“Soy una mujer apasionada.”
Kristina está gorda. Mejor dicho, es gorda. Y arrastra ese complejo junto con el peso de las tartas de chocolate y helados de frambuesa que dominan su compra diaria. Pesan tanto que, a veces, necesita la ayuda de un portero hispano que la alivie a base de descargarla de algunas bolsas y no reírse de ella. Él no quiere propina, sólo una cucharada de tarta y un poco de sexo fugaz. A Kristina le da asco tan solo imaginar un pedazo de carne dentro de ella, no soporta el sexo (así justifica el no tenerlo) así que le mata, y le corta en trocitos. Es una mujer apasionada. Tiene un vecino en el que cree que podría confiar; si llama a su puerta las suficientes veces, podría llegar a ser su amigo. Está un poco gordo, y se llama Allen.
“¿Puedo oler tus bragas?”
Allen es una persona esencialmente aburrida. A nadie le interesa lo que dice, ni siquiera a su psiquiatra, que repasa mentalmente la lista de la compra mientras Allen vomita sus miserias en la consulta. Hay una, sin embargo, que aún no ha tenido el valor de confesarle: le encanta llamar por teléfono a desconocidas, soltarles barbaridades mientras se masturba compulsivamente, utilizar las salpicaduras de semen en la pared como pegamento para postales. Está enamorado en secreto de una vecina suya, morena, espigada, sensual, altiva, que jamás se molestará en mirarle a la cara. Le ha hecho una llamada obscena de las suyas, pero ella ha apretado el botón de rellamada. Él ha colgado el teléfono, sobresaltado, y ha arrancado el cable. Ella, con voz sensualmente arrastrada, le ha dicho que quiere verle. Se llama Helen.
“Si tan sólo hubiera sido violada de pequeña. ¡Así sabría lo que es autenticidad!”
Helen Jordan es una escritora de éxito masivo. Siempre viste de negro sofisticado, y se ha comprado un pack de afectación gestual para parecer más profunda. Es la estrella de su familia, y a ella acuden sus hermanas y sus padres para contarle sus confidencias, esperando que su capacidad para la lectura de las almas les encuentre una solución, o un novio. Le gusta torturarse de vez en cuando, vejarse a sí misma, para mantener la tradición del artista. Le hubiera gustado haber sido violada para escribir con más propiedad sobre ello, y Allen le ofrece una oportunidad, pero se ha rajado. Tiene dos hermanas, y una se llama Joy.
“Dices que te ríes conmigo, no de de mí. Pero yo no me estoy riendo.”
Joy Jordan está en los treinta, no tiene novio, ni casa, ni carrera profesional, ni autoestima. Es teleoperadora y profesora de inglés para extranjeros, y no apoya la huelga porque tiene sus motivos. Rompió con su novio Andy, un tipo algo pintoresco, que decidió suicidarse después de la ruptura, aunque a Joy no parece que le afecte demasiado, y a sus compañeros de trabajo tampoco. Compone canciones, pero no es cantante profesional, aunque quizás algún día, o puede que no. No es una mujer demasiado atractiva, así que si un taxista ruso, alumno suyo, también toca la guitarra y quiere acostarse con ella, pues accede (qué bonito es sentirse querida, aunque sea durante un rato). Si Vlad le roba el equipo de música y la guitarra, no pasa nada: Joy, que se está pensando lo de hacer huelga, le prestará quinientos dólares y le pedirá perdón a la mujer de Vlad. No se lo contará a su hermana Trish.
“Nuestros hijos son el futuro.”
Trish Maplewood es la América que no existe. Esposa y madre abnegada, elegantemente vulgar, su sonrisa es tan abierta como falsa. Es, de las tres hermanas, la hija responsable oficial; le gustaría ser la confidente de la familia, aquella en la que desahogar las penas, pero no alcanza la gestualidad de Helen. No permitirá que se note la molestia que resulta para ella el que sus padres también le hayan confesado a su hermana que se están separando, o algo parecido. Al fin y al cabo, es una mujer feliz y realizada al dictado de la religión burguesa: tiene un marido maravilloso, dos hijos estupendos, una cocina completa, un collar de perlas y una hermana de la que compadecerse. Cuando anima, sonriente, a Joy, que vive con ella, procura no esbozar una sonrisa victoriosa que a veces la traiciona por la comisura de los labios. Su esposo, con el cual su relación es tan perfecta que no necesitan el sexo, es un yerno ideal llamado Bill.
“¿Quieres que me mida el pene, hijo?”
Bill Mapelwood, psicólogo, marido y padre de familia ejemplar, tarda medio minuto en correrse en el coche mirando una revista infantil recién adquirida. Es tan profesional con sus pacientes (Allen el aburrido, por ejemplo) como con su hijo, en estado de depresión preadolescente debido a su imposibilidad para ejercer su primera eyaculación. Bill siempre lleva narcóticos en polvo en los bolsillos, por si algún amigo de su hijo Billy viene a casa a dormir, como Johnny Grasso, o por si hay alguna oportunidad imprevista, como la de Ronald Farber, otro amigo de Billy al que fue a hacer una visita porque sabía que sus padres se habían ido de viaje dejándole solo. Claro, esta vez se le fue la mano. Lo peor no fue la visita de la policía, ni la pintada en la fachada de casa; lo peor fue reconocer la pederastia a su propio vástago. Pero Bill es un padre ejemplar, y jamás se follaría a su hijo: en vez de eso, se masturbaría. El pequeño Billy lloró mucho al oír eso de boca de su padre. Pero seis meses después, se corrió.
“Happiness”, o la deconstrucción de la clase media-alta americana desde el estrábico prisma de Todd Solondz.
Kristina está gorda. Mejor dicho, es gorda. Y arrastra ese complejo junto con el peso de las tartas de chocolate y helados de frambuesa que dominan su compra diaria. Pesan tanto que, a veces, necesita la ayuda de un portero hispano que la alivie a base de descargarla de algunas bolsas y no reírse de ella. Él no quiere propina, sólo una cucharada de tarta y un poco de sexo fugaz. A Kristina le da asco tan solo imaginar un pedazo de carne dentro de ella, no soporta el sexo (así justifica el no tenerlo) así que le mata, y le corta en trocitos. Es una mujer apasionada. Tiene un vecino en el que cree que podría confiar; si llama a su puerta las suficientes veces, podría llegar a ser su amigo. Está un poco gordo, y se llama Allen.
“¿Puedo oler tus bragas?”
Allen es una persona esencialmente aburrida. A nadie le interesa lo que dice, ni siquiera a su psiquiatra, que repasa mentalmente la lista de la compra mientras Allen vomita sus miserias en la consulta. Hay una, sin embargo, que aún no ha tenido el valor de confesarle: le encanta llamar por teléfono a desconocidas, soltarles barbaridades mientras se masturba compulsivamente, utilizar las salpicaduras de semen en la pared como pegamento para postales. Está enamorado en secreto de una vecina suya, morena, espigada, sensual, altiva, que jamás se molestará en mirarle a la cara. Le ha hecho una llamada obscena de las suyas, pero ella ha apretado el botón de rellamada. Él ha colgado el teléfono, sobresaltado, y ha arrancado el cable. Ella, con voz sensualmente arrastrada, le ha dicho que quiere verle. Se llama Helen.
“Si tan sólo hubiera sido violada de pequeña. ¡Así sabría lo que es autenticidad!”
Helen Jordan es una escritora de éxito masivo. Siempre viste de negro sofisticado, y se ha comprado un pack de afectación gestual para parecer más profunda. Es la estrella de su familia, y a ella acuden sus hermanas y sus padres para contarle sus confidencias, esperando que su capacidad para la lectura de las almas les encuentre una solución, o un novio. Le gusta torturarse de vez en cuando, vejarse a sí misma, para mantener la tradición del artista. Le hubiera gustado haber sido violada para escribir con más propiedad sobre ello, y Allen le ofrece una oportunidad, pero se ha rajado. Tiene dos hermanas, y una se llama Joy.
“Dices que te ríes conmigo, no de de mí. Pero yo no me estoy riendo.”
Joy Jordan está en los treinta, no tiene novio, ni casa, ni carrera profesional, ni autoestima. Es teleoperadora y profesora de inglés para extranjeros, y no apoya la huelga porque tiene sus motivos. Rompió con su novio Andy, un tipo algo pintoresco, que decidió suicidarse después de la ruptura, aunque a Joy no parece que le afecte demasiado, y a sus compañeros de trabajo tampoco. Compone canciones, pero no es cantante profesional, aunque quizás algún día, o puede que no. No es una mujer demasiado atractiva, así que si un taxista ruso, alumno suyo, también toca la guitarra y quiere acostarse con ella, pues accede (qué bonito es sentirse querida, aunque sea durante un rato). Si Vlad le roba el equipo de música y la guitarra, no pasa nada: Joy, que se está pensando lo de hacer huelga, le prestará quinientos dólares y le pedirá perdón a la mujer de Vlad. No se lo contará a su hermana Trish.
“Nuestros hijos son el futuro.”
Trish Maplewood es la América que no existe. Esposa y madre abnegada, elegantemente vulgar, su sonrisa es tan abierta como falsa. Es, de las tres hermanas, la hija responsable oficial; le gustaría ser la confidente de la familia, aquella en la que desahogar las penas, pero no alcanza la gestualidad de Helen. No permitirá que se note la molestia que resulta para ella el que sus padres también le hayan confesado a su hermana que se están separando, o algo parecido. Al fin y al cabo, es una mujer feliz y realizada al dictado de la religión burguesa: tiene un marido maravilloso, dos hijos estupendos, una cocina completa, un collar de perlas y una hermana de la que compadecerse. Cuando anima, sonriente, a Joy, que vive con ella, procura no esbozar una sonrisa victoriosa que a veces la traiciona por la comisura de los labios. Su esposo, con el cual su relación es tan perfecta que no necesitan el sexo, es un yerno ideal llamado Bill.
“¿Quieres que me mida el pene, hijo?”
Bill Mapelwood, psicólogo, marido y padre de familia ejemplar, tarda medio minuto en correrse en el coche mirando una revista infantil recién adquirida. Es tan profesional con sus pacientes (Allen el aburrido, por ejemplo) como con su hijo, en estado de depresión preadolescente debido a su imposibilidad para ejercer su primera eyaculación. Bill siempre lleva narcóticos en polvo en los bolsillos, por si algún amigo de su hijo Billy viene a casa a dormir, como Johnny Grasso, o por si hay alguna oportunidad imprevista, como la de Ronald Farber, otro amigo de Billy al que fue a hacer una visita porque sabía que sus padres se habían ido de viaje dejándole solo. Claro, esta vez se le fue la mano. Lo peor no fue la visita de la policía, ni la pintada en la fachada de casa; lo peor fue reconocer la pederastia a su propio vástago. Pero Bill es un padre ejemplar, y jamás se follaría a su hijo: en vez de eso, se masturbaría. El pequeño Billy lloró mucho al oír eso de boca de su padre. Pero seis meses después, se corrió.
“Happiness”, o la deconstrucción de la clase media-alta americana desde el estrábico prisma de Todd Solondz.
17 comentarios:
Pedazo de critica hacia la pelicula que lanzo al Bueno de Todd a ser un poco mas conocido.
Me encanta esta pelicula, seran esas ganas que siento muchas veces de quitar la vista de ella, o sera simplemente que es un peliculon.
Me Gusta Solondz y me da pena que tenga que aportar su vida para seguir haciendo grandes peliculas ya que no consigue financiación, mientras se siguen estrenando Bodrios como minimo una vez a la semana....
Una pena!!!
Saluds
De las pelis de Solondz, la mejor, seguro. Muy buena nota. Un abrazo.
Gracias, anónimo invitado, aunque más que una crítica es una pequeña disección de personajes de la película. Como dice faraway, es la mejor de Solondz (aunque no he visto "Palíndromos"), a pesar de que entiendo que su duración es excesiva y, como ocurre en casi todas las películas corales o de episodios, unas historias son mejores que otras (se podría haber ahorrado perfectamente a los padres de las hermanas, la verdad). Grandioso trabajo de la gran mayoría de los actores, en especial Seymour Hoffman y Dylan Baker, extraordinarios en su falsa normalidad. Saludos a ambos.
Efectivamente, como bien dices, haces una disección, tal que hace el propio Todd.
"Happiness" fue un film bastante comprometido en su día. De hecho la distribuidora original se descolgó del producto. No es para menos ya que se tocan temas tan delicados como la pedofilia.
La peli se mereció el premio que le dieron los críticos de Cannes. A mí me parece uno de los trabajos más interesantes de Todd Solondz.
Ah, y por último mi alabanza más sincera por tu más que bueno trabajo. Aunque esto ya no me sorprende.
Un abrazote.
Hola, anro, y gracias por la lisonja. Es cierto lo que dices, a Solondz se le negó el pan, la sal y la distribución. Cosa que, viendo la película, no me extraña demasiado. los noventa fueron una época proclive, cinematográficamente hablando, a la deconstrucción desmitificadora de la sociedad americana de clase media: "American beauty", "La tormenta de hielo", "Maridos y mujeres", "Vidas cruzadas", "Amigos y vecinos", "Los Tennenbaums"... todas disparando contra el concepto tradicional, católico y apostólico de la familia yanqui. Pero "Happiness" va un par de pasos más allá, y la industria no podía permitirlo. Niño, al rincón. Es la película más lúcida de Solondz hasta el momento, aunque "Storytelling" es también muy destacable, además de que supera a "Happiness" en una cosa: concisión (80 minutos). Saludos.
Me ha gustado desde el lugar que encaras a este direfctor que siempre genera polémica. En mi caso, cuando me abstraigo un poco de la polémica lo disfruto bastante. Saludos!
Teniendo en cuenta el prisma desde el ue cuenta sus historias, ugokan, la polémica, en un país como USA, es inevitable. Y también lo es que aquí lo disfrutemos más. Saludos.
Demoledora, simplemente demoledora. La menor de su director, sin duda.
Entiendo, j.a., que donde has dicho "menor" dijiste "mejor" (digo-diego). Demoledora es un adjetivo que le viene al pego: clase media americana en demolición. Saludos.
Emmm pasaba por aqui...
he visto a Philip ahi sentadito y me ha picado la curiosidad.
Yo de su filmografía sólo he visto Palíndromos y la verdad es que no me gustó demasiado. Happiness me sonaba que era suya, pero no me llamaba especialmente la atención (tampoco le había prestado demasiada). Pero después de leer la disección de los personajes, he de reconocer que tengo ganas de verla.
Gracias por la recomendación (involuntaria)!!
Buenas, redcap. He visto en tu perfil que odias los musicales... ten cuidado no vaya a ser que Alicia te envíe un troyano más grande que Brad Pitt... "Happiness" no es una película para todos los estómagos. Es una especie de "Vidas cruzadas" en cafre. Dale una oportunidad. Saludos.
Vaya por dios!!
Me encanta la música. Me encanta el cine. Pero es que juntos... que no les veo, vaya. Bueno menos las bandas sonoras, que esas si me gustan. :-P
Supongo que tendrá que haber de todo en la viña del señor.
(Entre dios y señor, qué católico me ha quedado el post... o_0)
Sin pecado concebido (el comment). Yo tampoco soy amigo de los musicales (ahora que no nos oye la jefa), aunque hay algunos modernos que sí me gustan ("Moulin Rouge" por encima de todos, pero tamnbién "Chicago" e incluso "Hairspray"). Saludos.
Dios os castigará por no saber apreciar los buenos musicales... en fin, allá vosotros.
Mira tú por donde, Happiness es la única película de Solonz que he visto hasta el momento. La vi hace no se cuantos años (cuando la estrenaron en el cine) y me gustó pero, sea por lo que sea, nunca he vuelto a verla, pero la cuestión es que me suena haberla grabado hace tiempo en el canal + de mis padres... voy a tener que hacer una búsqueda entre mis viejas cintas de video, a ver si la encuentro (si es que yo grabo y grabo, y después se me olvida)
Hasta luego!
¿Que Dios nos castigará? Entonces podemos quedarnos tranquilos... Yo también tuve varios años de grabar y grabar en VHS gracias al Plus (siempre escogiendo la sesión en V.O., claro), pero ya no sabía dónde meter las cintas. Ahora soy un burgués urbanita de mierda, y compro devedeses, claro. Saludos.
Lo suyo son las figuras del desconcierto y que crecen en un mundo happy? Es la sonrisa tiesa que sólo el puñetero Solozond le pone a los deprimidos. Este tio me da escalofríos.
Hola, Raquel. ¿Te da escalofríos Solondz? A mi me produce pinzamientos en el estómago. Su sentido del humor se parece al de una tiza en una pizarra; y, lo peor de todo, es que su visión retorcida de la sociedad burguesa, es lúcida, te la crees. EXISTE. Aydios.
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