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RESIGNACIÓN, PUNTO DE ENCUENTRO



Después del dedicado al cine oriental, vamos a por otro díptico sobre cine exótico; en este caso, el español...

¿”En la ciudad”? Esta es una de las preguntas, quizás la más superficial, que se puede hacer uno a sí mismo inmediatamente después de haber presenciado el excelente filme de Cesc Gay. ¿Por qué se titula así? No parece, a primera vista, un retrato de la vida barcelonesa, o de su gente, o de sus costumbres, o una oda a las bonanzas de la Ciudad Condal (vamos, que no es “Manhattan”). En una entrevista promocional al grandioso Eduard Fernández, un tipo que siempre tiene algo que decir, catalán y barcelonés él, comentaba el actor que las maneras, los comportamientos, las conductas de los seres que pululan por la coralidad de la cinta tienen algo que ver con Barcelona: “Todos los personajes somos algo Barcelona, que se diferencia de, por ejemplo, Madrid, en algunos aspectos. “¿Barcelona? Sí, muy bien, muy bonita, todo bien. Es fantástico vivir aquí, el MACBA, el Parque Güell, qué bonito han dejado el puerto, todo muy bien. Vale, pero ¿dónde están las putas? Porque las hay, aunque no nos guste; bueno, por allá, apartadas, que no se vean mucho...” Esto es Barcelona, y esto son los personajes de la película”. Una reflexión tan escasamente sutil como vivazmente certera: estos individuos se esmeran en mantener las formas y guardar sus excrecencias (sus miedos) debajo de las alfombras. De cualquier manera, es difícil pertenecer a esta generación reflejada por Gay, entre los treinta y los cuarenta, sin sentirse mínimamente identificado. Chicos, chicas, sonreid: hemos salido en la foto.

“En la ciudad”, el tercer largo de Cesc Gay, nos dibuja a una serie de treintañeros pertenecientes a una ligeramente acomodada burguesía metropolitana (la excepción, y no debe de ser casualidad vista su elección final, es Tomás, el personaje interpretado por Alex Brendemühl, bastante tirado económicamente), todos ejerciendo profesiones liberales, todos en el meridiano de unas vidas, hasta el momento, confortables y carentes de obstáculos. Aunque la película es coral (aunque con trampa: son todos amigos), quizás el epicentro son los dos matrimonios, Irene/Manu y Mario/Sara, alrededor de los cuales sobrevuelan tanto las insatisfacciones de los demás como las propias: imbuidos, invadidos todos, por el desconcierto de la madurez. Personajes que se callan sus pequeñas miserias, que no se sinceran con nadie, y cuya soledad resulta ser su único espacio acogedor; un grupo de amigos que no hablan (el reverso oscuro de “Friends”: a ninguno de ellos se le ocurriría decir algo como “¡Nos estábamos tomando un descanso!”), y que sobreviven a las convenciones sociales a base de fingimientos, silencios calculados y pequeñas (o no tanto: Sofía, uséase María Pujalte, no dice una verdad ni entrenándose, no sé a quién me recuerda) mentiras. El filme se pasea discretamente por las situaciones, las contrariedades, los engaños, las miradas, los artificios de este grupo de conformistas que parecen resignados al microuniverso que les ha tocado vivir, aunque cada vez la angustia vital sea mayor. Quizás el mejor referente sea Mario (inmenso Eduard Fernández, quizás el mejor actor español de su generación), un personaje que soporta la infidelidad de su mujer sin pestañear, en silencio (con la excepción de una pequeña explosión en el restaurante), tratando de no internvenir y dejar que las cosas sean como antes a través de su propio peso; eso sí, después de tropezarse con un ideal de mujer (Leonor Watling), un poco al estilo de la Antera de “Beautiful girls”. Es imprescindible apuntar, a estas alturas, que todos los intérpretes están sobresalientes: empezando (además de los mencionados) con la gran Mónica López, y acabando con la sorpresa de disfrutar de un Jordi Sánchez que refleja a la perfección la insipidez de su anodino, aunque honesto, personaje. Hay hasta un cameo de Jaume Figueras, saliendo de un cine, por supuesto...

La escena final, la comida grupal en casa de Manu e Irene, nos ofrece la única decisión radical tomada por alguno de los personajes, la de Tomás respecto a su dieciseisañera amiguita (si es que, Jacko, las visten como...), tan valiente como inmadura; el clímax que supone la llantina de Irene se adorna con un ensordecedor silencio, derivado de la comprensión por parte de los amigos: saben que pasa algo, y que a ellos también les pasa algo, pero acto seguido se sumergirán en la comida como si nada hubiese sucedido. Contra la resignación, buenas maneras y fideuá.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

despues no me digan que las casualidades no existen, el viernes me pase por el videoclub Ficciones de madrid y me alquile este film, aun estoy disfrutando de su emocion.
saludos!

marcbranches dijo...

Pues mira, pa-que-veas. Creo que "En la ciudad" es una de las películas españolas más interesantes de los últimos años, y que habla de un grupo social poco analizado, por lo menos en profundidad, en nuestro cine. La escena de la última cena (en minúsculas, esto no es "La Pasión", por mucha Semana Santa que sea) es excelsa, por lo que se expresa (Mónica López) y, sobre todo, por lo que no se expresa.

Laura Hunt dijo...

Pues la vi hace unos años y recuerdo que me gustó mucho... pero la tengo bastante olvidada, o sea, que necesito volver a verla.

Yo también pienso que Eduard Fernández es uno de los más grandes actores que han surgido en el cine español en los últimos años... que digo en el cine español: en el cine mundial! impresionante.

marcbranches dijo...

Pues a recuperarla: probablemente gane con una segunda visión. Fernández es grandioso, y además parece un buen tipo, que suele huir de los tópicos y de la grandilocuencia en als entrevistas. Aún recuerdo el discurso de agradecimiento de su Goya hace unos años, en el que se ponía a los pies de Joan Dalmau: de los más emocionante que he escuchado en un discurso de ese tipo.

 
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