LA VENUS ¿RUBIA?
EL SR. LOBO
AUTOS LOCOS
MIS CONVERSACIONES CON EL GRANJERO

Por lo visto hay un cierto dicho de que si uno quiere ganarse el Oscar, una de las maneras más seguras de conseguirlo es haciendo una película que trate sobre el nazismo. Parte de razón tienen, no hay nada como ver el sufrimiento de esa época para conmover a los miembros de la Academia, pero no siempre funciona.
El niño con el pijama de rayas fue un enorme éxito editorial, de tal modo que era de esperar que tarde o temprano (cada vez se hace más temprano) tuviera una adaptación cinematográfica.La originalidad y el gran acierto del libro era explicar la historia desde el punto de vista de un niño.
Bruno (Assa Butterfield) es un niño de ocho años, hijo de un oficial alemán. Su padre acaba de ser ascendido, y tienen que cambiar de casa; pero su nuevo hogar resulta estar muy aislado, en medio del campo, y Bruno se aburre muchísimo porque no tiene con quien jugar. Pronto descubre que cerca de su casa hay una granja, aunque algo peculiar: sus habitantes siempre van en pijama. Sus padres enseguida le dicen que no debe acercarse nunca allí, pero el aburrimiento y las ganas de explorar hacen que vaya a ella, y allí se encuentra con un niño de su misma edad, Shmuel(Jack Scanlon).
Toda la historia pasa rápido, con lo que no se hace aburrida, a lo que contribuye también su corta duración, pero aunque está bien hecha resulta algo fría, habría necesitado algo más de cámara subjetiva, o incluso algo de voz en off, para acentuar que se trata del punto de vista de un niño. Mi escena favorita es la de una cena, en la que el padre de Bruno(David Thewis) muestra su carácter maléfico Los actores están muy correctos, el padre que poco a poco va mostrando su auténtica personalidad, la madre que se niega a creer las maldades que hacen en el campo de concentración, la hermana mayor de Bruno, que cambia las muñecas por las esvásticas, empujada por la atracción que siente por un joven oficial… , pero habría hecho falta un director capaz de pasar en un instante de las sonrisas a las lágrimas; alguien como Spielberg, quizás, aunque comprendo que después de La lista de Schindler no quiera volver a tratar el tema. Aún así, hay que tener unas entrañas muy duras para que no se te revuelvan cuando Bruno se pone el “pijama”. Por lo tanto el resultado es bueno, pero en manos de otro podría haber sido una maravilla.
El hecho de que detalles que no parecen demasiado lógicos como el que los encuentros de Bruno y Shmuel pasen totalmente inadvertidos a los vigilantes, o que un niño consiga fácilmente colarse en “la granja” no le quitan efectividad a la historia, que sigue siendo válida para mostrar uno de los episodios más horribles y vergonzosos de la Humanidad.
EL LUCHADOR CANTANTE
Hay películas que ya huelen a Oscar antes de estrenarse. Este es el caso de Crazy heart. A la Academia le encantan las historias de antiguos perdedores que están de vuelta de todo, hacen repaso de su vida, y encima si cantan mejor que mejor. Si añadimos que el susodicho personaje lo interpreta ni más ni menos que Jeff Bridges, un actor que ya hace tiempo que debía haberse llevado la estatuilla y no tiene ninguna, pese a sus cuatro nominaciones, la cosa promete; a Su Majestad el Nota le acompañan Robert Duvall y Colin Farrell, aparte de Maggie Gyllehnaal (por lo que lo raro es que Marcbranches no se me haya adelantado con este trailer). Lo más curioso es que la comparan con The wrestler en versión country, esperemos que tenga más suerte que Mickey Rourke.
EL MOTÍN DE MALAMADRE
¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!

Reconozco que me encanta Tim Burton, ese cineasta genial, eterno adolescente (de 51 tacos) y joven atormentado como lo definen en La hora chanante. No me importa que digan que se ha encasillado en un género (también lo hicieron Hitchcock y John Ford, y no pasó nada) o que últimamente se crea tan superior a sus obras que ya ni siquiera siente cariño por sus personajes, retratándoles de una manera cada vez más negra (lo que me preocuparía es que fuera de una manera más blanca). Eso no puede decirse de Sleepy Hollow, que sencillamente es deliciosa.
Donde más a gusto se siente Burton es el mundo de los cuentos, y nadie como él para devolvernos a la infancia. A partir de una historia de Washinghon Irving, ofrece un precioso homenaje a las películas de terror, especialmente las de la Hammer; aunque es en color la tonalidad recuerda a las películas en blanco y negro, un recurso que volvió a utilizar en Sweeney Todd.
Icabod Crane (Johnny Depp) es un joven detective que es mandado a Sleepy Hollow para investigar unas misteriosas muertes. Estamos a punto de acabar el siglo XVIII, y Icabod ya es en realidad del siglo XIX. Cree en la ciencia sobre todas las cosas, y le gusta usar nuevos aparatos que sabe que dejan boquiabiertos a los demás. Es una especie de Grissom victoriano. Pero su llegada a Sleepy Hollow hace que se tambaleen todas sus creencias, ya que debe aceptar algo que siempre había rechazado, debido a un trauma infantil: la magia; y no sólo eso, sino descubrir que ésta no siempre es mala.
La leyenda del Jinete sin cabeza es muy famosa en los Estados Unidos, y entre sus versiones se encuentra una de Disney , que también homenajea Burton con las calabazas incendiarias. La ambientación es sencillamente perfecta, siendo lo mejor de la película, como era de esperar, y el árbol que aparece merece entrar en la historia del cine, junto con el de El laberinto del fauno, el que preside la plantación de Tara y el de la vida de Aronfsky . Es cierto que el guión podría haber sido más elaborado, pero cada una de las apariciones del jinete sin cabeza, especialmente una dentro de una casa, persiguiendo a una familia, o una persecución a una carreta, son memorables; y no nos engañemos ¿acaso creéis que a Burton le importa demasiado Icabod?. Sin duda sus preferencias están del lado del jinete. Pero aún así no es que le caiga mal el personaje, al acabar aceptando la magia, y su tratamiento es más bien cómico, aunque eficaz.
Johnny Depp está estupendamente acompañado de actores como Christopher Lee, Martin Landau, Jeffrey Jones o Michael Gambon, y por lo que a mujeres se refiere, ahí están Miranda Richardson y Christina Ricci. Sin olvidar a Christopher Walken, que no necesita decir ninguna frase para resultar inquietante. No busquemos más complicaciones, y limitémonos a disfrutar de un cuento, como cuando éramos niños.
EL MEJOR MOMENTO PARA QUEDARSE SIN SALDO
Nadie se lo planteó en su momento, pero la aparición del teléfono móvil supuso una verdadera tragedia para los guionistas de películas de terror. ¿Y ahora cómo dejamos incomunicados a esa pandilla de adolescentes granulientos y calentorros que se han ido a esa cabaña forestal a beberse el río Miño y a intercambiar fluidos, para que el mastuerzo de la chaqueta a jirones y la máscara de Tinky Winky pueda destriparles con la adecuada calma? Ah, amigos, el ingenio humano. Ahí arriba, vía Las Horas Perdidas, tenéis unas cuentas decenas de pruebas de por qué los guionistas están tan mal pagados. Por supuesto, este post está enteramente dedicado a la Directrice y a su móvil, que seguro tiene que ser precioso.
ÉRASE UNA VEZ EN EL OESTE

No hay nada más fascinante en la Historia que el nacimiento de una nación, ver cómo de la nada un grupo de personas sin importancia consiguen levantar una ciudad poco a poco. Sus nombres no pasarán a los libros de Historia, pero sin ellos no habríamos llegado a donde estamos. Y Deadwood trata de todo ello. Deadwood es un lugar cercano a Dakota, rodeado de montañas. Nadie se detendría allí si no fuera por el oro que dicen que hay en el terreno, y eso ha hecho que llegue gente sin cesar, esperando hacer fortuna.
La serie tiene un reparto coral, ya que no hay un protagonista concreto, aunque podría decirse que Seth Bullock (Timothy Olyphant) es lo más cercano a un héroe, sus ataques de ira impiden que sea perfecto, y además acaba totalmente eclipsado por el “lado oscuro”. Porque no nos engañemos, es lo que más abundaba en el lejano Oeste, donde imperaba la ley del revólver. Y aquí es donde aparece Al Swearengen (Ian McShane)
Swearengen es el amo y señor de Deadwood. Aunque en apariencia tan sólo dirige el local The Gem Saloon, no hay nada que ocurra en la ciudad de lo que no se entere. De una inteligencia y visión de futuro privilegiada, está dispuesto por todos los medios a conseguir la anexión de Deadwood a Dakota. Por su propio interés, por supuesto. Es duro ser un chulo, pero Al es mucho más que eso y elimina sin pestañear cualquier obstáculo que se cruce en su camino. McShane es un actor que nunca me había llamado la atención, pero aquí puede decirse que ha encontrado el personaje de su vida y está sencillamente espléndido.
Si hay algo de importancia en el western es el rostro de los personajes: personas con el rostro curtido que se las han visto de todos los colores y por eso no necesitan hablar demasiado, son más gente de acción que otra cosa. La elección de Keith Carradine como Wild Bill Hicok no pudo ser más acertada, aunque desaparezca demasiado rápido su presencia se sigue notando en los capítulos siguientes. La Calamity Jane de Robin Weigert, sin embargo, es más bruta que un arado y roza la caricatura.
Uno de los mayores aciertos de la serie, aparte de los brillantes diálogos, es el mimo con que se trata a todos los personajes secundarios. Desde el médico que interpreta ese robaescenas consumado que es Brad Dourif pasando por el relamido dueño del hotel hasta el señor Wu (no se puede sacar más provecho de un personaje que sólo sabe decir cuatro palabras en inglés), todos están magníficos. Desgraciadamente, como suele pasar con otras series, tras la tercera temporada acabó de una manera totalmente brusca, ya que no se trataba de un final, ni mucho menos… o quizás, tal vez, como la ciudad, nunca llegaría a estar acabada del todo.
EL MURO DE COCA COLA
NO DESEARÁS (MATAR) AL PERRO DEL VECINO

Si dijera que el argumento va de escritor cínico a quien no le gustan los niños y conoce a la hija pequeña de unos vecinos, sobreprotegida debido a su minusvalía, seguro que pensaréis que se trata de un rollo sentimentaloide y lacrimógeno. Nada más lejos de la realidad.
Peter McGowen (Branagh) es un escritor famoso. De joven se ganó la reputación de genio con su primera novela y desde entonces no ha conseguido repetir el mismo éxito. Tiene una lengua de víbora, es un fumador compulsivo y no soporta a nadie, además hace noches que no puede dormir debido a los ladridos del perro del vecino, lo que ha aumentado su habitual malhumor. Su mujer, Melanie( Robin Wright Penn) es un auténtico ángel, pero últimamente el reloj biológico la está empezando a preocupar, ya que a su marido no parece entusiasmarle la idea de ser padre, como parece indicar la hilarante visita al ginecólogo.
A partir de estos elementos Michael Kalesniko construye una comedia ágil e ingeniosa. Hay escenas tan divertidas y bien montadas como las de la entrevista del programa de televisión, alternando las imágenes de dentro del estudio y las del helicóptero, o la de la su conversación con su doble , y afortunadamente no cae en la tentación de centrarse tan sólo en un personaje tan egocéntrico como McGowen, pese a lo mucho que se presta a ello, los secundarios también están bien dibujados, como el asesor de McGowen (“¿Estás borracho?” –“ Qué hora es? “ – “Las cuatro” – “Si.”), o el policía que no conoce más obras de teatro que los musicales de Lloyd Webber.
Branagh está estupendo en su papel, de hecho creo que es una de sus mejores interpretaciones no Shakespearianas en la pantalla, claro que los mal pensados podrán decir que lo tenía fácil para hacer de egocéntrico, y su relación con la niña no es para nada empalagosa, de hecho es el único que la trata como una persona totalmente normal y adulta.
Una película totalmente recomendable, de las que dejan buen sabor de boca… (y ¡qué bien le queda la barbita a mi Kenny!)
BANANA SPLIT
Esta es de cuando a Tim Burton le salía la magia por las orejas, y no tenía que hacer esfuerzos de estreñido para ejercer sus encantamientos; opino que, desde la jodida “El planeta de los simios” Burton no ha vuelto a ser el mismo, y su perroverdismo exhuma aromilla de fuego de artificio. En “Bitelchús” todavía era un adorable tarado que, no obstante, consiguió el suficiente favor del público como para que le permitieran hacer “Batman”. Una de sus escenas clásicas es esta cena embrujada por Michael Keaton en la sombra, en la que grandes de la comedia como Catherine O'Hara o Jeffrey Jones se ven forzados a moverse (a)rrítmicamente al son de Harry Belafonte. Mientras, Winona, con pinta de EMO fundacional, se lo mira con cara de no haber roto un plato, ni robado en una tienda de ropa.
CENICIENTO Y LA CALABAZA

Aunque no aparezca en las listas de las mejores películas de cine negro, eso no quita que sea deliciosa y fascinante, una historia que ha mejorado con el tiempo, convirtiéndola en visión obligatoria de cualquier cinéfilo.
Una ambulancia se dirige apresuradamente a una lujosa mansión, donde la esposa del propietario ha estado a punto de morir asfixiada, en lo que no se sabe seguro si ha sido un intento de suicidio, un accidente... o quien sabe si algo peor. De todas maneras, la mujer está fuera de peligro y uno de los enfermeros, Frank Jessup (Robert Mitchum) descubre a la hijastra de la paciente, Diane Tremayne (Jean Simmons), tocando tranquilamente el piano.
Diane es una muchacha mimada y caprichosa, siente fijación por su padre y desprecia a su madrastra. Tiene una cara angelical, y desde el primer momento decide ir a la busca y captura de Frank, aunque él no parezca demasiado interesado en ella, ya que es muy feliz con su novia; pero Diane sabe cómo conseguir la cosas, y aprovecha la fascinación que siente Frank por su coche para atraparle como una araña.
Preminger nunca tuvo fama de ser demasiado amable con sus actores, precisamente, y una vez más lo demostró durante el rodaje de la escena en la que Robert Mitchum abofetea a Jean Simmons. Preminger insistía en que cada vez le diera más fuerte, una y otra vez, hasta que Mitchum se hartó, le cogió de la pechera de la camisa y le dio una sonora bofetada mientras decía “¿Así te parece bien?”
Detalles aparte, consiguió una estupenda pareja protagonista. La sola idea de considerar a Mitchum como un “Ceniciento” ya es adorable, y está perfecto como el típico hombre duro y cínico (o al menos se piensa que lo es), pero que se deja enredar por una cara bonita, soltando las típicas frases cortantes de cualquier cine negro que se precie, como por ejemplo: “Te quiero a mi manera, pero… ¿Qué hombre estaría a salvo con una mujer como tú?”, y Jean Simmons, con su preciosa cara, era la compañera ideal de chicos malo como Mitchum o Brando. Como dice uno de los personajes, “Estás jugando con fuego y te lo aconsejo en una habitación llena de gas.”, así de explosiva era la relación de la pareja. La guinda que termina de adornar el pastel es el excelente y sorprendente final, cuando Frank se ha dado cuenta del auténtico carácter de Diane (o dicho de otra manera, el coche se ha vuelto a convertir en calabaza)… pero no había pensado en el carácter caprichoso y egoista de ella, y para ella no hay campanadas que valgan.
PATRIMONIO NACIONAL

Este lunes nos ha dejado, a la edad de 87 años, el actor José Luis López Vázquez.
Ni esta noticia de agencias, ni ninguna hagiografía póstuma que se escriba sobre él (ni mucho menos esta), harán justicia al peso específico de este nombre en el imaginario histórico del cine español. Si fuera americano, algún que otro premio de cine, más de un estudio cinematográfico y varias fundaciones sin aparente ánimo de lucro llevarían, a partir de hoy, su nombre. Ha dicho Alex de la Iglesia, presi de la Academia de Cine, que se ha marchado “una de las patas de la mesa del gran cine español, junto a Pepe Isbert y Fernando Fernán-Gómez”, y no le falta razón. Ha sido uno de los iconos más reconocibles de nuestra historia cinematográfica, y también uno de los más imitados, gracias a su personalísima gestualidad y deje parlanchín, con esa manera de hablar tan empeñada en marcar eternamente cada sílaba como si todas fuesen acentuadas. En buena parte de la sociedad española quedará su imagen asociada al cine parrandero, pícaro pero ingenuo, castizo y bullanguero, asociado al aperturismo de los setenta, antes y después de la muerte del tío Paco. En películas marca “opio para el pueblo” tales como “Operación Mata-Hari”, “Cómo está el servicio”, “Por qué pecamos a los cuarenta”, “Lo verde empieza en los Pirineos” o “El señor está servido”. Taquillazos hispanos que ayudaron a inmortalizar su personaje cascarrabias, perseguidor de bikinis suecos y buenazo-pero-con-un-punto-de-mezquindad. Pero, intercalado entre este capazo de filmes coyunturalmente inevitables, López Vázquez fue un actor versátil y sensible cuyo talento no pasaba desapercibido para los grandes de nuestro cine ya desde sus inicios. Esencialmente, su gran descubridor y cómplice vitalicio fue Luis García Berlanga, que seguro que hoy se puesto unos cuantos años encima. Desde su primera colaboración, “Los jueves, milagro”, entre ambos han escrito buena parte de la historia del cine español de las últimas cuatro décadas: “Plácido”, “El verdugo”, “La escopeta nacional” y posteriores, entre otras, para acabar con “Todos a la cárcel”.
Pero su carrera artística no sólo es Berlanga, y ojo que vienen curvas. Marco Ferreri le empujó un poquito más hacia la historia de nuestro cine con la dupla “El pisito”/”El cochecito”; rompió taquillas con José María Forqué gracias a “Atraco a las tres”; quebró moldes y demostró su sensibilidad interpertativa y su capacidad de riesgo haciendo de mujer en “Mi querida señorita”; aterró a media España con el legendario corto de Antonio Mercero “La cabina”... su currículum es inacabable. A finales de los ochenta la industria cinematográfica empezó a aparcarle, y fue encontrando acomodo en la televisión, con múltiples apariciones plenas de profesionalidad y entrega. Su último papel reconocible se lo dio Juan José Campanella en “Luna de Avellaneda”, donde daba vida al entrañable propietario de un viejo club deportivo. La escena de su muerte me produjo una extraña emoción, como si asistiera al fallecimiento del verdadero López Vázquez, y me estremeció. Así como Fernando Fernán-Gómez era ese abuelo sabio al que visitas ávido de su lucidez pero temeroso de sus cambios de humor, José Luis López Vázquez era ese con el que vivirías toda la vida, inofensivamente gruñón, verborreico y vivaracho, sin el cual una casa es un poco más apagada, y un poco más silenciosa. Así se queda, hoy, el cine español, tras la muerte de López Vázquez: silencioso y un poco más apagado.
ÚNETE A LA FAMILIA
¡Dichoso Halloween! Por si no tuvieran poco, los norteamericanos tienen que acabar imponiendo sus tradiciones por todo el mundo. Con lo bonito y divertido que eran esas tradiciones tan nuestras como Don Juan, o los panellets con moscatel… en fin. Ahora lo que cuenta es la calabaza y el “truco o trato”. Para al menos no desentonar con la ocasión, y mientras busco un disfraz para pedir caramelos, os propongo disfrutar de la jornada en familia, y ninguna mejor para ello que los Addams. Gómez y Mortícia (o Raúl Juliá y Anjelica Huston, si lo preferís) nos deleitan con un tango (o tal vez deberíamos dejarlo en "baile latino") en el que dan rienda suelta a su pasión. La verdad es que da gusto ver a una pareja tan enamorada ¿no me habré equivocado y es San Valentín?.