Billy Wilder fue uno de los grandes maestros de la comedia. Bueno, fale, dacuerdo, por supuesto… pero fue mucho mas que eso ¿Cómo sino podría haber hecho –por ejemplo- una de las películas más negras del cine negro? Porque Perdición es negro azabache oscuro, oscurísimo, además de ser una auténtica “pata negra” del género: novela de James M. Cain, y guión escrito al alimón entre Billy y Raymond Chandler. No se puede pedir mas pedigree.
Un coche va a toda velocidad hasta que llega a un edificio y un hombre tambaleante entra en él. El recepcionista tiene la típica conversación de ascensor con él mientras le sube a una planta, pero aún así puede apreciar que no se encuentra bien. Por fin entra en un despacho, se sienta y tras encender un cigarrillo se pone a hablar a una grabadora. Excelente arranque y excusa para justificar el uso de la voz en off, que a partir de entonces nos explicará toda la historia (¿toda? Yo diría que se ha callado cosas expresamente, pero podemos deducirlas con facilidad).
¿Se puede tener un trabajo más aburrido que ser vendedor de seguros? No me respondáis todos a la vez, que sé que sí, pero Walter (un Fred MacMurray sorprendentemente convincente) digamos que no es demasiado convencional, ya que su lengua es tan cortante como la de Philip Marlowe (¿porqué será?).Digamos que estaba cansado, que hacía mucho calor (una justificación muy manida del cinema noir)… pero en realidad basta que una femme fatale como Phyllis (Barbara Stanwyck),con pelucón y una pulsera en el tobillo irrumpa en su vida para que se despierten en él sus instintos criminales. No hace falta que sea una mujer de bandera, todo es una cuestión de estilo (parodiando a Jessica Rabbit, no es que sea mala, es que la escribieron así), y esta mujercita demuestra ser una de las mayores manipuladoras del cine negro. Por eso el asesinato no es mostrado, sino que se limitan a enfocar un primer plano de ella, con expresión ansiosa, cómo cierra los ojos al oír un golpe y finalmente como esboza una ligera y enigmática sonrisa. Chapeau, madame.
La pareja protagonista tiene tan pocos escrúpulos que en su relación no hay espacio para la ternura; por eso difícilmente el espectador puede identificarse con ello, el único que gana nuestras simpatias es el personaje que interpreta el gran Edward G. Robinson, Barton,(demostrando que no hay papeles pequeños) de honrado agente de seguros con un “enanito” en el estómago que le avisa cuando un cliente quiere engañar a la compañía. Su relación con Walter es una de las grandes bazas de la película y su eterno juego con las cerillas es una de las constantes que tendrá su perfecta variación en la escena final. Añadamos una escena tan vista en otras ocasiones como la de unas personas que intentan huir en coche pero éste no arranca, que aquí consigue unos efectos dramáticos de primera clase.
Y si la película empieza de maravilla, el final se encarga de poner el broche de oro. Walter intenta huir, pero está demasiado débil y cae al suelo. Barton se acerca a él, Walter saca un cigarrillo ensangrentado de su bolsillo, Barton se lo enciende y Walter murmura “Yo también te quiero”. Por si no lo había dicho nunca, repito: ¡Qué grande eres, Billy Wilder!
Un coche va a toda velocidad hasta que llega a un edificio y un hombre tambaleante entra en él. El recepcionista tiene la típica conversación de ascensor con él mientras le sube a una planta, pero aún así puede apreciar que no se encuentra bien. Por fin entra en un despacho, se sienta y tras encender un cigarrillo se pone a hablar a una grabadora. Excelente arranque y excusa para justificar el uso de la voz en off, que a partir de entonces nos explicará toda la historia (¿toda? Yo diría que se ha callado cosas expresamente, pero podemos deducirlas con facilidad).
¿Se puede tener un trabajo más aburrido que ser vendedor de seguros? No me respondáis todos a la vez, que sé que sí, pero Walter (un Fred MacMurray sorprendentemente convincente) digamos que no es demasiado convencional, ya que su lengua es tan cortante como la de Philip Marlowe (¿porqué será?).Digamos que estaba cansado, que hacía mucho calor (una justificación muy manida del cinema noir)… pero en realidad basta que una femme fatale como Phyllis (Barbara Stanwyck),con pelucón y una pulsera en el tobillo irrumpa en su vida para que se despierten en él sus instintos criminales. No hace falta que sea una mujer de bandera, todo es una cuestión de estilo (parodiando a Jessica Rabbit, no es que sea mala, es que la escribieron así), y esta mujercita demuestra ser una de las mayores manipuladoras del cine negro. Por eso el asesinato no es mostrado, sino que se limitan a enfocar un primer plano de ella, con expresión ansiosa, cómo cierra los ojos al oír un golpe y finalmente como esboza una ligera y enigmática sonrisa. Chapeau, madame.
La pareja protagonista tiene tan pocos escrúpulos que en su relación no hay espacio para la ternura; por eso difícilmente el espectador puede identificarse con ello, el único que gana nuestras simpatias es el personaje que interpreta el gran Edward G. Robinson, Barton,(demostrando que no hay papeles pequeños) de honrado agente de seguros con un “enanito” en el estómago que le avisa cuando un cliente quiere engañar a la compañía. Su relación con Walter es una de las grandes bazas de la película y su eterno juego con las cerillas es una de las constantes que tendrá su perfecta variación en la escena final. Añadamos una escena tan vista en otras ocasiones como la de unas personas que intentan huir en coche pero éste no arranca, que aquí consigue unos efectos dramáticos de primera clase.
Y si la película empieza de maravilla, el final se encarga de poner el broche de oro. Walter intenta huir, pero está demasiado débil y cae al suelo. Barton se acerca a él, Walter saca un cigarrillo ensangrentado de su bolsillo, Barton se lo enciende y Walter murmura “Yo también te quiero”. Por si no lo había dicho nunca, repito: ¡Qué grande eres, Billy Wilder!
8 comentarios:
Perdona, Alicia, pero no veo nada sorprendente en el trabajo de MacMurray.
Está claro que era un actor de una pieza, con muy mala suerte en los papeles que le confiaban.
El ojo clínico del gran Billy lo caló y por duplicado, pues años más tarde, en El Apartamento, también se luce.
La película es fantástica como no podía ser menos: con todos esos mimbres, para que saliera un mal cesto, en la época dorada de Hollywood pocos la hubieran pifiado.
Cualquier día un inepto decidirá hacer un remake y ya verás lo que pasa...
Saludos.
Otra de las grandes, grandes, grandísimas, compa Alicia. Perdí hace ya años la cuenta de las veces que la he visto, pero es que no me canso de hacerlo, de disfrutar de su sutileza, de regodearme en lo morboso de su malevolencia. Y, eso sí, como bien apunta Josep, seguro que algún día, llega algún desgraciado y la jode bien jodida -ya se viene amenazando hace tiempo con Testigo de cargo, y ésta no sería de extrañar que le fuera a la zaga, y prontito-.
Un fuerte abrazo.
Si me pareció sorprendente la actuación de MacMurray, Josep, no es proque me pareciera mal actor, sino porque el personaje requería alguien muy duro y sarcástico, y esas cualidades no parecían las habituales en él. Desde luego, da miedo el pensar la cantidad de talento que había en Hollywood en esa época, pero no necesariamente implicaba que el resultado saliera bien. Desde luego en este caso funcionó de maravilla.
Manuel, elogiando a uno de mis dioses particulares ganas muchos puntos, así que sigue así, que vas por buen camino
Es curioso que las dos películas que mencionaís (Perdición y Testigo de cargo) han sido adaptadas a la televisión con guión del propio Billy
¡Que grande era! En verdad. No solo creo una maravilla que recuerdo ver continuamente llamada Double Indemnity, sino que fue el creador del que muchos expertos (no yo) aseguran es el mejor remate o final de una cinta: el de Some like it hot, con su "nobody's perfect"... Absurdamente magnifico (mi humilde opinion, verdad)
No sólo eso, Ad, dirigió esa maravilla de cine dentro del cine de El crepúsculo de los dioses, la mejor versión de Sherlock Holmes en La vida privada de Sherlock Holmes... Billy Wilder fue muy, muy grande
Pobre Fred McMurray, vale que no es G. Robinson, pero de ahi a sorprender...
¡negrísima película! Me gustaría creer en Dios para agradecérselo..
Bueno, Alicia, hay que ver, últimamente pareces empeñada en comentar algunas de mis películas favoritas. Si hace poco comentabas Rebeca, ahora le ha tocado el turno nada menos que a Perdición, clasicazo del cine negro donde los haya y una de mis favoritas de Dios... digo, Billy Wilder, probablemente junto con El Crepúsculo de los Dioses, Con Faldas y a lo Loco y El Apartamento... claro que también me encantan En Bandeja de Plata, o La Vida Privada de Sherlock Holmes, o Avanti, o Testigo de Cargo... y no sigo, que a este paso enumero toda su filmografía. Es que me encanta Billy Wilder (no se si se ha notado).
Centrándome en Perdición, la considero una auténtica obra maestra. Todo en esta película funciona a la perfección, desde su magnífico guión hasta las interpretaciones del trío protagonista. Es verdad que este personaje supuso todo un cambio de registro para Fred MacMurray, y lo bordó. La gran Barbara Stanwyck bordó también su personaje: la "femme fatale" por excelencia, y Edward G. Robinson... que voy a decir de él: este hombre hacía maravillas con cualquier personaje que tuviera entre manos.
Por cierto, y en cuanto a Con Faldas y a lo Loco y su mítico final, hace un tiempo leí una biografía sobre Billy Wilder y me sorprendió leer que el famosísimo "nadie es perfecto" fue escrito en principio de manera provisional, a la espera de que a Wilder y a su colaborador I.A.L Diamond se les ocurriera algo mejor. Al final no se les ocurrió nada y decidieron dejarlo tal cual. Evidentemente, resulto el broche de oro de una de las mejores comedias de la historia del cine.
Saludos!
Como yo sí creo en Dios, Möbius, al igual que creía Trueba, le doy las gracias a Billy por haber existido y haber hecho maravillas como esta
Si coincidimos es porque tenemos buen gusto, Laura, ya lo sabes. Curiosamente, el final de Perdición no era el que vemos en la actualidad, sino que se veía a Edward G. Robinson contemlando como ejecutaban a MacMurray en la cámara de gas; desde luego el definitivo es muchísimo mejor, y lo mismo puede decirse de Con faldas y a lo loco, aunque en un principio fuera una frase provisional, ya que era muy tarde y estaban cansados, al final resultó ser el final perfecto
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