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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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DIARIO DE GUERRA DE LA SRA. CONNOR: DÍA DOS


Sigue la cuenta atrás hacia el estreno de “Terminator: Salvation”, así que, si Christian Bale me da su permiso (no quiero jugarme la integridad de mis rodillas), voy a seguir con el repaso a la saga Skynet vs. John Connor que nos va a ir ocupando hasta abril. La de hoy es la joya de la corona, una de las películas más importantes de la ciencia-ficción de los últimos cuatro lustros, y la campanada definitiva para que a James Cameron se le diera luz verde a todo proyecto que le pase por la cabeza: si algún día le da por revisionar “Dartacán y los 3 mosqueperros” en formato rotoscópico, tened por seguro que no habrá productor con los güitos suficientes para decirle que no. Y la culpa empezó a tenerla “Terminator 2: el Juicio Final”.

Terminator”, el film original, había resultado un sorprendente éxito de taquilla, e incluso de crítica, con un argumento oscuro y opresivo que se desarrollaba apenas durante una noche. James Cameron, ese visionario, decidió que para la obligada segunda parte iba a desarrollar un proceso similar al de “Aliens: el regreso”: coger la idea inicial y evolucionarla casi exponencialmente (con los aliens, aspectos como la reproducción ovípara), creando una especie de universo nuevo que la haga reconocible para el futuro. Con la diferencia de que esta vez partía de una idea propia. Y no lo pudo hacer mejor, ya desde la premisa de partida, que quizás es el gran acierto sobre el que se sustenta el resto del filme: la evolución de Sarah Connor. Once años después de los sucesos ocurridos en el primer film, “T2” nos presenta una Sarah Connor muy distinta a la pacata, asustadiza y casi inservible de la historia original. Consciente de su importancia en la vida de su hijo John, Sarah se ha convertido, básicamente, en una JODIDA WAR MACHINE con más paquete que Rocco Siffredi y más masa muscular (cortesía del gimnasio de Linda Hamilton) que el Último Guerrero (sí, yo me quedé en el Pressing Catch de los noventa). Es una tipa dura cual piedra pómez, lo cual no la ha librado de ser encerrada en un manicomio por ir diciendo por ahí unas cosas muy raras sobre el fin del mundo. Anda que si encerraran a todos los curas que hablan del Apocalipsis... (modo Ateísmo “probablemente no exista” OFF). El otro punto de desarrollo es el propio John Connor (Edward Furlong), un chaval preadolescente bastante rebelde e insufrible que se pasa por el forro a sus padres adoptivos, y que jamás pudo imaginar que las chorradas que le contaba su madre sobre robots del futuro las experimentaría en sus propias carnes.

Hay un tercer cambio importante, y es el status de Arnold Schwarzennegger. En 1991 el tipo ya es un revientataquillas oficial, y no procede que sea el maloso de la película, así que en “T2” el bueno de Arnie y su parálisis facial son un cacharro enviado desde el futuro por el propio John Connor para proteger a su yo juvenil, que vuelve a estar amenazado por... a eso vamos luego. Esta “imposición” industrial la aprovecha Cameron para rebozarse en el acongojo de Sarah Connor ante su reencuentro con el T-800, desconocedora aún de su verdadero rol, en una escena estupenda incrustada en la huida de la loquería, que precede a otra extraordinaria escena de persecución en moto, que sigue a... El ritmo de “T2” es brutal, impenitente, martillopiloneante, con un sentido del ritmo del que bien podrían aprender, aunque fuera al estilo Ludovico, tipos como Michael Bay. El largometraje pasa como un soplo, bien alimentado por el articulado discurso sobre el destino, el efecto del ser humano sobre él, la relación de este con su propio progreso, etc., que a Cameron también le gusta colar mensajitos. Quizás lo más chusco sea el moralismo que se nos trata de colar a través de la relación entre John y el Arnie-800: el chistecito de que “no puedo matar a nadie, pero puedo dejarles sin rodillas, vivirán, ja-ja” queda algo cafre; sin embargo, esta relación también lleva a una de las reflexiones más sórdidas del film, la que hace la propia Sarah en uno de los pocos descansillos de la cinta (el parón en el desierto), cuando concluye que el Terminator es el mejor padre que jamás podría tener su hijo, puesto que nunca le fallaría, y nunca se rendiría. Glups.

La amenaza. Un día Cameron preguntó: ¿qué podemos hacer con este peacho ordenador que me he comprado? Y cambió las reglas de los efectos especiales en el cine. El CGI cobró vida, y de qué manera, en el aterrador T-1000, el Terminator líquido enviado para acabar de una vez con todas con el plasta de Connor. Todos nos quedamos atenazados en las butacas al presenciar secuencias como las de la entrada en el helicóptero, la congelación/descongelación o la transformación en suelo embaldosado del bichardo. En este sentido, “T2” fue el referente de todo efecto especial viviente hasta la llegada de Neo. Pero parte del mérito hay que atribuírselo a Robert Patrick, el encargado de darle vida al T-1000. Patrick supera por la derecha a su austriaco antecesor, dotando a su “personaje” de una torva inexpresividad y de una fisicidad que se hacen referentes necesarios para todo actor que pretenda encarnar a un terminator o robot similar. La sensación de invencibilidad que expele convence al espectador de que cada escena puede ser la última, que de esta no salen. Así, la esperanza y la inescrutabilidad del destino se entrelazan gozosos a lo largo y ancho de la película, abriendo las puertas de un incierto futuro con una escena davidlynchiana. Lo cual, de alguna manera, resulta perfectamente coherente. Volveré.

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AMIGAS PARA SIEMPRE




He aquí una película a la que han querido poner el sambenito de panfleto feminista_ Thelma y Louise. Vayamos un poco por partes ¿no os parece?. Primero, su director, Ridley Scott, nunca ha demostrado un especial interés por las mujeres en sus películas, aunque la teniente Ripley de Alien sea la referencia obligada de las heroínas de acción (pero en su entrega era la mas femenina de la saga, aún no se había convertido en un camionero). Por otro lado, es cierto que personajes como el marido de Thelma o el camionero son casi caricaturas de estereotipos, pero he de reconocer que encuentro a Christopher McDonald sumamente divertido, que al fin y al cabo es lo que cuenta. Hay quien la compara diciendo que es una especie de remake hollywoodiense de Messidor, que no digo que no fuera interesante, pero muchísimo más aburrida.

Dos mujeres en apariencia muy distintas se van de fin de semana de pesca. Louise (Susan Sarandon) es la más mayor, trabaja como camarera, es muy echada p’alante y sin una relación sentimental fija. Thelma (Geena Davies) está casada y es la típica ama de casa que se ha limitado a vivir a la sombra de su marido. Tras un intento de violación a Thelma y disparar al atacante, emprenden una fuga. Aunque la decisión de huir es discutible, el hecho que Louise hubiera sufrido una violación anterior lo hace comprensible, pero a partir de entonces la mala suerte parece cebarse con ellas. Como toda road movie que se precie, el viaje físico se une al espiritual, y las dos van cambiando su forma de ser: mientras que Louise cada vez se vuelve más dudosa e insegura, Thelma es más y más decidida y descubre su vocación de ladrona.

Me gusta el contraste de una escena que muestra las diferencias entre las dos mujeres. De noche, en un hotel, cada una está en su habitación con su pareja, como es el caso de Louise, o con un ligue ocasional, como Thelma. Mientras que Thelma se entrega a una lujuria desenfrenada, Louise muestra su lado más tierno, intercambiándo confidencias y –curiosamente- consiguiendo sentirse más unida a él que nunca, a pesar de que sabe que nunca se volverán a ver. También me encanta la escena en que Thelma reconoce que su marido ha hablado con la policía tan sólo por la manera de saludarla por teléfono. Breve, concisa, pero que consigue una identificación total con los personajes.

El ritmo no decae ni un momento y la fotografía es estupenda, luminosa y llena de colorido, mostrando los rostros cada vez mas polvorientos de las chicas; en el lado masculino, aparte del neardenthal marido de Thelma está el policia que interpreta Harvey Keitel, que se siente especialmente identificado con Louise (casi demasiado para ser real), Brad Pitt se lanzó al estrellato como el auto-stopista que le hace descubrir las alegrías del sexo a Thelma, y Michael Madsen es el novio de Louise, dispuesto a apoyarla hasta el final. Pero sin duda esta es una película de mujeres, y las dos protagonistas femeninas son las que roban todo el protagonismo. Tanto Susan Sarandon como Geena Davies están estupendas y radiantes, consiguiendo una estupenda química juntas.

Se ha hablado mucho del final , no seré yo quien proponga, como en The player, una continuación. El famoso fundido en blanco creo que es, a esas alturas de la película, el único final posible para las dos protagonistas, ya que no pueden volver atrás, ni a ser como eran. ¿O es que sólo pueden morir los hombres, como en Dos hombres y un destino?.
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UNA NOCHE SIN JACK


Nnos días. Mientras me acabo de quitar las legañas de los ojos con un rastrillo, me dispongo a escribir unas líneas sobre la gala de los Oscars 2009 que, como quien dice, acaba de finalizar. Cagüentó. Este año la Directrice se había propuesto, díjome una tarde después de su clase de ganchillo, no reparar en medios para que yo pudiera ofrecer el mejor artículo posible. No salía de mi asombro al comprobar que, no sólo me había pagado el abono a Digital+, sino que me había habilitado una pantalla gigante en el Camp Nou, con vendedores de pistachos incluidos. Por desgracia, hubo un pequeño inconveniente con la conexión (Laporta con un hacha), y me tuve que volver a casa a ver la ceremonia por internet. Mi intención inicial era trasladar un minuto a minuto de la misma, cargada de ácidos comentarios e ingeniosas réplicas a mí mismo. Pero, no nos engañemos, la gala no ha dado para tanto, y apenas da para una retahíla de highlights al más puro estilo NBA Action. Akoki.

- La alfombra roja. Una sosez. Ni una Björk vestida de pato clueco, ni un mal peluquín nicolascagiano, todas las mozas replicantemente perfectas, todos los mozos tuxedamente perfectos. Con la afortunada excepción del traje blanco y el diente de plata de Mickey Rourke, fabricado, sin duda, de la plata blanca con que construyeron a Anne Hathaway. Mi botella de ATO descremada es menos albina que ella. Hecho: Marisa Tomei está veinte veces más buena que hace veinte años. Me he conectado a la muy británica SKY1, en la que comenta la alfombra un tipo que da un nuevo sentido a la palabra "androginia"; aunque lo mejor está por llegar: presentan como "experta en Hollywood" para comentar a la ceremonia a... ¡¡Stephanie Beacham!! Por la misma regla de tres, sorprende que no hayan contratado en el Plus a Anita Obregón.

- Hugh Jackman. Su arranque de gala ha sido, posiblemente, el mejor de los últimos años, con un montaje anticrisis de películas nominadas (en la que cuela a "El caballero oscuro") y con la Hathaway como invitada sorpresa haciendo de... Nixon. El tipo, aparte de humedecer los sofás del 99% de las amas de casa que están viendo la ceremonia, tiene gancho, soltura, y baila decentemente. Lo de cantar, ya es otro ídem. El segundo número musical cuenta con la inestimable ayuda de Beyoncé (en TODAS las galas de premios sale Beyoncé) y la prescindible ayuda de los jóvenes catantes de "Mamma Mia!" y, diosssss, "High School Musical 17.548". Por desgracia, Jackman se desinfla al ritmo de la gala.

- La ceremonia en sí. Lo primero que choca es que han apartado la orquesta de la platea, con lo cual los asientos están tan encima del escenario que el Kodak Theatre parece el estadio del Eibar. Por lo demás, juraron y perjuraron que la ceremonia no iba, en ningún caso, a superar las tres horas, y que se iban a tomar las medidas necesarias para cumplir con ese axioma. Para ello, se cargaron el discurso del presi de la Academy, redujeron las canciones nominadas a un popurrí de 3 minutos (razón por la cual Peter Gabriel se fue a por tabaco y no interpretó su tema) y obligaron a algunos actores a hacer horas extras en el escenario (alguno presentó hasta 4 oscars) (alguno=Will Smith). Sin embargo, la gala pierde fuelle enseguida, y demuestra que este formato de entrega de premios, se mire por donde se mire, es un coñazo, a menos que lo presenten Billy Crystal, Whoopi Goldberg o Rosa María Sardá. Duración exacta de la gala: 3 horas 25 minutos. Es lo que pasa cuando le das un Oscar a Sean Penn.

- Las entregas de premios de interpretación. De piedra nos quedamos todos cuando en el primer Oscar de la noche, cinco ganadoras del premio a la Mejor Actriz de Reparto entran en escena y, una a una, presentan a las nominadas con un pequeño discurso-cepillo. Al principio mola, pero luego te das cuenta que: a) la cosa va a ralentizar mucho la ceremonia, y b) parecen un jurado de OT analizando la actuación de la Soraya de turno. Ya puestos, podrían haber incluido un Risto Mejide, un Jack Nicholson, por ejemplo (el gran ausente de la gala, sin duda. Había partido de los Lakers), diciéndole a Josh Brolin: "mira chaval, te han nominado porque tus agentes te han metido hasta en la sopa. Tu actuación es una bosta de vaca estreñida. No hay personaje, ni motivaciones, ni carácter, ni nada. Vuélvete a casa, alquila "Algunos hombres buenos" y verás lo que es un jodido ACTOR DE REPARTO. Hijo." Por esto sí hubiera valido la pena el madrugón.

- Vamos a momentos más concretos. Janusz Kaminski, primer director de fotografía que presenta un premio... y va y le toca junto a James Franco y Seth Rogen, tan superfumados como en su película. Franco se atasca con los nombres alemanes ganadores del premio (Mejor Corto) y Rogen se parte el ojete. Una risa, ja-ja.

- Eddie Murphy, con un Oscar en la mano, presentando el Ídem Honorífico a Jerry Lewis, parece que en cualquier momento va a salir corriendo al grito de "¡me lo debéis por "Dreamgirls", bastardos!" Es uno de los premios honoríficos menos celebrados de los últimos tiempos. De hecho, no es que haya muchos momentos realmente emotivos durante la gala. Ni siquiera en las habituales necrológicas (menudo año de mierda), puesto que a Queen Latifah le da por cantar durante el pase de diapositivas, y la gente no sabe si aplaudir o no. La emotividad queda para el cantadísimo premio a Heath Ledger: ni un ojo sin agua. Incluso la pareja Brangelina, que durante el resto de la gala parecen posar para "Hello!", se permiten un momento de terrenalidad lacrimal.

- Premios de Mejor Banda Sonora y Mejor Canción para "Slumdog Millionaire". Tanto Bollywood está a punto de provocarme un aneurisma.

- De los presentadores, me remueve el esfínter la pareja 007-Manuela Blahnik, impagable. Cada vez es menos discutible el parecido razonable Sarah Jessica Parker/Seabiscuit. Steve Martin y Ben Stiller están tan divertidos como siempre.

- Premios gordos-1. Interpretación. Pe gana su Oscar y rasga las vestiduras de medio país, que la odia cordialmente; en su discurso mete a Alcobendas en la historia de los Oscars. Y a Bigas Luna, que me parece más increíble todavía. Lo de Ledger estaba tan cantado que ni Robert Downey jr. se enfada. Kate Winslet, que se ha pasado toda la gala llorando, recoge su Oscar mientras un profundo y sincero sentimiento de justicia imbuye el Kodak Theatre (ver grito eufórico de Anne Hathaway cuando Marion Cotillard nombra a la Winslet). "Lo" de Sean Penn es la única sorpresa, si se puede llamar así, de la entrega de premios, aparte de que Robert de Niro empieza a parecer una vieja lesbiana. Mickey Rourke, el favorito de los corazones, aplaude mientras parece que piensa en arrancarse el diente de plata y disparárselo a Penn, por mucho que este diga que "es su hermano".

- Premios gordos-2. Cuando Reese Whiterspoon (¿REESSE WITHERSPOON?) entrega el Oscar al Mejor Director a Terenci Moix, a.k.a. Danny Boyle, todos ya sabíamos el final de la película. Así que nadie se sorprende cuando Dios, a.k.a. Steven Spielberg, nombra a "Slumdog Millionaire" Mejor Película del Año. Boyle cierra la noche con un discurso tan académico como la Academia, y Jackman se despide con cara de "el curro que me he pegado, y Will Smith ha salido más que yo".

Conclusión: ceremonia de buen comienzo pero de aburrimiento previsible, a lo que no ayudó la escasa cuota de sorpresas. A mitad de gala ya se veía venir que la catarata de premios que se ha llevado "Slumdog Millionaire" durante estos meses iba a tener final feliz, lo cual ha hecho descender varios tonos el interés de la entrega de premios. Personalmente, los únicos momentos que han justificado mi insomnio han sido Heath Ledger y, en particular, Kate Winslet. Lo demás, la verdad, me ha importado un carajo; una gala sin JACK no es una gala. Aquí teneis la lista de premios completa. Me voy a dormir diecisiete horas seguidas.
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I LIKE MONDAYS




Lista de los cinco personajes secundarios cuya irrupción se come toda la película, protagonistas incluidos:

- Jesús Quintana –John Turturro- (nobody fucks with the Jesus) de El gran Lebowski.
- Elle Driver – Daryl Hannah- en Kill Bill, antes de convertirse en un tono de móvil.
- Barry –Jack Black- en Alta fidelidad… ¿hace falta que siga? Venga, animaros a completar la lista.

No puede haber una mejor manera de empezar una semana que tan cargado de energía como Barry. Tan friki como el Rob que interpreta John Cusack –si eso es posible- Barry es un auténtico entusiasta de la música, que puede que parezca tonto, pero no lo és, y como muestra aquí esta su versión de una de las cinco mejores caras A de singles de todos los tiempos, que no habría molestado al gran Marvin Gaye. Me voy a seguir haciendo listas, aunque sea la de la compra.
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DANCE ME TO THE END OF LOVE


Hasta el momento, he ido incluyendo películas en la etiqueta de “calzador” bajo un criterio que se podría definir como “pelis que igual no son gran cosa pero, oyes, que cada vez que las ponen por la tele me pongo a verlas”. El largometraje de hoy no forma parte exactamente de estos parámetros, de lo que podemos concluir que a) si algún día queda un puesto de trabajo vacante en la sección “definiciones” de la Real Academia de la Lengua, mejor no me molesto en enviar currículum; y b) los parámetros son míos y me los f... digo, los cambio cuando quiero. Marcbranches rules. ¿Qué diferencia pues, desde el punto de vista de mis gónadas, “Báilame el agua” de “El último boy scout”, aparte de las obviedades artísticas? Pues que la segunda podría verla un millón y medio de veces, aproximadamente, sin ningún tipo de problema; la primera, no. “Báilame el agua” está cargada de imperfecciones, hasta tal punto que no me es posible escribir que, siquiera, es una buena película. Pero duele verla, y esto, forzosamente, tiene que significar algo.

“Báilame el agua” está inspirada en el libro del mismo título de Daniel Valdés, y dirigida por Josetxo San Mateo, de carrera más bien televisiva y anónima. Es una historia de amor embutida en una atmósfera suburbana y lumpen en la que dominan las drogas, el delito de baja estofa, la prostitución ambulante y el callejerismo como forma de vida. David (Unax Ugalde) y María (Pilar López de Ayala), vagabundos por convicción, poeta de libreta el primero, musa de parada de metro la segunda, cruzan sus caminos y sus almas en las calles más recónditas de Madrid, a la búsqueda de manto monetario y sentimental. Para poder pagarse la cochambrosa pensión en la que duermen, David se ve obligado a colaborar con su amigo Carlos (Juan Díaz) pasando caballo para el camello alfa del barrio, Facundo (Antonio Dechent); de ahí al enganche “ecuestre” hay un paso, y la espiral arranca sin solución de continuidad. Parafraseando a El Último de la Fila, cuando la droga entra por la puerta, la felicidad salta por la ventana.

La película presenta algunos méritos indudables. Durante buena parte del metraje – en especial, la primera mitad -, consigue desprender un hálito de verdad en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. La relación poético-marginal entre María y David, los amigos de este (a cual más cazurro) y sus diálogos, el senderismo urbano al que se dedican y su búsqueda de supervivencia, todo nos desvela una sensación de verosimilitud encomiable. Las penurias de estos personajes se ahogan con una engañosa sensación de libertad que pronto, demasiado pronto, se verá apagada por la crudeza de la vida en las calles del barrio. La heroína y su dramático área de influencia sustituye a las risas y los poemas, y las jeringuillas y las deudas se llevan violentamente por delante el lirismo que acompañaba la relación casi platónica de los protagonistas. En ese sentido, las interpretaciones de Unax Ugalde (todo un EMO suburbano) y Pilar López de Ayala colaboran incisivamente en la veracidad de la propuesta, cuando el guión y la dirección de San Mateo lo permite. Ay.

Y es aquí donde “Báilame el agua” cojea de gravedad, doctor. Desde un primer momento, la estética de la película es chusca y pelín astrosa, con una fotografía áspera y granulosa que le da una imagen de cinta super 8 más propia de los primeros ochenta que del año 2000 en el que está rodada la película. Además, en la segunda mitad, la película parece írsele de las manos, con secundarios desapareciendo de escena sin demasiada explicación, episodios digresivos que no aportan anda (los travestis), efectos videocliperos que chirrían como tiza en pizarra y bajones de ritmo descomunales. Además, hay un problema de base que la película no se molesta en afrontar con valentía: David y María no viven en la pobreza de la marginalidad porque no les queda más remedio, sino porque quieren. El guión no se molesta en explicar las razones de esta elección, ni desarrolla la obligada debilidad que necesariamente debiera pasar por las cabezas de los protagonistas, que no es otra que la de volver a casa. En el caso de María, apenas se nos muestra un intento de llamar a su familia; en el de David es peor: en una de las escenas más sonrojantes del film, se encuentra a su madre en mitad de un frustrado atraco a un estanco (dicho atraco, que incluye a una vieja dependienta armada con un trabuco que parece sacado del atrezzo de “Alatriste”, es incalificable); la madre, por supuesto, le da unas pesetillas, para que el niño se coloque bien a gusto. Qué seríamos sin las madres.

Todo esto no elimina, por suerte, la sensación de desvarío y absoluto despeñamiento al abismo que rodea a la pareja protagonista, lo cual permite a la cinta, por lo menos, mantener una coherencia argumental y espiritual que desemboca en un doloroso fatalismo. Se ha comparado insistentemente “Báilame el agua” con la aronofskiana “Réquiem por un sueño”, con el habitual sentido reduccionista de ciertas corrientes críticas. Aunque los personajes de Pilar López de Ayala y Jennifer Connelly alberguen similitudes, hay más diferencias que puntos de contacto entre ambas películas. Una fundamental: la de Aronofsky es sideralmente mejor. Lo que no quita que al final de “Báilame el agua”, mientras David nos descubre el poema romántico que enganchó a María en una estación de metro, un punzamiento traicionero sorprenda a nuestro estómago.
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LA HORA DE MAMÁ




Confieso que las películas de terror que tienen niños por en medio suelen tener un gancho especial, sobre todo cuando nos muestran su lado oscuro. Llamadlo morbo, si queréis, aunque yo diría que es algo más que eso. Hay pequeñas (grandes) joyas dentro de ese género, como El otro, de Robert Muligan, pero Jack Clayton lo consiguió con dos películas tan distintas como inquietantes: Suspense y A las nueve cada noche (que se parecen lo mismo que un huevo a una castaña al título original, Our mother's house). Lo que en Suspense eran fantasmas góticos en blanco y negro en A las nueve cada noche son los monstruos que llevamos dentro, actuales y en techicolor.

Siete niños (se nota que la madre debió de perderse las clases de planificación familiar) viven con su enfermiza madre. Cuando ella muere, temerosos de que les separen, deciden enterrarla en el jardín y no decirlo a nadie. Un extraño ritual empieza a partir de entonces: cada noche se reúnen en el sótano, y una de las niñas mayores, Diana (Pamela Fraklin) se sienta en una mecedora y entra en una especie de trance, mediante el cual se comunican con su difunta madre y le piden consejo. Las cosas no iban mal del todo, pero pronto empiezan a salir a flote sentimientos como la envidia, los celos e incluso un cierto apetito sexual, aunque ellos no saben de qué se trata, y los consejos de la madre cada vez son mas crueles.

Preocupado por cómo van los acontecimientos y por la enfermedad de una de las niñas, el mayor, Hubert, escribe a su padre para que les ayude. En realidad lo ha de hacer a escondidas, ya que prácticamente se acaba de enterar que no estaba muerto, pero la mayor, Elsa, no quiere saber nada de él, ya que según su madre era un malvado.

El padre llega en un momento providencial y es aceptado totalmente por los niños, a excepción de Elsa, que recela de él. Dirk Bogarde deja de lado su proverbial elegancia y compone un personaje deliciosamente cockney. Charlie es fanfarrón, bebedor, mujeriego, jugador… pero sabe seducir a las niñas y corrompe a los niños con su mentalidad de macho alfa. Pero no contaba con su reacción a la que llega demasiado lejos.

Todos los niños están estupendos, consiguiendo eso tan difícil que es que los niños parezcan auténticos niños, no criaturas repelentes (deliciosa la escena en la que juegan a comportarse como los adultos). Pamela Franklin repitió con Clayton después de su inolvidable Flora de Suspense, como la médium de la familia, Diana, que se siente triste a la que deja de recibir comunicación con su madre, pero no duda en continuar fingiendo por lo que cree el bien de todos. Mark Lester, el angelical Oliver, deja de considerarse un niño bueno y nos ofrece aquí su lado más oscuro, aunque mi favorita es Phoebe Nicholls como la pequeña Gerty y de quedarme con alguna escena sería la de la reunión nocturna en la que acuerdan cortarle el pelo (su mayor orgullo) como castigo por haber besado a un desconocido, mostrando una crueldad que nada tendría que envidiar a El señor de las moscas, por ejemplo.

Yoota Joyce, la inolvidable Mrs. Roper, hace una breve pero jugosa colaboración como asistenta de la casa, y aunque en un registro distinto, su personaje tiene bastante similitud con la gruñona patrona... porque hay cosas que no cambian nunca.
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EL PRESTIGIO, DE ORSON WELLES



Es curioso que a dos genios de personalidades y estilos tan profundamente dispares como los de Woody Allen y Orson Welles les una su fascinación por el mundo de la magia, hasta el punto de ser poco menos que una vocación frustrada. No tanto, sin embargo, en el caso del gran Orson. En 1943, en plena guerra, produce y protagoniza un espectáculo de ilusionismo llamado "The Mercury Wonder Show", como ayuda a la Sociedad de Asistencia a la Guerra, en el que tuvo como víctimas ilustres de sus trucos a gente como Joseph Cotten o Marlene Dietrich (nosotros tuvimos a Marta Sánchez: ande irá a parar. "Soldados del amor". La madre que me parió). Este último, entre otros, fue trasladado a la gran pantalla en la película propagandística "Sueños de gloria" un año después, y arriba tenéis la prueba. Por cierto, que el número lo iba a hacer originalmente una tal Rita Hayworth, pero la Columbia la amenazó con denunciar la exclusividad de su contrato. ¿Tenían miedo de que hubieran tenido una discusión de pareja y Welles la cortase en dos de verdad?

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EL PODER DE LA PALABRA



Estamos de centenario de nacimiento, y de alguien realmente especial, uno de los pocos directores hollywoodienses cuyo sello inconfundible no estaba en la forma de filmar, sino en la manera de hablar de sus personajes, porque hablar de diálogos inteligentes y brillantes es sinónimo de Mankiewicz.

Joseph Leo Mankiewicz fue un hijo de inmigrantes europeos que nació en Pennsylvania, hermano de Herman, guionista de Ciudadano Kane (buena herencia genética, la de esa familia).

Empezó como guionista, pasando a convertirse en productor de la Metro con películas como Historias de Filadelfia. La Fox le dió la oportunidad de dirigir, y lo hizo con El castillo de Dragonwyck,un refinado ejercio de estilo.

Dos de sus obsesiones personales fueron el psicoanálisis y el juego. Del psicoanálisis viene la profundidad psicológica de sus personajes, muy por encima de la media hollywoodiense de la época, que encontraría su culminación en De repente, el último verano, toda una sesión gore de psicoterapia en resplandeciente blanco y negro. El juego también estuvo presente en sus películas, convirtiéndose en un elemento dramático principal en Mujeres en Venecia y (especialmente) en La huella. Como él dijo “Me fascina la idea del juego y el hecho de que jugamos tanto tiempo que, al final, es el juego el que juega con nosotros.”

Ganó en dos años consecutivos el Oscar al mejor guión y mejor director por Carta a tres esposas y Eva al desnudo, algo que no ha vuelto a ocurrir. Arruinó a la Fox con Cleopatra (“un acto de prostitución plenamente asumido” , según él), pero ese fracaso no consiguió hundir su carrera. En su haber tiene una de las mejores adaptaciones cinematográficas de Shakespeare con Julio César, un musical tan moderno e innovador como Ellos y ellas o un western atípico como El día de los tramposos, por no hablar de las míticas Eva al desnudo o La condesa descalza.

Si Graham Greene le acusó de hacer propaganda americana con su versión de El americano impasible, en el Sindicato de Directores se enfrentó a Cecil B. de Mille por negarse a que los afiliados tuvieran que jurar lealtad anticomunista. Todo un maestro “demasiado intelectual” para su época, como dijo Kirk Douglas, que se despidió por la puerta grande con una obra maestra (otra más), como La huella. De verdad que sigue siendo un placer oir sus diálogos. De imaginármelo, creo que el personaje más cercano a él sería el que interpretó Humphrey Bogart en La condesa descalza: alguien sumamente brillante y de una inteligencia privilegiada, que mira desencantado el frívolo mundo del cine, pero no puede evitar amarlo.
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EN EL NOMBRE DEL PADRE


Decía Mahatma Gandhi que “en la fe no hay espacio para la desesperación”. El progresivo desespero al que me traslada la última década de la carrera de Oliver Stone es prueba irrefutable de que he perdido la fe en él. “W”, el aparente intento de Oliverio Piedra de volver a sus orígenes guerrilleros, es una decepción enorme para propios y extraños, y no porque sea una pésima película, que no lo es; es porque parece que a Stone le han salido caries en los colmillos. El arrollador director de películas-yunque como “Wall Street”, “Platoon”, “JFK” o “Natural born killers” está perdiendo machete de manera harto preocupante. Si “Un domingo cualquiera” quedábase ya en poco más que un entretenimiento superficial, “Comandante” en una entrevista-perroverde-tostonazo, “Alexander” en un cuento épico confuso y fallido, y “World Trade Center” en una de las películas más irritantes de la historia reciente, “W” es un film destemplado y achatado, perdido en una inocua tierra de nadie a medio camino de nada y ninguna parte. Como yo cuando me acerco a una fémina en una discoteca.

Hace unos días, La 2 tuvo el insólito sentido de la oportunidad de estrenar “W” el día de la Consagración de Almighty Obama como Rey del Mundo (con la aquiescencia de James Cameron). Como los españoles somos unos agarrados y les pagamos una miseria, adornaron la proyección con unos 3.856 cortes de publicidad que convirtieron 120 minutos de película en más de 3 horas de emisión. Supongo que por eso nos ahorraron el engorro de los títulos de crédito, esa abominación que, como todo buen programador televisivo sabe, sólo sirve para perder puntos de “share”: en nombre de nuestro sueño, gracias. Como a caballo desdentado no le mires los... espera que creo que no es así... como a dentadura regalada no... bueno, que como era gratis tampoco vamos a quejarnos demasiado, así que nos pusimos a ver la película. Las críticas americanas eran tan discretas como su taquilla, pero eso nunca nos ha frenado a los cinéfilos europeos, esos seres superiores. Sin embargo, me temo que esta vez no podemos contradecirles.

“W” narra la historia personal y presidencial de George W. Bush (un Josh Brolin esforzado) desde sus años universitarios hasta 2003, justo en el momento en el que se tiene la definitiva constancia de que no hay armas de destrucción masiva en Irak y que se van a tener que quedar un poco más tiempo del inicialmente previsto. Stone nos retrata un Bush contumaz, primario, escasamente brillante, iletrado, cuya mayor rémora psicológica es la alargada sombra de su padre, George Bush, del que nunca fue favorito –los tiros siempre fueron para Jeb, el listo de la camada- y al que se desolla en complacer (y superar) permanentemente. Es quizás aquí donde radica quizás el mayor acierto del perfil psicológico de Bush; el problema se encuentra en que el subrayado continuo le hace perder fuerza este aspecto ante los ojos del espectador inquieto. Pero por lo menos encuentra un tono, algo que en el resto de la película se desvanece por completo. El film se devanea entre la sátira y la crónica política, sin caer hacia ninguno de los dos lados, y se resiente indefectible y mortalmente. Las reuniones, consejos, y conversaciones políticas en general son de una superficialidad que asusta, y sólo se pueden entender mínimamente desde una intención paródica que, en cualquier caso, se queda muy corta. No ayudan algunas de las interpretaciones: nos encontramos ante buenos actores que no hacen, en el mejor de los casos, más que ponerle cara conocida a personajes reales como Karl Rove (Toby Jones), Donald Rumsfeld (Scott Glenn) o Dick Cheney (Richard Dreyfuss), todos ellos, especialmente el último, asesores políticos de siniestra calaña. Podríamos salvar al dubitativo y titubeante Colin Powell (Jeffrey Wright), que acaba siendo engullido por su sentido de la lealtad. Para el museo de los horrores queda el Tony Blair de Ioan Gruffudd, que parece que en cualquier momento le va a dar un elastiabrazo a Bush, y , sobre todo, la lamentable actuación de Thandie Newton como Condoleezza Rice, que confunde imitación con interpretación a golpe de rarísimas expresiones faciales y miradas torvas. Cate Blanchett en traje de lagarterana y empalagada de pacharán lo hubiese hecho mejor.

Al final, lo mejor del film está en la capacidad de Stone para explicar hechos históricos con claridad y sencillez, algo que es capaz de hacer con los ojos cerrados. Pero, al fin y al cabo, todos esperábamos más de este “W” que se ha quedado sentado en la planicie, con mirada aburrida y pelín bovina, tal que el póster de la inane y desbravada película de Oliver Stone. La que me ha hecho perder una fe tan difícil de reencontrar como las armas de destrucción masiva de Irak. Por cierto, Oliverio, ¿cómo olvidaste sacar a José Mari?
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UN CORAZÓN CON FRENO Y MARCHA ATRÁS



He de admitir que tenía unos ciertos reparos ante la nueva película de Fincher, que si era una especie de Forrest Gump (y no voy a negar que hay unas ciertas similitudes, aunque el relato corto de Fitzgerald es mucho anterior a la historia del comedor de bombones)… pero la verdad es que me ha gustado.

El curioso caso de Benjamín Button es una de esas típicas historias que ha ido pasando durante años de mano en mano en Hollywood, sin que nadie se atreviera con el proyecto, hasta que finalmente David Fincher se hizo cargo de él. Con un favorecedor aire de cuento de hadas, se nos explica la vida de Benjamín Button, una persona que nace con aspecto de anciano y que va rejuveneciendo a medida que crece (la pesadilla de cualquier cirujano plástico).

Nacido la noche en que ha acabado la primera guerra mundial, Benjamín es abandonado debido a su aspecto, pero lo recoge una asistenta de color de una residencia de ancianos, Queenie, que lo cuida como si fuera su hijo. No puede haber un lugar mejor para Benjamín que una residencia de ancianos, aprende mucho con ellos y sobre todo se familiariza con el contacto con la muerte, y se enamora de la nieta de una de las residentes,Daisy. A medida que se va haciendo mayor, tiene necesidad de conocer mundo, se enrola en un barco y participa en la Segunda Guerra Mundial. Tiene esporádicos encuentros con Daisy, pero parece que todavía no han llegado a encontrarse en el momento oportuno…aunque tan sólo hay que dejar que pase el tiempo, ya que (como él sabe muy bien) absolutamente todo es pasajero.

No es de extrañar las nominaciones de la película, ya que es del tipo que suelen gustar a la Academia; es bonita de ver y técnicamente impecable. Las explicaciones de cómo pudo influir el destino recuerdan a las de Magnolia. Taraji P. Henson como Queenie está estupenda, el personaje de Tilda Swinton en realidad es más interesante que el de Daisy, pero Cate Blanchett está muy guapa, con un cutis que parece el de una muñeca de porcelana. Pero –por supuesto- en una historia así el protagonista es fundamental, y Brad Pitt repite de nuevo con Fincher, con quien había conseguido tan buenos resultados en Seven y El club de la lucha. Siempre he creído que Brad es mejor actor de lo que la mayoría de la gente piensa, pero creo que su nominación es mas bien injustificada, aunque no lo haga mal, pero las ha tenido mejores. Siempre le ha encantado ocultarse tras el maquillaje, y aquí se despacha a gusto ; aún así se ha de reconocer que muy pocos actores cuarentones como él podrian pasar la prueba de parecer unos adolescentes, sin hacer el ridículo, pero si su caracterización de anciano es magnífica, no es menos espectacular la de Cate Blanchett, sencillamente impresionante.

De acuerdo que se podría haber sacado más partido dramático a la de la relación de Benjamín con su padre, pero lo que nos queda es una historia exacerbadamente romántica, de una persona anclada al recuerdo de un amor de su “juventud”, como Gastby (no es casualidad), el paso del tiempo y lo pasajero de la felicidad); que al fin y al cabo de vez en cuando una película romántica bonita vale la pena. Para los amantes del papel couché, la hija de la pareja mas sexy del planeta, Brangelina, Shyloh, hace su debut ante las cámaras y como no podía ser de otra manera sale preciosa.


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ATAQUE A LA CASA BLANCA


Bryan Singer está en primer plano de actualidad por el estreno de su “Valkiria”. Esta frase, típica de artículo vago de Fotogramas, puede parecer que se ajusta a la realidad, pero no es así. En todo caso, el que está en primer plano es tito Tom; Singer se ha quedado en un segundo plano, en parte porque no ha respondido a las expectativas despertadas, ni la película ni él. I (still) believe in Singer, pero que lo mejor que haya hecho en el último lustro sea producir “House” resulta inquietante. Justo un año antes había parido una de las mejores películas superheroicas, “X-Men 2”, una secuela hipervitaminada de su estimable aunque algo tímida “X-Men”. El arranque de segunda parte mutante aún me pega al sofá cada vez que lo veo: el huracanado, abrumador, adrenalínico ataque al presidente de los Yuesei por parte del mutante Kurt Wagner, más conocido como Rondador Nocturno, e interpretado por el inclasificable Alan Cumming. Una auténtica coreografía de efectos especiales y ritmo endemoniado (nunca mejor dicho). Por desgracia, en este video no se puede ver el que, a mi entender, es el mejor plano de la película: este. Dale duro, Kurt.

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LAS MARIPOSAS SON LIBRES



Es curioso que algunos directores, a la que llegan a una cierta edad, de repente es como si rejuvenecieran, aunque es cierto que son casos muy poco frecuentes. Tenemos sin ir mas lejos a Sydney Lumet con Antes que el diablo sepa que has muerto, y también está William Wyler con El coleccionista.

Con ya mas de sesenta años, Wyler tenía una reputación más que consolidada como director; le ofrecieron dirigir Sonrisas y lágrimas (¿hace falta que recuerde lo que dijo Woody Allen sobre ella?) pero la rechazó por una novela de un joven escritor Para protagonizarla eligió a dos jóvenes actores británicos, prácticamente desconocidos. Terence Stamp y Samantha Eggar. Wyler y Stamp se entendieron a la perfección desde el primer momento, y llegaron al acuerdo de dejar de lado a Eggar y no tratarla demasiado bien, para que el sentimiento de indefensión resultara más real. Ella no lo supo hasta bastante más tarde (dichoso método Stalinlavski).

Frederick Clegg es un modesto empleado de banca aficionado a las mariposas, pero su vida cambia cuando gana una quiniela, es entonces cuando se le ocurre un plan: secuestrar a Miranda, una joven de la que ha estado enamorado desde niño, convencido de que cuando le conozca ella se enamorará también de él. Pero Miranda es más difícil de capturar que sus mariposas e intentará aprovechar la más mínima oportunidad para escapar.

Cuando una película se basa sólo en dos personajes, hace falta que estos tengan mucha fuerza para llenar todo el rato la pantalla sin que decaiga el interés, y en este caso los dos están perfectamente dibujados y diseccionados con la frialdad de un entomólogo. Frederick es solitario, retraído, su forma de sentarse en la habitación de Miranda denota su complejo de inferioridad y un único flash black nos muestra a sus compañeros de trabajo burlándose de él. Carece por completo de empatía y por eso cree que su plan funcionará y no entiende los intentos de fuga de su prisionera. Unas conversaciones sobre pintura moderna y la novela El guardián en el centeno dejan bien clara su mentalidad, totalmente distinta a la de la joven, y cuando lo comprende tan sólo puede reaccionar con agresividad, ya que no soporta que se burlen de sus deficiencias culturales. Atractivo, con cara de niño bueno, el espectador puede llegar a sentir simpatía por él (¿Quién no se ha sentido desplazado e inadaptado alguna vez? Además su objetivo no puede ser más romántico; aunque no sea amor en realidad, sino una obsesión, él cree que lo es), pero cuando menos lo esperamos nos muestra su cara menos amable, haciendo que nos avergonzemos por haberle compadecido.

Miranda es hermosa y está acostumbrada a ser el centro de la atención, aunque no es creída. Estudia arte y no recuerda que Frederick hubiera sido compañero suyo de escuela, ya que nunca se fijó en él. Ella comprende que es como una mariposa para él, un objeto bello al que quiere añadir a su colección.
Pese a sus intentos por escapar, está empezando a tener síntomas del síndrome de Estocolmo. La tensión sexual entre los dos es evidente desde el primer momento, pero él se obstina en respetarla, rechazándola cuando ella se ofrece a él, intentando mejorar su situación.

Dos magníficas actuaciones, aunque Stamp resulta ganador en la comparación. No está de más recordar que Almodóvar se basó en esta película y en Bus stop para Átame, lo que demuestra que no ha sido olvidada por las nuevas generaciones.
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HERR DRACULA


Señora, los vampiros nunca dejan de estar de moda. Supongo que habrá muchas teorías al respecto de la fascinación que albergamos por estos personajes iconográficos del horreur ficcional; yo diría que la clave está en la combinación terror+sexo implícito. ¿O no está cubierto el vampirismo de varias capas de erotismo más o menos latente? Desde Terence Fisher hasta Francis Ford, pasando por, claro está, Jess Franco, todos han tenido presente este pálpito erótico que subyace en todo lo que concierne a los chupasangres. Hoy en día, con la literatura “crepuscular” y su versión fílmica (también llamada “90210, sensación de chupar”) (aunque... también podría titularse así la versión porno...), y la serie de Alan BallTrue blood” -que recomiendo encarecidamente a mis jóvenes padawanes, e incluso diría más: la recomiendo encarecidamente-, los vampiros han vuelto al primer plano pop-cultural. Así pues, dígome yo que no estaría mal trasladarnos al origen de la especie, y así, de paso, contamos una pequeña y cinematográfica historieta. La Linterna Mágica te enseña, la Linterna Mágica entretiene, y yo te digo contento, hasta el párrafo que viene.

La primera película que se recuerda sobre el legendario personaje de Bram Stoker es, en realidad, un hurto. “Nosferatu, eine Symphonie des Grauens” (1922, F.W. Murnau), que en España, con un enorme sentido del pragmatismo, titulamos “Nosferatu el vampiro”, nace de la negativa de la viuda de Stoker a cederle los derechos de la novela a la productora de Murnau. En aquellos tiempos el cine aún no era un arte respetado, y a la viudísima mrs. Florence Stoker eso de una versión germana de Drácula le sonaba a chino. Amigos, la imaginación no tiene límites, pero la desvergüenza tampoco, y al bueno de Murnau no se le ocurrió otra cosa que fotocopiar el original modificando los nombres de los personajes y las localizaciones. Lo cual convergió, curiosamente, en una de las más fieles adaptaciones de la obra de Stoker que jamás se hayan visto en pantalla, hasta la llegada de Coppola al mito. Y si no me creen, ojo a la sinopsis: Hutter, un joven trabajador en una empresa de venta de casas, es enviado por el sr. Knock, su jefe, al castillo del Conde Orlok, quien resulta ser un vampiro. Orlok, al ver una foto de Ellen, la mujer de Hutter, emprenderá un viaje en su busca y Hutter a su vez regresará a su ciudad para advertir a todo el mundo, en especial el profesor Bulwer, de la presencia de este ser maligno. Venga-va, yo dejo los nombres escritos y vosotros los ubicáis donde correspondan: Drácula, Harker, Van Helsing, Mina, Renfield. Claro, mrs. Stoker no tragó, y les puso tamaña denuncia que el Garzón de la época obligó a destruir todas las copias existentes. Por fortuna, muchos particulares guardaron algunas de ellas, y se fueron haciendo copias en video, hasta tal punto que la película pasó a tener vida propia dependiendo del país en el que se copiaban. Hay versiones más largas y más cortas, aunque no hace demasiado que se ha conseguido restaurar el original casi en su totalidad, dejando su duración oficial en 94 minutos. Hasta tal punto fue lo de la “vida propia”, que incluso algunos tuvieron el pésimo gusto de encajarle una banda sonora moden-na quetekagas, al cabo de los infumables franceses Art Zoyd, quedando un mojón de este calibre. Necesito un batido de paracetamol.

¿Y la película, qué? Pues es un referente histórico ineludible. Dicen que la primera película de terror de la historia, dicen que una muestra capital del expresionismo cinematográfico de uno de sus mayores seguidores, el pater Murnau. Lo primero no podría confirmarlo porque no llevo la cuenta, pero si lo dice la Wiki binvenido sea; lo segundo no lo tengo yo tan claro. Es expresionista, pero sólo un poco: a fin de cuentas, hay bastantes exteriores y ciertas pinceladas de realismo, quizás para horadar un poco más el sentido del pánico de los espectadores. Hay, eso sí, unas interpretaciones muy afectadas (algo inherente al cine mudo, había que suplantar la palabra), y una optimización de los recursos técnicos disponibles en aquella época que enriquecen el relato de una manera monumental para la época: aceleración de fotogramas, ralentís y empleo de película negativa para reafirmar la sensación de paranormalidad; o el uso de acusados cromatismos para reflejar los estados del día (azul para las noches, ocre para los atardeceres...). Aunque quizás lo más recordado sea esa sombra alargada y amenazante que subraya al invisible conde mientras sube hacia la habitación de Ellen para tomar su corazón y su cuello. Sin embargo, la gran baza para inculcar el terror en los corazones del prójimo era, sin duda, Max Schreck, el actor que interpretaba al conde Orlock. Muy alejado del perfil glamourizado de sus posteriores versiones, el Drác... el Orlock de Schreck es un monstruo de manos afiladas por inacabables uñas, rostro espeluznante y mirada sobrecogedora. Un Quique San Francisco calvo, vamos. La rumoreada mitología acerca de este actor se retrató en la película “La sombra del vampiro”, con Willem Dafoe interpretando a un Schreck tan vampiro como su personaje.

“Nosferatu” es una precursora, el Rómulo y el Remo del cine de terror, y un referente imprescindible que se hace necesario para todo cinéfilo que se precie, aunque sólo sea como experiencia. Claro que se hace difícil de ver hoy en día, pero parte de su capacidad perturbadora sigue intacta. No será que no lo pongo a huevo (to egg): aquí tenéis, enterita -ojo, con los nombres de la obra de Stoker-, “Nosferatu”. Aconsejo verla delante de un espejo, y con una bolsa de pan. De ajo.
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EL REY DE NUEVA YORK




Cuando un guionista consigue la fama y prestigio de Charlie Kaufman es lógico que tarde o temprano le acabe tentando la idea de ponerse detrás de las cámaras, y de alguien que escribe historias tan marcianas como él se puede esperar que su ópera prima como director o resulte totalmente pedante o una maravilla Démosle un voto de confianza. La historia de Synecdoche, New York es la siguiente: Un director de teatro, Caden, construye una réplica de Nueva York en el trastero de su casa (¿una nueva especie de planta 7,5?) para su obra de teatro. En plena crisis personal de rupturas sentimentales, una misteriosa enfermedad hace que se replantee todo. Philip Seymour Hoffman es el protagonista, y le acompañan Catherine Keener, Samantha Morton, Jennifer Jason Leigh, Emily Watson y Dianne Wiest, entre otros. Un reparto realmente estupendo y una historia que promete ser como mínimo interesante y original en su tratamiento. Algunos afortunados pudieron verla en Sitges. La pregunta del millón es: ¿cuándo podremos verla aquí?
 
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