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PLAGIAR A FAULKNER



El otro día estábamos conversando Alice le Directrice (que, por cierto, está de vacaciones y me ha dejado a cargo del blog en solitario... insensata) y servidor, durante uno de los paseos que los médicos me permiten dar en el jardín, sobre el irrefutable hecho de que, hasta ahora, no habíamos hablado de cine español. Nada. Ni una palabra. ¿Merece el celuloide patrio tamaña desconsideración? Debatimos un rato al respecto, sin acabar de llegar a una conclusión sobre si había mucho dónde elegir, y quiénes y cuántos eran los indiscutibles del cine español que podrían tener cabida en un concepto tan generalista como el de este blog. Luego los enfermeros me llevaron a la celda y no nos quedó otra que dejar el tema pendiente: ¿con quién, o con qué film, abriríamos el primer post sobre cine español?

La respuesta, queridos niños, era obvia e irrefutable. No podía ser de otra manera, y he aquí el resultado. Sólo podíamos inaugurar la cinematografía patria con “Amanece, que no es poco”, el delicioso esperpento de José Luis Cuerda. Con toda seguridad, una de las escasas películas de culto reales del cine español. Una de esas de las cuales la gente que la ha visto, y se ha enganchado, repite una y otra vez líneas de diálogo, y las intercambia con sus congéneres de dicho culto, que dan pie a las réplicas con risas de complicidad. “Amanece, que no es poco” tiene decenas de frases de ese tipo, pero también es una de las rarezas más radicales del cine contemporáneo español, y, sin duda, una hija de los inquietos años ochenta.

El argumento, según sinopsis oficial, es el siguiente: Teodoro es un joven ingeniero que trabaja en la Universidad de Oklahoma y regresa a España para...

Bobadas.

“Amanece, que no es poco” no tiene argumento. No es una historia contada bajo los parámetros clásicos de los tres actos (presentación, nudo y desenlace). Es una sucesión de sketches, diálogos absurdos, situaciones pintorescas y personajes arrolladoramente divertidos, por lo surrealistas. El pueblo en el que se desarrolla la película tiene todos los ingredientes del pueblecito rural stándard de la iconografía typical-spanish: el cura, la guardia civil, el alcalde, el borracho del pueblo, el tonto, el pregonero. Pero ninguna de sus características típicas. Ninguno de los personajes se comporta de la manera que uno podría, digámoslo así, esperar. El maestro da clases a los niños a golpe de “gospel”, como si fuese una Aretha Franklin rural. El borracho se desdobla, literalmente. El cura da misa envuelto en vitores y ovaciones, como si fuese una estrella del pop. Los labriegos que van a trabajar cantando arias de Puccini. El hijo negro de Chus Lampreave (“Parece que tu hijo se está clareando”, “Qué va. Si le vieras las ingles...”). El bar del pueblo en el que se canta ópera de Haendel y la Guardia Civil supervisa y organiza las borracheras. Las elecciones del pueblo, en las que aparte del alcalde (“¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”) se vota a la puta, las adúlteras (seis), el marimacho o la Guardia Civil, e incluso si hay que echar a los pesados visitantes de la universidad americana de Eaton. Los sudamericanos exiliados que “un día van en bicicleta y otro huelen bien”. El escritor argentino al que no se le ocurre otra cosa que plagiar “Luz de agosto”, de William Faulkner (“con la devoción que aquí tenemos por William Fulkner...”, dice José Sazatornil, el cabo santo de la Guardia Civil. Sí, dice “Fulkner”). Podría estar escribiendo hasta que la jefa volviese de vacaciones (ahora que lo pienso...) (vale, no).

Pero sin duda, lo que más ha quedado grabado en las mentes de sus cultistas es, por una parte, esa impagable pareja Antonio Resines-Luis Ciges, y por otra, el apoteósico final. Resines, en el film, es Teodoro, profesor en año sabático de la universidad de Oklahoma. Llega al pueblo en una cutre-moto con sidecar, en el cual transporta a su padre (de nombre Jimmy...), interpretado arrebatadoramente por el grandioso Luis Ciges. Los diálogos entre ellos son delirantes, ingeniosos, absurdos, surrealistas:

-“Papá, ¿por qué mataste a mamá?”
-“Porque era muy mala, hijo”
-“Pero yo la quería”
-“¿Es que no te gusta la moto que te compré?”

Decenas de ellos salpicados por todo el film. En cuanto al final, en el que el pueblo se reúne en el valle al amanecer, y al sol le da por aparecer por el lado contrario, el muy ladino (con un espíritu de contradicción desconocido hasta ahora)... A Saza esa insubordinación le puede, y se lía a disparos contra el sol y el propio esperpento, a los históricos gritos de “¡Ya no aguanto este sin dios! ¡Me cago en el misterio!”. Así, mientras el dios Ra consuma su traición, Valle-Inclán y André Breton, juntos de la mano, sonríen y se alejan del pueblecito. Objetivo cumplido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

te doy totalmente la razon, es una de las pocas peliculas españolas (si exceptuamos cosas de bienvenido mister marshall y algun "satanico y de carabanchel" o "nos hacemos unas pajillas" con perdon, mas modernos) de las que la gente conoce sus frases a modo de muletillas cinematograficas.

De hecho el famoso dialogo padre-hijo de "me respetaras no hijo??" "pero padre, que me esta usted contando" "es que un hombre en la cama es un hombre en la cama", se lo he oido por ahi (no voy a comentar la situacion) a mas de uno y a mas de dos.

Por lo demas que voy a decir de mi paisano el cuerda, una pelicula genial en todos los sentidos. Y si, una pelicula de culto.

marcbranches dijo...

Hostia, Lillo, hasta ahora no había leído el comentario. Estoy más pallá que pacá... reconozco que no conocí la película hasta hace seis o siete años, me la "presentó" un amigo con tal fervor que no pude negarme a verla. El resto es historia.

 
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