RSS
Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
8

SENTIDO (DE HUMOR) Y SENSIBILIDAD



Espontánea, sumamente expresiva, divertida, con carácter… Emma Thompson no es la típica lady inglesa flemática de refinados modales que se sienta tranquilamente a tomar el té a las cinco.

Coincidió en Cambridge con Hugh Laurie y Stephen Fry y debutaron en la televisión en Cambridge Footlights Revue, mostrando sus dotes de comediante; repetirían en varios programas mas y el trío se parodiaría a sí mismo en la serie The young ones. Pero otra serie de televisión, Fortunes of war, hizo que coincidiera con un joven irlandés llamado Kenneth Branagh, del que creo que nunca os he hablado. La pareja se enamoró locamente, llegando a su momento cumbre cuando él se le declaró a gritos en pleno Central Park; él debutó en el cine como director con Enrique V y ella fue la protagonista femenina. Poco sabían que iban a convertirse en la pareja por excelencia del cine y teatro ingleses, a la que quisieron ver como unos sucesores de Laurence Olivier y Vivien Leigh, que popularmente recibió el nombre de KenEm e hizo correr ríos de tinta y parodias . Su colaboración siguió con Morir todavía, Mucho ruido y pocas nueces y Los amigos de Peter, en la que Kenny rodó con el ex novio de su mujer(Laurie), y su suegra (Phyllida) en un ambiente de lo más agradable, very british, ya que era una auténtica reunión de (talentosos) amigos.

Pero ella quería demostrar que tenía talento sin su marido, y con James Ivory tuvo de pareja a Anthony Hopkins en Regreso a Howard’s End, por la que ganó un Oscar, y Lo que queda del día;también participó en En el nombre del padre como abogada ligeramente patosa y nada mejor que un papel como el de Carrington de una pintora enamorada de un homosexual con alguna que otra escena subidita de tono para romper su imagen de época. No contenta con eso hizo una brillante adaptación de la novela Sentido y sensibilidad que le hizo merecedora de un nuevo Oscar. Ken y Em se divorciaron y cada uno siguió con su carrera por separado.

Se dijo que había tomado de referencia a Hillary Clinton para su papel en Primary colors, aunque Emma es mas guapa (de hecho, ha ganado con la edad) y formó parte de la romántica Love actually, siendo ella y Alan Rickman la pareja mas creíble e interesante, consiguió recuperar prestigio con Wit, interpretando a una enferma de cáncer, y se sumó al super-estelar reparto de la saga del niño mago Harry Potter

Ya entrada en la madurez, está pasando la difícil etapa en la que prácticamente no hay papeles interesantes para actrices de su edad, ya que se supone que la vida acaba a los treinta, de modo que su presencia en las pantallas cada vez ha sido mas escasa, aunque siempre agradecida: escritora con poder de matar a sus personajes en Mas extraño que la ficción o uno mas jugoso como una nueva y poco agraciada Mary Poppins en La niñera mágica. Ha rodado Last chance Harvey con Dustin Hoffman como pareja otoñal, y volverá a demostrar su poderío en la versión para el cine de Retorno a Brideshead.En The boat that rocked coincidirá de nuevo con su ex después de varios años, la duda es si coincidirán en alguna escena. Profesionalidad ante todo ... ¿ o no?
24

CHRIS CARTER SE DECLARA A SCULLY


En su momento proclamé públicamente mi debilidad por una de las series más influyentes de los años 90, “Expediente X”. No era necesario ser Jessica Fletcher para deducir que iba a tragarme su, hasta ahora, último coletazo en forma de largometraje, “X-Files: I want to believe” (sí, ya sé que el título en castellano es otro. Estoy intentando olvidarlo. Con bourbon), así se estrenara. Confieso, eso sí, cabizbajo y con la culpa enhiesta, que me acerqué a esta película, virgen de críticas previas, embutido en una armadura de escepticismo. A veces, los fans somos así: nos distanciamos inconscientemente del aún desconocido objeto de nuestro amor, probablemente por el miedo al desengaño sentimental. Desde luego, el amor es ciego. Además, dirigía el propio Chris Carter, y eso me multiplicaba el repelús; siempre preferí a Rob Bowman o Kim Manners en la dirección de episodios. Sin embargo, salí del cine embriagado de entusiasmo; la película había superado mis expectativas, me había llegado al punto al que siempre desee que llegara esta serie, y no me había sentido insultado ni timado por Carter, sino todo lo contrario. Al llegar a casa, me zambullo en la internetería para comprobar cuánta gente compartía mi algarabío, y compruebo, desolado, que Carter podría hacerse una ensalada XXL con la de tomatazos que ha recibido. En particular, curiosamente, de los fans de la serie: quien bien te quiere-etcétera. ¿Cómo es posible? ¿Es “X-Files: I want to believe” la primera película anti-fan?

En absoluto. Percibo, sin embargo, que los aficionados a la serie no han entendido la propuesta de Chris Carter. “X-Files: I want to believe” no es sino una demostración pública de cariño hacia los personajes de su autor. La película gira en torno a Fox Mulder y Dana Scully, a lo que son en el momento temporal de la película, y, probablemente, lo que son hoy en día en el corazón de Carter. No son ya los veinteañeros tardíos del inicio de la serie; están ya más cerca de los cuarenta que de otra cosa, y, por mucho que el fanático pretenda, no pueden estar de nuevo dándole vueltas a los hombrecillos verdes sin que, por lo menos, salten a la palestra varias preguntas de calado existencial. Así pues, la que de inicio, y según la lógica habitual de la serie, pudiera parecer la trama predominante pasa a ser un enorme mcguffin a través del cual el pare paridor del legendario show televisivo pretende explicar otras cosas. Debido a esa menor atención del director, esta trama se convierte en la debilidad más palpable del filme. Un grupo de mujeres desaparecen en Virginia, y el FBI es guiado por un sacerdote con extrañas capacidades “visionarias” a una serie de fosas con restos humanos congelados; para apoyar la investigación, contactan con Mulder y Scully, aún fugitivos, para que les ayuden en la investigación, a cambio de eliminar todos los cargos. Concedamos que esta subtrama argumental no es todo lo sólida que debería: a veces la investigación adelanta porque sí, sin que el papel de Mulder en ella quede muy claro -independientemente de su renacida obsesión-, y a veces parece que la aleatoriedad está demasiado presente. Tampoco ayuda el hecho de que Amanda Peet y Xzibit interpreten a unos agentes del FBI en modo “estoyaquíparaponerelcazo” ON. Eso sí, Billy Connolly está impecable de sacerdote visionario y ex-pedófilo. Lo más destacable, de hecho, y por lo que más hostias le han caído a Carter desde el fandom, es que el aspecto paranormal del episodio es bastante tangencial. Lo cual, queridos niños, no deja de ser una metáfora, y nos lleva al centro de gravedad de la cuestión.

Como decía, Chris Carter le ha dedicado un humilde homenaje a dos personajes que, sin duda, le han cambiado la vida. Y, por tanto, se muestra especialmente respetuoso y delicado con ellos, mostrando de manera apenas perceptible el estado de su relación actual, fortaleciendo su evidente química, y desarrollando con calma las interioridades de ambos sujetos. En el caso de Fox Mulder (David Duchovny, muy cómodo en lo de siempre) es más fácil: nos lo encontramos por primera vez en una habitación empapelada en artículos de diario y lápices clavados en el techo, comiendo pipas y atusándose una barba de seis años. Su evolución es lineal y acorde con el personaje: brillante, egocéntrico, inmaduro, obsesivo, sarcástico, parece incapaz de llevar hasta el final nada que no sea el siguiente caso. La de Dana Scully (Gillian Anderson, espléndida y, por mucho que diga la Directrice, esa envidiosa, muy guapa) es más requebrada y, por tanto, más interesante, y es aquí donde Chris Carter demuestra que “X-Files: I want to believe” es, en realidad, su particular carta de amor a un personaje que siempre ha vivido, y sufrido (ojo a la lista: familiares asesinados, un cáncer, un aborto... y sigue siendo creyente. Hay que ver qué bien venden el producto), a la sombra de las heroicidades e intuiciones de su compañero. Scully, que ahora trabaja en un hospital católico (perfecta metáfora de su propia dicotomía filosófica fe/ciencia) se debate, durante la narración, entre la lealtad a su compañero y la necesidad de realización personal, entre los límites de su capacidad cristiana para el perdón y redención y su sentido de la justicia. En realidad, su desesperada búsqueda de una cura para un niño aquejado de una enfermedad terminal se asemeja, más de lo que ella quisiera, a la cetrería paranormal de Mulder; de ahí que, al final, las dos aparentemente inconexas subtramas acaben convergiendo entre sí, por mucho que sea de manera algo abrupta y azarosa, a través del cameo de uno de los clásicos personajes de la serie. El plano final de la narración (que no de la película) es lo suficientemente expresivo de lo que estoy diciendo.

La dirección de Carter es más atinada de lo que uno esperaría -cfr. por ejemplo, la escena de la persecución que finaliza con un agente del FBI en caída libre-, y hay un gag humorístico al respecto de Bush que hará las delicias de Michael Moore. La pequeña escena que cierra el film después de los créditos es exactamente lo que parece, y define ejemplarmente el filme: no es más que un saludo, un guiño cariñoso a los aficionados a la serie, y, en particular, a los aficionados a unos personajes llamados Fox Mulder y Dana Scully que, en definitiva, fueron los que tiraron de ese mítico carro llamado “Expediente X”.

11

LA MORSA CARREY




Sé que a muchos les da dolor de estómago nada mas verle, pero como soy de los que creen que todo cómico es un buen actor, creo que Jim Carrey es (o puede ser) mas que una sucesión de muecas, y ahí están El show de Truman, Olvídate de mi o Man in the moon para demostrarlo. Pero lo que sí que no sabíamos es de su faceta de cantante, aunque en Un loco a domicilio ya pudimos intuir de lo que era capaz. No sé si será porque todavía se creía Ace Ventura, pero por unos momentos se convirtió en una morsa, versionando una de las canciones mas surrealistas de los Beatles, I am the walrus, todo un homenaje a Lewis Carroll, recientemente interpretada por Bono. La letra era ideal para que Carrey diera rienda suelta a su histrionismo, bajo la supervisión de George Martin, el que fuera productor de los Beatles, en los estudios de Abbey Road. Así que por unos momentos demos paso a la psicodelia y al paz y amor, hermano,que el chico no lo hace tan mal. Goo goo goo joob.
3

AMOR PUNITIVO


Ah, the big item. Las relaciones sentimentales. Una amplísima mayoría de obras de las siete artes (u ocho, o nueve, o las que cada una quiera añadir, que para algunos el curling también es un arte) tienen, ya sea como soporte neurálgico, como tema transversal o como excusa filosófica las relaciones de pareja y sus circunstancias. La sublimación de los éxitos, la condena de los fracasos, los giros, las decepciones, las rutinas, las débiles monogamias... No es de extrañar. Está presente en nuestras vidas, mueve las existencias y, por tanto, domina las conversaciones, casi siempre fútiles y discursivas. Nos encanta pontificar sobre los defectos del sexo contrario, en general y en particular, desde un púlpito construido por nosotros mismos en el que recitamos nuestras Sagradas Escrituras de las relaciones sentimentales, que, claro, son las únicas que valen; esto, a pesar de que todos llevamos a cuestas un buen saco de fracasos, casi siempre en orden ascendente, que una dosis adecuada de humildad podría hacernos ver que sabemos mucho menos de lo que creemos. Quizás todo sea más sencillo de lo que uno cree, y the question's quid se encuentre en que los códigos de una relación, tácitos o no, son los que acuerden ambas partes, sean cuales sean. Todo este párrafo, que parece un ejercicio de onanismo mental destinado a otro tipo de blog, sirve para introducir, niños y niñas, la película de hoy, que rompió algunos tabúes de manera tan liviana que ni siquiera levantó escándalos. “Secretary”, de Steven Shainberg.

Basada en primer lugar en un cuento corto de Mary Gaitskill y luego en un cortometraje propio, Steven Shainberg consiguió hacer realidad en 2002 este proyecto a pesar de las cantadas dificultades que un guión de tal calibre iba a encontrarse por esos productores de Dios. Sin embargo, los panes y los peces se multiplicaron, y salió a la luz esta extraña cinta que, en otras manos, hubiera podido dar lugar a un festival de pseudoerotismo para pajilleros sin escrúpulos, y que, por fortuna, ha acabado siendo una más que estimable película. “Secretary” nos cuenta la historia de Lee (Maggie Gyllenhaal), una chica recién salida de un hospital psiquiátrico en el que había sido ingresada debido a su afición a castigarse físicamente a sí misma. Madre sobreprotectora, padre devoto practicante del etilismo, hermana rubia-de-profesión recién casada, novio aburrido y corto de miras: el retrato perfecto de una familia americana media disfuncional, envuelta en colores pastel y reproches nocturnos. Un costurero que Lee siempre procura tener a mano lleva el instrumental preciso para hacerse unos cortecitos de nada en los muslos; un poquito de dolor para pasar mejor el trago. La huida se completa con un trabajo iniciático como secretaria en el bufete de Edward Grey (James Spader), un estrafalario abogado con el que la relación jefe-empleado adquiere novedosos significados; los rituales sadomasoquistas van tornando cada vez más adictivos e incontrolables. La película sabe conjugar con mesura y decisiones atrevidas un suelo tan resbaladizo como este: todos los personajes que se mueven alrededor de Lee son poco menos que una caricatura -con excepción del padre, del que, a pesar de todo, Shainberg se apiada-, el decadente colorido suburbial parece salido del barrio de “Eduardo Manostijeras”, y la oficina de mr. Grey es presentada con luz natural y colores claros, para evitar la sensación de opresión. El proceso vital de Lee es mostrado desde la inocencia de la chica, evitando en lo posible el exceso de perversión, como si fuera un simple camino alternativo al placer. Curiosamente, cuanto más se somete Lee a los castigos de mr. Grey, más tiene ella el control de sí misma; en cambio, el aparentemente dominador Edward (que empieza muy seguro de sí, castigándola por errores tipográficos u ordenando a Lee el menú de la cena) poco a poco va perdiendo los papeles y a balbucear en su rígida actitud, incapaz de asimilar que existe alguien que es capaz de llevar esas prácticas hasta el límite de ser el motor de una vida conjunta.

El morbo erótico del film es más intrínseco que otra cosa, lo cual se agradece en una temática con tanta querencia por la explicitud. La película es casi una obra de teatro, con un decorado dominante (nunca mejor dicho), la oficina del bufete; con esta estructura, es fundamental la labor actoral. En el caso de la Gyllenhaal es indiscutiblemente espléndida, otorgando a su personaje, mutilado física y espiritualmente, los matices necesarios en cada etapa, y calibrando el salto entre la ingenuidad inherente y el atractivo que ha de despertar en Edward. El papel de James Spader es tan inclasificable (a pesar de ser un actor trillado en este tipo de papeles malsanos) que no sería capaz de determinar si su trabajo es bueno o no; su mr. Grey es tan excéntrico que no parece humano más que en un pequeño pero fundamental momento de debilidad (“tienes que irte, o no pararé”), y colabora decisivamente a darle al largometraje un aire de surrealismo absolutamente asumido. Aparte, claro está, del final del filme, que resulta ser una de sus debilidades más manifiestas, no por la solución adquirida, sino por el tono empleado y por algún añadido gratuito (la aparición de la prensa) que rompe con la atmósfera intimista que barnizaba la película, cerrada con la mirada desafiante a cámara en primer plano de Lee, como diciéndonos, “no quiero vuestra mirada condescendiente y estrábica, no necesito cura ni redención”. Amén. Disfrútelo usted.
8

EL AGENTE DE SEGUROS SIEMPRE LLAMA DOS VECES



Billy Wilder fue uno de los grandes maestros de la comedia. Bueno, fale, dacuerdo, por supuesto… pero fue mucho mas que eso ¿Cómo sino podría haber hecho –por ejemplo- una de las películas más negras del cine negro? Porque Perdición es negro azabache oscuro, oscurísimo, además de ser una auténtica “pata negra” del género: novela de James M. Cain, y guión escrito al alimón entre Billy y Raymond Chandler. No se puede pedir mas pedigree.

Un coche va a toda velocidad hasta que llega a un edificio y un hombre tambaleante entra en él. El recepcionista tiene la típica conversación de ascensor con él mientras le sube a una planta, pero aún así puede apreciar que no se encuentra bien. Por fin entra en un despacho, se sienta y tras encender un cigarrillo se pone a hablar a una grabadora. Excelente arranque y excusa para justificar el uso de la voz en off, que a partir de entonces nos explicará toda la historia (¿toda? Yo diría que se ha callado cosas expresamente, pero podemos deducirlas con facilidad).

¿Se puede tener un trabajo más aburrido que ser vendedor de seguros? No me respondáis todos a la vez, que sé que sí, pero Walter (un Fred MacMurray sorprendentemente convincente) digamos que no es demasiado convencional, ya que su lengua es tan cortante como la de Philip Marlowe (¿porqué será?).Digamos que estaba cansado, que hacía mucho calor (una justificación muy manida del cinema noir)… pero en realidad basta que una femme fatale como Phyllis (Barbara Stanwyck),con pelucón y una pulsera en el tobillo irrumpa en su vida para que se despierten en él sus instintos criminales. No hace falta que sea una mujer de bandera, todo es una cuestión de estilo (parodiando a Jessica Rabbit, no es que sea mala, es que la escribieron así), y esta mujercita demuestra ser una de las mayores manipuladoras del cine negro. Por eso el asesinato no es mostrado, sino que se limitan a enfocar un primer plano de ella, con expresión ansiosa, cómo cierra los ojos al oír un golpe y finalmente como esboza una ligera y enigmática sonrisa. Chapeau, madame.

La pareja protagonista tiene tan pocos escrúpulos que en su relación no hay espacio para la ternura; por eso difícilmente el espectador puede identificarse con ello, el único que gana nuestras simpatias es el personaje que interpreta el gran Edward G. Robinson, Barton,(demostrando que no hay papeles pequeños) de honrado agente de seguros con un “enanito” en el estómago que le avisa cuando un cliente quiere engañar a la compañía. Su relación con Walter es una de las grandes bazas de la película y su eterno juego con las cerillas es una de las constantes que tendrá su perfecta variación en la escena final. Añadamos una escena tan vista en otras ocasiones como la de unas personas que intentan huir en coche pero éste no arranca, que aquí consigue unos efectos dramáticos de primera clase.

Y si la película empieza de maravilla, el final se encarga de poner el broche de oro. Walter intenta huir, pero está demasiado débil y cae al suelo. Barton se acerca a él, Walter saca un cigarrillo ensangrentado de su bolsillo, Barton se lo enciende y Walter murmura “Yo también te quiero”. Por si no lo había dicho nunca, repito: ¡Qué grande eres, Billy Wilder!
15

ESCAPE A BOROVNIA


Lo he reivindicado tantas veces que ya no viene de una más. Exijo. edición. DVD. “Criaturas celestiales”. cojonesya. Ya me parece difícilmente tolerable que la carrera fílmica de Peter Jackson esté tan maltratada en España (ni sus inicios “gore”, ni ese magnífico “mockumentary” llamado “Forgotten silver” tienen sitio en nuestra estantería, por lo visto), pero lo de esta película me resulta particularmente espeluznante. Vale que seguramente la humanidad cinéfila más o menos cuerda no compartirá mi opinión de que “Criaturas celestiales” es la mejor película de Peter Jackson, pero leche, una edición sencillita, sin extras aunque sea, con lo puesto, si me dan igual los audiocomentarios o quién maquilló a quién... Ilustro mi protesta, señoría, con esta escena en la que Pauline Parker (Melanie Lynskey) trata de evadirse del primera y repulsiva experiencia sexual en el fantástico país creado junto a su demasiado íntima amiga Juliet (Kate Winslet) en lo que ellas llaman el Cuarto Mundo, con su castillo, su príncipe vengador y su Mario Lanza in concert. El talento de Jackson –y el de la Winslet, que en esta su primera película ya demostraba que hasta podía cantar ópera- ya agitaba sus banderas. Me canso de oir el eco de mi voz en el desierto...
8

EL ESCORPION SALIÓ RANA




– No puedo evitarlo. Es mi carácter.- Dijo el escorpión.

Suena Cuando un hombre ama a una mujer, aunque aún ignoramos que la película va de eso. Estamos en una feria y presenciamos un secuestro. No se trata de alguien de dinero, sino que quieren usarlo como moneda de cambio por otro prisionero. ¿Estamos ante un biopic de Miguel Angel Blanco? Pues va a ser que no.
El secuestrado es Jody (Forest Whitaker), un militar parlanchín y agradable, que no tarda en hacer buenas migas con uno de los terroristas del IRA, Fergus (Stephen Rea), pues comprende que tiene buen corazón (en otras palabras, que es una rana) y manipula astutamente sus sentimientos para ganar su compasión y confianza y le suplica que cuide de su novia, Dil (Jaye Davidson)

Una vez muerto Jody, Fergus huye pero no consigue olvidarle, de modo que conoce a Dil… y aquí comienza otra historia. Ella es una mujer fascinante, su forma de hablar es muy peliculera … es perfecta al 90%, y Fergus se enamora de ella. Lo que no contaba es que, al igual que él, ella también tiene un secreto muy importante, pero a la que lo descubra ya está demasiado enamorado de ella. Las cosas se complican a su alrededor y Fergus no duda en manipular a Dil, sabiendo sus sentimientos, para protegerla. La película acaba con Fergus explicándole el cuento de el escorpión y la rana que le había explicado Jody, mientras suena Stand by your man. Sin duda eso es lo que ha hecho.

Neil Jordan se siente muy a gusto hablando de su Irlanda, y ha tratado el tema del terrorismo en otras ocasiones, aunque dándole un toque especial. No hay más que comparar Juego de lágrimas con La muerte de Mikel para ver la diferencia. Con su inefable Stephen Rea, al principio nos muestra una historia dramática y conmovedora, pero desde el momento en que aparece Dil toma un tono mucho mas ligero, con esas conversaciones en el bar con el camarero como intermediario y a partir de entonces las sorpresas se irán sucediendo, con una Miranda Richardson precursora del look de Uma Thurman en Pulp fiction, un Jaye Davidson que pareció haber nacido para ese papel, pero desgraciadamente tuvo que competir con monstruos como Gene Hackman, Jack Nicholson y Al Pacino por el Oscar; y un Forest Whitaker que consigue una interpretación memorable a pesar de lo breve de su papel. Jordan retomó el tema para volver a darle una vuelta de tuerca en la estupenda Desayuno en Plutón, a la que probablemente perjudicó la comparación, ya que son dos tipos de historias distintas.
18

SOBREVIVIR AL OCASO


Leía hace unos días una entrevista, concretamente ésta, a Dustin Hoffman, aparecida en El Periódico de Catalunya. Hoffman, un tipo por el que siempre he albergado una especial debilidad por su excelente sentido del humor y su insistencia en alejarse de los clichés del divismo jolibudiano, confirmaba en dicha entrevista una sensación que viene transmitiendo desde hace tiempo en sus intervenciones públicas y promociones. Hastío. Dustin Hoffman, uno de los actores más indiscutibles de los que hoy se debería vanagloriar la industria del cine a sus 70 años, está resignado. “Acepto lo que se me ofrece”, asume sin cortapisas, con una insólita honestidad. Sabe que no hay sitio para él en tantas adaptaciones de videojuegos, series de televisión o cómics (aunque supongo que Michael Caine tendría algo que decir al respecto), y que ha de conformarse con papeles de reparto y menús infantiles. Habla con tono más reprendedor que nostálgico de las diferencias de formación entre los actores de los setenta (provenientes del teatro y del Actor’s Studio) y los de ahora, salidos de la televisión o, directamente, de las agencias de modelos. Comenta su frustrante experiencia en “Kung Fu Panda” al tener que aguantar a los directores pedirle repetir tomas una y otra vez, haciéndole "sentir que no sabes nada”. Esto me trajo a la cabeza la obra de teatro sobre Orson Welles comentada hace unos días, en la que el maestro ha de soportar el ser corregido por un técnico mediocre mientras lidia con un texto mediocre perpetrado por un creativo de marketing más mediocre todavía. Respect.

Dustin Hoffman fue un fenómeno tardío. Después de dar tumbos por el teatro, el Actor’s Studio y diversos trabajos televisivos de corte alimenticia, debutó en el cine de la mano de Arthur Hiller en una cosa llamada “The tiger makes out”, con un papel de reparto de fondo de armario. Mademoiselle Fortuna se apiadó de él el día que Mike Nichols le vio en una obra de teatro y se le metió en la cabeza que aquel treintañero bajito y narigón podría ser el Benjamin Braddock de “El graduado”, después de fracasar las negociaciones con Warren Beatty y Robert Redford. El resto es historia (y ya contada aquí): Hoffman se convierte en una repentina celebridad popular al son de Simon & Garfunkel, refrendada por su siguiente cañonazo apenas dos años después, el Ratso de “Cowboy de medianoche”, con el que hace un dos de dos en nominaciones al Oscar. Tito Dustin demuestra que su gran nariz le sirve para tener un considerable olfato artístico, y, huyendo de la peste del éxito comercial facilón, se embarca en propuestas arriesgadas y personajes complejos con tanto calado en la cinefilia como, ohmygod, en el público medio: “Perros de paja”, “Lenny”, “Todos los hombres del presidente” y “Marathon man” fueron, cada una por un motivo, películas extremadamente polémicas, pero de una calidad indudable y con unas interpretaciones inolvidables de Dustin Hoffman, que a esas alturas ya acumula premios y prestigio como para llenar el trastero de su casa. ¿He dicho premios? Le faltaba uno.

No me extraña que tito Dustin sienta nostalgia de los setenta. Cierra su década gloriosa con su primera estatuilla de señor-desnudo-con-espada gracias a la sobrevalorada “Kramer contra Kramer”, película que alberga el dudoso honor de ser la iniciadora del género “telefilm de sábado por la tarde en Antena 3”; pero de eso nuestro héroe, que nos deja otra magnífica interpretación, no tiene la culpa. Sí la tiene de conquistar taquillas y corazones travistiéndose deliciosamente en “Tootsie”: a estas alturas, Dustin Hoffman es poco menos que la reencarnación del mesías hecho actor. Donde pone el ojo, pone la bala. Hasta que llega “Ishtar”, claro, y tito Dustin conoce el significado de las palabras “fracaso” y “Razzie”. No problemo. Ahí está Barry Levinson para echarle un cable y dibujarle un personaje ciento por ciento oscarizable, ese sensible autista de “Rain man”. Oscar cantado y prestigio intacto, aparte de haber disfrutado en persona de la sonrisa-licordelpolo de tito Tom, lo cual, como todo el mundo sabe, es garantía absoluta de ascender al Reino de los Cielos al finalizar la vida terrenal del afortunado. Los noventa son más irregulares. Cae la madurez del actor maduro, si se me permite la redundancia, y a su agente empieza a ponérsele difícil el trabajo. Hoffman sigue haciendo buenas películas (“Billy Bathgate”, “La cortina de humo”), pero no obras maestras, y empieza a combinarlas con labores más pedestres y alimenticias (“Hook”, “Estallido”, “Esfera”). Queda claro que ya no es el momento de su generación, y los Pacino, De Niro o Hackman ya no son los elegidos para tirar del carro.

Un amago de retirada se ha intercalado en estos últimos años con un final de carrera presidido por películas infantiles, doblajes de animación, cameos y algún blockbuster fallido. Una buena sintonía con Marc Foster le ha permitido un par de buenos secundarios en “Bienvenido a Nunca Jamás” y la extraordinaria y desapercibida “Más extraño que la ficción”. Actor de gran profesionalidad y extrema mesura, siempre al servicio de sus personajes, nunca se ha puesto por delante de ellos a golpe de divismo. Quizás su imagen afable e irónica, carente de arranques de genio y akelarres de histrionismo, le ha situado, injustamente, un centímetro por detrás de algunos compañeros de generación. Espero que la historia y el recuerdo, ya que no la industria ciega y despersonalizada de hoy en día, traten con justicia a este caballero de la cinematografía, uno de los pocos a los que vale la pena ver y escuchar, el señor Dustin Hoffman.
15

EL FANTASMA Y LA SEÑORA DE WINTER



Anoche soñé que volvía a Manderley

Una de las frases mas famosas de la historia del cine nos introduce en una de las películas más famosas de Alfred Hitchcock, y no es casualidad. El mundo de los sueños tiene mucho que ver con Rebeca, los temores que ocultamos en la oscuridad, los perversos cuentos de hadas… y encima nos lo pasamos en grande.

¿Quién mejor para protagonizar un perverso cuento de hadas que una moderna Cenicienta, apocada e insegura de sí misma? Es mas, nunca llegamos a saber su nombre, como si hasta en ese detalle quisiera quitarse importancia o le diera vergüenza. Nadie mejor que Joan Fontaine para interpretar heroínas frágiles, y por lo visto Hitch contribuyó mucho a que aumentara la inseguridad que sentía, ya que ayudaba mucho al personaje.

No hay princesa sin príncipe azul, en este caso con ese aire de misterio que siempre ha favorecido a los galanes románticos. Laurence Olivier tenía la presencia ideal para ese tipo de papeles, aunque fuera mas joven que su personaje, pero su aire altivo, distante y señorial con unas favorecedoras canas teñidas lo convirtieron en el Max de Winter perfecto, que rescata a la inocente damisela de las garras de una madrastra… en este caso una insufrible lady.

Y por supuesto tampoco puede faltar la bruja malvada. Hitchcock se encarga de que la perversa Mrs. Danvers tenga un aire de lo más irreal y fantástico. Nunca la vemos caminar entrando en una habitación, siempre aparece de la nada sin hacer ruido, y su expresión es totalmente inescrutable, aunque sus ojos sean de auténtica bruja. Judith Anderson hizo su interpretación mas recordada como la malvada ama de llaves, con una enfermiza obsesión por su antigua señora no exenta de connotaciones sexuales.

Añadamos el típico niño rico sinverguenza vividor y cínico, que bordaba George Sanders, dispuesto a hacer todo lo posible para enturbiar la felicidad de la parejita.

El peso del recuerdo de la antigua señora es tan fuerte (era tan guapa, tan elegante… resumiendo, tan distinta a la actual) que la pobre muchacha, en una reveladora escena, cuando llaman por teléfono preguntando por la señora de Winter dice que ha muerto. En otra maravillosa escena los recién casados ven una película de su luna de miel, son interrumpidos y acaban discutiendo; contrastando su imagen actual, cada vez más distanciados e incomprendidos el uno por el otro, con la de la película, enamorados y felices.

La fotografía, con su uso de las sombras dando una ambientación fantástica y siniestra a todo lo que tiene que envuelve a la mansión de Manderley, la música, los perfectos actores… Hitchcock entró a lo grande en Hollywood y desde entonces no pararía. Tal fue el poder de la película que desde entonces se llamó “rebeca” a las chaquetas de punto que lleva la protagonista… pobre Joan Fontaine, hasta en eso le ganó la difunta señora de Winter.
11

DUELO A VARITAS EN EL TEX AVERY'S SALOON



www.Tu.tv

En Youtube ha durado menos que un porro en la puerta de casa de Amy Winehouse, así que advierto que no sé cuánto va a durar aquí “Presto”, el último cortometraje salido de Pixar, que precede a la proyección de “Wall-E”. Por si acaso, os dejo el enlace de la página brasileña (porque, por supuesto, en Brasil YA HAN VISTO LA PELÍCULA) en la que lo he encontrado. Como de costumbre, es una maravilla en cinco minutos que nos consolida la idea de que, si Tex Avery hubiese vivido en esta época, trabajaría en Pixar con total seguridad. Un conejo de chistera (deberían homologarles como raza independiente) contra su mago. Como Bugs Bunny bien sabía, nada es capaz de interponerse entre una zanahoria y un conejo. Frase que, ahora que pienso, también podría perfectamente atribuirse a Dinio. Alehop.

17

LOS PÍCAROS MOLINEROS



- ¿Cómo puedo llamar a una película “El viejo molino” cuando no tengo un molino?"
-Bueno, primero tendrías que cambiar el título

En más de una ocasión me he lamentado de la falta de brillantez de los diálogos del cine actual, sobre todo si los comparamos con los de las películas de Billy Wilder o Mankiewicz: ingeniosos, inteligentes, sumamente bien escritos, que se convertían en una auténtica delicia para el oído y el cerebro del espectador. Pues bien, afortunadamente aún quedan unos pocos (muy pocos) autores así. Y sin duda David Mamet -hombre de teatro ante todo- es uno de ellos.

Sin ser su mejor película, State and Main es una de las suyas de mis favoritas. Primero porque trata del cine dentro del cine, un tema siempre muy agradecido para el cinéfilo, y además porque es una de las mas divertidas.

La vida de un pequeño pueblo se ve agitada cuando un equipo de rodaje llega para hacer una película histórica, trayendo a toda la típica fauna de Holllywood, atraídos por el reclamo de un antiguo molino… que ya no existe; al fin y al cabo están rodando una película, no examinándose de historia. Todos se sienten un tanto extraños en un pueblo tan acogedor y tranquilo (“-¿Y cómo os lleváis con toda esta buena gente?” ”-Como los perros y las lesbianas”) (Que alguien me lo explique. Mi no comprende).

Repasemos esa fauna:

-el guionista, Joseph Turner (Philip Seymour Hoffman): novelista reciclado a guionista, ésta es su primera película y va bastante perdido. Quiere hacer algo profundo, con mensaje (está en el sitio adecuado). Al final le entran unas ansias por decir la verdad al mas puro estilo Dostoyevski, aunque nadie tenga el mas mínimo interés en saberla.
-el director, Walt Price (William H Macy) un auténtico tirano a quien no le importan lo mas mínimo los sentimientos de sus subordinados, ya que lo único que le importa es cómo pueda funcionar la película (“¿Viste la taquilla de Ghandi 2?)". Se le reconocen ciertos conocimientos cinematográficos que no estorban en su profesión (“¿Quién diseñó estos vestidos? Parecen como si Edith Head hubiera vomitado y el vómito hubiera diseñado estos vestidos”)
- la estrella masculina, Bob Barrenger (Alec Baldwin) atractiva estrella que, como todos, tiene un pasatiempo durante las largas esperas entre toma y toma, y el suyo son las jovencitas de catorce años, pero desgraciadamente ignoraron el consejo del director de darle la mitad de una chica de veintiocho. Claro que tampoco especificó cuál de las dos mitades debían traer.
- la estrella femenina, Claire Welelsley (Sarah Jessica Parker); la típica rubia sex symbol descerebrada, con reparos a enseñar sus pechos en una escena, cuando todo el país podría dibujarlos de memoria.
- el productor, Marty Rossen (David Paymer) que no tiene el mas mínimo inconveniente en incluir publicidad dentro de la película de una compañía de ordenadores, aunque la historia esté situada en el siglo XIX, (esos artistas puntillosos…). Si todo el mundo tiene un precio, seguro que Rossen encuentra el tuyo. Todo un as de las relaciones públicas (“Te voy a arrancar el corazón, y me voy a mear en tus pulmones a través del agujero en el pecho. Saludos a Marian”)

Afortunadamente Joseph encuentra una auténtica musa en el pueblo, así como también su Pepito Grillo particular, Ann (Rebecca Pidgeon), que sabe aconsejarle recitándole frases de su libro y es la única que tiene las cosas claras desde el primer momento, a pesar de que le cuenten historias absurdas, ya que al fin y al cabo también lo es el sistema electoral y todavía votamos.

Lo que termina de dar un aire especial a la película son los personajes secundarios, como los habitantes del pueblo y –especialmente- el viejo doctor, que tiene unos de los mejores diálogos de la película, reflexionando sobre los que llevan corbata o pajarita, o cual es su auténtico trabajo.

Un magnífico reparto, de principio a fin, dando lo mejor de sí mismos y sacando todo el jugo a cada una de las frases.Y al final… ¿consiguieron rodar la escena del caballo, o no?.
12

EL SR. SPIELBERG NI ESTÁ, NI SE LE ESPERA


Es curioso, pero he acudido a muy pocas obras de teatro durante mi vida. Me gusta el teatro, ojo. Me siento cómodo en su ritual, mucho menos pervertido que el del cine, me cautiva la complicidad provocada por el derribo de la cuarta pared, el imperceptible olor a otra época, la solemnidad artística. Rebusco entre mis sombras, y sólo me explico esta impertinente infidelidad a mí mismo desde la idéntica pereza intelectual que me obliga a decir estas tonterías. Sin embargo, una obra cuyo centro neurálgico es la desbordante personalidad de Orson Welles tienta mi curiosidad más que de costumbre. Como siempre, la cinefilia me puede. No tengo ni pajolera idea de tablas teatrales (bien, en realidad tampoco de cine, pero esto lo sé disimular mejor), así que no esperen, queridos padawanes, una crítica al uso, ni al desuso. Sólo una crónica sensitiva de un viaje artístico teatral, pero eminentemente cinéfilo, que La Linterna, en aras de su más que probado wellesismo, estaba en la obligación de emprender.

Teatre Romea de Barcelona, 21:30 de la noche, un lunes cualquiera. Pongamos, ayer. Marcbranches tiene una entrada con descuento gracias a su carnet de Bibliotecas de Barcelona (carnet que nadie se ha tomado la molestia de comprobar si realmente tengo...). Después de tomarme en el bar del teatro, en un alarde de sofisticación jamesbondiano, un agua mineral sin gas (mezclada, no agitada), me siento en mi butaca con la antelación suficiente como para echar un vistazo sociológico a la platea. Diría que me encuentro rodeado de clase burguesa media-alta; diría, también, que la clase burguesa tiene una media de unos cincuenta tacos. Observo que la juventud lleva pantalones cortos y chanclas; hago un veloz cálculo mental, y determino que en 2032 la gente irá con palomitas y Doritos al teatro. Oscurece la sala, y aparece Josep María Pou disfrazado de Orson Welles. O puede que sea al revés.

La obra se llama “Su seguro servidor, Orson Welles” ("Obediently yours, Orson Welles"), del dramaturgo Richard France, y está dirigida por el Antes Llamado Crítico de Cine Esteve Riambau. Nos sitúa, en una mezcla de ficción y realidad, un día después del setenta cumpleaños de Orson Welles, en un estudio de grabación radiofónico, en el que Welles espera con ansia la noticia de que por fin va a conseguir, después de 30 infructuosos años, la financiación para su “Don Quijote”, de la mano de Steven Spielberg. Mientras, va grabando alimenticios (y nunca mejor dicho) anuncios de radio junto a un joven técnico de sonido (Jaume Ulled) que le tira de la lengua lo suficiente como para que Orson desparrame su anecdotario. A través de sus historietas, sus impresiones, sus arrebatos, un majestuoso Josep María Pou nos desnuda las grandezas y miserias de, quizás, el mayor genio que haya parido el cine americano. Un Orson Welles megalómano, contestatario, grandilocuente, volcánico, solitario, nostálgico, que llena el escenario física y espiritualmente. Mientras va recitando textos mediocres para marcas de comida de perro, su estruendosa voz transporta al espectador por los años mágicos de Hollywood, siempre con un tono revanchista más o menos soslayado, en particular hacia los productores (estacazo summa cum laude para Harry Cohn y su obsesión por Rita Hayworth), salvando tan sólo, y con matices, a Darryl F. Zanuck. La obra nos deja la imagen icónica de un genio demasiado adelantado a su época, que gastó demasiado tiempo y demasiado ego en busca de financiación, y que tuvo que disfrazarse de mediocre demasiadas veces para conseguirla. Como él mismo dice, empezó en lo más alto y luego no hizo más que caer vertiginosamente. La obra también nos descubre una afición proveniente de la infancia que, curiosamente, comparte con otro genio, Woody Allen: la magia. Su natural rebeldía le impuso ponerse del lado de los republicanos en la Guerra Civil Española, ser acusado de comunista durante el maccarthysmo, o ser apartado de su programa de radio al apoyar la causa negra en el caso de Isaac Woodard. Welles, en el estudio de grabación, va acumulando anécdotas y cuñas publicitarias mientras espera, infructuosamente, a que Spielberg le dé el sí definitivo a su gran obra inacabada: “Don Quijote”.

Mientras Orson Welles, o Josep María Pou, recita a Charles Lindbergh (el primer aviador en cruzar el océano Atlántico en un vuelo sin escalas en solitario) lamentando el final de su homérico viaje, una palmaria metáfora sobre la vida del genio de Wisconsin, un tal marcbranches se revuelve por enésima vez en una butaca de incomodidad progresiva gradual, después de soportar estoicamente como el espectador de delante no ha parado de moverse durante toda la representación como si su asiento estuviera embadurnado de resbaladizo aceite. Y, sin embargo, al final de la obra, se asombra de que esa hora y tres cuartos hayan pasado a velocidad de crucero imperial. Vuelvo a observar al público ya saliente. Diría que la media de edad es más baja de lo que en un principio pensaba.

N.B.: echadle un vistazo a este video, por favor. Parte de él se representa en la obra; la transcripción completa está en el comentario del clip. No tiene desperdicio. Jodidos guisantes.
7

ÓPERA GORE




Como parece que con el verano empieza la sequía de trailers interesantes, por una vez (u otra vez, según se mire) voy a dejar paso a mi frikismo,que de vez en cuando es sano, con una oferta que como mínimo parece original. Reconozco que me gustaban las operas rock en sus comienzos, y que el terror mezclado con el musical ha dado muy buenos resultados, como el reciente ejemplo de Sweeney Todd. Repo. The genetic opera se presenta como una nueva propuesta de los creadores de Saw, mezclando gore con música. Para certificar lo extraño del proyecto, ahí está la petarda de Paris Hilton en el reparto junto con una soprano como Sarah Brigthman, mostrándonos un futuro en el que la falta de órganos ha creado un floreciente negocio … De una propuesta así ha de salir o un bodrio o algo sublime. Si al menos está a la altura de El fantasma del paraíso ya me vale.
10

NO SIN MI HIJA


Como quien no quiere la cosa, me he dado cuenta de que estoy en deuda de tres sagas que, con cadencia de caracol, voy saldando poco a poco. Una es la Santísima Trilogía, otra es la Padrinística Trilogía, y la tercera es la Tetralogía Alien, quizás la más ecléctica de todas, debido a las personalidades tan divergentes que han tirado del carro en cada una de las entregas. Aunque la tercera y la cuarta partes son, cada una a su manera, tan fallidas como parcialmente reivindicables, no cabe duda de que quienes elevaron a Ripley y su bichardo a la categoría de mito cinematográfico popular fueron dos de los directores más engreídos, egocéntricos y megalomaníacos de las últimas tres décadas: Ridley Scott y James Cameron. Leer o escuchar una entrevista con cualquiera de estos dos sujetos puede conducir a la caída de cabello, malestar general, hinchazón de nudillos, aparición de enfermedades venéreas desconocidas y brotes espontáneos de gastroenteritis; si les hacemos caso, llegaremos a la inexorable conclusión de que han reformulado géneros, han reinventado el cine y, si quisieran, encontrarían la cura para el cáncer. Por desgracia, su talento es igual de incuestionable, así que cualquiera les tose. Entre ambos, trasladaron al monstruo de H.R. Giger a la categoría de mito desde perspectivas tan contrapuestas como complementarias. De “Alien” ya hablamos en su momento, y ahora toca “Aliens”. En plural. Uséase, bichardo en proporción geométrica. Mamá-caca.

Sería injusto analizar “Aliens” desde la comparación con “Alien”, puesto que su entidad propia es tan indiscutible que muchos la consideran superior a su predecesora. No sé si me atrevería a afirmar eso con tanta contundencia, pero sí que hay una verdad palmaria: Cameron es el que más aporta al mito Alien, y con mucha diferencia. Todo el ciclo de vida del monstruo es cosa suya, y el concepto de la Madre Reina también; ambos se encontrarán presentes en las dos secuelas subsiguientes, así como en la imaginería multimedia que ha acompañado al mito. Por lo demás, se podría decir que si “Alien” era un silbido, “Aliens” es un trueno. La primera era una serie B de terror en esencia; la segunda es un blockbuster de acción y aventuras, espléndidamente rodado, como sólo un Cameron en estado de gracia, aún hoy, puede hacer. Esta secuela es un “crescendo sostenuto ma tronabile”, que se permite mantener la angustiada atención del espectador durante la primera hora sin necesidad de hacer aparecer al alien, a base de una narración fluida y pausada a la vez, que nos entrega a Ellen Ripley en pleno embate (escena-trampa incluida) con las consecuencias psicológicas y burocráticas de su encontronazo alienígena. Una vez la teniente, abrasada por sus pesadillas, acepta acompañar a una avanzadilla de marines al planeta LV-426 (planeta que ya conocemos...), donde han perdido el contacto con una colonia de trabajadores, la acción y el espectáculo toman el mando con brazo férreo y apariencia de género bélico. La ambientación castrense es acertadísima y muy verosímil, a lo que ayudó, posiblemente, el reparto entre los actores de volúmenes del libro “Starship troopers” de Robert Heinlein, referencia indudable de la película. Cameron provoca que el espectador respire con las respiraciones de los personajes, sude con su sudor, y tema con sus temores. El diseño de producción es impecable (aunque parezca increíble, sólo se utilizaron seis figuras de alien en el rodaje), al igual que las localizaciones de interiores: pasillos angostos, habitáculos angustiosos, pasadizos de metal, naves de corte industrial, todo suena herrumbroso, metálico, pesado, falta el aire. Aire.

En mi opinión, el gran acierto de la saga es el respeto de los distintos autores y de Sigourney Weaver por Ellen Ripley. Es la gran heroína de acción por excelencia, y no precisamente por su atractivo físico o su capacidad para las artes marciales o las armas. Ellen Ripley es un personaje que siente, que evoluciona, que, a medida que se pergeñan secuelas, va consolidando su desgraciado vínculo con el engendro alienígena. En “Aliens”, Ripley, que ha estado hibernada durante 57 años, ha perdido a su hija, y encuentra en la niña superviviente de la colonia, Newt (Carrie Henn, que nunca volvió a actuar) a una especie de nueva posibilidad de vivir una maternidad. Por otra parte, Sigourney, una extraordinaria actriz (nominada a tito Oscar por este film), nos hace partícipes del sufrimiento de Ripley, así como de su descarnada voluntad y de su entereza a prueba de “facehuggers”, que la llevan a tomar el mando moral de la cada vez más diezmada hueste. Su enfrentamiento final con la Reina Madre, arrancada por ese mítico “get away from her, you bitch!” (no menos mítica es la traducción ibérica: “¡aléjate de ella, puerca!”. Uséase: bitch=gorrina de corral), es un clímax orgásmico que, en cualquier caso, culmina una horda de set-pieces a cual más antológica. Un cierre perfecto para una de las mejores películas del género fantástico de los ochenta y de más allá (y más acá) que reinventó el concepto del alien-bichardo de Giger, formuló buena parte de su mitología y acojonó a las plateas de medio mundo, cuyos espectadores, durante unos días, se despertaron en mitad de la noche empapados en sudor y tocándose nerviosamente el vientre. Bitch.
15

EL CABALLERO NO TAN OSCURO




¿Quién dice que los niños prodigio tienen que acabar de mala manera, tipo Macaulay Culkin? Los hay que han seguido una carrera coherente, con sus lógicos progresos poco a poco, hasta conseguir su total reconocimiento, ya adultos.

Christian Bale hizo un espectacular debut en El imperio del sol, de Steven Spielberg, haciendo de niño rico mimado fascinado por los aviones que se convierte en un ferocísimo superviviente de un campo de prisioneros bajo las corruptas enseñanzas de John Malkovich (¿quien mejor sino?).Su admiración por los pilotos japoneses, pese a ser el enemigo, se reflejó en escenas como en la que Jim presencia el primer vuelo de un niño japonés, su alter ego, y los cánticos nipones se mezclan con los de él entonando una canción religiosa, que pone la piel de gallina. Su interpretación estaba tan llena de fuerza que le abrió la puerta grande, pero no se precipitó eligiendo papeles y prefirió uno sin mucha importancia en el Enrique V de Branagh, que un Shakespeare en el currículum siempre da prestigio. Volvió a coincidir con Kenneth en Los rebeldes del swing, interpretando al más oscuro de los swing boys, atraído por el nazismo, demostrando que bailaba de maravilla.

Seguirían papeles en películas de época como Retrato de una dama o Mujercitas, haciendo sus pinitos como galán romántico. Tal vez para compensar participó en una película tan glam y rompedora como Velvet Goldmine; aunque Jonathan Rhys Meyers y Ewan McGregor ponían toda la carne en el asador, él fue el tercero en discordia. Pero fue American Psycho la que nos descubrió a un nuevo Chistian y su tendencia camaleónica, no sólo en lo físico, sino en los acentos. Moldeó un cuerpazo de infarto para hacer de yuppy metrosexual asesino. La película no supo estar a la altura de la novela, pero no puede ponerse ninguna pega a la actuación de Bale. Su siguiente papel en Shaft seguía en la línea de niño rico depravado, con lo que parecía correr el peligro del encasillamiento… Pero una vez mas volvió as sorprender con otra espléndida actuación en El maquinista, haciendo de un insomne crónico atormentado por un complejo de culpa. Adelgazó tanto para el papel que revivió el dilema de hasta qué punto debe involucrarse un actor con un papel. Pero si alguien dudaba de su capacidad camaleónica, volvió a sorprender de nuevo, pasando de Bateman a Batman, recuperando su masa muscular en un tiempo sorprendente. Como Marcbranches ya debe estar por los suelos de que profane su sancto-sanctorum, me limitaré a decir que la versión de Nolan del personaje del hombre murciélago en Batman begins renovó totalmente la franquicia, dándole un realismo y oscuridad hasta entonces inesperados, lejos del aire gótico de Burton o del delirio gay de Schumacher. Y dentro de ese nuevo punto de vista, Bale fue el Bruce Wayne perfecto, el más tenebroso de los Batman de la pantalla, al que sólo le separan unos milímetros de sus villanos.

Últimamente ha compaginado trabajar con directores de prestigio, del tipo de Mallick o Herzog, o experimentos tan interesantes como I’m not there, con repetir de nuevo con Nolan en la estupenda The prestige o prometedores duelos como 3.10 a Yuma. Dentro de poco volveremos a verle en The dark knight, y aunque desgraciadamente se ha hablado más de Heath Ledger que de él, estoy segura que Christian todavía nos aguarda con buenas sorpresas.
 
Copyright 2009 LA LINTERNA MÁGICA. All rights reserved.
Free WordPress Themes Presented by EZwpthemes.
Bloggerized by Miss Dothy