RSS
Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
7

EL VIDEO MATÓ A LA VIAGRA STAR



¡Hay que ver lo que puede un título! La gente lee Sexo, mentiras y cintas de video, se piensan que es una versión yanki del Kamasutra, y allí que van, como locos, porque si se hubiera llamado "El cultivo del champiñón en el bajo Egipto" la cosa habría cambiado. Pues ni hablar del peluquín, en la película no se ve ni una escena de sexo... Pero no se puede negar que la película ofrece todo lo que dice el título: se habla sobre el sexo (o la falta de él), se miente mucho y las cintas de video son los mudos testigos de todo ello.
Soderbergh, con su primera película, de bajo presupuesto, consiguió un éxito de crítica que lo calificó como una gran promesa.
Nos explica la historia de una pareja, John (Peter Gallagher) y Ann (Andie MacDowell); él es un abogado de éxito, y ella la esposa perfecta, que tiene una hermana, Cynthia (Laura San Giacomo) muy “extrovertida” (según las palabras de su hermana, aunque sólo si está de buen humor). Un antiguo amigo de John, Graham (James Spader) va a hacerles una visita, y a partir de aquí sus vidas cambiarán, sobre todo a la que descubran el pasatiempo de Graham. No deja de ser revelador que la primera vez que aparece Graham, John critique su aspecto, diciendo que parece un enterrador, y cuando Ann descubre la verdad y va a hablar con el amigo de su marido, vista también como él.
He de reconocer que me cae mucho mejor la parejita “sexy” (Gallagher y San Giacomo), que la formada por Spader y MacDowell; ella y sus rizos es tan reprimida que no me gusta, es tan sólo al final, en la escena en que por fin habla de sus sentimientos y convierte a Graham en cazador-cazado, cuando su personaje gana en interés. Esa escena es la mejor de la película, una especie de juego de ratón y el gato en el que se van cambiando de papeles y (por fin) salen muchas verdades. La relación entre las dos hermanas es la mas interesante. Las dos se odian, y han radicalizado su comportamiento tan sólo para ser diferente a la otra. Pero un personaje secundario, el eterno ocupante del bar donde trabaja Cynthia, es el mas simpático de todos, con sus “parece un mantel pero es bonito” o “Yo voy de azul, tu vas de azul. No puede ser una coincidencia”.
De haberse rodado ahora, probablemente se habría llamado "Cibersexo, mentiras e internet", pero tened cuidado, porque nunca se sabe quien puede estar al otro lado del ordenador.... ¿Y vosotros, cuanto necesitarías? ¿Tres minutos o tres horas de cinta?
7

EL GRAN HÉROE AMERICANO



Querido Oliverio Piedra:

Sé que no me diriges la palabra, que me tienes en tu lista negra, y puedo llegar a entenderlo. Eres un tipo orgulloso, soberbio y con no demasiada capacidad de autocrítica, y el palo que le pegué en su momento a esa hedionda bosta de elefante que perpetraste llamada “World Trade Center” te hizo mucha mella. Aunque no fui ni mucho menos el único, mi despiadada pero justa crítica te erosionó especialmente, siendo como soy un crítico de reconocidísimo prestigio, prestancia y prestaciones; tal es así, que desde entonces no tienes un mal proyecto que llevarte a la boca, algo que te permita superar la depresión que, sin pretenderlo, te he provocado. A lo mejor, Oliverio, es que ya ha pasado tu momento: ¿has reflexionado sobre ello? Puede que la gente esté cansada de tus paranoias, de tus tendencias grandilocuentes, de tu ansia de protagonismo. Puede que te hayas cansado, en realidad, de ti mismo. Fuiste uno de los grandes; uno de aquellos que salía a puñado de nominaciones por película, después de hacer saltar la banca con “Platoon”. Pero cuando acabaste tu trilogía vietnamita con “El cielo y la tierra” empezaste a dar peligrosos bandazos, entre ínfulas de autor, e igual te daba por destrozar un guión de Tarantino como hacer de Cameron Diaz una Florentina Pérez cualquiera. “World Trade Center” fue tan sólo, y perdonarás que hurgue en la herida de esta manera, la cagada definitiva. ¿Por qué me cabreaste tanto, te habrás preguntado durante todo este tiempo? Pues por “JFK”. Por supuesto.

Porque con “JFK” demostraste definitivamente que detrás del maniático político-conspirativo que llevas dentro había un director de cine extraordinario. Es tu mejor película y lo sabes. Posiblemente es en la que más jirones de piel te has dejado, en la que más te has volcado, y se nota. Sigue siendo, 16 años después, una cita obligatoria en cualquier escuela de cine, por muchas cosas, pero en particular por su montaje, que combina frenetismo e información en dosis perfectas, siempre manteniendo al espectador al borde del la saturación, sin llegar a alcanzarla en ningún momento. Nos metes por los ojos una combinación (mezclada, no agitada) de imágenes reales, falsos documentales, dramatizaciones que encajan milagrosamente como guantes en Gildas, y que contribuyen a hacernos tragar con tu plan. Oliver Plan: ni más ni menos que la sacralización del gran héroe americano del título del post. ¿Kennedy? Le pintas como poco menos que un santo, pero no. Tu gran héroe es Jim Garrison; como tú (o eso te crees), un luchador, un surfista contra la gran marea, un San Jorge contra el Dragón. De ahí tu elección para el papel, un Kevin Costner que de aquella era la gran estrella jolibudiense, y del que conseguiste sacar, quizás, la mejor de sus interpretaciones (aunque a veces no puedas evitar la sensación que quien actúa son sus gafas...): Costner hace de Garrison un personaje honesto, incisivo hasta la obsesión (en este aspecto la película entronca con la reciente “Zodiac”) y carismático, que va perdiendo, al igual que el pueblo americano (porque Garrison ES el pueblo americano) la inocencia virginal del comienzo. Costner, en paralelo a la película, encuentra su cenit en el juicio final, un crescendo de datos y discursos abrochado con un inolvidable speech que se cierra con ese “It’s up to you” que pronuncia Garrison a la cámara. Pero es que el resto del reparto es, y está, sobresaliente: desde esos Jack Lemmon y Walter Matthau que quisiste que aparecieran separados para evitar cualquier reacción cómica equivocada por parte del público, pasando por Tommy Lee Jones, Joe Pesci (inenarrable pelucón), Laurie Metcalf (¡qué gran actriz tan mal aprovechada!), Sissy Spacek, Michael Rooker, Kevin Bacon (su breve aparición es, sencillamente, descomunal) o el gran Donald Sutherland, hasta llegar a ese Lee Harvey Oswald redivivo en el que se convirtió cierto camaleón llamado Gary Oldman. Todo esto con el objetivo de sacudir los cimientos del stablishment, y demostrar que la mejor manera de ejercer la democracia es pateando gobiernos. Lo de menos en “JFK” para ti, Oliverio, era determinar quién apretó el gatillo, o señalar con el dedo los componentes de la conspiración que, finalizado el filme, todos los espectadores estamos convencidos que existió. Lo importante era demostrar que alguien mintió (y no sólo la comisión encabezada por Earl Warren, que con muy mala leche hiciste que interpretara el propio Garrison), que todo estaba encaminado a barrer la porquería debajo de la alfombra, y que desde los mecanismos de poder se estaba dispuesto a hacer lo necesario para mantener un orden (los 60, recordemos, fueron años de magnicidio: JFK, Luther King, Malcolm X, Bobby Kennedy). Y lo conseguiste, Oliverio, a base de crear una suerte de subgénero, llamémoslo dramadocumental (toma palabro), que encandiló a medio mundo. Y precisamente por eso, sr. Piedra, porque has demostrado albergar auténtico talento de cineasta, que no te perdono “World Trade Center”. Espero que algún día reencuentres tu camino y te redimas. Aunque no lo creas, yo estaré aquí para celebrarlo. Un cordial saludo,

Marcbranches

P.D.: hay una escena en la que el fiscal del distrito de Texas dice algo así como “Tengo la convicción moral de que Lee Harvey Oswald es el asesino de Kennedy”. Esto de la “convicción moral” me suena de algo...
16

MALA SUERTE, JAKE



El cine negro ,junto con el western, es el género con mas genuino sabor americano, el que mejor ha sabido retratar la realidad del momento, el que mayor cantidad de mitos ha dado. Por eso no es de extrañar que de vez en cuando se haya querido volver a él; algunas veces con una reconstrucción milimétrica de la época y otras actualizándolo. Chinatown está dentro del primer tipo.
Jake (Jack Nicholson) es un detective, y no lleva una mala vida: viste bien, se puede permitir el lujo de compadecer a sus clientes o decir a la secretaria que se vaya a empolvar la nariz cuando quiere explicar un chiste verde... Todo va bien hasta que una mujer adinerada le contrata para que averigue si su marido le es infiel. Un caso habitual... en principio.
Pronto descubre que todo ha sido un engaño, la auténtica esposa aparece, el investigado fallece en extrañas circunstancias... Además, la mujer es una rubia (Faye Dunaway) que miente mas que habla, muy en la línea de la Mary Astor de El halcón maltés.
La música de Jerry Goldsmith es como debe ser el buen cine negro: elegante, sensual, envolvente, atmosférica... En esta ocasión no estamos en oscuras callejuelas, sino en la soleada Los Angeles, cerca del mar, con campos de naranjos.
Dos escenas son famosas por su violencia, aunque ahora nos pueden parecer cosa de niños, pero siguen aguantando el paso del tiempo: cuando un matón interpretado por el propio Polanski le corta la nariz a Jake, y la serie de bofetadas que le da Nicholson a Faye Dunaway.
Polanski seguro que se lo pasó en grande, sobre todo con John Huston, los dos zorros se tuvieron que reír de lo lindo con el final y con el personaje de Huston, Noah, una especie de cacique todopoderoso, amoral, seductor y perverso.
Y todavía no hemos hablado de Chinatown, o lo que significa en la película; Jake se fue de allí escarmentado por una historia que acabó mal, y desde entonces el Barrio Chino se ha convertido para él en sinónimo de mala suerte. Por cosas del destino tiene que volver a él, al final de la película. Hay una ligera discusión, alguien saca un arma y sube a un coche, huye y empiezan a disparar mientras vemos como el coche desaparece en la oscuridad, hacia el fondo de la pantalla. Sin que sepamos porqué, se detiene y se oye un cláxon, instantes después se oye un grito desgarrador. La cámara sigue a los personajes que se dirigen corriendo al coche y vemos lo sucedido. Desconcierto general, un muy ladino Noah queriéndose aprovechar de la situación y un Jake destrozado al que intentan consolar sus amigos: ”Es Chinatown, Jake”. No se puede pedir más. Nuevo travelling alejándose, mientras suena la música y “Fin".
20

DINASTÍA (EPISODIO UNO)






El Padrino”. El puto “Padrino”.

Podría acabar el post sólo con esta procacidad, y la puñetera banda sonora. ¿Qué puede añadir este humilde cronista a toda la literatura crítica y cinematográfica que se ha desparramado acerca de esta supermegacalifragilístico-mítica película? Un pequeño dato de actualidad: con motivo de su sesenta aniversario, el American Film Institute (también llamado AFI, vaya usted a saber por qué) (espera…) ha renovado su lista de las cien mejores películas de la historia. La lista hace gala de auténticas barbaridades que en algún caso rozan el frikismo (el 10º puesto de “El mago de Oz” o el 24º de “E.T.” por exceso, y el ¡30º! de “Apocalypse now” por defecto), pero mantiene las constantes vitales de toda lista histórico-cinéfila que se precie: “Ciudadano Kane” en el número 1, y “El padrino” en el 2. Es el recurso más fácil y políticamente correcto, puesto que nadie osará discutirlas. Una vez le preguntaron al iconoclasta y con ínfulas de ex-crápula Carlos Boyero si no le parecía que Coppola había descendido de nivel alarmantemente desde “Drácula”: Boyero no pudo estar más atinado al responderle que, después de “La ley de la calle”, “Apocalypse now” y “El padrino”, Coppola tiene todo el derecho del mundo a dedicarse al onanismo el resto de su vida (en realidad, su expresión fue pelín más procaz, pero no procede). Hace ya unos meses mi socia capitalista Alicia publicó un post generalizando sobre la trilogía padrinística, pero tamaña(s) obra(s) maestra(s) merecen un tratamiento específico, personalizado y supermineralizado.

Hecho: “El padrino” es una película de encargo. Dicho en pocas palabras, Francis Ford Coppola necesitaba pasta y la adaptación de la exitosa novela de Mario Puzo era una oportunidad para abandonar el lúgubre mundo del RAI-cobrador del frac. El resultado de dicho encargo ha sido una de las mejores películas de la historia, que además supera por la derecha a su referente literario, en confrontación con el manido cliché de “¡hombre, es mucho mejor el libro, donde va a parar!”. “El padrino” es un film elefantiásico, pero sin caer en ningún momento en la desmesura; intimista en algunos momentos, operístico en otros, seco y sangriento casi siempre. Una combinación de elementos y profesionales (mención honorífica para la fotografía de Gordon Willis y la legendaria BSO de Nino Rota, protagonista de mi móvil desde hace muchos años) (envíe un SMS con la palabra Politono Corleone al 666) en estado de iluminada gracia que ha resultado alma, guía y religión de multitud de filmes, cineastas, escritores, cansautores… y del mejor personaje de la historia de la televisión: Tony Soprano, off course. “El padrino” es un pedazo de historia americana, bañada en sangre, inmigración, catolicismo malcurado e instinto de supervivencia. Un rotundo “así eran las cosas por aquí, y por eso somos como somos” encarnado en la brutal metamorfosis inversa (de mariposa a capullo) a la que se ve arrastrado el personaje de Michael Corleone, excelsamente interpretado por un Al Pacino en el que nadie creía y que borda un complicadísimo papel. Desde la celebérrima escena del bodorrio inicial, en la que Coppola nos hace creer, falsamente, que el centro neurálgico de su relato va a ser Vito Corleone (Marlon Brando + algodones en la boca = personaje más imitado de la historia del cine), y en la que se nos muestra a un Michael casi virginal (ojo al maquillaje), inocente y desapegado de las actividades criminales de la familia, Coppola nos va colando sutilmente, casi sin darnos cuenta, que el verdadero protagonista va a ser Anakin Skyw… digo, Mikey Corleone. A medida que su familia es atacada por las rivales, la “oveja blanca” de la familia se va asomando como el más adecuado descendiente de su padre, muy por encima del bulldog descerebrado de su hermano Sonny (James Caan), demostrando así que es el destino el que te escoge y nunca al revés. Coppola consigue que nos identifiquemos, a pesar de su sanguinolencia, con los códigos de honor tradicionalistas de la familia Corleone, en la que se incluye al leguleyo Tom Hagen (el gran Robert Duvall), y el roqueño espíritu de lealtad hacia los suyos del núcleo familiar de Don Vito. Para la anécdota quedan el sospechoso airecillo del personaje Johnny Fontane, un cantante famoso con oscuros lazos con el submundo criminal (cuentan que Sinatra se puso de muy mal café al leer la novela, y presionó para reducir el protagonismo del personaje), el “olvido” voluntario de Coppola y Puzo de la palabra “mafia” en todo el relato, o el papel premonitorio pre-mortem de las naranjas durante toda la saga que se inicia con el tiroteo en la parada de frutas a Vito. Queda en el recuerdo de la iconografía popular ese imperial Vito Corleone, un Marlon Brando deliciosamente histriónico, árido y apabullante en el negocio, cálido y protector en el refugio familiar; él nunca quiso esa clase de vida para su más prometedor vástago, pero no habría podido evitar una mueca de orgullo al ver cómo su hijo, en la escena final, miente sin apartar la mirada a su mujer, y recibe con cadenciosa solemnidad los respetos de sus subordinados. La puerta se cierra, el círculo también: habemus Padrino.
13

UN PEZ LLAMADO CLEESE


Trailer: dícese del arte de destripar películas en unos minutos, que a veces resulta muy superior a la película en sí.
Pero a veces se les ocurre algo original, como en este caso. De la mente retorcidas del ex componente de esos adorables locos que fueron los Monty Python, John Cleese, seguro que tenía que salir algo bueno, y aquí lo demuestra, limitándose a explicar de que va Un pez llamado Wanda y porqué será un auténtico “bombazo”. Lástima que la voz que le han puesto no le pegue demasiado, pero por lo demás el video es divertidísimo. Atentos a los detalles: la corbata de Cleese, las patatas fritas con ketchup y la pecera. Eso se llaman pistas.

7

UNDER MY SKIN




Razones para ver El detective cantante:
- número uno: Robert Downey Jr. interpretando a Dan Dark
- número dos: Robert Downey Jr. haciendo de Detective Cantante
- número tres: Robert Downey Jr. cantando
¿Tengo razón o tengo razón?
Dennis Potter es un guionista que escribió unas series de televisión totalmente rompedoras. Mezclaba realidad con ficción, mostrando como la gente intentaba huir de una vida miserable a través de la fantasía, ya fuera a través de canciones o novelas policíacas baratas. Era muy difícil llevar a la pantalla unas series tan complejas y duras, pero se consiguió con éxito en esa pequeña joya que es Peniques del cielo. El detective cantante no está a ese nivel, pero aún así es totalmente recomendable para alguien que quiera ver algo distinto, aunque no sea redonda, ni sea para todo tipo de público.
Un escritor, Dan Dark (Downey), tiene una enfermedad en la piel tremendamente dolorosa; la medicación le hace sufrir alucinaciones y ante él aparecen los personajes de su novela, así como recuerdos del pasado, que para terminar de redondear las cosas, en el momento mas inesperado se pueden poner a cantar antiguas canciones, pero todo se mezcla de tal manera que nunca sabe cual es el límite, donde está la realidad o su imaginación.
Está obsesionado con el sexo y lleno de ira, cree que su mujer le engaña, pero su manera de evadirse es creyendo que es el Detective cantante, uno de sus personajes de novela, muy en la línea de Marlowe, aunque capaz de entonar canciones tan irresistibles como It’s only to make believe o atreverse con una que ha sido versionada por sus satánicas majestades. ¿Que su mujer le engaña? Muy fácil, se la carga en la novela, aunque también habrá elementos de la infancia de Dan que se mezclen en la novela. (Este Freud...)
Robert tenía que competir con el recuerdo del excelente trabajo de Michael Gambon , pero pasa la prueba con nota: su enorme talento y carisma son el pilar sobre el que se sustenta la película, y no puede ser mas sólido.
Pero el resto del reparto no es moco de pavo: un irreconocible Mel Gibson, Robin Wright Penn, un Adrien Brody pre-Pataky, Jeremy Northam, Alfree Woodward, un Jon Polito que rememora sus tiempos de Muerte entre las flores, o hasta (¡oh, cielos!) Katie Holmes, en un papel que problablemente ahora no le habría dejado hacer Tom Cruise.
La mezcla de escenas sórdidas con canciones de los años 50-60 resulta sorprendente, y se ajusta muy bien a las escenas, como por ejemplo cuando el doctor que interpreta Mel Gibson intenta convencer a Dan para que de unos pasos ¿título de la canción? Three steps to heaven, por supuesto.
Un final muy abierto, con referencias a Seis personajes en busca de autor, y la forma de ponerse el sombrero Downey, cantando, nos hacen dudar si quien está ahí es realmente Dan Dark o si el Detective cantante se ha apoderado de él. Os recomiendo que no os vayáis antes de ver los títulos de crédito , ya que Robert sale cantando con su propia voz. Yo al menos no pude levantarme hasta que terminó de cantar.
5

ROSAS AMARILLAS PARA LA CONDESA OLENSKA




“La verdadera soledad es vivir entre toda esta gente que sólo quiere que finjas”.

Esta es la desesperada confesión que Ellen Olenska le hace a Newland Archer, el único con el que puede sincerarse sin miedo, en su pequeño apartamento neoyorquino, aturdida y asfixiada por la atmósfera opresiva de formas y prejuicios que resulta ser la alta burguesía de la época, y pertenece a “La edad de la inocencia”, la película aparentemente menos scorsesiana de Martin Scorsese, basada en la extraordinaria novela de Edith Wharton del mismo título. Sí, he dicho aparentemente. Todos relacionamos a tito Martin con gangsters, chorizos de baja estofa, violencia explícita, sangre a chorros de manguera, sentimiento de culpa, urbanismo furibundo, cámara nerviosa, adrenalina por las nubes y hostias como panes. Lo más alejado de todo esto, en primera instancia, es un melodrama romántico de época, en el que los sentimientos se intuyen, las lenguas se muerden y las pasiones dicen lo contrario que los rostros. O no... A Marty le llegó la posibilidad de rodar esta película, por primera vez, alrededor de 1980, recién estrenada “Toro salvaje”. Siempre especulaba con la posibilidad de hacer una película romántica, y su amigo Jay Cocks le propuso la adaptación de “La edad de la inocencia” como una gran oportunidad. Pero Marty ya tenía en mente “El rey de la comedia”, y aún no se sentía preparado: su vida (y alguna de sus aficiones... las de tipo "nasal", por ejemplo...) aún era demasiado convulsa. En 1987, sin embargo, las cosas eran diferentes, y comenzó a poner en marcha, mientras daba a luz otros proyectos, la película en la que iba a demostrar que era capaz de rodar cualquier cosa, cualquier género, sin renunciar a su estilo.

Lo primero que tuvieron claro Scorsese y Cocks (no quiero ni un sólo chiste sobre el apellido de marras y su significado en castellano) era que había que mantenerse lo más fiel posible a la novela original. A fe que lo consiguieron; sin embargo, siendo esta una loable virtud del film, también trae consigo alguno de sus aspectos más discutibles. Hablo, por descontado, de la voz en off de Joanne Woodward (en castellano, Nuria Espert, a la que le cayeron palos por todos los lados), perenne protagonista del relato, hasta el punto de que a veces hace pensar si es una opción artística o un recurso fácil para sortear las dificultades que conlleva plasmar en imágenes las enfermizas descripciones de Edith Wharton. No desmerece, sin embargo, la película, excepcional. Desde el inicio en la ópera, en la que la presentación de la condesa Olenska (Michelle Pfeiffer, magistral) es subrayada a base de iluminación, Scorsese se afana en desmenuzar el concepto de “burguesía neoyorquina de final de siglo según Wharton”, dominado por un mundo jeroglífico en el que no se dice lo que piensa, en el que la gente se comunica por signos, el deporte nacional es el lanzamiento de puya, y en el que las reglas de la convención social están por encima de leyes y dogmas religiosos. Un mundo en el que la independiente, osada, incisiva, rebelde y vitalista (y muy separada de su millonario y europeo marido) Ellen Olenska no tiene cabida, aunque por supuesto nadie se va a acercar a decírselo. Este carácter tan distinto encandila a Newland Archer (Daniel Day-Lewis, magistral 2.0), ya prometido con la inocente, vacía y aparentemente papamoscas May Weiland (Winona “me-lo-llevo-prestado” Ryder, en un papel muy complicado del que sale airosa); la maquinaria burguesa se encargará, silenciosa y maquiavélicamente, de evitar una relación pasional inadecuada que amenaza con poner en peligro el equilibrio social que tanto les ha costado crear. Scorsese aplica a la perfección su sentido del ritmo a esta historia tan inicialmente alejada de su imaginario (aunque no deja de haber una fuerte carga de violencia, en este caso sentimental), aún bebiendo de fuentes viscontinianas o incluso wylerianas (“La heredera”), convirtiéndola en un feroz documento antropológico de las costumbres altoburguesas de la época: no es detalle baladí que entre la partida de libros londinenses que recibe Newland Archer esté (ojo momento cultureta) “La casa de la vida”, de Dante Gabriel Rossetti, un poemario de sonetos de arrebatado sentimentalismo. Marty se recrea en la insoportable contención de gestos, en esa mezcolanza de atormentado placer y sufrimiento que provoca cada caricia furtiva, en la agonía que supone estar a dos pasos de la utopía (“No puedo amarte a menos que renuncie a ti”), al son de la magnífica partitura de Elmer Bernstein y de las excelsas interpretaciones de sus protagonistas. Un final irreprochable, melancólica y dolorosamente hermoso, una visión de lo que pudo haber sido y no fue, que conduce a la ¿última? renuncia, cierra esta sublimación del talento de Scorsese, que con “La edad de la inocencia” demostró, no sólo que era capaz de atacar cualquier género y época que le echasen al ruedo, sino que, en el fondo, tito Marty también alberga una vena poética, él que acostumbra más bien a romperlas a puñetazos. Las venas, digo.
11

PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN


Dedicada a Sergio y a Don”. Con esta sencilla dedicatoria a dos de sus maestros (¡y qué maestros!), Leone y Siegel, acaba Sin perdón.
Esta película sirvió para confirmar que Eastwood es un gran director, probablemente el último de los clásicos. Maravilloso homenaje al western, un género que conocía muy bien, pero al mas crepuscular y desengañado de ellos, enlazando con Raíces profundas o El hombre que mató a Liberty Vallance, por ejemplo.
El personaje del pistolero ha ido evolucionando; ya no tiene ese aire romántico y de héroe, sino que nos encontramos con personas viejas, sucias, cansadas y desengañadas. Saben cuáles son los resultados de la violencia, pero ya es demasiado tarde para escapar de ellos. Es más, la inexpresividad del jinete sin nombre ha dado paso a una gran emotividad contenida.
Con un reparto de los de ponerse de rodillas para dar gracias al cielo: Clint Eastwood, Morgan Freeman, Gene Hackman y un fantasmagórico Richard Harris, una soberbia fotografía, que abunda en escenas oscuras como acostumbra en los westerns de Eastwood, una música sencilla pero tremendamente efectiva.y un buen guión, pocas pegas se le pueden poner a esta película.
El protagonista, Bill Munny (Eastwood), es un antiguo pistolero, pendenciero y borrachín, que cambió de forma de ser al casarse con una mujer que tuvo que ser extraordinaria y ha dejado una profunda huella en él. Está arrepentido de su pasado, pero sabe que nada se le da tan bien como el manejo de las armas, aunque haya perdido vista con la edad. A la que se entere que unas prostitutas ofrecen una buena suma de dinero por acabar con quien mutiló a una de ellas, busca a su socio, Ned Logan (Freeman), pero no tarda en unirse a ellos el Chico de Schofield, que fanfarronea de su puntería y de cuanta gente ha matado. Lo que empezó siendo un simple encargo por dinero acaba convirtiéndose en una cuestión de principios para Munny. Tal vez él o Strawberry Alice sean escoria, pero tienen su dignidad y no merecen ser pisoteados.
Eastwood y Freeman demostraron lo maravillosamente que funcionaban juntos, siendo una especie de adelanto de lo que nos esperaba en Million dollar baby. Hackman como Billy Dagget, otro antiguo pistolero que se ha pasado al otro lado de la ley y hace lo que le sale de la estrella está perfecto también, y Richard Harris está especialmente brillante hablando de la diferencia entre matar a un rey y a un presidente.
El discurso final de Clint, bajo la lluvia, echando pestes contra el pueblo, mientras detrás suyo ondea una bandera, nos lleva irremediablemente a El jinete pálido o Infierno de cobardes, porque el tiempo no ha pasado por el western.
12

EL REALISMO EN HOLLYWOOD SEGÚN TRAVOLTA


Operación Swordfish” es una curiosa y eficaz película de acción que ha conseguido que dos de sus escenas pasen a la pequeña imaginería del espectador pelín avezado. Una es el desnudo pectoral absolutamente gratuito, y sin más fundamento que el cheque correspondiente, que se marcó Halle Berry en mitad de la película. La otra es esta impactante escena inicial, en la que John Travolta, haciendo acopio de todas las ínfulas de estrella que es capaz, se marca un monólogo al respecto del realismo en Hollywood tomando como ejemplo “Tarde de perros”, de Sidney Lumet, mientras se toma un café con los amigotes... Cuando acaba su disertación, sin embargo, vemos que la situación es algo diferente. Además del juego metalingüístico cinéfilo, hay en dicho monólogo un guiño autorreferencial, que sólo se puede comprobar una vez visto el final del film. La película de Dominic Sena es correcta y resultona, pero esta escena de apertura es una pequeña perla. Akoki.
11

LOS MEJORES AMIGOS DE UNA CHICA




Voy a romper una lanza a favor de un género que normalmente es de los mas despreciados: la “comedia romántica”. Soy la primera en reconocer que hay mucha basura catalogada con esa etiqueta, pero, seamos sinceros ¿cuantos de vosotros no habríais conseguido avanzar en vuestras conquistas si no hubierais llevado a la chica de turno a ver una comedia romántica para preparar el camino? Es injusto colocarlas a todas en el mismo saco, las hay que no son excesivamente pastelosas y no ofenden la inteligencia del espectador. Creo que la quinta esencia de lo mejor de ellas está en Desayuno con diamantes.
Basada en una novela de Truman Capote, a la que se le dio un final feliz que no tenía, en realidad nos muestra a dos perdedores que no quieren aceptar que lo son, engañándose a si mismos. Holly considera que es totalmente normal que le den cincuenta dólares cada vez que va al tocador, sin entender que eso la convierten en una especie de prostituta de lujo, y Paul quiere hacerse pasar por escritor, cuando en realidad es un mantenido. Los dos tienen miedo de enfrentarse a la realidad y al fracaso y se aferran al pasado: él al éxito de su primer libro y ella al recuerdo de su hermano Fred.
Blake Edwards nos retrata la “dolce vita” neoyorkina en escenas memorables como la de la fiesta del apartamento de Holly, heredera de la del camarote de los hermanos Marx, y cuenta con un irreconocible Mickey Rooney se encarga de poner las gotas de humor que ya preparaban para La pantera rosa.
¿Pero que hay en esta película de especial para que sobreviva al paso del tiempo? La razón es Holly Golightly, una de las criaturas mas deliciosas y encantadoras que han pasado por la pantalla. Tal como la define uno de los personajes “Es una farsante, pero es sincera”. Esta muchacha alocada, acostumbrada a tratar con dos tipos de hombres: los “canallas” y los “supercanallas”, cuyo único consuelo para sus “días rojos” es asomarse al escaparate de Tiffany’s para ver un mundo perfecto, que no quiere tener nada de su propiedad para no tener obligaciones y se sabe de memoria las listas de los hombres mas ricos del país, es la evolución lógica de la aventurera Lorelai Lee de Los caballeros las prefieren rubias. Pero su vida es un desastre; por muchos billetes de cincuenta dólares que le den para ir al tocador, su cuenta siempre acaba en números rojos.
Con frases como “Ese es el tipo de carta que una chica no puede leer sin tener los labios pintados”, “ Hay ciertas sombras de la iluminación que pueden destrozar el aspecto de una chica”,o “Se puede decir que tipo de persona cree un hombre que eres por los pendientes que te regala” no es de extrañar que Holly se convirtiera en todo un icono de la moda, y para eso hacía falta alguien capaz de vestir modelos de alta costura sin que pareciera que iba disfrazada. La única con esas condiciones era Audrey Hepburn, pudiendo ser con toda la naturalidad del mundo tanto la más sofisticada de las criaturas como la agradable “vecinita del lado”.
George Peppard, que por aquel entonces seguro que nunca soñó que acabaría siendo Hannibal, es el encargado de darle la réplica a Audrey, junto con una Patricia Neal en el mas puro estilo Mrs. Robinson.
La próxima vez que critiquéis la comedia romántica, no seáis tan duros ¿o es que nunca habéis tenido un “día rojo”?
10

YANQUIS COME HOME!




“¡Vecinos de Villar del Río! ¡Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación! ¡Y esa explicación que os debo, os la voy a pagar!”

Este es el inicio (y el mensaje, de hecho, en toda su “profundidad”) del discurso que un líder de determinado pueblo, bajito, calvo y más bien sordo, dirige a sus conciudadanos desde el balcón de su ayuntamiento. ¿No os suena de algo? ¿No? ¿Y si cambiamos el vocativo de inicio por algo así como “¡Españoles todos!”? ¿Ahora sí?

Bienvenido, Mr. Marshall” (Luís García Berlanga, 1952) es, además de una de las mejores películas de la historia del cine español y una comedia de referencia, un canto a la estupidez del aparato censor de la época (aunque no llega a los límites de “Diferente”, la película más gay y julandrona de nuestra cinematografía, y que increíblemente pasó todos los cortes...), que fue incapaz de percibir ni un solo gramo de la mala leche condensada que destilaba aquella película. Tuvo que ser Edward G. Robinson, miembro del jurado oficial del Festival de Cannes de 1952 en el que competía el largo de Berlanga, el que se apercibiera de que no era risa purificadora todo lo que brillaba en el film: al ver la escena en la que una banderita americana desparece por un sumidero, montó en cólera y presionó para que no se le otorgara la Palma de Oro. Lo consiguió, pero no pudo evitar que se reconociera el guión de Berlanga (que tuvo que visitar una comisaría francesa debido a la protesta de la delegación americana por promocionar la película mediante la distribución de billetes de un dólar con las caras de Pepe Isbert, Manolo Morán y Lolita Sevilla), Juan Antonio Bardem y Miguel Mihura, y recibiera el Premio Internacional. Este éxito salvó a la película de ser retirada de los cines españoles a los dos días de su estreno, ya que hasta entonces no había ido a verla ni Dios. Aunque buena parte de la comunidad cinéfila señala “Plácido” y “El verdugo”, dos brutales bombas de relojería realizadas al amparo de la genial escritura de Rafael Azcona, como sus obras maestras, yo me quedo con “Bienvenido, Mr, Marshall”, quizás una comedia más pura y menos amarga, quizás precisamente por eso más sutil y complicada. Y además nace de un encargo, un proyecto de la UNINCI que inicialmente pretendía ser un vehículo de lucimiento para la folclórica Lolita Sevilla (de ahí que durante la película nos obligan a tragarnos hasta cuatro temas de la susodicha); fíjense ustedes en lo que acabó siendo. Un relato en forma de cuento amable relatado por el gran Fernando Rey, en el que la humilde población de Villar del Río, modesta y rural como ella sola (lo cual no impide que tengan sus trapis con la cosecha), recibe la inesperada visita del Delegado General (o sea, “los de Madrid”), que informan al alcalde Don Pablo (el gran Pepe Isbert) de que viene una representación yanqui a visitar la ruralidad castellana, con la promesa de chorros de dinero provenientes del supuesto maná llamado Plan Marshall. Con la ayuda de las fuerzas vivas del pueblo (las de toda la vida: el párroco, el boticario, la maestra, el sabelotodo) y del ignoto y charlatán representante (Manolo Morán, otro que tal) de la folclórica de turno que, casualmente, pasaba por el pueblo, los habitantes del castellanísimo Villar del Campo, digo, del Río, montan una operativa de bienvenida consistente en... parecer andaluces. Mientras, se desata una fiebre pro-yuesei en la villa: se enseña su historia y geografía en el colegio (incluida su “guerra intestina” que provocó la independencia...), se emiten documentales sobre el Plan Marshall, el cura quiere redimirles de sus pecados... Mientras se hacen listas de “peticiones al buen americano”, se arreglan sombreros cordobeses y se levantan casitas blancas andaluzas de pega, los pueblerinos sueñan con las bondades que esta visita les va atraer, y de paso permiten a Berlanga mostrarnos cómo veíamos al imperio yanqui desde nuestra dictatorial ignorancia: los Reyes Magos en avión militar. Sin duda, la escena más hilarante de toda la película es el sueño de Don Pablo, una escena de western en la que todos hablan ininteligiblemente como si mascaran una goma de pollo (pues esa era la idea del idioma inglés que teníamos). Me deshuevo de risa cada vez que la veo, no lo puedo remediar. Al final, la decepción de ver pasar la comitiva americana a toda pastilla, como si estuviesen en una etapa de la Vuelta Ciclista a España (con o sin EPO), no les exime de seguir su vida con conformismo, pero con ilusión y esperanza, quizás ajenos a la negra realidad del país. “Bienvenido, Mr, Marshall” es un retrato de la España de la época, con complejo de inferioridad, temerosa del aislacionismo, deseosa de agradar al extranjero, sumisa al colonialismo yanqui (el caso es que esto me suena de algo...) y ahogada en su ignorancia y en sus propios tópicos culturales por el régimen tío-paquista. Berlanga y Bardem exculpan al pueblo llano de esta situación, mirando con ojos tiernos su inocencia; no así a las demás estructuras sociales, desde la burocracia ignorante y exaltada, hasta el clero con ínfulas de redentorismo, o la España más retrógrada y recalcitrante representada en ese hidalgo de perilla medieval que se empeña en seguir llamando “indios” a los americanos. Toma incorrección política.
6

COMPAÑEROS DE TABERNA



Lo sé, lo sé, sé lo que estaréis pensando “Ya está de nuevo esta pesada con Shakespeare”... Pozi.
Campanadas a medianoche es una prueba de que los milagros a veces se dan en el mundo del cine. Alguien como Orson Welles, con la fama de director difícil y caro, se encontraba con que la mayoría de sus proyectos eran rechazados por los estudios de Hollywood, lo que le llevó a convertirse en una especie de director errante que fue peregrinando por Europa en busca de alguien que le hiciera caso. La fortuna hizo que se cruzara en su camino Emiliano Piedra, un productor español mas llevado por su amor al séptimo arte que por el dinero, con lo que Welles pudo filmar en uno de los países que mas amaba, sobre uno de los autores que más amaba, también. Si eso no es la felicidad, es algo muy cercano a ella...
Orson conocía perfectamente la obra de Shakespeare y (sobre todo) la entendía de maravilla, de tal modo que pudo hacer lo que para otros había sido considerada una herejía: sintetizar tres de sus obras: Ricardo II, Enrique IV y Las alegres comadres de Windsor, consiguiendo una totalmente coherente, en la que no sobra ni falta nada.
La historia se centra en la relación de sir John Falstaff (Welles) y el principe Hal (Keith Baxter). Falstaff es un viejo libertino, propenso a cualquier tipo de debilidad, que espera sacar provecho de su amistad con el joven cuando éste sea rey, pero Hal tiene las ideas muy claras: de momento se lo pasa muy bien compartiendo las juergas con su amigo, pero en cuanto le pongan la corona cambiará su forma de vida y renegará de sir John como de la peste.
La película cuenta con actores tan curtidos en las tablas recitando versos isabelinos como John Gielgud, como Ricardo II o Ralph Richardson como narrador, a los que se unieron la maravillosa Margaret Rutherford, Jeanne Moreau, o los españoles Fernando Rey y José Nieto.
La batalla de Shrewsbury ha quedado como una de las batallas mejor filmadas, así como una perfecta muestra de cómo el talento y la imaginación pueden sustituir a la falta de medios: rodada en pleno mes de agosto en la Casa de Campo madrileña, con unos figurantes que acaban desfallecidos por el calor tras pasarse el día con las armaduras puestas, una oportuna niebla ficticia se encargaba de tapar los escasos recursos, los extras tenían que desfilar dos veces con diferentes armaduras para representar los dos ejércitos, los caballos cabalgaban en círculo para aparentar mas, pero aún así da tal sensación de realismo, con esos soldados revolcándose en el barro y esa crudeza en la lucha, que ha sido imitada (aunque no superada) en escenas similares del Enrique V de Branagh y esa monada de Braveheart de Mel Gibson.
A pesar de lo divertida que es, un profundo sentimiento de tristeza acaba dominándolo todo y Falstaff, aunque tenga muchas imperfecciones, o tal vez precisamente por ello, resulta mucho mas humano que Hal, a lo que contribuye la interpretación de Orson, absolutamente memorable. Aparte de que trata uno de sus temas favoritos: la traición de la amistad (Kane/ Leland, Lime/Martins, Quinlan/Menzies)
Como curiosidad, los diálogos entre sir John y Hal fueron usados de nuevo en Mi Idaho privado. ¿No hay ninguna amistad masculina que se salve? Rick/Renault, Frodo/Sam, Batman/Robin... Mentes limpias.
7

SOBREVIVIR AL TITANIC






Yo descubrí una actriz.

Buenovaledeacuerdo, no en el sentido literal de la palabra; no me encontré a Norma Jean en un autobús y la guié sabiamente hasta convertirla en una leyenda llamada Marilyn, o algo así. Me refiero a que jamás he experimentado de nuevo la sensación que tuve al ver por primera vez “Criaturas celestiales”. Ya lo expliqué una vez (momento autopublicitario: fue aquí, cuando no nos leíamos ni nosotros mismos): al acabar de ver la película, me cercioré de grabarme bien en la cabeza el nombre de aquella absoluta desconocida, una tal Kate Winslet, porque estaba convencido de que iba a merecer la pena realizarle un seguimiento. Efectivamente, ha sido así. Esta actriz británica de 31 años, quizás la mejor de su generación, poseedora de una extraña belleza fuera de los cánones arquetípicos imperantes (que se eleva muy por encima de absurdas y puntuales discusiones relativas a su peso, que incluso la han llevado a presentar denuncias) y de un atractivo aire de vecina de al lado, perenne nominada a todo tipo de premios (a su edad ya lleva 5 nominaciones a los Oscars y a los Globos de Oro. Su porcentaje es 0 de 10: ni Navarro tirando con los ojos vendados...), ha sabido rehuir con talento y con un libérrimo criterio a la hora de encauzar su carrera el status de estrella-jolibú que parecía esperarla a la vuelta de la esquina de “Titanic”. Ninguna de sus películas es mala, ninguna de sus actuaciones está marcada por la búsqueda del premio fácil (de ahí que no lo consiga nunca. Woody, ayúdala). Kate Winslet es una debilidad personal, es un poco mía, y ya tardaba en aparecer por aquí.

“Bola de grasa”. Así llamaban de pequeña a Katie en clase mientras hacía sus primeros pinitos teatrales (e incluso algún anuncio de TV) a la vez que se ganaba unas perras (gordas, off course) en una charcutería. De hecho, estaba preparando un sándwich de pastrami cuando, con 17 años, recibió la llamada que cambiaría su vida: un gordo-gafotas neozelandés amante del gore le daba su primer papel para el cine, y además era un protagonista. Su Juliet Hulme de “Criaturas celestiales”, ensoñadora, vitalista, arrebatada, encantadora, vehemente y pelín enajenada (y cantarina: se atreve con el “Sono andati” de “La Bohème”), encandiló a la crítica y al mundillo, aunque el filme tuvo una distribución modesta. Después de hacer un secundario en “Un joven en la corte del rey Arturo” (en la que Disney le pidió que bajara de peso; durante un tiempo, esta anécdota la hizo preocuparse sobremanera por sus kilos de más), le llega su salto al primer plano: “Sentido y sensibilidad”, de Ang Lee. La rebelde Marianne Dashwood le proporciona, con apenas 19 años, su primera nominación al Oscar. Su siguiente filme encamina el espíritu de riesgo y experimentación que la caracterizarán durante los siguientes años, y no es otro que la durísima “Jude”, una radical definición de amor en penuria en la que borda un papel complicado que incluye escalofriantes resoluciones al final de la cinta. Lo siguiente es el elefantiásico, abigarrado, megalomaníaco y brillante “Hamlet” de Kenneth Branagh (que alguien le lleve un babero a Alicia), donde Kate sale airosa de interpretar a todo un clásico como Ofelia, el trágico amor del príncipe danés. Luego llega “Titanic” (por cierto, uno de sus personajes más planos), y todo amenaza con desbordarse: la fama, el peso de la industria, la persecución mass-media... Pero ella no pierde la cabeza, y se refugia en el cine pequeño e independiente: “Hideous kinky” y la extraña “Holy smoke”, en la que se complementa a la perfección con Harvey Keitel. Parece que se da un respiro a través de personajes algo menos densos como los de “Quills” o “Enigma”, pero aprovecha su participación en “Cuento de Navidad de Charles Dickens”, prestando su voz, para encabezar las listas británicas de... singles, con su aportación a la B.S.O. de la película, el tema “What if?” (ese de ahí arriba). Mientras se separa de Jim Threapleton y conoce al que es su actual marido, Sam Mendes, consigue su tercera nominación al Oscar por “Iris”, en la que interpreta con enorme sensibilidad la época de juventud de la escritora Iris Murdoch; curiosamente, Judi Dench, que interpreta al mismo personaje en su enferma senectud, también es nominada. Vuelve a rebajar la intensidad con “La vida de David Gale”, un efectista melodrama anti-pena de muerte de Alan Parker, a la que sigue “¡Olvídate de mí!”, la mejor marcianada de Charlie Kauffman, en la que tanto ella como Jim Carrey redondean la excelente y alucinógena faena de Michel Gondry. Kate Winslet reconoce que es su película favorita de entre todas las que ha interpretado. “Descubriendo Nunca Jamás”, “Juegos secretos” (quinta nominación: ojo, tita Meryl, que te pillan) y “Todos los hombres del rey” preceden a la primera comedia romántica de la Winslet, “The holiday”, en la que la británica se come con patatas, café, postre y puro incluidos, a Cameron Diaz, aunque no deja de ser una peliculilla marca Nifunifá. Ya está rodando su primera película a las órdenes de su marido (y con Leo DiCaprio; ya os imagináis los “titánicos” titulares), “Revolutionary road”. Puede que a su carrera le falte ese protagonista absoluto, ese papel definitivo, en definitiva, esa vuelta más de tuerca. No lo sé. Sólo sé que, haga lo que haga, yo (fiel descubridor) iré a verla; y que siempre, siempre recordaré a Juliet Hulme, radiante de ensoñada felicidad, cantando a Puccini desde la cubierta de un barco.
12

UN DIAMANTE AL AMARILLO MELOCOTÓN



Situémonos: el mundo del cine se había contagiado de la tarantinomanía. Quentin había entrado como un ciclón, y todos querían ser como él: montajes frenéticos y sin orden aparente, violencia, diálogos brillantes sobre temas de lo mas intranscendente, mezclando multitud de referencias de la cultura pop....Pero muchos son los llamados y pocos los elegidos, y entre estos últimos está (o estaba) Guy Ritchie.
Con Lock & stock consiguió un enorme éxito en Inglaterra, convirtiéndose prácticamente en una película de culto, con la que se ganó el nombre de.. ¿a que no lo adivinais? Tarantino inglés. Funcionó tan bien que su siguiente película, Snatch, casi podría haberse titulado Lock & stock 2, ya que tiene muchas cosas en común con la anterior. Sin el enorme bagaje cinéfilo de Quentin, Ritchie traslada el mundo gangsteril a Gran Bretaña (como dice uno de los personajes, Avi: “Ya sabes: pastel de riñones, taza de te, mala comida, peor tiempo, la jodida Mary Poppins... Londres”), con lo que los matones ya no tienen esa elegancia macarrónica de los men in black, la de los mafiosi de Little Italy o de los Corleone, sino que son horteras, como sólo ellos saben serlo. Además, muestra una mezcla de nacionalidades de lo mas variada: turcos, rusos, gitanos... ¡Viva la UE!
Con un reparto perfecto, por la sencilla razón de que es imposible imaginarse a otros actores en esos papeles, en el que repitieron algunos de los componentes de Lock & Stock, como Jason Felmyng, Jason Statham o Vinnie Jones, al que en esta ocasión se unieron actores americanos como Brad Pitt, Benicio del Toro o Dennis Farina, un ritmo trepidante, abundantes hallazgos visuales como el de mostrarnos cada vez que Farina toma un avión desde América a Inglaterra, o la aparición del dibujo de un diamante en la parte superior de la pantalla en ciertas escenas, Ritchie nos cuenta diferentes historias que se van mezclando, de una manera totalmente divertida y original.
Un diamante, un perro, cerdos, combates de boxeo, matones, cartones de leche.... todo esto junto, agitado pero no batido es Snatch.
Brad Pitt demuestra una vez mas lo bien que se lo pasa haciendo de “colgado” y apareciendo poco atractivo, aunque no tiene el mas mínimo reparo en mostrar sus perfectos abdominales y hace una de sus interpretaciones mas divertidas como gitano a quien no hay quien le entienda una palabra (un poco mas y podría pasar por actor español).
Totalmente memorable el discursito de Vinnie Jones hablando de pelotas, lo que no es de extrañar, habiendo sido jugador de fútbol .... ¿o no se refería a eso?, o la definición de “Némesis” que da otro de los personajes: "Infección moral de un justo castigo manifestada por un agente adecuado. Personificado en este caso por un horrible cabrón. Yo". ¡Sillón de Académico, YA!
Lástima que Ritchie se casara con Madonna, que por lo visto tiene fama de gafe, y desde entonces no haya levantado la cabeza como director. ¿Por el bien del cine es motivo de divorcio?
4

POSTS CON CALZADOR: ¿ORDENÓ USTED UN CÓDIGO ROJO?



Nuevo post perteneciente a la sección patillera “posts con calzador”, en la cual, como todos sabéis, entran todas esas películas que quizás no alcancen el meritaje artístico imprescindible para asomarse a nuestro excelso y refinado blog, pero que, por las razones que sean (básicamente, las que imponen nuestras gónadas), sea un personaje, su temática o cualquier debilidad inclasificable, metemos con calzador entre obra maestra y obra maestra. Esas películas que, aunque no son “Ciudadano Kane” ni “Apocalypse now” precisamente, nos quedamos a disfrutar una vez más en la tele a pesar de haberlas visto ya unas chorrocientas dieciséis veces. Un ejemplo de esto, para un servidor, es “Algunos hombres buenos”, de Rob Reiner. A pesar de que en su momento consiguió cuatro nominaciones a los Oscars, no es una cinta que pasará a la historia del cine por su calidad (es una buena y eficaz película); en todo caso, si alguien merece un pedacito de leyenda es el personaje central, el Coronel Nathan R. Jessep, que fagocita la película en apenas veinte minutos de presencia en pantalla. Pedacito de leyenda cortesía del gran JACK, off course...

“Algunos hombres buenos”, y esto quizás no lo sepa mucha gente, está basada en una obra teatral de Aaron Sorkin (que también guionizó el largometraje), que hace algo más de un año se representó en el West End londinense con Rob Lowe haciendo el papel de Tom Cruise (y recibiendo buenas críticas, tanto la obra como sus intérpretes). Recordemos que Aaron Sorkin es el creador e ideólogo de “El ala oeste de la Casa Blanca” (uno de cuyos protagonistas era Lowe), una de las mejores series que jamás se han parido en la TV americana, y por la cual merece eterna devoción. Dicholocualo, cobra mayor sentido el hecho de que buena parte de los méritos de “Algunos hombres buenos” están en su texto. Los diálogos son acerados, contundentes (-“Teniente Kendrick, ¿puedo llamarle John?” –“No, no puede”), las réplicas llevan dinamita concentrada, los enfrentamientos en el tribunal son tan áridos como demoledores; el ritmo narrativo es un crescendo sostenido que explosiona en un final magistral en cuanto a intensidad. El film, dirigido por el competente (y de estrambótica filmografía) Rob Reiner, no deja de ser un producto estrictamente jolibudiense-cazaoscars con mensajería de apariencia antimilitarista. Y digo apariencia, porque en realidad es todo lo contrario: al final, queda salvaguardado el sistema judicial militar y sus rancios códigos de honor (excepto el “rojo”...). Supongo que no he de hacer demasiado hincapié en el argumento: a dos soldados de la base americana de Guantánamo se les somete a un consejo de guerra por haber matado a un compañero que, supuestamente, había delatado a uno de ellos. La defensa se le otorga a un joven abogado de la Marina, Daniel Kaffee (tito Tom, quien aporta a su interesante personaje la gestualidad insufrible de costumbre), y a una teniente de Asuntos Internos, JoAnne Calloway (Demi Moore, con el peinado más marujil que jamás haya llevado: en todo momento parece dispuesta a salir pitando, en tacones y ataviada con su mejor chándal, hacia el Condis), quienes descubren que hay muchas posibilidades de que el asesinato fuera accidental, y que los soldados cumplieran una orden de sus superiores, consistente en aplicarles un “código rojo”, una suerte de escarmiento en clave militar (esas novatadas tan sandungueras y ocurrentes que siempre nos explican los plastas que han hecho la mili). Todos los dedos apuntan al responsable de la base, el Coronel Jessep, o sea, JACK. Todo el mundo de pie pero-ya-mismo, y que nadie se levante hasta acabar el post.

Hay buenos actores y solventes interpretaciones en “Algunos hombres buenos”, en particular entre sus secundarios. Kevin Bacon, J.T. Walsh, Kiefer Sutherland y Kevin Pollack hacen gala de sus recursos y su bien ganado prestigio para sacar adelante unos personajes que acompañan con prestancia a los protagonistas. Todos, principales y secundarios, quedan sin embargo eclipsados por la inmensa y voraz sombra del personaje que domina de modo latente el filme: Nathan Jessep. Con apenas una sexta parte del metraje y dos escenas, Jack Nicholson se las arregla para componer una personalidad arrolladora que a golpe de monólogo militarmente abrasivo se come a todo bicho viviente que osa acercársele. En la primera, en Guantánamo, le suelta a tito Tom aquello de “Hijo, yo desayuno a 300 metros de 4000 cubanos adiestrados para matarme...”. MAMÁ-CACA. Pero es en la segunda, en el tribunal, cuando JACK despliega todo su arsenal de talento, matizando al milímetro una ira contenida a punto de desbordarse, detonando finalmente en un discurso militarista de fondo fascistoide y condenatorio que le permite a tito Tom quedarse a gusto con aquello de “No me llame hijo. Soy abogado y oficial de la marina de los Estados Unidos. Y usted está arrestado, hijo de puta”. Y en ese momento el orgasmatrón se colapsa... Lástima que la resolución final pretenda adoctrinarnos sobre el honor militar y el profundo sentido de la justicia americana. Me da lo mismo. Volverán a emitir la película una tarde de sábado en TV3, y volveré a disfrutar escuchando a JACK (V.O., por favor) hablar sobre la “conveniencia” de tener un superior de sexo femenino...
3

III CONGRESO INTERNACIONAL DE MUSICA DE CINE DE UBEDA


Dentro de poco, del 19 al 22 de julio, se va a celebrar en Ubeda uno de los acontecimientos mas importantes relacionados con la música cinematográfica, el III Congreso de Música Internacional "Ciudad de Ubeda", que este año contará con la asistencia de gente del calibre de John Debney, David Arnold, John Powell, Pascal Gaigne, Bruce Brougthon, que interpretará las suites de Silverado y El secreto de la pirámide, y Roque Baños, que interpretará la suite de Alatriste, con música inédita, y presentará el nuevo sello discográfico Meliam Music SL, estrenando su último trabajo, Las trece rosas. Aquí podeis ver una pequeña muestra del congreso del año pasado, en el que se puede apreciar el excelente ambiente que había entre todos. Una cita obligada para los amantes de las buenas bandas sonoras, a la que desde aquí deseamos la mejor de las suertes.
11

TODOS LOS HOMBRES DEL ZODIACO



Teníamos ganas de ver si Fincher volvía a demostrar el mismo talento que en Seven o El club de la lucha. Afortunadamente, es así.
Fincher nos trae su propio Todos los hombres del presidente, en la que Woodward y Bernstein investigaron hasta descubrir el caso Watergate, con la ligera variación de que aquí no son dos periodistas, sino un periodista y un dibujante, aunque también podríamos decir que se trata de su JFK, ya que trata de la obsesión de unos hombres por descubrir la verdad, a pesar de que hayan pasado los años y la historia haya dejado de ser noticia.
Zodiac no trata sobre un asesino en serie, sino del efecto que éste produjo en la vida de las personas que investigaron su caso, como ya se hizo en Memories of murder; poco a poco se van obsesionando y se derrumban, hundiéndose en la bebida o las drogas, como el personaje de Robert Downey Jr. (¿dónde conseguiría informarse para hacer el papel?), o destrozando su vida familiar, al dejarla de lado por la investigación, en el caso de Jake Gyllenhaal, que interpreta al último boy scout, alejándose por tanto de cierta montaña, aunque ya se sabe que si la montaña no va a Mahoma...; el tercero en discordia es Mark Ruffalo, uno de los policías que investiga el caso.
Con una minuciosa reconstrucción de la época y detallada información, Fincher nos muestra los problemas burocráticos que entorpecieron el caso (cosas así no sólo pasan en España), en el que habría hecho falta mas cooperación entre los distintos organismos, o los problemas morales de los periodistas. ¿Es ético dar tanta publicidad al asesino? Regla número uno: Nadie habla sobre Zodiac.
Zodiac ya expresó en mas de una ocasión lo mucho que le gustaría que hicieran una película sobre él y, de hecho el asesino de Harry el sucio, Scorpio, está inspirado en él, y Fincher lo muestra, muy acertadamente, en una escena. Se siente, pero al menos en esta ocasión no lo ha conseguido, la película no va sobre usted. Le han ganado la batalla El estrangulador de Boston o Ed Gein.
El comienzo no puede estar mejor rodado, con una cámara que se desliza por una calle desde el interior de un coche. ¿Es éste el Fincher de Seven? Tenemos a un asesino, sí, pero no tan retorcido como John Doe, y además estamos en San Francisco, donde ya se sabe que nunca llueve. ¿Es el de El club de la lucha? Tan sólo en una escena: cuando las paredes de la oficina se convierten en las cartas de Zodiac, recuerda a cuando la decoración del piso de Edward Norton se transformaba en el catálogo de Ikea.
Nos encontramos ante una película que puede gustar o no, pero sobre la que se va a hablar bastante, y eso siempre es bueno.
8

JUEGOS DE AMOR PARA BURGUESES


¿Alguien se acuerda de las convivencias en el colegio? Aquellas bonitas salidas grupales a casas en lejanos pueblos de la bucolía catalana (en mi caso), acompañados de algunos profesores y tutores, en las que nos dedicábamos a reforzar lazos con nuestro prójimo. Definición de “reforzar lazos con etcétera”: beber alcohol caliente a mansalva en petacas, fumarse cualquier hierba disponible a discreción, correr por los pasillos como si nos persiguiera el Yeti en gallumbos, cambiar las reglas de todos los juegos propuestos por los tutores, ir a la desesperada búsqueda de cualquier tipo de relación sexual (infructuosamente, off course), y, si era un colegio religioso, esquivar en la medida de lo posible los manoseos de los curas... Ah, qué entrañables vivencias-snif... Sin duda, nuestro sentido de la sociabilidad salía vigorosamente reforzado de semejante experiencia. Bien, el caso es que la primera vez que vi “La regla del juego”, el clásico de Jean Renoir de 1939, alguna de sus escenas me retrotrajo a aquellos maravillosos años. En esta excelsa película, sus personajes se mueven con la frivolidad de un adolescente, a pesar de su supuesta sofisticación; supongo que de ahí viene la asociación de ideas. Este es un blog con tendencias elitistas, así que no puede faltar una película europea que se incluye, sin ir más lejos, en todas las listas top-ten que publica la prestigiosa revista de cine británica “Sight & Sound” desde 1952 (Alice la Directrice estaba en plena adolescencia; imaginaros si hace ya años...). Es un referente esencial del cine europeo universal: bienvenido a La Linterna, señor Renoir.

“La regla del juego” fue un estrepitoso fracaso. Sin paliativos. En puertas de la invasión nazi, ni había dinero suficiente para hacer lo que Renoir quería, ni ganas por parte del público de ver nada que no fuese evasión a toda costa. Renoir presentó una descarnada sátira costumbrista de la sociedad burguesa francesa, y nadie estaba dispuesto a tragar con eso. Hasta tal punto que, tanto el gobierno de la República Francesa como el colaboracionista de Vichy (instaurado a rebufo de la invasión) prohibieron el largometraje, a pesar de que Renoir llegó a recortar media hora de su metraje (aprende, Angelopoulos) inútilmente. Además, parte del negativo se quemó, y no fue hasta 1959 que se pudo reconstruir una versión casi completa y decente de la película. Merece, por tanto, de sobras el aire malditista que transmite. ¿Por qué fue tan maltratada y perseguida? Pues porque Renoir, como hemos comentado antes, ataca sin piedad a la burguesía francesa de la época. A través de una reunión de sociedad en la casa de campo de unos marqueses, en la que las infidelidades, las frivolidades y la hipocresía campan a sus anchas, el maestro francés satiriza sin piedad la superficialidad de los ricos... pero también de los pobres, en este caso los sirvientes. Después de unos veinte primeros minutos complicados de asimilar para el espectador, debido a que Renoir no se molesta en presentar a los diversos personajes que van a representar su relato (o “fantasía dramática”, como él mismo la llama en su presentación, en un bonito eufemismo), aunque sí sus actitudes. Vemos al héroe nacional de corazón roto (un piloto, André Jurieux, remedo de Charles Lindbergh), a la marquesa de la Cheyniest y a su criada Lisette dejando claro que no aman a sus maridos, y al marqués de etc. (quien llega a reconocer que su amor platónico es... su propia mujer) y a su amante manejando su situación con la corrección exigida a su posición social: todos respetan las reglas del juego, como si representaran los últimos vestigios de las maneras versallescas. Después de esta inusual presentación, la película se desplaza a la casa de campo para ya no salir de ella. Renoir retrata las relaciones entre los ricachos de manera implacable: desde las conversaciones de apertura (“estás más delgada”, “dame el número de tu peluquero”, “¿jugaremos al bridge?”), pasando por demostraciones de incultura supina (brutal la escena en que una señorona le pregunta a otra sobre la civilización precolombina, y, al saber que se refiere a la América antes de Colón, la relaciona inmediatamente con... Buffalo Bill), hasta pequeñas pero muy significativas confesiones (“me aburre la gente sincera”). Pero no sólo de la alta sociedad vive “La regla del juego”: como si fuese una precuela de “Arriba y abajo” o “Gosford Park”, el director galo nos muestra a unos sirvientes deseosos de emular a sus amos, enfrascados en similares solaces: por desgracia, las derrotas del populacho son mucho más dolorosas, y traen consigo mayores desgracias... Los juegos de infidelidades se suceden entre los invitados, hasta llegar a situaciones divertidamente vodevilescas; Renoir se mueve con soltura entre la comedia, el melodrama y la tragedia final, sin aridez, con fina elegancia, a lo que colabora sin duda el manejo de la cámara, sin estridencias y con especial singularidad en los planos cortos.

Sólo al término del filme se caen las máscaras y salen a la luz los demonios, las confesiones en penumbra y las debilidades de los jugadores del equipo de la Alta Alcurnia, representada a la perfección esta caída en Octave (el propio Renoir), ese gran personaje que durante el relato se nos ha mostrado como el pegamento que intenta mantenerlos a todos unidos y en armonía, y del que al final sospechamos la razón de su voluntarista actitud: no tiene dónde caerse muerto. El súmmum, el retrato definitivo de la sátira burguesa de Jean Renoir, una película histórica que, vista hoy en día, no pierde un ápice de su acidez y capacidad para desmenuzar el bestiario humano. Sigan la regla.
9

NIDO DE SERPIENTES


Pocas veces la presentación de un personaje de película que no es el protagonista ha sido tan buena y espectacular como la de Elle Driver en Kill Bill, comparable a la del Jesús de John Turturro en El gran Lebowski. Con una música totalmente pegadiza, y la pantalla dividida en un magnífico homenaje a Brian de Palma, Darryl Hanna, la DIVA Elle, (la serpiente de la montaña de California), se viste para matar a la Novia, Uma Thurman, (la mamba negra); aunque no podrá hacerlo, en el último momento, ya que Quentin no iba a perder la oportunidad de hacer realidad uno de sus sueños eróticos: dos mujeres guapas, rubias, de metro ochenta, liándose a golpes de katana o de todo lo que pillen por enmedio... claro que para eso tendríamos que esperar al volumen 2, pero valió la pena.

11

SPANISH ZOMBIES


Hace unos días, poco después del estreno de la infame, absurda y en demasiados momentos ridícula “Spiderman 3”, pudimos leer en buena parte de los medios de comunicación patrios una noticia tal que así: “Un director español le pisa los talones en taquilla a Spiderman el fin de semana de su estreno”. Falso como una licencia de obras de Marbella: a menos que quedarse a unos 50 millones de dólares pueda considerarse “pisar los talones”... Independientemente de esto, lo cierto es que “28 semanas después”, la segunda película de Juan Carlos Fresnadillo después de la curiosona “Intacto”, rodada en la industria americana, ha tenido buna aceptación y excelentes críticas. Como su propio título hace sospechar, es la secuela de aquella “28 días después” del ecléctico Danny Boyle, a quien, en otro más de sus extraños bandazos, le dio por hacer una de zombies; eso sí, con el imprescindible toque moden-no de la cámara digital, aún novedoso en aquella época. En el reparto, el nombre más destacable es un Robert Carlyle que hace pinta de correr más durante la peli que Daniel Day-Lewis en “El último mohicano”. Con que el film se acerque a la estupenda “El amanecer de los muertos” de Zack Snyder (¡si es que salía hasta Sarah Polley!), a mí ya me vale.


 
Copyright 2009 LA LINTERNA MÁGICA. All rights reserved.
Free WordPress Themes Presented by EZwpthemes.
Bloggerized by Miss Dothy