Es posible que algún lector perspicaz haya caído en la cuenta de que tengo tendencia a hablar de películas de los años 90. ¿Es casualidad? Nada es coincidencia; y este dato tampoco. Me convertí oficialmente a la Magna Orden de la Cinefilia el día que, por primera vez, hubo en casa un aparato VHS. Año 1992, se aproximaban las Olimpiadas y, otra casualidad, eran en mi ciudad, Maragall City. Dos opciones: a) hacerse voluntario olímpico (oséase, trabajar sin cobrar: no, si listillos son estos del COI...); y b) coger el primer autobús de línea hacia Bora Bora o perímetro similar. En mi casa escogimos la c), que era comprar un vídeo y grabarse todo lo que se pudiera, que p´a eso era un Histórico Acontecimiento. Y Magno (de almendras y vainilla) (festival del humor inteligente con Marcbranches). Así que, ya de paso, me apunté a un videoclub. Y el resto es Historia: ahora soy uno de los críticos de cine más respetados de mi habitación. Bien, el caso es que mi curiosidad cinéfila en aquella época devino casi ilimitada, mi cinefagia aumentaba en progresión exponencial y mi curiosidad era insaciable. Ahora tengo, ay, una edad, y me he vuelto más selectivo. Lo cual no tiene por qué ser malo: me ahorro ver muchos truños. Aunque probablemente me esté perdiendo más de una joya escondida. Snif. Vamos a por “Beautiful girls”.
Primer film de Ted Demme, sobrino del famoso director de”El silencio de los corderos” Jonathan Demme y fallecido en 2002 con apenas seis películas en su haber, “Beautiful girls” es una película perteneciente a lo que se podría considerar un subgénero: el film generacional (y valga la redundancia). Se la ha comparado inexcusablemente a cintas como “The last picture show”, “American graffitti”, “Diner”, “Reencuentro” o “Los amigos de Peter”. Especialmente con estas dos últimas, comparación no del todo acertada, bajo mi dogmática opinión. La crisis generacional de la que habla “Beautiful girls” está situada algo antes de las épocas vitales de las que hablan los dos films anteriormente mencionados. Nos habla de la negación del crecimiento, del abandono de la adolescencia; de una adolescencia, hay que decir, muy americana: la tía buena del instituto, el macho alfa que además es capitán del equipo de fútbol (americano, off course), los repetidores contumaces... Y todo esto en el microcosmos que conforma un pueblecito apartado de cualquier región yanqui. Un pueblo al que, años después, llega Willie Conway (Timothy Hutton), un pianista al borde del fracaso que aprovecha una fiesta-remember-the-school que tanto les gusta a los americanos para volver a sus orígenes en busca de respuestas. Desandar el camino y volver a la casilla de salida para iniciar una nueva vida, antes de que la insatisfacción y la sensación de fracaso nos desborde, la mejor solución para volver a ver luna llena. Willie se encuentra en casa un panorama desolador: un padre permanentemente deprimido (lo único que se le ocurre al ver llegara a su hijo es decirle si quiere ve con él golf en la tele...apasionante...), un hermano adolescentemente sumido en la idiocia, y unos amigos rebozados en su fracaso y encajonados entre las cuatro calles de un pueblo permanentemente nevado, en el que el tiempo, y no sólo el atmosférico, está congelado. Tan sólo “Mo” Morris (Noah Emmerich), casado y con dos niños, parece que se ha hecho una idea de lo que es madurar. La palabra “parece” tiene especial significado en la anterior frase. Los demás parece que sigan viviendo en el instituto, con especial mención para Paul Kirkwood (Michael Rapaport, impagable), un limítrofe intelectual, un pajillero mental (y, vista la decoración de su casa a base de pósters de top models, con seguridad pajillero a secas...) que suelta algunas de las mejores frases y monólogos del film. Poco a poco, y a través de la aparición de una especie de utopía hecha mujer llamada Andera (Uma Thurman), todos y cada uno irán realizando sus actos de expiación y camino a la madurez. En el caso de nuestro protagonista, Willie, será su encuentro con Marty (Natalie Portman... todos fuimos Humbert Humbert durante un par de horas por culpa de ella... deliciosa), una inteligentísima, vivaz, encantadora cría treceañera que llega a confundir los sentimientos de Willie hasta llegar a asustar a alguno de sus amigos (pero no a Kirk: “Si ya sabe comer sola, a por ella”); será ese encuentro, digo, el que hará aterrizar a Willie a un estado de sentido común parecido a la responsabilidad, con la inestimable colaboración de... Winnie the Pooh. Sus dudas al respecto de su encantadora novia Tracy (Annabeth Gish) se resolverán con la réplica de la diva Andora a la pregunta de Willie “¿Te volveré a ver?”; Andora, al despedirse, le contesta que sí. No la verá a ella, por supuesto, sino a la mujer de quien se había enamorado, a esos primeros momentos en los que todo es wonderful-life. Destacar el resto del reparto, desde Matt Dillon a una cuasi-masoquista Mira Sorvino, pasando por ese convincente zorrón de pueblo a la que pone curvas Lauren Holly, y por una Rosie O´Donnell que se casca un monólogo en contra de las chicas-silicona casi sin respirar que nos deja sin aliento a todos. El guión de Scott Rosenberg, de hecho, está trufado de diálogos ingeniosos y de una lucidez poco transitada en la comedia americana moderna.
Por último, debemos de afirmar (y afirmamos), que “Beautiful girls” es una comedia de traza feminista, sin ninguna duda: las mujeres saben lo que quieren, los hombres no. Ellas son sensibilidad y sentido común, nosotros somos priapismos andantes en espera de un buen golpe en la cabeza que nos haga madurar. Chicos, sacad la cabeza del póster central del Playboy: como dice Rosie O´Donnell, la raza está en peligro.
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