Un chute de adrenalina.
Ese es el protagonista de una de las escenas más impactantes de “
Pulp fiction” (y que llegó a provocar algún que otro infarto en alguna que otra sala), y una de las mejores definiciones que podrían aplicársele a este irreverente, revolucionario y trasgresor film, que desde su irrupción elefante-cacharrería en
Cannes (
Palma de Oro con peineta incluida) agitó conciencias, lapidó convenciones y, ayayay, demostró a la industria de Jolibú (uséase, los
hermanos Weinstein) que también se podían romper las taquillas a pesar de (e incluso gracias a) portar el hasta entonces pesado sello de “cine independiente”, el cual jamás volvió a ser el mismo. Miles de páginas, críticos voraces a un lado y a otro del ring, más apariciones en TV que la Pantoja, sesudos análisis en las universidades...
Quentin Tarantino fue el rey del mundo durante un buen rato. Con la perspectiva que da el tiempo, el juez más sabio e impenitente de todos, se puede afirmar que buena parte de las predicciones que se hicieron en medio del terremoto Tarantino no se han cumplido (aviso para los que me conocen, que me tomaban por tarantiniano: marcbranches no se casa con nadie) (y así le va). Eso sí, le han surgido trillones de imitadores, la mayoría de los cuales se han quedado en pésimos rascadores de superficie. Las comparaciones con
Scorsese o
Welles (que sí, que sí, Welles), que tanto postularon sus defensores de la época, de momento, le siguen quedando extraordinariamente holgadas al bueno de Quentin. “
Jackie Brown”, su siguiente película y único fracaso hasta ahora pero que va ganando poso con el tiempo, parecía, a pesar de todo, un paso hacia delante en su carrera. Las dos partes de “
Kill Bill”, todo un ejercicio referencial hacia el tipo de producción de serie Z que su insaciable cinefagia había devorado en sus años mozos, parecían un punto y aparte, un excelente divertimento con sesgo de no ser más que parada y fonda. Sin embargo, llega “
Death proof”, su aportación al frikiproyecto “
Grindhouse” (presentada hace nada en, por supuesto, Cannes), y, a pesar de que estoy bastante seguro de que, cuando la estrenen, me divertiré horrores viéndola, no puedo evitar cierto regusto de insatisfacción por la pereza intelectual de Tarantino, o por su conformismo, o por lo que sea. Tiene en sus manos todos los ingredientes necesarios para hacer historia en el cine (amor por el mismo, un inacabable background, talento técnico y visual inigualable, una escritura magistral, ojo clínico para el casting y la dirección de actores...), y corre el peligro de echarlo por la borda a golpe de amiguetismo, de nostalgia serie Z y de querer ser el más gracioso de la panda. Está más que a tiempo de recuperar la senda de una carrera trascendente (¿con “
Inglorious bastards”, quizás?), pero debe exigirse más a sí mismo. Hostias, marcbranches, que este era un post sobre “Pulp fiction”... tómate la medicina contra el onanismo mental...
Pero... ¿Y qué voy a decir yo de “Pulp fiction” que no se haya dicho ya? Personalmente, una experiencia casi irrepetible en una sala de cine (recuerdo como si fuera ayer el silencio sepulcral, incorruptiblemente cinéfilo, que invadió las butacas del cine Capsa en cuanto se asomó la primera escena) una amalgama de sensaciones que muy pocas veces se ha repetido luego: admiración, carcajada, asco, irritación, incomodidad, rendición. Tres historias entrelazadas a través de un guión férreo, diálogos tan mundanos como descacharrantes, el mundillo del chorizo de bajo fondo pintado como nunca lo habíamos visto antes, una banda sonora tan protagonista de la historia como sus personajes, una intensidad desatada que rasga el aire seco y cargado que desprende la cinta... He comentado anteriormente que “Pulp fiction” se analiza y desmenuza en cualquier asignatura de cine que se precie de serlo, y no es para menos. Uno de los aspectos que me sigue impresionando, después de haber visto la cinta unas chorrocientas veces, es la calidad del trabajo actoral de todos y cada uno de los intérpretes. Las líneas de diálogo parecen espontáneas, pero un análisis mínimamente profuso nos permite concluir que todo está medido y ensayado hasta el extremo. Desde
Eric Stolz hasta
Ving Rhames, desde
Amanda Plummer hasta
Maria de Medeiros, desde
Christopher Walken hasta
Tim Roth, todos y cada uno de los secundarios parecen estar en el mismo tono solfeístico del compositor Tarantino. No digamos los protagonistas, con mención cum laude para
John Travolta: Resurrection (toda la comunidad cinéfila se frotaba los ojos mientras veía a Tony Manero pasado de Phoskitos bordar al sicario heroinómano Vincent Vega),
Bruce Willis (uno de sus primeros chutes de prestigio después de sus “Junglas”),
Uma Thurman (quién fuese punto rojo...) y, en particular,
Samuel L. Jackson, que se ganó el cielo y la tierra con su inolvidable Jules Winnfield. Todo el mundo recuerda su primer Ezequiel 25:17, con el que se carga a
Frank Whaley; pero yo me quedo con el segundo, en el que verbaliza su propósito de redención delante de un acojonado y apabullado Tim Roth. Un momento de puro CINE, sin colorantes ni conservantes.
Los Oscars, claro, se los llevó “
Forrest Gump”.