El dulce sabor de la derrota. Tantos y tantos perdedores que en la historia del teatro, el cine o la música han enriquecido, con sus dramas y su empeño en estrellarse contra la vida, varias de las Bellas Artes. Algunos, como Joaquín Sabina, han basado su carrera en barnizar de dignidad, e incluso pizcas de heroísmo, a la caterva de perdedores que pueblan los rincones más anónimos de las urbes. Nos gusta observar cómo los fracasados se rebozan en sus miserias como lenguados en harina, y mirarles con admiración por su coherencia, su insistencia en poner sus principios o su bohemia por encima de lo que algunos llaman felicidad. No voy a ponerme a hacer una lista de losers cinematográficos, ya que sería inacabable y, mirapordónde, he quedado para comer. Mejor voy a hablar de una de mis películas preferidas, que, casualmente, tiene a un buen par de perdedores por bandera. “Los fabulosos Baker Boys”, de Steve Kloves. A primera vista, una peli sobre dos hermanos pianistas pudiera parecer un soberano peñazo. Como dice la protagonista del film en un momento del mismo, “¿quién necesita volver a escuchar “Feelings” de nuevo?” La respuesta es evidente: si la canta Michelle, yo.
¿Pero quién es Steve Kloves? Pues es un guionista yo diría más bien vaguete, vista su filmografía hasta ahora, que empezó escribiendo el guión de una peliculilla del en ocasiones competente Richard Benjamin, “Adiós a la inocencia”, y cuyo siguiente proyecto ya fue escribir y dirigir “Los fabulosos Baker Boys”. El éxito no le llevó por los tradicionales caminos facilones de Hollywood, y cuatro años después le dio por hacer una película con Meg Ryan que no era la-típica-película-de-Meg-Ryan: como todo el mundo sabe, ese tipo de proyecto está destinado al fracaso, y “De carne y hueso” no fue una excepción. Así que, después de guionizar la excelente “Jóvenes prodigiosos” a Curtis Hanson, el bueno de Steve se ha centrado en guionizar a Harry Potas en sus (¿tres? ¿cuatro? no podría importarme menos) adaptaciones al cine. Y ahora, hablemos de pianos y vestidos rojos.
“Los fabulosos Baker Boys” cuenta la historia de dos hermanos que desde hace quince años se dedican a tocar el piano y cantar por salas de baile y hoteles del país (americano, claro). Visto que empiezan a tener problemas para conseguir trabajos, deciden contratar una cantante que ofrezca a su espectáculo una nueva perspectiva (y dos buenas piernas). Y lo hará, vaya si lo hará... Lo primero que salta a la vista es la relación fraternal. Enseguida comprobamos que los hermanos son antitéticos: uno, Frank Baker (Beau Bridges, excelente) casado, responsable, diplomático, convencional, un punto (e incluso punto y medio) repipi, se encarga de llevar toda la parte financiera y los contratos de la pareja artística; el otro, Jack Baker (grandioso, excelso, monumental Jeff Bridges, un grande), cínico, chulesco, fumador impenitente, terror de las camareras, irresponsable (las cuentas le traen al pairo), vividor, mujeriego, se dedica a saltar de cama en cama, a tocarle las narices a su hermano y a soñar en un garito de mala muerte y humo de jazz en lo que podría haber sido. Las únicas responsabilidades de Jack son una vecina hija de madre-abierta-24-horas (de piernas) y su ajado perro. Pero llega el día de la audición para la cantante y sus vidas ya no serán las mismas... Ni las nuestras tampoco. Después de una desopilante actuación de Jennifer Tilly, y de otras 37 pésimas aspirantes, y cuando ya están recogiendo los bártulos, un tacón roto y un improperio abren la puerta a la historia. Aparece Suzie Diamond (Michelle la Belle, en su esplendor artístico y físico), arrastra con su hermosa voz “More than you know” y enamora a la platea. Su primera actuación en público, en la que después de decir “jodido interruptor” con el micrófono abierto, susurra “Ten cents a dance” (canción, por supuesto, de perdedores) e hipnotiza al escaso e indiferente público de la sala, define muy bien al personaje. Malhablada, sarcástica, irritante, malcarada, dolorosamente hermosa. Una de las que le gustan a Jack: peligro-la-cagamos-Luis. A pesar de que Suzie ve venir el problema (“No irás a soñar conmigo y a despertarte sudoroso ni a mirarme como a una princesa mientras eructo, ¿verdad?”), caerán el uno en los brazos del otro. Mézclese con tino una Michelle Pfeiffer, un vestido rojo, un Jeff Bridges (con dedos de Dave Grusin) y algo de “Makin’ Whopee”, y el resultado será, además de una escena histórica, un inevitable polvo hotelero de fin de año. Ya está liada. No pueden evitar enamorarse, pero Jack no es capaz de aceptarlo (“Sí, hemos follado dos veces. ¿Y qué? Una vez las sábanas se hayan secado, seguirás sin saber una mierda sobre mí”. El tipo es un encanto...), y el grupo se va al garete (donde tengas la olla...), con pelea fraternal incluida. Cada uno por su lado. Un final de puerta abierta nos muestra a Jack Baker haciendo la pregunta que nunca creyó que haría, la misma pregunta que le hacía la pobre diabla con la que se había acostado al principio del film: “¿volveremos a vernos?”; esperando que Suzie no le dé la misma respuesta que le dio él a la camarera. Un chulesco y rotundo “no”. Por una vez, Jack Baker no quiere perder.
¿Pero quién es Steve Kloves? Pues es un guionista yo diría más bien vaguete, vista su filmografía hasta ahora, que empezó escribiendo el guión de una peliculilla del en ocasiones competente Richard Benjamin, “Adiós a la inocencia”, y cuyo siguiente proyecto ya fue escribir y dirigir “Los fabulosos Baker Boys”. El éxito no le llevó por los tradicionales caminos facilones de Hollywood, y cuatro años después le dio por hacer una película con Meg Ryan que no era la-típica-película-de-Meg-Ryan: como todo el mundo sabe, ese tipo de proyecto está destinado al fracaso, y “De carne y hueso” no fue una excepción. Así que, después de guionizar la excelente “Jóvenes prodigiosos” a Curtis Hanson, el bueno de Steve se ha centrado en guionizar a Harry Potas en sus (¿tres? ¿cuatro? no podría importarme menos) adaptaciones al cine. Y ahora, hablemos de pianos y vestidos rojos.
“Los fabulosos Baker Boys” cuenta la historia de dos hermanos que desde hace quince años se dedican a tocar el piano y cantar por salas de baile y hoteles del país (americano, claro). Visto que empiezan a tener problemas para conseguir trabajos, deciden contratar una cantante que ofrezca a su espectáculo una nueva perspectiva (y dos buenas piernas). Y lo hará, vaya si lo hará... Lo primero que salta a la vista es la relación fraternal. Enseguida comprobamos que los hermanos son antitéticos: uno, Frank Baker (Beau Bridges, excelente) casado, responsable, diplomático, convencional, un punto (e incluso punto y medio) repipi, se encarga de llevar toda la parte financiera y los contratos de la pareja artística; el otro, Jack Baker (grandioso, excelso, monumental Jeff Bridges, un grande), cínico, chulesco, fumador impenitente, terror de las camareras, irresponsable (las cuentas le traen al pairo), vividor, mujeriego, se dedica a saltar de cama en cama, a tocarle las narices a su hermano y a soñar en un garito de mala muerte y humo de jazz en lo que podría haber sido. Las únicas responsabilidades de Jack son una vecina hija de madre-abierta-24-horas (de piernas) y su ajado perro. Pero llega el día de la audición para la cantante y sus vidas ya no serán las mismas... Ni las nuestras tampoco. Después de una desopilante actuación de Jennifer Tilly, y de otras 37 pésimas aspirantes, y cuando ya están recogiendo los bártulos, un tacón roto y un improperio abren la puerta a la historia. Aparece Suzie Diamond (Michelle la Belle, en su esplendor artístico y físico), arrastra con su hermosa voz “More than you know” y enamora a la platea. Su primera actuación en público, en la que después de decir “jodido interruptor” con el micrófono abierto, susurra “Ten cents a dance” (canción, por supuesto, de perdedores) e hipnotiza al escaso e indiferente público de la sala, define muy bien al personaje. Malhablada, sarcástica, irritante, malcarada, dolorosamente hermosa. Una de las que le gustan a Jack: peligro-la-cagamos-Luis. A pesar de que Suzie ve venir el problema (“No irás a soñar conmigo y a despertarte sudoroso ni a mirarme como a una princesa mientras eructo, ¿verdad?”), caerán el uno en los brazos del otro. Mézclese con tino una Michelle Pfeiffer, un vestido rojo, un Jeff Bridges (con dedos de Dave Grusin) y algo de “Makin’ Whopee”, y el resultado será, además de una escena histórica, un inevitable polvo hotelero de fin de año. Ya está liada. No pueden evitar enamorarse, pero Jack no es capaz de aceptarlo (“Sí, hemos follado dos veces. ¿Y qué? Una vez las sábanas se hayan secado, seguirás sin saber una mierda sobre mí”. El tipo es un encanto...), y el grupo se va al garete (donde tengas la olla...), con pelea fraternal incluida. Cada uno por su lado. Un final de puerta abierta nos muestra a Jack Baker haciendo la pregunta que nunca creyó que haría, la misma pregunta que le hacía la pobre diabla con la que se había acostado al principio del film: “¿volveremos a vernos?”; esperando que Suzie no le dé la misma respuesta que le dio él a la camarera. Un chulesco y rotundo “no”. Por una vez, Jack Baker no quiere perder.
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