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AL FINAL DE LA ODISEA, EL HORROR. EL HORROR.



Si Dante hubiera vivido en los sesenta, y le hubiese dado por ser cineasta, muy probablemente hubiera filmado algo muy similar a “Apocalypse now”. El filme bélico definitivo, el resumen de toda la maldad que puede desatar el ser humano cuando se desposee de dicha humanidad en el nombre de alguna bandera, de alguna religión o de alguna tierra. El camino cuesta abajo hacia los dominios de Satán. Metáfora que casi podríamos aplicar también al propio proceso de gestación de la película, que se alargó durante dos años y que fue inacabable fuente de problemas (tifones incluidos; por mucho menos, Terry Gilliam, una nenaza, se rajó de “Don Quixote”) y continuos conflictos presupuestarios. “Esto no es una película sobre Vietnam; esto es Vietnam”, dijo Coppola en su presentación en Cannes, y no era sólo una muestra de megalomanía; también se refería al infausto rodaje. En un principio Coppola pretendía, poco menos, que hacer una suerte de “versión en tiempo real” de la novela de Joseph ConradEl corazón de las tinieblas”: su primera idea era que durase alrededor de seis horas (lo que hubiese convertido al “Hamlet” del señor irlandés de ahí abajo en un cortometraje casero), que es lo que uno puede tardar en leerse el libro de un tirón. Buf. Los productores ya se veían vendiendo los Ferrari y cenando McBurgers para pagar la dichosa película, y Francis Ford acabó claudicando. 22 años después del estreno, el maestro de Detroit relanzó la película con casi una hora más de metraje adicional que contó con el insólito beneplácito de la crítica, muy refractaria a este tipo de experimentos. “Apocalypse now Redux”, que resulta ser por tanto la versión definitiva y que pasará a comentar su Graciosa Majestad Marcbranches, se diferencia de la original al hacer hincapié en una mayor coyunturalidad, al centrarse un poco más en el conflicto en el que está enmarcada: la guerra de Vietnam. Aydios, que sospecho que esto me va a quedar largo-Rocco Siffredi...

Desde el comienzo, Coppola nos deja patente que esta va a ser una película-LSD (el desayuno de los campeones: cereales Morrison); suena The Doors mientras vemos al capitán Willard (Martin Sheen, quizás lo más endeble de la película, no transmite) desesperarse a la espera de su próxima misión; sus superiores (uno de ellos Harrison Ford, imagino que huyendo de Jabba the Hutt) le quitan el mono asignándole un peliagudo encargo. A lo largo del film veremos a un Willard hierático, pasivo frente a todas las vicisitudes que vivirá con sus compañeros de romería fluvial, espectador antes que actor; acaso sea esa la única manera de sobrevivir con cordura al espectáculo de horrores al que va a asistir Willard de camino a su objetivo. Que no es otro que cargarse al coronel Kurtz, quien no sólo ha decidido hacer la guerra por su cuenta, escondido entre las selvas vietnamitas, sino que se ha convertido en líder espiritual de un grupo de gente, una especie de dios pagano ejecutor con más cadáveres a sus espaldas que “La Novia” al final de “Kill Bill “. El éxodo hacia el campamento de Kurtz va a ser, por obra y gracia de la genialidad de Coppola (felizmente abrazada a la majestuosidad de la fotografía de Vittorio Storaro, justificadísimo Oscar), la madre de todas las pesadillas, el infierno de Dante: señoras y señores, con ustedes, la LOCURA.

Primera estación: el coronel Kilgore (un gran Robert Duvall), con su ataque a golpe de helicóptero y con banda sonora de Wagner y su "Cabalgata de las walkirias" (en España atacamos al ritmo de el Koala; así nos va, que nunca pasamos de cuartos de final), su obsesión surfera y su famosa digresión sobre el napalm y el olor a victoria (a la que homenajea Bunbury en su tema “El club de los imposibles”). Atmósfera sucia, hirviente, cargada, el color ocre y el atosigante humo dominan la escena. Kilgore es el primer tarado de este inmenso manicomio que es el infierno de Coppola. Segunda estación: la base Hau-Phat, donde presenciamos el breve y accidentado espectáculo de las conejitas Playboy para los soldados (en España enviamos a Marta Sánchez, etcétera), quienes pierden los papeles, como no podía ser de otra manera, y obligan a recortar drásticamente la actuación. Tercera estación: la barcaza cruza un puente y se encuentran con soldados arrastrando maletas para que les lleven a casa. Willard y compañía son testigos de primera mano de cómo la desesperación, las carencias vitales y el sinsentido van despojando de la condición de seres humanos a todo el que se cruzan. También a las chicas Playboy, a las que se vuelven a encontrar en el camino y cuyos cuerpos son vendidos por dos bidones de combustible... Cuarta estación: después de la muerte de “Limpio” (un adolescente Larry Fishburne, mucho antes de ponerse a jugar con pastillas rojas y azules), el destacamento se encuentra un grupo de franceses que poseen una plantación desde hace décadas. Esta es, sin duda, la escena añadida que más aporta al original: Willard asiste impasible, mudo, deslumbrado, a las experiencias y opiniones de los recelosos y descreídos franceses, de vuelta ya de todo a golpe de perder colonias. Última estación: Kurtz.


Uno de los infinitos aciertos del film es mostrar la personalidad monstruosa y casi mitológica de Kurtz desde la ausencia. Su aparición entre sombras, la “decoración” del campamento (cadáveres colgantes, hordas de seguidores pintarrajeados, cabezas humanas, altares, idolatría pagana), y su discurso contra lo que él considera hipocresía del hombre acaba por darle el toque maestro, y, por ende, el prisma definitivo y palmario al mensaje de la película. Marlon Brando, en una contenida actuación tan sorprendente como necesaria, erige un Jor-El... digo, un coronel Kurtz que, desbordado por los horrores de la guerra que ha presenciado, se ha roto por completo (como la inmensa mayoría de personajes que han salpicado el relato), y encuentra su escapatoria en el exterminio implacable, en la metamorfosis hacia el guerrero perfecto.

“Apocalypse now”, en definitiva, es la película bélica definitiva, el mayor museo de los terrores, la pesadilla alucinógena de la que no podemos despertar. La negación del ser humano. El horror.

El horror.

2 comentarios:

DiegoAlatristeyTenorio dijo...

Pues yo, a "Apocalypse Now" la tengo por la película religiosa y moral por excelencia. Es la última posibilidad de configuración de lo religioso occidental, desde lo cultural representativo. Coppola, quizás el más grande director de todos los tiempos, nos demuestra que el cine es el arte por antonomasia de nuestro tiempo, el catalizador del destino trágico del hombre. Mediante su discurso accedemos a pensar por analogías, a relacionar. Por medio de la repetición, de la correlación, "Apocalypse Now" nos permite conocer ciertos estadios, al recordarlos por ciertos procedimientos míticos. El mensaje de "Apocalypse Now" es que estos procedimientos deben ser cada vez más manifiestos, cada vez más desmesurados para que puedan filtrarse en el magma imaginario de la modernidad. A través de "Apocalypse Now" entendemos no solamente todo el cine que la precedió, también comprendemos la tarea desproporcionada que el arte se encomendó respecto de la historia y la cultura, debido al vacío al que la época lo expuso. Nos propone un manual metafísico al que le ha realizado ciertos subrayados para que entendamos qué está pasando. Para salvar los malos entendidos, Coppola nos indica que la única salvación (individual) es el cine. No para un nivel de superación, apenas de contención. El cine aparece con "El nacimiento de una nación" (D.W. Griffith, 1915), establece los lineamientos a seguir, resume los postulados estéticos del siglo XIX y los traslada hacia un nuevo saber. El eje se constituye con Orson Welles, y sus trabajos de contemplación ontológica, y la etapa se cierra con "Apocalypse Now", sumario de representaciones para dar lugar al nacimiento de una revelación.

marcbranches dijo...

Para mí "Apocalypse now" tiene, efectivamente, un punto de vista moral y religioso, aunque sin acudir a ninguna religión en concreto (NADIE reza en esta película, cuando en todas las películas de guerra que recuerdo sle algún soldado rezando o encomendándose a su dios). Yo la veo como un descenso a los infiernos, o, mejor dicho, como una definición del infierno: para Coppola, el reino del diablo es la negación de la humanidad y, por ende, del raciocinio. De lo cual deducimos un Coppola plenamente humanista. En cuanto a su significado en la historia del cine, yo lo dejaría en un hito del género bélico, por su profundidad y su ambición (el "2001" del género), y, quizás, el punto de inflexión de la generación americana setentera que nació con la TV: Scorsese, Spielberg, Coppola, Hopper... Luego llegaron los ochenta, la necesidad de dispersión y las palomitas, a rebufo de "Star Wars", y nada fue lo mismo. Lo cual no quiere decir que esta gente dejara de hacer buen cine...

 
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