Los dibujos animados forman parte de la educación, sentimental y de la otra, de todos los niños del primer y segundo mundo, es decir, aquellos que tienen acceso a un televisor (ergo, la TV es el elemento diferenciador de clases de la sociedad moderna. Esta, que podría parecer una reflexión considerablemente estúpida, sin embargo... es una reflexión considerablemente estúpida) (Curso de Sociología Básica Marcbranches: no vamos a devolverte el dinero). Todos hemos recurrido a efervescentes a la vez que nostálgicas conversaciones sobre nuestros cartoons de la infancia (charlas que, a medida que el alcohol las va regando, se van haciendo cada vez más apasionadas...), con una tenaz tendencia a reafirmar el espíritu “cualquier tiempo pasado fue mejor” (espíritu que suele reflejar lo lejano que se encuentra ya ese tiempo pasado-snif). Los de mi generación (¿queda alguien?), en concreto, disfrutamos poniendo sobre la mesa las cartas de “Mazinger Z” (aún funcionan los chistes derivados de la expresión “pechos fuera”), “D’Artacan”, “Heidi”, “Marco”, "Banner y Flapi", etc... Nos reconforta rebozarnos en el frikismo de, por ejemplo, recordar los nombres de los protagonistas de “Comando G” o sabernos la canción de “Isidoro”. En cuanto al cine, tenemos el problema de que Disney monopolizó durante mucho tiempo el mercado del largometraje de dibujos, con lo cual, si nos quitáis de “El libro de la selva”, nos quedan pocas cosas que recordar (bueno, sí, parece que hay unanimidad en lo que respecta al cangrejo Sebastián de “La sirenita”...). Así que hemos tenido que resarcirnos de mayores, gracias en gran medida a Pixar y al manga. Estas carencias se perciben especialmente en algunos críticos de cine que tienden a utilizar la expresión “no es sólo para niños” o “más adulta de lo que es habitual” en sus crónicas de films animados (claro, claro, “no sólo para niños”... ayyyyyy, pillastres), siempre para ensalzarla. Pues sí, nos agrada aparcar la trascendencia y los problemas adultos y sumergirnos en la fantasía desbordada y desprejuiciada de los infantes, ¿qué pasa? ¿A quién no le gusta, por ejemplo, “El viaje de Chihiro”?
“El viaje de Chihiro” es una película histórica. Así, de principio, sin más. Fue el primer largometraje de animación que ganó el Oso de Oro de Berlín, ex-aequo con el “Bloody Sunday” de Peter Greengrass, allá por 2002. Ganó chorrocientos premios por todo el mundo-mundial, se llevó el Oscar con la gorra y ganó suficiente dinero como para que Hayao Miyazaki le comprara un adosado al abuelo de Heidi (de hecho, le daba para comprarle media Suiza). Y el premio más importante: el ser, en opinión de aquí Mi Majestad Marcbranches, la mejor película de animación que sus miopes ojos hayan presenciado en su experiencia cinéfaga (Hayao, ya puedes dormir tranquilo). Miyazaki, un venerable ciudadano de Tokyo sesentón, creador de un puñado de obras maestras del género (desde “Mi vecino Totoro” hasta “La princesa Mononoke”), construyó su obra maestra alrededor de las características invariables que han salpicado su filmografía: imaginación desbordada sin propósito de freno, poesía visual, pictoricidad acusada en cada plano, banda sonora recargada pero adecuada al relato, y personajes que, por muy monstruos que parezcan, sorprenden por su humanidad. De hecho, esta última es uno de los distintivos que más diferencian a Miyazaki de los demás: ni los buenos son muy buenos ni los malos son muy malos. Sus personajes se encuentran dentro de la gama de grises, e incluso algunos de ellos pasan por más de una tonalidad durante la historia que se nos cuenta. En el caso de “El viaje...”, el caso más claro sería el Sin cara (al que homenajea Iván Ferreiro en su canción “El viaje de Chihiro”), un extraño bichorraro que pasa de ser una especie de “Hannibal el Caníbal” del mundo manga a un entrañable y solitario monstruito. El guión es elaborado y, es de justicia decirlo, un poco desconcertante a veces. Pero sus hallazgos son innumerables (¿qué mejor manera de tenerte bajo tu poder que robándote el nombre? La bruja Yubaba es un genio), y la belleza imponente y obsesiva por el detalle que impregna Miyazaki al film con su pincel hace que sea casi imposible destacar una escena, un plano (= un cuadro), sobre los demás. Por decir algo, el retrato del balneario (un balneario al que los dioses van a descansar... grandiosa ocurrencia. La precursora de dicha idea fue Heidi Fleiss) en el que se centra gran parte de la acción, con todos sus peculiares trabajadores y visitantes; o el bucólico tren que transporta, entre inmensos paisajes de agua, a Chihiro a casa de Zeniba, la hermana de Yubaba. Por ponerle alguna pega (y que parezca que sé de esto), quizás el final es algo anticlimático, después de semejante torrente de aventura y poesía en movimiento...
Sí, jefa, ya sé que me he pasado por el forro incluir una sinopsis del argumento de la película. Que la cojan en DVD (si puede ser, junto a “El castillo ambulante”, que en la escala de Obras Maestras Miyazaki se queda a unas décimas de “El viaje de Chihiro”) y disfruten de una de las películas que mejor reflejan la expresión “poesía visual”. He dicho.
3 comentarios:
Pocas veces he tenido la oportunidad de ver, en una gran pantalla, tamaño despliegue de talento, imaginación, generosidad, buen hacer y sentido visual. Que uno recuerde, no ha visto ni un solo largometraje de Miyazaki al que no sea aplicable la frase 'obra maestra', y otro tanto se puede decir de su exiguo pero preciadísimo trabajo televisivo, antes y después de fundar Studio Ghibli.
Persiste en su obsesión por las niñas decididas y con carácter, como la Fio de Porco Rosso o la Mei de Totoro. Persiste en su manía de convertir hombres en cerdos, y en su hábil solapamiento de realidades. Pero, sobre todo, persiste en esa extraña habilidad que consiste en dotar de vida, personalidad y credibilidad a simples dibujos en un pedazo de celuloide. El cine de Miyazaki es anime, sí. Pero de personajes..
Y persevera, también, en la fórmula que tantas buenas películas le ha dado: personajes muy bien definidos, pero sin caer en la caricatura; una animación manual impecable, la soberbia banda sonora de Joe Hisaishi y un dominio cromático y espacial sólo al alcance de los grandes artistas. Cuando miren El viaje de Chihiro, verán que cada encuadre es un cuadro, detallista y perfecto por sí mismo, y en perfecta armonía con los demás. Miyazaki es, a fin de cuentas, el más importante animador que ha habido tras Walt Disney, y (ahí ya sólo valen opiniones) para mi, supera al viejo tío Walt.
En toda la película encontramos resonancias de dos viejos clásicos de los cuentos de hadas. Uno, el más evidente por la forma y planteamiento de la historia, sería Alicia en el país de las maravillas, del ambiguo Lewis Carroll. La inmersión de Chihiro en un viaje iniciático por terrenos fantásticos, que no cumplen con las leyes físicas habituales, está calcada (túnel incluido) a la del maravilloso libro del escritor británico. Pero, además, por toda la parte central del retrato (y en su conclusión) encontramos continuamente el eco de El mago de Oz, con las dos brujas enfrentadas, los ocasionales aliados de Chihiro y sus hercúleos trabajos en la casa de baños de Yu-Baaba (nombre, por cierto, con fuertes reminiscencias de otra bruja famosa, Baba Yaga).
Pero la magia que destila esta película, no nos engañemos, no procede de ningún otro autor que no sea el propio Miyazaki. Es una película suya al cien por cien, y muy especialmente en el viaje-interludio de Chihiro, en un fantasmal tranvía, hacia la casa de Zeniiba. Es en estos raros momentos oníricos (como el recuerdo de la batalla de Porco Rosso, o la lucha entre jabalíes y hombres en La princesa Mononoke) cuando Miyazaki despierta al poeta visual que lleva dentro y nos deja boquiabiertos. Tan boquiabiertos como las generaciones de niños que nos precedieron ante un ejemplar, formidable, emocionante y magnífico cuento de hadas.
Y sí,tienes razón,habría que verla junto a "El castillo ambulante", pero también junto a "La princesa Mononoke", "Porco Rosso", Nausicaa del valle", "Mi vecino Totoro, "Nicky, la Aprendiz de Bruja" y "El castillo en el cielo", a mi parecer todas estas obras del gran Hayao son absolutas obras maestras de la animación, porque como espectadores que somos hay que agradecer que un cineasta nos respete, nos lleve de la mano y nos maraville en todo momento sin insultar nuestra inteligencia ni nuestro buen gusto.
Ojalá no se haya desvinculado para siempre de la realización de películas y ojalá que su hijo Goro haya heredado las tres cuartas partes de talento de su padre.
Veremos que nos depara con "Earth Sea"
Juan Ramón, es un lujo tener comentarios como los tuyos.
Favor que vuesa merced me hace y que para nada merezco.
Lujo es el trabajo de vds dos.
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