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¿ESTÁ UD. DISPUESTO A CAMBIAR SU VIDA POR LA DEL PRESIDENTE?





No, señora, es sólo un titular, yo no estoy... no, señora, qué coño apología del magnicidio, es una frase de una película que... que yo no le digo que... no, no es que Zapatillas me caiga especialmente bien, con esas cejas, pero de ahí a pensar que yo... no veo que haya necesidad de ir a presentar una denuncia contra nadie, que yo no... en todo caso, dígales que la directrice se ha comprado un kilo de revistas de modelismo en el mercado de San Antonio. Que vayan a investigar a su casa, si quieren (y si aguantan el olor a votox), pero yo no he dicho nada, ¿eh?

Pesadez-oigs. Empiezo. Dos hechos extraordinariamente relevantes, y de indudable traza cinematográfica, han marcado a fuego la historia contemporánea de los Estados Unidos: uno, muchísimo más global por diversas razones geopolíticas y sociológicas que ahora no tocan, fue el ataque terrorista a las Torres Gemelas de New York el famoso 9/11; el otro, de calado más local, fue el asesinato de JFK (habrá un tercero, dentro de dos años, cuando Oprah haga su último programa y les regale a los asistentes al mismo, no sé, una parcela en Saturno, por ejemplo). Quizás sea que hay más perspectiva histórica, pero da la impresión de que el ejercicio de tiro al blanco de Lee Harvey Oswald (o Fidel, o la CIA, o la mafia, o “Islero”, o quien recoñios fuese) marcó a los americanos de manera más decisiva. No sé si hasta el punto, como algunos dicen, de considerarlo “la pérdida de la inocencia del pueblo americano”, supuesto sobre el que mantengo alguna que otra duda razonable; sí que derivó, de cualquier modo, en un prolongado estado de “shock” colectivo que, aún hoy en día, ha dejado secuelas. El cine americano, como con todo hecho destacable (y americano) que se precie, se ha aprovechado, o, mejor dicho, refocilado, en la memoria histórica de su país, y han explicado el suceso desde todos los prismas posibles, desde los hechos más directos (“JFK”, claro) hasta los más tangenciales: ahora mismo, con un sueño que me hace rozar el teclado con los párpados, se me ocurren “Love field”, “Ruby” o “En la línea de fuego”. En esta última sale Harry el Sucio, así que vamos a echarle un vistazo.

Wolfgang Petersen, irremediablemente alemán, es un señor que se ha convertido en un director más bien truñoso, impersonal autor de cosas como “Troya” o “Air Force One”, al que Jolibud tiene a bien encargar películas con sello “me voy a comer tu taquilla” y temática “bigger than life”. Por fortuna, se prodiga poco, aunque hay que reconocerle que, por lo menos, se abstiene de montajes videocliperos-Michael Bay, y es bastante correcto filmando. Tiene el honor de haber realizado la película más emitida por los canales autonómicos españoles: “Estallido” (que, aun así, no me canso de ver: es lo más parecido a “Dustin Hoffman pateando culos” que jamás veremos. Un día de estos la reseño), pero su mejor película obtiene su esqueleto argumental del famoso magnicidio de Dallas. Es “En la línea de fuego”, y en ella, Clint Eastwood interpreta a Frank Horrigan, el único guardaespaldas que queda vivo de los que estuvieron en el momento de marras; hoy en día es agente del servicio secreto, y tiene que enfrentarse con un ex-asesino a sueldo del ejército americano, Mitch Leary (John Malkovich), que amenaza con matar al presidente, iniciándose un juego psicológico entre ambos antagonistas. Frank, empujado por su pasado, su sentido del honor y las piernas de Rene Russo, vuelve a formar parte del servicio de protección del presi. Con lo cual corre serio peligro de batir un curioso récord: el de ser el agente que más presidentes ha perdido.

“En la línea de fuego” es una película facturada de manera competente, sin alardes, con un par de excelentes escenas y un reparto adecuado del suspense. No inventa la pólvora ni lo pretende, sabe cuáles son sus puntos fuertes y tira de ellos con cierta elegancia. Básicamente, sus puntos fuertes son sus dos actores principales, que exhiben una categórica química entre ellos a pesar de no compartir apenas planos. Lo mejor de “En la línea de fuego" se encuentra en las conversaciones entre ambos personajes, en las que Mitch, tan psicópata como magnífico manipulador, sabe meter el dedo en las varias llagas de Frank (sin ir más lejos, el planteamiento del título del post) a la vez que establece con él una curiosa relación de jugador noble. Mientras afirma que es su amigo y que no le miente nunca (lo cual es verdad), estira su maquiavélico plan para jugar, de manera ventajista, al gato y al ratón con su avejentado e impulsivo antagonista. Malkovich, que fue candidato al Oscar por este papel, compone su personaje con metrónomo, conjugando a la perfección su rostro perverso, su dicción mayestáticamente elegante y su físico equino para crear un villano perdurable. Tiene las mejores líneas de diálogo, y consigue que sus razonamientos parezcan válidos o, cuanto menos, susceptibles de debate. Hay una crítica no demasiado soslayada, además, contra la política exterior americana, lo suficientemente oscurantista y pandillera como para ser responsable de un monstruo como Leary. En el otro lado del cuadrilátero está tito Clint, que se lo pasa bomba con su versión viejuna y resabiada de Dirty Harry, al que convierte en un adorable gruñón, cínico e impulsivo; una versión 6.0 de su personaje stándard que el viejo Clint dibuja con los ojos vendados. Es, por cierto, el último papel que Eastwood ha interpretado para un director que no sea él mismo.

La película hace gala de varios costurones que la distancian de la grandeza. Se observan, sin necesidad de rascar demasiado, varias inverosimilitudes que hacen rascar la cabeza al espectador. Se hace intragable el empeño de los asesores presidenciales por despreciar una amenaza que está clarísimo que es real altamente peligrosa. Un cúmulo de casualidades llevan a Frank al lugar correcto en el momento oportuno. Y, hombre, puede que tito Clint sea un cachondón y sepa guiñar el ojo como nadie; pero su relación con Rene Russo no pasa ni por la puerta de Brandemburgo. Además, y lo que voy a decir puede que esté penado por la ley, la banda sonora del gran Morricone no está muy afortunada, quizás con excepción del tema de los créditos finales. Sin embargo, todo esto no reseca el sabor que deja la película, un buen thriller con un villano memorable y un personaje principal que encarna el sentimiento de culpa americano. Un filme que, además, nos confirma que, décadas después, todavía hay resaca de JFK. Y lo que nos queda.

6 comentarios:

Josep dijo...

Pues sí: sí a casi todo, lo siento.

Creo que la película se sostiene sobre todo por Malkovich, un malo malísimo que mantiene una seducción y un encanto que, en ocasiones, te dan ganas que se salga con la suya, si no fuera por la pena de ver a Clint como recordman en tan mala competición.

Saludos.

p.d.: Lo del afaire con la Rene iba en el contrato de Clint, supongo...

marcbranches dijo...

Pues si iba en el contrato, eso confirma que tito Clint es el tipo más listo a este lado del universo...

ANRO dijo...

Creo que todos estamos de acuerdo contigo Marcbranches, incluso en lo de "Zapatiñas" (jua, jua, claro que el otro parloteando con los tiernos infantes....en fin, no quiero seguir que me voy de la lengua) A lo que iba. Que sí, que la peli está entretenida y tal y que el Eastwood y el Malcovich, fetén y la Russo bueniña ella.
Un abrazote.

marcbranches dijo...

Lo de "la Russo bueniña ella" te ha salido de un galaico que tira patrás, joven...

Möbius el Crononauta dijo...

Buena peli vaya. Lo de la Russo es perfectamente verosímil, a mi me pasó con una guardia de tráfico...

Saludos

Manuel Márquez dijo...

Bueno, compa Marc, ésta, para compensar, la he visto siete u ocho veces (la emiten con tanta frecuencia, que es difícil no verla...), y sí, me parece una propuesta bastante correcta, ágil y, sobre todo, entretenida; sus poco más de dos horas se van en un suspiro. ¿Creíble, verosímil...? ¿Desde cuándo vuela Superman, leches...?

Un fuerte abrazo y buena semana.

 
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