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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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PRELUDIO DE UN BESO



Durante un tiempo, el cine británico fue sinónimo de adaptaciones literarias de novelas de época, de ritmo pausado, con ambientaciones cuidadísimas y actores todoterreno… y en buena parte la responsable fue Una habitación con vistas.

James Ivory había hechos adaptaciones de obroas de Henry James como Los europeos y Las bostonianas, pero con Una habitación con vistas consiguió un inesperado éxito, debido a su finísima ironía y un sentido de alegría de vivir del que carecían esas películas. E. M. Foster también había funcionado muy bien con Lean en Pasaje a la India, pero no volvió a darle suerte a Ivory con Maurice, aunque sí con Regreso a Howard's End.

Ya desde la primera escena, mientras suena O mio babbino caro, la fusión de imágenes y música resultó de lo más efectiva. La historia la hemos visto en multitud de ocasiones: joven reprimida del norte que sucumbe a los encantos y sensualidad del sur, pero pocas veces se ha tratado tan acertadamente. Nada más apropiado que la era victoriana e Italia para demostrar este enfrentamiento.

Curiosamente, los turistas de esa época tienen muchas similitudes con los de los viajes organizados de la actualidad: no les gustan sus habitaciones o la comida, o son víctimas de los guías que van a su busca y captura.

Una joven, Lucy (Helena Bonham Carter) y su prima Charlotte (Maggie Smith) coinciden en un hotel de Florencia con Mr. Emerson (Denhom Elliot) y su hijo George (Julian Sands); ellas están disgustadas de que su habitación no tenga vistas y ellos se las cambian gustosos, ante el asombro del resto de huéspedes, que consideran una muestra de mal gusto el entusiasmo e insistencia del padre ante el cambio (la etiqueta ante todo, please).

George es un mar de dudas,que siembra una interrogante donde quiera que va, cuestionándose todo. Pero todo cambia cuando, en el transcurso de una excursión, en un inmenso campo de cebada y amapolas, se encuentra con Lucy y sin mediar palabra se funden en un beso.

De vuelta a Inglaterra, Lucy quiere olvidar lo sucedido y se compromete con Cecil (Daniel Day Lewis), que es más estirado que la paga de un mileurista y no soporta la fealdad o las cosas vulgares.

Daniel Day Lewis es el más caricaturesco de todo el reparto, aunque al menos no está tan atormentado como de costumbre. La escena del primer beso de Lucy y Cecil muestra la diferencia del que hubo con George; éste ha sido torpe, accidentado y frio (tienes los días contados, baby).

La película está dividida en una especie de capítulos, con unos divertidos títulos, especialmente los que empiezan Mintiendo a…, que concluyen con una frase del sr. Emerson “¿Porqué había de confiar en usted? Nos ha estado mintiendo a todos”.

Con los actores británicos siempre se va sobre seguro, y ahí están Maggie Smith como la prima solterona que se quiere dar aires de “mujer de mundo”, Judy Dench como la turista aventurera, o Simon Callow como el sacerdote que descubre a la auténtica Lucy por su manera de tocar a Beethoven. Realmente divertida la escena en que Judy Dench le dice entusiasmada a Maggie Smith que huela, porque ese es el auténtico olor de Florencia, y esta última se tapa a escondidas la nariz, a punto de vomitar.

Helena Bonham Carter desde entonces tuvo que cargar con el sambenito de hacer de jóvenes de época, y respecto a Julian Sands, buen… pues eso.
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DIARIO DE GUERRA DE LA SRA. CONNOR: DÍA DOS Y MEDIO


Última parada de este repaso a la saga “Terminator” que estamos haciendo en la Linterna, a la espera del hipermegacalifragilístico estreno de “Terminator Salvation” en las próximas semanas. Y esta parada es, quizás, la más sorpresiva de todas, puesto que dudo mucho que nadie se parase a pensar, hace unos años, en esta franquicia como germen de una serie de televisión. A día de hoy, es probable que los directivos de la cadena Fox tampoco lo piensen: si no ocurre un milagro comparable a un nuevo Advenimiento, “Terminator: the Sarah Connor Chronicles” emitió su último episodio (el 2x22) el pasado 10 de abril. Esta es la pequeña historia de una serie con buenas intenciones, ideas y momentos, pero maltratada por las expectativas, la dictadura de la audiencia y, por supuesto, la Fox, ese cementerio de elefantes.
La serie sigue la línea narrativa de “T2” y, primera diana, se pasa por los ovarios (sí, los ovarios: es “la” serie, ¿no?) todo lo que ocurre en “T3”, abriendo la caja de pandora de los futuros alternativos. Así, en 1999 un nuevo terminator es enviado para cumplir la rutina habitual de cargarse a John Connor (serán superordenadores, pero no saben lo que es una tormenta de ideas, sólo tienen una: matar al pobre JC de joven) (espera... ¿JC? ¿como Jesucristo? mmmm), y de nuevo el John del futuro envía un cyborg para protegerle, que esta vez tiene pinta de adolescente buenorra y se llama, ojo-guiño, Cameron (Summer Glau). Pero Sarah Connor (Lena Headey) está harta de persecuciones y pesadillas y quiere cargarse Skynet de una vez por todas, así que, gracias a su nuevo guardaespaldas, consiguen trasladarse al futuro: welcome to 2007. A partir de aquí, se entremezcla la búsqueda de datos y personas que pudieran hacer posible Skynet, con nuevas dificultades y enemigos de los que defender a John (Thomas Dekker), entre los cuales, claro está, habrá algún que otro terminator maloso. La 1ª temporada, debido a la huelga de guionistas, sólo alcanza 9 episodios, con dos subtramas principales desarrolladas con naturalidad y tratando de equilibrar el necesario desarrollo de personajes y la acción cazurra que el marketing y el público esperaba. A media temporada aparece un personaje secundario nuevo, Derek, que ha sido enviado por John Connor al pasado para... bueno, digamos que tiene su propia agenda. Y un apellido que nos suena: Reese. Efectivamente, es el hermano de Kyle, y,por tanto, tío de su jefe (esto no lo supera ningún culebrón venezolano). Aunque la mayor sorpresa es el actor que lo interpreta: Brian Austin Green, uséase, el tonteras David Silver de “Sensación de vivir”, quien, contra todo pronóstico, da el pego como tipo duro y sin demasiados escrúpulos. Pero la favorita del público es Summer Glau, quien, aparte de su indudable belleza, le da un toque de humor hierático muy alejado del de Arnie en “T2”, con sus observaciones y preguntas extravagantes sobre las costumbres humanas, además de algún momento lírico. Aparte, claro está, de dar hostias como panes.

El de “TSCC” fue el primer episodio de nueva serie más visto en los Yuesei en el 2008, pero esos nueve episodios no consiguieron mantener la audiencia. Ni tampoco el arranque de la segunda temporada (en la que, por cierto, incluyen a Shirley Manson, la cantante de Garbage, como una terminator líquida infiltrada), hasta tal punto que enseguida se empieza a rumorear que la serie, de considerable presupuesto, no va a llegar al 2009: es muy cara, el público televisivo no acaba de sintonizar con estos nuevos Connor y, además, Fox la ha trasladado a un horario que allí se considera poco menos que tóxico para una serie como esa: viernes noche. La zozobra de la situación del show afecta a los guiones de los episodios, que abren quizás demasiadas puertas sin que las motivaciones de casi ninguno de los personajes secundarios quede nada clara. Sin embargo, Fox decide tirar hasta el final con los 22 episodios previstos; esto pilla a Josh Friedman, su productor, en línea con el fuera de juego, y durante cinco o seis capítulos, la serie se centra en los devaneos psicológicos de Sarah Connor, sin demasiada fortuna narrativa, y se convierten, claramente, en los más anodinos de la serie; la gente reclama más acción y más Cameron. Por fortuna, los guionistas remontan el vuelo de manera espectacular en los cinco últimos, desarrollando por fin algo del liderato que se le supone a John, y rematando con un episodio final espectacular e inesperado que redibuja por completo un escenario absolutamente nuevo para la serie. Escenario que, por desgracia, no se desarrollará, porque todos los rumores apuntan a que no habrá tercera temporada, a pesar de las campañas que se están montando a través de la red para evitarlo.

Porque esta es otra: la serie no ha acabado de enganchar al público convencional de televisión, pero sí al menos convencional y más curioso, a ese que sigue las series por otros medios. Así, “TSCC” siempre ha estado entre las diez series más descargadas en internet, lo que demuestra que la serie tiene su público, pero no es el que interesa a la Fox. Lástima, porque era una buena idea que merecía más desarrollo y más paciencia con las intenciones de Friedman, y porque el final de la segunda temporada nos trasladaba a un lugar completamente novedoso del que podían haber brotado muchas posibilidades.
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BUSCANDO UNA AGUJA EN UN PAJAR




No se consigue la categoría de maestro así como así; por eso, cuando decimos que Alfred Hitchcock es uno de los más grandes, no es por casualidad. Hasta en películas que son consideradas como “menores” dejó muestras de su enorme talento. Frenesí significó su regreso a Inglaterra después de varios años de trabajar en Hollywood, y es recordada sobre todo por dos escenas: un travelling hacia atrás en el que la cámara se aleja lentamente del lugar donde sabemos que se va a producir un asesinato, y esta otra escena que he colgado. Uno de los mejores e injustamente olvidados villanos hitchockianos, un irresistiblemente cocknie Bob, interpretado por Barry Foster, acaba de cometer uno de sus asesinatos cuando se da cuenta que ha olvidado una aguja con su inicial. Desesperado, va al camión cargado de patatas donde ha escondido el cadáver para buscarla, con la mala suerte que al momento de entrar se pone en marcha, por lo que tiene una frenética (el título no es casual) búsqueda para encontrarla antes de que el camión llegue a su destino. Dominio total de la cámara y sentido del suspense, sin necesidad de diálogos. Cine en estado puro. Maestro.
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RITA HAYWORTH Y EL MARTILLO DE GEMAS


El verano pasado, a raíz del estreno de “El caballero oscuro” y de la oleada de críticas entusiastas y reacciones enfebrecidas del público, se desató cierta polémica entre el bloguerío por el hecho de que la película aparecía en el listado de Imdb (votación popular, off course) entre las tres primeras, peleándose a tortazos con los dos “Padrinos”... y con otra película cuyo altísimo ranking nadie comentaba, ni que fuera de paso (excepto, por descontado, el tocaescrotos de marcbranches). Actualmente, “El caballero oscuro” está sexta en el ranking Imdb, y ese otro largometraje es el número uno, enseñándole el trasero a los Corleone, y se llama “Cadena perpetua”. Uséase, que vuecencias, querido público, pasáis olímpicamente de Scorseses, Bergmans, Spielbergs, Kubricks, Welles y demás piltrafillas que han asentado posaderas en la Historia del Cine: la mejor película de la historia es “Cadena perpetua”. Estoy convencido de que nadie en su sano juicio sería capaz de afirmar semejante osadía; sin embargo, “Cadena perpetua” es la película favorita de mucha gente. Coño, esto merece un post.

Desconozco si Stephen King es el autor literario más adaptado al cine después de Willy-S, pero poco le debe de faltar. Aunque es universalmente conocido por sus historias de terror, sus relatos cortos no pertenecientes al género se han adaptado con bastante fortuna y acierto: “Cuenta conmigo”, “Misery”, “La milla verde”... “Cadena perpetua”, la primera cinta del guionista Frank Darabont, es la punta del iceberg. Aunque aparentemente pertenece al género del melodrama carcelario, es más un cuento adulto que otra cosa; un cuento en el que valores que tienden a arrastrar a la sensiblería dramática, como la esperanza, la amistad o la integridad, son introducidos en el recto, con perdón, del espectador, sin vaselina y con un beso en la boca. El filme nos cuenta la historia de Andy Dufresne (Tim Robbins), un banquero de éxito condenado a perpetua por el asesinato de su mujer y su amante, que llega al penal de Shawshank a hacinarse el resto de su vida; y esa historia la observamos a través de los ojos de Red (Morgan Freeman), una especie de conseguidor de la cárcel que, mientras le pasa de contrabando posters de Rita Hayworth y martillos de gemas, se convierte en su mejor amigo. El punto de vista de Red nos hace ver a Andy de una manera algo mitificada, como si fuera alguien del que siempre se cuentan historias, lo que refuerza la sensación de estar asistiendo al relato de una especie de fábula. Lo cual no es óbice para que estén presentes todas las convenciones del género carcelario: el guarda sádico, la panda de acosadores sexuales (no hay película carcelaria sin una buena escena de ducha comunitaria y jaboncito) o el alcaide cabronazo acuden puntuales a la cita. Pero esto es lo de menos.

Si algo caracteriza a “Cadena perpetua” es la extraordinaria fluidez con la que transcurre la narración. Su capacidad para envolver suave, imperceptiblemente al espectador en su historia es de tal calibre, que a veces dan ganas de denunciar a Darabont por secuestro. Sin apenas darte cuenta se llega a media película sin que nos enteremos, identificados como estamos con el espíritu de supervivencia de Andy y el apoyo resabiado de Red, saltando sin solución de continuidad entre escenas considerablemente duras (la porra del guarda se apunta varias muescas, y las porras del escuadrón violador, también) (lo sé, estoy muy soez) y momentos que sólo se pueden describir como mágicos. Entre estos, esa secuencia en la que Andy se encierra en el despacho del alcaide para poner a todo volumen en los altavoces del patio la “Canzonetta sull'aria” de “Las bodas de Figaro”, mientras Red, que ejerce de narrador en primera persona, nos explica el significado de ese instante: “Fue como si algún hermoso pájaro aletease dentro de nuestra pequeña jaula e hiciera disolverse a esos muros, y por un brevísimo instante, hasta el último hombre de Shawshank se sintió libre”. Son secuencias (como la del viejo presidiario “institucionalizado” al que le dan la condicional, acongojante por su desvestida tristeza) que engrandecen el hálito épico del film, y que subliman lo que debería de ser el objetivo final de una película: sumergir al espectador en un torrente de emociones sin insultar a su inteligencia.

Aparte de la suntuosa (ojo al plano cenital inicial del recinto carcelario) pero honesta dirección de Frank Darabont, y del magnífico score de Thomas Newman, los otros dos puntos cardinales del largometraje son sus protagonistas. Si Morgan Freeman da una lección de cómo apropiarse de un personaje sin una sola respiración de más, hay que señalar que el trabajo de Tim Robbins es excepcional. Enfrentado a un personaje complejo porque lo conocemos a través de los ojos de otro, Robbins muestra toda la paleta de estados por la que pasa el bueno de Andy, desde el desconcierto inicial hasta el desplume progresivo de su retraimiento, luciéndose, en especial, en esos momentos en los que la dulce brisa de la libertad se asoma a una pequeña sonrisa que siempre significa algo más. Ese algo más que finalmente sabremos que no era más que un plan de pensiones basado en Rita Hayworth y un martillo de gemas, en un final algo edulcorado que nos confirma que no estamos sino ante un cuento, una fábula capaz de ensalzar valores de amistad e integridad sin que el cinismo marca Siglo XXI (al que estoy religiosamente abonado) no nos haga girar la cara con desprecio.
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EL CISNE DE SANFORD



Hace poco mi compañero comentaba que ahora no se hacen parodias de calidad, con un buen guión y diálogos ingeniosos. Perdónale porque no sabe lo que hace. Cierto que escasean, pero de haberlas haylas, como Arma fatal, castiza traducción de Hot fuzz. ¿Qué tal una mezcla de buddy movie con película de acción y unas pinceladas de misterio y gore? Mejor aún ¿y si trasladamos todos estos ingredientes tan americanos a Inglaterra?

Edgard Wright, Simon Pegg y Nick Frost habían trabajado juntos anteriormente en Zombie party, con excelentes resultados, y repitieron de nuevo en Arma fatal.

Nicholas Angel (Simon Pegg) es un policía fuera de serie, una auténtica máquina de detener al que no se le pasa por alto la mas mínima infracción
Está tan obsesionado con su trabajo que le ha costado su matrimonio. Sus compañeros, viendo que es una competencia tremenda, deciden ascenderlo y mandarlo al pueblo más tranquilo de Inglaterra, Sanford, donde parece que la ocupación más importante es la de coger a un cisne que tiene tendencia a escaparse y aparecer en los sitios menos pensados. Pero una serie de extrañas muertes empiezan a ocurrir, aunque son clasificadas como accidentes, Nicholas cree que hay una conexión entre ellas. Poco a poco el pueblecito más acogedor y tranquilo de Inglaterra irá mostrando su cara menos agradable. Por supuesto el cisne tendrá un papel decisivo en la historia.

El compañero de Angel, Danny Butterman (Nick Frost) es hijo del capitán y se convirtió en policía por seguir la tradición familiar. Es gordito, afable , tranquilo y un auténtico fanático de las películas de acción tipo Le llaman Bodhi o Bad boys... No hace falta decir que siendo tan opuestos acabarán haciéndose amigos, y cada uno de ellos cambiará su forma de ser hasta conseguir digamos un equilibrado punto medio.

El ritmo es frenético, y parece haberse contagiado al montaje, ya que tampoco se da un respiro, con logros como la presentación de Angel explicando su trayectoria profesional. Las escenas de acción están bien resueltas, y la atmósfera pacífica del pueblo, con pinceladas divertidas como una representación teatral de Romeo y Julieta que pretende imitar la versión de Bazz Luhrmann . Tal vez sea por la película anterior, pero la conversión de bucólico pueblecito a lugar infernal recuerda un ataque de zombies, aunque también tiene su puntito de aire de western, con la irrupción de Angel a caballo en el pueblo, en plan vengador. Y sin embargo toda esta mezcla de géneros no perjudica para nada la película.

Por supuesto una de las bazas fundamentales es la pareja formada por Simon Pegg y Nick Frost, Pegg está tan sumamente serio metido en su papel de action man que casi parece imposible que pueda resultar divertido, y sin embargo lo consigue, lo que se realza cuando está con el bonachón de Frost, aunque están muy bien acompañados, ya que aparte de cameos de Billy Nighy, Steve Coogan, Cate Blanchet o Peter Jackson, no hay que olvidar a los actores que interpretan a los Andys de la comisaria o un Timonthy Dalton encantado de dejar su imagen de 007.

Desde luego no pasará a la historia del cine, ni falta que le hace, pero hace pasar un buen rato, lo que no es poco, y la fama del equipo ha seguido subiendo. Pegg parece haberse asentado en Hollywood y volvió a trabajar con Wright y Frost en uno de los trailers falsos de Grindouse y el trío parece que va a volver a coincidir en The world’s end y una de las entregas de las serie de Tintin. Yo de vosotros no les perdería la pista.
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BETTE DAVIS EYES


Me enfrento a este post con un catarro febril de narices (nunca mejor dicho), experimentando dolor en partes de mi cuerpo hasta ahora desconocidas para mí, así que disculpen los lectores si encuentran más barbaridades de lo habitual en el escrito, y doy gracias al señor (Gates) por el corrector de Word. Y empiezo manifestando la sorpresa que me he dado a mí mismo al repasar la carrera de la actriz que merece los honores de mi artículo. Si a cualquier cinéfilo de mi edad, o superior (o MUY superior, caso de la bienquerida Directrice), se le menta el nombre de Susan Sarandon, raro será el que no la reconozca como una de las intérpretes más sólidas, creíbles, profesionales e indiscutibles del panorama. Su mirada intensa, esos ojos saltones que amenazan con no volver a pestañear jamás, su capacidad para otorgar credibilidad a cada personaje que se le cruza por delante, su versatilidad para afrontar distintos géneros, son marcas de fábrica que distinguen a una gran diva del cine. Sin embargo, repasa uno su ficha de Imdb, filtra imaginariamente por “peliculones, obras maestras, directores de fuste”, y le salen muchos menos resultados de los que se podría esperar. Y si de esos resultados eliminas los asociados a “nepotismo” (uséase, los largos dirigidos por su marido), la cosa se torna más incomprensible. Veamos.

Su primera aparición remarcable es en “The Rocky Horror Picture Show”, el clásico cult-musical-destroyer, lo cual ya da una idea de que no estamos ante una actriz de intenciones convencionales. Dato confirmado cuando Louis Malle se fija en ella para ser la madre de Brooke Shields en “La pequeña”, quedando tan satisfecho de su trabajo que repite en “Atlantic City”, de la cual la Sarandon saca su primera nominación al Oscar. Desde la perspectiva, se podría decir que son sus mejores años, coronados por el debut en la dirección del amante de las cortinas azules, Tony Scott, el hermanísimo, en la polémica y asfixiante “El ansia”; en dicha película la Sarandon se marca un numerito lésbico con Catherine Deneuve que pone palote a toda la audiencia masculina y parte de la femenina y que reivindica a la Sarandon en su bichorrarismo, de tal manera que durante unos años se dedica a apariciones en miniseries de televisión de más o menos prestigio. Hasta que llega JACK.

Y con Jack Nicholson, y Michelle Pfeiffer, y Cher (ojito-parche pirata: en cuatro nombres tenemos resumidos buena parte de los ochenta cinematográficos), a las órdenes de George Miller, urden “Las brujas de Eastwick”, un comercialísimo éxito con más mala leche de la que pudiera aparentar en un principio, y Susie, que demuestra su capacidad para (también) la comedia, vuelve al primer plano; o, mejor dicho, aparece por primera vez en el primer plano del stablishment de Hollywood. “Los búfalos de Durham”, una correcta película alrededor del deporte nacional americano por excelencia (en TODAS las casa yanquis hay un bate de béisbol, sea para jugar, sea para saludar las costillas del pandillero rival) la solapan con una nueva estrella emergente llamada Kevin Costner: la Sarandon ya es una más en el sistema. Excepto que en esa película conoce a un señor muy alto y muy, muy protestón. Tim Robbins.

Y así es como las cosas, queridos padawanes, evolucionan. Después de una serie de filmes intrascendentes, Susan Sarandon se vuelca en su participación en “Thelma & Louise”, el panfleto protofeminista del hermano del hermanísimo, que le otorga una nueva nominación, más que merecida, a los premios del calvo dorado. No gana, pero entra en la rueda de los oscars al estilo Meryl Streep: la nominan con cualquier cosa (cualquier cosa: “El cliente”). Sin embargo, no consigue llevárselo ni con esta ni con la pelín plañidera “Lorenzo's Oil”, su nueva colaboración con George Miller; tiene que esperar a la segunda película de su maridísimo, “Pena de muerte”, para llevarse el merecido premio, en la que es, probablemente, su mejor interpretación, esa Helen Prejean sentimental, fuerte, terca y extremadamente bondadosa a la que su experiencia con el lado salvaje de la vida está a punto de desbordar. La mirada de la Sarandon en esa película deja marcas indelebles en cualquier espectador con un centímetro cúbico de corazón. A estas alturas, el firme posicionamiento político progre-pacifista de la pareja Robbins/Sarandon está al cabo de la calle, y su activismo se multiplica por doquier, en proporción inversa a la carrera de nuestra heroína. ¿Casualidad? Don't think so, bitches.

Aparte de sus colaboraciones en los proyectos maritales, desde el Oscar sólo se la ve en melodramas de usar y tirar en los que ella es lo mejor de la película, y en la crepuscular “Al caer el sol”, en la que se bate con dos pesos pesados de la categoría de Paul Newman y Gene Hackman. Desde entonces su carrera se ha limitado, prácticamente, a aportar su voz a largometrajes animados y a hacer de sufrida madre en productos de medio pelo (duele a los ojos verla en la sonrojante “Speed Racer”), con la excepción de “En el valle de Elah”, en la que también hace de sufrida madre, pero por lo menos es una buena película, y su papel, aunque corto y algo arquetípico, deja claro que no ha perdido ápice de su talento. En principio, se presenta un año en el que vamos a volver a disfrutar de él, con varios estrenos pendientes, por encima de todos el de “The lovely bones”, la nueva película de Peter “anillitos” Jackson. Quizás Jackson devuelva a esta mujer de ojos penetrantes y atípica belleza a un lugar más acorde con su brillantez. Que no sólo está Meryl Streep en el catálogo de actrices maduras, señores.
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RITMO TROPICAL




La promoción de películas se está convirtiendo casi casi en un arte; ahí están las cuidadísimas campañas virales de El caballero oscuro o Monstruoso para demostrarlo, o ese elaborado falso making of de Tropic thunder llamado Rain of thunder; al fin y al cabo el cine es una industria que mueve muchísimo dinero, así que no es de extrañar que se usen todas las técnicas posibles para conseguir mayor recaudación.

Aún así, las costumbres deben mantenerse, y nunca está de más dejarse ver en un programa de televisión de máxima audiencia como American Idol y montar el numerito. Ben Stiller, Robert Downey Jr. y Jack Black, a quien podríamos llamar Los Tropiquettes, pero prefirieron llamarse The Pips por respetar la tradición, hacen los coros de Gladys Knight en un clásico como Midnight train to Georgia. Como es de esperar, el trío acaba haciendo de las suyas. Afortunadamente, la cantante estaba de espaldas a ellos, ya que no creo que hubiera podido seguir cantando si veía lo que hacían.
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LA SERENA ESPERA DE ASPHODEL


Pocos directores han dejado una marca de fábrica tan característica como Robert Altman. Desde su anclaje en la industria cinematográfica (todo lo que esta le permitió anclarse), cualquier film de tipología coral, con escenas en las que el segundo plano es casi tan importante como el principal, o contenga diálogos fuera de plano, será relacionado, inmediatamente, con la obra de Altman. “Nashville”, “Un día de boda”, “El juego de Hollywood” o, por encima de todas, “Vidas cruzadas”, serán referentes inmediatos de esta manera desgarbada y con enorme riesgo confusionista de hacer cine. La última película del socarrón director americano, “A Prairie Home Companion”, se estrenó con un año de retraso en España, cuando hacía ya unos meses que Altman había fallecido; por lo cual, con un discutible sentido del oportunismo necrológico, el DTC (Departamento de Titulaciones Celtíberas) decidió que aquí la llamaríamos “El último show”. Aunque está muy lejos de ser la obra maestra que resulta el film de John Huston, “A Prairie Home Companion” (me voy a evitar el “show”) es una suerte de “Dublineses” de Altman, una obra con aires de despedida en la que se reflexiona serenamente sobre las cuestiones intelectuales que nos obsesionan cuando sentimos que la muerte nos espera con el tablero de ajedrez. Con matices, empero.

Digo que con matices, porque “A Prairie Home Companion” no es un guión original de Altman, y esto va a necesitar, preparen ibuprofenos, una explicación larga. Como imagino que conocen, el título de la película se refiere a un ficticio programa musical de radio con una trayectoria de más de treinta años, a cuyo último programa en directo asistimos, antes de que se derribe el teatro en el que se localiza y emite. El caso es que el programa existe, es extremadamente conocido en los Yuesei (en parte,de ahí vino la excelente taquilla americana, en profundo contraste con su invisible estreno español), y muchos de los artistas que aparecen en la película pertenecen al programa. Entre ellos, su presentador e ideólogo, Garrison Keillor, que decidió escribir un guión sobre su exitoso programa, alternado algunos detalles e imaginando su cierre. La película es, pues, un dueto Altman/Keillor, y a uno le queda la duda de si pretendían hablar de cosas diferentes, aunque siempre con un denominador común: el crepúsculo vital. Finalizado el Canal Historia, vamos a por la película.

“A Prairie Home Companion” apenas tiene una historia que contar. Prácticamente todo el metraje es este último programa en sí, los personajes que, detrás y delante de las bambalinas, se entremezclan, parlotean, rememoran, ríen, lloran, vuelven a rememorar. Se puede decir que, más que una narración, el film es una sensación. El programa está chapado a la antigua: la música es en directo, hay un tipo que hace los efectos de sonido con la boca, se intercalan jingles publicitarios (al estilo Pepe Domingo Castaño, pero más trabajados) interpretados por el presentador y los cantantes... el tono es de radio artesanal, de vino añejo y pasado de moda. Se interpretan canciones con siglos a sus espaldas, mayoritariamente country y gospel, a través de las cuerdas vocales de cantantes cuyos mejores momentos, que tampoco fueron gran cosa, quedaron muy atrás. Gentes de vuelta de la vida, con más historias que contar que futuro que esperar, pero con una piel de firme dignidad. Se intercalan con el programa las vicisitudes cómicas del jefe de seguridad, Guy Noir (Kevin Kline, interpretando a un personaje creado por Keillor para un serial de su programa), que, como su apellido indica, está sujeto estéticamente a las convenciones del cine negro; pero sólo estéticamente. Más relevante es el místico personaje de Virginia Madsen, una mujer en gabardina blanca que se revela como un ángel llamado Asphodel, que se dedica a acompañar a los seres próximos a morir, y que pasea su incorporeidad por el escenario del programa, otorgándole, por tanto, estatus de ser vivo. Aunque por poco tiempo.

Así pues, la película desprende un aire de funeral gospel, en el que la alegría de haber vivido se confunde con la vívida nostalgia de los buenos tiempos, salpicada, eso sí, de sarcasmo altmaniano (“si en algún momento te sientes feliz, ten paciencia. Se te pasará”); como un anciano sentado en el quicio de la puerta de su casa, disfrutando plácidamente del olor del viento fresco del sur. Eso es lo que transmite “A Prairie Home Companion”, pura filosofía sureña, de la que también pudiera extraerse una especie de despedida de una manera tradicional, artesanal, de hacer las cosas, barrida por la marea de los nuevos tiempos, representados tanto en el frío ejecutivo que viene a contemplar el derribo de la obra (Tommy Lee Jones) o la hija de una de las cantantes, Lola (Lindsay Lohan), último reducto artístico que acaba en las manos del estrés del capitalismo. Por cierto, que la impagable Lohan sale relativamente airosa del reto de estar a la altura, tanto interpretativa como vocal, de sus enjundiosas partenaires. Nada comparado, sin embargo, con las hermanas a las que dan vida Meryl Streep y Lily Tomlin, que construyen con muy poco material una relación fraternal creíble, aparte de hacer gala de magníficas voces. También hermanos son Dusty y Lefty (Woody Harrelson y John C. Reilly), que conforman el mejor aspecto cómico del film, puesto que el personaje de Kevin Kline parece bastante fuera de juego. En cualquier caso, todos los actores aportan decisivamente, con su talento y capacidad de improvisación, a mantener el tono de la película.

“A Prairie Home Companion”, en fin, está lejos de ser una obra maestra; su debilidad argumental es tan manifiesta como deliberada, lo cual exige al espectador una asunción de las reglas del juego mayor de lo acostumbrado. Vamos, que como no soportes el country lo llevas clarinete: te van a salir eczemas hasta en las pupilas. No siendo la mejor película de Altman, es quizás la más emocionante, y, curiosamente, la más alegre. Quizás todo se resume en una frase del ángel Asphodel: “La muerte de un hombre anciano no es una tragedia. Perdonadle sus defectos, y dadle las gracias por el amor y los cuidados que os ha dispensado.”
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CRIATURA INFERNAL



Dentro del cine de terror hay una especie de división según el tema: vampiros, zombies, fantasmas… Una de estas categorías es la que trata sobre Lucifer, Belcebú, Satanás… el Gran Señor Oscuro en cualquiera de sus formas. No es que esté mal servido este apartado, ya que podríamos citar películas como El exorcista, El corazón del ángel, La profecía… (claro que también está Little Nicky) o la que vamos a tratar a continuación: La semilla del diablo.

Con esta película, Roman Polanski consiguió un gran éxitocomercial, al que no fue ajeno la fama de maldita de la película, alimentada por la leyenda urbana de desvelar secretos de los ritos satánicos, y que el tiempo acrecentó debido a la muerte de Sharon Tate a manos del clan Manson, tal vez movidos por esta película.

Basada en una novela de Ira Levin, explica la historia de una joven pareja que se traslada a un piso de un bloque de apartamentos (el tristemente célebre edificio Dakota) y su relación con un matrimonio anciano de vecinos.

El ritmo es deliberadamente pausado, hasta bien avanzada la mitad de la película no empiezan a suceder cosas, aunque se nos muestran detalles aislados indicadores de que allí ocurre algo extraño, formando lentamente un ambiente claustrofóbico y malsano. Lo terrorífico está en lo cotidiano, no en lo extraordinario.

Uno de los principales aciertos son los personajes del matrimonio vecino, especialmente Ruth Gordon, a la que le van de maravilla los papeles de excéntrica. Se nos muestran como una especie de versión americana de los Roper: amables, chismosos, entrometidos y pesados, nadie desconfiaría de ellos a primera vista. Porque aquí no hay efectismos innecesarios, a excepción de la alucinación y la pesadilla de Rosemary, que aunque tienen justificación y están adecuadas a la historia, probablemente sean los detalles que han envejecido peor.

Otra de las bazas fundamentales fue Mia Farrow, que con su físico frágil y su corte de pelo de Vidal Sasson hizo época, hasta el punto de que en La cara del terror, que tiene muchos puntos en contacto con La semilla del diablo, sin llegar a ser un remake, Charlize Theron lleva el mismo peinado que Mia, y aunque es infinitamente más bella no resultó tan convincente.

El personaje realmente más malvado de la película, desde mi punto de vista, no son los adoradores satánicos, que al fin y al cabo no hacen más que cumplir con sus creencias, sino el marido de Rosemary,Guy, que interpreta John Cassavetes, un auténtico Fausto capaz de vender su alma (y nunca mejor dicho) a cambio de triunfar en su carrera como actor.

Una madre es una madre, y aunque su hijo tenga los ojos de su papá, Rosemary no puede evitar acabar queriéndole. Una de las normas inquebrantables de este subgénero es que nunca podemos vencer al Diablo (juega con ventaja); tal vez Chuache, pero pereció en el intento, y ya se sabe que Su Satánica Majestad…volverá.Tal vez por eso sintamos simpatía por él.
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CREPÚSCULO COREANO


A estas alturas dudo mucho que sea necesario presentar a Park Chan-Wook. ¿Cómo? ¿Que sí que es necesario? Por favor, que es Domingo Santo... es fiesta por partida doble... no me hagáis trabajar... Veamos. PCW es el visionario/lunático director coreano responsable de, pongamos por caso, “Sympathy for Mr. Vengeance” o, esta sí que sí, “Old Boy”. Exacto, esa misma. Su próximo film, que se estrena en Corea el día 30 de abril y que va a ir a Cannes, se titula “Thirst”, y sigue la reciente moda del resurgir vampírico, a caballo del fenómeno literario (por decir algo) y cinematográfico (por decir algo al cuadrado) de “Crepúsculo”, de la serie “True Blood”, e incluso de filmes independientes europeos como ese “Déjame entrar” que parece que al final podremos ver en España. “Thirst” trata sobre un sacerdote que, debido a un experimento fallido, poco a poco va convirtiéndose en vampiro, a la vez que sucumbiendo, debido a su nuevo estado, a la sed de sangre... y de lujuria. De una mujer casada, además (cura malo, malo...). Lo sé, el trailer está en coreano sin subtitular; yo lo entiendo perfectamente, pero supongo que vosotros no, así que aquí os dejo un enlace con subtítulos en inglés, aunque tampoco son necesarios: las imágenes son tan bellas como prometedoras, y la música te agarra, literalmente, de las gónadas.

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ESTA MUERTA ESTÁ MUY VIVA






Tal vez no fuera al tercer día, pero resucitó… o quizás no… Sencillamente, tenéis que ver la película, leches. Si una de las cualidades de una obra maestra es la riqueza de su contenido, que permite hablar de ella durante horas y horas, sin duda Vértigo es una de ellas, en la que el maestro (valga la redundancia) del suspense nos mostró su lado más romántico.

Durante un buen rato, Hitchock hace una vez más en su carrera un experimento, saliendo triunfador del resultado. Se trata del uso de la cámara subjetiva y prácticamente sin diálogos que utiliza para el seguimiento de Scottie (James Stewart) a Madeleine (Kim Novak), consiguiendo que el espectador se identifique con él y se vaya (nos vayamos) sintiendo fascinado por cada detalle que va descubriendo sobre ella. Toda una lección de puro cine. También están los creativos títulos de crédito de Saul Bass, la espléndida banda sonora de Bernard Herrmann (eso es nivelazo y lo demás son tonterías) o una extraña pesadilla, que no estuvo a la altura de la de Recuerda, ya que no contó con un colaborador de lujo como Dalí.

Hitchcock nunca rechazó usar recursos tópicos, si el resultado funcionaba. El beso de Scottie y Madeleine en el que la cámara les envuelve girando alrededor de ellos, mientras se agolpan imágenes del pasado y presente unidas con la música de Tristan e Isolda tal vez lo habríamos visto anteriormente, pero consiguen un efecto espléndido de arrebatado romanticismo, así como una sensación “vertigionosa”.

Poco importan los personajes secundarios como el que interpreta Barbara Bel Geddes, ya que la relación de Scottie y Madeleine es tan compleja que llena toda la película. De la fascinación/obsesión de Scottie pasamos a su profunda depresión a la que pierde a Madeleine. Cuando encuentra a una chica que le recuerda a ella nos muestra toda su faceta fetichista y necrofílica. Quiere reproducir hasta el último detalle para que Judy sea igual que Madeleine, hacer que vuelva “de entre los muertos”, como si se tratara de un relato de Edgar Allan Poe.

¿Pero quien es realmente Madeleine? Se nos muestra como una mujer fascinante, misteriosa, elegante, irresistiblemente atraída por la muerte. Hitchcock no engaña al espectador y al momento de aparecer Judy nos indica que se trata de la misma persona, pese a que su apariencia es mucho más vulgar. Pero ¿realmente fue un engaño? La creación que hizo de Madeleine fue tan perfecta, que es como si le hubiera permitido aflorar facetas de ella hasta ahora desconocidas. Pero ella se niega a la transformación total con el peinado, quiere seguir siendo ella misma en el fondo, aunque acaba cediendo por amor a Scottie. Eso hace que una escena como cuando los dos están cenando en un restaurante y Scottie ve a una mujer que le recuerda a Madeleine, esté llena de significados, pese a no decirse nada. Scottie demuestra que todavía piensa en Madeleine y Judy por un lado se siente halagada al ver que él todavía la ama, aunque al mismo tiempo le duela que no sea por ella misma. No puede sacarse más partido de unos simples planos y unas miradas entrecruzadas.

Una vez más Hitchcock trabajó con James Stewart, uno de sus alter egos favoritos, y el resultado volvió a ser estupendo: está contenido, atormentado, enamorado… todos los matices necesarios para su personaje. No puede decirse tanto lo mismo de Kim Novak, que está bellísima, pero su habitual frialdad le sirvió muy bien para interpretar a Madeleine, aunque eso no acaba importando, ya que lo que cuenta es cómo camina Madeleine, que aparece rodeada de una luz verde, cómo lleva un moño, cómo mira a Scottie o cómo le besa, y eso lo cumple con creces.

La desoladora imagen final de Scottie, curado de su vértigo a un precio muy alto y mirando al vacío no puede ser mejor; a él siempre le quedará una duda: ¿Quién era ella a la que cayó al suelo?
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PAUL & MARTY MAKE A PORNO


A encarecida petición de Madame la Directrice, inauguro la sección de cine pornográfico de la Linterna. Me veo en la obligación de señalar que hasta ahora, en estos casi tres años de blog, me he estado resistiendo con pristina fiereza a la reiterativa insistencia de la prócer linternera en incluir una sección de este tipo en esta nuestra (y vuestra) (qué leches, mía y sólo mía) página güep; en vista de la reciente aparición de la cabeza cercenada de un saltamontes de río en mi cama, un sutil ultimátum de la Madrina, he decidido arrancar esta nueva sección, eso sí, bajo una enérgica protesta. Esta subdivisión cinematográfica, por llamarla de alguna manera, siempre me ha parecido un insulto, no sólo al séptimo arte en sí, sino a la decencia, la moralidad, el espíritu virtuoso, que han de ordenar la voluntad de un hombre de bien. ¿Perdone, señora? ¿Que qué estoy leyendo últimamente?

Antes de que a la Directrice se le salga la hernia, debería retornar al sentido común... pero dado que eso hace muchos años que los científicos lo dieron por imposible, me limitaré a hablar de cine. Y ya que estamos, de dos de mis directores prefes, uno con una carrera espeluznante sobre sus espaldas, y otro que promete construirla. Vale, estoy mintiendo, empezamos bien: vamos a hablar de “Boogie nights”, la segunda y prometedora película de Paul Thomas Anderson. Pero Marty no está tan lejos...

“Boogie nights” nace de un cortometraje del sr. Anderson llamado “The Dirk Diggler story”, que se basaba, a su vez, en un documental llamado “Exhausted” rodado a mayor gloria de John Holmes, el celebérrimo actor porno. Anderson se interesó por ampliar la historia, rodeándola de la particular estética de aquellos años, y de una mirada curiosa sobre esos días en los que, a rebufo de éxitos como “Garganta profunda” o “Tras la puerta verde”, el hasta entonces clandestino cine pornográfico alcanzó ciertos niveles de popularidad y alcance social, a través de la aburrida progresía americana, que lo consideraba chic. Así, Anderson cuenta la historia de Eddie (Mark Wahlberg), un joven camarero cuyas considerables tribulaciones fálicas le facilitan la entrada en la industria pornográfica (especialmente prolífica en el valle de San Fernando) a través del director Jack Horner (Burt Reynolds). Se convierte en la gran estrella del género, pero ya saben, jóvenes padawanes, que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Frase hecha que, ahora que pienso, encaja en TODOS los sentidos con aquello de lo que estamos hablando.

Pero “Boogie nights” no es sólo una película sobre porno. Es un retrato, estéticamente minucioso, perfecto, de los últimos setenta y los primeros ochenta. Es un fresco de corte más o menos convencional sobre el auge y caída de un ídolo que no sabe asimilar su éxito y que es devorado por el mismo. Es una crónica de la breve gloria de un subgénero al que la llegada del barato, eficaz y chabacano video dejó sin sus últimos románticos. Y es, en esencia, una fotografía familiar, puesto que el grupo de personas que nos retrata Anderson forman parte de una gran familia, en la que Jack y Amber Waves (Julianne Moore) son el padre y la madre, y Dirk el hijo díscolo. El director no se limita a estos personajes, y se preocupa de delinear con pulso firme a los demás, ramificando la narración a través de los diferentes miembros de la familia. Este es uno de los pocos puntos débiles del filme, ya que algunos de esos personajes aportan más que otros. Sin embargo, todos tienen su trascendencia y significado, ninguno es gratuito, y eso habla bien a las claras de la calidad del guión de P.T. Anderson; así como de las interpretaciones del impresionante reparto: aparte de los mencionados, William H. Macy, Phillip Seymour Hoffman, John C. Reilly, Don Cheadle, Heather Graham, Thomas Jane, Phillip Baker Hall, Alfred Molina... Todos están en estado de gracia, pero Julianne Moore compone, en pocas paletadas, un personaje adorable, cercano, con aristas, y demuestra que es una de las más grandes. Esta película también significó el comeback del amigo Reynolds (nominación incluida), y la presentación de Mark Wahlberg, a.k.a. Marky Mark, que se las arregla para construir un personaje egocéntrico y capullo, por el que, sin embargo, no puedes evitar sentir lástima. Luego se demostraría que sólo Anderson y Scorsese han sabido exprimir al limitado actor que hay dentro del cuerpo Danone. Mira, salió Marty.

Y es que el cine de Scorsese es influencia descarada de “Boogie nights”. Ya lo era en “Sidney”, el primer film de Anderson, pero aquí sus miras están mucho más altas. Ya no es que el monólogo final de Dirk recuerde al de Jake La Motta en “Toro salvaje”, es que toda la estética del largometraje nos lleva a Marty. La presencia constante de la música de la época, los planos secuencia a la espalda de un personaje que se mueve constantemente, los zooms acelerados y sincopados, la crudeza al mostrar la decadencia del mundo de las drogas (esa escena con Alfred Molina)... “Boogie nights” parece, en ocasiones, el “Goodfellas” del porno; y cuando uno cae en la cuenta de este detalle, la bondad del análisis del film cae un par de escalones. Aún así, “Boogie nights” es un excelente largometraje desde todos los ángulos, y una promesa de cine ambicioso y pantagruélico que se ha visto confirmada a posteriori.

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LOS MONSTRUOS DE LA IMAGINACIÓN




Pocas veladas son más míticas en la historia de la literatura de terror que las que pasaron en Suiza en 1816 Byron, Shelley y Polidori; en contaste con el plácido y aburrido paisaje suizo (o quizás debido precisamente a ello), estos escritores, unos auténticos hippies adelantados a su tiempo, decidieron escribir un relato de terror cada uno, para amenizar sus noches. De esas veladas surgieron, de la mano de Polidori, El vampiro, que sirvió de inspiración a Drácula, en el que se burlaba de Byron y de las de Mary Shelley, esposa de Percy B. Shelley, Frankenstein.

No es de extrañar que unas reuniones así interesaran al mundo del cine, y mucho menos a un director que también es escritor, como Gonzalo Suárez, que con Remando al viento consiguió su mayor éxito de crítica y público. Su belleza es deslumbrante, empezando por las imágenes del comienzo y la figura de una persona amortajada que se incopora, pero -¡ay!- desgraciadamente le falta algo para ser la gran película que pudo haber sido, aunque su visión sigue siendo recomendable.

Como ya he dicho era de suponer que a un escritor como Suárez le fascinara la idea de un escritor que crea una criatura terrorífica y ésta cobra vida propia; los sueños de la razón crean monstruos, dicen, pues los de la imaginación pueden ser aún mas terribles. Pero, curiosamente, el gran fallo de la película es que explota poco esa premisa, pues de la propuesta de escribir cada uno un relato pasamos directamente a la muerte de Polidori, con lo que nos perdemos la escena más deseada. Es al final cuando parece que intenta solucionarse el error, con la conversación entre Byron y Mary Shelley, pero ya es demasiado tarde (pese a que es una escena magnífica). Aún así, cada una de las apariciones de la criatura (José Carlos Rivas) son espléndidas, incluida la que homenajea la escena del monstruo de Frankenstein y la niña de las margaritas de la película de Whale. La caracterización de la criatura es muy buena: inquietante y realista al mismo tiempo, con un adecuado toque gotico.

Seductor, egocéntrico y maniático, es de suponer que Hugh Grant estaría a sus anchas interpretando a Byron. Una lozana e irreconocible Elizabeth Hurley es su enamorada, aunque no sea correspondida. José Luís Gómez es un estupendo Polidori, siendo el representante español con más protagonismo del reparto, aunque el cameo de Josep Mª Pou como aduanero italiano intentando descubrir cuales de los libros de Shelley están prohibidos o no resulta divertida.

Una buena muestra de que otro cine español es y debe ser posible. Claro que los que quieran otra forma de interpretar esa mítica reunión está Gothic, que hay gustos para todo y cuenta con la recientemente fallecida Natasha Richardson.
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EL EGO DEL CRÍTICO


Es indudable que Pixar se ha convertido en una referencia imprescindible en el mundo de la animación cinematográfica. Por su perfeccionismo técnico, sin duda, pero también por la calidad de sus guiones, la facilidad para encontrar el carisma de los personajes que construyen, y por tener la decencia de no insultar la inteligencia de los adultos que ven sus películas, hasta el punto de que nosotros, los vejestorios, somos casi más fans del pixarismo que los niños. Los largometrajes de Pixar suelen esconder cargas de profundidad sólo descifrables por los exigentes paladares adultos. Aunque hay otras películas de más éxito y alcance como “Toy Story” o la última “Wall-E”, quizás el guión más complejo y elaborado sea el de esta magnífica “Ratatouille”, en la que se hace necesario pararse en el personaje del crítico culinario Anton Ego (voz de Peter O'Toole), un tipo agrio y esquivo que dogmatiza sin piedad sobre las excelencias/excrecencias de los restaurantes que critica. Pero el shock que le produce saber quién es el verdadero chef del maravilloso menú servido en Casa Lingüini le lleva a un ejercicio de insólita humildad, que muchos críticos de cine, tan hambrientos de “epateur”, más pendientes de su bolígrafo que de la pantalla, deberían asumir como propio.

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EL DISCRETÍSIMO ENCANTO DEL REMAKE



El remake se ha convertido en la gallina de los huevos de oro de Hollywood, aunque en realidad, a la vista de los resultados, más que oro se podría decir que es hojalata dorada. ¿Para qué intentar buscar ideas nuevas? Se coge una película anterior, y ya lo tenemos hecho. En realidad no hace falta ni que sea demasiado antigua, si se trata de una película extrajera ¿Quién se habría molestado en ver la original? Los típicos cinéfilos gafapastas que defienden que existe un mundo fuera de Hollywood, del mismo modo que los que creen en la existencia de una vida inteligente fuera de este planeta.

Los remakes tan sólo tienen explicación cuando ha pasado tanto tiempo del original que se le puede dar otro enfoque, o mejorar con las nuevas tecnologías aplicadas al cine, o se les da una versión totalmente personal. Dos de los mejores ejemplos son La cosa y La mosca, curiosamente ambas del género fantástico, que superan a sus originales, pero cuando se trata de un simple copia y engancha, incluso a veces hasta plano a plano ¿vale la pena?.

Me imagino el origen de La verdad sobre Charlie: en una de esas reuniones como las que tenía Tim Robbins en The player sobre descabellados proyectos de películas, a alguien se le encendió de repente una bombilla: ¡Hey! Dicen que Thandie Newton se parece a Audrey Hepburn ¿porqué no hacemos que interprete una de sus películas? No sé… ¿qué tal Charada?. Dicho lo cual, se iría a dormir contento, porque ya había cumplido con su cupo de ideas anual.

Cierto que Thandie recuerda a Audrey, pero no consigue tener la vulnerabilidad y gracia alocada que tenía su personaje. Ahora hacía falta buscar a la pareja protagonista, y eligieron a Mark Whalberg. Para que tuviera un aire más parisino no hace falta más que ponerle una boina ... ¿Qué ha de estar misterioso? Bueno, pues un sombrero. Al fin y al cabo, tan sólo tenía que competir con el recuerdo de Cary Grant, pero no contaron con que frases como “¿Sabes cual es tu principal defecto? Que no tienes ninguno” tan sólo funcionaban con Cary (se siente, Markymark).

Un estupendo y desaprovechado actor como Tim Robbins fue el tercero en discordia, interpretando el papel que correspondió a Walter Matthau, aunque es el único personaje con espíritu mas cercano al original, una vez más Robbins es desaprovechado. Supongo que pensaría: bueno, al fin y al cabo me paso unos cuantos días en Paris y le digo a Susan que venga para el finde. Podría ser peor.

El director fue Jonathan Demme, que usó unos pésimos flash backs, con imágenes movidas y colores desajustados del mas puro estilo Tony Scott. De alguna manera se tenía que demostrar que había pasado el tiempo, y para eso están la aplicación de las nuevas tecnologías de los personajes con móviles, ordenadores, fotocopias láser y las referencias a la guerra cercana de los países del Este.

Si la película original, que aunque no era una obra maestra rezumaba encanto debido a sus protagonistas y era un simpático homenaje a las películas de Hitchcock ¿alguien me puede decir qué pinta Truffaut en el remake?, por no hablar de la delirante escena en la que Charles Aznavour aparece de la nada y se pone a cantar al lado de los protagonistas? Por no hablar de apariciones de más gente ligada a la nouvelle vague, como Ana Karina. Detalles como que Charada fuera protagonizada por uno de los actores fetiche de Hitch, y que se le diera una vuelta de tuerca a una de sus escenas conjuntas más famosas aquí pierden todo su sentido.

Lo único que me gustó fue el final, con pequeña sorpresa incluida… aunque quizás lo que me gustó es que había acabado la película. No sé. Por favor, la próxima vez que queráis ir a ver un remake, antes ved el original.
 
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