réquiem.
(Acus. de sing. del lat. requies, descanso).
1. m. Composición musical que se canta con el texto litúrgico de la misa de difuntos, o parte de él.
Un réquiem en tres actos, si nos atenemos a la definición de nuestra simpar Real Academia, es este segundo film del geniecillo en prácticas Darren Aronofski que dividió radicalmente a la sesuda crítica, removió conciencias, estómagos y tuétanos a tutiplén por la festivalía de estos y aquellos lares (aún se recuerda su impacto en la Seminci vallisoletana). Una de aquellas patadas en el bajo vientre que de cuando en cuando nos da el cine, la mayoría de las veces sin verlas venir, que es cuando más duelen. Sobre la senda delineada por irreverencias del calibre de “Un perro andaluz”, “Saló o los 120 días de Sodoma”, “La naranja mecánica”, “Easy rider”, “Bilbao”, “El imperio de los sentidos”, “Asesinos natos”, “Irreversible” o “El club de la lucha”, “Réquiem por un sueño” se regocija embarrándose en el hedor producido por el fracaso humano, en el olor a azufre que precede al descenso a los infiernos de cuatro personajes en caída libre, agarrados al peso de su decadencia. Aronofski disfruta observando, desde el pedestal que él mismo se ha construido (atención-pregunta: ¿cuántos de los realizadores de los filmes anteriormente mencionados se caracterizan por su probada humildad? Inquietante, ¿eh?), cómo los desdichados espectadores nos revolvemos inquietos en nuestras butacas, deseando que la película termine de una maldita vez, o que, por lo menos, se nos abra una puerta, por pequeña que sea, a la esperanza. Sí, nos gustan los perdedores, pero con glamour; y estos cuatro infaustos muñegotes del titiritero Aronofski (y de Hubert Selby Jr., el autor de la novela original y coguionista de la cinta) se lo dejaron por el camino. O quizás lo cambiaron por un par de gramos de heroína... “Réquiem por un sueño” es, en definitiva, el lado oscuro de “Trainspotting”. O asín.
Cuatro personajes en busca de su autodestrucción. Podría ser una buena sinopsis de esta historia, en la que un hijo, su novia, su socio y su madre se abandonan, sumidos en el cenit de sus alienadas decadencias, a sus respectivas adicciones (droga, éxito, pastillas, dinero, televisión) sin solución de continuidad. No hay demasiado que contar desde el punto de vista de la narrativa lineal, pero sí en cuanto al qué y al cómo de la cuestión. La película emana una penetrante incomodidad desde sus primeros planos, que se van tornando en asfixia, angustia, en una punzante tiza rayando una pizarra (la música de Clint Campbell, apoyada por la árida cuerda del Kronos Quartet, ayuda mucho). Aronofski se decanta por un colorismo algo feísta, afectado, en general, aunque salpica la cinta de numerosos recursos visuales y estilísticos: las split-screen, el minimontaje que precede a cada chute (sea de heroína o de concurso televisivo), los travellings rodantes marca “Spike Lee”... Los más estridentes los sufre el personaje de Sara (una incontenible Ellen Burstyn), una vieja jubilada enganchada al televisor que, con la esperanza de lucir próximamente en la caja de los sueños su vestido rojo, decide someterse a un radical régimen de adelgazamiento a golpe de pastillas. Sumida en un vertiginoso proceso de sumisión a la ingrávida irrealidad, visiones de hamburguesas (quizás el recurso visual más reiterativo y ridículo del film), neveras andantes y programas televisivos en relieve atacan la cordura de Sara, una Norma Desmond sin pasado glorioso que recordar. Los procesos de Harry (Jared Leto, de profesión problemático), Marion (Jennifer Connelly, siempre de notable) y Tyrone (Marlon Wayans, en lo único decente que ha hecho en su carrera, a pesar de ser el personaje de menos entidad) son más arquetípicos y transitados, aunque no por eso dejan de ser menos impactantes; aún así, contienen alguno de los peores momentos de la película (el sueño de Harry), aunque también alguno de los mejores: esa última conversación telefónica entre Harry y Marion, mientras esta última se pinta para bajar el último escalafón de su dignidad, mintiéndose mutuamente, derrotado su amor por su realidad, resulta escalofriante, quizás porque, en contraposición con el resto de la película, sugiere más que muestra.
Como decíamos al inicio, este es un réquiem en tres actos: verano (la luz, el calor de las ilusiones), otoño (la caída, claro) e invierno (pues... ¿de verdad lo tengo que explicar? ¿No habéis aprendido lo suficiente de vuestros maestros Alicia & Marcbranches? Estos niños...). No siendo esto, precisamente, un dicharachero anuncio de El Corte Inglés, cabe entender por qué, en este desesperanzado y despiadado ensayo sobre la debilidad humana, no cabe la primavera.
(Acus. de sing. del lat. requies, descanso).
1. m. Composición musical que se canta con el texto litúrgico de la misa de difuntos, o parte de él.
Un réquiem en tres actos, si nos atenemos a la definición de nuestra simpar Real Academia, es este segundo film del geniecillo en prácticas Darren Aronofski que dividió radicalmente a la sesuda crítica, removió conciencias, estómagos y tuétanos a tutiplén por la festivalía de estos y aquellos lares (aún se recuerda su impacto en la Seminci vallisoletana). Una de aquellas patadas en el bajo vientre que de cuando en cuando nos da el cine, la mayoría de las veces sin verlas venir, que es cuando más duelen. Sobre la senda delineada por irreverencias del calibre de “Un perro andaluz”, “Saló o los 120 días de Sodoma”, “La naranja mecánica”, “Easy rider”, “Bilbao”, “El imperio de los sentidos”, “Asesinos natos”, “Irreversible” o “El club de la lucha”, “Réquiem por un sueño” se regocija embarrándose en el hedor producido por el fracaso humano, en el olor a azufre que precede al descenso a los infiernos de cuatro personajes en caída libre, agarrados al peso de su decadencia. Aronofski disfruta observando, desde el pedestal que él mismo se ha construido (atención-pregunta: ¿cuántos de los realizadores de los filmes anteriormente mencionados se caracterizan por su probada humildad? Inquietante, ¿eh?), cómo los desdichados espectadores nos revolvemos inquietos en nuestras butacas, deseando que la película termine de una maldita vez, o que, por lo menos, se nos abra una puerta, por pequeña que sea, a la esperanza. Sí, nos gustan los perdedores, pero con glamour; y estos cuatro infaustos muñegotes del titiritero Aronofski (y de Hubert Selby Jr., el autor de la novela original y coguionista de la cinta) se lo dejaron por el camino. O quizás lo cambiaron por un par de gramos de heroína... “Réquiem por un sueño” es, en definitiva, el lado oscuro de “Trainspotting”. O asín.
Cuatro personajes en busca de su autodestrucción. Podría ser una buena sinopsis de esta historia, en la que un hijo, su novia, su socio y su madre se abandonan, sumidos en el cenit de sus alienadas decadencias, a sus respectivas adicciones (droga, éxito, pastillas, dinero, televisión) sin solución de continuidad. No hay demasiado que contar desde el punto de vista de la narrativa lineal, pero sí en cuanto al qué y al cómo de la cuestión. La película emana una penetrante incomodidad desde sus primeros planos, que se van tornando en asfixia, angustia, en una punzante tiza rayando una pizarra (la música de Clint Campbell, apoyada por la árida cuerda del Kronos Quartet, ayuda mucho). Aronofski se decanta por un colorismo algo feísta, afectado, en general, aunque salpica la cinta de numerosos recursos visuales y estilísticos: las split-screen, el minimontaje que precede a cada chute (sea de heroína o de concurso televisivo), los travellings rodantes marca “Spike Lee”... Los más estridentes los sufre el personaje de Sara (una incontenible Ellen Burstyn), una vieja jubilada enganchada al televisor que, con la esperanza de lucir próximamente en la caja de los sueños su vestido rojo, decide someterse a un radical régimen de adelgazamiento a golpe de pastillas. Sumida en un vertiginoso proceso de sumisión a la ingrávida irrealidad, visiones de hamburguesas (quizás el recurso visual más reiterativo y ridículo del film), neveras andantes y programas televisivos en relieve atacan la cordura de Sara, una Norma Desmond sin pasado glorioso que recordar. Los procesos de Harry (Jared Leto, de profesión problemático), Marion (Jennifer Connelly, siempre de notable) y Tyrone (Marlon Wayans, en lo único decente que ha hecho en su carrera, a pesar de ser el personaje de menos entidad) son más arquetípicos y transitados, aunque no por eso dejan de ser menos impactantes; aún así, contienen alguno de los peores momentos de la película (el sueño de Harry), aunque también alguno de los mejores: esa última conversación telefónica entre Harry y Marion, mientras esta última se pinta para bajar el último escalafón de su dignidad, mintiéndose mutuamente, derrotado su amor por su realidad, resulta escalofriante, quizás porque, en contraposición con el resto de la película, sugiere más que muestra.
Como decíamos al inicio, este es un réquiem en tres actos: verano (la luz, el calor de las ilusiones), otoño (la caída, claro) e invierno (pues... ¿de verdad lo tengo que explicar? ¿No habéis aprendido lo suficiente de vuestros maestros Alicia & Marcbranches? Estos niños...). No siendo esto, precisamente, un dicharachero anuncio de El Corte Inglés, cabe entender por qué, en este desesperanzado y despiadado ensayo sobre la debilidad humana, no cabe la primavera.
3 comentarios:
je!
siempre el Corte dando vueltas!
saludos!
Pues mira que he oído buenas cosas de esta película... pero todavía no he conseguido verla. Aunque por lo que leo en tu comentario, me da que no es una película adecuada para ver si tus ánimos están bajos, porque entonces ya te hundes en la miseria definitivamente con tanto pesimismo.
De todas formas, la veré, algún día... próximamente. Por cierto, ayer fui al cine y anunciaron la nueva peli de Aronofsky, The Fountain y me ha parecido que tenía buena pinta (al menos Hugh Jackman tenía muuuy buena pinta... Rachel Weisz también, que conste).
Saludos!
Estas mujeres, siempre pensando en lo mismo. Que sería del romanticismo en el mundo sin los hombres... Efectivamente, "Réquiem" no es la mejor opción si tu estado de ánimo no es bueno. Es demasiado desesperanzada. Pero no deja de ser altamente recomendable, siempre que seas de estómago ancho (y no me refiero a un estómago ancho al estilo Charles Laughton). "The fountain" ha recibido, como era de esperar, críticas de lo más variopintas: este Aronofski lo lleva en la sangre...
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