Sí, el título es irónico. Leche, que hay que explicarlo todo.
Coges la cartelera del periódico, un viernes cualquiera, y te repasas los estrenos cinematográficos de esa semana. Suelen ir reseñados por orden de importancia (= taquilla potencial), así que las primeras te suenan porque te las han metido por los ojos durante los últimos días. La cuarta entrega de las aventuras de un poli que habla como Ramón Langa, un musical en el que Vincent Vega se disfraza de mujer, un melodrama tipo “no sin mi marido” con superestrella jolibudiense oscarizablemente afeada, una comedieta norteamericana lobotomizada, la enésima película española con caducidad de dos semanas... Y al final de la lista, entre la nueva revelación del cine ghanés y ese documental peruano de corte minimalista, se encuentra una película francesa de la que nadie había oído hablar. Te lees la sinopsis, que te confirma que, efectivamente, es una película francesa: “Después de haberse dado a conocer en París (¿ves?), un pintor quincuagenario regresa a su pueblo natal en la Francia profunda (por si no te había quedado claro) para instalarse en la casa donde transcurrió su infancia; pone un anuncio para contratar a alguien que cuide su enorme jardín, y el primer y definitivo candidato será un ex-compañero de colegio, un jardinero que le asombrará gracias a la simplicidad y franqueza con la que observa el mundo”. Vale, tiene toda la pinta de ser la típica franchutada: ritmo lento y cadencioso, interpretaciones afectadas, mucha campiña gala, mucha metáfora trascendente, mucho silencio revelador. Altas posibilidades de “espesura intelectual”, uséase, coñazo subtitulado. Pero el caso es que a mí, vayapordioshombre, me gusta el cine francés. ¿Director? Jean Becker. Me suenan algunas de sus películas, pero sólo de oídas. ¿Actores? Jean-Pierre Darrousin y Daniel Auteuil. ¿Auteuil? Alto ahí, esto ya son palabras mayores. Está bien, iré a verla, maldita sea...
Más o menos, este fue el proceso mental (llámenlo mental, llámenlo x) que me llevó a plantarme en los Verdi para ver “Conversaciones con mi jardinero”. A veces, es tan sólo una chispa que te hace levantarte del sofá y marcharte al cine. En mi caso, chispa = Daniel Auteuil, uno de los mejores actores europeos, y del que siempre recordaré su inolvidable personaje de “Un corazón en invierno”. Gracias, Dani, tío, no me decepcionaste. “Conversaciones con mi jardinero”, basada en un libro de Henri Cueco, es una película etérea, incorpórea, casi diría que gaseosa, que transcurre de manera tan fluida como imperceptible, como observar un arroyo en primavera: parece que el agua no se mueve, pero el sonido de su regurgitación, su líquido ronroneo, te hipnotiza, te apacigua. No hay en la película mucho más allá de la sinopsis anteriormente citada, narrativamente hablando. La base argumental es el propio devenir del día a día de los dos personajes (que se llaman el uno al otro Pincel y Hortelano, sin que sepamos sus verdaderos nombres), la sutil consolidación de su amistad, el fortalecimiento imperceptible de su confianza mutua. Con una dirección discreta y sin alardes, basada en el plano-contraplano y las fotografías naturalistas de campiña francesa, Jean Becker, de manera fluida, nos va mostrando ese proceso sin necesidad de diálogos trascendentes y conversaciones plomizosóficas; de hecho, la ironía y mordacidad de ambos caracteres está presente en toda la película. Sin embargo, los dos personajes no están a la misma altura, sino que el jardinero ejerce de maestro de la vida sobre el pintor, que es el único que sufre una evolución durante el film. Pincel (Auteuil) pasa de ser el típico artista de éxito pagado de sí mismo, egocéntrico, obsesionado con la visión de su obra que tienen los demás, a preocuparse por su entorno (metáfora: su jardín) y por la gente de su alrededor. Y todo gracias a Hortelano (Darrousin), un ferroviario jubilado amante de la jardinería, sencillo, sabio desde su simplicidad, que demuestra que la inteligencia no viene de la formación intelectual, sino del sentido común. Su llaneza y sensibilidad popular implosionan en Pincel, al que ayuda a recorrer un camino que el jardinero ya ha transitado. Becker y Cueco muestran un sarcástico desprecio, salpicado de superioridad moral, hacia la intelectualidad urbanita; sobre esto se explayan en la escena (que me retrotrajo a cierta secuencia de "Annie Hall" con tito Woody y Marshall McLuhan) en la que el pintor destroza a un crítico pictórico sabelotodo con frases extrapoladas de su sencillo amigo.
Una película así sólo se sustenta a través de unas interpretaciones por encima de la media, y Becker, que de tonto no tiene un pelo, se apoya en dos grandes columnas jónicas (a la vez que galas) de la profesión. Daniel Auteuil tiene el personaje quizá más agradecido, porque es el que evoluciona, el que se impregna de humanidad, el que aprende que hay vida más allá de su ombligo. Para Jean-Pierre Darrousin (en un papel pensado para Jacques Villeret, el de “La cena de los idiotas”, que falleció antes de iniciarse el proyecto), sin embargo, queda, en mi opinión, la mayor gloria de un personaje hermosísimo, ese humilde jardinero que ha encontrado la felicidad en sus rutinas (cada año, vacaciones en Niza con la mujer y parada en el Paseo de los Ingleses), sus patatas, sus pepinos, su pensión ferroviaria o su dentista gratuito; que sabe de la vida y milagros de todo el pueblo sin necesidad de juzgarles; que distingue sus límites y que los acepta con una sonrisa en los labios; un ser humano tan único, tan extraordinario, que conoce lo que muy pocos conocen. La felicidad. Yo, de mayor, quiero saber lo que sabe el Hortelano.
Coges la cartelera del periódico, un viernes cualquiera, y te repasas los estrenos cinematográficos de esa semana. Suelen ir reseñados por orden de importancia (= taquilla potencial), así que las primeras te suenan porque te las han metido por los ojos durante los últimos días. La cuarta entrega de las aventuras de un poli que habla como Ramón Langa, un musical en el que Vincent Vega se disfraza de mujer, un melodrama tipo “no sin mi marido” con superestrella jolibudiense oscarizablemente afeada, una comedieta norteamericana lobotomizada, la enésima película española con caducidad de dos semanas... Y al final de la lista, entre la nueva revelación del cine ghanés y ese documental peruano de corte minimalista, se encuentra una película francesa de la que nadie había oído hablar. Te lees la sinopsis, que te confirma que, efectivamente, es una película francesa: “Después de haberse dado a conocer en París (¿ves?), un pintor quincuagenario regresa a su pueblo natal en la Francia profunda (por si no te había quedado claro) para instalarse en la casa donde transcurrió su infancia; pone un anuncio para contratar a alguien que cuide su enorme jardín, y el primer y definitivo candidato será un ex-compañero de colegio, un jardinero que le asombrará gracias a la simplicidad y franqueza con la que observa el mundo”. Vale, tiene toda la pinta de ser la típica franchutada: ritmo lento y cadencioso, interpretaciones afectadas, mucha campiña gala, mucha metáfora trascendente, mucho silencio revelador. Altas posibilidades de “espesura intelectual”, uséase, coñazo subtitulado. Pero el caso es que a mí, vayapordioshombre, me gusta el cine francés. ¿Director? Jean Becker. Me suenan algunas de sus películas, pero sólo de oídas. ¿Actores? Jean-Pierre Darrousin y Daniel Auteuil. ¿Auteuil? Alto ahí, esto ya son palabras mayores. Está bien, iré a verla, maldita sea...
Más o menos, este fue el proceso mental (llámenlo mental, llámenlo x) que me llevó a plantarme en los Verdi para ver “Conversaciones con mi jardinero”. A veces, es tan sólo una chispa que te hace levantarte del sofá y marcharte al cine. En mi caso, chispa = Daniel Auteuil, uno de los mejores actores europeos, y del que siempre recordaré su inolvidable personaje de “Un corazón en invierno”. Gracias, Dani, tío, no me decepcionaste. “Conversaciones con mi jardinero”, basada en un libro de Henri Cueco, es una película etérea, incorpórea, casi diría que gaseosa, que transcurre de manera tan fluida como imperceptible, como observar un arroyo en primavera: parece que el agua no se mueve, pero el sonido de su regurgitación, su líquido ronroneo, te hipnotiza, te apacigua. No hay en la película mucho más allá de la sinopsis anteriormente citada, narrativamente hablando. La base argumental es el propio devenir del día a día de los dos personajes (que se llaman el uno al otro Pincel y Hortelano, sin que sepamos sus verdaderos nombres), la sutil consolidación de su amistad, el fortalecimiento imperceptible de su confianza mutua. Con una dirección discreta y sin alardes, basada en el plano-contraplano y las fotografías naturalistas de campiña francesa, Jean Becker, de manera fluida, nos va mostrando ese proceso sin necesidad de diálogos trascendentes y conversaciones plomizosóficas; de hecho, la ironía y mordacidad de ambos caracteres está presente en toda la película. Sin embargo, los dos personajes no están a la misma altura, sino que el jardinero ejerce de maestro de la vida sobre el pintor, que es el único que sufre una evolución durante el film. Pincel (Auteuil) pasa de ser el típico artista de éxito pagado de sí mismo, egocéntrico, obsesionado con la visión de su obra que tienen los demás, a preocuparse por su entorno (metáfora: su jardín) y por la gente de su alrededor. Y todo gracias a Hortelano (Darrousin), un ferroviario jubilado amante de la jardinería, sencillo, sabio desde su simplicidad, que demuestra que la inteligencia no viene de la formación intelectual, sino del sentido común. Su llaneza y sensibilidad popular implosionan en Pincel, al que ayuda a recorrer un camino que el jardinero ya ha transitado. Becker y Cueco muestran un sarcástico desprecio, salpicado de superioridad moral, hacia la intelectualidad urbanita; sobre esto se explayan en la escena (que me retrotrajo a cierta secuencia de "Annie Hall" con tito Woody y Marshall McLuhan) en la que el pintor destroza a un crítico pictórico sabelotodo con frases extrapoladas de su sencillo amigo.
Una película así sólo se sustenta a través de unas interpretaciones por encima de la media, y Becker, que de tonto no tiene un pelo, se apoya en dos grandes columnas jónicas (a la vez que galas) de la profesión. Daniel Auteuil tiene el personaje quizá más agradecido, porque es el que evoluciona, el que se impregna de humanidad, el que aprende que hay vida más allá de su ombligo. Para Jean-Pierre Darrousin (en un papel pensado para Jacques Villeret, el de “La cena de los idiotas”, que falleció antes de iniciarse el proyecto), sin embargo, queda, en mi opinión, la mayor gloria de un personaje hermosísimo, ese humilde jardinero que ha encontrado la felicidad en sus rutinas (cada año, vacaciones en Niza con la mujer y parada en el Paseo de los Ingleses), sus patatas, sus pepinos, su pensión ferroviaria o su dentista gratuito; que sabe de la vida y milagros de todo el pueblo sin necesidad de juzgarles; que distingue sus límites y que los acepta con una sonrisa en los labios; un ser humano tan único, tan extraordinario, que conoce lo que muy pocos conocen. La felicidad. Yo, de mayor, quiero saber lo que sabe el Hortelano.
8 comentarios:
Qué hermosa y lúcida reseña para lo que ha de ser, sin duda alguna (según la pintas, así es, desde luego...), una hermosa y lúcida peli. Y conste que lo dice otro que presume de ser amante incondicional del cine francés (de todo pelaje y condición). O sea, que habrá que verla...
Gracias por la guía y la conseja, y un abrazo.
La reseña es hermosa y lúcida como su autor... La película también lo es. No creo que sea para todo tipo de paladares-transformers, pero si te gusta el cine francés disfrutarás de esta película. De todas maneras, como he dejado dicho, hay más sentido del humor y una mordacidad más latina de lo habitual en este tipo de porducto "a la gabachè". Recomendable, sobre todo, para espíritus pacientes y livianos. Un saludo, joven.
Pues mira tú por donde, casualmente este sábado fui a ver yo Conversaciones con mi Jardinero: me pareció que tenía muy buena pinta y además, a mi también me gusta mucho Daniel Auteuil, de modo que cuando aparece en una película, ya me supone un aliciente. Para que veas, esta vez he tenido buenos reflejos y he acudido al cine rauda y veloz, antes de que la película desaparezca de la cartelera (que seguramente no tardará, por desgracia).
La película... la describes muy bien con todo eso tan poético que has dicho del arroyo en primavera (que bonito te ha quedao, pordios...). Una delicia, de principio a fin. Puede que no sea una película rompedora, y que no tenga demasiado de original, pero ni falta que le hace: es una película pequeña, hecha con sencillez pero con sensibilidad, que se apoya en los diálogos y en dos grandes actores. Tanto Auteuil como Darroussin están espléndidos, aunque como bien señalas, es Darroussin y su jardinero quien acaba robando la función.
Da gusto ver de vez en cuando películas como esta, que te dejan con una sonrisa en los labios. Y además, tiene momentos muy divertidos, como el que citas del crítico al que Auteuil pone a caldo (muy buena la comparación con esa memorable secuencia de Annie Hall) o cuando están en un velatorio y les da un ataque de risa, igual que si fueran un par de críos.
Por cierto, yo la vi doblada (que remedio...) y los personajes se hacían llamar Del Pincel y Del Jardín.
PD: ¿de dónde ha salido eso de Ramón Langa doblando a Kevin Kostner en asturiano??? las cosas que hay que ver...
Un saludo!
Leches, mira que estamos sincronizados, que nos ha salido el mensaje a la exacta misma hora... que cosas...
Pues no se yo si esta peli es para mi mente simple... al final todo es ponerse, y me acaban sorprendiendo más pelis de autor de las que me esperaba al principio. Otra cosa será si el tiempo reducido que tengo para ver pelis guía mis pasos hacia el jardín francés o más bien hacia el blockbuster de la semana, léase "Disturbia". Quien fuese marqués para tener todo el tiempo del mundo...
Laura, había leído tu post en el foro de Morfeo unas horas antes de colgar este, así que imaginaba que te gustaría. Como dices, es una película que te va dejando sonrisas en la boca (la escena del velatorio es muy significativa, devolviendo a los personajes a su amistad infantil). En cuanto a la traducción de los nombres, la verdad es que en el cine subtitulado en el que la vi los tradujeron así (en francés sólo sé decir croissant y renault); de hecho, diría que Darrousin es, más que nada, un hortelano, ¿no?
Lo de Ramón Langa creo que es una promo para un programa de una tele de Asturias. Estas cosas me las encuentro en Youtube buscando bizarradas, por supuesto... bizarro llama a bizarro...
Heitor, los pasos de cualquiera llevan al blockbuster de turno, entre otras cosas, porque la dan en muchos más cines y la tienes más a mano. No subestimes la simplicidad de tu mente: esta película habla del valor de la simplicidad, precisamente. Saludos.
Por curiosidad he buscado los nombres originales en francés de los protagonistas de la película y son Dupinceau y Dujardin, así que, por una vez, han estado más acertados con la traducción los del doblaje que los de los subtítulos.
¿De verdad solo sabes decir croissant y renault en francés? ¿acaso no te aprendiste el famoso estribillo de Lady Marmalade?
Sí, esa impresión me daba mientras la veía, aunque sería cuestión de preguntar a alguien que sepa francés (con perdón). En cuanto al estribillo de Lady Marmalade... me cansé de recitarlo cuando vi que: a) ninguna de las mujeres a las que les realizaba la petición expuesta en dicho estribillo sabía francés (con perdón again), o b) se hacían las sordas.
Sí, yo también apuesto por la b).
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