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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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HASTA LOS SENTIMENTALES CIEMPIÉS LO HACEN



Que no lo digo yo. Lo dice Cole Porter en su tema “Let’s do it, let’s fall in love”. Y las abejas, y los lagartos, y los lituanos, y los letones, y los mosquitos, y... Si alguno de vosotros ha tenido la curiosidad de acercarse a “De-lovely”, el extraño biopic de Irwin Winkler sobre uno de los compositores populares que más huella ha dejado en la imaginaría musical de la Humanidad, se dará cuenta de que le suenan TODAS las puñeteras canciones, buena parte de las cuales ni se imaginaba que eran de Porter. El film tiene un aire algo irreal (no deja de ser un musical) que en ocasiones embarranca, lo cual le impide ir más allá de ser un largometraje agradable. Las interpretaciones de Kevin Kline, Ashley Judd y Jonathan Pryce (el ángel Gabriel, interlocutor de Porter durante la narración en primera persona) son excelentes, y buena parte de los temas musicales están interpretados por auténticas estrellas del asunto. Robbie Williams, Sheryl Crow, Elvis Costello, Mick Hucknall, Diana Krall o Natalie Cole le dan un toque de glamour a la película, ejerciendo de Ella Fitzgerald o Frank Sinatra contemporáneos. Me quedo con la interpretación de Alanis Morissette, cantando un “Let’s do it, let’s etcétera” que a priori parecía bastante fuera de su liga, tanto vocal como estilísticamente. Dale, Alanis. Por cierto, a ver si en tu próximo disco dejas de intentar parecerte a Avril Lavigne, anda...

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EL PISITO SE HA QUEDADO VACIO



Los guionistas son unos de los trabajadores menos reconocidos del mundo del cine. Sin ir mas lejos ahí tenemos la huelga de los guionistas americanos para demostrarlo, aunque es algo que ya viene de largo, no en vano la inscripción de la lápida de Billy Wilder es “Soy escritor, pero nadie es perfecto”. Pero si el cine es imagen, también es palabra e historia; ha de haber una buena base en la que se apoye todo, sino el resultado viene a ser como un buñuelo de viento (aunque no nos engañemos, de haber buñuelos, haylos). Algunos pasaron de guionistas a directores, con excelentes resultados, como el caso del ya citado Billy o John Huston; otros, sin embargo, nunca dejaron de ser guionistas. Rafael Azcona fue de estos últimos.
No es casualidad que los inicios de Azcona fueran en una publicación tan mítica como La codorniz, refugio de los mejores humoristas de la época, como Chumy Chumez, Mingote, Gila.... ; humor irreverente e inteligente, en tiempos difíciles, que como era de esperar tuvo sus problemas con la censura. Por eso, cuando pasó al cine como guionista de Marco Ferreri en El pisito y El cochecito, ya marcó muy claramente cual era su estilo. Frente a los personajes históricos y de cartonpiedra de Cifesa, los de Azcona eran sumamente humanos, en todos los sentidos de la expresión, con sus grandezas y miserias, pero tratados con ternura y humor. El neorrealismo mezclado con el sainete costumbrista a la perfección.
Poco después se inició la que sería una de las asociaciones mas fructíferas del cine español: coincidió con Berlanga en Plácido. El sentido de humor negro e irreverente del valenciano encajaba como un guante con el suyo, dando frutos como El verdugo, Vivan los novios, Tamaño natural, La escopeta nacional, La vaquilla o Moros y cristianos.
Con otro con quien trabajó mucho fue Carlos Saura, escribiendo todas las historias de su época mas críptica como Peppermit frappé, El jardín de las delicias, La prima Angélica y muchas mas.
Hacer un repaso de sus guiones es repasar buena parte del mejor cine español de los últimos años. Aparte de las ya mencionadas, tenemos Belle epoque, La niña de tus ojos, La lengua de las mariposas, El bosque animado.... Impresionante.
Con su muerte el cine español , y el del cine en general, se ha quedado huérfano de uno de sus mejores autores, escrito con mayúsculas, uno de los grandes. Descanse en paz, maestro.
Por cierto, a ver si paramos un poquito, porque hay que ver que racha llevamos últimamente, con Arthur C. Clarke, Paul Scofield, Azcona y Richard Widmark. Rafael, te has ido bien acompañado.
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CSI: WASHINGTON


¿Se quejaba la Directrice, en algún que otro comment de por ahí abajo, de las secciones patilleras que he ido creando en el blog? ¿Cómo era aquello de “si no quieres taza”? Nueva entrega de la sección “Posts con calzador”, en la que, como seguramente NO recordaréis, sacamos a colación películas cuyo valor meramente cinematográfico no les permitirían, en un primer momento, formar parte de las Elegidas Lintérnicas, pero que en el imaginario del que escribe se han quedado agradablemente incrustadas, y las repasa una y otra vez, en ocasiones en contra de su cinéfila voluntad. Seamos sinceros: ¿cuántas veces habéis visto “Estallido” en la tele? Pues a eso me refiero. Hoy nos traemos al escenario “El coleccionista de huesos”, film de Phillip Joyce basado en la novela del mismo título escrita por Jeffery Deaver: el libro fue un best-seller, y las aventuras de su protagonista, el criminalista forense parapléjico Lincoln Rhyme, van ya por la octava secuela, a la venta en junio en su librería yanqui más cercana.

Y la sufrida audiencia me dirá: sí, claro, ya sé por qué te gusta a ti “El coleccionista de huesos”, y por qué la has visto más veces de lo que quizás merece. Pues no. No es una perturbación onanista. Angelina Jolie, de hecho, no sale nada favorecida en esta película. Lleva el pelo corto, su vestimenta de calle es más bien hombruna (excepto en la escena epilogar), el uniforme de policía le queda de pena y su personaje, en general, es lo más alejado imaginable de los habituales putones comehombres que interpreta. ¿Entonces, por qué? No lo sé exactamente. “El coleccionista de huesos” es una película razonablemente competente, y otra cosa no podía esperarse de un director australiano que suele moverse con maña en el suspense y el thriller; con patinazos siderales como “Sliver” o “El Santo”, eso sí, pero con alguna gran película como “El americano impasible”. El filme que hoy nos ocupa, de 1999, es, como tantos de su género y época, desahogado deudor de los referentes del momento, “Seven” y “El silencio de los corderos”, en particular de esta segunda. La relación mentor-alumna de Lincoln (Denzel Washington) y Amelia (la Jolie) nos recuerda, en cierto sentido, a la de Hannibal Lecter y Clarisse; el metodismo y la truculencia de los asesinatos nos retrotraen al largometraje de David Fincher. Noyce, que no se puede quitar ese dejá vu de encima, nos ofrece, sin embargo, un producto funcional y aseado en el que, por lo menos, hay cierta voluntad de dibujo de personajes y, de vez en cuando, una dirección más allá de lo funcionarial. Véase, por ejemplo, la manera de filmar las escenas de diálogo en la casa de Lincoln: los primeros planos del parapléjico son subjetivos, inclinados, desde arriba (desde donde le ve todo el mundo); cuando vemos al interlocutor de Lincoln, Noyce utiliza el mismo tipo de plano, pero desde abajo, transmitiéndonos, no sólo la posición física de Lincoln (incluida su inclinación debido a la almohada), sino cierta severidad en su mirada.

Lo cual nos lleva a otro acierto del filme. Aunque sin profundizar demasiado (tampoco nos pasemos), se percibe cierta intención de ir un poco más allá en el diseño de caracteres y la manera de mostrarnos sus interacciones; esto se consigue en parte, en competente colaboración con los actores. Denzel Washington compone un personaje complicado de precisar (sólo puede mover la cabeza y un dedo), algo dictatorial, inteligente, amargado por su enfermedad, hasta el punto de haber planeado su suicidio. Angelina Jolie, un poco contra pronóstico, consigue apaciguar su sex-appeal a base de uniformes horribles y una acertada combinación de aspereza y ternura. Su derrumbe en el lavabo, sola, después de realizar su primera misión forense, la define perfectamente. Quizás lo mejor del film es la química que se crea entre los dos protagonistas, previsible pero carente de amarillismo, en la que la línea entre lo profesional y lo personal se difumina muy suavemente. También funciona la enfermera interpretada por Queen Latifah, aunque a veces parece una forense más del equipo. El que más chirría es el cuasiparódico capitán de policía Cheney (un pelín desmadrado Michael Rooker), que parece salido de “El último gran héroe” de puro arquetípico.

Aparte de los agujeros de guión (¿por qué, de los tres mataderos del segundo crimen, Lincoln da con el correcto a la primera? Pues porque sí, y punto pelota) y de altibajos narrativos, el desenlace de la película es insatisfactorio, tramposo y efectista. El juego del asesino no ofrece significado alguno, lo cual torna inverosímil el hecho de que haya tenido múltiples oportunidades para matar a Lincoln (es tetrapléjico... por Dios... no es tan difícil...) y no haya consumado su venganza. Esta conclusión casi se redime (casi), después del navideño epílogo, gracias a que los créditos son acompañados por la inmortal canción de Peter Gabriel, “Don´t give up”. ¿Y a qué viene una canción sobre el paro cerrando un thriller? Pasapalabra. En cualquier caso, jóvenes padawanes, recordad que los Grissom, Horatio Caine y demás forenses criminalistas de todos los CSI habidos y por haber, tienen el deber de llamar “papá” a Lincoln Rhyme.

Lo cual, ahora que pienso, les da derecho a llamar “mamá” a Angelina Jolie. Mmmmmm.
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HA NACIDO OTRA ESTRELLA



Quien diga que Scorsese sólo saber hacer películas de gangsters está equivocado. Ahí tenemos La edad de la inocencia, Alicia ya no vive aquí o Jo, que noche (vale, y también Kundun –en fin-) para demostrarlo. Además, su otra gran pasión aparte del cine es la música, y ahí están El último vals, No direction home y Shine a light, de modo que New York, New York se veía venir.
Después de ese descenso a los infiernos de Paul Schrader que fue Taxi diriver, Marty necesitaba algo ligero, de modo que con su amigo Bobby se embarcó en un proyecto que era todo un homenaje a la época de las grandes big bands y a los musicales en su época dorada.
La Segunda Guerra mundial acaba de terminar y las calles son una auténtica fiesta; entre tanta serpentina y beso aparece un hombre vestido con una camisa hawaiana que entra en un salón de baile donde están celebrando la victoria. Sus intentos de acercamiento a unas chicas no le sirven de nada; hay una que le llama la atención y no para de darle la paliza una y otra vez, aunque sin resultado. Como si estuvieran destinados el uno al otro, Jimmy Doyle y Francine Evans acabarán conociéndose.
Jimmy (Robert de Niro) es músico y está buscando trabajo; su carácter difícil e impulsivo se lo impide, pero Francine (Liza Minelli) resulta ser una buena cantante y los dos encuentran trabajo en una orquesta; empezarán un largo recorrido de ciudad en ciudad, a medida que se van enamorando.
Uno de los pilares de la película es Liza, que encontró un vehículo perfecto para homenajear a su madre, ya que la historia recuerda mucho a Ha nacido una estrella: matrimonio de artistas que no pueden vivir juntos mientras uno triunfa y otro fracasa; no sólo eso, la película tuvo problemas de rodaje parecidos a la de su madre y eliminaron escenas, como el número Happy endings, al igual que con el Born in a trunck de Judy; aunque algunas se recuperaron en un montaje posterior. Además, Liza usó el vestuario de su madre, su peluquero, trabajó en sus antiguas salas de grabación e imitó a la perfección sus gestos. Liza es un auténtico monstruo que ha tenido la desgracia de nacer demasiado tarde, cuando ya había pasado la época de los grandes musicales. Aunque Frank Sinatra acabara apoderándose de la canción New York, New York, ella ha sido la que mejor ha sabido interpretarla,, pero en la película hay otras canciones maravillosas como But the world goes round para demostrar que es una digna heredera de Judy Garland.
El otro as de la cinta es Robert de Niro, que compone un inolvidable egoísta cabrón. En ésta película me enamoré de Bobby, ya que está absolutamente genial como insoportable “plomo” (como le define uno de los personajes). Es tan egoísta, hasta un punto tan increíble, que cuando abandona a su mujer a la que acaba de dar a luz es ella quien tiene que consolarle, pero consigue ser absolutamente divertido en escenas como la de sus intentos de ligar con Francine, haciéndose pasar por un lesionado de guerra, cuando se declara a ella en la nieve o a la que le da un interminable beso bajo la lluvia (él dentro del coche y ella fuera mojándose, claro).
La película es una auténtica delicia, por una pareja deslumbrante y una banda sonora maravillosa. La única diferencia con Ha nacido una estrella es que los tiempos habían cambiado y ahora no hacía falta que ninguno de los dos se sacrificará por el otro; por mucho que se quieran saben que no pueden estar juntos. No pueden conseguir el famoso “todo” que buscaba Jimmy... pero lo que han conseguido tampoco está nada mal.
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CRY WILHELM


En una escena de la película de Raoul WalshTambores lejanos”, de 1951, un soldado es mordido y arrastrado por un cocodrilo. Este emite un grito seco, desgarrado. Cuenta la leyenda que fue grabado por el actor y cantante Sheb Wooley, aunque no está del todo confirmado. ¿Has dicho "leyenda", marcbranches? Pozí. Un par de años después, se utiliza la grabación de ese chillido para acompañar la muerte del soldado Wilhelm en “La carga de los jinetes indios”, un olvidable western de Gordon Douglas. Dicho archivo sonoro queda semiolvidado en los registros de Warner, hasta que un buen día, George Lucas decide hacer historia con cierta saga intergaláctica. Los efectos de sonido del film quedan a cargo de Ben Burtt, quien, rebuscando entre las catacumbas de los archivos, encuentra el susodicho grito, al que llama, no habiendo más referencias, el “grito de Wilhelm”. Vayaustedasaberporqué, el amigo Burtt decide adoptar el alarido como fetiche personal, y decide incluirlo en buena parte de sus películas. Y no son películas cualesquiera: la saga “Star Wars”, la saga de Indiana Jones, “Willow”... vamos, todas aquellas en las que Luquitas está involucrado. Pero ahí no queda la cosa. Amigos y compañeros de la profesión como Richard L. Anderson o Steve Lee se juramentan para hacer perdurar el “grito de Wilhelm”, que se convierte en una tradición que, no sólo se mantiene, sino que se está atomizando durante los últimos años. Desconozco la cifra exacta (en continua progresión), pero con total seguridad supera los 140 filmes, y varias series de TV (entre la cuales están “CSI: New York”, “Padre de familia” o “Expediente X”) en los que el dichoso grito hace su cameo. La lista completa la podéis encontrar aquí, y el video de arriba es de lo más representativo. Sin duda, el tal Wilhelm ha conseguido una carrera profesional envidiada por toda la profesión. Eso sí, semos sinceros: el chillido es de nenaza.

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LA CAZA DEL HOMBRE



Sin ser la mejor película de Arthur Penn (es mas redonda, por ejemplo, Bonnie and Clyde, que rodaría a continuación), La jauría humana es una de las mas estimulantes de su época. Muestra una comunidad del Sur y cómo se va embruteciendo y desmadrando todo hasta extremos increíbles. El detonante de todo ello es la huida de un preso, “Bubber" Reeves, el “chico malo” del pueblo, aunque poco a poco veremos que todos han influido en que sea como es.
El retrato de esa pequeña comunidad es digno de un culebrón tipo Dallas: niño rico con problemas de relación con su padre y un matrimonio que es pura fachada; chica pobre enamorada desde pequeña del chico rico pero casada con el chico malo, mujeres adúlteras o alcohólicas, fanáticos religiosos, cotillas patológicos que van de casa en casa husmeando...
La película tiene sus altibajos, siendo los puntos mas flojos las escenas del resto de la comunidad, tirando a histéricas, en fiestas de lo mas desmadradas, y las mejores (casualidad) las de Brando.
Marlon Brando interpreta al sheriff del lugar, Calder, un hombre íntegro aunque todos piensan que es un mandado del cacique (“¿porqué todo el mundo piensa que puede comprarme?”); añora su vida de campesino y recuerda al Gary Cooper de Sólo ante el peligro, enfrentándose a un pueblo que no le comprende. Marlon tiene aquí una mas de sus palizas históricas.
Angie Dickinson es su mujer, Ruby, que le apoya en todo momento y siempre tiene aspecto de estar muy satisfecha (¿porqué será?) a diferencia de en Vestida para matar.
Jane Fonda y Robert Redford, los rubios mas rubios guapos y progres del momento, son la otra pareja, el fugitivo Bubber y su mujer, Anna.
Ojo al dato del reparto: aparte de Brando, Redford y Fonda o Angie Dickinson, tenemos a Robert Duvall como inseguro oficinista y James Fox como el chico guapo rico.
Mención especial también a algunas de las frases, realmente buenas, como por ejemplo el diálogo entre un banquero y su cliente: “Lo sé, cuando pase el plazo me subirás los intereses con todo tu pesar”. “Te equivocas, si de algo puedo presumir es que nunca miento a mis clientes. Te subiré los intereses encantado de la vida”.
El tour de force de la película es el final, donde explota toda la violencia acumulada convirtiéndose en todo un cuatro de julio sangriento, demostrando lo propensos que son los americanos a sacar las armas en la primera ocasión (Dios bendiga a la Asociación Nacional del Rifle), que algunos quisieron ver como una metáfora del asesinato de Oswald.
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A LA SOMBRA DE UN ALIEN


Ñoras, ñores, es oficial: me hago mayor. La Wikipedia me lo acaba de confirmar, y la Wiki, como todos los que trasteamos en la inten-né sabemos, es la puta Biblia. Durante el habitual proceso de laboriosa documentación pre-post (¿a qué vienen esas risas? Claro que me documento. Yo siempre me he caracterizado por un férreo rigor informativoytalyeso y... que sí, señora, se lo juro, que... oiga... por lo menos podría carcajearse hacia otro lado, que me está escupiendo), me he encontrado con un dato aterrador: Sigourney Weaver, una actriz que en mi adolescencia estaba cerca de la cima de Jolibud, tiene 58 tacos. 58. Después de esta certeza, y de algunas fotos de Harrison Ford en el nuevo Indiana, en las que da la impresión de que en cualquier momento se le van a caer los pantalones, mi impulso más inmediato es arrancarme la glotis con un fórceps oxidado. En lugar de eso, voy a escribir un post, que para eso me paga la Directrice (ahora el que se ríe soy yo). Sobre Sigourney Weaver, claro. Una excelente actriz que pasará a la historia por un determinado personaje caza-aliens, pero que ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a todo tipo de papeles, que ha dominado el drama, la acción y la comedia con simpar soltura (a diferencia de otras compañeras de generación), y cuya carrera, quizás, se ha desarrollado por debajo de su talento. Una actriz inteligente, sobria y que jamás ha puesto su ego por delante de sus proyectos, lo cual, seguramente, le ha restado protagonismo en el imaginario del público. Fuera, por descontado, de Mrs. Ripley.

Susan Alexandra Weaver decidió llamarse Sigourney después de leer “El Gran Gatsby”, novela de F. Scott Fitzgerald en la que había un personaje con ese nombre. Tenía 14 años. El dato, pues, mostraba una inusual determinación y una inquietud cultural que la llevó al mundo de la interpretación, animada por sir John Gielgud. Su primer papel en el cine son unos segundos en “Annie Hall” como fugaz cita de Alvy Singer. El tercero es el de la teniente Ellen Ripley en una película de terror futurista llamada “Alien”. Os suena, ¿no? Luego hablamos de esta saga. La actriz salta a la fama inusitadamente, y, después de solidificar su carrera con "El año que vivimos peligrosamente", pega su segundo pelotazo: “Los cazafantasmas”. En apenas cinco o seis películas, Sigourney ya ha demostrado que es capaz de saltar, correr, llorar y hacer reír con la misma solvencia. Llegan los reconocimientos de la industria: es nominada por primera vez a los Oscars por su vuelta a la señora Ripley en “Aliens: el regreso”, pero esto sólo es un anticipo de su gran año.

1988. Sigourney se convierte en la actriz definitiva. Fagocita el biopic melodramático en “Gorilas en la niebla” y la comedia sofisticada en “Armas de mujer”, en la que ni el “boom” Melanie Griffith ni el carisma de Harrison Ford pueden ensombrecer su deliciosa arpía en forma de jefa-de-planta-de-arriba-comesecretarias. El cierre de temporada es apabullante: dobles nominaciones tanto para los Globos de Oro como en los Oscars, todo un hito. El resultado: Globos, 2; Oscars, 0. Después del inesperado fracaso de la desastrosa “Cazafantasmas 2”, Sigourney se toma su tiempo antes de volver con la saga que la institucionalizó en la industria, un “Alien 3” con pátina de fallido que debía de ser el cierre de la franquicia. Los noventa no son demasiado fructíferos, aunque tiene tiempo de dejar su sello funcional en inocuas mediocridades como “Dave, presidente por un día” o “Copycat”, y sacar a pasear su poderoso talento en “La muerte y la doncella” y “La tormenta de hielo”. Contra todo pronóstico, se decide revivir a Ellen Ripley como sea, y Sigourney, después de analizar detenidamente la propuesta, accede a participar en “Alien: Resurrection”. Después de mostrar, una vez más, sus dotes para la comedia en la olvidable “Las seductoras” y la reivindicable “Héroes fuera de órbita”, la Weaver va reconduciendo su carrera hacia papeles más próximos al secundario de lujo. Es de esta guisa profesional como la vemos en “The village”, en la que luce particularmente a las órdenes de M. Night Shyamalan, “Historia de un crimen” o la recientemente estrenada “En el punto de mira”, que a un tal Josep le ha encantado. En cartera está protagonizar "Avatar", la próxima película del Rey del Mundo (también llamado James Cameron en la intimidad); quizás en ese momento vuelva a la cabecera de las portadas y de las agendas de las productoras.

Porque en la de los imaginarios cinéfilos se ha incrustado por los siglos de los siglos gracias a un bicho baboso con dos bocas y muy mal café. “Alien”, el magnífico film original, la convirtió en la primera heroína de acción un poco a contrapié, desde una estructura coral en la que desconocíamos quién era la verdadera protagonista hasta la parte final. Pero, a través de las secuelas, Sigourney Weaver ha conseguido que su teniente Ripley evolucione como personaje (desde el instinto maternal de “Aliens: el regreso” hasta al conflicto entre su yo extraterrestre y el humano en “Alien: Resurrection”), y muestre una humanidad, carisma y capacidad de liderazgo a prueba de ácido alienígena, dando en cada película un paso más en el desarrollo de su criatura. Las Milla Jovovich, Kate Beckinsale y Angelina Jolie de turno le deben buena parte de sus estratosféricos sueldos a Sigourney Weaver.
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RULETA ESPAÑOLA



¿A que os habíais pensado que me había olvidado de la mini-sección de cine y gastronomía (o cocina extrema, si preferís)? Pues no, ni hablar. Y además con una escena de una película española que ha conseguido que algunas de sus escenas sean míticas, lo que ya es todo un éxito. No es la más famosa de ellas, pero es buenísima y de un sentido de humor muy nuestro. En Airbag, cuando el gran Karlos Arguiñano (a quien desde este momento nombro mascota oficial de la sección, por méritos propios) se enfrenta a una versión española de la ruleta rusa con tortillas envenenadas en lugar de balas, (“¿pero donde se ha visto comer sin pan y vino?”) que haría palidecer de envidia a Robert de Niro y Christopher Walken; claro que cuando su rival es Manuel Manquiña, el rey del conceto, que estaba absolutamente genial (y a los hechos me remito, porque lo mismo que te digo una cosa te digo la otra), tenía que salir algo explosivo, porque no hay mas que verle muriéndose (“estoy mal, muy mal, no sé si voy a morir”) para darse cuenta de que si no ganó el Oscar es porque los de la Academia son unos vendidos, que si no... tienen suerte de que no llegue la c).
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LA PATADA EVOLUTIVA





(Modo “Abuelo Cebolleta” ON) Hace muchos, muchos años, en un planeta del que recuerdo perfectamente su nombre (Myroom), Mi Majestad escuchaba, cada vez que el sueño juvenil y las circunstancias lo permitían, un programa de radio de Antena 3 llamado “Polvo de estrellas”. Un programa de cine, concretamente, en el que un tipo que no parecía estar en posesión de todas sus facultades mentales laceraba a los incautos oyentes que le llamaban para consultas relacionadas con el séptimo arte, gritándoles, imprecándoles o cortando comunicaciones, directamente, si la pregunta no era de su agrado. El sujeto se llamaba Carlos Pumares. Hubo una cuestión que se convirtió en recurrente y que perduró como un mito entre los seguidores: ¿qué es el monolito de “2001”? Pumares sólo se dignaba a responderla un día al año, en verano: aún recuerdo los desgarrados alaridos con los que Pumares acababa alguno de sus soliloquios: “¡¡¡EL MONOLITO ES DIOOOOOOOOOOOOOS!!!”. Supongo que esta educación cinematográfica retrasó mi ingreso oficial en la cinefilia hasta entrados los noventa... (Modo “Abuelo Cebolleta” OFF)

Escribir sobre “2001: una odisea del espacio” es una tarea que, a priori, para un juntavocales como yo, se adivina absurda, innecesaria y fuera del área intelectual del escribano; explicar, una vez más, el argumento (llámale argumento, llámale x) de la película, o decir que está escrita mano a mano con Arthur C. Clarke, sería redundante y aburrido. Se ha dicho y escrito todo lo inhumanamente posible, y aún así no se han descifrado todos los jeroglíficos que el señor Stanley Kubrick propuso al género humano, de algunos de los cuales ni siquiera él tenía la respuesta. Sin embargo, precisamente el espíritu abierto a la interpretación del que hace gala el legendario film nos permite responder a nuestra manera una serie de preguntas que nos plantea esta película elefantiásica, desmesurada y lisérgica que se ha convertido en uno de los referentes ineludibles de la Historia del Cine. Pregunta, pues, Marcbranches, que Marcbranches responderá con el escaso tino y criterio que le caracteriza.

-Ya que hemos empezado con ello... ¿El monolito es Dios? De entrada, no. Eso no quiere decir que el concepto de deidad esté muy presente. Pero, como dijo Clarke, es un concepto científico de dios, muy alejado de seres antropomórficos y leyendas mesiánicas.

-Entonces, ¿qué coño es el monolito? Todo el mundo sabe que se escribió el libro prácticamente a la vez que se realizó el film. La novela es mucho más explícita, y en este asunto también. Es un vigilante de una forma extraterrestre hiperavanzada-quetecagas que ayuda a la Humanidad a evolucionar en ciertos momentos claves (Clarke lo llamaba “patada evolutiva en el culo”). El primer monolito permite al mono descubrir la utilización del hueso como arma, que es el primer paso hacia la estructuración jerárquica, a través del uso de la fuerza, de nuestros antepasados primates. Uséase, el germen de la sociedad. El segundo es el que avisa que el hombre ha llegado a la luna (mediante una señal sonora) que, por tanto, está preparado para contactar con otras civilizaciones. El tercero es el que, definitivamente, trasforma a Bowman en un ente superior sin forma física, sólo intelectual... o quizás no. Quizás se le esté enviando de vuelta a la Tierra para reiniciar un ciclo de vida. Con lo cual estaríamos asistiendo a una idea de Resurrección, y volvemos a la primera pregunta. Kubrick dijo en su momento que el elemento religioso, necesariamente, está presente. Usted mismo, joven padawan.

-¿Por qué la famosa elipsis? Porque sino la película duraría tres meses. Otra explicación es que Kubrick considera que el hombre, realmente, no ha evolucionado nada hasta ahora. Viendo según qué cosas, uno no puede más que estar de acuerdo.

-¿Las siglas HAL provienen de llevar hacia atrás en el abecedario las siglas IBM? Arthur C. Clarke se ha hartado de decir, allí donde le han querido escuchar, que no. Son las siglas de "Heuristic ALgorithmic computer". Pero, oyes, en IBM tan contentos.

-Hablando de HAL... ¿se puede decir que tiene sentimientos? Es un tema interesante. Lo normal, al observar esa angustiosa escena en la que Dave Bowman (Keir Dullea, un tipo con suerte) le va desconectando poco a poco mientras HAL transmite sus miedos y se va, de alguna manera, retrotrayendo a su “infancia”, es pensar que sí. Sin embargo, se podría interpretar que HAL, que al principio dice que se le ha programado la expresión de sentimientos para empatizar mejor con los astronautas, lo que trata de hacer es manipular a Dave, tratando de apelar a una piedad de lo más humana; de hecho, ya antes nos ha dado muestras de que sabe mentir y manipular. Dave ni se inmuta, y esto nos lleva a una certeza indudable: no hay una pizca de humanidad en los humanos de la película. Son todos como robots: como ejemplos, la conversación del doctor Floyd con su hija, o la indiferencia con la que Dave recibe el mensaje de cumpleaños de sus padres.

-Is Darwin in da house? And Nietszche? Pues claro: la teoría de la evolución y el concepto de superhombre... no te has estrujado las neuronas, marcbranches. El segundo, de hecho, se encuentra de manera explícita a través del “Así habló Zaratustra”, de Richard Strauss. Sin embargo, Kubrick asegura que no eligió esa pieza pensando en Nietszche, sino al ver un documental de la BBC: pensó que era ideal de la muerte para su película.

-Hablando de música... Sí, la partitura de Alex North. Era una imposición de los estudios MGM, que querían un compositor de prestigio. North se enteró de que su B.S.O. había sido desechada... el día del estreno. Efectivamente, Kubrick era un cabrón de cuidado. Pero su decisión fue acertada: aún hoy, la NASA despierta a sus astronautas con el “Danubio azul” de Johan Strauss junior.

-¿Y la taquilla? Al principio, mal. Buena parte de la crítica se cebó con ella, y el público salía espantado de las salas, después de haber incluso pataleado y silbado. Sin embargo, al mes del estreno se empezó a generalizar un curioso fenómeno: muchos jóvenes entraban con la película ya empezada y se sentaban en los asientos delanteros. Durante la psicotrópica entrada de Bowman a la “Puerta estelar”, se empezaba a percibir un fuerte olor a porro... A los carteles promocionales se añadió la frase “2001 es el trip definitivo”. Eran los sesenta. La película acabó ganando mucho dinero.

-Sinceramente... ¿es para tanto? Es indudable que la película marca un antes y un después. “2001” Reinventó el género de la ciencia-ficción, empujó a toda una generación de cineastas y marcó nuevos límites al calado intelectual del arte cinematográfico. A partir de ahí, cada uno decide. Es indiscutible que la perfección técnica de la película es hasta exasperante (Sydney Pollack dice que “parece que se juega su prestigio en cada plano"), y estéticamente es un festín sensorial. Desde el punto de vista de la narrativa tradicional, el ritmo del film es, coherentemente, de “gravedad cero”, alargando escenas hasta la irritación, si no comulgas con la propuesta; apenas hay diálogo, lo que tampoco ayuda a la comprensión. Temáticamente es ambiciosa hasta la pomposidad, y su asumido cripticismo, a veces, parece un descomunal ejercicio de onanismo artístico del director británico. Lo único que puedo decir es que a mí cada vez que la veo me gusta más.

Estamos en 2008 y hoy se puede ya decir que Kubrick y Clarke no acertaron muchas cosas, y que desde luego acortaron demasiado los plazos. Pero esto ha ocurrido con todas las películas de ciencia-ficción, lo cual demuestra que es imposible adivinar el futuro. La lastima es que Kubrick no viviera hasta el 2001 para que hubiera comprobado, in situ, lo poco que importaba si había atinado con sus predicciones: “2001: una odisea del espacio” ha ido mucho más lejos que eso. Hasta Júpiter y más allá del infinito.

ACTUALIZACIÓN: Esta noche del 18 de marzo falleció, a la edad de 90 años, el escritor Arthur C. Clarke, víctima de una insuficiencia respiratoria. Valga este post como inopinado homenaje a este legendario impulsor de la ciencia-ficción literaria que ha sido guionista indirecto de varias películas. Descanse en paz, sr. Clarke, y salude a Stanley de nuestra parte.
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LA ROSA AMERICANA




No, no me refiero a la rosa amarilla de Texas. A los americanos no les gusta el olor de las rosas, demasiado fuerte para sus delicadas narices, acostumbradas al olor de las hamburguesas y patatas fritas, de modo que crearon la “belleza americana”, una rosa sin olor y de apariencia perfecta.
La película de Sam Mendes, un prestigioso director teatral, American beauty, es uno de los retratos mas implacables de esa sociedad americana de apariencia lujosa pero carente de aroma, vacía.
Hay dos referencias obligadas en la película, la de El crepúsculo de los dioses, ya que el narrador es un difunto, Lester Burnham (aunque él reconozca que ya llevaba años muerto "En menos de un año, estaré muerto. Por supuesto, todavía no lo sé. Y en cierta manera, ya estoy muerto"), y por otro lado Muerte de un viajante, ya que trata de un hombre que da un repaso a su vida para darse cuenta que ha sido un fracaso. A diferencia de el Willy Loman de la obra de Miller, sin embargo, el protagonista ha conseguido el éxito económico pero se siente vacío y consigue reaccionar, lo que hace que todo a su alrededor se tambalee, con imprevisibles consecuencias.
Tres actorazos como Kevin Spacey, Annette Bening y Chris Cooper nos brindan magníficas actuaciones. Ella como la insoportablemente perfecta esposa, la típica mujer que es capaz de llevar la ropa interior a juego con las servilletas y sólo vive para el éxito o para sus veladas familiares alrededor de una mesa perfectamente montada con la música de fondo adecuada para la ocasión. Cooper como el nazi que prefiere pensar que su hijo es un chapero antes que un camello y acaba saliendo del armario. Y –para acabar- un inmenso Kevin Spacey haciendo de un personaje que, tras pasar una vida totalmente gris, de repente se espabila debido a la Lolita de turno, viviendo una segunda juventud al estilo de los setenta: con música de Pink Floyd, porros, trabajando en una hamburguesería, onanismo desenfrenado... tan sólo le hace falta que le salieran espinillas. Consigue las simpatías del espectador, con salidas realmente divertidas y detalles tan identificables como la escena de sexo con su esposa echada a perder por el comentario de ésta de que va a ensuciar el sofá con la cerveza. En realidad es el único personaje positivo de todos, ya que los adolescentes están un poco tarados por la falta de principios de sus padres y de la sociedad que les rodea.
Imágenes como el de la jovencita Mena Suvari rodeada de pétalos de rosa se convirtieron en un icono repetido hasta la saciedad.
Deslumbrante la escena final, con un travelling mostrando a cada uno de los personajes, interrumpido por las imágenes en blanco y negro de lo que ve el protagonista en ese momento.
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LA ETAPA NEGRA DEL PINTOR SIGMUND FREUD


Cuando se haya publicado este artículo, ya se conocerán los resultados de las elecciones generales al gobierno de la comunidad autónoma española. Mis más sinceras felicitaciones a los vencedores, que, como de costumbre, habrán sido todos. Sin duda, una competición en la que no hay derrotados era el gran sueño del barón de Coubertin; los procesos electorales españoles suelen demostrar que eso de que “lo utópico es imposible por definición” es de nenazas. En fin. Santiago y cierra España, que son las ocho. Hablemos de cine.

Ya hemos hablado alguna vez por estos lares de Fritz Lang. Director de origen austriaco, aviva el fuego del expresionismo alemán con filmes de alcance histórico como “Metrópolis” o “M, el vampiro de Dusseldorf”; su antinazismo le obliga a rechazar la oferta de un tal Goebbels para dirigir los estudios alemanes UFA. Debido al mal café de este último (supongo que debido al rechazo de Penélope Cruz. Tranqui, Joseph, Matthew McConaughey te entiende. Tom Cruise no), el amigo Fritz toma la prudente decisión de irse con su familia a por tabaco. A Francia. Sin embargo, Hollywood, siempre atenta a las bondades de la inmigración, decide acogerle en su seno. Pero estamos entrando en la década de los cuarenta, y el seno de Hollywood es de color negro. Los gángsters de mala sombra, las mujeres de elevada fatalidad, el diálogo balístico, la despresurización moral y la atmósfera ahumada comienzan a asociarse para dar a luz al género cinematográfico americano por excelencia: el cine negro. Después de que la mayoría de sus primeros proyectos, más bien de corte personal, fueran cayendo accidentalmente en el basurero de la MGM, Fritz entendió la indirecta, y se convirtió en un cineasta de referencia para la historia del género. Por encima de “Los sobornados” o “Perversidad”, quizás “La mujer del cuadro” sea su película más interesante de esta etapa. O quizás no, pero es la que tenía más a mano. Que no soy Carlos Boyero, coño.

El punto de partida de “La mujer del cuadro” es significativamente inusual: extrae los códigos característicos del género negro desde una crisis de madurez. La del profesor de criminología Richard Wanley (Edward G. Robinson), a quien vemos por primera vez en una escena (la cual, por cierto, se queda a la mitad del discurso: parece haber sufrido un contundente tijeretazo) en la que está dando una clase magistral sobre los grados de culpabilidad del asesino; detrás, en la pizarra, vemos escrito el nombre de Sigmund Freud. Y no es casualidad. El cuarentón profesor, ocasional Rodríguez, aposentado, conscientemente acomodaticio, se verá envuelto en una turbia historia de crimen, pasión y chantaje por culpa de Alice (Joan Bennet), la modelo de un cuadro del que se había quedado prendado. La película, después de la presentación del personaje principal, se puede dividir en dos partes bien diferenciadas: el accidental asesinato del amigo de Alice en manos (y tijeras) de Richard y el posterior proceso de encubrimiento del delito, por una parte; y la aparición del chantajista mientras se estrecha el cerco policial, por otra. La primera parte de una atmósfera de placidez y luminosidad que, a medida que se van sucediendo los acontecimientos, se va ennegreciendo sin solución de continuidad; la noche se cierra, la lluvia se abre, el aire pierde oxígeno imperceptiblemente. Cuando el profesor se dirige a abandonar el cadáver lo más lejos posible de la casa de la dama, se va tropezando con pequeños inconvenientes que contribuyen a aumentar el nerviosismo del personaje, aunque Lang no está demasiado atribulado en esta parte y le niega el énfasis necesario a estas situaciones (el policía que le para, el aparcacoches, el guarda de seguridad). Una vez consumado el delito, la tensión progresiva se hace más evidente, y el director austriaco se esmera, con la inestimable colaboración de un gran Edward G. Robinson, que transmite a la perfección la falsa calma del profesor al comprobar que su amigo el jefe de policía está haciendo demasiado bien su trabajo. La aparición del guardaespaldas del fallecido (Dan Duyrea, a lo suyo) implosiona en la narración en una afortunada escena en la habitación de Alice en la que Lang juega con la composición a través de los espejos, y saca a la luz a un Richard inopinadamente sereno y calculador, que asume el asesinato como solución sin ningún tipo de escrúpulo. Al final entenderemos el por qué de esta caracterización.

Y es que “La mujer del cuadro” tiene un final sorpresa que, hoy en día, supondría la lapidación del director, pero que en aquellos momentos debió de ser todo un golpe. Dejando de lado que, mirado fríamente, no hay por donde cogerlo (es imposible que el narrador omnisciente sea... eso... omnisciente), es una opción realmente interesante, puesto que nos lleva a la casilla de salida y nos hace reinterpretar el film y el desarrollo del personaje del profesor en clave freudiana. ¿Cómo era aquello que dijo Calderón de la Barca? Pues eso.
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EL CLUB DEL CANTO



¿Acaso os creíais que Brad Pitt y Edward Norton se pasaban todo el rato dándose puñetazos en El club de la lucha? Pues no. Entre golpe y golpe, con una carita de no haber roto un plato que echa para atrás, se dedicaban ni mas ni menos que a hacer versiones unplugged de canciones antiguas, como el Venus de Frankie Avalon. Pero no olvidemos que estamos tratando con el mítico Tyler Durden, y por lo tanto las cosas no podían ser tan convencionales, de modo que cambiaron el “Venus” del título por “Penis”, que en inglés suenan bastante parecido, pero no es igual(como dírian Martes y Trece), aunque se ha de reconocer que no lo hacen nada mal.¿Acaso puede haber algo mas apropiado para el Día de la mujer trabajadora?
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PETRÓLEO, SUDOR Y PLEGARIAS


Expectativas y prejuicios. En la era de la hipervelocidad cibernética, se hace realmente complicado asistir a una nueva obra de teatro, un nuevo disco, un nuevo libro o una nueva película sin que un alud de información y crítica (o precrítica, o antecrítica, o...) condicionen nuestra perspectiva. Esta dinámica a veces adquiere curiosas deformaciones: “Cassandra’s dream” llegó a España remolcando el peso del apaleamiento crítico, tanto americano como festivalero; la sorpresa de no encontrarse ante el desastre anunciado permitió la emersión, bajo la aplastante lógica del principio de Arquímedes, de una corriente analítica, en particular entre el mester de bloguería, que ascendió a los altares al último film de Woody Allen. Algo similar, pero en sentido contrario, ha ocurrido con “There will be blood” (me niego a utilizar el título culebronesco-estuhijaantoniogüasintonjosé que le han colocado en el imperio), que venía con microclima de obra maestra y que ha dejado un reguero de cierta decepción entre buena parte de crítica y público. El aparatoso y descomunal último gran fresco de P. T. Anderson se enfrenta a la capacidad de aguante del espectador medio (y a la del analista puntiagudo) con la firmeza de ideas de una columna jónica, ajena por completo a la convencionalidad, pero también al postmodernismo buenrrollista imperante. Si ha de correr la sangre, que corra, que dijo Sweeney Todd.

“There will be blood”, basada (pero menos de lo que parece) en el mamotreto “Oil!”de Upton Sinclair, siendo un film andersoniano de pureza ineludible, marca importantes diferencias con sus anteriores largometrajes. Dejando aparte el personalísimo experimento jupiteriano llamado “Punch-drunk love”, P.T. Anderson se aleja de su conocida querencia por la coralidad para abrigarse al refugio de un sólo personaje. Daniel Plainview, un self-made man arquetípicamente americano que de la nada monta una fértil empresa petrolífera, es el alfa y el omega de esta historia de miserias humanas, de desesperanza, de falsas fes contrapuestas, de derrotas del ser humano ante sí mismo. Plainview es un producto de su tiempo y de su tierra, la tierra de las oportunidades: emprendedor, obstinado, carismático, maquiavélico, envolvente, rudo, determinado, tosco; embrutecido vendedor de humo (o de petróleo), un hombre de un magnetismo arrollador, un personaje que, hoy en día, sólo puede interpretar Daniel Day-Lewis. El actor irlandés, como es costumbre, fagocita la película y ejerce de fuerza centrífuga y centrípeta a la vez. Su interpretación, áspera (el trabajo realizado con la voz es impresionante), viscosa como el crudo que le envuelve, le confirma como el actor del momento. Es a partir de él cuando se puede tratar de todo lo demás, que es mucho.

P.T. Anderson lleva camino de convertirse en uno de los grandes cineastas americanos, y con esta película da un paso más. Ambicioso, grandilocuente, excesivo, pretencioso; todos esos adjetivos arrojadizos, que probablemente sean ciertos, permiten que, por ejemplo, los primeros diez minutos de “There will be blood”, en los que se nos muestra, sin diálogo alguno y con una fisicidad y una maestría narrativa inigualable, el inicio de la carrera petrolífera de Plainview, sean el mejor momento cinematográfico que uno haya contemplado en mucho tiempo. La primera hora del filme sigue por el mismo camino: acompañada de una simpar y casi experimental banda sonora de Jonny Greenwood, y de una fotografía impecable de Robert Elswit, nos deja escenas majestuosas (pienso en el incendio del pozo petrolífero, imposible de despegar de la retina), y una narración firme que apoya la descripción de este megalómano que trata de tomar, a golpe de pozo, un pequeño pueblo entregado a la fe de una llamada Iglesia de la Tercera Revelación. Iglesia comandada por el que será gran oponente de Plainview, el predicador con ínfulas Eli Sunday (Paul Dano, sorprendente): mientras uno enarbola la poderosa espada de la economía, el otro iza el vigoroso acero de la fe. Y así, mientras Anderson (y aquí es donde se distancia claramente de la novela) se va focalizando en sus temas recurrentes (las relaciones paternofiliales y la sensación de fracaso ineludible que suelen traer consigo), vamos descubriendo un poco más de las motivaciones y el verdadero pelaje de Daniel Plainview, que se nos revela un antihumanista (“No quiero que nadie tenga éxito. Odio a todo el mundo”) que supera a Sartre (aquello de “el infierno son los otros”) por la derecha, un megalómano que prefiere disfrutar de su éxito antes que atender a su hijo (adoptado, pero hijo) enfermo y del que nunca sabremos los vericuetos de su pasado que le han forjado la personalidad. Quizás es la parte más endeble del largometraje, que a veces se resiente de la discursividad de la narración, cuyo mensaje parece, en ocasiones, dar demasiadas vueltas sobre sí mismo.

He llegado al cuarto párrafo y me doy cuenta de que podría escribir tres o cuatro posts sobre esta película (Alicia, deja la sierra mecánica donde estaba. He dicho “podría”). Hago, pues, una adecuada elipsis y me centro en la parte final, con seguridad la más polémica y la que más críticas ha despertado. Lo primero que hay que decir es que, comparado con la apocalíptica lluvia de ranas de “Magnolia”, esto es un apacible paseo por el parque. Es curioso: es posible que, en determinados pasajes, a la película le sobre metraje; sin embargo, en la media hora final, tengo la sensación de que le falta. Posiblemente debido a los “cortes de producción”, no se nos muestra como se debería el proceso de enloquecimiento de Plainview, que nos lleva a una grandguiñolesca pero necesaria conclusión en el Xanadú particular del magnate petrolífero, en la que se enfrenta por última vez con su némesis arribista, el predicador Sunday, y donde Daniel Day-Lewis sobrepasa en algunos momentos la frontera del exceso plausible. Sin embargo, la secuencia tiene un aire seco y cortante que transporta a la pituitaria cierta fragancia de Kubrick. Puede que el tono sea discutible, pero la sentencia final de Daniel Plainview, ese “I’m finished” que da paso a los créditos, es el cierre perfecto, la pincelada concluyente que describe a la perfección a un personaje “bigger than life” heredero de Charles Foster Kane, Michael Corleone o Bill “El carnicero”. Imbuido del hálito de gentes como Von Stroheim, Ford o Welles, P.T. Anderson sigue abriéndose paso a cañonazos en la historia del cine americano, esta vez a través de un film desmesurado, anticonvencional, imperfecto, hipnótico y abrumador, a un par de millas de la obra maestra. I’m finished.
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POR UN BESO DE LA FLACA



Howard Hawks (del que Anro está haciendo un magnífico repaso en su blog) le dijo a Hemiwngay que era capaz de hacer una buena película de la peor de sus novelas, y Hemingway le dió Tener y no tener, y vaya si lo consiguió Hawks, con lo que una vez mas se demuestra que cine y literatura son dos lenguajes distintos e independientes.
Se podría decir que Tener y no tener es una versión llena de cachondeo de Casablanca. En las dos tenemos un protagonista en un lugar exótico al mas puro estilo hollywoodiense, de vuelta de todo y lengua mordaz interpretado por Bogey, que acaba apoyando al grupo de idealistas; hasta su forma de presentarse es parecida; si en Casablanca a la que le preguntaban por su nacionalidad respondía que era “borracho”, aquí es “esquimal”. Hay un triángulo amoroso de miembros de la resistencia a los que Bogart ha de sacar las castañas del fuego, policías corruptos, un gordo como Sidney Greenstreet, un pianista, Marcel Dalio podría ser la versión “light” de Peter Lorre, tiene su frase mítica de “Si me necesitas, silba ¿Sabes como silbar, no, Steve? Sólo junta los labios y... sopla”) ...
A cambio ¿qué tenemos diferente? En lugar de una ingenua como Ingrid hay una chica tan dura como el protagonista y de lengua tan afilada como Harry, una espectacular debutante (Lauren Bacall), que con sus diecinueve añitos se comía la pantalla y nunca estuvo mas bella, haciendo de aventurera que ha ido a la Martinica “por un sombrero”, como homenaje a la Marlene Dietrich de El expreso de Shanghai, a la que debe mucho. La guerra de sexos de Hawks estaba servida, con mas intensidad que nunca y jamás se vio a Bogey mas feliz y enamorado, podemos sentir el flechazo de la pareja en cada fotograma. Estaban hechos el uno para el otro.
Pero eso no es todo. Además hay un genial (añadir superlativos hasta el infinito) actor secundario como Walter Brennan, que tan sólo con su forma de andar roba cada una de las escenas en que aparece (“¿Alguna vez le ha picado una abeja muerta?”), aparte de componer a uno de los alcohólicos mas convincentes de la historia del cine; una botella que va y viene de habitación; ella se llama Marie pero él la llama “flaca” y él se llama Harry pero ella le llama Steve, el protagonista no abandona a la chica en un aeropuerto, sino que se van juntos mas contentos que unas pascuas, mientras ella se contonea rebosando de felicidad ¿se puede pedir mas?
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ALGUIEN ME HA ESCONDIDO LOS ARÁNDANOS



¿Recuerdan a un tal Wong Kar-Wai? El director festivalero por excelencia de los últimos años, el Almodóvar oriental, quizás uno de los cineastas más hipnóticos que ha dado el cine en la última década. Su última película, “My blueberry nights”, en la que WKW había rodado por primera vez en inglés y con actores de reconocido prestigio (Natalie Portman, Jude Law, David Strathairn, Rachel Weisz), abrió, como empieza a ser tradición ya, el festival de Cannes el 16 de mayo de 2007, con cierta desazón de la crítica, que esperaba algo más de un film al que se acusó de hermoso, pero empalagoso e inocuo, al estilo de la música de su principal intérprete, Norah Jones. Estamos en marzo del 2008, y se acaba de estrenar hace apenas diez días en la Pérfida Albión. En países de rancio abolengo cinéfilo como Singapur, Letonia, Grecia o Líbano ya han tenido la suerte de verla. En los Yuesei no se estrenará hasta el 4 de abril. Aquí en el imperio borbónico, WKW ni está ni se le espera. Vértigo Films asegura, contra algunos rumores apocalípticos, que el estreno es seguro, pero que dificultades de distribución impiden, de momento, confirmar una fecha. Vivimos en un mundo en el que “Campo de batalla: la Tierra”, “Norbit” o “Papá canguro 2” tienen el estreno universal e inmediato asegurado. “My blueberry nights” no. Reflexionemos.

 
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