Y si no lo eres (que poco te falta), hiciste una de las comedias más perfectas de todos los tiempos: Some like it hot (o si lo preferís, Con faldas y a lo loco, que los traductores sí que no son perfectos).
Es curioso como, siendo fiel a todas sus obsesiones de siempre,(la mentira, el juego de identidades o las desviaciones sexuales), Wilder dirigió una de sus películas con más homenajes cinematográficos de todas las de su carrera. Para empezar, a su admirado maestro, Lubitsch. Son abundantes las escenas con el famoso “toque Lubistch”, pero entre todas yo me quedaría con una, en la que usa la elipsis del mismo modo que Lubitsch usaba las puertas: el tango de Jack Lemmon y Joe E. Brown. Primero vemos que Daphne (Lemmon) tiene una flor en el escote, cambiamos de escena, y a la que volvemos la lleva en la boca, nuevo cambio y finalmente acaba en la oreja de Osgood, dejando a la imaginación del espectador cómo ha ido cambiando de sitio. Pero, aparte de eso, hay referencias a las bañistas de Mack Sennet o al cine de gangsters, especialmente Scarface, no siendo casualidad la presencia de George Raft.
El tema del travestismo era muy habitual en el cabaret berlinés, que Wilder conoció muy bien; temeroso de que no funcionara bien una película en color sobre el tema, ya que el maquillaje podría resultar demasiado exagerado, decidió hacerla en blanco y negro, lo que fue un acierto, ya que termina de darle ese aire de época de las películas que homenajea.
Es modélico su sentido del ritmo; en una de las escenas más hilarantes, cuando Daphne confiesa a Josephine que Osgood se le ha declarado, los diálogos son tan sumamente divertidos que las risas que producían impedían oírlos en su totalidad; para impedirlo, las frases quedaron convenientemente separadas por Lemmon tocando las maracas , con lo que el efecto no sólo se consigue, sino que lo aumenta.
Tony Curtis interpreta tres papeles, el saxofonista Joe, acostumbrado a aprovecharse siempre de las mujeres, Josephine, y el millonario heredero de la Shell Oil; siguiendo con el juego de homenajes, para este último personaje Curtis quiso imitar a su admirado Cary Grant.
Todo lo que pueda decirse de Jack Lemmon es poco, porque está sencillamente bestial, divertidísimo e insuperable; hecho un lío constante sobre cual es su sexo (“Soy un hombre, soy un hombre”, “Soy una mujer, soy una mujer”); ésta fue su primera colaboración con Wilder, y desde entonces se convirtió en su actor favorito.
Y ahora unos momentos de reflexión para ella, la maravillosa Marilyn Monroe. Poco importa que tuvieran que hacer cuarenta y siete tomas de •Soy yo, Sugar”, o cuarenta de “¿Dónde está el bourbon?”,que se viera gorda en la pantalla, o que sus retrasos fueran tan constantes y habituales que –según Billy- le dio tiempo a leer Guerra y Paz, Los Miserables y Hawai, jugar al poker y ponerse moreno. Comentarios como esos provocaron una batalla epistolar entre Arthur Miller (por aquel entonces marido de Marilyn), y Wilder, que Billy dio por zanjada con la siguiente carta: “Querido Arthur. Para acelerar el entierro del hacha de guerra, reconozco sin vacilación que Marilyn es una buena esposa y una personalidad única y que yo soy un perfecto animal. Pero, en las palabras inmortables de Joe B. Brown, nadie es perfecto. Acabo con esto.” Pero como lo que realmente es el resultado, desde el primer momento en que aparece caminando en la estación “como si llevara un motor” se apodera de la película y nadie puede imaginarse a otra Sugar que no sea ella: dulce, ingenua, volcánica y siempre enamorándose de quien no toca.
La frase final, que ha quedado como una de las mejores de la historia del cine, fue una decisión provisional; ya era tarde, estaban cansados y dejaron de momento esa, a la espera de alguna mejor. ¿Casualidad? ¿suerte? No, sencillamente se ha de ser Billy Wilder.
Es curioso como, siendo fiel a todas sus obsesiones de siempre,(la mentira, el juego de identidades o las desviaciones sexuales), Wilder dirigió una de sus películas con más homenajes cinematográficos de todas las de su carrera. Para empezar, a su admirado maestro, Lubitsch. Son abundantes las escenas con el famoso “toque Lubistch”, pero entre todas yo me quedaría con una, en la que usa la elipsis del mismo modo que Lubitsch usaba las puertas: el tango de Jack Lemmon y Joe E. Brown. Primero vemos que Daphne (Lemmon) tiene una flor en el escote, cambiamos de escena, y a la que volvemos la lleva en la boca, nuevo cambio y finalmente acaba en la oreja de Osgood, dejando a la imaginación del espectador cómo ha ido cambiando de sitio. Pero, aparte de eso, hay referencias a las bañistas de Mack Sennet o al cine de gangsters, especialmente Scarface, no siendo casualidad la presencia de George Raft.
El tema del travestismo era muy habitual en el cabaret berlinés, que Wilder conoció muy bien; temeroso de que no funcionara bien una película en color sobre el tema, ya que el maquillaje podría resultar demasiado exagerado, decidió hacerla en blanco y negro, lo que fue un acierto, ya que termina de darle ese aire de época de las películas que homenajea.
Es modélico su sentido del ritmo; en una de las escenas más hilarantes, cuando Daphne confiesa a Josephine que Osgood se le ha declarado, los diálogos son tan sumamente divertidos que las risas que producían impedían oírlos en su totalidad; para impedirlo, las frases quedaron convenientemente separadas por Lemmon tocando las maracas , con lo que el efecto no sólo se consigue, sino que lo aumenta.
Tony Curtis interpreta tres papeles, el saxofonista Joe, acostumbrado a aprovecharse siempre de las mujeres, Josephine, y el millonario heredero de la Shell Oil; siguiendo con el juego de homenajes, para este último personaje Curtis quiso imitar a su admirado Cary Grant.
Todo lo que pueda decirse de Jack Lemmon es poco, porque está sencillamente bestial, divertidísimo e insuperable; hecho un lío constante sobre cual es su sexo (“Soy un hombre, soy un hombre”, “Soy una mujer, soy una mujer”); ésta fue su primera colaboración con Wilder, y desde entonces se convirtió en su actor favorito.
Y ahora unos momentos de reflexión para ella, la maravillosa Marilyn Monroe. Poco importa que tuvieran que hacer cuarenta y siete tomas de •Soy yo, Sugar”, o cuarenta de “¿Dónde está el bourbon?”,que se viera gorda en la pantalla, o que sus retrasos fueran tan constantes y habituales que –según Billy- le dio tiempo a leer Guerra y Paz, Los Miserables y Hawai, jugar al poker y ponerse moreno. Comentarios como esos provocaron una batalla epistolar entre Arthur Miller (por aquel entonces marido de Marilyn), y Wilder, que Billy dio por zanjada con la siguiente carta: “Querido Arthur. Para acelerar el entierro del hacha de guerra, reconozco sin vacilación que Marilyn es una buena esposa y una personalidad única y que yo soy un perfecto animal. Pero, en las palabras inmortables de Joe B. Brown, nadie es perfecto. Acabo con esto.” Pero como lo que realmente es el resultado, desde el primer momento en que aparece caminando en la estación “como si llevara un motor” se apodera de la película y nadie puede imaginarse a otra Sugar que no sea ella: dulce, ingenua, volcánica y siempre enamorándose de quien no toca.
La frase final, que ha quedado como una de las mejores de la historia del cine, fue una decisión provisional; ya era tarde, estaban cansados y dejaron de momento esa, a la espera de alguna mejor. ¿Casualidad? ¿suerte? No, sencillamente se ha de ser Billy Wilder.
6 comentarios:
Pues sí. En una palabra: perfecta.
Saludos
Alicia, los que amamos a Wilder por encima de todos los demás, creo que colocamos esta pieza maestra en uno de los lugares más destacados de toda su obra.
En nuestro altar cinéfilo particular no se si esta peli sería el retablo principal o cuanto menos la colocararía en el lugar más privilegiado.
Aun a riesgo de parecer jilipollas contando batallitas de mis pelis de adolescencia y juventud te diré que cuando Marilin canta "I wanna be loved by you", no sé porqué extravío de mis ojos la ví desnuda. Salí del cine alucinado y en estado de shock. Aquella noche el cuadro del corazón de jesús, que me miraba desde la cabecera de la cama estaba volcado de espaldas....ejen, ejen.
Bueno hay otras dos comedias de Wilder que no son tan conocidas, y que hay que aconsejar encarecidamente a quien no las haya visto: "Uno, dos, tres" y "Bésame tonto". En fin, ponerse a hablar de este hombre es no terminar.
Seguiremos hablando de él.
Un abrazote.
Gran película, enorme comedia: talento a espuertas sin resquicio alguno.
Muy interesante todo el anecdotario con que has trufado el comentario, Alicia.
Saludos.
Efectivamente, Möbius, es sencillamente perfecta, ni más ni menos.
Yo adoro a Billy Wilder, Antonio, pero te aseguro que me sería muy difícil elegir una película suya sobre las demás. Un, dos, tres es magnífica, con uno de los ritmos de diálogos más rápidos de la historia del cine, y Bésame, tonto, pese a que fue destrozada por la censura tiene su mala idea habitual. A rezar dos padrenuestros y tres avemarias por tener pensamientos pecaminosos con Marilyn, diosa entre las diosas.
Me alegra que te hayan gustado las anécdotas, Josep. Billy era tan ingenioso que hacía que sus rodajes fueran tan divertidos como sus películas
Que decir de esta obra maestra que es Con Faldas y a lo Loco... no hay palabras. Una de las más grandes comedias de la historia del cine, es perfecta y divertidísima, siempre consigue hacerme reir, y eso que la he visto montones de veces, sobre todo esa escena que mencionas de Jack Lemmon y las maracas. Es genial.
Ya sabes tú bien que adoro a Billy Wilder igual que tú, y también me sería dificilísimo decidirme por una de sus películas, aunque Con Faldas y a lo Loco estaría decididamente entre mis favoritas, junto con Perdición, El Crepúsculo de los Dioses, El Apartamento....
Uno, Dos, Tres y Bésame Tonto me parecen divertidísimas las dos, y puestos a recomendar películas suyas que quizá no sean de las más conocidas, a mi me encantan La Vida Privada de Serlock Holmes y Avanti.
¡Que grande eras, Billy!
Por no hablar de Testigo de cargo, Laura, que es otra maravilla. Billy era muy, muy grande, y por eso tenemos la misma religión que Fernando Trueba.
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