Dijo un día Paul Schrader, ese exegeta de la interacción culpa-redención, y notable cinéfilo (todo coleguilla de Marty ha de llevar la cinefilia en la sangre y el pasaporte), que el cine negro falleció con “Sed de mal”, el ampuloso ejercicio de estilo de Orson Welles. Por supuesto, Schrader pecó de apocalíptico (“El silencio de un hombre”, “Chinatown”, “Doble cuerpo”, “Muerte entre las flores”, “Kiss kiss bang bang”, por citar una de cada década), pero estaba en lo cierto, si lo que quería señalar era que la gran época del cine negro finalizó con esa película. No se podía imaginar un personaje más retorcido y ambiguo que Hank Quinlan, no se podía jugar más con las sombras, los encuadres y las maldades. Welles, una vez más, había dicho la última palabra, y el género se plegó a las nuevas vanguardias, los realizadores procedentes de la TV y el flower-power, entre otras cosas. Pero sus constantes vitales nunca mueren, y miles de películas de distintas texturas han chapoteado, más o menos aplicadamente, en sus principios morales (¿o qué es, si no, “Blade Runner”, más que puro cine negro trasladado al futuro?). Curiosamente, siendo como era un género recalcitrantemente americano, uno de sus máximos exponentes fue el alemán Fritz Lang, que había llegado a los Yuesei después de haber recibido una irrechazable (no se podía rechazar. La opción B era hacer de cobaya del profesor Franz de Auswichtz, o algo así...) oferta de Goebbels (que debía estar de muy mal humor después de la huída de Pe) para dirigir los estudios alemanes UFA. La industria yanqui le “conminó amablemente” a ir abandonando esas ínfulas de autor que había mostrado en su periplo germano (“Metrópolis”, “M”), para integrarse en la maquinaria hollywoodiense que, en aquella época, exigía tiros, mujeres-fatal y polis adecuadamente corruptos, siempre alrededor de la frase que, seguramente, más se ha repetido en la historia de este imperecedero género cinematográfico: “¿quieres más whisky?”
“Los sobornados” no es ni la peor ni la mejor película del sr. Lang circunscrita al género negro. Mi preferida es “La mujer del cuadro”, pero “Los sobornados” tiene algo de lo que carece esta: una escena clásica, una de esas que aparecen en cualquier documental-Canal-Historia que se precie, una de esas que pasan a los anales (espacio de texto libre para insertar chiste facilón y soez al respecto de “anales”) del cine. Hasta Almodóvar ha reconocido haber homenajeado esa escena en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”... me refiero, claro está, a la escena en la que Vic Stone (Lee Marvin, el ídolo del sr. Rubio, supongo que por delicatessen como estas) le arroja sin miramientos una jarra de café hirviendo al rostro de Debby Marsh (Gloria Grahame: ¿alguien más le ve un parecido razonable con Annette Bening?), deviniendo esta acción en un punto de inflexión fundamental en el film. Hasta entonces, “Los sobornados” era la empedrada pugna del sargento de policía Dave Bannion (Glenn Ford) por vengar la muerte de su esposa tras iniciar una investigación que promete con destapar la corrupción enquistada en su departamento (y un poco más allá); una muerte, por cierto, filmada con enorme exquisitez: después de marear la perdiz con una agradable y repleta de merengue escena papá+mamá+adorable hijita, nos petrifica con una explosión fuera de plano que le borra a tito Glenn (y al espectador) la sonrisilla displicente que hasta entonces llevaba dibujada en el rictus... A partir de que Lee demuestra que no vale para camarero, el centro neurálgico de la narración se desdobla, siendo Debby y su propia venganza tan protagonista o más que Dave, hasta apropiarse de los aplausos y corazones del respetable al final del film. La dirección de Fritz Lang, en general, es extremadamente discreta, y apenas hay nada del contumaz expresionista de sus inicios alemanes, rémoras del cual se habían paseado por alguno de sus anteriores acercamientos al género (“Perversidad”, “La mujer del cuadro”). A excepción de alguna escena puntual (ese plano con la Grahame agarrada de las rodillas, en penumbra, al albor de la tenue luz que permiten las rendijas de una persiana), Lang se pasea de puntillas, de manera impecable (esas sombras inigualables del blanco y negro) por la cinta; su intención, según reconoció él mismo, era identificar al espectador con el sargento, por encima de otra cosa. Lang va ennegreciendo el relato progresivamente, casi sin que nos demos cuenta, entregándolo en manos de sus personajes. En este sentido, como ha quedado dicho, la triunfadora es Gloria Grahame, excelente actriz de extraña carrera, que recibe su merecido en forma de hiriente sentencia de tito Ford (lo siento, cada vez que le veo resuena en mi cabeza el “Put the blame on mame”), cuando trata de seducirle en una habitación de hotel: “Jamás tocaría nada de Vic Stone ni con una vara de diez metros” (espacio de texto libre para insertar chiste facilón y soez al respecto de la “vara de diez metros”). Vamos a ver, Glenn, tío... esto... tú tienes un problemilla con las mujeres, ¿no?
“Los sobornados” no es ni la peor ni la mejor película del sr. Lang circunscrita al género negro. Mi preferida es “La mujer del cuadro”, pero “Los sobornados” tiene algo de lo que carece esta: una escena clásica, una de esas que aparecen en cualquier documental-Canal-Historia que se precie, una de esas que pasan a los anales (espacio de texto libre para insertar chiste facilón y soez al respecto de “anales”) del cine. Hasta Almodóvar ha reconocido haber homenajeado esa escena en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”... me refiero, claro está, a la escena en la que Vic Stone (Lee Marvin, el ídolo del sr. Rubio, supongo que por delicatessen como estas) le arroja sin miramientos una jarra de café hirviendo al rostro de Debby Marsh (Gloria Grahame: ¿alguien más le ve un parecido razonable con Annette Bening?), deviniendo esta acción en un punto de inflexión fundamental en el film. Hasta entonces, “Los sobornados” era la empedrada pugna del sargento de policía Dave Bannion (Glenn Ford) por vengar la muerte de su esposa tras iniciar una investigación que promete con destapar la corrupción enquistada en su departamento (y un poco más allá); una muerte, por cierto, filmada con enorme exquisitez: después de marear la perdiz con una agradable y repleta de merengue escena papá+mamá+adorable hijita, nos petrifica con una explosión fuera de plano que le borra a tito Glenn (y al espectador) la sonrisilla displicente que hasta entonces llevaba dibujada en el rictus... A partir de que Lee demuestra que no vale para camarero, el centro neurálgico de la narración se desdobla, siendo Debby y su propia venganza tan protagonista o más que Dave, hasta apropiarse de los aplausos y corazones del respetable al final del film. La dirección de Fritz Lang, en general, es extremadamente discreta, y apenas hay nada del contumaz expresionista de sus inicios alemanes, rémoras del cual se habían paseado por alguno de sus anteriores acercamientos al género (“Perversidad”, “La mujer del cuadro”). A excepción de alguna escena puntual (ese plano con la Grahame agarrada de las rodillas, en penumbra, al albor de la tenue luz que permiten las rendijas de una persiana), Lang se pasea de puntillas, de manera impecable (esas sombras inigualables del blanco y negro) por la cinta; su intención, según reconoció él mismo, era identificar al espectador con el sargento, por encima de otra cosa. Lang va ennegreciendo el relato progresivamente, casi sin que nos demos cuenta, entregándolo en manos de sus personajes. En este sentido, como ha quedado dicho, la triunfadora es Gloria Grahame, excelente actriz de extraña carrera, que recibe su merecido en forma de hiriente sentencia de tito Ford (lo siento, cada vez que le veo resuena en mi cabeza el “Put the blame on mame”), cuando trata de seducirle en una habitación de hotel: “Jamás tocaría nada de Vic Stone ni con una vara de diez metros” (espacio de texto libre para insertar chiste facilón y soez al respecto de la “vara de diez metros”). Vamos a ver, Glenn, tío... esto... tú tienes un problemilla con las mujeres, ¿no?
8 comentarios:
Me rindo ante este grandísimo post de tintes noir. Una de mis debilidades es este género clásico que tantas grandes películas nos ha dejado (por cierto hoy recuerdo en el gabinete a otro pilar del género).
Lang lo bordó con Los sobornados, igual que otros europeos (como Preminger), supieron imponer un estilo sobrio y frío que encajaba a la perfección el trémulo ambiente de estas películas.
La escena que menciona es de biblia cinéfila y hoy día, con lo supuestamente avanzados que estamos, se vería como una ofensa insoportable hacia el sexo femenino (dando lugar a todo tipo de comentarios y críticas anti-violencia de género).
La Benning guarda un gran parecido con la Grahame (con menos carisma desde luego) y más aún en el papel que hizo en "Bugsy".
Aplaudo en pié ante esta linterna mágica (de nuevo).
Saludos
Alasgüenas, dr., ya me he pasado por su consulta. Lo cierto es que el género negro es, quizás, la gran aportación americana a la historia del cine, desde el prisma puramente artístico. Francia con su Nouvelle vague, Italia con su neorrealismo, Alemania con su expresionismo, España con su... con su... esto... pasapalabra. En los Yuesei tienen su Género Negro. El cual, por otra parte, es mi preferido en lo que se refiere a cine clásico.
En cuanto a la escena susodicha, es indudable que ahora no sería recibida de la misma manera, y que Lee Marvin (y Glenn Ford, que iba repartiendo tortas por ahí) estaría disculpándose oficialmente en la CNN (o así).
No se meta con la Bening, una extraordinaria actriz que también probó el sabor del buen cine-tizón en esa maravilla malsana llamada "Los timadores"...
Tan sólo unas pequeñas puntualizaciones. Una de las características de la época dorada del cine negro es, precisamente, la de su machismo, ahí está ese James Cagney -por ejemplo- restregando un pomelo en la cara a su compañera en El enemigo público número uno, aunque eso no quita que nos dejara unos personajes femeninos totalmente inolvidables y fascinantes, en los que la mujer jugaba con las armas que tenía entonces en un mundo dominado por los hombres. Y después de mi obligado comentario feminista, decir que la doble perfecta de Gloria Grahame no es Annette Benning, sino Theresa Russell.
Sois taaaaaaaaaaaaaaaaan previsibles... No sé de qué os quejáis, si los personajes que más se recuerdan del género noir son, precisamente, los femeninos.
"Los sobornados" es mi título preferido del Lang 'noir' de su etapa americana.
Y lo es junto a "Perversidad", ese remake de "La golfa", de Jean Renoir, que a parte de presentar a una Joan Bennett tremenda como 'femme fatale', se atrevía a ponerle delantal al mismísimo Edward G. Robinson. ¡Impagable!
Como ya comento en el post, Cineahora, mi preferencia se encuentra en "La mujer del cuadro", en la que también puedes disfrutar de Joan Bennet; quizás es una película que va más allá del noir, con una atmósfera enrarecida que me encanta. A raíz de esta se realizó "Perversidad", otro clásico (y van..)
Sinceramente, no sabría con cual quedarme, tanto La Mujer Del Cuadro, como Perversidad o Los Sobornados son tres peliculones increibles. El cine negro es uno de mis géneros favoritos y Fritz Lang un director que me encanta, tanto lo que he visto de su etapa alemana (con mención especial a esas dos monumentales obras maestras que son Metrópolis y M), como su etapa americana. Uno de los más interesantes directores de la historia.
En cuanto a si ahora habría problemas para poner en una película una escena como la de Lee Marvin y su cafetera... pues yo creo que no, porque al fin y al cabo en la película está claro que su personaje es muy, pero que muy malo, y los malos tratos hacia la pobre Gloria Grahame se ven como algo reprobable. Yo creo que más problemas tendría hoy día, por poner un ejemplo, Humphrey Bogart en El Sueño Eterno cuando le suelta a la Bacall eso de "estese quieta, abofeteo muy mal a estas horas de la noche"(o algo así), y se queda tan ancho... pues anda que no era chulo Bogey.
Saludos, y a seguir con estos posts tan interesantes!
Probablemente tienes razón, Laura... En realidad el asunto sólo era para ver si picaba la presidenta de Feminismo Bloggero... y picó...
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