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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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GARGANTA PROFUNDA




A cabezón no me gana nadie. Sí, ayer por la tarde fui a ver “Bailando con los na'vi”. Por tanto, la actualidad manda, y me veo obligado a...


… a cerrar mi trilogía cine-política. ¿No os tenemos dicho, cienes y cienes de veces, que si queréis actualidad cinematográfica este NO es vuestro blog? Pues eso.


Por una vez, la introducción del artículo va a ser el análisis de la película, o poco menos. “Todos los hombres del presidente”, película de 1976 dirigida por Alan J. Pakula, es un referente de cátedra para toda narración cinematográfica de carácter periodística que se precie. Su referente más cercano es esa desquiciante obra maestra llamada “Zodiac”, pero casi todas, en mayor o menor medida, han bebido de ese pequeño clásico de los setenta. Basada en el libro de los periodistas Bernstein y Woodward, y producida por el inquieto Robert Redford, “Todos los hombres del presidente” explica minuciosamente el proceso de investigación que llevó a ambos periodistas del Washington Post (interpretados por Dustin Hoffman y el propio Redford, impecables ambos) a descubrir, y finalmente publicar, el escándalo del edificio Watergate, cuyas consecuencias llevarían a Richard Nixon a hacer historia convirtiéndose, no sólo en el único presidente dimisionario de la historia de los Yuesei, sino en una de las figuras más ninguneadas y apaleadas del imaginario americano.


Cuando digo “explica minuciosamente”, le doy un nuevo sentido a la expresión, cinematográficamente hablando, y situándome en perspectiva años setenta. Pakula decide, al realizar este film, tomar una postura lo más aséptica (y ascética) posible, y se pasa por el forro toda clase de convencionalismos y tretas narrativas de primero de básica que puedan facilitar la comprensión de lo presenciado al espectador. Esencialmente, el director neoyorquino, luego de un prólogo en el que se ve brevemente la detención de los intrusos del Watergate, comienza la historia en un momento determinado (a Woodward le asignan la cobertura del juicio de los detenidos) sin preámbulos ni explicaciones; ni siquiera una puñetera voz en off que nos ayude a situarnos. Para un espectador americano de aquella época, los nombres, cargos y situaciones que se expresan en el largometraje le serían muy familiares: hoy en día, ver esta película fuera de los Yuesei es peligro de perdición. Y sin embargo, funciona. Y lo más asombroso: funciona como thriller. Y digo que es asombroso porque la premisa básica del thriller está rota a partir del momento en el que YA CONOCEMOS EL FINAL. Pero funciona. Asistimos a los pasos, al principio balbuceantes, posteriormente frenéticos, de ambos periodistas, de los que Pakula (y su insigne guionista, William Goldman) nos hurta todo conocimiento sobre sus personalidades, excepto que son periodistas hambrientos que van a por todas, sobrepasando en más de una ocasión la impertinencia con tal de conseguir un dato más. Observamos las presiones recibidas por todos los agentes, activos y pasivos, de la historia, incluyendo las de su propio periódico. Presenciamos el justificado miedo de los testigos a hablar y a denunciar a sus superiores. Y todo revestido de una impermeable verosimilitud, sin alharacas ni frases grandilocuentes, con la sequedad propia de la gravedad del asunto, y acompañado del preciso ojo fotográfico de Gordon Willis. Pakula deja que los hechos hablen por sí mismos, y su austeridad es todo un mensaje, plasmado en el estupendo plano final, en el que, mientras en una televisión de la redacción del periódico se escucha a Nixon en su discurso de reelección, de fondo se observa a los dos periodistas golpeteando sus máquinas de escribir; poco a poco, el sonido de sus Olivetti se impone a las palabras del presidente, y, finalmente, se nos enseña el destino que sufrieron todos los políticos implicados a través de un primer plano de dichas máquinas escribiendo los textos, una metáfora del poder alcanzado por aquel ejercicio de periodismo de investigación.


Hasta aquí la película. Y ahora, a lo que vamos, que el tostón este de la trilogía era para algo. Observen, jóvenes padawanes, la fecha de realización del filme: 1976. El asunto Watergate se destapa en 1972, aunque sus consecuencias más trascendentes se alargan hasta agosto de 1974, cuando Nixon dimite. Apenas dos años después (repito: dos. Un cero y un dos), se realiza una película sobre el caso, realizada por un director de prestigio y producida por uno de los actores más famosos e influyentes de Hollywood. Y, bueno, parece que todo el mundo sobrevivió, nadie se rasgó las vestiduras, la gente fue a ver la película (70 millones, sólo en Yuesei), que además ha conseguido perdurar en el tiempo, convirtiéndose en un referente. Hablamos de mediados de los setenta. Aquí, en nuestra querida confederación hispana, tierra de toreros y belenes, hemos parido “GAL”, que , en todo caso, sólo es referente de lo coñazo que puede llegar a ser Jordi Mollá. Y cuando alguien como Medem intenta algo tan bienintencionado y, en el fondo, naif como “La pelota vasca”, le cae tal cantidad de fostiones, que se le agrieta el criterio y le sale un mojón del tamaño de “Caótica Ana”... Y ahí estamos. Entre que la opinión pública, a través de la bipolarizadísima prensa, no da pie a ninguna iniciativa cinematográfica de este tipo, y que la propia industria está demasiado ocupada en dar su opinión, allí donde van, sobre temas sobre los que nadie les ha preguntado, por la coyuntura española van pasando los años sin que nadie de su cine se moleste en dar fe de ella. Muchas veces me pregunto si dentro de cuarenta, cincuenta años, alguien será capaz de saber cómo palpitaba este país, desde la muerte del tío Paco hasta ahora, a través del cine. Y luego me doy cuenta, ingenuo de moi, que esa es una pregunta retórica.

3 comentarios:

Josep dijo...

Por desgracia creo que tu pregunta retórica seguirá siendo tan retórica dentro de muchos años, tal y como pinta la cosa.

Siempre me ha admirado la libertad de expresión que se da en los tan criticados USA por una progresía carpetovetónica que mira hacia otro lado como forma de ganarse el pan.

Ya imaginarás, centrándome en el tema de la película, que todo ese galimatías de nombres para mí no es ningún laberinto.

Ello quizá me dió una visión distinta en su estreno, porque ya estaba muy al cabo de la calle de todo, por lo menos según los diarios patrios.

Quiero decir que no me impresionó mucho en aquel entonces y no he vuelto a verla; pero no dudo que una revisión, pasados tantos años de la época que retrata, suscitará mayor interés, ni que sea como recordatorio, así que haré por revisarla, aunque desde luego el aspecto de la intriga es un concepto perdido para quienes pudimos contemplar absortos como se las gastaban en los USA con cuestiones de tal calado político, día sí día también en los papeles e incluso en la tele del tardofranquismo.

Saludos.

p.d.: supongo que en 3D el petardo será más vistoso...

ANRO dijo...

De acuerdo con el Josep. Y tocar el asunto carpetovetónico me sube la tensión a cotas muy peligrosas para mi preciada existencia.
Los gringos tiene otra tradición que aquí brilla por su ausencia con permiso del padre Mariano y del Zapatecos. A veces me pregunto si aun vivimos en el siglo decimonónico.
Entrando en la peli. A pesar de que conocemos el final de ese "thriller" ¡qué final más cojonudo mostrando esa inmensa sala de redacción y las noticias de la tele!
En fin Marcbranches no te hagas preguntas a las que no puedes responder con lógica. Prueba con una botellita de buen cava y tal vez eso te sugiera algo decentemente razonable.
Un abrazote.

marcbranches dijo...

Josep, tampoco era un galimatías, del todo, para mí (la última vez que la vi), aunque yo no viví esa época, porque conocía un poquito el tema. La primera vez no me enteré de nada.

Y sí, es más vistoso, aunque también más proclive a la migraña. En realidad, no es un petardo, pero está muuuuuuuuuy lejos de las expectativas. Saludos.


Claro que a la migraña puede ayudar hacerme según que preguntas absurdas, Anro. Tienes razón, aunque mejor me quito del cava (orden de mi hernia de hiato) y me voy, con dos güevos, a por un zumo de melocotón. Lo sé, estoy que lo tiro. Saludos.

 
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