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VIVA EL VINO


No le veo el qué, la verdad.

Al vino, digo. Es una obligación ritual en cualquier ágape de medio calado, y no digamos en celebraciones multitudinarias de etiqueta (bodasbautizoscomuniones), acompañar la comida de turno con lo que vulgarmente se dice “un buen vino”. A medida que el festín es de mayor enjundia (enjundia=restaurante caro de cojones), el protocolo es más estricto, y se inicia con un camarero insoportable con camisa blanca dando a probar a uno de los hombres de la mesa (deje machista que le encantaría a la Directrice) un sorbo del maravilloso vino (tinto, por supuesto) que se ha elegido. El susodicho lo cata con la convicción del elegido, y se pronuncia favorablemente con ignorante lasitud: “es bueno”. Qué impresionante disección, qué delicado y sensible análisis, qué paladar refinado, qué explosión de sensaciones tan bien definidas. Así, los que sufrimos picor de papilas con el vino, y en cualquier comida tenderíamos a pedir agua, algún tipo de zumo, o (levanten armas) un buen Kas Naranja, nos vemos obligados a tragar –y nunca mejor dicho- con el jugo de uva de marras, so pena de lapidación con botellas de Rioja. Encima, luego viene Alexander Payne, realiza una película como “Entre copas”, y salen de debajo de las piedras los únicos seres cuya conversación puede ser más aburrida que la de los informáticos: los enólogos. Cagüenlauvacabernetylaspasasenlatadas.

Leído el desahogo anterior, sorprenderá mi siguiente confesión: he visto “Entre copas” varias veces. Lo cual significa: a) aún no me he recuperado de aquel remate de cabeza contra el palo (literal: cabeza contra palo, sin pelota de por medio) en cierto partido de fútbol siete; b) mis tendencias sadomasoquistas me llevarán, en breve, a quemarme los pezones con encendedores Bic; c) me encanta la película. “Entre copas”, desafortunado título español de “Sideways”, fue la sensación independiente del 2004, acaparó extenuantemente premios y parabienes hasta la glotonería, confirmó a Alexander Payne como realizador a tener en cuenta, y sentó en los reales de la excelencia a ese pedazo de actor descomunal que es Paul Giamatti. Su personaje, Miles, un antihéroe cuarentón, depresivo, lúcido, autodestructivo, ceñudo, miserable en ocasiones –capaz de robarle unos dólares a su madre-, sensible, es el gran protagonista del film, y su razón de ser. Miles, que aún no ha digerido su divorcio a pesar de los dos años transcurridos, se embarca en un anticonvencional road trip a través de una ruta vinícola con su amigo Jack (Thomas Haden Church, un magnífico descubrimiento), que está a una semana de casarse. Les esperan siete días de enotecas, golf y comidas caras, diversiones tranquilas para gente madura, con las que Jack no está dispuesto a conformarse: quiere un último polvo de libertad, que conseguirá, junto con otros cuantos más, entre las piernas de Stephanie (Sandra Oh). Justo lo que menos necesita el ajado ego de Miles, quien, además, es incapaz de embridar una relación con esa mujer ideal que se cruza en forma de camarera divorciada llamada Maya (Virginia Madsen). Así, entre cata y cata, los dos amigos van tropezándose con sus debilidades y con las del otro. Mientras las oquedades de Jack son más previsibles y carnales bajo los parámetros de la llamada “crisis de los cuarenta”, las llagas de Miles son mucho más complejas. Sus frustraciones, encarnadas en ese libro que espera impacientemente su publicación, se desparraman y multiplican durante el viaje, sin que Jack, más preocupado por su pene, haga gran cosa por ayudarle. Maya, y una inoportuna boda, son lo único que pueden devolverle a un punto de equilibrio.

“Entre copas” es una película inteligentemente amable, en la que Alexander Payne se dedica a hurgar con cariño en las heridas de sus personajes masculinos, y consiguiendo identificarnos con ellos (lo cual dice muy poco de nosotros, viendo todas sus taras). Esta virtud torna a carencia por defecto, puesto que las féminas quedan definidas de manera algo estereotipada. Maya encarna la mujer ideal con la que jamás podría soñar Miles, tan aficionada al vino como él, tierna, sensible, inteligente; la escena en la que explica por qué le gusta el pinot es su gran momento, y la Madsen lo borda. Sandra Oh asume con competencia su algo desdibujado personaje, poco más que un calefactor de Jack. Es “Entre copas” una comedia con apenas un par de momentos de rotunda comedia (uno, el del anillo perdido, magistral), con alguna caída de ritmo y una música discutible y demasiado presente, pero que pasa por la retina y la epidermis del espectador con suavidad, sin estridencias, y que, sin ser una obra maestra, deja un magnífico sabor de boca. Su influencia en el mundillo vinícola fue tal que en pocos meses ya se habían repartido cuarenta mil mapas de la ruta ejercida por los protagonistas, y las fobias y filias enológicas de Miles tuvieron repercusión directa en las ventas: durante los meses posteriores al estreno, el Pinot (preferido de Miles) subió un 16% en los mercados americano y británico, mientras que el Merlot, al que Miles detestaba cordialmente, descendió un 2%. Fíjense si llega a ser grande el cine. Bon appetit.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde la primera vez me pareció una obra maestra.

Una comedia sensible, de humanidad punzante y unos actores perfectos en sus papeles. Divertida y triste a la vez. Inigualable.


Saludos cordiales.

marcbranches dijo...

No sabría si merece la consideración de obra maestra. Sí sé que cada vez que la veo disfruto de esos personajes perdidos entre lo que son y lo que quisieron ser, y que nuca se dan por vencidos, aunque, como es el caso de Miles, ni ellos mismos lo sepan. Los actores, desde luego, fantásticos, aunque los papeles masculinos son más agradecidos. Saludos.

Möbius el Crononauta dijo...

Una buena película que no sé si vería más veces, pero brindaré por ella todas las que haga falta.
¿Y porque tinto por supuesto? ¿Y si se come pescado? Quien no quiera vino, agua (no pun intended).
En fin, el vino es un néctar de dioses, no me cabe duda.

¡Saludos!

Laura Hunt dijo...

Yo también he visto Entre Copas varias veces. Puede que no sea una obra maestra, pero a mi me gusta mucho y es de esas películas que se disfrutan cada vez que las ves. Será porque, a pesar de ser una historia con un fondo triste y amargo, resulta realmente divertida, sobre todo en algunos momentos. La verdad es que resulta fácil cogerles cariño a sus dos personajes principales, es verdad que distan mucho de ser perfectos, pero resultan muy humanos y creibles, supongo que por un lado porque están bien escritos, pero también en gran medida por lo bien que están los actores. Tienes razón en que Thomas Haden Church es todo un descubrimiento, y la verdad es que a él se deben los momentos más divertidos de la película, y lo de Paul Giamatti, no tiene nombre: es que en esta película está inmenso, dándole a su personaje una gran variedad de matices.

Resumiendo, que me encanta la película.

Curioso, por cierto, los datos que das sobre la repercusión que tuvo en la venta de los vinos. El poder del cine es incalculable, oye.

Hasta otra!

Manuel Márquez dijo...

Compa Marc, un consejo de amigo, de corazón: menos pelis y más vino, ya verás como te terminas acostumbrando (tanto a lo uno como a lo otro). En mi caso particular, yo no he visto aún la película (por ejemplo; por cierto, ¿te suena de algo la frase...?), pero, en cambio, dos copitas de tinto caen todos los días (ésas sí que no las perdono); y, ojo, que yo no quería el vino ni en pintura hace un par de años. Cosas de la edad, me temo.

Ah, y excelente reseña, por cierto: también como siempre, claro...

Un fuerte abrazo.

marcbranches dijo...

¿Menos pelis y más vino, Manuel? Las pelis no dan positivo en los controles. Aunque, ahora que pienso, el visionado de algunas sí que debería dar positivo... Abrazos.

Efectivamente, laura, sin esos actores la película no sería lo mismo. "Entre copas" fue la consagración definitiva de Paul Giamatti, junto con "American splendor", y bien mereceida que la tuvo, a pesar de negársele la nominación al Oscar principal (sí fue nominado, comos ecundario, por "Cinderella man", aunque no sé si fue un año después o el mismo). En cuanto a Haden Church, un descubrimiento para mí, aunque parece que ya era relativamente pupular por series de TV en Yuesei.

Brindemos, pues, Móbius. Pero sin pescado, que a mí, el pescado, la verdad... al agua con los pescados, que es su hábitat natural. Saludos.

DiegoAlatristeyTenorio dijo...

A mi me dieron ganas de coger e irme de viaje con mi mujer por los viñedos de España durante una semana :-), como en la significativa cuenta atrás de la película.

Aunque sea un gran drama disfrazado de comedia, las situaciones cómicas de la película me parecen brillantes. Tiene los mejores "golpes" que he visto en muchísimo tiempo. La escena de la cartera de Church por ejemplo, es genial, o cuando le cuenta a Giamatti que su ex-mujer se ha vuelto a casar.

También me encanta el monólogo de Virginia Madsen en el porche. Auténtica poesia filmica, esta escena es un claro ejemplo de romanticismo cinematográfico sin lloriqueos y aspavientos varios.

Gran película, amigo Marc.

marcbranches dijo...

Si he de quedarme con alguna secuencia, JR, es con el monólogo de Maya, expuesto de tal manera por Virginia Madsen que derritiría al mismísimo Hombre de Hielo. Excepcional. Las mismas ganas que a ti les entraron a un montón de americanos que se dedicaron a seguir exactamente la ruta de Miles... Saludos.

 
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