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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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GARY CAMALEON



Hay una rara especie de actor que es capaz de convertirse en cualquier personaje, consiguiendo unas transformaciones increíbles, haciendo que sea prácticamente imposible reconocerle de una película a otra. Son los llamados “camaleones”. Alec Guiness fue uno, también en cierta medida lo fue en sus comienzos Robert de Niro o en la actualidad Daniel Day-Lewis o Javier Bardem, pero uno de los mejores de todos ellos es sin la menor duda Gary Oldman.
Éste actor londinense debutó en la pantalla haciendo del cantante punk Sid Vicious en Sid and Nancy; su interpretación fue tan convincente que le abrió las puertas del cine y desde entonces ha hecho de todo tipo de papeles: desde el chulo rastafari de Amor a quemarropa, a dos Dráculas por el precio de uno: el viejo de estilo japonés y el joven romántico, al músico Beethoven (he dicho el músico, no el perro, aunque seguro que habría sido capaz de interpretarlo también), al asesino de Kennedy o al único superviviente de Hannibal el canibal.
Su capacidad de convertirse en otra persona es asombrosa, modificando tanto su forma de caminar, la voz ... algunos diréis que en gran parte es mérito de los maquilladores; en parte si es cierto, especialmente en el caso de Hannibal, pero él supera todo eso haciendo que olvidemos que le vemos a él, viendo al personaje.
Aún así se han de destacar algunas interpretaciones en las que no ha necesitado ningún accesorio para demostrar su talento: Ábrete las orejas, El clan de los irlandeses, Homicidio en primer grado o León el profesional; quisieron aprovechar su tirón romántico de Dracula con La letra escarlata, pero sin demasiado éxito; reconozcámoslo: a Gary lo que le van son los personajes ambiguos, complicados, no los típicos galanes.
Ha participado en la saga del niño mago Harry con uno de los personajes mas interesantes: Sirius Black, o en la del Batman realista y sombrío de Nolan, y gracias a éstas superproducciones comerciales ha podido hacer películas mas sencillas, ya sea como productor, en Candidata al poder, donde consigue la que para mi es una de sus mejores interpretaciones de los últimos tiempos, con un personaje que recuerda a otro de otro gran cameleón: Charles Laugthon, en Tempestad sobre Washington, o dirigir en Nil by mouth.
Ver cual será su próxima transformación es todo un regalo para los cinéfilos. ¿Estará en extinción la raza de camaleones? ¿Habremos de llamar a ADENA? Esperemos que no; al menos Edward Norton o Christian Bale han hecho algún que otro mérito para que se les tenga en cuenta como posibles sucesores. Ojalá no nos decepcionen.
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HABLA, MUDITA





Imperfecta obra maestra. Así definieron algunos críticos, en poco menos que innoble coincidencia, la película de Pedro AlmodóvarHable con ella”, mi preferida del universalísimo y aclamadísimo (y miles de ísimos más) director manchego. Este es, si mis cuentas no van erradas ya que soy más bien de letras, el cuarto post que le dedicamos a Pedrito, así que no es necesario que nos paseemos de nuevo por su carrera. Pero sí resulta conveniente (más que nada, para echarle relleno al pavo, digo, al post), situar “Hable con ella” en su contexto, porque tiene su trascendencia. Cual Hiro Nakamura en “Héroes”, viajemos en el tiempo para retrotraernos al momento en el que “Todo sobre mi madre” corona un año de superávit de premios y críticas superlativas con el archifamoso “¡Pedroooooooooo!” de Pe en el Kodak Theatre. Un Almodóvar más melodramáticamente sobrio que nunca, a pesar de no abandonar las constantes vitales de su cine, ha conseguido triunfar definitivamente a este y al otro lado del charco. De repente, todo Hollywood aprende a pronunciar “Almodoubarr”, y todo actor yanqui de prestigio que se precie aprovecha la oportunidad que le dan los micrófonos para confesar que darían lo que fuese con tal de trabajar con él. Su evolución artística, extraordinariamente coherente vista su trayectoria en perspectiva, había sobrevivido a aquel punto de inflexión (por abajo) llamado “Kika”, y se encontraba en la cresta de la ola. Lejos de dormirse en los laureles, Pedrito decide dar una vuelta de turca más a su ambición y alejarse del camino fácil y adocenado, y pergeña “Hable con ella”, un proyecto que, a priori, albergaba muchos números para sobrepasar varias líneas de ridículo si no era tratado con el esmero preciso...

Por fortuna, Almodóvar tuvo la osadía de caminar por los límites sin llegar a pisarlos. En primer lugar, es necesario señalar que “Hable con ella” es su película visualmente más sofisticada: el Almodóvar más esteta. Muy alejado de sus toscos inicios, hace ya tiempo que el cineasta manchego se preocupa por la cámara (quizás desde “Matador”), pero aquí es donde se vuelve casi enfermizamente preciosista. La planificación de escenas es elegante (véase el paralelismo trazado entre Lydia vistiéndose de luces y Alicia siendo cambiada en el hospital) y detallista. Apoyado en el soberbio Javier Aguirresarobe, cada plano, cada fotograma es un pequeño lienzo delineado minuciosamente con la paleta de colores almodovarienses habitual; cada encuadre optimiza el formato panorámico. La banda sonora de Alberto Iglesias es magistral, exquisita y emocionante. El film es un continuo deleite visual, sobre el que se apoya un guión rayano en lo estrambótico, contenido en su excesividad, o excesivo en su contenimiento. Se abre la película desde dos historias en un principio inconexas que luego se entrelazan poco a poco entre saltos temporales, una desestructuración narrativa que no dificulta en absoluto su comprensión: por un lado se conocen una torera, Lydia (Rosario Flores) y un periodista llorón, Marco (Darío Grandinetti); por otro, un afable enfermero llamado, vayapordios, Benigno (Javier Cámara), cuida cariñosamente a una bailarina en estado vegetativo desde hace cuatro años, Alicia (Leonor Watling). Una cogida deja a Lydia en coma irreversible y la lleva al hospital de Benigno, y allí se “conocen” los cuatro. El enfermero está secretamente enamorado de su paciente, hasta el punto de cruzar, digámoslo así, el confín de lo ético... El punto de inflexión de la cinta se encuentra en el cortometraje mudo que ve Benigno en la Filmoteca, “El amante menguante”, en el que Paz Vega y Fele Martínez dan vida a un delirante y desenfrenado relato que despierta al enfermero sus más trastornadamente románticas pasiones. “Hable con ella” bucea en la imperfección de las pasiones humanas, se niega a juzgarlas; por primera vez en el cine almodovariano, los hombres son los protagonistas, encumbrando la lágrima masculina como signo de honestidad. Su hondura narrativa y melodramática es indudable, aunque no se priva de salpicar el filme con las típicas briznas humorísticas marca Almodóvar (el programa de TV de Loles León, la sempiterna Chus Lampreave, la artista-coñazo que borda Geraldine Chaplin). En cuanto a los intérpretes, es obvio que el papel de Javier Cámara es el más agradecido, ese tipo bonachón con un punto inquietante al que, a pesar de sus pecados, aprendemos a querer. Aún así, me quedo con el trabajo de Darío Grandinetti, excelente, contenido a pesar de estar llorando cada dos por tres. Las féminas, insólitamente, reducen su protagonismo: la sorpresa es Rosario Flores, cuya interpretación es más convincente en los registros en los que ha mostrar intensidad y viceversa (eso sí, da el pego de torera: se parece más a Manolete que el propio Adrien Brody); en cuanto a Leonor Watling, a pesar de no poder mover ni un músculo en casi toda la película, nos ofrece una escena magnífica a través de su emocionada expresión al asistir a una clase de danza después de muchos años... En el debe de la película, cierta tardanza en coger el ritmo adecuado, alguna escena gratuitamente “amiguetil” (la de Caetano Veloso) y alguna que otra salida de pata de banco, casi inevitable en una película como esta. El plano final, un hermoso encuadre en el teatro que nos muestra a Marco y Alicia separados por un asiento vacío, en vertical, nos insinúa el principio de una nueva historia que ya no es nuestra, impulsada por el desaparecido ocupante del mismo. ¿Qué es el amor, quizá, sino un tumor Benigno?
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MEMORIAS DE AFRICA





Mira por donde, sin proponérmelo me ha tocado hablar de dos películas románticas seguidas. Pero mi sentido del romanticismo digamos que es un poquito peculiar, no tiene nada que ver ni con Corín Tellado ni con Barbara Cartland, se basa mas en los pequeños gestos, en las miradas, en cómo afecta a nuestro comportamiento.
De las favelas de su Brasil de Ciudad de Dios, Fernando Meirelles dió el salto a Hollywood, pero en lugar de ir a cualquier estudio de Los Angeles se fue a rodar a Kenia, basándose en una novela de John Le Carré.
Africa es la verguenza del mundo civilizado; mientras queremos presumir de los adelantos tecnológicos, preferimos cerrar los ojos e ignorar que una gran parte del planeta se está muriendo de hambre, sed, enfermedades que para nosotros ya no existen o interminables guerras. Africa podía haber sido un paraíso, pero una vez el hombre blanco explotó al máximo sus recursos naturales y una vez los agotó, la dejó abandonada, la dividió a su conveniencia, provocando enfrentamientos, y no sólo eso, sino que además usa a la población como cobaya para probar los nuevos productos farmacéuticos.
Todo esto no es desconocido por todos, pero vergonzosamente seguimos dejando que suceda, aunque hagamos algún gesto patético para tranquilizar nuestras conciencias, y por eso es conveniente que haya películas como ésta, que intenten abrir los ojos a la gente.
El jardinero fiel trata algunos de estos temas, pero además es una hermosa historia de amor. Justin (Ralph Fiennes) conoce a Tessa (Rachel Weisz), una joven sumamente idealista y luchadora. Los dos se van a vivir a Africa y muy pronto ella se va interesando por lo que hacen las industrias farmacéuticas, ya que hay algo que no entiende; eso la convierten en alguien incómodo para las autoridades, hasta que muere.
A partir de ese momento Justin empieza a investigar, ya que no se cree la versión oficial de los hechos y poco a poco sus convicciones van cambiando. Hay una frase que se repite, pero dicha por Justin en cada uno de los lados distintos, que muestra perfectamente su evolución: “Hay miles de personas así, no podemos hacer nada para ayudarles”; “Pero a ésta persona podemos ayudarla nosotros”. Con eso acepta haberse convertido en Tessa y seguir luchando por lo mismo que ella.
Ralph Fienness tiene la habilidad de encarnar a la maldad en el estado mas puro (La lista de Schindler, El dragón rojo, Harry Potter), y al galán mas romántico, apasionado y atormentado (Cumbres borrascosas, El paciente inglés, El fin del romance), y se desenvuelve perfectamente bien tanto en unos personajes como en otros. Rachel Weisz le da una tremenda calidez y humanidad al personaje que hacen que no caiga en un estereotipo; les acompañan Billy Nighy y Pete Postlelthwhaite, que no suelen defraudar.
Aunque no es superior a Ciudad de Dios, debería ser de visión obligada por su contenido.
La próxima os aseguro que será.... veamos ¿una gore? se admiten apuestas.
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EZEQUIEL 25:17. ESTÁS MUERTO.






Un chute de adrenalina.

Ese es el protagonista de una de las escenas más impactantes de “Pulp fiction” (y que llegó a provocar algún que otro infarto en alguna que otra sala), y una de las mejores definiciones que podrían aplicársele a este irreverente, revolucionario y trasgresor film, que desde su irrupción elefante-cacharrería en Cannes (Palma de Oro con peineta incluida) agitó conciencias, lapidó convenciones y, ayayay, demostró a la industria de Jolibú (uséase, los hermanos Weinstein) que también se podían romper las taquillas a pesar de (e incluso gracias a) portar el hasta entonces pesado sello de “cine independiente”, el cual jamás volvió a ser el mismo. Miles de páginas, críticos voraces a un lado y a otro del ring, más apariciones en TV que la Pantoja, sesudos análisis en las universidades... Quentin Tarantino fue el rey del mundo durante un buen rato. Con la perspectiva que da el tiempo, el juez más sabio e impenitente de todos, se puede afirmar que buena parte de las predicciones que se hicieron en medio del terremoto Tarantino no se han cumplido (aviso para los que me conocen, que me tomaban por tarantiniano: marcbranches no se casa con nadie) (y así le va). Eso sí, le han surgido trillones de imitadores, la mayoría de los cuales se han quedado en pésimos rascadores de superficie. Las comparaciones con Scorsese o Welles (que sí, que sí, Welles), que tanto postularon sus defensores de la época, de momento, le siguen quedando extraordinariamente holgadas al bueno de Quentin. “Jackie Brown”, su siguiente película y único fracaso hasta ahora pero que va ganando poso con el tiempo, parecía, a pesar de todo, un paso hacia delante en su carrera. Las dos partes de “Kill Bill”, todo un ejercicio referencial hacia el tipo de producción de serie Z que su insaciable cinefagia había devorado en sus años mozos, parecían un punto y aparte, un excelente divertimento con sesgo de no ser más que parada y fonda. Sin embargo, llega “Death proof”, su aportación al frikiproyecto “Grindhouse” (presentada hace nada en, por supuesto, Cannes), y, a pesar de que estoy bastante seguro de que, cuando la estrenen, me divertiré horrores viéndola, no puedo evitar cierto regusto de insatisfacción por la pereza intelectual de Tarantino, o por su conformismo, o por lo que sea. Tiene en sus manos todos los ingredientes necesarios para hacer historia en el cine (amor por el mismo, un inacabable background, talento técnico y visual inigualable, una escritura magistral, ojo clínico para el casting y la dirección de actores...), y corre el peligro de echarlo por la borda a golpe de amiguetismo, de nostalgia serie Z y de querer ser el más gracioso de la panda. Está más que a tiempo de recuperar la senda de una carrera trascendente (¿con “Inglorious bastards”, quizás?), pero debe exigirse más a sí mismo. Hostias, marcbranches, que este era un post sobre “Pulp fiction”... tómate la medicina contra el onanismo mental...

Pero... ¿Y qué voy a decir yo de “Pulp fiction” que no se haya dicho ya? Personalmente, una experiencia casi irrepetible en una sala de cine (recuerdo como si fuera ayer el silencio sepulcral, incorruptiblemente cinéfilo, que invadió las butacas del cine Capsa en cuanto se asomó la primera escena) una amalgama de sensaciones que muy pocas veces se ha repetido luego: admiración, carcajada, asco, irritación, incomodidad, rendición. Tres historias entrelazadas a través de un guión férreo, diálogos tan mundanos como descacharrantes, el mundillo del chorizo de bajo fondo pintado como nunca lo habíamos visto antes, una banda sonora tan protagonista de la historia como sus personajes, una intensidad desatada que rasga el aire seco y cargado que desprende la cinta... He comentado anteriormente que “Pulp fiction” se analiza y desmenuza en cualquier asignatura de cine que se precie de serlo, y no es para menos. Uno de los aspectos que me sigue impresionando, después de haber visto la cinta unas chorrocientas veces, es la calidad del trabajo actoral de todos y cada uno de los intérpretes. Las líneas de diálogo parecen espontáneas, pero un análisis mínimamente profuso nos permite concluir que todo está medido y ensayado hasta el extremo. Desde Eric Stolz hasta Ving Rhames, desde Amanda Plummer hasta Maria de Medeiros, desde Christopher Walken hasta Tim Roth, todos y cada uno de los secundarios parecen estar en el mismo tono solfeístico del compositor Tarantino. No digamos los protagonistas, con mención cum laude para John Travolta: Resurrection (toda la comunidad cinéfila se frotaba los ojos mientras veía a Tony Manero pasado de Phoskitos bordar al sicario heroinómano Vincent Vega), Bruce Willis (uno de sus primeros chutes de prestigio después de sus “Junglas”), Uma Thurman (quién fuese punto rojo...) y, en particular, Samuel L. Jackson, que se ganó el cielo y la tierra con su inolvidable Jules Winnfield. Todo el mundo recuerda su primer Ezequiel 25:17, con el que se carga a Frank Whaley; pero yo me quedo con el segundo, en el que verbaliza su propósito de redención delante de un acojonado y apabullado Tim Roth. Un momento de puro CINE, sin colorantes ni conservantes.

Los Oscars, claro, se los llevó “Forrest Gump”.
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PAROLE, PAROLE, PAROLE




Convertida en una de las reinas del gafapastismo, todo el mundo estaba pendiente de cómo sería la siguiente película de Isabel Coixet tras Mi vida sin mi. Al Cesar lo que es del Cesar, y se ha de reconocer que La vida secreta de las palabras es muy buena, aunque tal vez no tanto como la anterior.
Hanna (Sarah Polley) trabaja en una fábrica de plásticos, y es el sueño de todo empresario: nunca coge vacaciones, ni se pone enferma, además como tiene problemas de oído, debido al ruido de las máquinas desconecta su audífono, así que el contacto con el resto de sus compañeros es mínimo. Todo esto ha hecho que el jefe se vea obligado a darle unas vacaciones para evitar enfrentamientos.
Pero Hanna no sabe que hacer; lo suyo no es estar tumbada en una hamaca tomando el sol con una piña colada (inocente, que uno a lo bueno se acostumbra enseguida) y a la que por casualidad oye de una vacante de enfermera en una plataforma petrolífera se ofrece enseguida para el puesto.
Y allí vamos; la plataforma se nos muestra como un lugar totalmente apartado del mundo, solitario, en el que la gente como el cocinero (Javier Cámara) dedica cada día la cocina a un país determinado para no volverse loco.
El enfermo que ha de tratar Hanna, Josef (Tim Robbins) es una especie de Paciente inglés; con varias quemaduras por el cuerpo, que le han provocado una ceguera temporal, aunque consigue soportarlo gracias a su sentido de humor. No, no nos encontramos con una versión de No me chilles que no te veo ¿cómo se os ocurre? ¡con lo serio que es Robbins!.
Hanna desde un primer momento se muestra muy reservada, pero poco a poco él se va ganando su confianza, y en una sobrecogedora escena ella acaba contándole su pasado. Tal vez por el hecho que él no pueda verla o porque sea el primero que realmente la escucha, hace que ella se muestre tal como es, demostrando que las peores cicatrices no son las del cuerpo, como es el caso de Josef, sino las del alma. Dos personas en una habitación hablando, callándose cosas y compartiendo silencios, eso es lo que es la película, por lo que casi se podría decir que es puro teatro; de hecho el resto de personajes están muy poco dibujados y carecen de interés, hasta la oca es desaprovechada, y se nota la procedencia de la publicidad de Coixet, aunque sepa aprovechar muy bien las canciones, pero todas y cada una de las escenas de Polley con Robbins son una maravilla, los dos están espléndidos y su declaración de amor forma desde ya parte de mis favoritas, junto con la de El rey pescador y Cuando Harry encontró a Sally. “Aprenderé a nadar, Hanna. Juro que aprenderé a nadar”. No puedo evitarlo, soy una romántica.
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REFUTAR LA GRAVEDAD (EL TEOREMA DE WERTHAM)




Opera prima (Episodio III: Revenge of the Smokers)

Be coyuntural, my friend. Hace unos días apareció en la prensa una de esas noticias que a uno le despiertan las hormigas del estómago, entre tanto aburrimiento producido por elecciones, dejuanas y sarkozys varios. Resulta, para no extenderme en demasía, que en los Yuesei tienen la intención de clasificar R las películas en las que se muestre a alguno de los personajes fumando, situando el tabaquismo a la misma altura (o bajura) moral que, pongamos por caso, el asesinato en serie, o, ohdiosmío, el sexo... Si os molestáis en leer la noticia, comprobaréis que, por lo visto, hay una serie de estudios que certifican que bla, bla, bla. Todo esto me suena a Fredric Wertham. ¿Ein? Diréis algunos. Este tipo, psicólogo de profesión, escribió, en 1954, un libro llamado “La seducción del inocente”. En él, este señor, basándose en “estudios” de similar calaña, acusaba tácitamente a los cómics de superhéroes de hacer germinar en los críos que los leían conductas potencialmente criminales o desviadas. Wonder Woman acuñaba una imagen oculta de sumisión y lesbianismo, Superman era una representación preclara del fascismo, y Batman y Robin... pues eso: homosexualidad y pederastia en un solo pack, y con descuento. Este chalado llegó a testificar delante del Senado, y la conmoción social fue tal que las editoriales de cómics crearon un sistema de autocensura, la Comics Code Authority, para evitarse problemas. Esto derivó, artísticamente, en unos años de historietas deleznables y ridículas de las que el mundillo del cómic tardó en recuperarse (aunque hoy en día más de uno respira gracias a esta época). Espero que el cine no llegue a estos niveles: yo, que jamás he sido fumador, no puedo entender que se pretenda equiparar esto con esto. Hablando de cigarrillos. Es curioso, pero, ¿a que nadie imagina qué película, ópera prima para más señas (y que me viene al peo para cerrar la trilogía), no necesitaría esa clasificación R?

Lo juro por la katana de la Novia. No se ve ni un sólo cigarrillo encendido en “Gracias por fumar”, la estupenda y primeriza comedia de Jason Reitman (hijo, por cierto, de Ivan Reitman, perpetrador de “Cazafantasmas” y obras de alto calado intelectual como “Alto, o mi madre dispara”, “Un lío padre”, “Road Trip” o “Beethoven 2, la familia crece”). Puede que ese dato nos dé una pista sobre el punto de vista del director respecto al conflicto; la película, desde luego, no nos da ninguna. Es una acidísima comedia sobre el (in)noble arte de la manipulación de masas, del que los medios de comunicación son parte primordial; un ataque a la yugular de todos los agentes sociales y políticos que participan en los grandes debates americanos, en este caso focalizados en el espinoso asunto del tabaquismo. Reitman se atreve a invertir los términos naturales de una película como esta, y convierte al charlatán de traje y corbata Nick Naylor (un impecable y carismático Aaron Eckhart), que en cualquier otro contexto sería el malo de la historia, en un personaje con el que no queda más remedio que identificarse, ni que sea por la honestidad con la que afronta su “flexibilidad moral”, como él mismo la llama. Su talento es el razonamiento, la argumentación: “sería capaz de rebatir la gravedad”; con este personaje de espectador privilegiado, vamos viendo cómo el resto de agentes (entre los cuales reconocemos secundarios de inmensa talla como Robert Duvall, Maria Bello, J.K. Simmons, Sam Elliot, William H. Macy o el mismísimo Rob Lowe) (y entre los secundarias de poca o ninguna talla, Katie Holmes) van siendo descuartizados progresivamente por el inmisericorde y afiladísimo hacha de Reitman, desde la prensa hasta el gobierno, pasando por la escuela y las ONG. Nadie está a salvo de Jason, que acompaña los hachazos con una realización deliciosa, especialmente en su primera media hora, de manual: con un ritmo vertiginoso van cayendo los diálogos puntillosos (-“Papá, ¿por qué nuestro gobierno es el mejor?” –“Por su inagotable sistema de apelaciones”); los gags visuales a golpe de efectismo (ralentís, aceleraciones, imágenes superpuestas, rótulos) que aquí, por una vez, encajan a la perfección; los guiños cargados de ingenio (el Instituto ¡San Eutanasio!, el avión “Tobbacco One” del Capitán, el gran capo de la industria interpretado por Duvall)... En la segunda parte del filme, Reitman recorre caminos más trillados de descenso y redención, pero siempre pervirtiendo los lugares comunes del tradicional maniqueísmo hollywoodiense (ejemplo: ese hijo que, en vez de llevar por el camino de la decencia moral a su padre, respalda por completo las acciones “moralmente flexibles” de papi), hasta regalarnos una escena final en la que Nick suelta su gran discurso victorioso en el Senado... sin que ni un puñetero aplauso le acompañe en su triunfal salida.

“Gracias por fumar” es, sin ningún género de dudas, una de las mejores comedias que han estrenado por estos lares en los últimos años; pero también una visionaria. En una de las últimas escenas, el senador Ortolan K. Finisterre (ojo al nombrecito) impulsa en TV una ley que obliga a retocar digitalmente las películas antiguas para hacer desaparecer los cigarrillos. Uséase, Lauren Bacall con un regaliz de colores en la mano. Váyanse a pastar.
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EL SHOW DE McCARTHY



Lo confieso. De ser hombre me gustaría ser como George Clooney. Es tan guapo, las canas y los trajes le sientan tan bien, tiene tanto sentido de humor, los hombres no ven en él a un rival, sino al perfecto compañero de juergas, políticamente es liberal; encima le da por dirigir y no lo hace mal ¿se puede pedir mas? ¿Quien quiere ser John Malkovich pudiendo ser George Clooney?
Buenas noches y buena suerte es una muestra de lo mucho que le interesa el periodismo y la televisión, dos mundos que conoce muy bien, que fue el tema de su primera película, Confesiones de una mente peligrosa, y en éste caso se centra en una de las etapas más vergonzosas de la historia de los Estados Unidos, la “caza de brujas” iniciada por el senador Joseph McCarthy. El simple hecho de que una persona pudiera tener simpatías comunistas, aunque no fuera cierto, implicaba ser juzgado, perseguido y marginado. Bien por la “tierra de las libertades”.
Lo primero que destaca de la película es su elegancia: la belleza de la fotografía en blanco y negro, la música de jazz, el humo de los cigarrillos...De la modernidad de Confesiones de una mente peligrosa, con historia del guionista gurú de la actualidad Charlie Kauffman, Clooney ha pasado al clasicismo mas puro. No sabemos nada de los personajes fuera de su trabajo, a excepción de la referencia a la relación de Robert Downey Jr. y Patricia Clarkson, ya que se centra en personas obsesionadas con su trabajo que parece que no salgan nunca del estudio de televisión, mostrando cada réplica/contraréplica de Murrow y McCarthy, y eso hace que sea deliberadamente fria.
El reparto es espléndido, con el propio Clooney, Robert Downey Jr., Frank Langella, Jeff Daniels, Patricia Clarkson y David Stanthaim, que pasa con éxito el examen de someterse a numerosos primeros planos; tal vez demasiados, pero no importa, ahí está el gesto exquisito al fumar o esa expresión después de cada vez que acaba de rodar uno de sus discursos anti-McCarthy.
Precisamente ahora que la televisión cada vez ha bajado mas su calidad hasta un punto increible, lo que dice Murrow en su discurso al final de la película creo que sigue siendo totalmente cierto y mas válido que nunca: “Este instrumento puede enseñar, puede iluminar e incluso puede inspirar. Pero sólo puede hacerlo para el propósito que los humanos hayan determinado usarlo para esos fines. De otra manera, es un simple amasijo de cables y luces”. Nosotros somos los responsables de la telebasura y parecemos haber olvidado que la llamada “caja tonta” puede servir para muchas cosas. ¿Acaso es tan malo desconectar de vez en cuando de la televisión?
Tan sólo para pensar un poco en todo ello, vale la pena ver la película.
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PADRE DE FAMILIA (CENSURADO)


La escena de hoy tiene carácter absolutamente friki-mítico. Es una de las grandes sorpresas que jamás se haya llevado el espectador en una sala de cine, en una época en la que estábamos a años luz de poder destripar una película y expandirlo por todo internet. Sin duda, los efectos colaterales de la globalización nos han impedido, en buena parte, disfrutar como se merece de finales sorpresa y giros inesperados de guión; si quiere usted mantener su inocencia, ponga una etiqueta de SPOILER en su vida. Sólo Irvin Keshner, tito George y el gran James Earl Jones conocían la apoteósica revelación que contiene esta escena de "El imperio contraataca", a tal punto que Mark Hamill, cuando la vio por primera vez en una preview, no podía creérselo: él había rodado con David Prowse dándole una réplica absolutamente distinta, e incluso el propio Earl Jones había grabado una línea alternativa, que podéis ver y oir un poco más abajo. Hamill pensó que tito George le tomaba el pelo. Exactamente lo mismo que pensé yo al ver a Jar-Jar Binks y los jodidos midiclorianos en el Episodio I... Véase "línea alternativa":

Cómo cambia la cosa, ¿eh? ¿Os imagináis los tres primeros episodios con Obi-Wan de malo-maloso? Mmmmmm...

P.D.: disculpen sus vuecencias la mala calidad de la primera escena, y el tener que tragarse las tollinas que se dan papi e hijo antes de la susodicha. Youtube está lleno de estúpidas parodias caseras, “versiones alternativas” y remontajes varios, a cual más cafre, de la escena en cuestión, pero es casi imposible encontrar la original. Cosa que no ocurría hace unos meses. Me da que Luquitasfilms tiene algo que ver...

Actualización: pues eso. Decía que era casi imposible encontrar el original. Ahora ya es imposible del todo. Pero me da igual: ¡TITO LUCAS ME HA CENSURADO! ¡A MÍ! ¡HOSSANNA! ¡HOSSANNA! ¡GRACIAS, ALÁ, YAHVEH, CRISTO, O QUIEN COÑIOS SEAS! En fins. Valga el valor curioso-histórico del segundo vídeo para mantenerlo publicado, aún con el "This video is no longer avalaible" presidiendo el post...

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SILBANDO AL TRABAJAR




He de reconocer que el género bélico no es mi favorito, pero aún así tiene películas muy buenas, encabezadas por Apocalypse now. En esa selección no podría faltar El puente sobre el rio Kwai.
David Lean fue único, ya que nadie ha sabido mezclar como él las superproducciones con un toque intimista y profundidad psicológica de sus personajes. Escenas de miles de extras, si, maravillosamente coordinados, pero combinadas con otras donde lo que importan son los sentimientos de los protagonistas.
En El puente sobre el rio Kwai nos encontramos ante un duelo de dos personajes, que aunque no están constantemente en la pantalla, son los que mas atrapan al espectador. Por un lado el coronel Nicholson (Alec Guinness), y por otro el coronel Saito (Sessue Hayakama). Los dos viven entregados totalmente al ejército, pero su mentalidad es muy distinta. Para Saito los prisioneros son despreciables, ya que es una deshonra para un soldado ser detenido, y en el caso del regimiento de Nicholson, que se ha entregado voluntáriamente cumpliendo órdenes, aún valen menos. Saito tiene la mentalidad del samurai.
Nicholson vive para cumplir las normas, su primer enfrentamiento con Saito será cuando le recuerde que el Tratado de Ginebra prohíbe que los oficiales detenidos hagan trabajos, pero Saito se pasa el tratado por la funda de la katana, ya que lo considera una cosa de nenazas comparado con el bushido.Pero la voluntad de Nicholson hace que consiga su propósito, lo que provoca lágrimas de rabia de su rival al oir los gritos de entusiasmo de los compañeros del coronel británico al salir de su celda de castigo.
A partir de aquí Nicholson se obsesionará con una cosa: ha de demostrar a los japoneses que los británicos son superiores a ellos, y quiere conseguirlo construyendo el puente que tenían que hacer, pero de una manera perfecta. Para ello no dudará en decir donde digo digo digo diego y emplear a los oficiales en el trabajo, así como a los enfermos.
Lo que no sabe el coronel es que los británicos tienen pensado volar el puente. El colmo de los absurdos: los mismos que se empeñan en construirlo quieren destruirlo.
Tan sólo hay un momento de paz entre los dos rivales, cuando se ha acabado de construir el puente y por fin se hablan el uno al otro de igual a igual, ya que han conseguido ganarse el respeto del contrario.
Sólo hay dos personas que mantienen la cordura, Shears, (William Holden), un soldado americano (“demasiado excéntrico, hasta para un americano “ según Nicholson), todo un cínico y vividor como demuestra en su sarcástico discurso ante una tumba rematado con un contundente "descanse en paz, ya que poca paz tuvo en vida ", y el doctor del campamento, que prefiere ver todo desde la distancia porque lo encuentra incomprensible, y es el encargado de decir el epitafio final “ ¡Qué locura! ¡Qué horror!”. Si, Kurtz, tu también estuviste allí.
Alec Guinness, el actor fetiche de Lean, uno de los mejores y mayores camaleones que ha habido, consiguió una de sus interpretaciones mas recordadas, aparte de Obi Wan Kenobi, nuestra única esperanza , ¿y quien no ha silbado alguna vez la famosa marcha?
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REBELDE CON CAUSA


Opera prima (Episodio 2.0: Live Free or Nouvelle Vague)

Si en el episodio anterior nos referíamos al pistoletazo de salida de un director reciente, hoy nos tiramos de cabeza, no sólo al debut de un afamado director, sino, por ende, al movimiento de apertura de una de las corrientes cinematográficas más influyentes de la historia del cine: la francesísima “Nouvelle vague”. Junto a “À bout de souffle”, de Jean-Luc Godard, e “Hiroshima mon amour”, de Alain Resnais, todas realizadas en pelotón en 1959, “Los cuatrocientos golpes” de François Truffaut dio puso en el disparadero a uno de los movimientos artísticos más prestigiosos del siglo XX (ojo que viene momento pedagógico-Libro Gordo de Marcbranches), envuelto en una coyuntura de renovación del cine europeo que ya había dado señales de vitalidad en Inglaterra e Italia, con el Free Cinema y el Neorrealismo. Le Gabachè Republique no podía ser menos, y, amparados por unas férreas políticas de proteccionismo estatal (la llamada Ley de Desarrollo del Cine), el apoyo de sus festivales (Cannes, por supuesto, a la cabeza) y del empuje de la revista “Cahiers du Cinéma”, reconceptualizaron el cine de autor desde unas fuertes posiciones teóricas desarrolladas, entre otros sitios, en dicha revista, y, en definitiva, hicieron historia. ¿A que parece que sé de lo que hablo? Pues nada, para no echar a perder esa impresión, os remito al enlace de la Wiki de la dichosa NV, que para eso los pongo, leche... Y a todo eso, ¿a qué había venido yo hoy aquí? Me hago mayor...

Ah, eso, “Los cuatrocientos golpes” de Truffaut. El reverso adulto, intelectualizado y desapasionado del “Rebelde sin causa” de Nicholas Ray. El primer acto de las andanzas de Antoine Doiniel, un personaje al que seguirá Truffaut durante toda su filmografía, siempre interpretado por Jean-Pierre Léaud, en un insólito ejercicio de identificación entre director, actor y personaje. Los “cuatrocientos golpes” del título es una expresión francesa que viene a significar “hacer las mil y una”, en referencia a las trastadas que va haciendo el niño Antoine, aunque probablemente pueda referirse también a los golpes que la vida le va asestando. La historia de un niño que va de bronca en bronca de clase a casa y viceversa, con un padre pelín bobalicón y una madre castradora que le ignora y le maltrata en perfecto equilibrio, y con un amigote, René, que le acompaña en todas y cada una de sus inocentes fechorías. Un día descubre casualmente en la calle a su madre dándose el lote con un señor de bigote (ojo-pareado), y explota su maternofobia, hasta tal punto que llega a decir en el colegio, como justificación a una “campana”, que su madre ha muerto (eso es una excusa, con dos cojones). La inquietud, la rebeldía y la manifiesta soledad del púber Antoine van provocando que las cosas vayan a peor hasta el punto de acabar en un correccional, abandonado a la mano de Dios, hasta un final que se permite el lirismo que había estado sorteando durante el resto del film, con excepción de algún pasaje puntual (esas lágrimas de Antoine mientras el coche de la policía le transporta al correccional). Formalmente, la película es elegante y sin alharacas, extremadamente sobria; en ese sentido, se aleja considerablemente de sus coetáneas de la “Nueva ola”. Un bien aprovechado formato panorámico, una cámara precisa y serena, y una hermosa fotografía en blanco y negro que permite a Truffaut mostrarnos, durante los vagabundeos de Antoine y René, toda la belleza de la Ciudad de la Luz, que es mucha... Como señalábamos al principio, el tono del filme es voluntariamente desapasionado, distante. Truffaut, a pesar del indudable componente autobiográfico de la película, no denota interés en cargar las tintas melodramáticas sobre la angustia vital del crío, ni sobre los penares que arrastra durante la película, hasta tal punto que la escena en la que averiguamos por qué su madre le odia (y, lo más importante, descubrimos que él conoce esa causa), se nos presenta en un formato documental, a través de una entrevista que le realizan los responsables del correccional, con cortes entre respuesta y respuesta, y con un Léaud de gestualidad inquietantemente adulta. La misma interpretación del niño está absolutamente carente de mohines o muestras de sentimiento alguno: James Dean en el congelador. Sin embargo, la escena final, cargada de lírica simbología, en la que Antoine descubre, al final de su huída, un inmenso e inacabable mar en el que perderse y abrir nuevos horizontes, barniza de nostalgia y bucolía el extraordinario film, cerrado por un plano fijo de Antoine, entre expectante y desafiante, que deja abierto el relato a las futuras inquietudes del sr. Truffaut. “Los cuatrocientos golpes” es una película más fácil de entender que de asimilar, una propuesta a contracorriente de los dientes de sierra narrativos habituales del cine americano, y una referencia obligada en cualquier historia del cine que se precie. Así que, niños, chúpense “Los cuatrocientos golpes” en el canal de cable correspondiente y, luego sí, llámense a sí mismos cinéfilos.

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LOS VERANOS DEL SUR



Ya hacía algún tiempo que no hablaba de una película de las que me gustan porque sí, aunque no aparezcan en las listas de las mejores de la historia, y que no me cansaré de ver una y otra vez; con esto no estoy diciendo que sea una mala película, todo lo contrario, ya que como veréis tiene alicientes de sobra.
El largo y cálido verano fue una de las primeras películas dirigidas por Martin Ritt, un director que nunca se ha considerado de los grandes, pero solidísimo y con una trayectoria de lo mas coherente, algo muy poco habitual en Hollywood, y menos de alguien que nunca ha ocultado sus tendencias izquierdistas.
Basada en unos relatos cortos de William Faulkner, nos traslada al Sur soñado y añorado por los americanos: el de los caciques todopoderosos que viven en enormes mansiones, el de las sensuales damiselas y el del calor insoportable que hace que hagamos locuras, porque ya lo dijo Rafaella Carrá, “hay que venir al Sur”. Es como una historia de Tenesse Williams, solo que sin pluma.
A una de esas poblaciones pequeñas de la América Profunda, donde todo el mundo se conoce, llega Ben Quick (Paul Newman), un joven semental que tiene fama de incendiario, lo que provoca el automático rechazo de la gente, ya que la principal fuente de ingresos del lugar es la agricultura. Eso hace que el patriarca del lugar, Will Varner (Orson Welles, muy a gusto en su majestuoso papel), le tenga vigilado desde el primer momento, aunque le gusta el descaro de Ben.
Ahora hemos de detenernos un poco para explicar el entorno de Varner: él es un viejo zorro, acostumbrado a salirse siempre con la suya y que es el primero el hablar de moralidad, cuando todo el mundo sabe que tiene una amante (Angela Lansbury)
Su hijo, Jody (Tony Franciosa) está acomplejado por la arrolladora personalidad de su padre, aunque piensa que ha ganado puntos casándose con la chica mas popular del pueblo, Eula (Lee Remick).
Su hija, Clara (Joanne Woodward) sabe que no es espectacular como su cuñada, pero tiene una gran inteligencia y sentido de humor.
Ben , en lugar de babear como hacen todos con Eula (“No necesitan verla, Pueden olerla”.- dice Will sobre ella), se siente atraído desde el primer momento por Clara. Las escenas entre los dos están cargadas de tensión erótica, con frases del tipo “Muy bien, huye, escapa, y sigue corriendo. Cómprate un billete y desaparece. Cámbiate el nombre, tíñete el pelo, piérdete y entonces -sólo entonces- escaparás de mi”, o diálogos así:
“- Te pareces demasiado a mi padre para convenirme, y yo soy un experta sobre él.
- Es un viejo maravilloso
- Un lobo reconoce a otro
- Dómanos, tu podrías.
Fue la primera vez que trabajaron juntos Paul y Joanne y todos sabéis como acabaron, convirtiéndose en la pareja mas duradera y estable de Hollywood. Los dos están estupendos y consiguen que dos robaescenas consumados como Welles y Lansbury no les quiten el protagonismo. Nada, que me voy al Sur.
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PRÓXIMA ESTACIÓN: ESPERANZA



Opera prima (Episodio I: El ataque de los trenes)

Desconvocada por mi parte la huelga de teclas caídas, después de llegar a un amistoso acuerdo con la dirección del blog (pasado mañana me quitan el collarín), reinicio mi actividad escribana con un díptico patillero (ampliable a trilogía) sin sentido de esos que tanto nos gustan en La Linterna, en este caso sobre debuts cinematográficos, comúnmente llamados “operas primas”, que suelen marcar el trazo y el estilo de sus autores y que, en más casos de los que nos gustaría, acaban siendo sus mejores obras. La primera en la que nos vamos a parar es bastante reciente, de 2003, y es nada más y nada menos que “The station agent”, aquí inoportunamente rebautizada como “Vías cruzadas” (título que nos hace pensar, en un primer instante, en un film de, pongamos por caso, Ralph Macchio), el primer y hasta ahora único largometraje del irrelevante actor Tom McCarthy, que sin embargo consiguió con esta película el reconocimiento crítico en el circuito festivalero (entre muchos otros, los Premios del Jurado de Sundance y San Sebastián) y el buen recuerdo de los pocos que la han visto. Una cinta con lo mejor de la tradición del cine independiente americano y sin algunos de sus peores tics (la verborrea discursiva, la modernez de usar y tirar). Y que habla de trenes, lo cual refuerza a este medio de transporte como el más cinematográfico de la historia, como ya hemos comentado otras veces...

¿Vías cruzadas? Más bien soledades yuxtapuestas. Las de los tres personajes, Fin, Joe y Olivia, que protagonizan la historia (porque los tres son igual de trascendentes, aunque el centro neurálgico sea el primero) de un enamorado de los trenes afectado de enanismo, Finbar McBride (Peter Dinklage), que hereda de su jefe en una tienda de maquetas, fallecido nada más dar comienzo la película, una estación de tren abandonada, más o menos, allá por el culo del mundo a mano derecha. Fin, hastiado de las miradas condescendientes, amabilidades falsarias, risitas subrepticias y cachondeíto más o menos disimulado, ve la oportunidad de aislarse convenientemente del mundo rodeado de lo único que le importa del mismo: el tren y su circunstancia. No cuenta Fin con que se va a tener que dar de bruces con Joe (Bobby Cannavale), un vendedor ambulante cubano y pesado hasta la extenuación, y con Olivia (Patricia Clarkson), una mujer tan generosa como torpona, y con la carga de un drama personal que remontar. Los tres inician una extraña relación de amistad, a caballo de la monotonía reinante alrededor de la estación de Newfoundland (New Jersey). “The station agent” es un film pequeño, de presupuesto, de rodaje (veinte días) y de narración, pero que sabe desarrollar con un cariño y un cuidado admirables a los tres personajes protagonistas, sus miserias y grandezas, y la humanidad que desprenden en todos y cada uno de los planos del film. Finbar, espléndidamente interpretado por Peter Dinklage, misántropo, hosco, ermitaño, adusto, sin fe ya en las personas, al que solamente su pasión (los trenes) le permite levantarse cada día. Joe, quizás en el que menos profundiza McCarthy, alegre, pleno de una “joie de vivre” que no puede compartir con nadie, el típico pelmazo del colegio empeñado en ser tu amigo y sentarse en el pupitre de al lado, al que no perturban tus continuos desdenes; es, sin embargo, el maquinista de la relación de amistad entre los tres, el que, a fuerza de insistencia y de cafés con leche, consigue el pequeño milagro de que apoyen sus cabezas el uno en el otro y el otro en el de más allá, a pesar de su falta de afinidad y las reticencias de Fin respecto a Olivia y de estos dos respecto al plasta de Joe. Finalmente, Olivia, una mujer de mediana edad, aún atractiva, que trata de simular que ha superado el doble trauma de la muerte de su hijo y la separación de su marido a golpe de soledad y pintura; Patricia Clarkson, una actriz estupenda por la que aquí su seguro servidor siente una especial debilidad, y que últimamente ha solidificado su carrera para bien de todos, da un recital interpretativo de envergadura, desprendiendo una ternura arrebatadora en su relación casi fraternal con Fin, muy alejada de cualquier estertor sexual (parece que los hombres y las mujeres sí pueden ser amigos, Harry). Una bibliotecaria recién embarazada (otra enferma de solitud) y una niña de color y muy entrada en kilos (dos características que la convierten en carne de cañón), completan el ínfimo reparto de esta pequeña maravilla rodada con enorme tacto, discreción y liviandad, que no monotonía, en el que Tom McCarthy consigue que las frustrantes soledades de estos marginados desprendan halos de esperanza al encontrarse y complementarse, a pesar de la evidente falta de puntos de contacto. O quizás precisamente por ello, se complementan, se entienden y se buscan, movidos por la falta de cariño que ha presidido sus vidas. Un sentimiento tan humano como la vida misma, y por cuyas vías todos hemos transitado alguna vez. Todos queremos que nos quieran, por muy esquivos que nos mostremos; todos, en definitiva, somos un poco Joe. Un poco Olivia. Un poco Finbar McBride.
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ANOCHE SOÑÉ QUE VOLVÍA A MARTE





No sólo de cine de arte y ensayo en V.O. vive el cinéfilo, a veces va bien ver alguna película palomitera, de acción trepidante, que no haga pensar, que las neuronas agradecen un descanso. La época dorada de los action men fue la de los 80-90, y estuvo centrada en tres nombres: Stallone, Schwarzenegger y Willis (o lo que es lo mismo, Planet Hollywood). De éste trio, el austríaco de músculos imposibles, aficionado a las camisas hawaianas y a los puros, es quien destacó más por la espectacularidad de sus películas, y de todas ellas la mejor sin duda, en mi opinión, es Desafio total.
Estamos en un futuro impreciso aunque no muy lejano, donde la gente va de vacaciones a otros planetas como quien va ahora a Benidorm; el sueño de Doug Quaid (Schwarzenegger) es ir a Marte, a pesar de que las noticias dicen que allí la situación es agitada y no batida; como su esposa (Sharon Stone, antes de cruzar las piernas) no quiere ir ya que no le gusta el cielo rojo, finalmente encuentra una solución intermedia: una empresa vende la posibilidad de implantar los recuerdos que uno quiera, de modo que va allí para que le implanten una estancia en Marte.... pero las cosas se complican ¿o tal vez todo forma parte del sueño que está viviendo Doug? Porque uno de los alicientes de la película es que no deja claro del todo si se trata de la realidad o del sueño implantado por Memory Call, ya que todo coincide con las peticiones de Doug: ser un agente secreto, tener un romance con la chica de sus sueños (y nunca mejor dicho) y salvar al planeta, como buen héroe de rigor.
Basada en un relato de Philip K Dick, We can remember you it for the wholesale, Paul Verhoeven encontró una ocasión más para dar rienda a su peculiar sentido de humor, políticamente incorrecto, gamberro y directo, como un buen puñetazo de Chuache: cadáveres que son usados como escudos, robots taxistas, peleas de mujeres, mutantes...todo ello aderezado con unos efectos especiales totalmente deslumbrantes, que sin embargo sirven perfectamente a la historia, no como en la mayoría de los casos en que ocurre al revés. Por no hablar del detalle extra para los catalanes del enorme parecido del lider de la resistencia de los mutantes con cierta persona molt honorable.
Como detalle personal, uno de los villanos es Michael Ironside, el duro-durísimo de V, así da gusto (una debilidad es una debilidad).
Claro que tratándose de una película de Arnie, no pueden faltar peleas, tiros, persecuciones, o muestras de su refinado sentido de humor (“considéralo un divorcio”), aunque también se ha de reconocer que nunca le habían dado tantas patadas en los genitales como en esta cinta, y eso debe doler hasta a los action men como él.
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KEVIN "EMPANADILLA DE MÓSTOLES" SPACEY




Hace unos días la web amiga "Blog de cine" colgó un divertido video que aquí reproducimos hoy para deleite del personal (y descanso mío, que así tengo que escribir poco) (estoy en huelga de teclas caídas) (viva la revolución). Kevin Spacey, un extraordinario actor que siempre ha deslizado un airecillo sarcástico y socarrón, se plega a las solicitudes del presentador del programa yanqui "Inside the Actor's Studio", el inclasificable y hierático James Lipton, para imitar con ingenio y cinefilia a gente como James Stewart, Clint Eastwood, Marlon Brando, John Gielgud, Christopher Walken, Al Pacino, su mentor Jack Lemmon o... ¡Katharine Hepburn! Incluso aunque en vuestra infancia pasarais olímpicamente del "Follow me" (hello, Rick), se puede reconocer a dichos monstruos cinematográficos en los amables homenajes del cachondón Spacey. Aunque si sois de los que ven las películas en V.O., lo disfrutareis mucho más. ¿Cuál es vuestra imitación preferida?

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EL CHICO OSTRA




El pequeño Timmy no era un niño como los demás. Amaba a los monstruos, prefería vestir de negro y tenía una imaginación desbordante. Le encantaba dibujar, escribir o ver antiguas películas de terror... lo que llamamos un friki.
Su calidad como dibujante hizo posible que entrara a trabajar en los estudios de la Disney, pero él no estaba demasiado a gusto allí, su forma de ver las cosas era demasiado “oscura” para la casa del tio Walt; aún así, le permitió hace dos cortos en los que se podía apreciar su peculiar estilo: Frankenweenie, una parodia sobre Frankenstein, y Vincent, inspirado en los poemas de Poe y en uno de sus ídolos: Vincent Price, que se encargó de poner la voz.
Dió el salto a los largos con La gran aventura de Pee Wee y Beetlejuice, en las que el principal aliciente era su estética, aunque se notaba que aún le faltaba rodaje.
Su siguiente película, Batman, fue un enorme taquillazo, que contentó a los seguidores del comic, tanto que le pusieron en bandeja rodar la continuación, Batman returns, que puso en evidencia algo que ya se apreciaba en la anterior: le interesaba mas esa Gotham oscura, barroca, con sus villanos, tipo Pinguino, Joker o Catwoman, que el caballero murciélago en sí.
Eduardo manostijeras fue otro gran éxito, tanto de crítica como de público, una peculiar versión de el mito de Frankenstein, que le permitió trabajar con su gran ídolo Vincent Price en su última interpretación, sirvió para que la gente empezara a hablar de la “poesía” de Burton, y significó el primer trabajo de un trío de ases que ha resultado totalmente invencible: Burton, el actor Johnny Depp y el músico Danny Elfman. Johnny era un jovencito casi recién salido de una serie de televisión que le había convertido en un ídolo de quinceañeras, pero en Tim encontró una especie de alma gemela que le permitió hacer toda una serie de personajes excéntricos en los que se sentía muy a gusto, pudiendo ser, aparte de Eduardo manostijeras, un pésimo director de cine al que le gusta travestirse en Ed Wood (toda una declaración de amor de Burton a la serie Z), un extraño investigador en Sleepy Hollow (el homenaje más claro de Burton a la casa Disney) o un genial chocolatero en Willy Wonka y la fábrica de chocolate, estando a la espera de ver su barbero asesino de Sweeney Todd.
A Timmy también le gusta desmadrarse de vez en cuando y hacer el gamberro; aprovechó la oportunidad en Mars attaks!, divertidísima y llena de mala idea, pero sin duda la mejor invasión alienígena que ha habido, y también quiso hacer toda una superproducción con el remake de El planeta de los simios, que aunque tenía buenas ideas, sobre todo en el planteamiento de la forma de vida de los simios, contaba con un final flojo, cuando en la original el final era básico.
La muerte de su padre le afectó mucho (las relaciones padres/hijos nunca han sido demasiado buenas en sus películas), y eso hizo que rodara Big fish, la que se puede considerar una de sus filmes mas personales, sensibles y emotivos.
Su inquietud artística ha hecho que no deje de dibujar o escribir, uno de sus cuentos mas conocidos, La pesadilla de antes de Navidad (su propia versión de un clásico americano de la literatura infantil, El Grinch y como robó la Navidad), se convirtió en una película que supuso todo un avance en el cine de animación, revolucionando el sistema de stop-motion, aunque no estuviera dirigida por Burton, era 100% Burton por su espíritu. Años mas tarde volvió a retomar el sistema con La novia cadáver, basada en una antigua leyenda rusa, con resultados igual de fascinantes.Como escritor, ha publicado además La melancólica muerte del chico ostra. Aquí teneis una pequeña muestra:
Cabeza de melón
Había un niño taciturno,
de hombre y melón un injerto.
tenía el ánimo nocturno
por desear tanto estar muerto.
Pero hay que tener cuidado
con lo que se desea.
Pues él acabó en jalea
tras un pisotón bien dado.
No cambies, Tim, el mundo está llenos de chicos ostras como tú.
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NO VUELVAS A PISARME LAS JORDAN






La aparición de Shelton Jackson Lee, alias “Spike”, a finales de los ochenta, en la escenografía cinematográfica resultó, no sólo un soplo de aire fresco que dio aire al fenómeno del cine independiente americano, sino un contundente puñetazo en la boca del estómago de ciertas conciencias. Un director de cine negro, combativo y al cual no le temblaban las piernas a la hora de reflejar sus inquietudes políticas y sociales en sus obras. Alguien que hablaba de racismo vocalizando detenidamente cada sílaba, y que a la vez mostraba dotes de auteur en su manera de dirigir, hasta tal punto que, hoy en día, una película de Spike Lee es absolutamente reconocible sin necesidad de un sólo título de crédito. Desde su primer incipiente éxito, “Nola darling” (gracias al cual fundó su propia productora, “40 acres & a mule”), hasta el último, “Plan oculto”, el cine de Lee apenas se ha salido de una línea aguerrida aunque reflexiva en su discurso, e inequívocamente manierista y sofisticada en lo formal. Fue figura clave del independiente en los primeros 90 (“Mo’ better blues”, “Jungle fever”), hasta que le entró un ataque de elefantiasis con la macrobiografía “Malcolm X”, después de la cual se sumió en el semiolvido del público (lo cual no le impedía salir prácticamente a película por año) y, poco a poco, fue aparcando en su obra la dinamo del racismo (sin abandonarla, por descontado: véase “Bamboozled”) para abrirse a otras posibilidades, incluyendo el cine de género y, oh-cielos, las películas de encargo. “Plan oculto”, su primer film no guionizado por él (y se nota; apenas hay nada del Spike Lee original), ha resultado ser su primer éxito de taquilla en bastante tiempo, hasta tal punto que se habla de una posible secuela. Spike Lee haciendo secuelas... esto se hunde...

La película que despertó conciencias y agitó butacas de críticos de cine adormilados fue, sin ningún género de dudas, “Haz lo que debas”. Filme aparente y de trazo grueso, todo un batazo de béisbol en las costillas, este relato de un caluroso día en el barrio neoyorquino de Brooklyn convirtió a Lee en un símbolo de la combatividad racial, siendo acusado incluso de provocar disturbios en algunos cines. Aunque una lectura atenta y pausada de la película nos presenta un discurso menos radical de lo que pueda parecer, Spike Lee jamás se quitó de encima la etiqueta Black-power (y él encantado de llevarla). Desde un punto de vista meramente artístico, el film es una sobredosis de Red Bull, energético hasta la extenuación, comenzando por esos títulos de crédito con Rosie Perez bailando agresivamente el “Fight the power” del grupo activista Public Enemy, toda una declaración de principios. A partir de aquí, Lee nos muestra un proceso de cocción basado en dos ingredientes fundamentales: la intolerancia y el racismo. Una primera media hora más bien relajada, bañada en un costumbrismo distorsionado por el humor y la presentación de personajes y conflictos más o menos soterrados, nos permite enfocar la atención en el talento delineante de Spike, que se sirve de algunos recursos formales para dibujar el caldo de cultivo de la explosión de odio y violencia a la que está condenado el barrio. Es el día más caluroso del año, y Lee consigue que hasta el espectador sude, vigorizando cierta sensación de malestar a la que ayuda el colorismo graffitero del que hace uso el director neoyorquino, saturando la pantalla de rojos y derivados, que acentúan la incomodidad y el nerviosismo. El barrio está en ebullición, hay cabreo generalizado, todo el mundo se habla a gritos, y este maldito calor no ayuda en nada. El Alcalde, un borrachuzo que forma parte del mobiliario del barrio; Mister Señor Love Daddy, la voz de la radio local (un primerizo Samuel L. Jackson); Hermana Madre, la señora del quicio de la ventana; Ahmad, el retrasado deambulante; Radio Raheem, el típico negro con el “loro” a cuestas tan característico de la época; el tendero coreano de turno... Todos ellos decoran la barriada y completan el fondo del cuadro de Lee. Pero es la pizzería de Sal (magnífico Danny Aiello), un italoamericano cascarrabias con dos hijos (John Turturro y Richard Edson) de posturas muy distintas en lo que se refiere a su relación con la mayoría negra del suburbio, la que va a ser el centro neurálgico del conflicto. Buggin' out (Giancarlo Esposito), un personaje que viene a ser el resumen de la crítica de Lee a su propia raza (su sumisión a determinados clichés, cierto machismo, su estado permanente a la defensiva) inicia una cruzada contra la pizzería por no tener fotos de “hermanos” en su interior. Una nimiedad que, distorsionada por la radiactividad del entorno, hace que el día acabe con una violenta revuelta que resultó ser premonitoria, a pequeña escala, de los disturbios de Los Angeles, tres años después, por “lo” de Rodney King. El personaje que interpreta el propio Lee, Mookie, representa, con toda probabilidad, el punto de vista más cercano al del director en aquel momento, bañado en un pragmatismo alimentado por el instinto de supervivencia. El filme finaliza con dos reflexiones encontradas de Martin Luther King y Malcolm X, uno rechazando contundentemente la violencia, y el otro justificándola si se ejerce en defensa propia (o sea, justificándola), que exponen a la perfección un discurso “spikeliano” menos fundamentalista de lo que algunos, incluido él mismo, quisieron dar a entender. Si en algo es radical Spike Lee, es, sin duda, en su amor a los New York Knicks.
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CUESTION DE HUEVOS



Malpensados, que sois unos malpensados; me refiero a huevos de gallina, o sea, lo que se suele freír para acompañar a patatas fritas, para darle un poco de vidilla al colesterol. Estamos en los años 60, en plena efervescencia de los rebeldes con o sin causa, porque el mundo los hizo así, y aquí tenemos a una buena representación: Cool hand Luke, capaz de enfrentarse a Dios sin motivo alguno, o de comer 50 huevos duros, by the face. En una de las mejores películas carcelarias que ha habido, Stuart Rosenberg supo aprovechar la capacidad de Paul Newman de hinchar su barriga a voluntad, y aunque Newman consiguió una de sus mejores interpretaciones, con escenas tan memorables como ésta o cuando canta a su Jesús de plástico, fue George Kennedy quien se llevó la estatuilla como mejor actor secundario por La leyenda del indomable. Como aliciente extra, tiene a Harry Dean Stanton cantando, estupendamente, por cierto. Todo un poema la sonrisa de “ojitos azules” Paul después de su hazaña gastronómica, y es que no es para menos.
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CREO VS. MUERTE


Hay una extraña tendencia al apocalipsis a la hora de referirse a Darren Aronofski y a su último y abigarrado filme, “The fountain”, por parte del mundillo cinefilio, tanto por parte de la crítica “sesuda” como de la blogosfera, a tenor de lo que he estado investigando por esas güebs de Dios, con la venia de Ono. Leo con asombro de cínico profesional cómo algunos, incluso, hablan de una posible liquidación de la carrera de Aronofski debido a esta ambiciosa película y a su fracaso en taquilla. Paparruchas. Siempre habrá un “Réquiem por un sueño” por cuatro chavos esperando a la vuelta de la esquina; y, de todas maneras, no parece, después de contemplar “The fountain”, que el amigo Darren tuviese demasiado interés en llegar al gran público. Otra cosa era el primer proyecto, con más del doble de presupuesto y con Brad Pitt y Cate Blanchett en los roles principales; nunca sabremos qué hubiera hecho el señor Aronofski con tanta pasta (yo sí: correr como un condenado hasta la frontera más próxima)... Pero sí sabemos lo que ha hecho con la que le han dado: una película con ínfulas, que pretende (y a ratos lo consigue) ser fastuosa, y que rebusca en los entresijos de la esencia de “2001 para soltarnos un apresurado y algo confuso discurso sobre la muerte, el amor y la reencarnación, que a veces, y en particular al final, no parece sino una ametralladora de ideas disparando al aire sin objetivo. Bebamos, pues, de la fuente.

“The fountain” no es, ni mucho menos, una mala película. Al contrario. Es de agradecer la valentía de tito Darren a la hora de encara este complejo relato a ¿dos? ¿tres? bandas, en el que uno podría perderse muy fácilmente; además, Aronofski confirma que no es un autor de un solo trazo, volviendo a cambiar de registro por completo respecto a sus dos anteriores filmes, “Pi” y “Réquiem por un sueño” (de la que ya os hablamos aquí). La sinopsis oficial nos cuenta que “The fountain” nos cuenta cómo un hombre, en tres épocas (siglos XVI, XXI y XXVI) distintas, se arroja a la búsqueda de una cura para, nada más y nada menos, que la muerte: toma proyecto de fin de carrera... Aunque el largometraje comienza con una escena maya deudora de, pongamos por caso, Werner Herzog, enseguida comprobamos que el núcleo central de la historia se encuentra en nuestro presente. El dr. Tommy Creo (Hugh Jackman), enfrascado en unos experimentos con primates que buscan la cura del cáncer que afecta a su mujer Izzi (Rachel Weisz), se angustia ante la aparente falta de resultados, mientras su esposa se sumerge en la paz interior del que acepta su destino, a la vez que escribe un libro (en el que relata la historia, situada en el s. XVI, de un conquistador español que a las órdenes de la Reina Isabel se embarca en la búsqueda del mito maya del Árbol de la Vida) (sí, he dicho Reina Isabel) voluntariamente inconcluso. Mientras, se nos va rociando con las imágenes de un Tommy calvorota y con dejes zen que viaja en el interior de una burbuja junto a un árbol que parece tener la clave de todo. Se hace complicado resumir la trama de esta película, irregular, ambiciosa, brillante a ratos, cuyo mayor desatino es tratar de jugar a Dios con cuatro trazos. Aronofski arroja ideas obtenidas de diferentes filosofías, pensamientos y religiones como si fuese un fusil repetidor, hasta llegar a un final grandilocuente y pomposo que, en ocasiones, sobrepasa la línea del ridículo (véase la escena del conquistador Tomás y el efecto que le produce la ingestión de la savia del árbol de la vida, una excelente metáfora alrededor de la cadena biológica mal traducida a una escena que bordea lo risible; o ese viajero espacial Tom, heredero volador de Neo y emperrado en sentarse “a la budista”). Nos queda un núcleo central (la historia de Tom e Izzi) muy bien rodado, en una atmósfera intimista y apagada, con un Jackman en el mejor trabajo (todo un festival de matices y registros) de su cada vez más sólida carrera, y una Rachel Weisz adorable, y adecuadamente envuelta en tonos blanquecinos, reflejando ambos la dualidad de sus opuestas posturas ante la muerte: la negación angustiada y enrabietada de él, la aceptación pacífica y casi omnisciente de ella. Todo esto aderezado por la perenne presencia de la extraordinaria partitura de Clint Mansell, en perfecta simbiosis con la maravillosa cuerda del “Kronos Quartet”, que consigue alcanzar la épica que, por momentos, le falta a la película; en este sentido, me atrevería a sugerir (maldita sea mi desvergonzada ignorancia) que quizás un formato panorámico le habría sentado mejor a este filme ansioso de grandieur, que rebusca impúdicamente entre conceptos ancestrales y la interacción naturaleza-hombre para buscar una respuesta a las preguntas que ha movido filosofías y religiones a través de los siglos de los siglos (y más aún): ¿qué hay después de la muerte? ¿Podemos ser inmortales?

Como de costumbre, es Woody Allen quien tiene las mejores respuestas: “No creo en una vida más allá, pero, por si acaso, me he cambiado de ropa interior”. Piensa en ello, Darren.

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¿GUSTAREMOS?



Se abre la sección de recogida de firmas para pedir que se estrene en España la última versión de Kenneth Branagh de una obra de Shakespeare, Como gustéis. La película tiene muy buena pinta, mezcla la época victoriana con el Japón de los samurais, una mezcla que puede ser explosiva; esperemos que sirva para confirmar el magnífico momento que está atravesando Bryce Dallas Howard en uno de los papeles femeninos mas golosos de Shakespeare, además cuenta con Kevin Kline, Alfred Molina, Romola Garai y parece transmitir la alegría de Mucho ruido y pocas nueces, así que.... que la estrenen YA!
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CUANDO ALVY ENCONTRÓ A ANNIE




Ayer volví a ver a Annie. Ya saben, Annie Hall, de Winsconsin. Sigue tan guapa como siempre, vistiendo ropa de su abuela, diciendo “chachi” y sonriendo como sólo ella ha sabido hacerlo... bueno, ella y Diane Keaton.
¿Porqué rompimos? Sé que no voy a encontrar otra mujer como ella, aunque la verdad es que nuestro primer encuentro no fue demasiado bueno. Dos matrimonios rotos hacen que le tenga un poquito de rechazo a vivir en pareja, lo que ha hecho que suba considerablemente el recibo del agua por las duchas frías.
Además, la familia de Annie es encantadora, la típica familia americana de aspecto perfecto y saludable (aunque su hermano Duane tiene una cara de loco como la de Christopher Walken), mientras que la mía es ruidosa y vulgar... me callo lo de judía porque sé que la abuela de Annie me mirará mal.
¿Quién la animó a cantar sino yo? ¿Se pueden creer que gracias a mí empezó a ir al psicoanalista? Y para el colmo ya en la primera sesión llegó a descubrir la “envidia del pene”, recordó cuando encontró a sus padres haciendo el amor y se puso a llorar, ¡todo eso la primera vez, cuando a mi me costó quince años conseguirlo!
A Annie no le gusta Nueva York, dice que es una ciudad moribunda, como Muerte en Venecia (ese libro se lo compré yo) y ahora prefiere vivir en Los Angeles, donde no hay basura en las calles porque la convierten en programas de televisión, al lado de un cantante que se parece a Paul Simon y aún es mas bajito que yo. ¡Pues claro que Nueva York se está muriendo, por eso me gusta! La muerte es uno de mis temas favoritos, junto con el sexo. No se vayan a creer que soy necrófilo, de hecho es uno de los pocos –filo que no soy.
También la enseñé a ver el cine, la llevé a ver el documental La pena y la piedad tan sólo ocho veces y alguna película de Woody Allen, ya que me gusta ver si ha cambiado la pesentación de sus títulos de crédito; ¿se imaginan qué me dijo? “Alvy, ¿porqué piensas siempre en ti mismo?”. Eso no es verdad, les aseguro que cuando duermo pienso en Scarlett Johansson. Sin embargo, ahora arrastra a su novio a ver ese documental al que llamó ¿cual fue la palabra? ¡ah, si, "muermo"!
Espero que me siga llamando, aunque sólo sea para matar arañas, por muy grandes que sean, y aunque dije que no querría pertenecer a ningún club que me aceptara como socio, la verdad es que fue un placer pertenecer a su club, señorita Hall.
 
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