De por qué yo soy de Marte y Bergman es de Venus
"Y cuando el cordero abrió el séptimo sello, en el cielo se hizo un silencio como de media hora. Y vi siete ángeles que estaban en pie, delante de Dios, y les fueron dadas siete trompetas. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas."
Este pasaje del Apocalipsis bíblico, del capítulo 8 si no me falla el sr. Google, abre las compuertas del tortuoso alegato existencialista que es “El séptimo sello”, quizás la película más famosa, o más analizada, del recientemente fallecido Ingmar Bergman. Después de once años de carrera cinematográfica, consiguió hacerse un lugar prominente entre la cinefilia más sesuda, que comenzó a celebrar con alborozo aquellos densos tratados de filosofía en los que cada hombre, cada mujer, se atravesaban a sí mismos en la búsqueda de respuestas trascendentes a las cuestiones elementales, quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, se enfriará la comida si volvemos tarde, etc. Bergman es una manera de entender el cine, un modo de asomarse al arte que no puede dejar indiferente. Maestro de innumerables cineastas de las últimas cuatro décadas, el maestro sueco representa el Autor en el más intrínseco y absolutista sentido de la palabra, desde su resuelto empeño por compartir con los espectadores (aunque, quizás, sin contar con ellos. El cine para el pueblo pero sin el pueblo: la Ilustración cinematográfica) sus inquietudes, sus pesadillas, los motores de sus reflexiones. Dicholocualo. ¿Podría marcbranches vivir sin volver a ver una película de Bergman? Tan ricamente.
“El séptimo sello” es un diálogo entre Ingmar y Dios en el que Dios se calla como un puta. ¿Es, entoncespues, un monólogo? Pos no. Digamos que es un diálogo fallido por incomparecencia de una de las partes. Bergman nos presenta a un cruzado (por supuesto) sueco, Antonius Block (Max Von Sydow, un cruce escandinavo entre Herman Monster y Hugh Laurie) que, después de diez años de batallar por esas y aquellas tierras de Dios en el nombre del Ídem, vuelve a casa acompañado de su tan fiel como ateo escudero Jöns (Gunnar Björnstrand); en el camino se encuentra, nada más y nada menos, que con la Muerte (un inquietante Beng Ekerot), a la que reta a una partida de ajedrez en búsqueda de algo de tiempo para trascender a la futilidad terrenal, o así. Antonius se cuestiona continuamente sobre la fe, aunque nunca es nombrada específicamente: no entiende por qué nos empeñamos en buscar un camino alternativo, una explicación etérea, un destino a nuestros caminos, si la única certeza que albergamos es, precisamente, la implacable llegada de la muerte. Mientras, un pequeño grupo de comediantes se cruza en su camino, entre ellos una pareja compuesta por Jof y Mia (Nils Poppe y Bibi Andersson), nombres que equivalen, por si alguno no lo sabía, a nuestros José y María. Las metáforas están servidas, mi señor. Bergman hace gala de su profundo sentido de la teatralidad más tupida en escenas como la de la llegada de una Pasión a uno de los pueblos que atraviesan los cruzados, en la que el populacho allí presente se inclina lloroso ante el tránsito del cristo encrucijado (y pelín caricaturesco). La imagen icónica del dios punitivo y enfurecido, que castiga a los pecadores (a fin de cuentas, todo quisque) con la muerte “negra”, en este caso la peste que asola la zona, preside esta escena, y el temor al Juicio Final, en forma de plaga, planea durante todo el film. Las respuestas, si se le pueden llamar así, a la preguntas de Antonius, vienen dadas por el carácter pragmático y terrenal de su escudero Jöns, que aboga por disfrutar del tránsito terrenal; pareciera que Bergman le da pábulo a este prisma, al darle cierta cátedra de presentidor, de hombre resabiado que todo lo sabe y que predice las debilidades y las reacciones de los demás. Antonius, en cambio, se enfrasca en su desesperada búsqueda, y tan sólo se relaja en una hermosa escena en el campo, junto a los comediantes, en los que un cuenco de leche y unas fresas le ofrecen un momento perdurable de felicidad espontánea. El único.
Como queda dicho, “El séptimo sello” es una suerte de cuestionario teológico que ni siquiera la Muerte es capaz de responder: “Yo no sé nada”, dice casi al final del filme. La misma respuesta podría enunciar yo si alguien me preguntara, ignorante pobre de mí, sobre el cine de Bergman, tan teatral como exigente, con un sentido del humor esquivo y chirriante, pleno de diálogos que trashuman trascendencia por todos sus poros (a su lado, Medem es el Kevin Smith español), de alegorías, simbolismos y metáforas que campan a sus anchas desde los mismos títulos de sus películas (el Séptimo Sello, en el Apocalipsis, da lugar a una serie de catástrofes que asolan la Tierra). Puede que Bergman no esté entre mis favoritos; sin embargo, en una cosa estoy de acuerdo con él: la Muerte juega con negras y gana. Siempre.
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10 comentarios:
Vuelvo a reiterar aun a riesgo de parecer un pelota, tu maravillosa mano para titular....Pero me viene al pelo, porque entre mis muchas cosas pendientes está un estudio sobre Bergman. Una de las preguntas que me hago sobre este cineasta es la siguiente. ¿Qué le dice Bergman a un espectador del siglo XXI?....Me he repasado, en muchas ocasiones gracias a la mula, toda la filmografía de este hombre y he leído cientos de páginas sobre él. Al final me debato entre Antonius y Jöns. Quiero creer en Bergman, pero se me resiste.
En fin de todas formas, te aclaro que "El Septimo Sello" no es una peli teológica y sus símbolos religiosos son mera sonajería. El debate se basa precisamente en la ausencia de una fe en dios que la razón efectivamente niega.
Un abrazote y perdona el rollo.
Puedes reiterarte todo lo que sea necesario si es para pasarnos el cepillo. dejo caer, además, que el jamón 5 Jotas está muy bien considerado enter los miembros de la Linterna. En primer lugar, yo sí creo que "El séptimo sello" es una película teológica, lo cual no ha de significar, necesariamente, que sea religiosa. Acudo a la acepción científica del adjetivo "teológica", puesto que su temática versa alrededor de Dios y de aspectos religiosos, aunque sea para discutirlos o incluso negarlos. La película es existencialista, claro, pero plantea a Dios, a través de la imaginería y los simbolismos. otra cosa es que en Bergman pese el raciocinio y se incline por enunciar que sólo hay una verdad absoluta, la muerte. pero pienso que Bergman, más que negar a Dios, se pregunta por la fe, por su razón de ser, por qué vence en su confrontación con el empirismo.
En cuanto a lo que planteas, Bergman en el s. XXI, es un tema interesante. Una obra de Bergman, hoy, suena a teatro alternativo pergeñado por algún estudiante de Arte Dramático con ínfulas. Podría aspirar, como mucho, a ser una especie de Elio Quiroga, haciendo una marcianada cada diez años o así. El existencialismo no está de moda, no existe el debate filosófico excepto a niveles muy elitistas y minoritarios; necesitamos que nos embauquen, que nos manipulen en una sala de cine, y Bergman era muy honesto en este sentido.
He superado tu rollo... saludos.
En realidad, el tiempo que Antonius gana jugando con la muerte lo quiere utilizar para saber lo que hay después de la muerte, y no irse con esa incertidumbre, ¿y qué concluye Bergman? Que lo impòrtante no es qué hay después, que la muerte llegará, y que lo que hay que saber disfrutar son la leche y las fresas, que son efímeras y a veces no nos gustan del todo, pero es lo que tenemos.
Esta tesis la repite en muchas otras películas suyas, y creo que con más maestría. El septimo sello no es de mis favoritas, y creo que su etapa posterior es mejor. Él mismo renegó de todas las películas que había hecho antes de no sé cual, entre las que se incluía el séptimo sello, y empezó otro tipo de películas, con ese montaje prodigioso y esos finales estremecedores.
Me gusta tu blog. :) Brays.
Hola, brays, bienvenido al chiringo, y gracias por el halago. No me consta que Bergman renegase de ninguna de sus películas, aunque a veces era algo contradictorio en sus manifestaciones públicas. Sí sé que dijo que no le gustaba volver a ver sus películas, porque le deprimían. Yo no soy bergmaniano, ni de antes ni de después de "El séptimo sello", aunque sí que prefiero sus obras de madurez, tipo "Fanny y Alexander".
Mira que me dije a mi misma que tenía que ver las películas de Bergman de la sesión doble para cuando las comentarais, pero se me ha pasado el tiempo y nada. La verdad es que yo tampoco soy muy "bergmaniana", aunque también reconozco que he visto pocas películas suyas y me gustaría conocer mejor su obra. El Séptimo Sello, precisamente, la vi hace algunos años y me gustó bastante, aunque la recuerdo muy vagamente. Tengo que repasarla.
Por cierto, lo que me he podido reir con eso de que Max Von Sydow es un cruce entre Herman Monster y Hugh Laurie. Aunque ya que lo dices....
Un saludo!
Así que no has hecho los deberes... niña mala. Aún estás a tiempo de ver "Fresas salvajes" (otra cosa es que te lo aconseje). Lo de Max Von Sydow puede parecer una insensatez, pero de hecho es una soberana chorrada. Lo cual no quita que sea verdad, y si no fíjate bien...
Pues en algo estoy de acuerdo contigo en lo que juegan negras y ganan... Lo peor (o mejor) de todo, es que en el fondo debo ser un alma torturada, como el Señor de la Noche, puesto que ese mismo comentario lo he puesto en el mio sin haber leído el tuyo (ni ningún otro para no sentirme influenciado), pero bueno... Saldré con mi pijama-armadura a pasear.
Por cierto, ¿cómo ves la bat-señal cuando no hay nubes?.
Nos leemos (y pronto, espero, comentaré el de los fresones rebeldes...).
Pues la veo gracias a las batgafas-linterna , sin las cuales nunca salgo de la batcueva; por supuesto, junto al batspray antitiburones y el batcortauñas, que nunca se sabe...
Coincido en que comparar al Von Sydow con un cruce entre Herman Monster y Hugh Laurie me ha hecho saltar las lágrimas :-)
Yo más bien diría que en esta película lo que se nos propone es que pensemos qué hacer con el tiempo que se nos ha concedido, porque es el único que tenemos. Dios ha muerto...
Macguffin, bienvenido a la chabola. Yo sigo insistiendo en que es una película teológica, aunque me quede solo. Lo que domina es la frustración de Antonius, más que el escepticismo de Jöns, que si sale triunfante es por la falta de respuesta de Dios, más allá de la imaginería simbólica. Me quedo con el "Yo no sé nada" de la Muerte, que ni afirma ni niega: hace su trabajo y punto. Todo un profesional. Si Dios hubiese muerto, él lo sabría...
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