Hablemos de Medem. Julio Medem es uno de los directores con más seguidores entre la comunidad cinéfila de este país, en especial entre el batallón femenino (feministas bajen las bayonetas, lo digo sin retintín) (=dos veces Tintín). La sensibilidad y el arrebatado romanticismo que Medem desprende en sus films, en particular en los dos últimos (de ficción, digo... De “La pelota vasca” no hablo si no es en presencia de Rubalcaba) , y su querencia por el significante además del significado, han hecho que tenga una horda de auténticos devotos. Medem es, quizás, el mayor esteta del cine español, y “Lucía y el sexo”, rodada enteramente con cámara digital, es una nueva muestra. Cineasta empeñado en situar sus historias por encima de lo terrenal, perseverante en demostrar que la magia se encuentra entre los recovecos de nuestra vida diaria, el realizador guipuzcoano muestra en “Lucía y el sexo” sus virtudes y defectos de manera amplificada respecto a sus anteriores obras. Para mi gusto, nos encontramos ante un film más elaborado e intrigante que “Los amantes del círculo polar”, pero menos arriesgado que “Vacas” o la excelente “La ardilla roja”; en definitiva, inferior a la que es para mí su mejor obra: “Tierra” (y ahora podéis lanzarme todo tipo de vegetales). Entre sus bondades destacaría un buen manojo de escenas bellísimas, imposibles de presenciar en films de cualquier otro director patrio (e incluso español) (chascarrillo dedicado a Federico Jiménez Losantos) : pienso en la bellísima escena que representa la muerte de la hija de Elena (Najwa Nimri), en la que vemos a la niña buceando en la isla (centro del relato) hacia una sirena que no es sino su madre, quien la abraza muy dulcemente; o el encadenado desde la luna llena, preciosa, que ha iluminado el polvo entre Lorenzo (Tristán Ulloa) y Elena hacia la prueba de embarazo positiva de esta última, y desde esta hacia el ojo de Elena del que parte una lágrima que cae encima de dicha prueba. También es muy destacable la fotografía de Kiko de la Rica, quien posteriormente se volvería a lucir en el impecable tono sepia-setentero de “Torremolinos 73”; la estampa blanquecina, saturada incluso, de la isla, nos sitúa en una localización onírica muy acorde con lo que nos quiere mostrar Medem: la isla de Lorenzo es una suerte de paraíso, es un final feliz por sí mismo, al que van a parar irremediablemente todos los personajes de este cuento. Ya a nivel más personal, resaltar el tratamiento del sexo que hace Medem en este film, ofreciéndonos varias versiones de lo que puede significar el mismo. Vemos como Lorenzo y Lucía (Paz Vega, como si no lo supiérais) se entregan el uno al otro a través de un sexo espontáneo, enamorado, experimentador y muy libre; por otra parte, el polvo furtivo de Lorenzo y Elena, condicionado por sus circunstancias (no se conocen de nada, es el cumpleaños de él), y que será recordado por el primero como uno de los mejores de su vida; más allá, la visión más prosaica, endurecida, perversa y provocadora del sexo que representa Belén (Elena Anaya), y que, casualidad o no (se admiten apuestas, yo voto no), trae consigo la tragedia principal del film. Por último, la densidad simbólica de la película, que casi obliga a verla varias veces (ahora que pienso, no sé si esto realmente es una cualidad...) : Lorenzo (o el sol) padre de Luna, Lucía con la cancioncita (un-rayo-de-sol-güo-oh-oh/ en-mi-corazón-güo-oh-oh), la isla-refugio desde un punto de vista jungiano (y que, además, se puede recorrer por debajo, es decir, no tiene ataduras con el mundo), el agujero como camino al mundo real (y el mismo agujero junto al faro como evidente símbolo fálico).... Buf-buf, cuánta intensidad.
Situémonos en el debe de la película. Por una parte, uno de las carencias más significativas de Julio Medem (recordar que, ay, es él mismo el guionista de sus películas) es sin duda su discutible talento para los diálogos. Necesita urgentemente un par de clases de Juan José Campanella o Adolfo Aristarain, por poner un par de ejemplos extremos. Esta carencia se muestra durante toda la filmografía del cineasta, y “Lucía y el sexo” no es, por descontado, una excepción. Los personajes de Medem hablan como si cada frase que dicen fuera la última que se va decir en la historia de la humanidad, tan desesperadamente trascendentes que a veces bordean el ridículo. Esto afecta sin duda a la otra gran falla del film, y aquí agradeceré que se me lancen tomates frescos, que hoy no he podido ir al Condis: el reparto actoral. Sí, sé que la criticología oficial ha coincidido en establecer esta película como rampa de despegue de la neodiva Paz Vega (la cual, sin ánimo de acritud, debiera empezar a pensar menos en coleccionar portadas de revistas de moda y más en relanzar una pelín atorada carrera cinematográfica) . Seguramente lo fue, pero su actuación dista de merecerlo, probablemente en parte por culpa de la carencia a) ; su Lucía no transmite la fuerza necesaria, no emociona, de tal manera que acaba viéndose absorbida por la energía de la sensacional Najwa Nimri, la cual sí se ganó a pulso su Goya a mejor Actriz de Reparto. Tristán Ulloa, por su parte, reafirma su status de sosoman oficial del cine nacional, formulando un personaje a remolque permanente de los acontecimientos. Elena Anaya, finalmente, cumple con su papel de calorífera y perversa inspiración para la escritura de Lorenzo (la escena de la masturbación ante la visión de una película porno de... su madre, además de una bicoca para convenciones de psiquiatras, es una de las más turbadoras del cine español contemporáneo) (ojo al juego de palabras) ; pienso que, sin embargo, ha tenido papeles mejores.
En definitiva, una película que, al fin y al cabo, recaudó más que las cuatro anteriores de Medem y que le acabó de llevar al podio de directores más seguidos de nuestro cine. Julio, si tus personajes hablaran como personas, ya estarías en el Olimpo...
Lucía, allá en su isla.
2 comentarios:
Acabo de dar con vuestro blog gracias a La Vanguardia. Felicidades! Me encanta, y debo reconocer que me he enganchado porque veo reflejadas muchas de mis mismas opiniones. Y posteo en este artículo porque (ay de mi!) yo también creo que Paz tiene tanto talento como alegría Tristán. Y eso no se puede decir en voz demasiado alta, ni demasiado a menudo (¡sacrílegaaaa! me llaman por ahí). Siempre ayuda saber que hay más gente que piensa como una... Y no puedo estar más de acuerdo con tu "Julio, si tus personajes hablaran como personas, ya estarías en el Olimpo...", aunque me gusta creer que lo hace a propósito para dar todavía más misticismo (si cabe) a sus films. Besos!
Lapoma, gracias por pasarte por el pisito. Parece que ha servido para algo lo de la Vanguardia... Yo creo que Paz Vega alberga cierto talento (aunque está sobrevalorada), y tiene buenos trabajos, pero este no es uno de ellos. Me indigna más lo de Ulloa, colecciona nominaciones a premios de una manera que no acabo de entender. En cuanto a Medem, es curioso: la película en que sus diálogos suenan más naturales (gracias, en parte, a Bebe) es la peor de su filmografía, "Caótica Ana". Un beso y bienvenida.
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