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REBELDE CON CAUSA


Opera prima (Episodio 2.0: Live Free or Nouvelle Vague)

Si en el episodio anterior nos referíamos al pistoletazo de salida de un director reciente, hoy nos tiramos de cabeza, no sólo al debut de un afamado director, sino, por ende, al movimiento de apertura de una de las corrientes cinematográficas más influyentes de la historia del cine: la francesísima “Nouvelle vague”. Junto a “À bout de souffle”, de Jean-Luc Godard, e “Hiroshima mon amour”, de Alain Resnais, todas realizadas en pelotón en 1959, “Los cuatrocientos golpes” de François Truffaut dio puso en el disparadero a uno de los movimientos artísticos más prestigiosos del siglo XX (ojo que viene momento pedagógico-Libro Gordo de Marcbranches), envuelto en una coyuntura de renovación del cine europeo que ya había dado señales de vitalidad en Inglaterra e Italia, con el Free Cinema y el Neorrealismo. Le Gabachè Republique no podía ser menos, y, amparados por unas férreas políticas de proteccionismo estatal (la llamada Ley de Desarrollo del Cine), el apoyo de sus festivales (Cannes, por supuesto, a la cabeza) y del empuje de la revista “Cahiers du Cinéma”, reconceptualizaron el cine de autor desde unas fuertes posiciones teóricas desarrolladas, entre otros sitios, en dicha revista, y, en definitiva, hicieron historia. ¿A que parece que sé de lo que hablo? Pues nada, para no echar a perder esa impresión, os remito al enlace de la Wiki de la dichosa NV, que para eso los pongo, leche... Y a todo eso, ¿a qué había venido yo hoy aquí? Me hago mayor...

Ah, eso, “Los cuatrocientos golpes” de Truffaut. El reverso adulto, intelectualizado y desapasionado del “Rebelde sin causa” de Nicholas Ray. El primer acto de las andanzas de Antoine Doiniel, un personaje al que seguirá Truffaut durante toda su filmografía, siempre interpretado por Jean-Pierre Léaud, en un insólito ejercicio de identificación entre director, actor y personaje. Los “cuatrocientos golpes” del título es una expresión francesa que viene a significar “hacer las mil y una”, en referencia a las trastadas que va haciendo el niño Antoine, aunque probablemente pueda referirse también a los golpes que la vida le va asestando. La historia de un niño que va de bronca en bronca de clase a casa y viceversa, con un padre pelín bobalicón y una madre castradora que le ignora y le maltrata en perfecto equilibrio, y con un amigote, René, que le acompaña en todas y cada una de sus inocentes fechorías. Un día descubre casualmente en la calle a su madre dándose el lote con un señor de bigote (ojo-pareado), y explota su maternofobia, hasta tal punto que llega a decir en el colegio, como justificación a una “campana”, que su madre ha muerto (eso es una excusa, con dos cojones). La inquietud, la rebeldía y la manifiesta soledad del púber Antoine van provocando que las cosas vayan a peor hasta el punto de acabar en un correccional, abandonado a la mano de Dios, hasta un final que se permite el lirismo que había estado sorteando durante el resto del film, con excepción de algún pasaje puntual (esas lágrimas de Antoine mientras el coche de la policía le transporta al correccional). Formalmente, la película es elegante y sin alharacas, extremadamente sobria; en ese sentido, se aleja considerablemente de sus coetáneas de la “Nueva ola”. Un bien aprovechado formato panorámico, una cámara precisa y serena, y una hermosa fotografía en blanco y negro que permite a Truffaut mostrarnos, durante los vagabundeos de Antoine y René, toda la belleza de la Ciudad de la Luz, que es mucha... Como señalábamos al principio, el tono del filme es voluntariamente desapasionado, distante. Truffaut, a pesar del indudable componente autobiográfico de la película, no denota interés en cargar las tintas melodramáticas sobre la angustia vital del crío, ni sobre los penares que arrastra durante la película, hasta tal punto que la escena en la que averiguamos por qué su madre le odia (y, lo más importante, descubrimos que él conoce esa causa), se nos presenta en un formato documental, a través de una entrevista que le realizan los responsables del correccional, con cortes entre respuesta y respuesta, y con un Léaud de gestualidad inquietantemente adulta. La misma interpretación del niño está absolutamente carente de mohines o muestras de sentimiento alguno: James Dean en el congelador. Sin embargo, la escena final, cargada de lírica simbología, en la que Antoine descubre, al final de su huída, un inmenso e inacabable mar en el que perderse y abrir nuevos horizontes, barniza de nostalgia y bucolía el extraordinario film, cerrado por un plano fijo de Antoine, entre expectante y desafiante, que deja abierto el relato a las futuras inquietudes del sr. Truffaut. “Los cuatrocientos golpes” es una película más fácil de entender que de asimilar, una propuesta a contracorriente de los dientes de sierra narrativos habituales del cine americano, y una referencia obligada en cualquier historia del cine que se precie. Así que, niños, chúpense “Los cuatrocientos golpes” en el canal de cable correspondiente y, luego sí, llámense a sí mismos cinéfilos.

11 comentarios:

Hatt dijo...

Truffaut fue, sin duda, uno de los grandes. Y ese plano final que comentabas resume en una mirada lo que puedes significar el Cine.

marcbranches dijo...

Es cierto que ese plano final es muy representativo de lo que puede llegar a ser el cine. He de decir, sin embargo, que "Los cuatrocientos golpes" no es una de mis películas favoritas de Truffaut; me impactó mucho más "El niño salvaje", y prefiero, sin ir más lejos, "La noche americana", comentada ya aquí por mi compañera Alicia.

Manuel Márquez dijo...

Los cuatrocientos golpes, madre mía... cada vez que la veo (y es algo que hago con relativa frecuencia, porque me encanta, igual que todo el cine de Truffautt), me emociona de igual forma: de una manera muy visceral, muy elemental; igual que Ladrón de bicicletas, por ejemplo. Cine directo a la tripa, sin pasar por la casilla de salida...

Ah, y gracias por la advertencia acerca de la existencia de una reseña de tu compa Alicia sobre La noche americana: porque ésa sí que es para mear y no echar la gota, qué maravilla de peli, qué delicia...

Un abrazo.

Hatt dijo...

Yo puestos a elegir algo de Truffaut me quedo con todo Antoine Doinel. No porque sea filmicamente lo mejor de este director, sino porque es una idea interesante el tomar un personaje y ver como va evolucionando en paralelo al mundo (y al cine, no podemos olvidar eso). Aparte de ese conjunto, también "El Último Metro".

De todas formas es una relación extraña la que tengo con Truffaut, porque por una parte es un director que me gusta mucho, de mis favoritos si se quiere; pero por otra parte no le termino de encontrar La Película...

Nos leemos.

marcbranches dijo...

Hola Manuel M., he de decir que prefiero "Ladrón de bicicletas", quizás una película más epidérmica (por cierto, también hay reseña de la misma, esta vez mía) que "Los cuatrocientos golpes".
Hatt, eso que dices es lo que piensa mucha gente de Truffaut. Y hay otra importante corriente que dice que Truffaut era mejor teórico cinematográfico que director... hay gustos para todo.

Manuel Márquez dijo...

Compañero Marcbranches, yo también, puestos a elegir entre ambas, me quedo con Ladrón de bicicletas, mucho más impactante desde su simplicidad formal.

En cuanto al apunte que hace Hatt, y que tú matizas en base a la distinción entre las dos facetas de Truffaut (la de crítico y la de director), yo sí le he encontrado la película a ese autor (sin duda alguna, y entre las que he visto, La noche americana...), pero también he de reconocer que, en todo caso, tampoco se trata de una peli deslumbrante desde el punto de vista técnico; lo que pasa es que derrocha tal amor por el cine, que se hace difícil no enamorarse, a su vez, de ella.

Y es que creo que ahí está la clave del cine de Truffaut: sus pelis pueden no ser las mejores, las más brillantes, pero se ve a las claras que están hechas por alguien que: a) sabía una "jartá" de cine; y b) lo amaba más que a sí mismo.

Y ya vale, que no está bonito invadir tan "brutamente" la casa de los amigos.

Un abrazo.

marcbranches dijo...

Nada de invadir, joven padawan: sólo se invade lo que tiene fronteras. Dialogar sobre Truffaut eleva el nivel de La Linterna, así que no te cortes. El amor por el cine de Truffaut, toda una obviedad, lo convertiría, entonces, en una especie de Ed Wood con talento y sin Bela Lugosi...

Manuel Márquez dijo...

Pues recojo el guante, compañero Marcbranches, ya que me das pie a ello (por cierto, qué hermosa imagen la de la falta de fronteras: ¿dónde hay que firmar para que eso se extienda...?). Al hilo del comentario que haces sobre Ed Wood, me has recordado a esta figura, que creo que ostenta el (dudoso) honor de llevar colgado el sambenito más aberrante (e ilógico, e injustificado) de la historia del cine, ése que lo proclama como "el peor director de la historia". Entiendo que, como etiqueta, resulta afortunada, llamativa y muy comercial, pero ¿puede tener eso el más mínimo fundamento? ¿Qué te parece a tí...?

Un abrazo.

marcbranches dijo...

Hace poco colgué una escena de "Plan nine from outer space", y en este enlace (http://www.youtube.com/watch?v=G0zW-du23Ok) se puede ver la película entera. Demasiado kistch y demasiado amor por el cine para ser la peor película; cualquier bodrio de Uwe Boll, o, pongamos por caso, "Batman & Robin", que son películas con muchos más medios a disposición y realizadas con menos ganas, se merecen ese título. La etiqueta ha resultado ser, con el paso de los años, más comercial que otra cosa (ejemplo: acaban de reeditar el DVD de "Plan nine..." a 18 euros del bellón...); por desgracia, el pobre Wood no ha podido disfrutarlo.

Laura Hunt dijo...

Me vi toda la serie de películas de Antoine Doinel hace unos años y la que más me gusta es Los 400 Golpes, aunque me parece muy interesante el hecho de seguir a un personaje a lo largo de su vida. En todo caso, yo también soy de las que prefieren La Noche Americana, y es que creo que a cualquier cinéfilo que se precie tiene que encantarle esa película, que rebosa amor por el cine por los cuatro costados.

Interesante la comparación de Truffaut con Ed Wood. Es verdad que el pobre Ed era un chapucero, pero ponía la misma pasión y cariño en sus películas que podía poner Truffaut. Y si, existen directores bastante peores que él, evidentemente.

marcbranches dijo...

Es cierto, Laura, existen peores directores que Ed.. aunque tampoco tantos, tampoco nos pasemos con la nostalgia... no veas cuando le dio por hacer cine erótico "de qualitè"...

 
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