un OVNI que aterriza, miratupordonde, en pleno Washington decé (los Yuesei son para los platillos volantes como el rojo para los toros), trayendo consigo a un extraterrestre con pinta de actor italiano neorrealista llamado Klaatu (Michael Rennie) y a un robot con casco de F-1, Gort (Lock Martin), que se presentan “en son de paz” (frase que suele acarrear grandes problemas). El alien, con toda su buena fe, pretende reunirse con los jefes de gobierno de todas las naciones para trasladarles un importante mensaje del que depende el futuro de la Tierra, pero el horno internacional no está para bollos. Así que Klaatu se escapa del hospital militar y alquila una habitación, como cualquier turista, e intenta montar una convención de científicos a través del reputado profesor Barnhardt (Sam Jaffe), y con la ayuda de Helen Benson (Patricia Neal, la mejor del reparto con diferencia) y el plasta de su hijo. Decíamos que la ciencia-ficción se encontraba prácticamente en estado de cigoto, sin haber adquirido todavía los rasgos icónicos que caracterizan a cada género cinematográfico, y eso se nota en “Ultimátum a la Tierra”, que durante gran parte de su metraje tiene hechuras estilísticas de cine negro. No así en su inicio, la descripción de la llegada a nuestro planeta de la nave espacial y la presentación de sus navegantes, en la que disfrutamos de unos efectos especiales bastante decentes y una estupenda banda sonora del maestro Bernard Herrmann a golpe de theremin; además, Wise utiliza sabiamente a los medios de comunicación y a su poder de convocatoria e influencia para suplir la falta de presupuesto (recordando, no sé si por casualidad, la versión radiofónica de “La guerra de los mundos” de Orson Welles), aunque, por otra parte, sabe jugar con los encuadres para realizar escenas de masas. El acto central de la narración sí adquiere, como señalábamos, ciertos rasgos del cine negro (el género americano por excelencia), y se nota en cierta sensación opresiva, fatalista, que transmite la cinta a través de la fotografía y la narrativa.

Es indudable que la película ha envejecido mal, y no sólo por el aspecto formal de sus rudimentarios efectos especiales. El mensaje político-moral es de una ingenuidad casi entrañable; sin embargo, hay que situarlo en su contexto, a contracorriente de la moda imperante de identificar a los extraterrestres como los villanos de la historia, y evitando la metáfora o el requiebro metalingüístico. Robert Wise y sus guionistas dicen lo que quieren decir, sin ambages ni ambivalencias: como no tengáis cuidado con las bombitas, un día vamos a tener un disgusto, así que niño, deja ya de joder con la pelota. Es curioso, empero, que la mejor forma que se les ocurra para mantener la paz mundial sea la vigilancia externa, en forma de una suerte de policía interestelar: ¿acaso la película estaba patrocinada por la ONU, creada apenas seis años antes? Si es así, tuvo que compartir espacio publicitario con la Iglesia Católica. ¿Que no? Cierren esas bocas: quien no vea la evidente alegoría a Jesucristo en el personaje de Klaatu, con su muerte, su resurrección, su mensaje de paz antes de marcharse definitivamente, e incluso el apellido que elige para su pequeño periplo como ser humano (Carpenter, en inglés “carpintero”, como el papi de Jesús), que se compre unas gafas. Klaatu barada nikto.
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APRENDIZ DE ASESINO EN MASA



Nunca he probado el ron.” Ésta es la última frase de un curioso hombrecillo, Monsieur Verdoux. Están a punto de ejecutarlo y le ofrecen una copa que rechaza con un gesto, aunque al instante cambia de idea, diciendo la frasecita. Sí señor, eso es tener clase.
Chaplin no pudo elegir un personaje mas distinto del vagabundo que Henry Verdoux. Basado en Landru, y a partir de una idea de Orson Welles (que por lo visto no se mostró contento con el resultado y desde entonces se pasó a la facción Keatoniana), su primera aparición nos lo muestra amanerado, recogiendo flores del jardín y compadeciéndose de una oruga a la que está a punto de pisar. Pero la chimenea del jardín no para de sacar humo, como comentan unas entrometidas vecinas, y no tardamos en averiguar qué es lo que se está cociendo.
Verdoux fue banquero durante mas de treinta años, pero la crisis económica ha hecho que se quede sin trabajo. Desesperado, deseoso de mantener a su mujer inválida y a su hijo, decide casarse con viejas solteronas para matarlas y quedarse con su dinero, usando muy bien su poder de seducción con las mujeres.
Donde Chaplin despliega toda su filosofía humanista es en los encuentros que tiene con una joven ex-presidiaria (Marilyn Nash), a la que quiere usar como conejillo de indias, su conversación sobre la forma de ver ambos la vida hace que él cambie de idea y la perdone. Realmente preciosa la escena en que él se echa a reír, al darse cuenta de la ironía de todo ello.
Algunos de los gags mas divertidos de la película son los intentos de Verdoux de eliminar a una de sus mujeres, Annabella (Martha Raye), una mujer desbordante de vitalidad, sensualidad y vulgaridad, que siempre salen mal en el último momento, y que seguro que sirvió de referencia para Un lugar bajo el sol.
Pero es en el juicio cuando Verdoux descarga todo su arsenal, comparándose con los otros criminales mucho peores que él pero bien vistos por la sociedad. Ojo al dato, porque el discurso no ha perdido nada de actualidad (desgraciadamente): “¿Acaso no anima el mundo a ser un asesino de masas? ¿No es la misma sociedad quién construye armas con el único propósito de matar? ¿No se han usado éstas para matar a mujer e incluso niños, de una manera, en verdad, científica? Créame, como asesino de masas no soy más que un simple aficionado.” “Un asesinato te convierte en malvado, millones en un héroe. Los números santifican.” El final de su discurso no puede ser mas estremecedor: “Pronto os veré.
Con semejante carga crítica, no es de extrañar que fuera un fracaso de taquilla. Realmente antológico un telegrama que envió un agente de prensa, Russell Birdwell, a la cotilla Hedda Hooper, diciendo que la película era la mas grande y controvertida de Hollywood, y que si se equivocaba se comería los negativos en las puertas del estudio, a lo que Hedda contestó: “empieza a comer”. Sin embargo, curiosamente, es de las películas de Chaplin que ha aguantado mejor el paso del tiempo, ya que carece del sentimentalismo del que se le acusa en otras.
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Y DIGO ¡SALTA!



Dos posts seguidos... ¿En el Tribunal de Derechos Humanos de Luxemburgo trabajan los domingos? Hoy toca trailer, y es de una película que se estrenará en breve. Nunca entenderé los criterios de distribución españoles que permiten que “Death proof”, por ejemplo, tarde dos meses en presentarse en España, y “Jumper”, en cambio, disfrute de estreno casi simultáneo con los Yuesei. No veo que se hable mucho por aquí de esta película de acción fantástica que, sin embargo, transmite aroma de taquillazo seguro. Dirigida por un garante de calidad como Doug Liman y guionizada (como cualquier film que huela a superheroicidad) por David S. Goyer, narra las aventuras de un tipo con capacidad para teletransportarse a cualquier sitio (como el Rondador Nocturno de X-Men, pero sin colorete azul). Protagoniza Hayden Christensen, en pleno proceso de desintoxicación de Anakin Skywalker, y le acompañan Rachel Bilson (novia-del-prota), Jamie Bell (amigote-del-prota), y un trío de actores maduros que le dan un acabado de qualité al producto: Tom Hulce, Diane Lane y el gran Samuel L. Jackson, en su salsa (uséase, de malo maloso). Alehop.

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EL PRIMER AJEDRECISTA POP


Hace apenas dos semanas murió en Reykjavík Bobby Fischer, un ajedrecista extraordinario (según la mayoría de los expertos, quizás el mejor de la historia) que, envuelto en su hálito de misterio e iracunda genialidad de científico chiflado, elevó la popularidad de su ¿juego? ¿deporte? hasta límites insospechados. Su precocidad, su incontestable y politizada victoria en el Mundial de 1972 sobre el soviético Boris Spassky (recordemos, en plena Guerra Fría), su desaparición y huída a la capital islandesa después de negarse a defender su corona ante Anatoli Karpov (aunque oficialmente fue por sus desorbitadas exigencias económicas, las malas lenguas dicen que le tenía miedo al campeón ruso) y su vida monacal y desenfocada en Reykjavík desembocaron en un aura de leyenda que se alargó durante casi veinte años. Mientras Bobby se recluía entre fiordos y géiseres, en los colegios y parques de los Yuesei se buscaba afanosamente al sucesor del único ganador norteamericano del Mundial de Ajedrez. Una película de 1992, “En busca de Bobby Fischer”, retrató a la perfección ese ambiente, y le dio una solidísima opera prima a un prometedor guionista llamado Steven Zaillian. Curiosamente, mientras rodaban el filme, se pergeñó un nuevo enfrentamiento conmemorativo entre Spassky y Fischer, en Belgrado, que supuso una nueva victoria del mito y una retroalimentación de la leyenda: acusado de violar el bloqueo del gobierno estadounidense, se le consideró un traidor y tuvo que pedir refugio político en Islandia, donde finalizó sus días. Abre Zaillian, con blancas, claro.

“En busca de Bobby Fischer” está basada en un hecho real, los primeros pasos ajedrecísticos de Josh Waitzkin, un niño prodigio del jaque mate que con 8 años comenzó a deslumbrar en los tableros de “blitz chess” (o ajedrez rápido) de los parques neoyorkinos, entre raterillos y trileros de media monta, y que acabó abandonando el ajedrez a los 18 años por el... Tai Chi Chuan, un arte marcial chino. Vamos, lo que hubiera hecho todo el mundo... La narración nos sitúa en los pequeños zapatos de Josh (Max Pomeranc), el cual descubre su pasión por el ajedrez en la calle, bajo la atenta mirada del zarrapastroso Vinnie (Laurence Fishburne); su padre (Joe Mantegna) se apercibe de que el niño va para figura, y decide presentarle al maestro retirado Bruce Pandolfini (Ben Kingsley), quien, deslumbrado por la promesa de un nuevo Bobby Fischer, accede a enseñar al crío. Pero la presión de ganar, los intereses encontrados de unos y otros –gloriosa la escena en la que, en el primer torneo, los niños aplauden serenamente la expulsión de sus hooliganescos padres-, y el carácter afable del niño (-“Tienes que odiar a tus oponentes, Josh. Ellos te odian.”-“Pero yo no les odio”) resultan un cóctel de difícil digestión y equilibrio... La opera prima de Zaillian es de una envidiable solidez en la escritura, lo cual hoy en día no puede representar ningún tipo de sorpresa: este señor ha participado en los guiones de “La lista de Schindler”, “Misión imposible”, “Hannibal”, “Gangs of New York” o “American gangster”. El libreto, que se oculta detrás de una capa de “película-de-superación-personal-a-través-del-deporte”, va descubriendo sus cartas de manera discreta y elegante; no es hasta el último tercio de la película cuando divisamos el verdadero cuerpo del mensaje, un desenvuelto y firme himno contra la competitividad. Un enunciado de considerable calado moral y a contracorriente, en mi opinión, y más tratándose de un filme proveniente de USA, que viene a ser algo así como Competilandia.

Además de las virtudes del libreto, la dirección de Steven Zaillian es elegante y sobria, pero no exenta de hallazgos. La escena que muestra el primer encuentro entre Vinnie y Josh, en el parque, bajo una luminosa lluvia, es un precioso avance, aunque a Zaillian, hay que decirlo, no le pierde la estética. Probablemente su gran éxito sea hacer del ajedrez un juego dinámico, atractivo y vivaz, a través del montaje y la composición, sabiendo en todo momento dar con la tecla para hacer emocionante una partida. La mayor debilidad del film es el diseño de la relación entre Vinnie y Josh, en cuanto muy poco desarrollada: el relato pide a gritos más interacción entre ambos. Por lo demás, el reparto es estupendo; aparte de los ya mencionados, destaca Joan Allen (la madre del crío y adulto más equilibrado de la narración, impulsora pasiva de los deseos de su vástago), así como la presencia de secundarios con futuro como William H. Macy, Laura Linney o David Paymer. Y además, en un breve papel, podemos disfrutar del imposible careto del gran Dan Hedaya...

“En busca de Bobby Fischer” es un film algo escondido en la memoria hoy por hoy, aunque el fallecimiento de su inspirador la ha devuelto al imaginario cinéfilo, ni que sea durante un breve chispazo. Valga esta reseña como recuerdo para un tipo excéntrico e impredecible, como buen genio (coeficiente intelectual de 180) que era, un producto de los setenta, un Georgie Best del ajedrez, quien hizo que durante muchos años este juego fuese seguido con interés por las masas, hasta tal punto que, durante los años de rivalidad entre Karpov y Kasparov (en qué gulag deben haber metido a este hombre...) se llegasen a retransmitir por televisión las partidas del Campeonato Mundial. Por desgracia, el realizador no era Steven Zaillian precisamente, y las recuerdo como un infalible narcótico vespertino. Eso sí, yo iba con Kasparov, claro.
 
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