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NO HAY CUCHARA, NI FALTA QUE HACE



¿Qué es Matrix?

Pues depende de a quién le preguntes. Para algunos es un punto de inflexión en la historia del cine de ciencia-ficción. Para otros, sólo marca esa trayectoria en lo que se refiere a los efectos especiales. Para algunos menos, es una gigantesca engañifa pseudointelectualoide que esconde lo que tan sólo es otra máquina de, clinc-clinc, ganar dinero con una trilogía (el caso es que este concepto me suena de algo...). Recuerdo ir con unos amigos a verla al cine, en su estreno, y tener que aguantar, con todo el sarcasmo y la distancia de la que pude hacer acopio, su posterior baboseo ante lo que habían visto (incluyendo referencias del sector femenino del grupo hacia “lo bien que estaba Keanu Reeves”. La querella sigue en manos de mis abogados). Es que me dieron el café, leche... Bien, volvamos a la casilla de inicio. ¿Qué es Matrix? Para mí, “The Matrix” es una entretenida película de ciencia-ficción con efectos especiales novedosos hasta el momento (o quizás habría que hablar de nuevos conceptos), con una carga referencial religiosa (católica, para ser más exactos) a duras penas encajable con mi ateismo, y que de tanto repasar los bordes del ridículo, se reboza en él en varios momentos. Por descontado, no hace falta ni mencionar que este filme es el mejor de la trilogía; pero no de la iconografía Matrix: sin duda, la colección de cortometrajes animados “Animatrix” son lo mejor de toda la saga, probablemente por ser su hábitat natural...

Los hermanos Andy y Larry Wachowski (aunque este último, hoy en día, no sé si se debe llamar ya Candela o algo así) (¿hay alguien que no haya leído los rumores sobre su cambio de sexo?) venían de escribir el guión de la fallida “Asesinos”, de Richard Donner (que consiguió el dudoso honor de hacernos tragar al Banderas más histriónico e insoportable de su carrera) y de dirigir la muy irregular pero interesante “Lazos ardientes”, donde ya hacen gala de un particular gusto por la estética. Se embarcan en un proyecto de 70 kilos (de dólares) para el que, sin embargo, les cuesta encontrar a actores de primera fila (y de hecho, no lo consiguen: Keanu no es considerado actor en muchos estados...). Contra todo pronóstico, realizan una película que, sorprendentemente, aún hoy en día es considerada de culto, incluso por muchos genuflexos críticos. ¿De culto? ¿70 millones de dólares, taquillazos tamaño-Roberto-Dueñas, cortometrajes, videojuegos, etc.? ¿A eso lo llaman “de culto”? Pozí. Claro, viendo que a según qué películas las llaman “independientes”, tampoco deberíamos extrañarnos... (esto ha sido una divagación oficial de Marcbranches patrocinada por Mirinda limón, la bebida más refrescante). Hablemos un poco de la película. Nos deja un par de cosas claras: a) necesitamos un Mesías como el comer, y b) sé que esto no es un bistec, pero está quetecagas. Lo cual nos lleva a la pregunta c), que vendría a ser: ¿vale la pena cerrar los ojos y ser feliz? ¿O tan sólo finges que eres feliz? Todo esto nos lo plantea “The Matrix” a través de un film de ritmo imparable y música machacona, personajes sobrados y diálogos expresamente ininteligibles que hacen que uno se obligue a imaginarse a los hermanos W. descojonados mientras recitaban las líneas de algunos personajes en casa. El diálogo stándard de la saga Matrix, cuyo máximo referente es el Arquitecto de las dos secuelas (aunque el Oráculo no se queda corto), vendría a ser más o menos así:

- Lo importante no es lo que has visto, sino el camino que te ha llevado a verlo.
- Pero no es lo mismo el camino que andar el camino.
- Sí, pero llegará un momento en que tendrás que desandarlo para llegar al final del camino.
- ¿Encontraré allí las respuestas?
- No, pero dará lo mismo, porque lo importante no es el camino, sino que tú creas que lo es.
- ¿El qué?
- El camino.
- Ah.

Este último sería yo con cara de intentar dividir mentalmente 96358741 entre 561.67... Sí, vale, es un diálogo apócrifo, pero no me digáis que no percibís un dejà-vu (que, como todo el mundo sabe, es un fallo en Matrix...). Así, queridos niños, se transforma la más absoluta vacuidad en pretendida profundidad de pensamiento. Eso sí, la inspiración de la Santísima Trilogía llega hasta aquí en forma de Morfeo: “no pienses que eres más rápido. Sé más rápido”. Maestro Yoda, presenta la denuncia ya.

No voy a hablar de las continuas y casi exasperantes referencias religiosas, que se resumen en que hay un Salvador que, en lugar de predicar la palabra de Dios, predica hostias como panes (con perdón) y casquería en bolsas de deporte. Con su Anunciación, su Nacimiento, su Profeta... Desde el prisma meramente cinematográfico, poco más hay que añadir. En todo la caso, la feliz idea de darle al mundo Matrix una fotografía de tono verdoso en contraste con el mundo real, más azul-grisáceo y sucio; el efecto “bullet-time”, repetido hasta la saciedad por la publicidad y el (mal) cine posterior; y las adecuadas interpretaciones de los solventes protagonistas (Larry Fishburne, Carrie-Anne Moss, Joe Pantoliano y un imponente Hugo Weaving, el rey de las trilogías), con excepción del inodoro, incoloro e insípido Keanu Reeves...

Acabo con la que quizás es la reflexión más acerada, descorazonadora y lúcida del film, la que expresa el agente Smith durante el interrogatorio a Morfeo, en el que nos compara, por nuestro empeño en destrozar nuestro equilibrio con el hábitat, con la única otra forma de vida que actúa de la misma manera. Un virus.

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