
Once upon a time in Hollywood, cuando se les metía en la cabeza hacer un producto comercial, de esos que teletransportan a los consumidores desde sus casas a las salas de cine, pensaban en formulismos como “vamos a arrejuntar a Audrey Hepburn y a Cary Grant por primera vez”, y se lo daban a, pongamos por caso, Stanley Donen. Y este, en lugar de dirigir la película con una mano y cobrar los talones con la otra, iba y se marcaba, pongamos por caso, un homenaje a Alfred Hitchcock. En resultas de lo cualo, el producto comercial saliente de todo ello era una cosa del nivel de, pongamos por caso, “Charada”. Hoy en día, cuando a Jolibud se le mete en la cabeza hacer un producto comercial, de esos que etcétera, piensan en formulismos como “tiene que haber más explosiones y más tetas que en la primera parte”. Doy por sentado que no es menester que desarrolle el resto de la fábula.
Stanley Donen sentía profunda admiración por tito Alfred (lo que le emparenta directamente con su ilustre contemporánea Alice la Directrice), en particular por películas como “Atrapa a un ladrón” y “Con la muerte en los talones”. Así que, cuando Universal presentó este proyecto, no tuvo ninguna duda. Eso sí, “Charada” no es una fotocopia de un thriller de Hitch, ni mucho menos. Tiene personalidad propia; de hecho, se la podría definir como comedia romántica de suspense, gracias, por encima de todo, al guión de Peter Stone, repleto de diálogos punzantes a medida de sus protagonistas. Protagonistas que azuzan el término “comedia romántica” de la definición de género, y cuya reunión en este film resultaba todo un acontecimiento. Nunca habían trabajado juntos, algo no tan extraño si tenemos en cuenta sus 25 años de diferencia de edad; una línea de diálogo de “Charada” hace implícita referencia: - “Olvidas que soy viuda”. - “También lo era Julieta, y tenía 15 años”. - “Yo no tengo 15 años”. - “Ese es el problema. Eres demasiado mayor para mí”. Ya habían tenido la ocasión de trabajar juntos antes, en “Vacaciones en Roma”, pero Grant rechazó el proyecto. Como condición para participar en “Charada”, impuso que el personaje de Hepburn tuviera el arrojo necesario para perseguirle sentimentalmente. Lo cual, desde un punto de vista feminista, no sé cómo definirlo.
Colocadas las piezas, a Donen le queda el trabajo de completar el puzzle, y a fe que lo consigue. “Charada”, la historia de una recién enviudada que descubre que su difunto marido, no sólo era mucho más de lo que parecía, sino que se había guardado en algún sitio 250.000 dólares y hay gente dispuesta a matar para encontrarlos, es un film de ritmo notable y sostenido, elegantemente filmado (elegancia, todo hay que decirlo, en la que mucho tiene que ver la atmósfera parisina), viperinamente embaucador a la hora de hacernos tragar con diversas ruedas de molino, mcguffin postal incluido, y excelsamente acompañado por una banda sonora característica del gran Henry Mancini. El viejo Stan se luce en algunos planos (ese Grant en la penumbra de la vacía habitación de Audrey), y mantiene firme el timón del guión repleto de giros de Peter Stone. Como decíamos, los diálogos son afilados, lo cual facilita el trabajo de Cary Grant, que los arroja como nadie; por lo demás, el ya mayorcete (60 tacos cuando se filmó la película) y legendario actor, y guarden los integristas del clasicismo los machetes, peca de cierta rigidez interpretativa, a pesar de las diferentes capas (y nombres: hasta cuatro) de su personaje. No así la mítica Audrey Hepburn, que aporta la ingenua naturalidad y la caprichosilla elegancia de un personaje que, de alguna manera, mantiene cierto aroma de Tiffany's. Nadie como ella vestía un Givenchy.
No hay buena comedia sin buenos secundarios, y “Charada” gasta unos cuantos, gracias al buen hacer de Stone a la hora de dibujarlos con cuatro trazos, y al del reparto elegido: el trío de facinerosos de segunda que van detrás del cuarto de millón de dólares, encabezado por un amenazador James Coburn (esa escena con las cerillas) y continuado por Ned Glass y George Kennedy, se ganan al espectador desde su primera y bizarra aparición en el funeral del difunto sr. Lampert; Walter Matthau, capaz de provocar la sonrisa con una simple mirada, no necesita esforzarse; pero reconozco cierta debilidad por el gabachísimo inspector Lapierre (Dominique Minot), incapaz de entender a esos locos americanos con tendencia a asesinar a personas con pijama.
Es curioso. “Charada”, que desde un punto de vista actual podría verse afectada por su ingenuo romanticismo, aguanta a la perfección el paso del tiempo,a pesar de que no es, desde luego, una obra maestra, y tampoco quiere serlo. En cambio, su secuela, rodada hace un par de años por el otrora visionario Jonathan Demme, y que en su momento ya apaleó convenientemente la Directrice, huele a puro geriátrico. Pretende ser moderna, pero es vieja de espíritu. Las jodidas secuelas, que suelen dejar ídems en la masa encefálica de los espectadores...