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EL RESPLANDOR 2


Según un diario danés llamado “Politiken”, está en marcha el desarrollo de un videojuego llamado “Edén”, basado en “Anticristo”, la película-psicoterapia de Lars Von Trier que tanta bilis, baba y jugos gástricos variados despertó en el pasado Festival de Cannes. Si el tarado de Lars lee esa noticia, es probable que se aplique alguna de las torturas que enseña en su película. Posiblemente, todas juntas.

La primera, y desarmantemente lógica, pregunta que uno se hace al salir del visionado de “Anticristo” es, precisamente, por qué coñios se llama “Anticristo”. No he dado con nadie que me dé una explicación mínimamente convincente que lo relacione con el filme, y uno llega a pensar que es un gigantesco McGuffin, para acabar concluyendo que el Anticristo, el antídoto a los status quo artísticos, es el propio Von Trier. En cualquier caso, “Anticristo” es un largometraje nacido de la pervertida visión vontrieriana de los géneros cinematográficos, su innato animus provocandi, y una depresión de caballo que, más allá de poner en serio peligro la misma realización del film, cercenó las capacidades físicas e intelectuales del director danés durante el rodaje, algo que él mismo ha reconocido públicamente. Así pues, esta película es una profunda expiación, un corte de mangas, un desgarrado akelarre, o un tonel de Prozac, según se mire.

“Anticristo” tiene tan sólo tres personajes principales: Él (Willem Dafoe), Ella (Charlotte Gainsbourg) y la camisa de fuerza de Lars Von Trier. La carencia de nombres de los protagonistas puede que sean un simple ejercicio de desnudismo (recordemos que los padres de Lars eran nudistas...) formal, similar al despojo de decorados de “Dogville”, pero es inevitable pensar en clave simbólica. El largometraje está estructurado en cuatro capítulos más prólogo y epílogo. El prólogo es maravilloso, un hermosísimo clip-art en el que la cámara lenta, un tono azulado, un uso impecable del primer plano y el aria “Lascia ch'io pianga” de la ópera de HandelRinaldo” (pensada para la interpretación de dos castrati; no es casualidad...) describen hipnóticamente el drama del fallecimiento del hijo de los protagonistas. Ella se sume en una profundísima, aterradora tristeza, de la que ni la medicación ni la psiquiatría pueden sacarla. Su marido, psicólogo, rompe su esencial racionalidad decidiendo tratarla él mismo. En una búsqueda exorcizadora de sus miedos, descubren que el lugar al que más teme es una cabaña (llamada Edén: Lars I el Sutil) en plena montaña en la que desarrolló su tesis universitaria, y para allí se dirigen. Y allí se encontrarán con un entorno natural hostil, que acaba por generar un profundo efecto en la psique atormentada de Ella.

La primera hora de la película, aparte de imágenes de extraordinaria belleza (más allá del referido prólogo, ojo a escenas como la del entierro, o los sueños a cámara superlenta), nos deja un interesante, arrítmico, a veces ralentizado en exceso, análisis de la bajada a los infiernos de la pareja. Porque ese Edén no es otra cosa que un antiedén, un averno natural pintado admirablemente por Von Trier a través de las imágenes (la naturaleza se mueve en algunos planos, amenazadora) y los sonidos (esa lluvia de bellotas). Hasta aquí la película se aguanta de pie, en parte gracias al esfuerzo de sus actores. Aunque fue la grimosa Charlote Gainsbourg la que se llevó la Palma al agua, gracias a una actuación desvencijada que en ocasiones es brillante y en otras se parece demasiado a una yonqui en pleno monazo; es justo destacar el delicadísimo, por lo funambulista, trabajo de Dafoe, insuflándole los sentimientos requeridos en cada momento (amor racional, serenidad, cortedad de miras, perplejidad, venganza) a su personaje. A Willem lo que es del césar.

Decía que hasta la primera hora el film se aguanta de pie. Al final del capítulo dos, un zorro que se está devorando a sí mismo le dice a Él: “Chaos reigns”, con voz de mal imitador de Vincent Price, y la cosa, esencialmente, se va al carajo. Lo que era una inquietante retrospección psicológica en el drama de una pareja, extrapolable a una perspectiva religiosa, se transforma en un film de género terrorífico, en el que presenciamos tics reconocibles del mismo, pasados, eso sí, por el prisma desquiciado del ex-aficionado al kilt danés. Una casa solitaria, un personaje que oculta cosas, visiones, brujería, repentinos descubrimientos del pasado... De repente, Ella se vuelve loca y se convierte en Jack Torrance con clítoris (por poco tiempo). Así, Von Trier aprovecha para mostrar su visión de lo que es un slasher, y culmina el festival de pequeñas provocaciones que había sembrado durante el filme. Ya habíamos tenido bebés que se estampan desde un quinto piso, animales que se autodevoran, y un plano de penetración explícita (por si no nos quedaba claro que estaban follando). Así que vamos a por el bingo. ¿Masturbación compulsiva? Check. ¿Eyacular sangre? Check. ¿Clavar una pesa en una pierna? Check. ¿Clitoridectomía? Check. De todo esto, quizás lo único que era necesario, - aunque muchos hubieran agradecido un fuera de plano -, curiosamente, es lo último, que no es sino un autocastigo inflingido por el sentimiento de culpa. De cualquier manera, el acto final es deslabazado, desconectado de los anteriores, atropellado y progresivamente ridículo, y arroja al vertedero todo lo construido anteriormente. El director danés esparce borbotones de bilis acumulada con mucha violencia y sin ningún sentido, confirmando la impresión de exorcismo personal que muestra una película que, más que nunca, ha realizado Von Trier para Von Trier.

Se acusa a “Anticristo” de acentuar la supuesta misoginia del amigo Lars, al insinuar una histérica (femenina) Eva que lleva a la perdición a un racional (masculino) Adán. A mí eso no me queda tan claro. Me declaro carente del suficiente intelecto como para desencriptar todos los códigos del filme, y más con ese plano final que puede significar tantas cosas. En todo caso, sí me queda claro que, aunque la película está dedicada a Tarkovsky, y aún reconociendo ecos de Bergman, Kubrick o Lynch, yo creo que lo justo es que Von Trier, el ex-gaitero danés, se la hubiese dedicado a El Bosco. Y, eso sí: Lars, tío, la próxima vez, págate un psicólogo. O un exorcista.


3 comentarios:

Josep Lloret Bosch dijo...

Te agradezco tanto que hayas explicado tus sensaciones, que tienes pagada una tila (con hielo, que hace calor) para que te recuperes de semejante trance.

Tenía un 1/1000 de ganas de ir a verla, y ya se me ha quitado.

Cuando leí por ahí una sinopsis, me quedé en la duda de la idoneidad del título, y veo que no iba desencaminado. Ganas del amiguete Lars Trier (el von se lo pone él y no lo merece)de llamar la atención.

Que no se me olvide: envidia me das con tu dominio de lenguas: danés, tío, danés. Una pasada.

Saludos.

ANRO dijo...

Pues me he quedado pasmao, tío. Se conoce que has cobrado fuerza estas vacaciones y se te ve en tu elemento.
Tenía claro que no iba a ver este Anticristo, pero fíjate, tu labrado y barroco (en el buen sentido, obviamente)discurso crítico ha despertado mis bajos instintos y tal vez me la merque (la peli digo) de alguna forma.
De todas formas la próxima peli que comentes búscate algo más ligerito. Con la apertura del curso político ya tenemos suficiente alteradas las neuronas.
Un abrazote.

marcbranches dijo...

Josep, podría hacer un chiste de lo más soez al respecto de mi dominio de las lenguas. Me lo voy a guardar, aunque sé que eso no mejora demasiado mi maltrecho prestigio. Saludos.

Anro, pues va a ser que no voy a hacerte mucho caso, porque la próxima que tengo previsto reseñar, una comedia como que no es...

 
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