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MI REINO POR UN ASCENSO



O, mejor dicho, mi apartamento por un ascenso. O, mejor todavía, por una ascensorista...

Antes de nada, quisiera proclamar este artículo como Post Oficial de Peloteo a la Insigne Alice la Directrice (le encanta Billy Wilder), escrito con los desinteresados objetivos de estrechar lazos con mi superior, contribuir a una positiva armonía de grupo y, ya de paso y sin que me importe mucho, paga extra de Navidad. Y una cestita de ídem. Y vacaciones pagadas (si puede ser, en las Islas Mauricio). Y plaza de parking. Y dos huevos duros. Pero vamos, lo más importante es lo de la armonía grupal y eso. Akoki.

El apartamento”, de Billy Wilder. Lo primero sería preguntarse por el género al que pertenece la película. Todo el mundo coincide en denominarla comedia, pero, ¿es realmente así? En cualquier caso, nos encontraríamos ante una comedia amarga, ante la performance de un payaso triste. Porque, en esta película, si Jack Lemmon es la comedia, Shirley MacLaine es el melodrama. El argumento no tiene demasiada complicación: un ratón de oficina arribista, C.C. “Buddy” Baxter, enérgicamente interpretado por Lemmon, se ha hecho popular entre los jefes (casados) de su empresa por prestarles su apartamento como picadero para sus aventurillas. Su ansia de promoción es tan grande que es capaz de quedarse muerto de frío en la puerta esperando que acaben la faena y que le devuelvan la llave. Un día esta actividad “extraoficial” llega a oídos de uno de los grandes jefazos, el señor Jeff Sheldrake (un entonado Fred McMurray), que, por supuesto, le pide la llave de marras. Ascenso inmediato. El pequeño problema es que la aventura del sr. Sheldrake es la ascensorista (¿qué te preguntaban en la entrevista laboral para ser ascensorista? ¿”Dime los números del 1 al 25 en orden correcto, de arriba abajo y viceversa”? ¿Alguien conoce un ascensorista?) Fran Kubelik (Shirley MacLaine), por la que C.C. siente un especial interés desde hace algún tiempo. Esto hará replantearse a “Buddy-boy” sus prioridades...

Dicen que es la película de Wilder que más satisfecho le dejó. Desde luego, no sería nada descabellado. El film es más ambicioso de lo que parece: trata, y lo consigue, de trascender la aparente intrascendencia habitual del género de la comedia. La salpica de elementos románticos y de tintes amargos, y sale, no sólo indemne (lo que ya sería un triunfo para los comediógrafos de baja intensidad del cine de hoy en día), sino imperialmente triunfador del reto. De entre la caterva de virtudes de la película podríamos empezar por el diseño de producción, con esa oficina inabarcable que permite a Wilder ejercitar con el concepto llamado “profundidad de campo”; esa oficina (que, en realidad, no era ni mucho menos tan enorme como parecía: el decorador y director artístico Alex Trauner creó esa ilusión a través de ir poniendo escritorios cada vez más pequeños a medida que se alejaba del primer plano, hasta llegar a un fondo dibujado. Vive le perspective) ha sido punto-referencia para directores e incluso profesores de cine de todas las épocas (¿akesí, Terry Gilliam?). El propio concepto de oficina-putiferio, que tantas críticas le conllevó a Wilder en el momento del estreno por el sector de la crítica más puritano, hizo que gran cantidad de gente llamara al director austriaco para felicitarle por “decir la verdad” de lo que pasa en esos antros de perversión llamados oficinas... Como en todo filme de Wilder, el ritmo es ágil y constante, y los diálogos son punzantes y acerados, pero más amargos de lo habitual. En especial todos los que pasan por la boca de Fran Kubelik, una mujer de carácter que tiene, en mi opinión, las mejores frases del guión (“Si estás con un hombre casado, no debes ponerte rimmel”, dice llorosa en una discusión con Jeff), lo que nos da idea de cuál es la intención de Wilder al respecto de esta película; la MacLaine acompaña perfectamente a tío Billy en su cometido. Es curioso, por otra parte, el retrato del personaje de Jack Lemmon. Es un pelota redomado, con facilidad para mentir, un pobre hombre empeñado en caerle bien a todo el mundo y obsesionado con subir de piso (laboralmente hablando) y tener oficina con su nombre y una felicitación de Navidad del jefe. No parece ser el típico héroe de moral integral, aunque siempre estamos convencidos de que, ni que sea en el fondo, una buena persona. Pero es significativo comprobar cómo Wilder retrata este gris mundillo laboral en el que no salva a nadie, quizás con la excepción de Fran, a la que de todos modos tampoco le importa demasiado romper un matrimonio...

En resumidas cuentas, una obra maestra con margen cero de discusión, con un final, además, elegantemente acorde con el tono del film. Esa partida de cartas demorada, muy probable metáfora de otro acto conjunto pelín más lúbrico. Una metáfora que, por cierto, me suena de algo... ¿Dónde habré visto yo algo similar? Aunque diría que era una partida de tres...

3 comentarios:

DiegoAlatristeyTenorio dijo...

Una película sobre la soledad en las grandes ciudades, sobre las corporaciones, sobre ser un ser anónimo entre una gran multitud de seres que no se conocen y menos se hablan al caminar por la ciudad... pero también nos cuenta sobre las esperanzas de seres como tu y como yo. De la necesidad de seguir jugando a las cartas, sin mas preguntas, sin mas necesidad. Los recovecos de nuestras almas, como seres múltiples que todos somos, no son demasiado diferentes; mas bien todos aspiramos a una uniformidad de expresiones, de sentimientos, de gustos. TODOS estamos perdidos en este mar de necesidades, y fruto de ello vienen devengadas nuestras miserias y nuestras mas mayúsculas virtudes. Necesitamos sentirnos vivos, sea como fuera, ser parte de lo que vivimos, dar a nuestra percepción un toque, una gesto, un movimiento de ficha. Mas que ser otra ficha mas en el conglomerado de posibilidades, necesitamos emprender la lucha para sentir que 'pertenecemos' a la realidad que habitamos. Si, estamos fragmentados, atomizados mas bien, por el diaria devenir de nuestro sueño. El amor no saca de este embobamiento, pero quizás después de un tiempo ni siquiera eso es suficiente. Lo que necesitamos para seguir viviendo y ser parte integrante de esta comunidad humana es la posibilidad de hacer nuestro propio camino, sin inferencias, sin limites, sin jueces. Solo la libertad sin cortapisas nos puede devolver la sensacional de plenitud. Genio por siempre Sr. Billy Wilder!!!!

Un gustazo volver a leerte amigo marchambres!!!!

alicia dijo...

Amén a todo lo que has dicho, Juan Ramón! Para quitarse el sombrero.
No hay nada mas horrible que la soledad de las grandes ciudades.

marcbranches dijo...

Gracias, joven. Me halaga, en especial, tu fidelidad a nuestro blog. Aunque suene a tópico de Gala "¡Murcia, qué grande eres!", nos hace escribir más a gusto. Y la verdad es que lo necesitamos, porque nos estamos pegando una panzada de postear (menos mal que cobro a destajo)... "El apartamento" habla de muchísimas cosas, entre ellas las que tú citas. Yo destacaría la necesidad de Buddy Buxter de integrarse en el microcosmos que le ha caído en gracia, en este caso a través de la llavecita de marras. A veces parece que sin interactividad social no eres nadie, y C.C. cae víctima de eso, sin darse cuenta. Quiere ascender, saltar de casta, y no es por motivos económicos, o no es la impresión que transmite: es la imperativa necesidad de aceptación. No quiere más ceros en la nómina, quiere más palmadas en la espalda. Fran, en cambio, es un esbozo de mujer moderna, de heroína de carácter engullida por un omnívoro universo masculino. Los dos, a su manera,se rebelan, y se encuentran en el cruce de pequeñas revoluciones.

Por si no me había quedado largo ya el post... toma comentario-kilométrico-John Holmes...

 
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