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CUANDO LOS MOLINOS SE CONVIERTEN EN GIGANTES


Una de las obras literarias más conocidas, reconocidas y referenciadas es, sin duda, “El Quijote” de Cervantes. Hay, sin embargo, una maldición cinéfila sobre esta magna obra que ha impedido una traslación cinematográfica en condiciones. Existen un par de versiones españolas, un par de mexicanas y alguna norteamericana. Todas sobradas de cortedad de miras, ninguna de relevancia artística. Dos autores de imaginación y personalidad desbocadas, dos visionarios, han intentado acercarse, de manera obsesiva, a este incunable literario; los dos, cada uno a su manera, han fracasado en el intento, de manera tan clamorosa que ni siquiera pudieron finalizar sus películas. El primero fue el grandioso Orson Welles, quién pasó años tratando de aglomerar dólares y planos de su adaptación, sin poder más que rodar escenas desperdigadas cada cierto tiempo, hasta que asumió su fracaso y desistió; Jess Franco, en 1992, recopiló dichas secuencias para perpetrar un montaje, en 1992, cuyo valor, dicen los que lo han visto, es puramente histórico. El otro visionario que ha tropezado con los molinos de viento ha sido Terry Gilliam, quizás el director ideal para transcribir las alucinaciones de Don Quijote. Una década de notas, sueños e ilusiones respecto a un proyecto sobre el hidalgo manchego que embarrancó lastimosamente en el 2000, no tan lejos de un lugar de La Mancha donde etcétera. La historia de ese fracaso se contó magníficamente en un documental llamado “Lost in La Mancha”, que Mi Majestad considera de visión obligatoria para todo cinéfilo que se precie.

Cuando Terry Gilliam les encargó a Keith Fulton y Louis Pepe la realización del making off de “The man who killed Don Quixote”, jamás llegaron a pensar, me temo, que iban a acabar siendo los pioneros de un nuevo género documental: el “non-making off”. Si en cualquier película el montaje es fundamental, en un documental es prácticamente su razón de ser: no sólo porque desde la sala de edición se decide el tono y el punto de vista, sino porque se decide qué es lo que se va a mostrar y lo que no. En ese sentido, “Lost in La Mancha” es un acierto absoluto, y una novedad, puesto que nos sumerge en el desconocido y angosto mundo de la producción, y nos alecciona sobre lo difícil que resulta levantar una película de cierto presupuesto. Aquí, además, se nos permite comprobar, una vez más, que los polos opuesto se repelen; en este caso, los polos opuestos son Terry Gilliam y el cine europeo. Si Gilliam ya tiene enormes problemas para sacar adelante sus locuras en los Yuesei, imagínense en la vieja y achacosa Europa. Así pues, desde el comienzo de la preproducción, en España, ocho semanas antes del rodaje, la cámara sigue a Gilliam en su frenético ir y venir por todos las vertientes del proyecto, y las dificultades de sus colaboradores para seguirle, en todos los sentidos. Sus grandilocuentes y estrambóticas ideas, rayanas en el capricho visionario, chocan de frente, una y otra vez, con el presupuesto, el tiempo y el agobio de los especialistas de las diferentes materias (maquillaje, vestuario, etc.). Al ser un presupuesto reducido, los actores han aceptado reducir considerablemente su caché, pero a costa de trabajar entre los apretados huecos de sus agendas. Así, mientras Gilliam ruge por el caos organizativo y la horrenda sonoridad de los estudios alquilados en Madrid, pasan las semanas y ninguno de los actores (Jean Rochefort, Johnny Depp, Vanessa Paradis) aparece, desperdigados como están por el globo terráqueo. La sombra del accidentado rodaje de la fallida “Las aventuras del barón Munchausen” -explicada brevemente a través de un cómic de estética muy “gilliamiana”- se pasea amenazadora sobre el proyecto del ex-Monty Python, que respira un poco cuando, por fin, ve llegar a su Don Quijote particular: Jean Rochefort. El actor francés, ideal para el papel, ha aterrizado en Madrid después de un pequeño problema de salud que le ha retenido en París durante unas horas. Nada grave.

Primer día de rodaje. Johnny Depp (que interpreta a un publicista que, en un viaje al pasado, es confundido con Sancho Panza) es el protagonista del rodaje de las primeras escenas, en el Parque de las Bardenas en Navarra. Los extras que le acompañan no han ensayado la escena porque son nuevos, las tomas se complican, y Gilliam (y su asistente de dirección, y personaje fundamental del documental, Phil Patterson) se enardecen mientras descubren que los aviones militares (son españoles, uséase que son muuuuuuuuuuuuuuy ruidosos) que continuamente sobrevuelan la zona se cargan los diálogos. Empezamos mal. Segundo día de rodaje. Como las previsiones del tiempo no preveían cambios importantes, resulta que se desata un tormentón de varios pares de narices-Depardieu que, no sólo inutilizan el plan de trabajo para ese día, sino que cambian por completo el colorido y la textura del paraje natural que les rodea. Lo rodado no sirve para nada, la iluminación es imposible, y el color rojizo-barrizal de la tierra no es lo que Gilliam quería. La presión de los productores es fuerte, la desazón y el cansancio general es claramente perceptible. Se cambia de localizaciones para rodar otras escenas y no perder demasiado tiempo (cuanto menos presupuesto, menos tiempo), pero los problemas continúan, y el menor de ellos es que el caballo elegido para hacer de Rocinante no haga puñetero caso al guión y se dedique a improvisar.

Jean Rochefort, un experto jinete, se sube dificultosamente, a pesar de la ayuda de dos personas, a su caballo. Recita sus diálogos costosamente, como si arrastrara piedras. Algo va mal. Parece que aquello que le retuvo en París es más relevante de lo que parecía en un principio. Vuelta a su país para ver al médico, y el rodaje se para. Rochefort, al que detectan no una, sino dos hernias, no volverá jamás al set. Un error en la redacción de la póliza deja el filme en manos de la aseguradora, mientras la desmotivación, el hastío y la impotencia se apoderan del equipo y, en particular, de Terry Gilliam. El momento en el que Patterson le dice “No podemos hacer la película. No la que tú quieres.” nos permite darnos cuenta, si no lo hemos hecho ya, que el verdadero Quijote de la película es Gilliam, quien, presa de sus alucinaciones y ensoñaciones, se ha empeñado en pelear él solo contra los molinos de viento que le impiden el paso. Por desgracia, al revés que en el libro, lo que él pensaba que eran molinos resultaron ser infranqueables gigantes.

5 comentarios:

Anchiano dijo...

Fantástico documental, totalmente de acuerdo contigo, de recomendable visionado para todo amante del cine que se tercie y, sobre todo, para los futuros cineastas, con el objeto que se den cuenta de lo que "no se debe de hacer". Como cuentan en el documental, Terry Gillian tiene fama de hacer muy poca pre-producción y, claro, pasa lo que pasa.

Anoche me terminé de leer Lecciones de cine, de Laurent Tirard, en el que grandes directores dan lecciones magistrales de cine a traves de una serie de entrevistas hechas por el periodista y autor del libro, tambien cineasta. Practicamente todos coinciden en que (entre ellos Tim Burton, Emir Kusturica o Jean-Pierre Jeunet), el azar es un factor muy importante en el rodaje, de manera que si no plenas concienzudamente las cosas antes de ponerte a rodar, más vulnerable te vuelves a los vaivenes de la suerte, que es justo lo que le ocurrió a Gillian. Pudieron más sus ganas de llevar adelante la película, que su propio sentido común.

De todas maneras, es muy interesante ver como en esta película el ingente trabajo que supone levantar una película, toda la gente que está implicada, el sufrimiento y la preocupación que genera en los responsables, todos los parametros que tienen que manejar.

Yo, con mi corto de animación 3D, puedo entender esto a una escala muy pequeña, porque he aprendido que no puedes dar un paso si no has plantado firmemente los pies en el paso anterior, porque entonces se te pueden enredan las patas y te das el hostión.

Un saludo.

Sesión discontinua dijo...

¿entonces no se hará? creo haber leido que finalmente si se haría (igual lo soñé). Es exactamente como dices: el Quijote es Gilliam.

Tu texto también inaugura un género: crítica de filmes que no existen...

Nos leemos!!!!

marcbranches dijo...

Anchiano, efectivamente es un documental muy interesante por todo lo que mencionas. El asistente de dirección, en un momento determinado, comenta que intentaron sortar las dificultades con la teoría del tren que se pone a funcionar, es decir, que el simple hecho de ponerse a rodar iba a facilitar la solución de los problemas. Esta vez no funcionó. Saludos.

Mónica, gracias, tomamos nota de tu sugerencia. Sesión, en el documental se dice que seis meses después Gilliam volvió a la carga, tratando de recuperar los derechos de la película de la aseguradora. En Imdb se da como fecha de estreno el 2011, pero yo no me creo nada, sinceramente. Saludos.

Möbius el Crononauta dijo...

Pobre Gilliam, España fue demasiado para él. ¿Comprendería a Napoleón?

Lo de los aviones era muy berlanguesco

marcbranches dijo...

Para berlanguesco, el momento en el que van a visitar los estudios que han alquilado en Madrid, los únicos que había libres en esas fechas. No son unos estudios, es un almacén enorme, con las enormes tuberías del aire acondicionado campando a sus anchas (y haciendo un ruido del demonio). La cara de Gilliam es para verla... Saludos.

 
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