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DESPIDE A TU AGENTE, MICHELLE


Sé que es un comienzo un poco duro. Se supone que en este blog hablamos de lo que nos gusta, del cine que nos ha marcado, de los directores que nos entusiasman y de los actores y actrices que nos han hecho soñar (que alguien me pare, por favor, o empezaré a cantar canciones de “La oreja de Van Gogh”…). Y voy y me cargo a Michelle. Pues no, queridos niños y niñas. Lo cierto es que Michelle Pfeiffer ha sido una de mis musas indiscutibles desde que el cine es cine para mí, y no un simple divertimento equiparable a una tarde en la bolera. Hubo una larga época en la que una nueva película suya era un acontecimiento, y en la que coleccionaba su carrera en mi vetusto VHS. Ese rostro perfectamente anguloso, esa mirada vidriosa, esa sonrisa blanca-profident; esa capacidad para transmitir dureza o vulnerabilidad al mismo nivel, incluso en la misma mirada; esa determinación de hacer buen cine, independientemente del género que tocase, y salir más que airosa de ello, fuese comedia, drama, aventura, superheroismo, cine de época, musical… Se convirtió en la penúltima gran diva. Todo se ha ido a hacer puñetas (y no digo otra palabra para no romper el tono del blog, pero no por falta de ganas…). Comencemos con el repaso a su carrera antes de que me acabe de cabrear. Lecheya.

Obviemos sus primeros pasos en diversas series de TV en las que ejercía el noble papel de rubia-con-pantalón-corto acorde con su imagen de bombshell californiana. Nada hacía augurar su carrera posterior; y mucho menos “Charlie Chan and the Curse of the Dragon Queen”… Si por lo menos ella fuera la Dragon Queen del título… (¿Dragon Queen? Me suena el concepto. ¿”Dragon”? ¿Diminutivo “drag”? ¿Es Charlie Chan un precursor de las noches locas de Sitges? Uhmmm…). No. Su primer papel protagonista es… tachan-tachan… “Grease 2”. Sin duda, era un buen momento para retirarse; hacía toda la pinta de ser una Anna Faris versión 1.0. Pero no. Resulta que Brian de Palma es capaz de ver a través de la truño-carrera que hasta ese momento está llevando la rubia, y reconoce una mirada lánguida que le puede venir muy bien a la chica del protagonista de su siguiente película. Estamos en 1983, y empieza a escribirse la historia: “Scarface”, junto a tito Al, inicia la verdadera carrera de Michelle Pfeiffer. A partir de aquí, encadena una serie de films, quizás no obras maestras, pero que solidifican su carrera por encima de su imagen. A destacar de esta época la peli de culto “Lady Halcón”, conocida por su historia de romántica fantasía y por los sintetizadores ochenteros marca Alanparsons que salpican las escenas taberneras medievales (ejem); la lección de histrionismo cachondón que recibe Michelle del Gran Jack en “Las brujas de Eastwick”; y su exitosísima primera incursión en la comedia, “Casada con todos”, junto al soseras de Matthew Monín. Comenzaba a ser una actriz-taquilla. Pero no era suficiente. Quería ser una actriz-prestigio.

“Simplemente, no puedo evitarlo”. Así justifica el conde de Valmont (John Malkovich, otro que se ha echado a perder, cachis) las perrerías sentimentales que le hace a Madame de Tourvel, ese junco lloroso siempre a punto de romperse interpretado magistralmente por Michelle Pfeiffer en esa extraordinaria cinta llamada “Las amistades peligrosas”. ¿Se puede mejorar eso? Se puede. “Los fabulosos Baker Boys”. Los Bridges. Steve Kloves. Un piano. Un vestido rojo. Hectolitros de baba en las salas. Así se escribe la Historia. Punto y aparte.

Michelle es la reina. Y lo ratifica en “Batman Vuelve”, donde vuelve a inventar un icono cinematográfico, en este caso una inolvidable Catwoman, en la que quizás sea su mejor interpretación. Por compleja: este papel es un tres-en-uno, un tour de force actoral, a pesar de ser un personaje de cómic. La Selina Kyle del principio, apocada, fracasada, timorata; la Selina Kyle posterior, segura de sí misma, atractiva, con un punto de descaro hasta entonces desconocido; y, por supuesto, la propia Catwoman. Baste decir que la escena en la que se lame como un gato (“me siento sucia”… miau) es invención suya. “La edad de la inocencia” es otro triunfo; Martin Scorsese, más fiel a sí mismo de lo que parece, pergeña una historia de violencia (emocional, en este caso) en la que la Pfeiffer se luce de nuevo. El tío Oscar se pasea continuamente por su puerta, pero no llama nunca. Hombres… El espíritu de riesgo de Michelle finaliza con la extraña pero interesante “Lobo”. A partir de aquí…

A partir de aquí le da por comenzar a participar en la producción de películas. Y, lo que es peor, a querer ser un ejemplo para sus hijos. Ya ofreció el primer síntoma preocupante al rechazar “El silencio de los corderos” por su violencia (¿violencia? ¿Qué violencia? Es una historia sobre gourmets, ¿no?) . “Mentes peligrosas” es la confirmación. A partir de aquí, se puede decir que ninguna de sus películas es especialmente mala. Pero tampoco ninguna tiene nada que merezca ser recordado. Más bien parece una retahíla de telefilms realizados, como mucho, con cierta corrección: “Heredarás la tierra”, “En lo profundo del océano”, “Yo soy Sam”, “Historia de lo nuestro”, “La flor del mal”… Nada que ver con los Scorseses y Burtons que habían dado lustre a su biografía. Y en esas estamos.

Despide a tu agente, Michelle. Tú no quieres ser Hillary Duff. Búscate uno que vuelva a inculcarte el ansia de experimentar, de hacer buen cine de verdad. Llama a Woody Allen. Llama a Aronofsky y dile que te ha encantado “Réquiem por un sueño”, aunque no sea cierto. O, mejor, llama a Tarantino y pídele de rodillas que relance tu carrera, aunque te obligue a llevar un parche en el ojo y decir "fuck" más veces que en el resto de tu carrera. Porque él SÍ puede hacerlo.

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