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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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BLACK RIVER



Y volvemos al Sur, pero a su lado menos amable, el que tiene que ver con su racismo y los encapuchados con sábanas, nazarenos desteñidos, o como queráis llamarlos.
Arde Mississippi empieza con una imagen de lo más reveladora: dos lavabos,de aspecto diferente, cada uno de ellos con un letrero que indica “blancos” y “de color”. Eso si que es dejar la declaración de principios bien clara desde el comienzo.

Alan Parker es un director un pelín efectista, pero conocedor de su oficio, y con éste consiguió uno de sus films más sólidos y de un estilo más clásico.

De acuerdo que es un tanto maniquea, y ese despliegue del FBI resulta un tanto increíble ¿hacen falta mas agentes? pues aquí tenéis 100 mas ¿necesitáis un edificio? pues lo compramos. Pa chulos, nosotros. Pero el retrato de los dos protagonistas, que casi convierten la película en una buddy movie, está muy bien conseguido: el maduro, Rupert Anderson, que proviene de un pueblo pequeño del Sur y está acostumbrado a vérselas con todo, y el joven, Alan Ward, prototipo del funcionario de la era Kennedy, universitario y liberal, que ha ascendido muy rápidamente, pero no comprende el alcance de sus actos. El enfrentamiento de los dos es inevitable, ya que tienen una forma muy distinta de ver las cosas, pero comprenden que necesitan juntar sus métodos si quieren conseguir algo, aunque para ello a veces tengan que hacerse los ciegos e ignorar lo que ha hecho el otro.

Sin duda, el aliciente principal son las magníficas interpretaciones de Gene Hackman (¡qué bien está cuando está bien!) y Willem Dafoe, el primero investigando mezclándose con la gente del pueblo y el segundo examinando papeles.

Los prejuicios raciales están tan arraigados que a veces olvidamos sus auténticos motivos, que pueden ser –por ejemplo- un trozo de tierra, como explica Hackman relatando una historia de su padre. “ Si no eres mejor que un negro no eres nadie”, dice. Mal vamos. ¿Pensarán lo mismo si Obama gana las elecciones? Yes, they can.

Apoyados en unos excelentes actores secundarios, como Brad Dourif o Frances MacDormand, como el policía racista y su sufrida mujer, cuenta con escenas tan bien resueltas como la conversación entre Hackman y MacDormand en la peluquería, en la que no podemos oír su conversación, escuchándose tan sólo el ruido del exterior, pero con la expresión de sus rostros ya tenemos suficiente. Otras como las de la barbería tienen tal sabor a cine clásico, que tan sólo por ellas vale la pena ver la película, con ese remate perfecto del ruido de la silla de barbero, girando, y si a eso le añadimos frases tan memorables como la de “Me gusta el baseball. Es el único juego en el que un negro puede agitar un bate frente a un blanco sin provocar un conflicto”, o “- Vale la pena morir por algunas cosas. – Aquí las cosas son distintas, creen que vale la pena matar por algunas cosas”, la convierten en una película muy recomendable. Y nunca está de mas recordar que está basada en hechos reales y que sucedieron no hace tanto tiempo.
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UN AFEITADO APURADO




Hoy toca cortometraje, y advierto que no es para corazones sensibles: si la sangre le da vértigo, joven padawan, cambie de canal. "The big shave" es el tercer largometraje conocido de Martin Scorsese, realizado en 1967 como proyecto escolar en la New York University's Tisch School of the Arts. En un baño blanco impoluto, un hombre se afeita con cierta severidad... Aunque es probable que si no llevara el apellido Scorsese posiblemente no nos llamaría demasiado la atención, es necesario destacar que en este embrionario corto se observan algunas de las constantes que caracterizarán la cinematografía de Marty: el montaje sincopado, la música como complemento anticlimático (en este caso, la trompeta de Bunny Berigan con "I can't get started"), la crudeza de su violencia... y el sentimiento de culpa. ¿Que no? Baste decir que el título alternativo del cortometraje es "Viet'67", y no es azaroso: el film es una metáfora de la participación autodestructiva de los Yuesei en el conflicto vietnamita. Disfrutadlo, si superáis la grima.
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ANIMALES DE LA JUNGLA



De nuevo cine negro del bueno. Del que trata las miserias humanas como ningún género. De nuevo un atraco planeado perfectamente pero que fracasará debido a los problemas internos de la banda. De nuevo unos perdedores en todo su esplendor. De nuevo John Huston. Efectivamente, no podía ser otra que La jungla de asfalto.

Esta película fue de las primeras en crear el estilo del llamado “golpe frustrado”, de las que ha habido muchas imitadoras, como por ejemplo Reservoir dogs, siendo una de las mejores de ellas Atraco perfecto, que no por casualidad repetía como protagonista con Sterling Hayden. No puedo dejar pasar por alto el comentario de Orson Welles a la que le preguntaron sobre las similitudes entre las dos películas: "El problema de la imitación me deja indiferente, sobre todo si el imitador logra superar al modelo. Para mí, Kubrick es mejor director que Huston". Palabra de Welles. Te adoramos, Orson. Y no seáis malpensados, que Huston y Welles eran excelentes amigos.

Basada en una novela de W.R. Burnett, para terminar de dar categoría de pata negra al proyecto, el personaje de Dix Handley recuerda mucho al Roy Earle de Bogart de El último refugio, que también es una obra suya. Los dos son personajes inadaptados que añoran profundamente su vida anterior en el campo, y acaban enfrentándose a su destino justo cuando parezca que han conseguido su sueño: las montañas o los caballos, símbolos de libertad.

Pero el resto de personajes no tiene desperdicio:
- el abogado corrupto Alonzo Emmerich,(Louis Carlhern) de impresionante y majestuosa apariencia, pero que se pierde por las jovencitas explosivas como Marilyn Monroe (anda que no sabe); claro que cuestan un ojo de la cara, y entonces pasa lo que pasa...
- el doctor Erwin Riedenschneider (Sam Jaffe): éste viejecito, cerebro de la operación, es sin duda el que tuvo que despertar las mayores simpatías de Huston, dejando que le atrape la policía tan sólo para ver bailar a una chica. Aunque no bebe, y por eso no pasaría el director.
- el pistolero Dix (Sterling Hayden) con añoranza de la vida campesina, y que habla en sueños (también lo hacía Roy Earle), es (como casi todos) fruto de una época concreta; está tan implicado en sus problemas que ignora a la mujer que está a su lado, apoyándole, de la que no quiere reconocer que está enamorado. Maravillosa escena en que ella se pone a llorar, con todo el rimmel corrido y se quita las pestañas postizas. Cine negro mezclado con neorrealismo.¿quien podría decir que ella es la rubia de voz aflautada de Cantando bajo la lluvia?

Porque nuestros peores enemigos somos nosotros mismos, por ese sentido de fatalidad, aunque al mismo tiempo, por esa elegancia al saber perder que muestran tanto Alonzo como Edwin, esta película se convierte en imprescindible. El único detalle que sobra es el del discursito final elogiando la labor de la policía, alegando que unas “manzanas podridas” no estropeaban el resto. Eso no suena ni a Huston ni a Burnett… pero supongo que sería otra historia.
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Y CAYÓ EL OTOÑO EN EL BOSQUE DE SHERWOOD



"Te amo más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la plegaria de la mañana, más que a la paz, más que a la alegría, más que al amor, más que a la vida entera. Te amo más que a Dios".

Lo que acaban de leer, púberes padawanes, no pertenece a ninguna novela romántica de finales del XIX. Ese texto entrecomillado no es sino la prueba fehaciente de que “Robin y Marian”, film de 1976 dirigido por Richard Lester, es, bajo forma y apariencia de western crepuscular enclavado en el medievo inglés, ante todo y sobre todo, una historia de amor. El remache otoñal que Lester amartilló sobre la celebérrima leyenda de Robin Hood (o Robin de los Bosques, o Robin de Locklear, o Robin de Batman) (este último creo que no) se convirtió en, posiblemente, la mejor película del director yanqui, devolvió a la gran pantalla, después de nueve años, a Audrey Hepburn, y nos acabó de confirmar –por si había alguna duda después de "El hombre que pudo reinar"- que a Sean Connery le estaba saliendo una barba de actor clásico que muchos no imaginaban. Todo esto, a través de una leyenda del imaginario folclórico británico que aún hoy en día no se sabe muy bien si existió o si fue un mito creado por el cancionero popular y la mitología del ladrón que roba al poderoso. Por dudar, últimamente hasta se duda de que el arquero de Sherwood viviese en Sherwood; con lo cual, el sheriff de Nottingham ya no sería de Nottingham y... joder con el revisionismo: toda una infancia lanzada a la basura. Que alguien levante a Errol Flynn de la tumba y se lo explique...

Richard Lester. Director americano conocido por: a) aportar su grano de arena a la psicodelia sesentera (Austin Powers le debe la vida) con sus películas beatlianas “Help!” y “A hard day’s night!”; b) quitarle el puesto de trabajo a Richard Donner en “Superman II”, pergeñando una secuela que aún hoy no sé cómo calificarla; c) el crusaíto; y d) dirigir una de las películas más hermosas del cine americano de los setenta. “Robin y Marian”, como ha quedado dicho anteriormente, es un western crepuscular ambientado en el medievo inglés, que se vale de una imperecedera leyenda para seguir una senda que en aquella época habían marcado films como “Grupo salvaje” o “Pat Garret y Billy el Niño”, un camino algo más empedrado que desmitificaba el heroísmo maniqueo de los filmes de aventuras de décadas atrás. “Robin y Marian” nos traslada a un Robin Hood (Connery) que lleva 20 años de seguidismo hacia su rey Ricardo Corazón de León (Richard Harris) en la Tercera Cruzada y su retorno. A la muerte del monarca en Chalus-Sabrol, Robin vuelve, liberado por fin de su lealtad, a sus tierras de Nottingham. Allí se encuentra con que su leyenda se ha acrecentado a golpe de cancionero popular; que su amada Marian (Audrey Hepburn) se ha convertido en abadesa; y que su archienemigo, el sheriff de Nottingham (Robert Shaw), en plena cruzada contra el clero impulsada por Juan sin Tierra (Ian Holm en una breve aparición), se dispone a encarcelarla como parte de esa campaña. Los viejos sentimientos renacen, las rejuvenecedoras ansias de aventura rebrotan, y el aura legendaria azuzada por el fervor popular, obligan a Robin a estar a la altura de su propio mito, enfrentándose, por última y definitiva ocasión, a su némesis.

El gran acierto del film es, sin duda, el barniz ajado con el que repinta todo el mito. Todo es viejo, sucio, haraposo y maloliente, no hay una pizca de glamour medieval en las ropas, los andrajos o los espadones; se oyen las respiraciones marchitas de los avejentados protagonistas en sus peleas y esfuerzos físicos, casi tan jadeantes como sus fatigadas almas; el rey Ricardo se nos presenta como un ser sanguinario y colérico al que Robin no soporta, aunque sigue a su lado por su sentido de la lealtad; se nos asoma un Little John (Nicol Williamson) tan leal como para sacrificar su secreto amor por Marian; el trazo psicológico del sheriff de Nottingham muestra un profundo respeto y admiración por su contrincante, y es alguien que sólo hace lo que cree que tiene que hacer. Lo único que sobrevive incólume es el amor que sienten los dos protagonistas, al que Audrey Hepburn aporta su maravillosa fragilidad, a través de un personaje al que la fe cristiana no le da para el tamaño esfuerzo de renunciar a su corazón (ver monólogo del principio). Richard Lester combina todos estos elementos con singular sensibilidad, con tranco fluido y sigiloso, acompañado de unos parajes que ponen en bandeja una hermosa fotografía en technicolor. Todo esto coronado con un final lastimosamente hermoso, poético, de aquellos que dilatan el ritmo cardíaco y estrangulan el estómago, y que nos erizan el vello mientras acompañamos con la vista esa última flecha que se pierde en el infinito, en la leyenda. El ocaso del carcaj.
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EL CHICO MALO DE HOLLYWOOD



La frase “uno de los mejores actores de su generación” se ha usado tantas veces que casi suena a tópico, pero cuando se aplica a una persona que se lo merece, se ha de reconocer que tienen razón, y cuando se tiene razón se tiene razón. A lo que íbamos: Robert Downey Jr.

Como muchos actores de su generación (¿os suena la palabrita?) empezó con comedias románticas de adolescentes tipo John Hughes, coincidiendo con la reina del género, Molly Ringwald, en El cazachicas, pero películas como El cielo se equivocó demostraron que ahí había talento de sobras desaprovechado, hasta que llegó Chaplin, donde hizo una interpretación realmente asombrosa, luciendo un parecido increíble con Charles Chaplin, si no imitando a la perfección todos sus gestos. Cuentan que se presentó a la audición con Richard Attenborough con melenas, pendiente y la pinta de un surfista de Los Angeles, pero a la que se puso a leer el papel no hubo la menor duda: él era Chaplin. Su nominación al Oscar hizo que se le abrieran nuevos proyectos, pero poco a poco se fue haciendo mas popular por sus detenciones e idas y salidas de centros de desintoxicación que por otra cosa (se podría decir que era el “rehab boy” ), y eso también influyó en sus películas, llegando a convertirse en una especie de secundario de lujo en Conflicto de intereses o Ricardo III, aunque cumpliera en una comedia romántica como Sólo tu, uno no podía menos que preguntarse qué demonios pintaba en bodrios como Gothika. Pasó por la televisión, haciendo de novio de Ally McBeal y la abogada minifaldera demostró ser tonta de remate al dejar escapar a un hombre tan perfecto como él.

Pero las cosas parece que están empezando a cambiar últimamente, aparte de su buena actuación en A casa por vacaciones, dos películas dieron buena muestra de que su talento no estaba acabado ni mucho menos: El detective cantante, donde interpretaba dos papeles, cantaba y bailaba (todo un festín para un actor al que se entregó de lleno) y Kiss kiss bang bang, una de las mas originales visiones de cine negro de los últimos tiempos.

Ahora jura y perjura que ha dejado las drogas, no sé si será cierto o no, pero la verdad es que parece tener mas ojo para elegir los papeles en las estupendas Buenas noches y buena suerte o Zodiac. Iron man sería el éxito de público que necesitaría para situarse en primera fila de nuevo, su colaboración en Tropic thunder ha levantado una absurda polémica al interpretar a un actor que se hace pasar por hombre de color (aunque su trabajo parece impecable). Nosotros sabemos que no necesita esa confirmación: Robert Downey Jr. es uno de los mejores, sin más.
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JÚRALO POR MÍ



¿Cerca de dos años de blog y todavía no he colgado ninguna secuencia de “Batman begins”? ¿Pero en qué estaría yo pensando? Para ir alimentando la espera hasta el 13 de agosto, fecha de estreno ibérico de “The Dark Knight” (ojo al dato, que diría el butano: 13 de agosto en España, 18 de julio en Yuesei. Luego se quejan de la mula), os dejo este sutil y elaborado interrogatorio, breve pero intenso, realizado con las exquisitas y casi versallescas maneras de Bats (sin cuerdas vocales que está Christian Bale), y extraído de la primera película murciélaga de Christopher Nolan. Posiblemente sea la escena -e incluyo todos los filmes anteriores- que mejor trasmite la esencia del personaje, por lo menos en lo que se refiere a su relación con los malosos. Dicha esencia vendría a recogerse, someramente, en dos palabras: MAMÁ-MIEDO.

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LOS FLUIDOS DEL GENERAL



Kubrick era como Atila. Cuando tocaba un género, hacía la obra maestra definitiva del mismo, referencia obligada para películas posteriores y casi imposible de superar. Eso sucedió también con Dr. Strangelove (o cómo empecé a amar la bomba y dejé de preocuparme), que aquí se tituló ¿Teléfono rojo? Volamos a Moscú, inmejorable muestra de política-ficción, sátira política o como quiera llamársela.

Muy acertadamente, la película muestra todo tipo de relación entre armas y sexo, desde las imágenes iniciales de acoplamiento de aviones y bombas que parecen un documental de apareamiento de animales de La 2, el piloto subido a una bomba de clara simbología fálica mientras él no para de dar orgásmicos gritos de entusiasmo y –last but not least- el culpable de todo el desmadre es un militar convencido que los rusos han envenenado el agua para apoderarse de sus “fluidos orgánicos” (menos mal que ahora existe el viagra).

Lo mas curioso de la película es que no ha perdido lo más mínimo de su actualidad ni de su fuerza corrosiva. Nuestro pobre planeta sigue estando en manos de incompetentes que por un mínimo descuido pueden enviarnos a todos al carajo.

Kubrick volvió a usar a Peter Sellers, ya que había quedado encantado con él en Lolita, y de nuevo quiso que interpretara varios personajes; de entrada eran cuatro, pero Sellers lo encontraba excesivo y tras una discusión en el rodaje en que se rompió una pierna se descartó la posibilidad de que pudiera interpretar al piloto del avión, ya que con la pierna enyesada ya no cabía en la cabina. De todas maneras, los tres papeles son más que suficientes, y le permiten mostrar sus acentos haciendo de inglés, americano y alemán. Hilarante la conversación telefónica del presidente de los EEUU con el de Rusia para comunicarle que les van a bombardear; como en muchas otras, fruto de la improvisación de Sellers, aunque Kubrick llevado por su perfeccionismo se las hiciera repetir una y otra vez.

Si Sellers está magnífico, no está menos espléndido George C. Scott, divertidísimo en su papel de militar cabronazo, como sólo él sabía hacerlo.Y no deja de ser una ironía que un actor que estuvo en las listas negras como Sterling Hayden tenga que recitar todo un discurso anticomunista.

Como muestra del enorme poder de la película, cuando Ronald Reagan tomó el cargo de presidente, una de las primeras cosas que pidió es que le enseñaran la “Sala de guerra”, a lo que replicaron que no existe, y el contestó que eso no era posible, ya que la había visto en una película.
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REGRESO AL FUTURO





Hace unos días fallecía Charlton Heston, uno de los actores más carismáticos y populares de Hollywood, uno de aquellos a los que se podía denominar “estrella” sin que se cayese ningún anillo. Debido a su posicionamiento político y su actividad pública, la imagen de Heston quedó seriamente erosionada, hasta tal punto que el noticiario universal de su óbito ha sido casi tan pródigo en escenas de sus películas como en imágenes reales del actor con un rifle en alto; su última escena conocida es aquella peripatética huida en su propia casa, ensartado por las flechas con interrogante de Michael Moore. Algunos analistas y blogueros se han quejado de que, a la hora de su muerte, se haya recordado más a la persona que al personaje, y han declamado la injusticia a la leyenda cinematográfica. Aunque quizás sea cierto, no lo es menos que Charlton Heston se convirtió en un activista político y en un personaje público a través de su cargo de presidente de la ANR, con lo cual este era un riesgo previsible. Sin embargo, decir que La Linterna Mágica es, exclusivamente, un blog de cine, resulta una obviedad necesaria, así que vaya este post como pequeño homenaje a un pedazo de la Historia del Séptimo Arte. Para ello-oye, hemos elegido una de sus películas más famosas, “El planeta de los simios”. ¿Por qué? Pues porque es una de las pocas de Heston que no nos obligan a ver en Navidades o en Semana Santa; porque se puede hacer una analogía entre película y actor (siendo un bombazo en su momento, ninguno de los dos envejeció bien); y porque es la única de tito Charlton que tengo en mi deuvedeteca (¿se dice así?)... Descanse en paz, sr. Heston.

“El planeta de los simios”, de Franklin J. Schaffner, data de 1968. No es una cifra baladí: en 1968 nos encontramos en plena Guerra Fría, lo cual se percibe en el mensaje que transmite el filme; además, en aquel año se estrenó “2001”, con lo cual se podría decir que es un año histórico para la ciencia-ficción. El argumento es de sobras conocido, así que lo reduzco a tamaño S (de sinopsis): una nave de astronautas hibernantes se estrella, al llegar al año 3978, en un planeta desconocido, en el que los simios tiranizan a una raza humana primitiva y sin capacidad para hablar o escribir; el rudo coronel George Taylor (Heston) tratará de escapar de su incierto destino con la ayuda de dos chimpancés científicos, Cornelius (Roddy McDowall, el que más tajada sacó de todo esto) y Zira (Kim Hunter). Nos encontramos ante un largometraje muy setentero estilísticamente, con unos zooms algo chuscos que harían las delicias de Giorgio Aresu; una cámara en mano utilizada en contadas ocasiones, pero muy adecuada; una fotografía árida como el desierto en el que se encuentran los protagonistas; una banda sonora magnífica de Jerry Goldsmith que suena cual tiza en pizarra; un fabuloso maquillaje simiesco, todo un logro de la época; y un presupuesto bastante limitado, que obligó al reajustar el guión respecto del libro original (en el que los simios tenían radios y coches). Charlton Heston es el rey absoluto de la función, eso sí, algo más cómodo en el trazo grueso del inicio (ese Taylor descreído, hosco, chulopo, fumador de puros: una actitud en traje de astronauta) que en los matices que requiere su angustia posterior, aunque en general está bastante convincente; a su lado, McDowall, Hunter y Maurice Evans se limitan a darle voz a sus máscaras, y Linda Harrison, a darle cuerpo a su... cuerpo. La película, con apariencia de entertainer de fantaficción, es en verdad, y desde el discurso inicial de Taylor justo antes de la hibernación, un manifiesto del utopismo negativista que dispara sin demasiada sutilidad hacia la religión, las teorías creacionistas, y, en general, la condición esencial humana, que diríase condenada a repetir los mismos tics autodestructivos una y otra vez; aunque, bien mirado, una observación más requebrada nos podría llevar a una interpretación de la película en clave de racismo... mejor no me meto en berenjenales, que me he quedado sin Ibruprofeno. La sociedad simia que se nos presenta es fuertemente religiosa, y su gobierno parece de corte integrista, acudiendo a un libro sagrado simio para reconocer los principios fundamentales de sus leyes. Los científicos son vistos con cierto desprecio, siempre a un paso de la herejía; y hay una consistente diferencia de clases, en este caso razas: los orangutanes son la clase política (la intelectualidad burguesa), los gorilas la clase militar (los machacas), y los chimpancés la clase científica (uséase, los pringados). Toda una estructura de castas que convierte a “El planeta de los simios” en un índice de un manual sociológico.

“El planeta de los simios” fue un éxito de tal calibre que forzó a ¡cuatro! secuelas filmadas en los siguientes ¡¡¡cuatro!!! años (toma productividad), a cual más floja, aunque sin abandonar casi nunca el pesimismo árido de la película que las parió. Pero, sin duda, lo que más perdurará en la memoria cinéfila es el impactante final, que reconduce toda la mensajería expuesta en los 105 minutos anteriores hacia una feroz crítica al ciego y arrogante comportamiento humano, que nos arrastra sin remisión, como bien dice Taylor en su desgarrado grito, a llevárnoslo todo por delante (insisto en el contexto nuclear-ayayay de la Guerra Fría). Es uno de los finales más recordados de la historia del cine, y con justicia, a pesar de no ser fiel a la novela (más escrupuloso fue el del infame remake burtoniano, y ya ves) (aunque Kevin Smith tiene su propia opinión) de Pierre Boulle. Tan impactante es, que nos hace olvidarnos de las inconsistencias del guión (y ahora es cuando a Laura Hunt se le llena la boca con la palabra "tiquismiquis"), porque, a ver, coronel... ¿de verdad que el hecho de poder respirar sin casco no le hizo pararse a pensar ni un poquito?
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USTED TIENE ASPECTO DE MUJER FATAL




Como toca trailer, y creo que ya estaréis cansados de ver los de Indiana Jones, Hulk o películas por el estilo, esta vez he elegido uno de una película de la que no había oído hablar y que igual ni siquiera se estrena en España, porque los caminos de las distribuidoras son inescrutables. Watching the detectives ¿Y porqué? Pues por dos razones.: Primero porque la protagoniza Cillian Murphy, un actor de lo mas prometedor y poseedor de los labios masculinos mas jugosos del panorama actual.Y segundo por el argumento: un empleado de videoclub aficionado a las películas de cine negro de los años 50 se mete en apuros cuando se cruza en su camino una auténtica femme fatale interpretada por Lucy Liu, con lo que los homenajes cinéfilos están asegurados. Que no sólo de obras maestras vive el hombre.

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U-TURN


A shot that does not call for tracks
Is agony for poor old Max,
Who, separated from his dolly,
Is wrapped in deepest melancholy.
Once, when they took away his crane,
I thought he'd never smile again.

James Mason trabajó en dos películas (“Caught” y “Almas desnudas”) de la etapa americana del director alemán Maximilliam Oppenheimer, Max Ophüls para los amigos y los cinéfilos. De tal manera le marcó la manera de filmar de Ophüls, que le escribió el pequeño y curioso poema que da arranque a la entrada. Orson Welles y pocos más podían seguir su paso en los Yuesei en cuanto a energía cinematográfica se refiere, y fue una de las influencias explícitas de un tal Kubrick. Así que poca broma con este hijo de teatro vienés que, con superviviente y judía clarividencia, huyó a Francia en 1933 previendo el mal café antisemita del Reichstag, fue recuperado para el cine en los Yuesei por Preston Sturges, y volvió a Europa en 1950 para dejarnos varias obras maestras como testamento artístico y personal. La primera de las cuales fue “La ronda”, basada en una obra de Arthur Schnitzler escrita en 1897 pero no llevada a las tablas hasta 1921, y no me extraña. Fue un escándalo mayúsculo desde su edición escrita, puesto que la sociedad vienesa no podía aceptar un retrato burgués tan explícitamente sexual (Schnitzler fue tachado de “autor pornográfico”), hasta el punto de reflejar la despreocupada transmisión de la sífilis entre la burguesía capitalina. El éxito americano de “La ronda” de Ophüls popularizó y prestigió la obra del dramaturgo austriaco, que volvió a ver, desde la tumba, como otro director legendario, Stanley Kubrick, llevaba una obra suya (“Traumnovelle”) a la gran pantalla con el título de “Eyes wide shut”. Eso sí, con tito Tom en el reparto: Arthur, no se puede tener todo. Pero vayamos al quilombo, marcbranches, que pierdes el hilo y la costura.

“La ronda” es una película de aspecto y querencia eminentemente teatral, como no podía ser de otra manera, lo cual no es óbice para que Ophüls pueda continuar luciéndose con su enérgico y ampuloso estilo. El plano secuencia inicial da pistoletazo de salida a un festival de resueltos travellings laterales, planos inclinados y sutiles y recargados encuadres, además de una cuidada y fastuosa ornamentación visual, que da a cada episodio, de los diez que conforman la obra, el tono requerido. Por lo demás, no es “La ronda” un film de fácil deglución. Nos encontramos, de inicio, con un narrador omnisciente (Anton Walbrook) con ansias de protagonismo y un espíritu mortadelista que le hace participar de todas las historias y mover los hilos a su antojo. Más que un narrador, por tanto, parece un autor en medio de su propia obra, un perro pastor que ayuda a las ovejas descarriadas a volver al redil. Un redil, desde luego, de lo más amoral. Cada relato nos presenta a una pareja en un estado sentimental distinto (mezclando matizadamente pasión enajenada, mórbida libidinosidad, romanticismo exacerbado, amor rutinario...), y uno de ellos pasa a protagonizar la siguiente historia con otro partenaire, siempre al son del festivo y pegadizo vals “Reigen” de Oscar Straus, que refuerza la idea de frívola futilidad que impera en la cinta. Como en cualquier relato episódico, “La ronda” resulta algo irregular a la hora de captar la atención, y su teatralidad torna al exceso en algunos momentos; en otros, sin embargo, nos puede el acerado de sus diálogos y situaciones (en particular el que abre el chiringo, “La prostituta y el soldado”, con la gran Simone Signoret”), su sensualidad desbordante (“La doncella y el joven”, con una hermosísima Simone Simon) o su sombría melancolía (“El conde y la prostituta”, que cierra la película uniendo al aristócrata del penúltimo episodio con la meretriz del primero). Sorprende, vista hoy en día, la audacia con la que se nos muestra la relación sexual, siempre a cubierto de una oportuna elipsis en forma de puerta cerrada, luz apagada o fundido en negro, pero muy difícil de ver en el cine americano de la época. De manera más soterrada, se atisba una fuerte carga crítica social, con doble de estaca para la burguesía vienesa, pintada con trazo de moralidad liviana y color de veleta; por otra parte, salen mejor paradas las féminas que los hombres (punto para la Directrice), que tenemos que soportar el regusto de algún personaje insufrible como el poeta sentimentaloide o el redicho marido (“Las adúlteras sufren porque tienen nostalgia de la virtud”), que de todas maneras acaba devolviendo a su mujer al redil.

La languidez que emana del último episodio de “La ronda” sobrepasa la festividad del vals de Straus, y nos deja la sensación de una ruleta errática y frívola llamada amor, en la que las palabras no significan nada más allá del momento en el que son pronunciadas, y en el que los hombres y mujeres parecen resignarse a ser arrastrados por la noria sentimental de sus propias pasiones. Visto que todo es fútil y perecedero, sólo queda jugar por jugar, girar por girar.
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UN RAYO DE SOL




Últimamente parece que se está poniendo de moda el llamado cine indie, hasta en las últimas nominadas a los Oscars de este año se encontraban algunas que podrían llamarse así. Películas rodadas fuera de los grandes estudios, con presupuestos mucho más modestos, como es de pensar, sin grandes estrellas ni grandes efectos especiales. Tal vez la gente esté un poquito cansada de tanto cine palomitero con espectaculares persecuciones, explosiones, etc., (porque, a decir verdad, han usado tanto la fórmula que resulta repetitiva), o puede que tan sólo sea una cuestión de modas. El tiempo lo dirá. La verdad es que mas bien diría que la industria del cine está descubriendo un nuevo filón, porque con películas baratas han conseguido auténticos éxitos de taquilla (no bombazos, por supuesto, pero sumamente rentables; como decía un personaje de La condesa descalza, “Convertir cien dólares en ciento diez es trabajo. Convertir cien millones en ciento diez millones es inevitable") y algunas estrellas tienden a coquetear entre el cine independiente y el comercial, de modo que creo que las diferencias se irán acortando y nos venderán como independientes películas con vocación comercial. ¿Me he hecho un lío? Espero que no. Para explicarme un poco mejor tomemos uno de los mayores éxitos recientes del llamado cine indie, Pequeña miss Sunshine.
Primero.- Productora pequeña, Big beach films. Cumplido. Pasemos al siguiente.
Segundo.- Reparto. Efectivamente, no hay estrellas, sino estupendos actores como Greg Kinnear (que me cae genial), Tony Collette, Alan Arkin, un irreconocible y comedido Steve Carell, uno de los actores que con There will be blood se perfila como una de las mayores promesas de la actualidad, Paul Dano, y todo un descubrimiento, Abigail Breslin, dispuesta a quitarle el trono de mejor actriz infantil a Dakota Fanning.
Tercero.- Argumento basado especialmente en sentimientos. La historia trata sobre una familia que en principio puede calificarse como “atípica”: abuelo drogadicto y hedonista; hijo obsesionado con los “nueve pasos” para conseguir el éxito, una mujer que hace lo que puede para mantener a todos unidos, su hermano homosexual con tendencias suicidas y sus dos hijos: uno que se niega hablar porque odia a la humanidad y una niña obsesionada con los concursos de belleza infantiles, pese a sus gafotas y barriguita. Aunque todos se sienten unos perdedores, se niegan a serlo (no en vano la palabra “fracasado” es la que mas se repite en la película). No estamos en una historia tan negra como las de Todd Solondz, sino en una comedia agradable, en la que la familia se mantiene unida como una piña, y la sensación que nos dejan al final no es de que sean unos perdedores, sino unos ganadores. Ergo, mensaje tradicional aunque convenientemente camuflado.
El final resulta un poco decepcionante, aunque el numerito musical de Abigail resulte muy divertido, pero aún así es una película que se ve con agrado; aunque no sea la gran obra maestra que algunos nos han querido vender.
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LA FÁBULA DEL ZORRO Y LOS HOMBRECILLOS VERDES





SUCESOS PARANORMALES

Hace unos días, Borja Cobeaga escribía en El Periódico un rotundo artículo en el que renegaba de esta nostalgia ochentera que se ha puesto de moda entre las gentes de su (nuestra) generación. Cada vez es más común observar como, a medida que el grupo de amigos de turno se acerca al coma etílico, las referencias a las viejas series de la época se multiplican hasta rozar lo parapsicológico. Borja, tienes toda la razón del mundo: vestíamos de pena, los peinados (ese mullet) eran horrendos, y muchas de las series que se vanaglorian eran una porquería. Tan sólo el género de las sitcom dio un zarpazo de calidad en aquella época, a lomos de los habitantes de un bar de Boston. Por lo demás, nos inundaban con series repetitivas, acomodaticias y que han avejentado penosamente (por mucho que nos duela y muchas secuelas que vengan, “El equipo A” o “El coche fantástico” no se aguantan de pie). Pero los noventa fueron otra cosa. Muchos recordarán otras, y probablemente acertarán; pero hay dos series que marcaron las diferencias y abrieron un infinito abanico de posibilidades a la hora de pergeñar seriales televisivos, enseñándonos que todo era posible detrás del tubo catódico si había la suficiente imaginación; y que, además, se podían aunar conceptos supuestamente contrapuestos como son “televisión de masas” y “televisión de culto”. Una fue la estratosférica y lisérgica “Twin Peaks” (o David Lynch arrasando en la TV, quién lo hubiera pensado), una auténtica maravilla de principio a fin, aunque la gente sólo aguantara la primera temporada. La otra, a rebufo de aquella, fue “Expediente X”.

EL GOBIERNO NIEGA TODO CONOCIMIENTO

No voy a profundizar en el fenómeno televisivo de “Expediente X”, que esto no es un blog de TV (y, desde luego, tampoco es una democracia) (Herr Alicia). Sólo decir que su cuidada ambientación, la química platónica entre los dos protagonistas (¡ocho temporadas para un puñetero beso! ¿Tanto porno para esto, Fox?), el hilo argumental conspiranoico que iba salpicando la serie, los secundarios carismáticos (encabezados por “Los pistoleros solitarios”), la colección de monstruos, la proliferación de episodios sin final feliz, la permanente sensación de que todos los personajes sabían más que Mulder y Scully (y, de paso, que nosotros); todos estos ingredientes, mezclados pero no agitados (o quizás sí), engancharon a hordas de televidentes ávidos de experiencias televisivas nuevas. Además, internet comenzaba a ser un fenómeno común múltiplo, y “Expediente X” se aprovechó de ello como nadie hasta entonces: la red era el caldo de cultivo ideal para el desarrollo y fomento desparramado de la “explicación plausible mulderiana”. En España, el martírico maltrato de Tele 5 hacia la serie radicalizó a sus fans, dándole un empujón definitivo hacia el cultismo que, en verdad, no necesitaba. Volviendo a los Yuesei, al final de la cuarta temporada y a la vista de su creciente éxito, se tomó una decisión tan audaz como la propia serie: irse a la pantalla grande. “Expediente X: enfréntate al futuro” se ponía en marcha para cerrar la quinta temporada de la serie, y se convirtió en el elemento definitivo de su inacabable merchandising.

LA VERDAD ESTÁ AHÍ AFUERA

Una película basada directamente en una serie tiene tantos lugares seguros como limitaciones, y “Enfréntate al futuro” no fue una excepción. Por una parte, se hace imprescindible captar al máximo público posible, y esto incluye a aquellos espectadores que jamás hayan visto la serie; por otra, no se puede renunciar a las características esenciales de la misma, so pena de alejar a sus fans. Hay poco margen para la experimentación y el riesgo distanciador. Cumplidas estas premisas, “Enfréntate al futuro” es, posiblemente, la mejor película que en ese momento se podía hacer de “Expediente X”. Por supuesto, es un episodio alargado (y de la trama conspiranoica, claro), no podía ser de otra manera, pero su director, Rob Bowman, que había dirigido varios de los mejores episodios de la serie, consiguió sacar partido del aumento de formato y se luce en varias ocasiones a golpe de panorámica y encuadre fetén. La primera media hora es impecable, y al alcance de cualquier público, versado o no en los “X-Files”. Tres prólogos dan arranque a la acción, cerrándose el movimiento de apertura con una imperial escena, en un edificio del FBI, que lo tiene todo: desde la primera conversación cómplice entre nuestros viejos amigos Fox Mulder y Dana Scully (¿es necesario que diga “interpretados por David Duchovny y Gillian Anderson”?) hasta la explosiva resolución, con el agente Michaud sentado esperando patrióticamente su muerte. Luego el epis... la película tiene ciertos altibajos, pero no adolece de un ritmo encomiable, y consigue mantener la tensión en los momentos clave, aunque el espectador primerizo pueda perderse con algunos vericuetos de la trama y algunas apariciones “estelares” que a los freaks de la serie nos hacían dar codazos al compañero de butaca. De todas maneras, hay que decir que algunos secundarios celebrados de la serie aparecen en el film como mero decorado (véase Skinner o los susodichos Pistoleros), aunque el Fumador mantiene el aura de villano implacable de la serie. Por supuesto, no pueden faltar un par de colaboraciones de prestigio, en este caso Armin Mueller-Stahl y, en particular, Martin Landau, cuya primera aparición coincide con el celebradísimo gag del mingitorio callejero marca “Independence day”... La película ofreció algunas respuestas a las incontables preguntas que carcomían a los fans (la más importante, que los extraterrestres llevaban de visita turística en la Tierra unos tres millones de años. Y sin pasaporte), le permitió por fin a Mulder ver las pintas de un alien in live, dejó en elegantes tablas la situación sentimental de los protagonistas, y preparó el terreno para la sexta temporada de la serie.

"SÉ LO QUE VI"

Esta es la frase más pronunciada durante la serie que, probablemente, más me ha hecho ansiar la llegada de un nuevo episodio suyo. No soy objetivo con “Expediente X”, ni puñetera falta que hace. Los fans somos extremadamente fieles a nuestras series preferidas, aún mucho después de que desaparezcan engullidos por la audiencia. Así pues, no creo que nadie se sorprenda si digo que, después de cierta secuela, “X-Files 2” es la película que más ansío ver este año. Aún hoy, quiero creer.

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FUCK ¿YOU?




Declinación del verbo fuck. Yo fuck, tú fuck, él fucks… Haced como Monty Brogan, que sí que se sabe todos los tiempos, especialmente el imperativo. En La última noche Spike Lee retoma una escena de Haz lo que debas y la repite, con mejores resultados. En ella el gran Edward Norton se enfrenta a sí mismo frente a un espejo (¿recordando los tiempos de El club de la lucha, quizás?) y se dedica a no dejar títere con cabeza, metiéndose con todas las minorías y mayorías existentes. En este espléndido monólogo el protagonista acaba con un resultado demoledor. Vale, los demás serán todo lo bordes que quieras, pero nos podemos aplicar lo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Y eso cae por su peso, sabueso.
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LA RULETA VIETNAMITA


La guerra de Vietnam, la primera que perdieron los Yuesei desde que tomaron conciencia de ser una superpotencia universal, envió a este país al psiquiatra en los años setenta. No era una derrota cualquiera: un país de mierda (con perdón), con armamento y recursos infinitesimalmente menores que el suyo, les había humillado a base de guerra de guerrillas y jungla fantasmagórica. Así que, cual Tony Soprano, el país entero se zambulló en el diván del psicoanalista durante muchos años para tratar de superar los complejos de inferioridad y culpa que había brotado de esa dantesca experiencia. Por desgracia, y cual Tony Soprano también, cada vez que salía de la consulta acababa haciendo lo mismo de siempre: apretar el gatillo de nuevo. Cuando parecía que ya había abandonado los antidepresivos definitivamente, llegó el 11-M, y vuelta al diván... pero de esto hablaremos otro día. Vietnam fue la primera guerra con cobertura periodística audiovisual, por tanto, el medio artístico que mejor ha reflejado el pesar culposo y la depresión post-gatillazo de los Estados Unidos después de la dichosa guerra ha sido, por supuesto, el arte audiovisual por excelencia: el cinematográfico. La susodicha contienda ha sido explicada, desmenuzada, deconstruida y diseccionada desde incontables puntos de vista, siempre con un deje de culpa y melancolía, siempre con la cabeza gacha y la bandera a media asta. Aunque llegados a los noventa, se consideraba que Oliver Stone era el cronista oficial de la contienda, el arranque de la invasión cinevietnamita fue a finales de los setenta, con dos películas vertebrales: una, la que es considerada por muchos (Mi Majestad incluida, lo cual convierte a dicha consideración en dogma de fe) la mejor película bélica de la historia, “Apocalypse now”; la otra, “El cazador”, que, curiosamente, acabó siendo el principio y el fin de la carrera de Michael Cimino. Quien, por cierto, ahora vive retirado del cine en París, se dedica a la literatura y, luego de lo que podríamos denominar “extirpación de gónadas”, se llama Elisabeth Cimino. Lo digo absolutamente en serio. Véanse sus pintas en el pasado Festival de Cannes aquí. No, no es Yoko Ono.

“El cazador” es una película, dividida en tres actos clarísimamente diferenciados, que a pesar de pertenecer al género bélico nos muestra más bien poco de la guerra en sí. Al contrario que “Apocalypse now”, “El cazador” no se molesta tanto en mostrarnos el “ahora” de la guerra como el “antes” y el “después”, con el indisimulado objetivo de asomar al espectador a las secuelas de una experiencia tan extrema. El primer acto, el más largo y de gen costumbrista, nos presenta a los tres amigos que se disponen, en pocos días, a ser carne de cañón americana en Vietnam, Mike (Robert de Niro), Steven (John Savage) y Nick (Christopher Walken), pertenecientes a una comunidad eslavo-americana. Cimino nos muestra a estos hombres en su industrial hábitat, jóvenes despreocupados y alegres cuyos comportamientos sociales apenas permiten reconocer la proximidad de un enfrentamiento directo con la muerte. En la primera escena de caza del film advertimos ya los diferentes caracteres de los personajes, emergiendo Mike como el macho alfa de la pandilla, dominador, responsable, autoritario y pelín tiránico; su mayor cercanía con Nick queda meridianamente reflejada, a pesar del asomado conflicto sentimental. El jolgorio imperante durante la larguísima escena central, la de la boda (de penalty) de uno de sus amigos, se ve apenas salpicada por la incómoda aparición de un sargento boina verde recién llegado del país asiático, que lo único que quiere es beber para olvidar, dejando el caldo a punto para el segundo acto.

Segundo acto que irrumpe abruptamente, sin fundido a negro, a pelo: de repente, el infierno. Una aldea en llamas, explosiones, helicópteros a toda hélice, Mike emulando a John Rambo... Nos encontramos en el segmento bélico propiamente dicho, pero, a pesar de la espectacularidad de sus imágenes, lo que queda en la mente es esa ruleta rusa en la que Mike y Nick se juegan, literalmente, la vida, y que dejará marcado para siempre al segundo. A destacar que en la escena en la que Steven se rompe las piernas, John Savage se las partió de verdad. Eso es Método y lo demás son tonterías. El tercer acto acompaña a Mike en su vuelta al pueblo, donde, a pesar de las apariencias, da fe de que nunca volverá a ser el mismo en otra sesión de caza en la que se identifica con el ciervo al que apunta. Su última “misión”, recuperar de las cenizas morales y físicas a sus dos amigos, tendrá resultados contrapuestos, y las vidas de Mike y sus congéneres ya no serán las mismas.

“El cazador” es un film ambicioso, algo desmesurado, tremendamente sutil a la hora de presentar sus intenciones, sombrío, menos exhibicionista de lo que pudiera parecer en un principio. La fotografía es discreta y delicada, y Cimino disfruta con planos plenos de gente y de paisaje, siendo mucho más reticente con el plano corto. El primer acto, que incluye una escena de boda inacabable en la que no ocurre prácticamente nada, adquiere su sentido una vez sacadas las conclusiones de la película; aún así, me permito insinuar, so pena de que la cinefilia oficialista me corra a gorrazos, que un buen par de tijeretazos le hubieran sentado de maravilla al film. Las interpretaciones (súmese a los ya significados a una excelsa Meryl Streep y al bueno de John Cazale, que, presa ya avanzada del cáncer, ni siquiera llegó a tiempo del estreno del film) son extraordinarias, destacando un Walken que se descubría al mundo y un Bobby que ya se lo había comido. Por otra parte, se hace necesario resaltar la importancia de la música en “El cazador”, y no sólo por la banda sonora de Stanley Myers; tres canciones, cantadas a coro, presiden tres de las mejores secuencias del largometraje: “Can’t take my eyes off you”, “Katyusha” y “God bless America”, cada una de las cuales refleja a la perfección el tono de cada uno de los segmentos del filme. Este último, en particular; aunque muchos lo consideran un chirriante ataque de patriotismo, a mí me parece que es bisabuela de la bandera americana boca abajo de “En el valle de Elah”. ¿Por qué no vamos a París y se lo preguntamos a Mich... a Elisab... estoooo, a Cimino?

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LA GATA DE OJOS VIOLETA



Ya he comentado en alguna ocasión lo que me gustan las historias situadas en el Sur de los Estados Unidos, y si encima están basadas en una obra de Tennesse Williams, mejor que mejor. Vayamos por el bourbon mientras escuchamos rythym and blues.
La gata sobre el tejado de zinc caliente (en la traducción española se suprimió la última palabra del título, por ser demasiado sugerente, aunque así no tenía ningún sentido) es una de las obras mas conocidas de Williams, y fue estupendamente adaptada por Richard Brooks.
Durante la celebración del cumpleaños del todopoderoso cacique del lugar, Big Dad, aparecerán todos los trapos sucios de la familia: mentiras, engaños, envidias... El retrato de cada uno de los personajes es impecable:
Big Dad, (soberbio Burl Ives) quintaesencia de todo cacique sureño, es un selfmade man que ha levantado un imperio; está a acostumbrado a que se haga lo que dice y nunca ha mostrado la menor muestra de cariño a su mujer, hijos o nietos. Su propio sentido de la moralidad no le impide tener todas las amantes que le apetezca, ya que está por encima del bien y del mal.
La abuela (Judith Anderson) es la que siempre ha estado a su lado, cumpliendo sus deseos; sabe que él no se casó enamorado de ella, pero ella le adora y por eso soporta todos sus desplantes. Es increíble que sea la misma actriz que hizo de la perversa Mrs. Danvers.
El hijo mayor, Cooper (Jack Carson) durante toda su vida ha obedecido las órdenes de su padre sin decir nada, estudiando lo que quería, casándose con la mujer que le eligieron y teniendo hijos con ella para dar unos herederos a la familia. Pero su padre le ignora totalmente.
La mujer de Cooper, Mae (Madeleine Sherwood), fue una reina de belleza en su juventud, pero ahora poco queda de ella; embarazo tras embarazo (es tan fértil que se queda en estado tan sólo con que le toquen el pensamiento) se ha convertido en una mujer vulgar, ambiciosa y cotilla, siempre rodeada de sus monstruos cuellicortos.
El hijo menor, Brick, (Paul Newman), a pesar de ser el niño malo ( o tal vez precisamente por ello) es el favorito del padre. Fue un deportista famoso en su juventud y vive aferrado al pasado, pegado a una botella de whisky.
La esposa de Brick, Maggie, (Elizabeth Taylor) era de origen muy humilde; está locamente enamorada de su marido y haría cualquier cosa por retenerle y que no les quiten lo que les pertenece, ya que como ella dice “Se puede ser joven sin dinero, pero no puedes ser viejo sin él”.
Estos personajes se insultarán y gritarán los unos a los otros en busca de la verdad, uniéndose una oportuna tormenta a la tormenta que estalla en el interior de la casa.
A pesar de que la censura suavizó el texto y modificó las referencias a la homosexualidad, la pareja de protagonistas poseedores de los ojos mas famosos de la historia del cine rezuman tanto atractivo y ella luce tan glamourosa en ropa interior que el erotismo se sobreentiende. Como dice la madre de Brick, cuando una pareja no funciona es que hay algún problema en la cama (aunque como dijo Groucho refiriéndose a ésta famosa frase de la obra, si se refería a sólo esa cama Williams debería repasar toda su obra); pero Maggie, como buena gata, siempre cae de pie y aguantará aunque el tejado esté ardiendo. No la culpo.
 
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