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PASA LA VIDA



Nos pasa a todos. Hay películas que, por alguna razón más allá del sesudo criterio cinéfilo, te encanta ver una y otra vez. Te transforman el discernimiento erudito que te distingue del vulgo (esa chusma que sólo se acerca al cine a ver por enésima vez al gafotas de la varita, o al plúmbeo “Código” de turno), y te obligan a disfrutarlas repetidamente como si fueran la ex-novia rechoncha con la que quedas de vez en cuando y que en el fondo sabes que nunca quisiste abandonar. Luego, de vez en cuando, te arrepientes y te dices a ti mismo que no, que no es para tanto, que la película está bien pero no merece que la hayas visto nueve veces; y mucho menos cuando, por ejemplo, sólo has visto “Stromboli” una maldita vez (por supuesto, afirmarás con rotundidad en público su indiscutible condición de obra maestra, aunque, entre tú y yo, sólo la volverías a ver en caso de insomnio agudo...). Tú eres un CINÉFILO, así, con mayúsculas. Por eso mismo no tiene ningún sentido que te regocijes una y otra vez con, pongamos por caso, las réplicas descacharrantes de Bruce Willis y Damon Wayans en esa incomprendida joya trash-talking que resulta ser “El último boy scout” (-“¿A dónde vas?” -“Al baño, joder. ¿Quieres venir? El doctor me ha dicho que no levante cosas pesadas”. Por favor, es genial...). O la convencionalísima pero resultona película de juicios que resulta ser “Algunos hombres buenos”, con esos arrolladores veinte minutos de coronel Jessep que nos regala JACK mientras se zampa un buen bocadillo de Cruise con pepitas de Demi Moore (comenzando por el precioso y enternecedor monólogo “Hijo, vivimos rodeados de muros, y esos muros han de ser vigilados por hombres armados...”). Aparte de estas dos, y por descontado algunas más que no voy a nombrar para no dejar mi prestigio (?) a la altura del betún, hay una película española que, sin ser más que una buena comedia, lo cual, de hecho, no es poco, nunca me canso de disfrutar. Se trata de “Bajarse al moro”.

Película de 1989 basada en una obra teatral de José Luis Alonso de Santos, “Bajarse al moro” es, sin duda, una de las películas de mayor éxito de crítica y público de Fernando Colomo. Vista hoy en día, refleja una manera de vivir tardoochentera en la que el lumpen suburbano se debatía entre el hippyismo y el cinismo a partes iguales. Narra la historia de dos primos, Chusa y Jaimito, vecinos de Lavapiés, que se ganan la vida vendiendo chocolate recogido de sus viajes regulares a Marruecos, que tratan de olvidar las penurias de la vida a golpe de porro, y que amparan a una joven y desorientada pija que ha escapado por enésima vez de su casa, la cual será reclutada para bajarse al moro con Chusa, quien, por su parte, tiene el dudoso gusto de estar arrejuntada con un policía... Lo primero que hay que decir es que el reparto es difícilmente igualable: Antonio Banderas, Verónica Forqué, Juan Echanove y Aitana Sánchez-Gijón forma un cuarteto protagonista Business Class. Pero ojo a secundarios como Miguel Rellán, Chus Lampreave o Amparo Valle; e incluso en papeles casi anecdóticos podemos ver a Isabel Ordaz, Carmelo Gómez y Joaquín Climent. El papel de la Lampreave, en concreto, es absolutamente antológico: la acojomadre cleptómana de Alberto, el policía interpretado por Banderas (el cual, por cierto, borda el papel de payaso serio que le ha tocado en gracia), que tiene dos o tres apariciones sencillamente espeluznantes (“yanqui, que eres un yanqui”) mientras descarga su bolso de baberos y corbatas... La película, contada en unos adecuadísimos ochenta y seis minutos, va transcurriendo entre escena y escena más o menos desternillante sin ninguna ínfula de trascendencia, con la sana voluntad de hacer reír, y a fe que lo consigue. Eso sí, Colomo no se olvida de incluir un par de pinceladas amargas que, acaso, pretenden recordarnos que, a pesar de que el punto de vista de la película nos sitúa meridianamente a favor de los entrañables delincuentes, las drogas son mu-malas: el yonqui de la pulsera y el ex-novio de Chusa, el Nazario, le dan un par de volantazos chirriantes a un film que no necesitaba moralina. Fernando Colomo consigue que muchas de las escenas y situaciones funcionen y queden en la memoria de la buena comedia, desde el ex-sargento de la Guardia Civil que entra en guerra con los músicos que ensayan en el tejado (“¡sois unos mierdas yeyés!”) hasta el cura vecino de los camellos y ávido de experiencias nuevas (ese cura comprensivo que todos hemos conocido... er... ¿verdad?), pasando por el “Corte Inglés naturista” que nos permite disfrutar, oh-gracias-dios-mío, a Aitana en toda su lozanía...

El final del film nos hace acompañar a nuestros dos queridos perdedores tropezando de nuevo con la misma piedra del “siente a un pobre a su mesa por Navidad” que inmortalizó Berlanga en “Plácido”. Lo cual me hacer recordar que ya no estamos tan lejos de las entrañables fechas navideñas. ¿Alguien sabe si en las Islas Fidji celebran las navidades? En caso negativo, ¿Cuánto vale un billete de avión? Le preguntaré a Truman Burbank...

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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