Desde hace unos años estamos viviendo un fuerte auge del género documental en las carteleras. Cada vez se estrenan más documentales en salas de cine, poco a poco van invadiendo los palmareses de los festivales y el público, curiosamente, responde. Aún será verdad que los reportajes de animalitos de La 2 los ve todo el mundo... El caso es que cosas como “Super size me”o “Lost in La Mancha” (o en el perímetro hispánico, “Balseros”, “En construcción” o “Cineastas contra magnates”) encuentran su lugar entre los piratas caribeños de turno, aunque sólo sea para sobrevivir con dignidad en salas de V.O. Este mini-boom lo inició, sin ningún género de dudas, el egocéntrico, narcisista, polémico, demagogo, arrojado y aplastantemente necesario Michael Moore, desde “Roger & me” a “Farenheit 9/11”, con su definitivo punto de despegue en ese “Bowling for Columbine” que pasará a la historia, tanto por su calidad intrínseca como por el “speech” incendiario de Moore en la entrega de los Oscars (“Shame on you, Mr. Bush, shame on you”). Con todos estos datos, no nos queda otra que hablar de...
“Capturing the Friedmans”. No sé si es el mejor documental de toda esta manada, pero si no lo es, se le acerca. Y el caso es que nace por casualidad. Andrew Jarecki tenía la intención de realizar un documental sobre payasos de cumpleaños de Nueva York (vaya peñazo de tema, todo hay que decirlo... ¿Qué preguntas de interés le puedes hacer a un payaso de cumpleaños? “¿La flor del ojal expulsa agua envasada o del grifo?” “¿Qué número de zapato gastas? ¿Un 76 y medio?”). Con ese objetivo va a buscar al que es considerado el mejor profesional del ramo. David Friedman. Y al ir profundizando durante la entrevista en aspectos personales, hablando de su padre, David se va derrumbando y florece la auténtica historia; reconoce que tiene una enorme cantidad de videos caseros, muchos de ellos realizados por él mismo, y los pone a disposición de Jarecki. A este se le ilumina la bombilla y, a partir de estos videos y de algunas cintas de audio, pergeña un extraordinario, desasosegante y habilísimo documento el cual nos deja abotargados en la butaca, con un montón de preguntas de índole sociológica e incluso filosófica sin responder. Nos hace cuestionarnos muchas cosas, tabúes incluidos; por tanto, nos hace más sabios.
Un poquito de contexto, por favor. En 1983 explotó en los Yuesei el “caso McMartin”, en el que una madre (luego declarada esquizofrénica) acusó a Virginia McMartin y a seis maestros más de una guardería de L.A. de abusar sexualmente de su hijo de dos años y medio. El caso acabó sobreseyéndose, pero su cobertura mediática fue equiparable al de O.J. Simpson, y el juicio fue el más costoso y largo hasta el momento de la justicia norteamericana (por descontado, hay TV-movie: “El caso McMartin”, con James Woods y las hoy olvidadas Mercedes Ruehl y Lolita Davidovich). El caso desató una histeria colectiva en USA, los maestros de guardería eran vistos como demonios sodomitas... En este ambiente, Arnold y Jesse Friedman tenían todas las de perder. Arnold, el padre, es detenido en 1984 por supuestas violaciones y abusos en sus clases de informática para críos; su hijo Jesse, de 18 años, también es arrestado poco después con similares cargos. El documental nos muestra cómo el caso presenta una serie de inconsistencias y caminos torcidos debido a la fuerte presión de los medios y la comunidad-bien-aposentada-americana; en un paralelismo con el caso anteriormente citado, se nos abre la posibilidad de que los niños fueran inducidos a confesar abusos inexistentes para así obtener la cabeza (de turco) de los Friedman. No hay duda de que Arnold es un pedófilo; el primer paso hacia su detención es una extensa colección de revistas de jovencitos que guarda en su estudio, y él mismo admite haber tenido relaciones con niños con anterioridad (aunque nunca reconoce los hechos imputados en el caso). La escena en la cárcel, durante una entrevista, que relata el abogado de Jesse, pone los pelos de punta: Arnold le pide que cambien de mesa, porque está viendo un crío de cinco años sentarse en las rodillas de su padre y se está excitando... Sin embargo, el papel de Jesse en todo esto es mucho más difuso, y Jarecki apunta la posibilidad de que sea un mártir. He dicho apunta, porque el director nunca se posiciona definitivamente, simplemente observa, cuestiona, critica: no nos dará el gustazo de darnos la solución definitiva, sino que deja las preguntas sobre la mesa, y nos permite sacar nuestras propias conclusiones. Esto en lo que se refiere a la vertiente, llamémosle, jurídica del caso. Pero hay otra línea de investigación (parezco Angel Acebes) abierta por Jarecki...
Los Friedman son una aparentemente normal familia judía americana que, de repente, se desintegra al albor de la aberración de su páter. Esta es la típica definición de la situación que probablemente se haría en los medios durante la época. Andrew Jarecki nos demuestra, a través de las grabaciones de video y las entrevistas con algunos de los actores principales, que era una familia disfuncional desde el inicio: el padre y sus tres hijos eran, como bien lo define Elaine (la madre), “una banda en la que ella no tenía cabida”. En los vídeos que recogen las discusiones familiares se observan las paranoias, los reproches engullidos hasta entonces por la rutina, la desconfianza. La familia era mentira. Es muy significativo el papel pasivo de Arnold, el padre y el principal acusado, en las riñas familiares: son los hijos, en particular David (que vive aún, en el hoy en día del documental, en la absoluta negación de los hechos, como claramente se nos demuestra en las entrevistas), quienes acribillan a broncas a Elaine. ¿Era Arnold consciente de su culpa? Una pregunta, como tantas otras, sin respuesta.
“Capturing the Friedmans” nos obliga a cuestionarlo todo: la justicia, la sociedad, los medios de comunicación, la familia... El final del documental, con Jesse saliendo de la cárcel al cumplir condena, y reuniéndose con su madre, no evita que todos nos interroguemos si, en definitiva, existe la verdad absoluta. Y si existe, si tenemos alguna mínima posibilidad de conocerla.
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