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ASESINATO DE ESTADO







Sister I won’t ask for forgiveness/ My sins are all I have

Un ripio del tema de tito Bruce (el OTRO tito Bruce) que resulta muy definitorio de la personalidad de Matthew Poncelet, el chulesco y condenado amago de James Dean al que interpreta Sean Penn en la película “Pena de muerte”, de Tim Robbins (título español más evidente y menos contundente que el original “Dead man walking”), un extraordinario ejercicio de reflexión objetiva del sr. Sarandon sobre un tema tan espinoso como la pena capital. Tim Robbins, todo un icono de la cultu-izquierda americana (uséase, universal) del cual poco podía hubiera esperado uno en sus inicios si se atenía a la expresión bovina de su personaje en “Los búfalos de Durham”, había dado arranque a su carrera como director con el falso documental político “Ciudadano Bob Roberts” (reseña linterniana aquí), toda una demostración de nervio formal e ideológico que debería formar parte del índice del temario de cualquier escuela de cine que se precie; Robbins se posicionó políticamente desde una mirada propia en un espejo cóncavo, sin ahorrar munición en su afán ametrallador, del que no se libraron los (supuestamente) más afines a sus ideas. Con “Pena de muerte”, un film muy diferente, en todos los sentidos, a su antecesor, Robbins reafirma su voluntad de alejarse de maniqueísmos, sin que eso determine una falta de posicionamiento o una confusa y calculada ambigüedad; una cosa es tomar postura y otra muy diferente ser maniqueo: abajo el prejuicio, viva el postjuicio. En “Pena de muerte”, Tim Robbins trata de tomar partido desde el mismísimo entresijo del conflicto, y nunca antes de entrevistarse con todos los agentes del mismo para hacerse con el mayor número de piezas del puzzle posibles, y a partir de ahí edificar el teorema que, en cualquier caso, nunca será enunciado explícitamente, puesto que su intención es que el espectador saque sus propias conclusiones. Aunque con trampa, eso sí... Voy a por unos Cheetos y una Mirinda limón.

Marcbranches returns. Hablemos de cine: “Pena de muerte” es una extraordinaria película. No hay mucho que explicar sobre el argumento, supongo: reo conoce a monja, reo es condenado a muerte, monja conoce a padres asesinados por reo, madre de reo... vale, está bien, es un poco más complicado que eso. Pero no mucho más. Basada en la experiencia personal de Helen Prejean, nos muestra como dicha monja (la sra. Robbins, merecidísimo Oscar, qué mirada) se enfrenta a los demonios personales del condenado a muerte Matthew Poncelet (soberbio Sean Penn), a los fríos recovecos legales de la pena capital, y a los padres de las dos víctimas de Poncelet (aunque él niega la mayor: de hecho, la duda sobre si fue el verdadero autor de los crímenes es el mcguffin de la cinta), plenos de rabia, dolor e incomprensión. Helen Prejean se ve envuelta sin pretenderlo (“me siento atrapada, más que impulsada” contesta a su madre cuando le requiere, preocupada, por la causa de sus desvelos por Poncelet) en una vorágine de sinsentido inopinadamente surrealista (los toques de humor con los que Robbins salpica la primera mitad del film dan buena cuenta de ello) a la que la buena mujer opone su mirada limpia e inocente de católica convencida. Entre los múltiples obstáculos que se encuentra (política, la propia postura de la iglesia), el mayor es el propio Poncelet, un arrogante y paleto chulito de pueblo que acude a ella en busca de redención gratuita-pasepernocta, sin darse cuenta de que esa redención sólo la puede obtener desde la asunción de sus pecados (Prejean dixit) (a mí no me miren, que soy ateo). Robbins se preocupa en mostrarnos las caras del dolor de las víctimas, una más radical encarnada en los Percy, y otra que intenta sobrepasar la rabia irracional de la pérdida, representada por el sr. Delacroix. “Pena de muerte” se empeña en mostrarnos hasta los más nimios detalles del gélido proceso administrativo de la ejecución de estado, para que compartamos el espanto de Helen Prejean ante la frialdad del procedimiento, hasta llegar al clímax final, en el que Robbins no se ahorra ningún detalle de la ejecución (y eso que eligió, con toda la intención, la inyección letal, la más “humana”...) sin valerse de efectismos: así, consigue que nuestro espanto sea auténtico, y no prefabricado. Aunque...

Antes hablé de una pequeña trampa de tito Tim. Aviso que destripo el final: no quiero reclamaciones ni querellas, que los abogados están por las nubes. La trampa es el arrepentimiento final de Poncelet, que reconoce su culpabilidad y suplica perdón, en su último discurso (ya atado y en postura de crucifixión, nada menos); con este golpe, el actor-director americano facilita nuestra identificación final con el condenado a muerte. Un pecadillo venial, como mucho, que no perjudica la valentía de la propuesta. Como detalles a destacar, no puedo pasar por alto ni la gran banda sonora (el Boss, Peter Gabriel, Nusrat Fateh Ali Khan, Eddie Veder...) ni la nueva aparición de un jovencísimo y deshinchadísimo Jack Black, el actor fetiche de Robbins, aunque parezca mentira: ha estado en sus tres películas como director. El único que ha repetido en las tres, junto a... cómo se llama esa actriz... bueno, ya me saldrá.

4 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Excelente reseña, compa Marc, de una no menos extraordinaria película: uno de mis títulos de cabecera, de los contaditos, no sólo por su tremenda valía fílmica (indiscutible, creo), sino también por sus implicaciones temáticas (he trabajado durante muchos años en el tema, y es algo que me toca la fibra sensible de una manera muy particular). Muchas gracias por las palabras que le dedicas; ah, y magnífico el apunte que haces, al hilo de éste, sobre ese otro peliculón, desde sus formas de film menor, que es Ciudadano Bob Roberts: qué lástima que no se le dé más aire a una peli como ésa -pero, claro, hay que entender que no resulte nada cómoda para muchíiiiiiiisima gente...-.

Un abrazo.

marcbranches dijo...

Hola Manuel, me alegro de que te haya gustado el post. "Pena de muerte" es una de las películas qué más me ha impactado en un cine, salí sudando de la sala. En cuanto a "Bob Roberts", es una película injustamente desconocida, y que entiendo como una de las cumbres del cine político. Saludos.

Laura Hunt dijo...

A mi también me impactó muchísimo esta película, recuerdo que salí del cine con las rodillas temblando y un nudo en la garganta... ¡todavía no la he vuelto a ver!

Creo que es, probablemente, la película que mejor ha tratado el tema de la pena de muerte. Me gusta el hecho de que, en este caso, el condenado sea culpable, y que no sea precisamente simpático. En ese sentido, es la película más honesta que yo recuerde sobre el tema. Y Susan Sarandon y Sean Penn nos regalan dos de sus interpretaciones más intensas... que ya es decir.

Por cierto, Ciudadano Bob Roberts me parece genial también. Tim Robbins no se en que andará últimamente, pero debería dirigir más películas... y también actuar en más películas, que es un peazo de actor.

(y a todo esto... ¿existen todavía las mirindas???)

marcbranches dijo...

No, maldición, Laura, no existen ya las mirindas, por lo menos que yo sepa... ha sido un apunte nostálgico-snif. En cuanto a Robbins, suscribo lo dicho por ti, y añado a título informativo que tito Tim aparecerá (sin acreditar) en... ¡"Grindhouse"! No conozco planes como director, por desgracia.

 
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