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J' ACCUSE


Dos días.

He esperado dos días para ponerme a escribir este alegato-uséase-rajada contra la venta a precio de saldo del alma de Oliver Stone al lagrimeo hollywoodiense más convencional. Dos días he dejado nacer y morir para que el tiempo determinase si la indignación y la profunda incomodidad que me produjo la visión de este filme estaban más llevadas por los prejuicios que por el análisis objetivo. También he querido leer unas cuantas críticas de gente que sabe mucho más que yo de esto; pero como no existe tal entelequia (o sea, nadie que la tenga más larga) (la cinefilia), me he conformado con leer a la chusma. Me ha sorprendido la cantidad de opiniones condescendientes con la película, alabando el bagaje técnico del mismo y considerándola, incluso, “entretenida”. ¿”Entretenida”? Quizás te lo pueda parecer si estás indignado con TVE por haber retirado la “entretenida” serie “Ellas y el sexo débil”, por ejemplo... O si pasas unas “entretenidísimas” tardes con la película “basada en hechos reales” de Tele 5... “World Trade Center” es una película aburrida. Durante gran parte del metraje, SOBERANAMENTE aburrida. Pero no es esto lo que me causa la irritación (creo que incluso cutánea, porque esta erupción en el lobulillo de la oreja es nueva). Estoy, estamos, muy acostumbrados a que Yanquiland nos atormente con hermosas historias de drama personal + superación + familia feliz = alegría de vivir. Era inevitable que aprovechasen, tarde o temprano, la tragedia de las dos torres (y no, en este caso no me refiero a la última película de la saga de los anillitos; es pelín tediosa, pero no tanto como para definirla como “tragedia”) para sacar réditos de las lágrimas ajenas. Lo que me agria la (mala) leche es que el encargado de esta operación sea Oliver Stone. No Ron Howard. Ni Michael Bay. Oliver Stone. Por eso, yo acuso.

Acuso a Oliverio Piedra de genuflexionarse a la Orden de la Taquilla para hacer la más condescendiente y convencional de las posibles películas sobre el 11-S. Y de traicionarse a sí mismo y a su trayectoria. Y de la muerte de Manolete (bueno, vale, esta última la retiro. Aunque yo diría que el ácido bórico encontrado en la casa de Stone... no sé, no sé...). Para reforzar estas acusaciones, a las pruebas me remito (to the proofs I’m remiting) (para que lo entienda el abogado de Oliver):

a) El acierto de mostrar el primer choque con una sombra y un nimio temblor no impide que a la primera parte de la película le falte la sensación de caos que se supone que ha de vivirse en una situación como esa, en la que la falta de noticias hace que todo sea más convulso. El personaje interpretado por Nicolas Cage, John McLoughlin, llega a decir mientras conduce el autobús policial hacia las torres, que “No estamos preparados para algo así”, en un tono definitivo, como si estuviese concluyendo sobre algo que sucedió hace meses.

b) La factura técnica de la cinta es, por descontado, impecable. Pues claro. Es Oliver Stone, hombre... ¿Es eso suficiente? No y mil veces no. La carrera de Oliverio observa una trayectoria muy marcada de valentía y, en particular, de un Punto de Vista al servicio del cine. No repasaré ahora su filmografía, que sino esto va a quedar muy largo, pero la definitiva, arriesgada y excepcional “JFK” es la evidencia más concluyente de lo que estoy afirmando.

c) A partir del derrumbamiento de la torre (excelentemente mostrada), y de que los personajes principales queden atrapados entre los escombros, Stone da paso al núcleo central del film, de alrededor de una hora de duración, en el que, esencialmente, ocurre... NADA. Un primer vistazo a las familias desoladas, y luego, venga sufrimiento de amantísimas esposas, y venga sufrimiento de valerosos policías. Diálogos reiterativos, numerosísimos y gratuitos flashbacks-qué-felices-éramos-ayer... Al carajo la tensión narrativa. Así hasta el rescate, los últimos veinte minutos, en los que Stone no tiene ningún reparo en activar todos los interruptores del snif-snif de destrucción masiva.

d) El puñetero marine. Uno de los personajes más vergonzantes de la carrera de Stone, aunque imagino que habrá que repartir culpas entre Oliverio y su guionista, Andrea Berloff. Un tipo que se levanta del sofá al grito de “Estamos en guerra” para dirigirse a la Iglesia a contarle a su confesor que se marcha a New York, no sin antes... ¡raparse el pelo! Cómo no, este será el héroe que encuentre a los policías atrapados...

e) La escena más hediondamente ridícula, chusca, gazmoña y estrambótica que ha filmado Stone en su vida (y mira que en “Asesinos natos” perpetró varias candidatas al premio...). Hablo de la increíble imagen onírica en la que Jesucristo ofrece una botella de agua a Will Jimeno (Michael Peña) . Creo que se explica por sí sola. Y encima nos la hace tragar por duplicado (si no quieres taza). Que sí, que seguro que el amigo Will tuvo ese sueño en realidad. Y seguro que también soñó con que le rescatase Angelina Jolie vestida de colegiala, pero eso no hubiese justificado el correspondiente cameo de morritos-Jolie...

Sepan, señores del jurado, que me dejo más pruebas en el tintero (como el desaprovechamiento de dos actrices competentes como Maggie Gyllenhaal y Maria Bello, o la elección de Nicolas Cage, la prueba definitiva de la intención con que está pergeñada la película), pero ya tienen suficientes. Espero que dispongan buen criterio a la hora de juzgar. He dicho.

Nota del director (del manicomio): Émile Zola, perdona a Marcbranches porque no sabe lo que hace. Ni lo que escribe. Te prometemos doblarle la medicación.

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