RSS
Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
2

LA NOCHE HINDÚ




En más de una ocasión hemos hablado de esa enorme cantera desaprovechada y un tanto desconocida que es la publicidad, por la que han pasado nombres de lo más ilustre. Una de las marcas especialista en buscar directores famosos es American Express, con la que participaron Martin Scorsese o M. Night Shayamlan. Otro de ellos fue un director tan de moda y de culto (con tantos seguidores como detractores) como Wes Anderson. Antes de rodar Viaje a Darjeeling, Anderson ya mostraba que le gustaba la India, y junto con uno de sus actores fetiche, Jason Schwartzman, rodó un anuncio que es un pequeño homenaje a La noche americana de Truffaut (de hecho, se oye su banda sonora). Tal vez sea por la corta duración del anuncio, pero el resultado es mucho más divertido y ligero que sus películas habituales.
4

AMOR A QUEMARROPA


Alguna vez hemos hablado por aquí del efecto Erice, ese curioso síndrome que ataca a algunos autores cinematográficos que espacian extraordinariamente sus trabajos, como si el cine sólo tuviera derecho a disfrutar de su talento cuando realmente la inspiración les ilumina. Ocurrió en su momento con Kubrick, con Tarantino, con Terrence Malick o, por supuesto, con el titular de la “enfermedad”. Bueno, también ha ocurrido con Luis Llosa o Steven E. de Souza, pero por otros motivos (básicamente, lo malos que son). Ese espaciamiento, en algún caso, ha contribuido al espumoso aumento de la expectación para ver sus películas; eso, junto al otro trastorno que suelen sufrir este tipo de cineastas (vamos a llamarle “síndrome Salinger”), fugitivos de las cámaras y la vida pública – bueno, en el caso de Quentin... -, les rodean de un áurea místico que suele extasiar al populacho crítico y, en general, al connesieur habitual. Mi Majestad ni quita ni pone méritos, sólo expone su curiosidad. Me vino esta reflexión patafísica a la cabeza, o lo que queda de ella, después de que, viendo “Malas tierras”, me acordase de “El espíritu de la colmena”, por motivos que luego, si no me da un ataque a lo Leonard Shelby, perpetraré.

Con lo que voy a decir, soy consciente de que me jugaría mi prestigio cinéfilo si, después de casi tres años de blog, me quedara alguno. Tengo un problemilla con Terrence Malick. Sólo he visto dos de sus películas: “Malas tierras” y “La delgada línea roja”. Y la segunda la vi, para no entrar en detalles, en unas condiciones sentimentales deplorables, con lo cual no es difícil entender que el film me pareciese plúmbeo y pretencioso a pesar de la belleza de algunas de sus imágenes. “Malas tierras” la he visto dos veces, una de ellas hace nada con motivo de este post, y no puedo decir que sea una película que me haya atrapado y que volvería a ver sin dudarlo. ¿Razones? Seguramente mi pedestrismo y mi neandertal carencia de sensibilidad artística. Pero bueno, ya que estamos, me tiro al río.

“Malas tierras” (1973) es un largometraje que toma como base un incidente real ocurrido en 1957. Un joven con pinta y actitud jamesdeanesca, Kit (Martin Sheen), abandona un trabajo de mierda – nunca mejor dicho: es basurero – para huir por los desiertos de Dakota del Sur con Holly (Sissy Spacek), su chica, después de haber matado al padre de ella, dejando en su camino un reguero de sangre y de nihilismo adolescente. La historia está narrada por Holly (recurso que se convertirá en habitual en Malick) con distanciadora entomología, dejando claro que estamos ante una narradora adulta que observa el episodio como un capítulo lejano de su vida. Resulta paradójica la verborrea relatora de esa Holly adulta, puesto que su personaje en pantalla no tiene prácticamente nada que decir, carestía que comparte con su noviete de gatillo fácil. Son dos jóvenes perdidos en la nadería del aldeanismo anónimo americano, que es el peor anonimato que puede sufrir uno. No tienen discurso, ni objetivos, ni ideología, ni camino; tan sólo la huida hacia adelante y el disfrute del absurdo amor quinceañero. Por no tener, no tienen ni la incertidumbre del futuro: ambos, a su manera, son conscientes de dónde se encuentra el final de la historia que comparten, dejándose llevar, pues, por la dictadura de su pistola y la hermosura del paisaje.
Malick, un naturalista nato, se recrea en los “badlands” del medio oeste norteamericano, sus kilométricos desiertos, y los cielos de colores imposibles que los reinan, fusionándolos a la perfección con la falta de horizontes de estas dos balas perdidas y con la aridez del relato; la coherencia, pues, de la propuesta, es absoluta. Quizás me distancian esos personajes envueltos en la nada, en especial ese Kip que de James Dean sólo tiene el peinado y los vaqueros, lo cual hace que esa hora y media de nihilismo entremezclado con la naturaleza y las balas se me haga pelín larga. Su paisajismo me recuerda (y enlazo con el primer párrafo) a “El espíritu de la colmena”, en la que las puestas de sol y el pedregado desierto también son marca de fábrica; huelga decir que el film de Erice me parece sideralmente superior. Puede que “Malas tierras” sea hija de su tiempo, tiempo al que quizás yo haya llegado tarde.

Tención-nécdota: uno de los plagios no denunciados (por lo menos, que yo sepa) de la historia es el del tema principal de “Malas tierras”, llamado “Gassenhauer” y perteneciente a una recopilación de Carl Orff y Gunild Keetman (más info, aquí); mucha gente se quedó atónita al escuchar este tema, supuestamente de Hans Zimmer, durante la proyección de esa “Malas tierras” con acento tarantiniano llamada “Amor a quemarropa”. ¿A que se parecen un poco? Pues no parece que a Malick le molestara mucho, porque el compositor de su vuelta al trabajo después de veinte años desde “Días del cielo” fue... Hans Zimmer.
4

EL ÚLTIMO ROCK





Se veía venir. Con tanto Gimme shelter una y otra vez, Scorsese tenía que acabar rodando con los Rolling Stones, y el resultado final ha sido Shine a light.

Uno no puede menos que comparar dos de los conciertos rodados por Marty, El último vals y éste. Cuando rodó a The band, Scorsese se estaba poniendo de moda, de un prestigio ascendente con películas como Taxi driver. Los medios sin embargo eran difíciles: las bombillas se quemaban después de varias horas rodando, de modo que siempre hacía falta que se estuviera rodando la misma escena con más de una cámara; pero aún así su forma de planear los encuadres con un ferreo storyboard ya dejaba ver su perfeccionismo. Años más tarde, totalmente consagrado, forma parte de la película como un personaje más y los problemas técnicos están prácticamente resueltos, con la única objeción que los focos no pueden usarse mucho rato seguido ya que podría quemar a Mick Jagger, lo que provoca uno de los comentarios más divertidos de MartyNo podemos incendiar a Mick Jagger. Me refiero que podemos hacerlo artísticamente, pero no literalmente”. El control del rodaje quiere seguir allí, pero sus satánicas majestades son duras de roer y tienen sus enfrentamientos, no pudiendo saber Marty hasta el último momento la lista de canciones del concierto. Si The band se despedía, los Rolling, dinosaurios del rock, todavía siguen haciendo conciertos aunque hace siglos que no graban un nuevo disco, pero la gente sigue picando para ir a verlos pensando que tal vez sea la última vez que actúen juntos.(This could be the last time, pero time is on my (their) side, así que baby you're out of time).

Muy acertadamente, Scorsese combina entrevistas antiguas del grupo con los números de la actuación, con lo que nos permite un poco saber cómo era su vida y qué puede esperarse de ellos. Absolutamente reveladora una pregunta hecha a un jovencísimo Mick Jagger¿Dentro de sesenta años se ve haciendo lo mismo?” a lo que él contesta totalmente decidido al instante “Por supuesto”. Lo han conseguido.

Cierto que Mick ya no tiene la misma potencia en sus cuerdas vocales, pero sigue contoneándose como siempre, aunque deja que Keith Richards le tome el relevo cantando unas canciones, supongo que para descansar un poco, que los años no perdonan. De hecho, el padre de Jack Sparrow es el que tiene las dos frases más ocurrentes de la velada, primero a la que reciben la visita de Bill Clinton y comenta “ Hi, Clinton, I’m Bushed.” (intraducible juego de palabras de “estoy hecho polvo/ soy de Bush”), o cuando saluda la público diciendo “Me alegra veros. De hecho, me alegra poder ver a cualquiera”. El hecho que un auténtico muerto viviente como él diga eso deja a las claras que no se toma demasiado en serio su leyenda negra.

No podían faltar canciones míticas como Jumpin’ jack flash, Sympathy for the devil o Satisfaction, aunque no se puede decir que hayan sido sus mejores versiones, pero ante un público ya ganado de antemano todo vale. Si The band tuvo como invitados a Bob Dylan, Neil Young, Neil Diamond y muchos más, los Rolling tienen a ... esto.. Christina Aguilera , que viene a ser lo mismo ¿no? Afortunadamente Buddy Guy tiene una presencia que ayuda a nivelar un poco la balanza. Encontré a faltar un broche de oro como en The last waltz con I shall be realased con todos los invitados, pero supongo que debemos decir que sabemos que es sólo rock and roll, pero me gusta.
3

YIPI KA YEI ROCK




Hace mucho, mucho tiempo, cuando Bruce Willis todavía tenía pelo, le descubrimos en una maravillosa serie de televisión llamada Luz de luna, en la que formó con Cybill Sheperd una de las parejas con mas física y química de la historia de la televisión. Todavía teníamos que descubrir su faceta de action man, pero aquí brillaba como comediante, y no sólo eso, sino que a la menor oportunidad se ponía a cantar o bailar con tal entusiasmo piezas de soul, que no es de extrañar que acabara siendo el único blanco que ha fichado por la Motown. En uno de los episodios más famosos y atípicos de la serie, Shakespeare atómico, los protagonistas interpretaban una particular versión de La fierecilla domada. Bruce está delicioso y se nota que se lo pasa en grande cantando Good lovin’, un éxito de The rascals, y lo hace con todo el poderío y encanto de una estrella de rock. Siempre ha sido un cachondo mental.
4

POST DE URGENCIA


A nuestra nunca suficientemente peloteada Alice la Directrice se le ha estropeado, por quincuagésimochorroava vez, el ZX Spectrum a pedales que tiene por ordenador. Parece que esta vez es grave, gangrena, y va a ser necesario convocar al equipo médico habitual, que no va a estar disponible hasta la semana que viene. Así que, mientras, voy a tener que ocupar su espacio en el blog (algo particularmente difícil teniendo en cuenta la dieta de Phoskitos a la que se ha entregado últimamente) (sí, lo sé, es muy rastrero aprovechar su ausencia para ciscarme. Este soy yo. Si no le gustan mis principios, tengo otros). Tamaño imprevisto ha pillado a Mi Majestad en fuera de juego, como un Saviola cualquiera, y sin nada preparado (“como si tuviera algo preparado alguna vez el vago este”, rugirá la Directrice cuando lea esto... y tendrá razón...). Pero un gran hombre siempre dispone de grandes recursos; e, incluso, un hombre como yo. Vista la hambruna de calidad cinematográfica que nos asola estos últimos viernes, he aprovechado este fin de semana para recuperar tiempo perdido y ver un par de películas que tenía pendientes. Una es “Star Trek”, de la que tengo tres cosas que decir: a) qué viejuno está Leonard Nimoy; b) a pesar de que a veces parece “Enterprise 90210”, está entretenida; c) ¿ESE PEDAZO DE MOÑAS VA A SER THOR? De la otra película que vi. “La sombra del poder”, quizás tenga más de tres cosas que decir. Así que, si eso, las escribo.

Cada vez se hace más difícil salir de una multisala razonablemente satisfecho con lo que uno ha visto. No insistiré en la reflexión antijolibudiense que desparramo cada poco (la última vez en mi chorreo contra la f***ing “Lobezno”), pero que “La sombra del poder”, un tipo de película que en décadas anteriores salía sola, hoy en día sea una rara avis, es un dato inquietante. El film de Kevin McDonald huele a largometraje caro y ambicioso (supera claramente las dos horas de metraje), y ha reclutado a dos estrellas indiscutibles de la industria con el objetivo evidente de conseguir una buena taquilla. Sin embargo, está pergeñada con inteligencia, talento cinematográfico y respeto por el espectador, tres características que rara vez coinciden en un producto como este. Como imagino que conocen, “La sombra del poder” está basada en la exitosa miniserie británica “State of play”, lo que corrobora nuevamente que la qualité, hoy en día, se encuentra en la televisión anglosajona. Más en concreto, en la BBC y en la HBO.

El film de McDonald nos cuenta la historia de un periodista, Cal McAffrey (Russell Crowe, pasadísimo, este de verdad, de Phoskitos y Tigretones) más bien andrajoso y desarrapado, que descubre una posible conexión entre dos hechos aparentemente dispares: el asesinato de unos don nadie y el suicidio de una colaboradora de un importante político (Ben Affleck) que salta a primera plana de los medios debido a la adúltera relación sentimental que mantenían. Este congresista, mireustedpordónde, es amigo de Cal, y este iniciará una investigación -junto a una novata interpretada por Rachel McAdams- que, mientras abre capas de la tupida telaraña de poderes creada entre el sector privado y el gobierno, ha de pelear por la integridad de su profesión con la editora de su periódico (Helen Mirren). Todo esto, y bastante más, está contado con una admirable precisión y con un sentido del ritmo encomiable; a pesar de que la trama es densa y no es sencilla de deglutir, la narrativa es cristalina y nada confusa. Es cierto que nos encontramos en unos momentos en los que la credibilidad del periodismo tradicional está en entredicho (la procedencia del personaje de Rachel McAdams, del mundillo de los blogs, es una mención a esta crisis de credibilidad) y, en este sentido, la recuperación de los valores salvadores del cuarto poder suenan pelín anacrónicos. Es algo que carece de importancia ante la habilidad de McDonald para manejar las claves del thriller político con manos de relojero suizo, incluso entremezclando los conflictos personales (la mujer cornuda, Robin Wright Penn, tiene un pasado con el periodista) sin que parezca forzado.

Aspecto interpretaciones: así como Russell Crowe, Robin Wright Penn y Helen Mirren dibujan sus papeles con la solvencia esperable (podrían clavarlos borrachos de sangría Don Simón y con un cubo de fregar en la cabeza), Affleck y McAdams son víctimas de un miscasting considerable. El primero es demasiado pimpollo para ser un congresista creíble; el hombre se esfuerza (ya es algo), pero es tan inverosímil como ver a Malena Gracia clavando la tabla del seis a la primera y sin chuleta. Lo de McAdams, tres cuartos de lo mismo. Mención especial para las breves apariciones de Jeff Daniels y, en especial, un soberbio Justin Bateman, que se merienda la película en los escasos minutos en los que aparece en pantalla.

Por lo demás, y aún ignorando si la teleserie original ofrece el mismo desenlace, el giro final del film suena tan forzado como edulcorante de la crítica política que se deriva del film, rematado con un momento typical-jolibud breve pero innecesario. Pecados veniales en una película dignísima que reconcilia al espectador de perfil carca e intolerante (=servidor) con el cine industrial americano. Lo reconcilia, eso sí, durante un ratito. Hasta que llega Ron Howard con la estaca-Dan Brown y lo jode todo.
2

FUNERARIAS ARRIAGA, S.A.


Hubo un momento, a principos de los 2000, en el que pareció que la pareja cinecreativa Alejandro González Iñárritu-Guillermo Arriaga iban a ser una marca de fábrica al estilo de, pongamos por caso, Ivory-Merchant, y líbreme Woody de compararles estilísticamente porque no tienen nada que ver: me refiero a poseer un sello propio. Pero partieron peras, y algo más, después de “Babel”, y luego de un acuerdo amistoso (los niños un finde cada uno), decidieron ir cada uno por su lado. Arriaga ya sacó a la luz su primer proyecto como director, “Lejos de la tierra quemada”, recibida con disparidad de criterios; Iñárritu está a la espera de estrenar “Biutiful”, recién rodada, como quien dice, aquí al ladito de mi barrio. Sin embargo, Arriaga nos demostró con otro guión suyo cuáles de las constantes vitales de la sociedad Arriñatu eran suyas: el de “Los tres entierros de Melquíades Estrada”, dirigida por el actor y cuasi-novel director (ya había hecho algún pinito televisivo) Tommy Lee Jones.

ENTIERRO Nº1

La característica más reconocible de la escritura arriaguesca es la desestructuración narrativa, la ruptura de la linealidad temporal a la hora de explicar la historia. Algo que en “Amores perros” funcionaba como un reloj, y que en “21 gramos” se llevó hasta el límite del paroxismo, transformando una mejicanísima, por lo arrebatada, historia, en una modernez de difícil deglución; “21 gramos”, en el fondo, era una jodida ranchera, y Arriaga la convirtió en una mareante sesión de techno-house. Algo de eso hay en la primera media hora de “Los tres entierros de Melquíades Estrada”: la narración, necesariamente sosegada, va dando saltos casi constantes en el tiempo, mostrándonos en engañoso paralelo las circunstancias del vaquero Pete (Tommy Lee Jones), a la búsqueda de la verdad sobre la muerte de su amigo Melquíades, y las de Mike (Barry Pepper), guardia fronterizo malcasado y malcarado; por si fuera poco, Arriaga nos obsequia con retazos del inicio de la amistad entre Pete y el susodicho Melquíades, obligando al espectador a poner a tope el exprimidor de meninges. Sin embargo, una vez se aclara la muerte de Melquíades y sus responsabilidades, también clarea la narrativa del largometraje, que retorna a la linealidad convencional, más allá de algún oportuno flash-back. Ignoro si esa decisión es del director o del guionista, pero el único que sale perjudicado con ese cambio de ritmo es el presidente de Gelocatil.

ENTIERRO Nº2

Otra singularidad común entre los guiones de Arriaga es la participación decisiva del azar en las historias que nos cuenta, supongo que para remarcar la zozobra de nuestros destinos, siempre al pairo de la diosa fortuna. En el caso que nos ocupa, el azar se muestra, risueño, en la propia muerte de Melquíades, propiciada por las necesidades onanistas de Mike (que se lo cepilla por error; no descubro nada con esto, que se conoce a los veinte minutos de película). Pero también en el hecho de que el vaquero mejicano se había tirado, días antes, a la mujer de Mike, dato que este jamás conocerá. ¿Justicia cornudo-poética? Por cierto, Lou Ann (January Jones), la susodicha esposa, es uno de los eslabones débiles del filme, desapareciendo a mitad del mismo sin que queda clara la utilidad de su personaje, más allá de resaltar la atonía de la vida en las aldeas de la frontera.

ENTIERRO Nº3

Pero no todo es Arriaga en “Los tres entierros de Melquíades Estrada”. Es clave la hermosa fotografía de Chris Menges, que dibuja con talento y discreción (si no estás atento, te pierdes unos amaneceres-copón bendito) un paisajismo precioso y de gran variedad de tonos. Hay bastante de Tommy Lee, en especial en la elección del tono del filme, parsimonioso, sosegado, al ritmo de la aburrida existencia fronteriza, cuyas gentes sólo pueden aspirar a diminutos y decadentes disfrutes en mitad de la perenne melancolía de no acabar de pertenecer ni a una cultura ni a otra. Y ahí hay que incluir la propia interpretación de Jones, imprescindiblemente económica en medios, y que nos permite disfrutar de su castellano mejicanizado. Barry Pepper, por otro lado, quien tiene el personaje que más evoluciona de la película, siempre me produce sensaciones encontradas: el repelús que me provoca su tendencia a la sobreactuación la compensa su desvergonzada participación en el maravilloso mojón “Campo de batalla: la Tierra”, heroicidad que, naturalmente, goza de mis simpatías ad eternum.

“Los tres entierros de Melquíades Estrada” evoca cierto johnfordismo, pero también un cine más reciente: a mí me viene permanentemente a la cabeza “Una historia verdadera”, quizás por la tranquila y otoñal obstinación de sus personajes principales, quizás porque soy un redomado perezoso intelectual y no me viene a la cabeza otra cosa. Y, quizás también por eso, me parece que “Los tres entierros de Melquíades Estrada” es el mejor guión de Arriaga. Integristas veintiungrameros, soy todo vuestro: lapidadme.
3

¡UUUUHHH! ¡ QUÉ MIEDO!




No es ninguna novedad que al cine español le gusta el terror; no hay más que ver los productos de Jaume Balaguero o El orfanato; y si nos vamos a los cortos también se da el mismo caso. Uno de nuestros cortos más premiados es El tren de la bruja, de Koldo Serra,( que luego dirigió la interesante Bosque de sombras), que viene a ser un juego de estilo claustrofóbico cobre el miedo. Con una sola habitación y un sólo personaje, interpretado por Manolo Solo, y la voz del gran Héctor Alterio, consigue una buena atmósfera inquietante. Y es que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
7

MININO


Prueba nº 27.957 de que, efectivamente, time passes by (o lo que es lo mismo, que me hago viejuno): ayer Harvey Keitel cumplió 70 años. ¡70 fuckwxklswrsxs años! ¡Mr. White, el señor Lobo, el jodido Bad Lieutenant! ¡70 castañas! Joder, es que dentro de poco le va a quitar los papeles de abuelo cachondón a Eli Wallach... Prueba nº 27.958 de etcétera: me estoy convirtiendo en un gruñón intolerante. Años ha, el hecho de que una película tuviera una mínima capacidad para entretener, por mala que fuera, me permitía olvidarme de ella a la salida del cine, sin más perjuicio para mi humor. Ahora tiendo a cabrearme cual Joe Pesci en... bueno, en cualquiera de sus películas. Y eso no es bueno para la tensión arterial.

También reconozco que me lo busco. La semana pasada me tragué, en apenas un par de días, “X-Men orígenes: Lobezno” en el cine, y “The Spirit” en DVD. El paso lógico subsiguiente hubiese sido arreglarme las cejas con un soplete, embadurnarme de Varon Dandy y pegarme fuego a lo bonzo para acabar arrojándome por la ventana al grito de “Cowabunga”, en un cinéfilo homenaje a “Batman & Robin”. Pero así como “The Spirit”, a partir de un descomunal error en la elección del tono del film, resulta divertidamente lisérgica, “Lobezno” es un ejemplo de lo peor que puede ofrecernos la insigne productora Fox y, por extensión, Jolibud. “Lobezno”, o cómo pervertir a un director independiente, capítulo 365.457 (sí, hoy me ha dado por los números. Eso no significa que sea John Nash) (¿Quién es ese señor con gabardina?).

Recapitulation. Las dos primeras películas de la saga “X-Men”, pergeñadas por el hoy-echao-a-perder Bryan Singer, son un excelente ejemplo de que se puede hacer una película de superhéroes con dignidad, talento, respeto por los personajes e incluso mensaje (el racismo) sin perjuicio del sentido entertainment y unas buenas acojoescenas de acción (ver apertura de “X-Men 2”). Hay división de opiniones respecto a la tercera; personalmente, aunque resulta inferior a sus predecesoras, la considero una más que digna secuela. Con ella se dio carpetazo a la saga mutante como tal, y empezaron a volar los braimstormings con ejecutivos marca Fox maquinando ideas OHMYGODTHEYREGONNACUMEVERYWHERE. Como ahora a todo el mundo le ha dado por las precuelas, pues vamos a hacer un saco de precuelas, bajo el epígrafe “X-Men: orígenes”. La primera iba a ser “Magneto”; pero supongo que consideraron que debían arrancar a tiro fijo (o quizás es que Ian McKellen huyó despavorido a las montañas de Nanda Devi para hacerse monje cisterciense), y han empezado con el superhéroe más atrabiliario y salvaje de la Marvel, Lobezno. Madre de dios, no lo han podido hacer peor.

No me voy a extender mucho, que tengo un jabalí en el horno que necesita de mi atención. “Lobezno” es un ñordo de consideración. Ni siquiera la salva el hecho de que sea corta; precisamente eso va en su contra, puesto que en todo momento da la impresión de que le falta algo. Y, desde luego, es así: le falta Lobezno. No hay apenas rastro del personaje bosquejado por Singer en sus dos filmes, y no se puede culpar a Hugh “camiseta imperio” Jackman de ello (en todo caso, de haberse creído este embolado); en esta precuela, Lobezno es un héroe como otro cualquiera: el hecho de que berree ferozmente de vez en cuando no significa que transmita la rabia interior. Tampoco ayuda la absurda, átona y absolutamente carente de química relación amorosa con Kayla (Lynn Collins). Da grima ver al Lobito derretirse mientras habla con su pareja del mar, las estrellas y la luna-lunera: sólo les falta llamarse “pichoncito” mientras suena de fondo una hermosa balada de Michael Bolton. Por no hablar del giro argumental que atañe a la chica, de absoluta vergüenza ajena; no voy a destriparlo porque es espoilerazo, pero vamos a dejarlo en que las habilidades intuitivas de Lobito quedan en deshonroso entredicho (vamos, que huele una ventosidad de abejorro a diez kilómetros de distancia y, en cambio...).

El resto de los personajes poco tiene que hacer con lo que les dan. Se está hablando bien del trabajo de Liev Schreiber, pero su Dientes de Sable tampoco tiene nada que ofrecer; su personaje está tan tristemente desaprovechado como el Stryker de Danny Huston. Tampoco el director, Gavin Hood (recordemos, “Tsotsi” y “Expediente Anwar”: ¿qué coñios hace dirigiendo esto?) se salva de la quema. Las escenas de acción no son ni malas ni buenas, ni impresionan ni dejan nada perdurable en la retina, son mecánicas e impersonales; aparte de que contienen alguna idea absolutamente descojonable, como hacer que Stryker le dicte las órdenes a su bichardo lacayo... ¡por escrito! Mientras Masacre se va dando hostias con Lobito, Stryker le escribe en un ordenador: DECAPITALO. Ya de paso, podría haberle añadido unos emoticonos, o escribirle en lenguaje SMS: KRTLE LS HVOS CN SPADA LGO KDMOS CNTRO KMRCIAL. K PASOTE TRON! Por no hablar de la acumulación de mutantes para que sean reconocidos por los fans, o algún que otro cameo gratuito que, además, confirma que los FX de este film cantan de manera inadmisible para un proyecto de 130 kilos de presupuesto.

Quizás sea la reflexión sobre este último dato lo que me enciende cual tea, y me impide desconectar el cerebro durante la proyección y, simplemente, abandonarme al entretenimiento que pueda producir una película como esta. “Iron Man” (“TDK” es otra cosa) demostró que se puede hacer una película de superhéroes sin pretensiones, digna, inteligente y respetuosa con el espectador. Así que a mí no me vale con eso de que “bueno, es mala de cojones, pero pasas el rato”. Me voy a por un soplete.
6

ESQUELETOS TEX-MEX EN EL ARMARIO



El límite del bien y del mal ¿existe o es algo más que una canción? No hay mejor metáfora para representarlo que una frontera, de bordes muy confusos. La mejor representante de todo ello es Sed de mal, del grandioso Welles, pero la siguiente en este tema sería Lone Star.

Se trata de la película más ambiciosa de John Sayles escrita y dirigida por él, que con la excusa del hallazgo de un esqueleto y una placa de sheriff en el desierto, desentierra también los esqueletos guardados en el armario de los habitantes de una ciudad tejana fronteriza con Méjico.

El actual sheriff, Sam Deeds (el estupendo Chris Cooper), es el hijo de un sheriff anterior, Buddy Deeds (Matthew McConaughey), que se ha convertido en un mito, por lo que la gente siempre los compara. El peso del recuerdo de su padre es abrumador, pero no tardará en descubrir su lado oscuro. Que al final Sam y Pilar (Elizabeth Peña) decidan prescindir del pasado y vivir su vida no significa que lo quieran ignorar, sino que de lo único de lo que son responsables es de los hechos que hagan en el presente por ellos mismos. Ya tenemos bastante con cargar con nuestros propios pecados como para encima cargar con los de nuestros antepasados. Que en la frontera final, San Pedro decida si hemos hecho bien o no.

Un no menos mítico sheriff, Charlie Wasde, interpretado por Kris Kristoffersson, en la linea del Quinlan de Welles, famoso por su corrupción, se enfrentó con Buddy, desapareciendo después sin dejar huellas y encaja con el esqueleto encontrado. Ni que decir tiene que hay mil leyendas urbanas sobre ello.

Una serie de oportunos e imprescindibles flasbacks nos muestran el pasado y cómo se han cruzado los personajes, o cómo ha repercutido lo que han hecho los unos en los otros, creando una especie de puzzle cuya última pieza no tenemos hasta el final, pero dosificándolo muy adecuadamente para aumentar la intriga. El peso del pasado, que persigue a los personajes como si fueran de tragedia griega, con una especie de fatalidad, es uno de los temas principales de la película, así como el de la mezcla de culturas, que ha hecho que pierdan las raíces de su identidad, simbolizados por esos esclavos que se unieron a los indios de los que habla uno de los personajes. De hecho también se puede hablar de mezcla de géneros, ya que hay elementos de películas de intriga, melodrama o denuncia social, por decir algunos.

Todos los actores están adecuados a su papel, hasta consiguen que Maconejiu no desentone, pero son los tres sheriffs los que se llevan todo el protagonismo. Vienen a ser las distintas caras de una moneda... porque en la frontera las monedas no tienen dos caras, sino tres.
4

OJALÁ HUBIESE ALGUIEN


Apenas hablamos de ello, ni siquiera con nosotros mismos en las noches de insomnio y desconchado de pared. Pero uno de los terrores humanos más recurrentes es el miedo a la muerte en soledad. De ello habla esta exhuberante canción de Antony & The Johnsons, que no sólo forma parte de la banda sonora de “La vida secreta de las palabras”, de Isabel “aquéhuelenlasnubes” Coixet, sino que describe en código de solfeo la atmósfera elegantemente melancólica del filme. El videoclip del tema es extremadamente conceptual, pero es lo de menos. Lo de más es la extraordinaria voz de Antony Hegarty, príncipe (o princesa: él se considera un transexual en transición) del vibrato y digno sucesor de Aaron Neville. Y si no, échenle un oído a este bonus track que ofrezco, una descomunal versión del himno “If it be your will” de Leonard Cohen.

3

GANGS DE NUEVA JERSEY




He aquí la madre del cordero de la actual era dorada de las series de televisión norteamericanas. Cuando Los Soprano hizo aparición en pantalla, en 1999, ya desde los títulos de crédito con la pegadiza banda sonora diciendo “ Te despertaste esta mañana, conseguiste una pistola” el americano medio (bueno, todo lo medio que pueda ser un espectador de un canal de pago) se encontró ante un alud de tacos, violencia y sexo como pocas veces se había visto anteriormente en la televisión.

Su artífice fue David Chase, que ya contaba en su haber series como Doctor en Alaska, pero no nos tenía preparados para el huracán Soprano. Si la serie era innovadora en el contenido, también lo era en el formato, ya que se usaron técnicas totalmente cinematográficas, lo que permitió hacer referencias a multitud de películas (genial el cameo de Scorsese¡Eh, Marty, me encantó Kundun!”), especialmente –como es lógico- El padrino y Uno de los nuestros. Pero las referencias a El padrino traspasaron los episodios, ya que parte del reparto había participado en esas películas, y cada vez que eliminaban a un personaje de importancia (ya fuera mediante un Moe Green especial o no) se denominaba la norma Big Pussy y cuando ocurría le hacían una comida de despedida en el restaurante Il Cortile.

Vayamos por los personajes, en los que brilla con luz propia el gran fucking Tony Soprano, que lanzó a la fama ya un actor secundario relativamente conocido como era James Gandolfini. Tony es uno de los personajes mas carismáticos, complejos y contradictorios de la historia de la televisión. Extrovertido, campechano, simpático, aficionado a la historia, amante de los héroes silenciosos tipo Gary Cooper, sumamente protector con los suyos, y con un carácter violento capaz de dispararse en cualquier momento. Los tiempos cambian que es una barbaridad, como decía la canción, y nos encontramos que todo un capo mafioso como Tony sufre de ansiedad y depresión debido a su trabajo y los enfrentamientos que éste le produce con su familia, especialmente con su madre, con la que mantiene una relación de amor/odio, o su tio Junior, con quien tiene que competir por el poder de la banda; aunque las relaciones con su hermana tampoco es que sean fáciles. Todo ello le ha convertido en carne de psicoanálisis, pero no nos encontramos con Una terapia peligrosa, y la relación de Tony con su psicóloga (Lorraine Bracco) es más complicada, ya que él se siente sumamente atraído por ella, dado que es totalmente distinta a las mujeres que conoce.Tony es el sucesor natural de Michael Corleone.

Pero para que una serie aguante tanto en antena (seis temporadas ni más ni menos, que en realidad son siete) no es suficiente el gancho del protagonista. El resto del reparto es espléndido y tienen la apariencia que realmente debería tener los gangsters: viejos, gordos, horteras (ese Paulie con sus canas que han hecho estragos en la capa de ozono… ) mezclando a la perfección escenas de violencia que merecen estar en la antología del género mafioso, con otras realmente divertidas.

A medida que la serie iba avanzando cada vez iba adquiriendo más tintes shakespearianos, un aire de fatalidad perseguía a los personajes, la muerte venía a ser un protagonista más (el cáncer prácticamente ha acabado con tantos miembros de la banda como las pistolas), Tony ve cómo su hijo a heredado su carácter depresivo, traiciones de seres amados, engaños… Ya no puede escapar, aunque lo intente. Para comprender la enorme influencia de la serie, no hay más que ver el anuncio electoral de Hillary Clinton en el que se homenajea al ya mítico final, que hizo correr ríos de tinta. Porque una serie así sólo se podía despedir a lo grande.
4

YO ANDUVE CON UNA VAMPIRO ADOLESCENTE


Qué curiosos los resortes de la mente. A veces, una película te deja impresionado, digamos que incluso extasiado, durante su visionado; sin embargo, sin darte cuenta tu memoria la va arrinconando en el limbo de lo olvidable hasta el punto de que, pasado un tiempo, apenas recuerdas nada de ella, excepto un par de sensaciones, o alguna escena impactante. Hay otras que, en cambio, han ahorrado fuegos de artificio y carruseles emocionales en nuestro interior, pero que, pasados los días, regurgitan en nuestro recuerdo y nos empujan al deseo de verla de nuevo, de alimentarnos de más detalles que nos puedan haber pasado desapercibidos. Crecen en nuestro interior. A Mi Majestad, que a veces resulta intelectual y emocionalmente de efectos retardados, le ha ocurrido algo similar con “Déjame entrar”, la pequeña maravilla sueca de Tomas Alfredson.

Como todas las modas son cíclicas, han vuelto los vampiros. Y además, en formato multimedia. La saga literaria y cinematográfico-choni de “Crepúsculo”, la serie “True Blood” y próximos estrenos como el “Thirst” del chalado de Park Chan-Wook están situando la tradición chupasangres en un primer plano. En este vampirismo siglo XXI se tiende a reforzar el inherente lado romántico del subgénero, algo que, por otra parte, ya optimizó magistralmente Coppola en su “Drácula de Bram Stoker”, a la que aún considero una de las grandes películas románticas de, por lo menos, el último cuarto de siglo. A estas alturas, se hace difícil trazar nuevos caminos al género vampírico, tan trillado y encerrado en sus márgenes, así que parece que se opta por acercar al vampiro a la chusma, integrarle en la sociedad y ver qué pasa. “Déjame entrar”, basada en una novela del mismo título escrita por John Ajvide Lindqvist, opta por su propio sendero, el de un extraño y lacónico amor preadolescente en plenos años ochenta suecos (para situarnos cronológicamente, entre Abba y Roxette). Se me ocurre, por cierto, que ser un preadolescente en plenos ochenta suecos debía de ser un soberano tostón.

Oscar (Kare Hedebrant) es un crío doceañero tímido y algo lento de reflejos al que los matones del colegio apalean un día sí y otro también mientras le comen la merienda; se le llevarían la novia si tuviese la más mínima oportunidad de tenerla. A su bloque se traslada una niña, Eli (Lina Leandersson) de rasgos agitanados, alicaída, nocturna y con una dieta bastante estricta: yugulares humanas. Vive con un hombre que le sirve de cazador, matando gente y llenando galones de sangre para la cena de la cría. Oscar, desconocedor de los hobbies de Eli, entabla relación con ella, formando una extrañísima pareja de monstruos. Más allá de un guión con algunas inconsistencias, “Déjame entrar” se vale de la particular mirada de Alfredson para enseñar una de las películas más turbadoramente bellas de los últimos años. Su ritmo es endemoniadamente sueco, en especial durante una primera hora que pone a prueba la capacidad de observación del espectador; calmado, pleno de silencios y de postales de un suburbio nórdico aderezado con las más hermosas nevadas que se han visto en el cine, unos años ochenta excelentemente recreados y una riqueza cromática apabullante pero, a la vez, discreta. Domina una atmósfera de lirismo taciturno alrededor de los dos niños protagonistas, de los que se agradece intensamente (y el mérito repártase a pachas entre el material original y las interpretaciones) que no sean los típicos críos verborreicos y adultoides que imperan en la ficción americana; hablan poco, sueltan verdades sin ningún miedo, se relacionan con la torpeza, la fragilidad y la sinceridad de los niños. Son, aunque parezca una estúpida obviedad, infantiles. Pero el ritmo otoñal del largometraje se ve salpicado por set-pieces de extraordinaria sequedad, fiereza y contundencia, que por algo es un film de vampiros. Lástima de presupuesto limitado que hace que el ataque masivo de unos gatos a uno de los personajes resulte tan cutre que los mininos parecen sacados del basurero de Barrio Sésamo.

Las tradiciones son las tradiciones. Vampíricamente hablando, una de las menos trilladas es que no pueden entrar en un hogar humano sin ser explícitamente invitados (de ahí el título de la película, con su correspondiente interpretación metafórica); esto da pie a una de las secuencias más hermosas y contundentes del filme, que explicita a la perfección cuáles son los sentimientos de Eli y Oscar. Aunque la escena que, sin duda, pasará a la historia, es el desenlace final en la piscina. La maestría de Alfredson al encajar dos conceptos tan aparentemente antagónicos como la explicitud del gore y la insinuadora elegancia del fuera de campo, subrayando así la tragedia romántica que envuelve la historia. “Déjame entrar” es una película para degustar y asimilar con calma, para dejar en reposo, quizás, y luego volverla a retomar en la memoria; una mirada diferente al subgénero sin ínfulas de reinvención: el anti-Crepúsculo europeo.

P.D.: el director Matt Reeves tiene intención de realizar un remake yanqui de “Déjame entrar”. Matt Reeves, por si a alguien no le suena, es el responsable directo de ese bochorno abyecto truñomoderno llamado “Cloverfield”. Se abre la campaña de recogida de lápices para aplicarle el truco de desaparición del Joker a todos los músculos de su cuerpo. A TODOS.
8

ENLISTADO



En varias ocasiones ya he mencionado a la tristemente famosa “caza de brujas”; me parece uno de los acontecimientos más vergonzosos de la historia de los Estados Unidos. El hecho que la tan proclamada “tierra de las libertades” tratara peor que a delincuentes a personas que lo único que habían hecho era tener una ideología diferente me resulta tan inconcebible que parece mentira. Pero ocurrió, y no hace tanto tiempo, precisamente.

A quien repercutió más fue a la gente del cine. Los llamados “Diez de Hollywood” fueron los primeros; la mayoría de ellos eran guionistas, ya que eran los que podían transmitir un mensaje a través de las historias. Y entre ellos estaba Dalton Trumbo. Y de él habla el documental Trumbo y la lista negra.

Trumbo era uno de los guionistas más famosos y reconocidos del momento, todo director que se preciara quería trabajar con él, pero todo cambió de la noche a la mañana a la que se supo que estaba en la dichosa lista negra. Hay quien a la hora de declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas se despachó a gusto, como Adolphe Menjou o Robert Taylor, diciendo auténticas joyas en contra de los comunistas que harían tener vergüenza ajena a cualquiera; los hay se acogieron a la primera enmienda, que se refiere a la libertad de expresión, o a la quinta, en la que no se permite declarar contra uno mismo, o los que fueron condenados de desacato. Trumbo fue de estos últimos. Estuvo en la cárcel una temporada, desde la que escribió una preciosa carta a su hijo explicándole cómo nació, firmándola con su número de preso.

Una vez ya en libertad el problema fue encontrar trabajo, nadie quería contratarlo y empezó a tener problemas económicos, por lo que tuvo que hacer como muchos otros compañeros suyos, trabajar con seudónimos o buscando testaferros. Irónicamente (si eso no lo es, que venga Billy Wilder y lo vea), ganó un Oscar por The brave one bajo el seudónimo de Robert Rich; fue la única ocasión en la historia de la gala en que nadie recogió el premio, hasta que finalmente se le entregó en 1975. Con Vacaciones en Roma pasó algo parecido, ya que aparecía un nombre que no era el suyo, pero con el tiempo lo rectificaron.

El documental ya tenía el interés garantizado, y lo ilustran imágenes de archivo del propio Trumbo, pero sobre todo lecturas de cartas que escribió, recitadas por gente como Donald Sutherland, Michael Douglas, Paul Giammatti, Liam Neeson, Nathan Lane… tal vez se abusa un poco de estas lecturas, pero Trumbo escribía tan bien que da gusto oirlas, parecen auténticos monólogos teatrales, además que son variadísimas, desde una delirante dedicada a su hijo hablándole de la masturbación, a una dirigida a una compañía telefónica, las dos divertidísimas, a otras conmovedoras hablando de los muertos de la guerra o se enfermedades. Desde luego era una persona con unas ideas sumamente claras, y podría haberse dedicado perfectamente a la política. Uno no puede menos que recordar una de sus escenas más famosas, el alzamiento de los esclavos diciendo “Yo soy Espartaco”, pero desgraciadamente nadie se unió a él diciendo “Yo soy Dalton Trumbo”.
6

MAN ON THE MOON


¿Es noticia que Duncan Zowie Heywood Jones dirija, por primera vez, una película?

Estáis todos suspendidos, para variar. Sí lo es. La relevancia del hecho es que a ese nombre interminable (que, por fortuna, se nos permite reducir al mucho más convencional Duncan Jones) responde, nada más y nada menos, que el hijo de David Bowie. Os que no le hayan dado todavía al botoncito del “play” ahí arriba estoy seguro que ahora estarán rascándose la curiosidad. El largometraje de Ziggy Stardust jr. se llama “Moon”, está casi perennemente interpretado por Sam Rockwell y, a priori, pudiera convertirse en una de las propuestas más interesantes del año en lo que se refiere al género de la ciencia-ficción. Rockwell es un astronauta que se ha pasado tres años cual Calimero, en la Luna, investigando una fuente de energía gaseosa que podría ser la solución a los males energéticos de nuestro planeta, con la única compañía de un superordenador llamado GERTY (tataranieto de HAL9000). Cuando le faltan unas semanas para licenciarse, descubre que quizás no esté tan solo... Esta sinopsis nos llevaría directamente a “Alien”, pero la cosa parece estar más entre “2001”, “Solaris”, e incluso el intimismo espacial de “Naves misteriosas”. Por si fuera poco, la BSO es del gran Clint Mansell -presten orejas al trailer, que la música es suya-, y la voz de GERTY la aporta el señor Kevin Spacey. Estreno es los Yuesei el 12 de junio, en Celtiberia cualquier día de estos, o de los otros. Más bien de estos últimos.

 
Copyright 2009 LA LINTERNA MÁGICA. All rights reserved.
Free WordPress Themes Presented by EZwpthemes.
Bloggerized by Miss Dothy