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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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MISIÓN INSUFRIBLE


Con la perspicacia que me caracteriza, he podido apercibirme que en los últimos días ha habido cierta concentración de protagonismo en la figura de Tom Holmes durante mis posts y comentarios subsiguientes. Siendo Tommy el sonrisas una de mis fobias cinéfilas personales, y en perfecta armonía con mi necesidad de provocar sibilinamente, declaro noviembre como mes oficial de tito Tom a posteriori, y lo remato con una nueva entrega de la sección “Ed Wood”, ese saco de boxeo virtual en el que puedo descargar mis frustraciones y mi adrenalina mal curada. Hablaremos de “Misión Imposible 2” (sí, otra secuela), ese engendro fílmico en el que el único mensaje que se nos transmite es “I love Tom porque Tom=Dios”. Una hagiografía descomunal al servicio de la medio melena de tito Cruise que confirmó el anquilosamiento del otrora gurú de la acción oriental John Woo, quien, una vez aterrizado en la tierra de los sueños, decidió que iba a repetir hasta la náusea los mismos recursos estilísticos una y otra vez. La comparación con la eficaz y solvente “Misión imposible” de Brian De Palma produce dermatitis, gonorrea y malestar general. Sólo se salva la escena del hipódromo, bien desarrollada y resuelta, y la belleza de Thandie Newton (de ahí que cuando su personaje se pone más interesante, la desplacen a patadas de la narración: Tom es el amo, ¿o no te habías enterado, gatita?). Por lo demás... Dentro video.

- La escena de inicio de la escalada. Muy maja y efectista, pero, la canción que la acompaña... ¿“Iko-Iko”? ¿Era yo el único que pensaba que en la cima de la montaña le esperaría Dustin Hoffman contando cerillas?
- Lo hemos dicho muchas veces: cuanto mejor el villano, mejor la película. Cagadalahemos. Dougray Scott (el careto que pone cuando la Newton se está cambiando de ropa es para encarcelarlo) y sus secuaces se adhieren, merecidamente, al mausoleo de malos-moñaza que, hoy en día, encabeza el Timothy Olyphant de “La Jungla 4.0”. Lo único destacable que aporta es la tirria que expresa hacia la sonrisita displicente de tito Tom. En eso estamos contigo, Doug.
- Sevilla tiene un coló especial. Sobre todo si lo pinta John Woo. Como todos sabemos, la capital andaluza se distingue por sus falleras, la quema de ángeles, sus pañuelos de San Fermín, sus bailaores de samba y sus cochazos de último modelo con matrícula de Madrid de hace 10 años (lo juro). Seguro que todo lo sacó del Centro de Documentación “George W. Bush”.
- El coito automovilístico. No lo digo yo, lo dijo el propio Woo. Esta verosímil escena pretendía simular un fogoso apareamiento entre los protagonistas. Hubiera sido más resultón si los coches se hubiesen convertido en Transformers y hubieran realizado la postura del perrito. ¿Para cuándo una actualización del Kamasutra que incluya esta variante?
- “M:I:2” es una película profundamente feminista. Ejemplo 1: - “¿Mentir a un hombre y acostarse con él? Es una mujer, tiene el entrenamiento necesario” (Anthony Hopkins, que pasaba por allí). Ejemplo 2: - “Las mujeres son como los monos: no sueltan una rama hasta que tienen agarrada la siguiente” (Dougray Scott, haciendo voto de castidad). Seguro que Cristina Almeida lloró de la emoción.
- La fotocopia y abuso de recursos del guión de la primera parte resulta grotesca. Otra entrada imposible en edificio hipervigilado, el “mortadelismo” de Ethan Hunt multiplicado por siete (resulta cansino ver cada dos por tres a un tipo quitándose la máscara)... Robert Towne debió pergeñar esta bosta en una noche de coma etílico.
- Los diálogos, en general, son variopintos, elaborados y enriquecedores, pero la palma se la lleva este: -“Tú estás muerto.” -“Muerto, desde luego. Pero la muerte es algo extremo”. Efectivamente, la muerte es algo extremo. Como el snowboard.
- La relación entre Ethan y Nya (la Newton) está dibujada al más sutil estilo Leo McCarey. Se conocen, en cinco minutos deciden que están hechos el uno para el otro y discuten como si fuesen un matrimonio. Pero cuando Nya se inyecta el virus letal, ¿qué es lo primero que hace Ethan? ¿Gritar de dolor por su posible pérdida, acudir a su regazo, jurarle amor eterno? No. Ethan es un HOMBRE: mira el reloj y ENCIENDE UN CRONÓMETRO. “Mi chica se está muriendo. ¿La hora de mi Viceroy (no soy lo que tengo) coincidirá con la del Teletexto de Antena 3?” Luego, además, después de cargarse a diecisiete tíos y dar saltos-cirquedusoleil de veintitrés metros, dice que no puede sacar a la chica del edificio (¿y por qué no puede? Pues porque no. Lo dice Tom y punto pelota) y que, en todo caso, “ya volveré a por ti”. Uséase, que se va a por tabaco.
-Las PUTAS PALOMAS. John Woo sufre de colombofilia aguda. En cada película suya han de salir unas bonitas palomas volando alrededor del héroe, y si puede ser entre llamas mucho mejor. Cómo se nota que a él no se le cagan en la ventana.
- Después de una persecución que finaliza con un duelo motociclístico (la escena siempre soñada por los Johnnys de turno que quieren impresionar a la Yeny con su Scooter tuneada) lamentable, Ethan Hunt y Sean Ambrose acaban, como es costumbre en este tipo de películas, a tollinas (es curioso: por muy tecnofílico que sea el film, por sofisticadas que sean las armas, siempre acaban a leches). La pelea es penosa, mal coreografiada, y Tom bordea el patetismo al intentar parecerse a Jackie Chan, gritos incluidos, y pasándose las leyes de la gravedad por el flequillo. Y cuando parece que ha finalizado la reyerta...
- ... Ethan se confía y permite que Ambrose le encañone por detrás, sin aparente capacidad de reacción. ¿Cuál es el mejor recurso posible si soy Tom Cruise? Sencillo: aprieto X + L1 + botón analógico derecho, y hago una virguería tipo FIFA2008 (de la Playstation 3 que me acaba de regalar mi Katie) para que la pistola que estaba enterrada en la arena acabe en mi mano en 3,6 microsegundos, y así acribillar a mi rival en un sencillo plongeon.

Alice la Directrice volverá a tocarme la cresta por lo kilométrico del post, pero valía la pena cerrar el mes con esta patada a la entrepierna del cinéfilo menos exigente. “M:I:2” recaudó chorrocientos millones, pero ofreció la peor versión de lo que significa ser Tom Cruise. Eso sí, el último tercio del film sigue provocándome irrefrenables carcajadas. Así que, con cariño y sin acritud: gracias, tito Tom.
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LA KATANA DE KITANO




¿Samurais y musical? ¿Y porqué no?
Con Zatoichi, Takeshi Kitano consiguió su mayor éxito comercial; considerado todo un ídolo en Japón y un director de culto en el resto del mundo, no había tenido ningún taquillazo. Con ella consiguió que funcionara tan bien tanto a nivel de recaudación como de crítica, pero sin embargo todas las constantes de sus películas están ahí: los juegos, la violencia extrema que se combina con momentos de calma, un sentido de humor muy peculiar que no le ha abandonado desde sus tiempo de cómico cuando formaba parte de The two Beats, y un buen uso de la música; probablemente el mejor que ha hecho desde Violent cop (y con diferencia)
El personaje de Zatoichi es todo un símbolo en Japón, del que se han hecho infinidad de películas, series de televisión, dibujos... hasta ha servido de inspiración a una película americana, Furia ciega , con un Rutger Hauer que muy difícilmente podría haber visto naves ardiendo mas allá de Orión.
Kitano quería hacer algo diferente,empezando por el pelo rubio platino de su personaje, y el principio ya nos lo indica, con esos campesinos arando a ritmo de stomp, o mas adelante en otra escena homenajeando a Cantando bajo la lluvia a la manera nipona.
Tenemos dos historias que se mezclan: la de el viejo masajista ciego (“hola, ¿ masaje?” como dirían en la playa), que llega a un poblado en el que domina la corrupción, y dos hermanos/as que quieren vengar la muerte de sus padres. No tardan en descubrir que sus objetivos son parecidos.
Las escenas de lucha son impresionantes, con sangre saliendo disparada a litros, casi formando dibujos en el aire, como era la intención del director.
El propio Kitano desmintió que hubiera querido homenajear a Kurosawa, ya que "si hubiera sido así lo habría hecho mejor” –según sus palabras-, pero es inevitable acordarse del gran maestro japonés a la que se ven escenas como la de la pelea bajo la lluvia.
Beat Kitano (ahora podemos llamarle así, ya que nos referimos a él como actor) está muy bien como el samurai ciego, el único defecto que le encuentro es que le sobran algunas risitas, pero se le perdona por escenas como la del primer encuentro cara a cara con el que será su principal rival.
Y para acabar, la guinda del pastel, el inevitable enfrentamiento de Zatoichi con el jefe de los bandidos, alternado con el comienzo del festival, que concluye con una deslumbrante sesión de claqué de una marcha increíble (debía de haberme acordado que Beat significa ritmo),que concluye con una enigmática frase de Zatoichi.
O sea. No vayáis a verla esperando un Tigre y Dragón o Hero, porque no tiene nada que ver, pero es totalmente disfrutable y muy divertida.
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LA CEGUERA DE LOS LEONES, EL SILENCIO DE LOS CORDEROS



Parece que se ha puesto de moda entre la progresía cinematográfica americana (cómoda mayoría) atreverse con George W. Bush y su política invasivo-preventiva en Irak. Han llegado a nuestras pantallas en un breve lapso de tiempo el “Redacted” del viejo cabroncete De Palma, y el “Leones por corderos” del viejo... del viejo Redford. Aún no he podido visionar la primera (que promete un impactante efectismo gratuito “a-la-De Palma”), pero sí la segunda. Visto el largometraje y leídas las crónicas, uno se pregunta hasta qué punto el espectador es capaz de distinguir la postura política del filme de su calidad artística. Bien pareciera que en algunas de las opiniones vertidas se imponga el significado sobre el significante, y viceversa. Me voy a vestir las mallas de funambulista (que me sientan de pena, por cierto) (ojo-michelines) y voy a tratar de analizar ambas vertientes por separado. Por supuesto, conociendo mi sentido del equilibrio, me voy a desmorrar en el primer paso; pero es lo que tengo, que soy un inconsciente. Alehop.

Podríamos profundizar en el compromiso político de Robert Redford, manifiestamente demostrado durante su ya larga existencia, pero ni hay espacio, ni necesidad de cara a entender “Leones por corderos”, ni ganas de aburrir. Así que tírate a la melée, marcbranches. La intención de tito Redford es diáfana: soltar un discurso de índole panfletario y dirigido, particularmente, hacia el americano medio (y a los demás, que nos bomben). Tres son los objetivos del profe: el gobierno (republicano, claro), los medios de comunicación (las grandes corporaciones), y las nuevas generaciones (la gente joven). Los dos primeros se llevan su ración a través de la entrevista pactada que le realiza la madura periodista Janine Roth (tita Meryl) al senador republicano Jasper Irving (tito Tom), en la que el segundo se muestra como un líder militarista que esconde con sonrisa de liderazgo las ausencias morales de su discurso, el típico encantador de serpientes. Al otro lado del ring, una periodista más escéptica que crítica que en el tramo final despierta de su modorra ideológica. Las ideas que se trazan, no por bienintencionadas dejan de ser trilladas, y nada de lo que nos cuentan (los Yuesei como policía del mundo, el ventajista papel de los medios de comunicación, el camelo de la guerra preventiva) se desarrolla lo suficiente más allá del previsible maniqueísmo. Algo similar ocurre con la segunda gran conversación, la del profesor de Ciencias Políticas Stephen Malley (tito Robert) y el desencantado y campanero alumno Todd Hayes (Andrew Garfield), que apenas sobrepasa los clichés del estilo “losmayoresnoscomprometíamosmuchomásandevaaparar”; curiosamente, la reflexión más interesante del sr. Malley no es política, sino que atañe a sus motivaciones como educador, que no son enseñar a unos puñados de alumnos, sino encontrar un mirlo blanco al que empujar para no echar a perder un futuro premio Nobel, o un líder que cambie la historia. Una redefinición interesante desde un punto de vista pedagógico, que ha pasado desapercibida a todo el mundo. ¿Y la película qué tal, marcbranches?

“Leones por corderos” es una película correcta pero conservadoramente filmada, como suele ser habitual en la filmografía de Redford. Narrativamente está bien explicada, intercalando con soltura y sin riesgo de confusión las tres historias planteadas. Las dos conversaciones neurálgicas pecan de teatralidad y de discursividad, a pesar de la competencia de los actores dispuestos. Los cuatro están adecuados, aunque no comparto el entusiasmo de algunas crónicas al respecto del trabajo de Tom Cruise (lo siento, es una batalla perdida): su trabajo es esforzado y funcional, cumple, pero un Aaron Eckhart o un Chris Cooper lo hubieran hecho tan bien o mejor resacosos de orujo. Meryl Streep está bien, por supuesto, pero el ataque de conciencia que la agita al final resulta desproporcionado e inverosímil, aunque seguramente no es culpa suya. Robert Redford apenas necesita el piloto automático para perfilar su profesor-chachipiruli, y la sorpresa es el desconocido Andrew Garfield, que aguanta el tipo y convence.

He dejado para el final el vínculo afganistaní entre los dos megadiálogos, el único relato que avanza narrativamente, y que, sin embargo, es el eslabón más débil. Los dos universitarios que se alistan en el ejército, un hispano (Michael Peña) y un negro (Derek Luke) (vaya, un hispano y un negro...), y que sufren un grave contratiempo en una base celular militar americana en Afganistán. Seguramente es culpa mía y de mi limitado coeficiente intelectual, pero no consigo entender las razones por las que estos chicos se alistan, y menos todavía por qué el profesor Redford les admira de esa manera, de tal modo que le resta una fuerza considerable al discurso. Toda su vicisitud en el campo de batalla más bien parece un adosado artificial cuyo único fin es otorgar a la película un artificioso clímax (de sentido corte heroico-lacrimal) que su estructura dialéctica le denegaba. Aunque el verdadero final es ese zoom sobre el alumno, inquiridor, desafiante, interrogante, que, por supuesto, está dirigido a todos nosotros (nosotros=votante americano). Teniendo en cuenta que las elecciones estadounidenses son el año que viene, Redford podría haber insertado el famoso cartel con un señor de barba señalando al espectador y un “VOTE” bien grande debajo, y el mensaje sería el mismo: “Los leones están ciegos. Corderos del mundo (yanqui), balad.”

Sí, claro. Así seguro que nos pillan los leones, Robert, por muy cegatos que estén...
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PUES CASI QUE PREFIERO UNA FANTA


A la espera del estreno de Los crímenes de Oxford (que promete mucho), del que aquí podéis ver el trailer, no está de mas recordar un poco la carrera de Alex de la Iglesia.
Mirindas asesinas fue su primer corto y con el que empezó a ser conocido. Rodado con cuatro perras gordas, en blanco y negro, con decorado único, un uso de la iluminación que recuerda a El resplandor y un estupendo Alex Angulo que entonces era un completo desconocido y se convertiría en uno de los actores fetiche de De la Iglesia, haciendo de un asesino mas loco que el Torrance de Jack Nicholson y obsesionado por la precisión del lenguaje “¿Pero no me entiende? No me entiende. ¡Siempre la misma historia!”, acompañado por Saturnino García, con buenos diálogos (“Antes tomaba Kas. Fíjate. Y ahora la odio”), es una muestra de que lo principal a la hora de dirigir es tener talento. Arrasó con los premios e hizo que Almodóvar se fijara en él y le produjera su siguiente película. El resto es historia.
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EL ABUELO YA NO VIVE AQUÍ


¿Puede fallecer un trueno? Parece ser que sí. Ayer por la tarde murió Fernando Fernán-Gómez en un hospital de Madrid, víctima de una insuficiencia respiratoria, a los 86 años. El cine español ya echa de menos a uno de los caracteres más singulares y absorbentes de su historia. De profesión actor/director/escritor/fustigador/dramaturgo, fue un firme abanderado de la bohemia del cómico y, en general, de la libertad individual. Nació artísticamente en el teatro, con Jardiel Poncela, pero se enganchó al Nuevo Cine Español con Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga, y allí se forjó su propio mito. Aunque afamado en la comedia, de las que unas (“Esa pareja feliz”) eran mejores que otras (“El fenómeno”), su talento no admitía encasillamiento, y rápidamente se interesó por el proceso creativo artístico. “Manicomio” fue su primer largo, aunque fue “El extraño viaje” la que le encumbró como autor iconoclasta en búsqueda de genialidad. Como actor, ha aportado su imponente presencia y su voz atronadora a filmes como “El espíritu de la colmena”, “El anacoreta”, “Mamá cumple cien años”, “Moros y cristianos”, “Así en el cielo como en la tierra” (por fin un papel a su altura: Dios Padre), “Belle epoque”, “El abuelo” (ejemplo de cómo un actor, por sí solo, puede darle sentido a una película) o “La lengua de las mariposas”. Como director, aparte de las ya anotadas, “Crimen imperfecto”, “El viaje a ninguna parte”, “Ninette y un señor de Murcia” o “Pesadilla para un rico” dieron cuenta de su inquietud cinematográfica. Tal era el espacio que ocupaba en el cine español que David Trueba, junto a Luis Alegre, le dedicó un documental, “La silla de Fernando”, que a rebufo de una simple entrevista trataba de abarcar el pensamiento libérrimo de este individualista ceñudo y malcarado (su mal genio quedó inmortalizado en aquel “¡Váyase usted a la mierda!” que tanto aportó a su caricatura) al que siempre le importó un carajo su imagen en el espejo. Descanse en paz. Mucha mierda, Don Fernando.
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DINASTÍA (EPISODIO DOS)


Mi hermano del alma

Tal pareciera que nos hemos embarcado en una semana temática: conflictos fraternales + spaghetti. Pero no: simplemente, marcbranches paga sus deudas. Hace unos meses empecé a hablar de la trilogía padrinística, y hoy toca hablar de la segunda parte. Primer dato: el título oficial del film es “The godfather: Part II”. No es un apunte baladí; Coppola quería dejar claro que no era una secuela, sino una continuación. Y, por otra parte, determinar quién es el verdadero protagonista de la ópera: Michael Corleone. El hijo de Don Vito es el alfa y el omega de la saga, y la confirmación llega en esta segunda parte, liberado ya del manto carismático del personaje de Marlon Brando. “El padrino II” es una inmensa, elefantiásica tragedia que nos cuenta, única y exclusivamente, el fracaso definitivo de Michael. Y lo hace a través de la contraposición de dos narraciones paralelas: la de la llegada de Vito (Robert de Niro, de cuando nadie le hablaba. A partir de aquí empezó a cambiar la cosa) a los Yuesei y su coronación como capo del Little Italy neoyorkino, y la de las vicisitudes de Michael (Al Pacino, claro) entre venganza y venganza. Pero ambas persiguen el mismo objetivo: definir el fracaso definitivo de Michael Corleone. Segundo dato: el episodio iniciático de Vito Corleone ocupa apenas una parte de la novela original. ¿Por qué, entonces, Coppola y Mario Puzo le otorgan media película a este episodio-precuela? Porque, para explicar las debilidades de Michael, hay que ponerle delante del espejo de su padre. Vito, llegado a New York en plena infancia, solo, huérfano de padres y de futuro, se va abriendo paso poco a poco en la Pequeña Italia manhattanesca sin vacilaciones, sin dudas, sin mirar a su espalda. Todas las decisiones que toma no tienen vuelta atrás en su mente, ni conflicto en su corazón. Hace lo que es necesario para defender a los suyos, y a él mismo; su determinación inquebrantable hace que nadie cuestione sus métodos y su lealtad. Vito Corleone se convierte en Don, en el primer Padrino, rodeado de sus amigos y, en particular, de su familia.

¿Y Michael? Su historia arranca igual que la primera, con el Padrino aprovechando una celebración multitudinaria para atender a la cola de peticionarios. Pero, al contrario que su padre, Michael infunde más miedo que respeto, y eso incluye a los miembros de su familia. Unos negocios en la Cuba prerrevolucionaria con el empresario judío Hyman Roth (Lee Strasberg), del que sospecha que ha ordenado el intento de asesinato que acaba de sufrir, y una acusatoria comisión del Senado provocada por la confesión de uno de sus jefes más antiguos, Frank Pentangeli (excelso Michael V. Gazzo), van a ser los menores de sus problemas. Mientras la posición de Michael como capo mafioso (Coppola y Puzo nos muestran una estructura criminal y unas relaciones de poder que se asemejan mucho al juego político) se fortifica, saliendo vencedor en todos los frentes (como bien le significa Tom Hagen, ese impenetrable Robert Duvall), su vida personal y sus relaciones familiares se van desmoronando sin remisión. Su hermana Connie (Talia Shire) le odia desde hace años, su mujer Kay (Diane Keaton) no quiere tener más hijos con él, su hermano Fredo (John Cazale), el más débil ya desde su infancia (esa neumonía), se rinde a sus complejos y le traiciona... Ni siquiera su madre, que le respeta desde lejos, resulta un apoyo para él. El hijo pequeño de Vito se nos muestra permanentemente circunspecto, sobrepasado por su tormento interior, en perenne conflicto consigo mismo. Michael se muestra estoicamente derrotado por sus instintos, heredados del matonismo siciliano: la vendetta es el motor de su existencia, muy a su pesar. Así, sus promesas de cambio a Kay se intuyen vacías, aún expuestas desde un planteamiento sincero de su mente; pero su marchita alma pertenece a Corleone, a esa aldea tan bien retratado por Coppola y Gordon Willis, en el que la Italia rural está dominada por los terratenientes de cuchillo largo. El único momento en el que asoma cierta brizna de felicidad, ese dibujo dedicado de su hijo, es atropellado por un árido y despiadado tiroteo: un resumen perfecto de su vida. Michael Corleone, iracundo, manipulador, intuitivo, maquiavélico (bien se diría que Coppola y Puzo se estudiaron a fondo “El príncipe” antes de pergeñar su trilogía), fracasa porque no alcanza el equilibrio entre sus dos vidas que sí consiguió su padre. Su paranoia es tal que es capaz, incluso, de desconfiar del leal Tom Hagen, el último vestigio de una época que ya pasó (verbalizada en una maravillosa secuencia en la que Hagen conmina al conspirador Frank a suicidarse solemnemente, al estilo de la antigua Roma). Ni su hermana Connie se libra de sus mentiras: su promesa de perdón a Fredo se estrella contra esa penúltima escena, insigne, egregia, de la vendetta definitiva de Michael.

Efectivamente, la penúltima secuencia. La última, un flashback de una cena de cumpleaños en honor del padre de familia don Vito (Como curiosidad, Marlon Brando no participó de la escena por diferencias con la productora; pero su sombra se percibe) en la que Michael anuncia que se ha alistado en el ejército, no hace sino rematar la soledad y el distanciamiento emocional del personaje para con los suyos, y sitúa al espectador en la incómoda tesitura de albergar piedad por un ser humano tan miserable. “El padrino II” es la más complicada, rugosa y esquiva película de la trilogía, y precisamente por eso, en opinión de Mi Majestad, es la mejor. Nos obliga a acompañar al diablo en su descenso al infierno, y nos hace sentir lástima por él: eso sólo se lo permitimos a las obras maestras.

P.D.: Laura Hunt, para que veas que este es un post dedicado, échale un ojo a esta noticia, que seguro que te gusta...
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HONRARÁS A TUS HERMANOS



Rocco y sus hermanos supuso una vuelta de Visconti al neorrealismo, aunque las cosas (o mejor dicho, él) habían cambiado; la forma era neorrealista, pero el fondo era del mas puro melodrama desatado y operístico. ¿Se pueden combinar estos dos elementos? Desde luego, cuando quien lo hace es un maestro como Visconti.
A la estación de tren de Milán, mientras suena Bello paese mio, llega mamma Parondi e il suoi bambini. La signora Parondi (Katina Paxonou) es la típica mamma italiana, toda una madre coraje que vive por y para sus hijos, a los que quiere tener juntos “como los cinco dedos de la mano”. Mira con desconfianza a cualquier mujer que se acerca a sus hijos, ya que ninguna es lo suficientemente buena para ellos. La perfecta suegra, vamos.
Vincenzo (Spiros Focás) es el mayor de todos y fue el primero en emigrar del pueblo, en busca de un futuro mejor. También será el que primero se acomode esgrimiendo el típico argumento de “No contéis conmigo, que ahora tengo una familia que mantener” cuando hay problemas. Normal, teniendo una esposa como Claudia es lógico que esté haciéndole hijos sin parar.
Simone (Renato Salvatori) es el mas primitivo de todos; sólo se mueve por sus instintos, y eso hacen de él un buen boxeador, pero pronto se echa a perder, deslumbrado por la ciudad, debido a su falta de disciplina y su afición a la bebida y a las mujeres.
Rocco (Alain Delon) es el que más echa de menos a su pueblo y sueña con volver a él. Es de una bondad extrema, responsabilizándose de todos los actos de su hermano Simone, aunque para ello tenga que dedicarse a una profesión que no le gusta.
Ciro (Max Cartier) es el que mejor se adapta a la nueva situación; estudioso y trabajador, consigue colocarse en la Alfa Romeo. Es quien delata a Simone y quien tiene el momento “mensaje concienzado” de la película, pero no es un Judas sin más.
Luca (Rocco Vidolazzi), el mas pequeño de todos, casi un niño todavía; representa el futuro, el único que tal vez consiga el sueño de volver al pueblo.
Aunque la película está dividida en capítulos con el nombre de cada uno de los hermanos, Simone y Rocco son los que llevan todo el peso de la historia. La relación que se establece entre ambos y una muchacha llamada Nadia (Anne Girardot) es el detonante de la tragedia. Rocco, como El idiota de Dostoyevski siembra la desgracia debido a su bondad. Las interpretaciones de ambos también son las mas destacables, el bello Alain nunca estuvo mas frágil y Renato Salvatori cuanto mas se va hundiendo mejor está.
Hay muchas escenas memorables, como la de la conversación entre Rocco y Nadia en la catedral de Milán o la de la violación, pero de tener que elegir alguna sería toda la parte final, sencillamente soberbia. El combate de Rocco alternado con la muerte de Nadia (abrazando a su asesino como si estuviera en la cruz) y la posterior cena celebrando la victoria del boxeador en la que irrumpe Simone en el momento preciso demuestran que Coppola debió de verla muchas veces y la tuvo muy en cuenta a la hora de rodar El padrino.
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AXL, YO DE MAYOR QUIERO SER EL JOKER




Nueva sección en La Linterna (parece que los braimstormings sirven de algo...). Videoclips musicales relacionados con el cine, sea a través de los actores o directores de los mismos, o su vínculo directo con alguna película. Sí, prometo colgar algún día el “Bad” de Jacko dirigido por Scorsese, pero me he decidido a comenzar por este “Since I don´t have you” de los Guns & Roses (originalmente, un tema de The Skyliners que data de 1959), ese mítico grupo de rock estridente que lleva apenas una década anunciando su siguiente álbum (“Chinese democracy”), cancelando conciertos y engordando la cuenta corriente (y la papada) de Axl Rose. En este clip podemos disfrutar de un Gary Oldman en todo su histriónico esplendor, haciendo de diablillo de carcajada a risa abierta, saltarín, juguetón y despendolado, y con la cara pintada de blanco (vayapordioshombre... ¿no os recuerda a alguien?). Hacía un par de años que se había encaramado en el top ten de los camaleones oficiales de Hollywood gracias, entre otros, a su arrebatado Vlad el Empalador del “Drácula” de Coppola. Ahora Heath Ledger le ha quitado el papel y se ha tenido que conformar con el antitético comisario Gordon. Gary interpretando al bueno de la peli. Tenías razón, Bob: times they are a-changin’...
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EL CEBO DE LA JUSTICIA



Con la venia, señoría. Señores del jurado, voy a expresar los motivos por los que Anatomía de un asesinato ha de considerarse como una de las mejores películas de juicios que hay.
Empecemos por los motivos de forma, como los títulos de crédito del genial Saul Bass (habitual colaborador de Preminger), o la banda sonora de Duke Ellington (eso sí que es música, ¡oh, yeah!). Cierto que el fiscal puede alegar premeditación y alevosía por parte del acusado, al contratar a personas con tanto talento. Ese es un argumento que no se puede rebatir, aunque yo lo calificaría mas como una reunión de talentos que algo premeditado.
A continuación vayamos a los motivos de fondo:
Las interpretaciones, encabezadas por el siempre grandioso James Stewart como Paul Biegler, capaz de dar dignidad, ternura y humor a cualquier personaje, haciendo de abogado amante de la pesca y el jazz, lo que por lo visto le convierten en una especie de tipo raro. Señoría, ¿acaso ha echado un vistazo al resto de mis colegas últimamente, tiburones aparte? A mi Biegler me parece de lo mas cuerdo y sensato.
Sus clientes, Ben Gazzara y Lee Remick son lo suficientemente ambiguos y atractivos como para despertar el interés de cualquiera. Ella digamos que es ligera de cascos y él es violento y celoso, un cocktail que suele ser explosivo. ¿Son realmente buenos y sinceros? Da la impresión que no, pero ¿acaso por ello no merecen que se haga justicia? Démosles el beneficio de la duda.
Como todo clásico que se precie, los secundarios son fundamentales, y aquí tenemos a el borrachín amigo del protagonista (Arthur O’Connell, con un personaje que es toda una institución), la eficiente secretaria dispuesta a cantarle las cuarenta a su jefe en cualquier momento “No puede despedirme. Aún no me ha pagado”(Eve Arden), o ese pedazo de h.p. encarnado por George C. Scott, que aquí hacía una de sus primeras –y espectacular- aparición en la pantalla.
Intriga muy bien trazada, con los inevitables giros y las sorpresas argumentales obligadas de este mini-género que es el judicial, pero sin terminar de tomar partido por nadie, el final sumamente abierto... todo ello agitado-que-no-batido, con una espléndida fotografía en blanco y negro.
Por todo ello, señoras y señores del jurado, solicito que se declare a mi defendido culpable del único cargo que puede imputársele: ser una de las mejores películas judiciales de todos los tiempos. ¿Cual creen que debe ser su condena? El veredicto es suyo.
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ANATOMÍA DE MOORE


Egocéntrico. Manipulador. Agitador. Revolucionario. Visionario. Gordo. Hipócrita. Mentiroso. Mesías. Bufón. Charlatán. Hilarante. Megalómano. Comediante. Engañabobos. Necesario. Mezquino. Provocador. Satírico. Demagogo. Genial. Sedicioso. Farsante. Imprescindible.

Todos estos adjetivos, y varios miles más, se han podido leer y escuchar sobre el orondo documentalista-showman-agitaconciencias Michael Moore, aquel que encontró el apogeo de su fama mundial con el celebérrimo “Shame on you, mr. Bush!” (traducido al castellano, “¿por qué no te callas?”) (bueno, algo así) (ups), que le sentó de maravilla a una opinión pública mundial que aún no conocía demasiado lo que significaba en los Yuesei ser Michael Moore, y a la que aquello, en plena agitación irakiana, le pareció graciosísimo de la muerte. Pero, como bien dijo la filósofa Debbie Allen, la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar. El personaje Moore ha pasado a ser contestado y atacado sistemáticamente, considerado culpable de megalomanía y de manipulación, en especial a raíz de su “Farenheit 9/11”, ese intento fracasado de tumbar, por primera vez en la historia, a un presidente desde una cámara cinematográfica. Moore se apercibió que la política es un mal compañero de cama si uno no se encajona en sus inexorables reglas, y en su siguiente trabajo, “Sicko”, fue sobre seguro, retornando sobre los pasos de su primer éxito documental, “Roger & me”: la desprotección de un importante sector de la población americana por parte del estado, que les abandona a la suerte del sector privado. En aquel caso fue el cierre de diversas empresas de la General Motors, en este Moore juega sobre seguro al atacar lo que debería ser un servicio de primera necesidad, el sistema sanitario. “Sicko” entró en Cannes como un cañón, generó aplausos de minutaje generoso (luego analizaremos las razones), y reabrió una vieja polémica americana: ¿hay que socializar la sanidad yanqui? (recordemos que allí no hay Seguridad Social). Por lo visto, esta es una pregunta que los españoles no nos merecemos hacernos, porque el film aún no tiene fecha de estreno en nuestro país. Pero La Linterna Mágica es un servicio público, y no reparamos en gastos; así que la Directrice me pagó un billete a Güasinton Decé de su bolsillo, y aquí tenéis un análisis sin pormenorizar y absolutamente gratuito, en todos los sentidos. De nada.

Los títulos de crédito de “Sicko” se inician con una escena en la que un tío se cose una brecha en la rodilla con sus propias manitas. Aydios. Sin embargo, la voz en off de Michael Moore nos avisa de que este no es un documental sobre los 40 millones de americanos que no tienen seguro, sino para los que sí tienen, y los problemas con los que se encuentran. El bazooka de Moore dispara contra las compañías de seguros, esencialmente, y contra sus prácticas “optimizadoras de recursos”, en las que siempre prevalece el beneficio económico antes que la salud del paciente. Denegaciones de operaciones (a un tipo que se cortó dos dedos le dan a elegir entre ellos, porque no se puede pagar la recolocación de ambos), cancelación de pólizas, pliegos de condiciones sectarias (no puedes estar demasiado gordo, o demasiado delgado), abandono de pacientes en plena calle por no poder pagarse la estancia en el hospital... Se nos muestra un sistema en el que, en muchos casos, es considerado un buen doctor el que le ahorra dinero a la compañía, y no el que cura pacientes (House, en la vida real, no duraría tres minutos), e incluso se incentiva la denegación de operaciones a golpe de bonus. Curiosamente, la clase política apenas aparece en el documental: aparte de que las compañías aportan miles de millones a los partidos, Moore señala a Nixon como el villano alfa del sistema (fue quién lo instauró), y a Hillary Clinton como la única que intentó cambiarlo, aunque fracasó en el intento y acabó mirando hacia otro lado, como todos. A partir de aquí, el orondo realizador aparece por fin en pantalla (¡una hora sin asomar el jeto! ¿De verdad es Michael Moore?) para realizar una gira por Canadá, Inglaterra y Francia, en los que imperan los sistemas sociales sanitarios, y entrar en comparaciones odiosas. Quizás una de las mejores escenas del filme es una reunión de jóvenes americanos residentes en París, que hablan de las ventajas y los apoyos sociales franceses, asombrados aún, como si se refiriesen a otro planeta (¿recordáis lo que os dije de Cannes?); es un choque de culturas, como ver a un árabe rezar hacia la Meca.

Finalmente llegamos al episodio más polémico de la película, que tiene hoy en día a mr. Moore enfrascado en batallas legales. La visita a Guantánamo, junto con algunos voluntarios del 11-S que contrajeron lesiones debido a los riesgos tomados aquellos días, y a los que el gobierno ha dejado de la mano de Dios. A sabiendas de que en la base de Guantánamo hay una infraestructura médica completísima (curioso... ¿por qué la necesitarán?), Moore se los lleva para allá. Pero no les hacen ni puñetero caso. Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa por la Habana, se acercan a la zona cubana, donde son atendidos con prestancia y sin factura, y donde se encuentran con que, por ejemplo, un inhalador que en USA les vale 120 dólares, allí cuesta 5 centavos. Puede que sea manipulador, pero hay que ser de piedra pómez para que no se te agrieten los ojos al ver cómo esta gente se emociona al rdisfrutar, por una vez, lo que nosotros recibimos cada día.

La conclusión que se saca de “Sicko”, en contra de lo que muchos han dicho, no es que en Cuba hay una sanidad impecable o que los médicos ingleses son maravillosos y educadísimos; la idea central es que la atención sanitaria es un bien de primera necesidad que no puede abandonarse al viento de la competitividad del dinero privado. Si alguien tiene que elegir entre uno de sus dedos porque no puede pagarse los dos, Houston, tenemos un problema.

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EL CAFÉ DE VIENNA




Otra de las que era obligado que tarde o temprano habláramos de ella. Por su romanticismo arrebatado, por su uso del color y –sobre todo- por ELLA. Porque ella lo vale.
Johnny Guitar, bajo la apariencia del western, nos muestra algunas de las constantes de Nicholas Ray. Los protagonistas se ven obligados por el entorno a usar la violencia; cuando quieren dejar de usarla comprenden que es inútil y paradójicamente tienen que usarla para escapar.
Vienna (Joan Crawford) es la propietaria de un bar. El negocio de momento funciona mal, pero la próxima construcción del ferrocarril hará que sea muy productivo. El problema es que los ganaderos de la zona no aceptan los cambios, y la consideran una amenaza. Debido a ello, Vienna decide contratar a un antiguo amor como pistolero para ayudarla, Johnny (Sterling Hayden).
Curiosamente tratándose de un western, los dos papeles mas importantes, y los que hacen que todo gire a su alrededor, son dos mujeres.
Vienna es fuerte, dura, una versión femenina del Rick de Casablanca en muchos aspectos, no sólo por ser la dueña de un local. Es sexualmente activa y ha sabido usar su atractivo con los hombres para conseguir lo que quiere. ¿Hace falta que diga que es uno de mis ídolos?
Emma (Mercedes MacCambridge) es tan enfermizamente reprimida que odia a Vienna porque le gustaría ser como ella. Del mismo modo, odia al Bailarín (Scott Brady) porque le desea y no quiere admitirlo. Éste es el western mas freudiano que hay. El enfrentamiento de las dos no tiene que envidiar ningún duelo masculino (-“Te mataré algún día, Vienna”. -“Lo sé, si no te mato antes”). Eso si que es tenerlos bien puestos. Chúpate esa, John Wayne.
Ni Johnny ni Vienna son unos jovencitos o unos santos; han sido moldeados golpe a golpe, desengaño a desengaño, y no se arrepienten de nada de lo que han hecho (-“¿A cuantos hombres has olvidado?”-“A tantos como mujeres recuerdas”), pero aún son capaces de revivir su amor en momentos tan inolvidables como los de la conversación nocturna en la que él le pide que le mienta diciéndole que le ama, uno de los diálogos mas recordados de la historia del cine, homenajeado por Almodóvar en Mujeres al borde de un ataque de nervios.
El uso del color, con colores muy vivos, sirve para transmitir los sentimientos de los personajes. La mejor muestra está en la irrupción de Emma con sus secuaces, todos vestidos de negro como una bandada de buitres, en el salón de Vienna, en el que ella está vestida con un inmaculado traje blanco, frente a la pared rojiza, que está tallada en la roca.
Y por supuesto, las frases, de esas que ya no se hacen ahora, pura etiqueta negra, como por ejemplo: “Sólo hay dos cosas en el mundo que necesite un hombre de verdad: una taza de café y un buen cigarrillo”. “Aquí abajo vendo whisky y cartas. Todo lo que podéis comprar aquí arriba es una bala en la cabeza. ¿Qué preferís?
Si a ello le añadimos estupendos secundarios como Ernest Borgnine o John Carradine, y una canción inolvidable, ya estáis tardando en verla quien no la haya visto ya.
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RESPECT




No tengo yo muy claro si Aretha se refería a algo similar a esto... Ñoras/ñores, les presento el mejor trabajo del sr. Tom Holmes en toda su carrera cinematográfica, en opinión del que esto perpetra. La gestualidad afectada, el mohín chulopo y el gusto por el tic gratuito de tito Cruise, que siempre me ha producido acidez de esfínter cada vez que le he visto asomar su sonrisa-Licordelpolo en escena, fueron optimizados por el talento de Paul Thomas Anderson en “Magnolia”, quien, aparte de darle un papel que le iba que ni pintado, consiguió que encajara al milímetro en la coralidad altmaniana de su extraordinaria película. Frank T.J. MacKey tiene más de un momento glorioso durante el generoso metraje del filme (recordar el inicio de la entrevista con la periodista, en la que se desnuda con una excitación bien visible), pero lo mejor son los arrebatos de telepredicador extraídos de su programa para testosterónicos unineuronales “Seduce & Destroy”. La entradilla, a rebato del glorioso “Así habló Zaratustra”, y martilleando el desahogado leit motiv (“Respect the cock! And tame the cunt!”), apostillada por ese glorioso “We... are... MEN!” no tiene desperdicio; y, observando la estulticia alborozada con la que le recibe el público, a uno le encantaría hacer una encuesta entre los asistentes para determinar cuántos de ellos sabrían siquiera dónde está su mano derecha (aquí iba un chiste onanista que ha sido censurado por la dirección del blog). Pues eso. Un poco de respeto, leche. R-S-E... R-E-P-C... E-S-P-T-... nchts... el día que aprenda a deletrear vais a ver...
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SESIONES DOBLES: FRESAS SALVAJES


Campo de fresas para siempre
La película favorita de Bergman de Marcbranches y mía es El séptimo sello, así que nos juguemos a una partida de ajedrez quien iba a hablar de ella. Un momento. ¿De dónde ha salido esa torre? ¿Cómo? ¿que me toca hablar de la de Camilo Sesto? Pues bueno, pos fale.
Fresas salvajes pertenece a una de las épocas mas productivas y famosas de Bergman; rodada prácticamente después de El séptimo sello, es de ese tipo de películas que hacen que los espectadores de a pie huyan despavoridos en busca del blockbuster de turno... Pero alto, parad el carro, aunque sea un momento. Dadle una oportunidad.
Un anciano, Isak (Victor Sjöström) está a punto de celebrar el jubileo de lo años que lleva dedicado a su profesión, pero una extraña pesadilla le inquieta y hace que se vaya de viaje a ver a su madre, acompañado por su nuera Marianne (Ingrid Thulin).
Mira por donde nos encontramos con una road movie, en la que como suele pasar, el viaje externo coincide con un viaje al interior del protagonista. A partir de los sueños que seguirá teniendo y de recuerdos de su infancia, Isak comprende que ha estado equivocado toda la vida. Ha sido demasiado estricto y no ha sabido demostrar su cariño a las personas que amaba; eso ha hecho que su mujer le abandonara y que la relación con su hijo sea muy distante. El problema es ¿todavía hay tiempo para cambiar?
Las escenas de los sueños, sobre todo la primera, están muy influidas por el expresionismo alemán, y son muy buenas, pero el mundo de los sueños es algo muy difícil de captar, se requiere tener una mente surrealista como Buñuel o Lynch para llevarlo a la pantalla.
Los personajes de dos estudiantes que se unen al viaje son los menos logrados, ya que vienen a ser un símbolo para hablar sobre la existencia (o no) de Dios, aunque al mismo tiempo vienen a representar a Isak y a su hermano, enfrentados por la misma mujer. No es casualidad que la misma actriz (Bibi Andersson) interprete a las dos Saras.
Aparte de ello, las interpretaciones son magníficas, especialmente las de Victor Sjöstörm e Ingrid Thulin. Pero no se han de olvidar, por breves que sean, la criada del doctor, toda una Thelma Ritter sueca, la mandona tía de Isak presidiendo la mesa (mi escena favorita) o su anciana madre, hasta incluso Max Von Sydow hace una especie de cameo como gasolinero. Y también vale la pena mencionar el buen ambiente que conseguía Bergman durante el rodaje de sus películas, que contrasta con la seriedad de los temas tratados. Espléndida la fotografía también, que curiosamente no es del gran Sven Nykvist, su colaborador habitual.
Ahora que se considera que el electroencéfalograma de los espectadores es prácticamente plano es saludable encontrar a alguien que trata de temas tan importantes como la vida y la muerte y nos invite a reflexionar sobre ellos, sacando nuestras propias conclusiones.
Si todo lo que sucede en la película es a causa de una pesadilla del profesor, acaba con éste sonriendo plácidamente mientras sueña en un campo de fresas, uniendo armoniosamente principio y final.

Blogs participantes:
Sesiones Dobles (Organizador), Books & Films, El diario de Mr. MacGuffin, Sesión doble, Cineahora, Fabrica de ilusiones, El espejo de los sueños, Arte y literatura, El trono de Hatti, La mujer justa, Ojo de buey, Himnem, El lamento de Portnoy, Otros clásicos, La linterna mágica, Mitte, El dia del cazador, Marcovelez.net, Corten!!!, Rulemanes para Telémaco, Cinefilo-Compulsivo, Intramuros, Arricom.
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POSTS CON CALZADOR: UMA VS. LA BELLEZA INTERIOR



...Y que le gusten los perros

Agua” (feminismo en clave hindú). “Muerte en Venecia” (homosexualidad reprimida, Visconti). “El sueño de Cassandra” (complejo de culpa al cuadrado, la tragedia del destino). “Ghost dog” (el código de valores samurai, que no destaca precisamente por su sentido del humor). “I’m not there” (Dylan por sextuplicado + Todd Haynes = dolor, mucho dolor). Tito Clint (¿hay algo más serio en el cine que Clint Eastwood?). Bergman (Bergman). Llevamos unas semanitas en La Linterna Mágica con el ceño fruncido y el gesto circunspecto, reflexionando sobre la relación entre el cine, el ser humano, sus circunstancias y su misma existencia (¿alguien en la sala que quiera traducirme lo que acabo de decir, que yo soy incapaz?). Para evitar que nos atropelle un autobús de línea mientras meditamos severamente, viene al rescate Mi Majestad Marcbranches para hacer lo que mejor sabe: dar pinceladas de ligereza, insensatez y superficialidad a todo lo que toca, en este caso el blog que aquí os ilumina (¿lo habéis pillado? ¿el juego de palabras? ¿ilumina-linterna? Dios, mi ingenio me desborda a mí mismo), a través de la patillera sección “Posts con calzador”. Alice la Directrice tenía que decir algo al respecto, creo, pero de momento no le permiten quitarse el respirador. No, no tengo nada que ver con la crisis nerviosa. Que no.

¿Cómo se pasa de realizar una película de culto a perderse entre las fauces de las sitcom americanas? No sé si Michael Lehmann estará de acuerdo conmigo, pero seguramente ayuda mucho hacer una película con Billy Crystal y un pívot de baloncesto rumano de 2’32 metros. No, no me he golpeado el lóbulo temporal con una llave inglesa del 18 (el siglo). Michael Lehmann es el realizador de una película que probablemente algunos de mis queridos y contemporáneos padawanes habrán visto, o les sonará de algo: “Escuela de jóvenes asesinos”, de 1989, el disloque teen-ochentero por excelencia. Una película de apariencia instituto-yanqui-cheerladers-pajilleros que, sin embargo, mezcló ingredientes tales como suicidios + Winona + asesinatos + Slater + sexo inseguro + Shannen Doherty (este puntúa doble). Como hemos dicho, se convirtió en una pequeña pieza de culto por transgredir los códigos clásicos del subgénero. Por desgracia, films como “El Gran Halcón” o “Cabezas huecas”, igual de frikis que la anterior, siguieron también el mismo camino en taquilla y en la percepción del público mayoritario. Sin embargo, una de ellas sí consiguió un moderado éxito, y se ha convertido en un agradable recuerdo para los amantes de la buena comedia: “La verdad sobre perros y gatos”. Obviamente, no es “Uno, dos, tres” o “Annie Hall”, pero, teniendo en cuenta que la comedia romántica está en crisis desde hace tres o cuatro lustros, se agradece que alguna no trate de idiota al espectador. Y eso que esta parte de un miscasting considerable, por lo menos a priori: ni Uma Thurman es la modelo deslumbrante que en principio requería el papel, ni Janeane Garofalo es un adefesio del que apartarías la vista con solo mirar; Lehmann prefiere confiar en la capacidad de las actrices, y estas, por fortuna, no le defraudan. Si tragas con estos dos condicionantes, “La verdad sobre perros y gatos” deja un buen sabor de boca. Se nos explica la historia de una veterinaria, Abby Barnes (la Garofalo, neurótica y divertida; es una pena que no se prodigue más), con un programa de radio sobre animales a quien un oyente (Ben Chaplin, su acento british actúa mejor que él), después de haber recibido unos consejos sobre su perro, le pide una cita sin haberla conocido físicamente; debido a su falta de confianza en su físico, obliga a su vecina y amiga Noelle (la Thurman, que aquí se revela como una excelente comediante) a hacerse pasar por ella, lo que conllevará los consiguientes enredos, conflictos y situaciones vodevilescas. Esta versión moderna, reelaborada y urbanita del “Patito feo” se aposenta el diseño de los personajes principales y sus interrelaciones, en las que algunos diálogos y escenas puntuales sobresalen sobre el resto. Enter los primeros, Janeane Garofalo se lleva buena parte de los flashes. Ejemplo: – (empleada de cosméticos) “¿Cuál es su régimen de radicales libres?” –“¿Régimen? ¿De radicales libres? ¿De qué estamos hablando, de una crema facial o de dar un golpe de estado?”. De entre las segundas, la secuencia de la tortuga (en la que no pude dejar de pensar en lo LARGOS que son los dedos de Uma...), o la conversación entre Abby y Brian por teléfono, que destila una considerable naturalidad y consigue plenamente el efecto de hacernos creer la química existente entre los dos personajes.

Por supuesto, el film no es perfecto: es regla imperativa, aunque no escrita, que una buena comedia ha de tener buenos secundarios, y esta se la salta (si no consideramos al perro de Brian, un cachondo, actor secundario), puesto que Jamie Foxx es un adorno; alguna escena parece pegada con Logtite (la de la abeja, aunque es divertida, no viene a cuento); y, en general, el filme sigue la senda de lo predecible, sin que nada nos sorprenda. Un entretenimiento ligero, en definitiva; una mayonesa sin calorías, pero de las caras. Que es mucho más que lo que el 90% de las comedias románticas nos ofrecen hoy en día.
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DYLAN ESTÁ CAMBIANDO


Si Velvet goldmine era una personal (personalísima) visión de David Bowie, ahora Todd Haynes retoma de nuevo la vida de un músico para reinventarla a su manera. Si Pirandello tenía Seis personajes en busca de autor, en I’m not there tenemos a seis actores en busca de un personaje: Bob Dylan. Tanto Christian Bale como Cate Blanchett, Marcus Carla Franklin, Richard Gere, Heath Ledger o Ben Whishaw interpretan al mítico cantante en la que tiene toda la pinta de ser uno de los biopics mas originales y marcianos de los últimos tiempos. Promete. Y como estamos que nos salimos, aquí va otro trailer en el que todos los protagonistas interpretan una de sus canciones mas conocidas (Subterrean homesick blues), imitando a uno de sus videos mas populares y copiados, que podéis comparar con el original si queréis (lo dicho, estamos que nos salimos).
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SESIONES DOBLES: EL SÉPTIMO SELLO



De por qué yo soy de Marte y Bergman es de Venus

"Y cuando el cordero abrió el séptimo sello, en el cielo se hizo un silencio como de media hora. Y vi siete ángeles que estaban en pie, delante de Dios, y les fueron dadas siete trompetas. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas."

Este pasaje del Apocalipsis bíblico, del capítulo 8 si no me falla el sr. Google, abre las compuertas del tortuoso alegato existencialista que es “El séptimo sello”, quizás la película más famosa, o más analizada, del recientemente fallecido Ingmar Bergman. Después de once años de carrera cinematográfica, consiguió hacerse un lugar prominente entre la cinefilia más sesuda, que comenzó a celebrar con alborozo aquellos densos tratados de filosofía en los que cada hombre, cada mujer, se atravesaban a sí mismos en la búsqueda de respuestas trascendentes a las cuestiones elementales, quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, se enfriará la comida si volvemos tarde, etc. Bergman es una manera de entender el cine, un modo de asomarse al arte que no puede dejar indiferente. Maestro de innumerables cineastas de las últimas cuatro décadas, el maestro sueco representa el Autor en el más intrínseco y absolutista sentido de la palabra, desde su resuelto empeño por compartir con los espectadores (aunque, quizás, sin contar con ellos. El cine para el pueblo pero sin el pueblo: la Ilustración cinematográfica) sus inquietudes, sus pesadillas, los motores de sus reflexiones. Dicholocualo. ¿Podría marcbranches vivir sin volver a ver una película de Bergman? Tan ricamente.

“El séptimo sello” es un diálogo entre Ingmar y Dios en el que Dios se calla como un puta. ¿Es, entoncespues, un monólogo? Pos no. Digamos que es un diálogo fallido por incomparecencia de una de las partes. Bergman nos presenta a un cruzado (por supuesto) sueco, Antonius Block (Max Von Sydow, un cruce escandinavo entre Herman Monster y Hugh Laurie) que, después de diez años de batallar por esas y aquellas tierras de Dios en el nombre del Ídem, vuelve a casa acompañado de su tan fiel como ateo escudero Jöns (Gunnar Björnstrand); en el camino se encuentra, nada más y nada menos, que con la Muerte (un inquietante Beng Ekerot), a la que reta a una partida de ajedrez en búsqueda de algo de tiempo para trascender a la futilidad terrenal, o así. Antonius se cuestiona continuamente sobre la fe, aunque nunca es nombrada específicamente: no entiende por qué nos empeñamos en buscar un camino alternativo, una explicación etérea, un destino a nuestros caminos, si la única certeza que albergamos es, precisamente, la implacable llegada de la muerte. Mientras, un pequeño grupo de comediantes se cruza en su camino, entre ellos una pareja compuesta por Jof y Mia (Nils Poppe y Bibi Andersson), nombres que equivalen, por si alguno no lo sabía, a nuestros José y María. Las metáforas están servidas, mi señor. Bergman hace gala de su profundo sentido de la teatralidad más tupida en escenas como la de la llegada de una Pasión a uno de los pueblos que atraviesan los cruzados, en la que el populacho allí presente se inclina lloroso ante el tránsito del cristo encrucijado (y pelín caricaturesco). La imagen icónica del dios punitivo y enfurecido, que castiga a los pecadores (a fin de cuentas, todo quisque) con la muerte “negra”, en este caso la peste que asola la zona, preside esta escena, y el temor al Juicio Final, en forma de plaga, planea durante todo el film. Las respuestas, si se le pueden llamar así, a la preguntas de Antonius, vienen dadas por el carácter pragmático y terrenal de su escudero Jöns, que aboga por disfrutar del tránsito terrenal; pareciera que Bergman le da pábulo a este prisma, al darle cierta cátedra de presentidor, de hombre resabiado que todo lo sabe y que predice las debilidades y las reacciones de los demás. Antonius, en cambio, se enfrasca en su desesperada búsqueda, y tan sólo se relaja en una hermosa escena en el campo, junto a los comediantes, en los que un cuenco de leche y unas fresas le ofrecen un momento perdurable de felicidad espontánea. El único.

Como queda dicho, “El séptimo sello” es una suerte de cuestionario teológico que ni siquiera la Muerte es capaz de responder: “Yo no sé nada”, dice casi al final del filme. La misma respuesta podría enunciar yo si alguien me preguntara, ignorante pobre de mí, sobre el cine de Bergman, tan teatral como exigente, con un sentido del humor esquivo y chirriante, pleno de diálogos que trashuman trascendencia por todos sus poros (a su lado, Medem es el Kevin Smith español), de alegorías, simbolismos y metáforas que campan a sus anchas desde los mismos títulos de sus películas (el Séptimo Sello, en el Apocalipsis, da lugar a una serie de catástrofes que asolan la Tierra). Puede que Bergman no esté entre mis favoritos; sin embargo, en una cosa estoy de acuerdo con él: la Muerte juega con negras y gana. Siempre.
 
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