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1984, RÍO DE JANEIRO, BRAZIL


Distopía: utopía perversa en la que la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal.

El concepto de sociedad distópica ha alimentado las ficciones literaria y cinematográfica desde tiempos inmemoriales (uséase, desde que la Directrice dejó el chupete). “La máquina del tiempo” de H.G. Wells, “1984” de Orwell, “Farenheit 451” de Bradbury han engalanado distópicamente la literatura -y el cine, a través de sus adaptaciones-; “Metrópolis” de Fritz Lang o “Mad Max” de George Miller nos han hecho reflexionar sobre las posibilidades de sociedades alternativas, políticas totalitarias, falsas democracias y tendencias apocalípticas en aquello que nos ocupa, el cine. Quizás el único que se ha enfrentado a esta noción ficticia dos veces, con perspectivas muy distintas pero igualmente desasosegantes, es el loco visionario de Terry Gilliam. De “Doce monos” ya hablamos en su momento, así que hoy nos paseamos por su primera intentona distópica, la alucinógena “Brazil”, de la que, por cierto, Gilliam reconoció que se inspiró en "1984" a pesar de NO HABERLA LEÍDO...

“Brazil” no es un film sencillo de digerir, y el tiempo no la ayuda. Hoy en día se hace difícil pensar en que permanezca incólume la capacidad hipnótica y abrasiva, a la vez, de su diseño de producción, mucho más presupuestariamente limitado de lo que pudiera parecer en una visión superficial. Lo que sí queda es la visión pesadillesca de Gilliam, el apabullante esperpento que reina a sus anchas por la película, y la óptica extraordinariamente crítica hacia el desarrollismo impenitente y deshumanizador al que se aboca el ser humano. La historia de Sam Lowry (Jonathan Pryce), un chupatintas soñador con enchufe maternal que, a causa de una mujer a la que identifica como la de sus sueños, pasa de la tediosa rutina oficinista a una aventura en camino contrario a las estructuras de poder, es lo de menos. Lo importante, en este caso, es el significante, el diseño de ese mundo paralelo en el que nos sumerge, y de qué manera, Gilliam. Su sociedad “brasileña” está llena de tuberías, maquinaria pesada, estructuras de nave industrial, bujías, chisporroteos, edificios elefantiásicos y, por encima de todo, burocracia y más burocracia. Documentos, papeles compulsados, recibos de los recibos, la sociedad gilliamiana se encuentra bajo la guillotina del papeleo funcionarial, y no encuentra más salida a ese totalitarismo que la vanidad y el escapismo superfluo; eso sí, para que el dominio sea más efectivo, nada mejor que una desconocida amenaza terrorista que justifique los desvaríos gubernamentales en nombre de la ley: Guantánamo versión Gilliam. Una burguesía absolutamente deshumanizada domina el cotarro, en la que los artistas de prestigio son los cirujanos plásticos, y en la que los niños les piden a los Reyes Magos una tarjeta de crédito. Y esto último, no sé por qué, no me parece algo tan distópico...

“Brazil” es, pues, una especie de gran tebeo de Ibáñez en el que cada viñeta necesita la escrupulosa atención del lector para descubrir todos los detalles que el autor ha desperdigado. El ex-Monty Python, en este sentido, es enfermizamente escrupuloso, y no deja puntada sin hilo: desde las oficinas masificadas de funcionarios y fotocopias (tan inservibles los unos como los otros) hasta las carreteras infestadas de vallas publicitarias, pasando por los claustrofóbicos y antiergonómicos cuartuchos de trabajo del Departamento de Recuperación de Información. Y en segundo o tercer plano, un perro con el ano convenientemente tapado con esparadrapo o un cartel de oferta de vacaciones con la leyenda “Lujo sin miedo. Diversión sin sospecha”, nimiedades que retratan a la perfección qué es esa sociedad que nos están definiendo. El pobre Sam, en su desesperada huida hacia adelante, va abriendo los ojos ante lo que no es más que la pesadilla en gran angular que se antepone a sus sueños de libertad y amor.

Por desgracia, todo este esfuerzo de delineante meticuloso y enfermizo se cobra algunas víctimas, la principal de ellas es la narrativa. “Brazil” tiene serios problemas de ritmo y de interés, puesto que a Gilliam no parece interesarle demasiado el contar una historia hilvanada. La relación de Sam con Jill (Kim Greist) no hay por donde cogerla, más teniendo en cuenta que es el detonante del “despertar” de Sam; y, en ocasiones, da la impresión de que la historia avanza a bandazos, desconectando al espectador de la historia. Las escenas oníricas recuerdan mucho a otros filmes anteriores y posteriores de Gilliam, en especial a las de “El rey pescador”; por otra parte, destacar la presencia en pequeños papeles de actores de prestigio tales como Ian Holm, Bob Hoskins o un sorprendente Robert de Niro en el curioso papel del rebelde antisistema Harry Tuttle, quien desafía al gobierno desde su peligrosísima actividad como operario independiente de aire acondicionado.

Si damos por supuesto que “Brazil” es más autobiográfica de lo que pudiera parecer un principio (la quijotesca lucha del soñador contra la opresiva realidad, en el caso de Terry Gilliam llamada Industria Cinematográfica), es evidente que la película acaba coherentemente. “Brazil”, la canción, suena ahogada en una inmensa sala de torturas, como último reducto de lo que una vez fue el sueño de alcanzar, surcando el aire, la utópica isla de Brazil. El país.

5 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Brillante texto, como siempre, compa Marc. La peli no la he visto, pese a que bien me consta que es uno de esos títulos al que la etiqueta "de culto" no le viene ni ancha ni larga. Será cuestión de comprobar si, pese a esas pegas narrativas que apuntas, se la tiene, o no, bien ganada.

Un fuerte abrazo y buena semana.

marcbranches dijo...

Lo de peli de culto lo tiene ganado a pulso, ni que sea a golpe de bizarrismo. Merece la pena, aunque a veces parezca un poco larga; tiene muchísimos detalles en los que fijarse, y no sólo de diseño de producción. Magnífica la manera, por ejemplo, de escenificar el complejo de Edipo de Sam en la onírica escena final. Saludos, joven.

ANRO dijo...

Vamos a ver, señor Marcbranches qué diablos es eso de andar siempre metiéndote con tu jefa, la muy honorable y dilectísima Directrice. Ojo al parche, y cuidadito, que la cosa no está para tangos...ya sabes, los despidos, la crisis....y te puedes ver en la puta calle. ¡Estas advertido!

Sí señor, estás en lo cierto con todo lo que dices acerca de "Brazil". Me ha hecho mucha gracia esa comparación con las viñetas de Ibáñez, je, je.
Me has dado la idea de volver a verla. Hace mucho tiempo que no la visiono.
Un abrazote.

Möbius el Crononauta dijo...

Jase tiempo que no la veo. Pero en su día me gustó de primeras, así, visionario que es uno.

Muy bien muy bien, sisisís.

Saludos

marcbranches dijo...

Anro, que me eche, que me eche, si hay güefs. Que le lanzaré la jauría de abogados que tengo a mi disposición y le sacaré hasta las cremas antiarrugas que ocupan todo un armario en su cuarto de baño...

Mobius, a mí me gustó más la primera vez que la vi que la última. recuerdo que el final me dejó bastante chafado, no me lo esperaba. Saludos.

 
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